Fantasías sexuales de las españolas: Idoia II

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Idoia entra en la habitación y allí están reunidos todos los que no le toca patio ese día. La media de edad es superior a los 55 años, incluidas dos religiosas que aún ejercen. Joven como ella, ahora mismo solo está en plantilla Sergio, el secretario, que es el que hace funciones de administrativo. Es un chico alto y desgarbado pero bien parecido. Al principio no le llamaba para nada la atención, pero con el tiempo, su actitud hacia él ha cambiado. A ver, es que es el único de su edad y como ella no se relaciona mucho fuera del trabajo, es el único joven con el que puede interactuar. Y a la hora de masturbarse también es la única referencia real a menos que se invente un personaje. A menudo solo se masturba pensando en Samuel y en las cosas que hacen juntos. O en las que podían hacer algún día y que todavía no han hecho. Tocarse pensando en otro lo consideraba casi una infidelidad, pero quince años de novios ya dan para que una se aburra y al final no le ha quedado más remedio que ampliar su horizonte de fantasías. Así que de vez en cuando, piensa que Sergio la mira con buenos ojos y que en realidad está loco por ella y le confiesa su amor. A pesar de estar casado, la desea y no para de darle muestras de cariño.

Como ahora, que la ha visto entrar y le pone una sonrisa boba que reserva solo para ella. O al menos eso piensa Idoia. Lleva tanto tiempo construyendo su ilusión que a veces mezcla un poquito lo que ella se imagina con lo que realmente pasa. El caso es que parecen estar conectados, quizás por la edad y porque dentro de lo que hay, son los pipiolos del convento, que diría su madre.

A Idoia, solo le ha pasado algo parecido con un compañero de facultad que al final coincidieron haciendo las prácticas. Otro chico guapo y joven con el que iba y venía al colegio que le había tocado en suerte. Allí se veían en los recreos y en los desayunos donde se buscaban y charlaban animadamente de todo, lo cual no deja de ser extraño porque ella no es de las que hablan con desconocidos, al menos de forma animada. La verdad es que Juan Carlos era una perita en dulce. Derrochaba juventud a raudales, entusiasmo y vocación y a Idoia le parecía muy guapo y elegante para ser tan joven. Tanto, que tuvo que hacerse varias pajas pensando en él. Quizás estaba un poquito obsesionada pero, a ver, una chica tan joven y tantos días sin ver a su novio... Juan Carlos era todo un caballero de los que te ceden el paso y de los que son capaces de cogerte en brazos para evitar que pises un charco. Así, literalmente. Que un día lo hizo: Idoia todavía se estremece al recordar el sofoco que le subió, con el brazo colgando de su cuello y sintiendo los suyos alrededor de su cintura y por debajo de sus rodillas, apretándola contra él. Se puso tan colorada que fue incapaz de articular palabra durante un buen rato. Y al llegar a casa de su tía, al ir a cambiarse, notó sorprendida que tenía las braguitas mojadas y eso que ni siquiera se había rozado ni tocado, que ella no es de las que se mojan fácil.

Esa noche cayeron al menos tres éxtasis seguidos, suficiente para que hasta ella misma se impusiera una penitencia más severa de lo habitual y agregara otro Padrenuestro extra al Ave María de rigor.

De todas las fantasías que ha tenido con Juan Carlos la que más la pone es pensar que está en el altar esperando a su novio y de repente el que aparece es él, en vez de Samuel, lo cual es un contrasentido porque son los novios los que esperan a la novia y no al revés. Pero claro su fantasía es así y lo que tienen las fantasías es que si ya te han salido bien, no puedes deshacerlas para volver a reconstruirlas según la lógica, porque entonces ya no es lo mismo, pierden su encanto. Así que renuncia a cogerle el hilo al tema y lo deja estar: es ella la que espera el novio y punto. El que se presenta es Juan Carlos y punto.

Idoia está radiante, guapísima, se ha quedado todavía más delgada de lo que está, casi en los huesos y eso hace que sus tetas resalten, afortunadamente, porque ella no tiene mucho pecho.

En la noche de bodas las dos han bebido y están un poco piripis, pero eso es bueno porque así ninguno se pregunta cómo es que se ha casado con Juan Carlos y no con Samuel. Ella se quita el vestido de novia y se queda en medias, con liguero y lencería blanca. Está de pie frente a la cama y Juan Carlos, la mira con ojos de deseo mientras ella espera obediente a que la llame al lecho. Tarda una eternidad pero al final le dice:

  • Ven.

Ella intenta moverse pero está paralizada, las piernas no le responden.

  • Quítate la ropa. Toda.

Entonces consigue reaccionar, eso sí, con torpeza, intentando deshacerse de sus braguitas sin tropezar y caerse y también quitarse las medias sin perder el equilibrio. Aquella inocente impericia la hace aún más adorable a los ojos de su inesperado esposo.

Llega a la cama y tiembla, no tiene muy claro si de deseo o temor ¿son incompatibles acaso? Mientras Juan Carlos la tumba y la abre de piernas con mucha delicadeza. Está muy mojada, más aun que el día que la tomó en brazos. Él se desnuda e Idoia puede ver una verga erecta desde su posición, que cabecea como señalándola. Se tumba encima de ella y la nota entrar, como un dedo en la mantequilla caliente. No siente molestias, ni remordimientos, solo placer, un gusto que va en aumento. Sus pubis se frotan con cada empellón del chico, su cara guapa se deforma un poco con el placer que siente, un rizo negro sobre su frente sudada y un beso al final, intenso y desesperado cuando los dos se corren al unísono.

Esa es una de sus fantasías favoritas de las que echa mano en más ocasiones. Con el tiempo va mutando en los detalles y circunstancias, a veces de forma un tanto rara. Por ejemplo, últimamente hay algo que la excita mucho y es que cuando Juan Carlos se desnuda, resulta que su polla es negra y gruesa, como si se la hubiera intercambiado con el otro chico negro con el que también fantasea (véase el tema anterior con su amiga y los erasmus).  Y también las últimas veces, cuando se quedan rendidos después del orgasmo y despierta por la mañana, el que aparece a su lado es Samuel, como si ese detalle la reconciliara de su infidelidad onírica. Igual que cuando follas con tu pareja pero te imaginas que estas con otro y al terminar, te quedas tranquila al ver que todo está bien y en su lugar, fuera de locuras.

En fin, que como se lo contaban todo no pudo evitar hablarle de su nuevo compañero a Samuel, que sorprendentemente no se lo tomó nada bien. Y eso que ella omitió el detalle de las braguitas mojadas y el de las pajas nocturnas. Así que a partir de entonces le cuenta poco sobre sus fantasías, de hecho, ha decidido no contarle nada de Sergio porque la otra vez con lo de Juan Carlos estuvo de morros varios meses, incluso después de las prácticas, cuando ella se le escapaba algún suspiro recordándolo.

Volviendo a Sergio: ahí la cosa es diferente, no es tan perfecto ni tan guapo. Ha tenido que ir construyendo su fantasía piedrita a piedrita. Con el otro era más fácil porque venía el pack completo.

Bueno dejemos a un lado la voz en off y retomo, que para eso soy la protagonista.

Le devuelvo la sonrisa a Sergio con un poco de retraso. Y él agacha la cabeza, contento. Parece un perrillo satisfecho porque ha recibido la caricia que estaba esperando. No lo hago queriendo, es que cuando lo veo, me pongo a pensar en mis cosas… bueno, en realidad son nuestras cosas pero él no lo sabe (o no sé si lo sabe), y se me va el santo al cielo y tardo en devolverle el gesto. Es como un pequeño ritual y también como una especie de código que tenemos entre nosotros, que nos comunicamos sin palabras, sin decirnos lo que realmente pasa por nuestras cabezas porque seguramente eso sería muy perturbador y no queremos estar incómodos. Todo esto hace que nuestra relación sea especial aunque no declarada. Siempre hemos tenido muy buena sintonía. Bueno, siempre no. El año pasado hubo un trimestre que no. Por culpa de Amalia.

Mira, es solo acordarme y ya me está sabiendo el café un poco amargo ¡Hay que ver la Amalia, vaya fin de curso que nos dio! Vino a sustituir a doña Rocío que se puso mala con una baja de esas de larga duración.  La chica venía muy bien recomendada. Era venezolana, o mitad venezolana, porque su padre era español. Una chica de mi edad dulcísima y muy guapita, con una cara de niña que la hacía parecer más joven aún. Dos ojos redondos grandes y oscuros, lo que sumado al tono de su piel color canela, la hacía parecer un peluchito. Parecía tan joven y tan indefensa que rápidamente se ganó el cariño y la confianza de todos.

Era muy inexperta a pesar de que llevaba ya tiempo haciendo sustituciones, lo que debió hacerme sospechar al principio, lo que pasa es que como una va sin maldad ninguna, pues no se da cuenta del peligro. En apenas una semana se había ganado todo el mundo, empezando por mí misma. Yo trataba de enseñarle y de protegerla. Rápidamente nos hicimos íntimas y nos lo contamos todo. Yo, a veces, como la veía un poco agobiada le hacia los turnos de patio mientras ella descansaba tomándose una infusión y charlando con el resto de profesores y también con Sergio. También le echaba una mano corrigiendo exámenes, haciendo las fichas de los chicos y preparando las evaluaciones. Le costaba mucho a la pobre así que al final acababa yo haciendo mi trabajo y el suyo, pero no me importaba, parecía que por fin tenía una buena amiga.

El problema era precisamente ese, que era muy espléndida regalando su amistad a todo el mundo, que tampoco hay que ser tan generosa y tan desprendida. De cada uno obtenía lo que le interesaba e incluso, se plantearon seriamente la posibilidad de darle plaza fija y eso que no llevaba ni un mes. A mí me costó cinco años conseguirla.

Como yo era su amiga íntima, fui la que primero empezó a sospechar que no todo era trigo limpio en Amalia. De trabajar no sabía demasiado, pero de hombres y cómo manejarlos, mucho. Me sorprendió ver cómo le tenía hecha una radiografía a cada uno de los que nos rodeaban, jóvenes, viejos... Todos, hasta el chico que traía los suministros. Yo apenas hablaba con él pero ella, en nada de tiempo, ya se enteró que tenía una novia, que habían estado a punto de casarse pero que habían discutido, que ahora se estaban dando un tiempo para pensarlo y también que el chico no lo tenía nada claro. Que la novia debía ser un poco boba: un muchacho tan majo y tan bien dotado no se deja escapar así como sí.

Yo tarde en darme cuenta del detalle, pero al final caí en preguntarle que como sabía ella que estaba bien dotado y además era circunciso. Me comentó que por la forma que le hacía el paquete en los vaqueros. Que de ahí se pueden adivinar muchas cosas como grosor, tamaño, si tiene prepucio…

  • Pero ¿cuándo lo has visto tú en vaqueros le pregunté?

  • Bueno, es que me ha invitado un par de veces al cine.

Y lo decía con esa carita de inocente, pero los ojos se oscurecían un poco más y se le ponía una mirada como de gata, que a los demás engañaba pero que a mí no, yo ya me di cuenta que ni tan inocente ni tan tonta.

Pero lo que peor me sentó fue que estropeara nuestra relación especial. No la suya y la mía, si no la que yo tenía con Sergio. No voy a decir que fuera ligerita de ropa, porque en un colegio concertado religioso no se lo hubieran permitido, pero había gestos que hacía, palabras que decía y miradas que lanzaba que me confundían al bueno de Sergio.

Por primera vez, él estaba más pendiente de otra que de mí. Y ella se permitía muchas familiaridades, como ponerle la mano en su brazo cuando él hablaba, decirle cosas al oído con sus labios rozando la oreja (casi como si le estuviera dando un beso), estableciendo contacto con sus cuerpos cuando se acercaba a su mesa a ver que hacía o lo que estaba escribiendo en el ordenador, que curiosa era un rato…El Pobre Sergio estaba descolocado y un poco confundido.

En fin, que yo, como creía que éramos muy buenas amigas, trate de hablar con ella y hacerle ver como tenía que comportarse para que las cosas le fueran bien en el colegio, pero para mi sorpresa no hizo ningún caso ni propósito de enmienda. Es más, hubiese jurado que se reía por lo bajo.

  • No te rías.

  • No me río

  • Sí, sí te estás riendo de mí.

  • Que no, tonta, que son imaginaciones tuyas.

  • Pues lo serán pero haz el favor de no reírte.

  • Vale, vale.

Y desde entonces ya no fuimos más amigas, porque me di cuenta que varios de los pecados capitales habitaban en aquel cuerpecito pequeño pero hermoso, aunque me parece me fui la única en ese momento en apercibirme de tal cosa.

Cuando llegó el fin de curso no le renovaron porque doña Rocío, después de las vacaciones ya vino curada y a la siguiente oportunidad que hizo falta alguien, resulta que cuando la avisaron ya estaba trabajando en un instituto, muy bien recomendada, que hasta me contaron que se había hecho la mano derecha del director.

En fin, después de todo me alegro por ella y por nosotros, porque estamos más a gusto sin Amalia. Si tuviera que valorarla tendría que contar hasta veinte y morderme varias veces la lengua. Porque no soy de decir palabrotas y a mí me han educado muy bien, pero es que me cagaba en la puta madre que la parió, menuda zorra cabrona.

Bueno eso es lo que me pide el cuerpo decir, aunque no lo voy a decir porque en realidad yo no guardo rencor a nadie. Pero es que me dolió mucho que durante tres meses estuvo atontado al pobre de Sergio, a mí haciendo su trabajo y luego, encima, resulta que yo le había contado todas mis intimidades. Lo que más me molestaba era que se riera pero en fin, volviendo a hoy, las cosas ya son normales.

Las dos monjitas que no hacen turnos de patio porque ya están muy mayores pero siguen dando clase de religión y de música, dormitando en una esquina de la sala de profesores, en sus respectivos sofás; el director acelerado porque la semana que viene tenemos inspección y no las tiene todas consigo; la mayoría de los profesores y profesoras mirando el reloj y pensando (como todos), en qué rápido se pasa el recreo y que todavía nos quedan otras tres horas hasta que toque el timbre, y una hora más por la tarde después de comer, con las extraescolares; la profesora de inglés pegada a la ventana mirando al infinito, seguramente pensando (aunque no lo dice) en la última oportunidad que tuvo para echarse novio, hace casi veinte años, que desaprovechó por considerarlo poca cosa para ella y ahora parece darse cuenta que mejor poca cosa que una cama vacía; y Sergio, que me mira feliz porque yo he vuelto a dirigirle la palabra después de haberlo castigado el primer mes de curso, fustigándolo con el látigo de mi indiferencia.

Que eso de fustigar es en sentido figurado y metafórico, claro, pero que algunas veces me imagino a mí entrando en su despachito, cerrando la puerta y dándole una buena torta por casquivano y estúpido al dejarse influenciar por una tipa como Amelia. Él me mira sorprendido pero no dice nada, solo baja los ojos y se mira los zapatos como pidiéndome perdón.

Aquello me pone mucho y decido perdonarlo. Estamos solos en el colegio, no hay nadie más porque ya es tarde y ese día por distintas circunstancias se ha ido hasta el director. Entonces, una vez que lo perdono, se me pasa totalmente el enfado y ya solo queda esa excitación que me provoca el haberle golpeado y humillado. Como no quiero hacerlo sentir mal durante un segundo más, lo siguiente es una caricia en el pelo. Entonces, alza la cabeza y mira, se levanta y me coge por la cintura y luego acerca sus labios a los míos para darme un beso. Yo, primero se lo doy por no decepcionarlo, pero luego le vuelvo a cruzar la cara. Eso sí, sin apartarme y manteniendo el contacto de nuestros dos vientres juntos.

Él parece un poco confundido, sin saber muy bien que hacer. Es que hay que ver que torpes son los hombres, incluso cuando estás fantaseando con ellos. Entonces yo meto las manos debajo mi falda y me saco las braguitas. De un manotazo tiro suelo el teclado y todos los papeles que tiene encima de la mesa para hacerme sitio. Me tumbo y me abro de piernas como si estuviera en el ginecólogo. La falda queda por encima de mi vientre y yo no escondo nada, estoy totalmente expuesta.

  • Con la boca: házmelo con la boca - le ordeno.

Sergio bucea entre mis muslos. Siento su aliento recorrer las paredes interiores hasta que se concentra en mi clítoris. Espero ansiosa la llegada de su lengua y mi coño se hincha al contacto. Lo hace bien, por lo cual supongo que tendrá práctica: seguro que en casa lo hace también Habrá practicado sin duda con su esposa. Lo cojo del pelo y tiro un momento hacia atrás para que pare.

  • ¿Cuál te gusta más: el mío o el de tu mujer? - le pregunto

  • ¿Qué coño está más rico? – le insisto.

  • El tuyo - responde sin dudar, lo cual hace que casi me corra.

Intenta continuar y yo le doy otro sopapo, esta vez en la oreja. Se enfada y tira de mí hasta ponerme de pie, me da la vuelta y me sube la falda mientras me empuja contra la mesa. Me quedo ahí tirada con el culo en pompa y tocando el suelo con la punta de los pies, mientras oigo como se baja la cremallera. Segundos después noto su verga buscar entre mis nalgas la entrada a mi coñito.

Por fin parece que ha reaccionado. Estoy muy mojada y siento que me la mete del tirón dilatándome la vagina. No sé si es grande o pequeña porque no se la he visto nunca y yo no sé calcular como hacía Amalia, pero me noto muy llena. Sergio embiste ciegamente, sin detenerse y por un momento me preocupo pensando que me va a llenar de semen y posiblemente me pueda preñar, pero eso, por algún motivo deja de preocuparme y me provoca más placer, quizás porque como es mi fantasía, sé que nada va a salir mal.

Meto como puedo la mano entre las piernas, llego a mi pubis y me toco el clítoris que está hinchado y duro, mientras él sigue bombeando hasta que se corre con un alarido. Sus dedos se aferran a mis nalgas y su verga escupe leche caliente mientras yo llego también al clímax. Cuando se retira me deja allí tumbada, con las piernas colgando y el esperma resbalando fuera de mi vagina, en gruesos goterones que van mojando mis muslos y cayendo sobre el suelo.

  • Idoia ¿vemos lo de las encuestas?

  • ¿Qué?

  • Que si vemos lo de las encuestas, que lo tengo ya mecanizado solo para que me digas si está bien antes de imprimirlas.

Uff, tengo que dejar de fantasear: otra vez me ha pillado descolocada.

Sergio me mira sin entender muy bien lo que me pasa. Pobrecito, si supiera lo que hasta hace un momento estaba imaginando…

  • Sí, claro -  respondo y lo sigo por el pasillo hasta su despacho.

Me siento muy rara pero a la vez muy conectada con él hoy. Me acuerdo de Amalia y como se comportaba ella: ahora entiendo un poco más por qué conseguía tenerlos a todos pendientes. Sergio se sienta en su mesa, toca una tecla y despliega un formulario que ha escrito en Word para que las niñas marquen una serie de cuestiones.

  • ¿Te parece bien como queda así?

Yo hago como que me fijo pero en realidad no veo nada. Supongo que debe haber incorporado todas las cosas que le dije pero mi mente está todavía en la fantasía que acabo de soñar. Me ha follado encima de esa mesa y ahora resulta que lo tengo a dos centímetros de mí, que lo puedo oler, que casi lo puedo tocar…Y ¿por qué no?

Aprovechando que él no me mira, me desabrocho un botón más del vestido y me pego contra su hombro, que queda casi a la altura de mi pubis. Puedo sentirlo estremecerse. Es la primera vez en todos estos años que tenemos un contacto físico tan evidente. Yo también noto como mil hormigas recorren mi cuerpo. Mantengo el contacto unos segundos más mientras hago como que leo y luego me separo.

  • Así está bien Sergio, muchas gracias, sácame una copia y vemos cómo queda impreso.

Lo oigo tragar saliva y le cuesta volver a mover el brazo derecho. Está como tonto, como si no encontrara el botón de imprimir en la aplicación. Se ha quedado del todo descolocado por lo que acabo de hacer, lo que me provoca un cierto gustito que hasta ahora nunca había sentido y es nuevo para mí.

Imprime la copia que yo recojo de la impresora. La pongo sobre la mesa y me agacho para leerla. Mis pechos quedan frente a él: no son muy grandes y con el sujetador conteniéndolos abultan poco, pero al menos puede ver el canalillo.

  • Ha quedado muy bien Sergio ¿me sacas veintisiete copias?

  • Sí claro, ahora mismo te las llevo a clase.

  • Muy bien, gracias.

Salgo aparentando seguridad pero me tiemblan las piernas mientras camino por el pasillo. De repente me he puesto muy nerviosa y la vejiga me pide que desagüe. Entro al aseo de profesoras y me siento sobre la taza. Orino ininterrumpidamente durante bastante segundos y cuando me limpio con papel higiénico, percibo que hay rastros también de flujo. Me fijo en las braguitas y veo que están húmedas.

Por un momento me apetece masturbarme allí mismo pero las niñas ya deben estar entrando a clase, así que salgo disparada. Cuando llego ya están todas sentadas. A los pocos segundos entra Sergio y me deja sobre la mesa las fotocopias, apenas se atreve a mirarme.

Cuando está llegando a la puerta lo llamo:

  • Sergio, que muchas gracias por el trabajo.

El vuelve la cabeza y ahora sí, me sonríe.

  • De nada, Idoia.

Esa noche, después de cenar, Idoia se va temprano su habitación. Tumbada en la cama todavía se sorprende de su atrevimiento. Se recoge el camisón para estar más cómoda y se tapa con una fina sábana, no vaya a ser que a su tía le dé por entrar. Luego, sus dedos se desplazan a su entrepierna y juguetones se entrelazan, haciendo círculos con el vello púbico. Mientras rememora los sucesos del día, algunos imaginados y otros reales, vuelve a construir la fantasía desde el momento en que la dejó en el aseo de profesoras.

El contacto con Sergio esta vez ha sido real, aunque muy leve y corto ha podido sentir la dureza de su cuerpo y de nuevo un temblor la recorre. Ahora dispone de tiempo y de intimidad. Sus dedos, sin prisa pero sin pausa, recorren su vulva mientras reconstruye la escena de ella tirada encima de la mesa, viendo al secretario bebiéndose su néctar, para después darle la vuelta y empitonarla con fiereza desde atrás.

Cuando llega la parte en que él eyacula, está tan mojada que parece que de verdad la han inseminado con un buen chorro de semen. Idoia se corre con un par de dedos dentro mientras presiona con el pulgar de la otra mano su clítoris. Mueve los pies y da varias patadas mientras se muerde un labio para evitar gritar. Es la mejor paja que se ha hecho en mucho tiempo. Cuando termina, su cuerpo se relaja bruscamente abandonando la tensión que lo invade y se queda desmadejada y religada con la ropa de cama. El camisón está empapado de sudor. Se destapa y se duerme abrazada a la almohada ¡Como le gustaría estar ya casada y no dormir nunca más sola!