Fantasías sexuales de las españolas: Idoia III
Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Al día siguiente apenas tengo oportunidad de coincidir con Sergio. No todos los días surge una excusa para compartir un momento de intimidad a solas y no quiero forzar la máquina. Allí todos están muy aburridos, nadie pierde detalle de lo que pasa y lo último que quiero es estar en boca de los demás. Espero. Si algo me han enseñado quince largos años de noviazgo es a tener paciencia.
La oportunidad se presentó ayer. A la hora de la salida me hice un poco la remolona y me quedé de las últimas. Sergio, que hace también las funciones de conserje, se dispone a cerrar el colegio. Está lloviendo y yo sé que siempre viene en bicicleta. Decide esperar un poco pero yo le ofrezco llevarlo en coche.
- Mañana también te puedo traer que me pilla de paso. Si no llueve, ya te puedes volver en bici y así no tienes que venir a recogerla.
Sergio está de acuerdo de modo que los dos muy juntitos bajo mi paraguas, nos acercamos a mi pequeño C3. Entre risas vamos esquivando los charcos: parecemos nosotros los escolares. Cuando me siento, me arremango el vestido bastante por encima de las rodillas.
- Necesito tener las piernas libres que si no me hago un lío con los pedales - le digo mientras él asiente con sonrisa boba y trata de no fijarse en mis muslos. Sin conseguirlo claro, porque una vez que voy con la vista al frente y concentrada en conducir, soy consciente que se le va la mirada.
Lo dejo cerca de su casa sin que haya sucedido nada más. De camino a la de mi tía empiezo otra vez a soñar despierta. Me imagino que Sergio me pide que lo baje a su garaje para no mojarse. Allí está oscuro y apenas hay coches. Me ordena que aparque en un rincón, el más apartado y escondido. Yo apago el motor y corto las luces. Entonces, todo se queda en tinieblas. En ese momento siento su mano sobre mi rodilla. La pone y espera mi reacción. Como no hago nada, la va subiendo poco a poco.
Cuando llega a mi sexo presiona levemente para separármelas. Yo me dejo hacer como si fuera un maniquí, sin ofrecer resistencia pero tampoco sin tomar ninguna iniciativa. Después del intercambio de tortas del otro día, esta vez prefiero ir de tranquila. También es que no sé por qué pero me pone estar allí y dejarme hacer, como si yo no quisiera pero queriendo en el fondo. Me da muchísimo morbo estar en aquel lugar apartado y oscuro, con Sergio metiendo sus dedos en mi coño y bajándome los tirantes del vestido para acariciarme las tetas, sabiendo que cuatro pisos por encima está su mujer merendando, o tal vez terminando de echar la siesta. Me da un poco de reparo la verdad, pero es tan excitante que decido permitirme esa pequeña maldad, al fin y al cabo es mi fantasía y puedo hacer lo que quiera.
Sergio tumba el asiento hacia atrás y me levanta del todo el vestido. Con dificultad me quita las bragas y luego las guarda en el bolso donde lleva la fiambrera con el almuerzo, porque ahora está a dieta y no se queda en el comedor. Eso también me pone muy tontina: me lo imagino luego por la noche, encerrado en el cuarto de baño y masturbándose con las bragas en su mano.
Ahora estoy tumbada y él puede recorrer mi cuerpo a placer, deteniéndose donde más le gusta que es también (curiosamente) donde me gusta a mí. Es como si tuviéramos telepatía, yo pienso: introdúceme un dedo y él lo hace. Pellízcame un pezón… y la caricia llega exactamente con la intensidad que yo deseo, ni muy flojo ni muy fuerte. Y así hasta que yo ya no puedo más, pero como me estoy haciendo la estatua no puedo hablar ni moverme, no vaya a ser que rompa alguna regla que no hemos pronunciado siguiera y entonces la fantasía se desvanezca con la aparición de algún vecino o alguna otra sorpresa inesperada.
Parece que la telepatía deja de funcionar pero me concentro muy fuerte y le lanzo mensajes: “fóllame, fóllame, fóllame, fóllame, fóllame…” ¡Qué bien poder pedir lo que uno desea aunque solo sea gritando para dentro! Cuando hablas para dentro de ti suena cien veces más fuerte que si lo gritaras por la ventana.
Sergio, finalmente parece captar mis emisiones y hace el intento de subirse encima.
- No, no - le grito sin hablar. Yo sé que es tarea imposible y más en un coche tan pequeño. La de veces que ha estado con Samuel cuando empezábamos de novios. Tantas que al final ya tenemos cogida la postura de él sentado en el asiento de atrás y yo subida encima, que es la única que medio se puede.
Al final le cogí manía a hacerlo al coche y a sentarme encima. Conforme pasa el tiempo el fuego se apaga un poquito y ya una busca comodidad, que a mí de mi cama que no me saquen menos si es una fantasía, claro, o es con otro chico distinto que así la novedad sí que gusta. Sí, en estos casos no me importa imaginarlo porque cuando fantaseas eliminas automáticamente los inconvenientes.
Pero a pesar de todo no puedo ignorar mi experiencia follando en vehículos pequeños y mi mente trama un giro argumental según el cual Sergio sale del vehículo, tira de mí y luego me obliga a ponerme de rodillas sobre el asiento con el culo hacia fuera. En esa postura mi sexo queda justo a la altura de su verga. Entonces me penetra, como el día del despacho, desde atrás y follándome fuerte, con mucha energía. Yo me agarro a la palanca de cambios con una mano y al volante con otra para intentar mantenerme en el sitio, de lo fuerte que me da. Me gusta y saco el culo para fuera, para seguir recibiendo las embestidas me van metiendo para dentro de coche haciéndome perder un poco el contacto.
Así hasta que nos corremos, esta vez no tengo ni que tocarme. Luego hace algo muy morboso. Yo sigo allí, quieta y sin moverme. Él se aprieta contra mí, estamos enganchados como dos perros que no pueden soltarse. Yo lo vi una vez de adolescente. Estábamos en el campo de mis tíos y dos de los perros que tenía se pusieron al copular. Al acabar no podían separarse. Se quedaron la perra mirando para un lado y el perro en dirección opuesta. En aquel momento me dio un poco de asco pero ahora (no sé por qué), me ha venido a la cabeza.
Pienso con un poco de temor qué sucedería si nos pasara lo mismo en ese instante. Con los músculos de mi vagina hago presión sobre el falo de Sergio, como si quisiera con cada espasmo exprimirle la verga. En una de esas contracciones me quedo bloqueada, agarrotada, reteniéndolo en mi interior sin que él pueda despegarse. Y así nos quedamos: yo con el culo en pompa y Sergio pegado a mí, expuestos a que cualquiera que aparezca por ahí nos pille. La idea de que algún vecino o alguien conocido nos sorprenda me aterra, pero a la vez me excita. Imagino entonces, que en vez de en el sótano de su bloque, estamos en los aparcamientos de un centro comercial donde nadie nos conoce y entonces sí, permanecemos a la vista de todos sin poder ocultarnos y la gente nos señala. Yo sigo notando la verga en mi interior, que sigue igual de dura y cada vez que intento separarme mis músculos se contraen evitando que pueda expulsarla, en una convulsión que a la vez me produce dolor y placer.
Es curioso cómo voy modificando mi fantasía sobre la marcha, buscando ingredientes que la hagan más picante y excitante. Para finalizar un último detalle: la guinda del pastel. Sergio se inclina sobre mí y rebusca en el asiento hasta que da con su bolso y saca mis bragas. Cuando por fin puede desacoplarse, las utiliza para taponar la salida de semen de mi vagina, procediendo a limpiarla. Luego besa la prenda y se la guarda.
Le pregunto qué va a hacer con ellas y me responde que esa noche se va a masturbar pensando en mí, y ellas le llevarán mis olores que volverán a mezclarse con el de su esperma. ¡Dios que subidón! Ya voy a tener material para hacerme pajas durante un mes.
A la mañana siguiente lo recojo con mi coche como habíamos quedado. El escote generoso con un par de botones desabrochados, el vestido más arriba todavía que ayer y unas gotitas de perfume que he añadido y que Sergio percibe nada más entrar. Mientras conduzco no puedo evitar excitarme al saber que compartimos un espacio tan reducido y estamos tan cerca. Rememoro la fantasía y me mojo un poquito.
Ese día, para mí mala suerte, ya no llueve y él se vuelve en bici a casa. Hasta dentro de una semana no vuelve a surgir una buena oportunidad, aunque continuamos con nuestro silencioso intercambio de gestos y maneras. Nunca hemos hablado de temas que no sean relacionados con el trabajo, pero estoy segura que él piensa y siente cosas muy parecidas a las que yo.
Pasados ocho días, este viernes toca excursión. Salir al campo a visitar las ruinas de un puente romano supone un cambio en la rutina que nos agrada a todos, los niños los primeros, pero por otro lado, somos Sergio y yo los que nos cargamos la mayor parte del trabajo y la tensión de estar pendientes de tanto crío. El resto de profesores están demasiado mayores para correr detrás de ellos o siquiera hacer la caminata, así que se quedan junto a al aparcamiento y nosotros vamos con ellos, con las fichas que hemos preparado para leer.
Yo llevo unas mallas pegadas que me marcan todo el culo y los muslos, y se pegan a mi pubis marcándome coñito. Jamás me había puesto algo tan fino y ajustado. Siempre con chándal en las actividades deportivas o al aire libre, pero en esta ocasión me he pasado por la tienda y me las he comprado.
Cuándo me las probaba me daba hasta vergüenza y eso que estaba yo sola en la cabina. Sé que ahora se llevan mucho porque veo a las chicas y a las no tan jóvenes con ellas, haciendo footing por la calle o simplemente saliendo a andar. Así que he decidido darle una sorpresa a Sergio. Me imagino su cara cuando me vea. Por encima llevo una sudadera que me llega casi hasta las rodillas tapándome lo más evidente.
Espero la oportunidad de mostrarme y cuando vamos hacia el puente, que es cuesta arriba, la encuentro, ya que Sergio y yo somos los dos únicos adultos. Transpirando por la pendiente, me quito la sudadera y me quedo en camiseta. Los niños apenas me prestan atención pero observo que Sergio se queda como hipnotizado. Con cada movimiento de mis cachetes veo que se le aguan los ojos. Me mira como miraría un ternero la teta de su madre, con esa mirada entre impaciente y deseosa. Cuando nos sentamos a descansar, yo dejo colgar mis piernas del borde pétreo y las separo para que pueda contemplar a placer, como la fina maya se adapta a mi pubis como una segunda piel, moldeando la figura de los labios y la raja intermedia de mi vulva. Después, me levanto y me sacudo el trasero para despegarme el polvo y las hojas secas. Soy un poco ancha de caderas, pero tengo un buen culo prieto y turgente que vibra un poquito con cada manotazo que me doy.
Pronto iniciamos la vuelta para llegar a la hora del almuerzo, que se supone que el resto de profesores preparan en una pradera que hay junto al parking de autobuses. Yo voy al inicio de la fila, Sergio al final, pendiente de que no haya ningún rezagado que se quede por el camino. Apenas veo al resto de los profesores me vuelvo a encasquetar el chándal. Los demás nos reciben agitando la mano como si llegáramos de Cuba. Hay algo de falso y de impostado en su recibimiento, como si se hubiera acabado para ellos el recreo, que es exactamente lo que sucede. Perezosos, se levantan de las hamacas y organizan las clases para la comida. Yo me hago cargo de la mía. Como después del almuerzo todavía disponemos de media hora antes de la vuelta y los críos están controlados, decido acercarme a ver si ha llegado el autobús junto con Sergio. Estamos un rato hablando de nuestras cosas hasta que a lo lejos vemos que aparece.
Nos volvemos por el caminito para avisar al resto y entonces se me ocurre una nueva maldad. ¿Me atreveré? Pienso, temiendo que esta vez igual es ir muy lejos. Pero mientras mi cabeza le va dando vueltas mi cuerpo ya ha decidido. Yo misma me sorprendo diciéndole a Sergio:
Oye ¿puedes vigilar un momento? que es que me estoy haciendo pipí…
Esto, claro, sí, sí - afirma sorprendido como si fuera la primera vez en el mundo que una chica pide algo así.
Yo me aparto un poco del camino para evitar sorpresas y me pongo entre dos matorrales que impiden que se me vea desde el mismo, pero no que Sergio lo haga. El sitio está un poco fuera de la senda, sobre una piedra y como es alto, él sí que puede verme.
Caballeroso o quizás cortado, que son dos principios diferentes pero con un mismo fin, aparta la vista cuando yo me bajo las mallas y también las braguitas. Lo hago de cara a él, fíjate tú, a mí que tanto me cuesta hacer mis necesidades fuera de casa y no digamos ya en el campo, y sin embargo, en ese momento cuando noto el airecito del campo correr por mi vientre y mi pubis, me entra un no sé qué, que hace a mi rajita humedecerse otra vez. Estoy allí de pie, frente a él y con las bragas bajadas, con todo mi sexo al aire y deseo que se dé la vuelta. Me agacho y hago pipí. El chorro sale fuerte y suena sobre la tierra. Sergio, sin duda tiene que estar oyéndome y eso me excita. Me sacudo las gotas y me limpio con un kleenex. Luego me levanto y le digo: “ya casi estoy”, cosa que no es necesario hacer porque él seguramente lo supone, pero consigo el efecto que buscaba y es que gire la cabeza y me mire.
Justo cuando lo hace, me doy la vuelta haciendo como que no me doy cuenta que me está mirando. Le dejo que observe un poco mi culo y luego me agacho para coger las braguitas y ponérmelas. Ahora sí qué debe tener una buena visión de mis dos cachetes y de la magdalena peluda asomando por debajo.
No sé si mira todavía o ha vuelto a apartar los ojos, pero me entretengo colocándome las braguitas y luego me vuelvo agachar para coger las mallas y subírmelas.
Cuando estoy colocada giro un poco la cabeza y veo que Sergio, rápidamente se da la vuelta.
¡Así que lo ha visto todo...Pufff, vaya travesura gorda! Es el primer hombre (aparte de Samuel) que me ve el coño. O que me lo adivina, que en esa postura igual ha visto más culo que otra cosa. Volvemos donde los demás y damos la voz para que se empiece a recoger. Los críos protestan porque se lo están pasando bien, los profesores no, emiten un suspiro de alivio y se apresuran a formar los corros de cada clase, como si fueran perros dirigiendo el rebañito de ovejas.
Ese viernes, cuando llego a casa de mi tía, lo hago contenta. La excursión, el aire puro del campo y todo lo sucedido con Sergio me han puesto de buen humor. Además, este fin de semana viene Samuel a verme. Normalmente alternamos: uno voy yo, otro viene él y de vez en cuando un tercero me quedo aquí aburrida en casa de mi tía, generalmente cuando a Samuel le toca trabajar. Así que preparo una pequeña maleta porque nos vamos a una pensión que ya tenemos reservada y que conocemos de otras veces.
Al principio nos quedábamos en casa de mi tía. Pero la situación era un poquito incómoda porque las tías son un poco como las madres pero sin ser madres (que para algo son hermanas), y les produce cierto resquemor cuando te llevas a tu novio a tu habitación y cierras la puerta con pestillo. Que no te dicen que no, pero que luego te ponen mala cara como si estuvieras haciendo algo malo, cuando en realidad lo único que haces es hartarte de follar. Mi tía se quejaba de que eso no estaba bonito, sobre todo los jadeos y los ruidos que se oían. Que bien mirado, le doy la razón en la parte de que hay que llegar virgen al matrimonio aunque también es verdad que el Nuevo testamento dice eso de darle de comer al hambriento, pero no tenía razón en lo de los ruidos porque para escucharlos hay que pegar la oreja a la puerta, que nosotros éramos muy silenciosos y digo yo, que ¿para qué tenía que pegar ella la oreja? que si lo hacía es porque tendría algún interés, pero ahí no me meto ya.
En fin, que para evitar desavenencias familiares que pudieran expandirse geográficamente hasta dónde vivían mis padres y crear un conflicto indeseado para todos, llegué a la conclusión de que para un fin de semana al mes (o poco más) que le tocaba a Samuel venir, mejor nos buscábamos un hotel. Él, que en esto se maneja muy bien, estuvo mirando por internet uno que fuera baratito y apañado. Y al final tras probar en dos o tres distintos, dimos con uno que estaba muy bien. No os podéis imaginar la de parejas que había allí que tenían problemas con su tía, solo había que escuchar por el pasillo camino de la habitación los gemidos y demás emisiones acústicas de índole sexual.
Bueno pues nada, que por un lado me apetecía ver a mi novio pero por otro, también deseaba mucho estar sola para poder masturbarme, recordando cómo había estado desnuda al aire libre, apenas a unos metros de Sergio. Es lo más atrevido que he hecho nunca en mi vida y esto da de sobra juego para unas cuantas masturbaciones de las buenas.
Al final no os vais a creer lo que pasó. Nuestros encuentros desde hacía muchos meses eran placenteros pero contenidos. Tan contenidos que tras llegar al primer orgasmo ya nos aburríamos y nos echábamos a dormir, o si era temprano, salíamos a cenar o a dar una vuelta. Otras veces nos quedábamos quietos en la cama, oyendo a la pareja de la habitación de al lado que continuaba gritando todavía durante un buen rato y como golpeaban con el cabecero en la cama en la pared. Cómo se notaba que tenían poca experiencia y llevaban poco tiempo de novios, porque les costaba mucho cansarse, no como nosotros, que lo hacíamos bien a la primera y terminábamos rápido. Era un poco como una rutina, que lo haces porque mola, pero vamos, tampoco sin mucho entusiasmo.
Sin embargo, esa tarde yo todavía estaba un poco con el sinvivir que me había dejado el episodio del mediodía ¿Me había visto Sergio el coñito o no? en fin, que venía ya un poco caldeada y con mis hormonas alborotadas.
Total, que cuando nos metemos en la cama después de haber cenado algo y de haber paseado por la calle, a mí se me empiezan a pasar cosas raras por la cabeza. Que yo cuando estoy con mi Samuel, estoy con mi Samuel y estoy pendiente de lo que tengo que estar, como por ejemplo de que tenga bien puesto el condón para no llevarnos sustos y de que se corra lo más rápidamente posible para, a partir de ahí, darme placer yo y acabar también, pero lo cierto es que en ese momento la cabeza se me iba a los últimos acontecimientos.
Estaba aquí, abierta de piernas, con Samuel penetrándome, mirando hacia el techo, pero no era Samuel, ni era un colchón, ni eran las grietas y los desconchones de la pintura en el techo, ni tampoco el ruido del tráfico. En realidad estaba con la espalda tendida en un lecho de hierbas y hojas secas, viendo las nubes correr por el cielo, oyendo el rumor de un arroyo cercano y era Sergio el que me penetraba mientras lejos, muy lejos, se escuchaban los gritos de los chicos y chicas jugando. La sola imaginación de que eso hubiera pasado o pudiera pasar, el solo pensamiento de que Sergio me hubiera cogido sin dejarme subir las mallas y con mi coño todavía goteando pipí, me hubiera arrastrado a una pradera oculta, me hubiera arrancado los pantalones y me hubiera poseído allí mismo, hizo que algo se revolviera dentro de mí.
Empecé a gemir y el gemido se convirtió en jadeo; y el jadeo en grito; y pronto abrí aún más mis piernas y me engarcé a la cintura de Samuel pidiéndole más, más, más...él se quedó muy sorprendido pero continuó y entonces pasó algo muy extraño, y es que por una vez me corrí yo antes que él ¡Y menuda corrida! incluso los de al lado se callaron para escucharme. Juraría que hasta pude oír aplausos.
Luego me sentí un poco mal cuando se pasó todo, básicamente me vi a mí misma como una egoísta porque yo, nunca les había aplaudido a ellos a lo largo de todo este tiempo mientras los escuchaba tener sus propias apoteosis. Bueno y también un poco por Samuel, que se quedó algo descolocado y pensativo aunque no se atrevía a preguntarme a que había venido aquello, si él no había hecho nada más que lo de siempre.
El caso es que yo le di muchas vueltas al asunto, supongo que igual que el primer homínido cuando vio que con chispas que hacía saltar chocando piedras, de repente prendía una ramita y se formaba una buena candela.
¡Eureka! ¡Si trasladaba mis fantasías al momento en que Samuel y yo hacíamos el amor el resultado era explosivo!
Ahora bien ¿aquello era legítimo o de alguna forma yo le estaba poniendo los cuernos a mi novio? Porque una cosa es masturbarte tú a solas, pensando en otros, imaginándote cosas y otra muy distinta es que justo cuando tu novio te la está metiendo hasta lo más profundo, tengas en mente al secretario del colegio.
Como me conozco y sé que cuando le doy muchas vueltas a las cosas acabo liada y con dolor de cabeza, decido no pensar tanto y simplemente disfrutar del hallazgo. Si yo disfruto y Samuel también ¿que importaba todo lo demás?
Esa noche no pegué ojo porque estaba muy inquieta por todos estos acontecimientos y también (la verdad sea dicha), porque me apetecía follar otra vez. Quería probar, no fuera a ser que aquello simplemente constituyera la novedad y luego nada de nada. La verdad, me preocupaba un poco que solo hubiera sido una ilusión pasajera. Bueno, pues que me pegué toda la noche dando vueltas en la cama sin poder dormir y tentada estuve de irme al baño y masturbarme. Pero me aguanté las ganas y nada más despertarse Samuel, ya estaba yo como una perra en celo restregándome contra él. No cariñosamente, como solíamos hacer al despertar, sino con el camisón subido y frotando mi mata de pelo contra su muslo, a la vez que mi mano buscaba su sexo. Me encuentro que, como le suele pasar, la tiene tiesa. Siempre se levanta con una erección, al menos cuando duerme conmigo, así que me meto pues debajo de la sabana y lo masturbo a la vez que me meto el glande en la boca. Esto también es una novedad que se me acaba de ocurrir, porque siempre hago una cosa o la otra, no vaya a ser que me lie: o chupo o le hago una paja.
Pero esta vez no, en esta ocasión me arriesgo a simultanear y por un momento temo que se corra en mi boca, aunque luego está posibilidad me hace sentirme extrañamente excitada. Como si lo quisiera y lo temiera a la vez.
El tema es que paro, le coloco yo misma el condón, que ya sé que es una usurpación de sus funciones por que lo hace él casi siempre, pero es que el autobús viene con prisas y yo no estoy para esperas. Me subo y lo cabalgo. Me acuerdo de cuando lo hacíamos en el coche, que era muy incómodo y un coñazo pero ¡vaya cómo eran nuestros primeros polvos! tenían ese no sé qué de excitante y de nuevo.
Pero pasados unos segundos, ya no es a Samuel quién veo, si no a Sergio en mi coche y en el aparcamiento, los dos follando, conmigo encima dirigiendo su batuta. Por cierto ¿cómo la tendrá? me imagino qué es como la de Samuel pero más gorda, que ocupa más espacio en mi vagina, que me llena más.
Ese simple pensamiento hace que lo folle con más dureza y determinación, dando unos sentones que resuenan por toda la habitación. Samuel se corre casi al instante, pero yo no me bajo, sigo, me llevo la mano a mi vulva y me restriego furiosamente hasta alcanzar el orgasmo.
Me quedo allí subida, empalada, sudorosa y jadeante. El pelo se me pega a la cara y temo quitármelo, porque no quiero mirar directamente a los ojos de mi novio. Temo que descubra mis pensamientos y no los entienda bien. Tal vez debería explicárselo yo. Eso sería lo mejor. Pero entonces, cuando aparto mi cabello y establezco contacto visual, me doy cuenta que sonríe con los ojos cerrados.
Me recreo durante un momento en su cara mientras muevo lentamente mi pelvis y siento su verga aún dura. A pesar de haberse corrido no se le baja la erección. Sea lo que sea lo que piensa de lo que acaba de suceder, es mejor que cualquier cosa que yo le pueda contar, así que me callo.