Fantasías sexuales de las españolas: Icíar VI

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

A la mañana siguiente, Itziar, observa a Antonio dentro del coche.

  • ¿Que qué tal? - le empuja a definirse sobre lo que acaba de suceder.

Hace tan solo unos instantes han dejado a Gloria en su casa después de desayunar juntos. Ahora tocan tareas más prosaicas cómo ir a comprar al Mercadona, su rutina del sábado por la mañana. Pero antes, Icíar quiere disipar dudas y aclarar cosas, como por ejemplo, que opina Antonio de todo lo que han vivido esa noche y sobre todo si está dispuesto a repetir.

  • Bueno, bien - responde él casi evitando su mirada.

  • ¿Bien de circunstancias o bien, bien? A mí me ha parecido que bien, bien. Yo creo que lo has disfrutado.

A su novio parece que le cuesta reconocerlo pero no le queda más remedio, sería absurdo negar que esa noche se lo ha pasado bomba, al menos en el aspecto sexual.

  • Sí, ha estado muy bien.

  • Hijo ¿por qué te cuesta tanto reconocerlo? ¿Es por la moral? ¿Todavía te parece mal lo que hemos hecho?

  • Lo hecho, hecho está.

  • Pareces el profeta de Cafarnaúm, vaya sentencias que te gastas. En fin ¿para cuándo la próxima? le tendré que decir algo a Gloria…

  • ¿No vas demasiado rápida? espérate a ver si asimilamos un poco esto.

“Mientras no se te haga bola”, piensa ella pero se abstiene de decirlo. Hay que darle espacio y tiempo, su chico es de digestión lenta.

A pesar de todo, la siguiente cita no tardó mucho en llegar. Y así van encadenando hasta diez encuentros. Ha habido días más intensos y días más tranquilos, desde luego, como la emoción y el subidón del primer encuentro ninguno, pero el balance que hace Icíar es positivo. Mucho sexo, mucho morbo y buena conexión entre los tres.

Gloria parece que ha despejado las dudas acerca de su lesbianismo. Como mucho, se siente bisexual, pero tras las primeras ambigüedades con ella, parece que se ha decidido más por el sexo convencional heterosexual. No renuncian a los jueguecitos juntas, porque eso forma parte del circo que montan para animar Antonio y animarse ellas, y tienen que admitir, que en las dosis justas les resulta excitante. Pero el sexo con Antonio de una y otra es el fin último y la guinda del pastel.

Icíar se siente cómoda porque temía que una deriva mayor de Gloria hacia la homosexualidad les cortara el rollo o creara alguna situación complicada, así que da por bueno el ver como su nueva amiga se lo pasa bien con su novio y deja las caricias entre chicas solo como complemento. Pero es precisamente su novio Antonio el que pone la nota discordante. En los tres o cuatro últimos encuentros se muestra remiso a quedar y es ella la que tiene que empujarle. Parece que hayan vuelto al inicio.

  • Esto está yendo un poco lejos ya ¿no te parece? - le dice cuando ella le recrimina su renuencia a nuevos encuentros. Icíar no lo entiende porque luego, cuando están los tres juntos, se lo pasan bien y él no parece encontrarse a disgusto. Y así se lo dice pero las excusas que pone no acaba de comprenderlas: “Que si esto era solo un juego”, “que si tenía que haber sido una cosa puntual”, “que al final iban van a acabar adoptando a Gloria”, “que aquello ya no era una pareja sino que se estaba convirtiendo en un trío”…

  • Pero ¿cuál es el problema si solo quedamos para follar? Ella no forma parte de nuestra vida de pareja.

  • Yo creo que ya está bien, Icíar, ha sido un juego divertido pero deberíamos ponerle fin.

Ella no entiende a que vienen ahora esos reparos si estaban disfrutando. Cuando todo parecía que iba genial, su chico empieza a mostrarse cada vez más inquieto, tanto que la última vez que quedan se produce una situación un poco incómoda entre los tres, con un Antonio un poco tirante y molesto, sin que se sepa muy bien por qué, una Icíar un poco desconcertada y Gloria expectante ante una pareja que por primera vez, parece estar desunida en su intenciones.

Cuando dejan a la chica en su casa, comienza la discusión en el coche, con Antonio enfadado porque él era reacio a quedar de nuevo e Icíar también enfadada, porque no entiende a qué viene todo esto a estas alturas. Y su novio que no sabe explicarse más allá de que aquello no está bien y de que ya han hecho la prueba, pero mantener el contacto tantas veces como la misma persona no es correcto.

  • ¿Por qué no es correcto?

  • Porque no es lo que habíamos hablado, dijimos de probar pero no de establecer un trío fijo.

  • Pues si ese el problema busquemos otra chica…

  • Creo que mejor deberíamos dejarlo estar ¿No es ya suficiente?

Icíar no entiende a qué se debe el cambio de humor de su novio cuando todo parecía ir tan bien. Lo achaca a que una vez pasada la euforia inicial, su moral y sus reparos han vuelto a aflorar. Una vez han normalizado el trío él vuelve a sentirse incómodo con la situación. Un paso atrás en una situación que creía ya superada a base de mucho placer y buenos y excitantes polvos a tres. Eso, sumado al morbo que les impulsaba a follar como locos cuando están solos el resto de la semana. El recuerdo del encuentro con Gloria y la expectación de la próxima cita sobrevolaban sus relaciones íntimas, dándoles un plus de placer.

Todo parecía ir bien pero, en cualquier caso, Antonio parece tan decidido y se muestra tan tajante que Icíar decide no forzar la situación. Habrá que dejar pasar un tiempo. A lo mejor más adelante pueden retomar, bien sea con Gloria o con otra chica distinta. De momento que le quiten lo bailado y vamos a dejar que Antonio se tranquilice.

Con bastante mala gana llama a Gloria y le informa de que han decidido cortar sus encuentros. La chica se muestra un poco desconcertada pero no se enfada ni hace preguntas, parece respetar la decisión.

A partir de ahí vuelven a la normalidad anterior. Un sentimiento de desencuentro preside sus encuentros sexuales desde entonces. Algo no acaba de funcionar por mucho que ella se esfuerza. Antonio niega que exista cualquier problema, dice que está satisfecho por haber superado esa etapa y que están los dos mejor solos, pero ella lo conoce bien y sabe que hay alguna inquietud que ronda su cabeza, aunque no consigue que se sincere.

Decide darle tiempo y parece que al cabo de un par de semanas su carácter se suaviza. La convivencia se normaliza después de tanto altibajo. A Icíar le queda el regusto amargo de que en la cama el sexo vuelve a ser convencional, a veces, piensa que incluso de puro trámite. Su novio parece haberse quedado tocado y no entiende muy bien el porqué.

Hasta esta tarde.

  • ¡Maldita sea mi estampa! – se dice. Y (efectivamente), el cuadro que presenta no es muy alentador: sentada en una parada de autobús mientras la lluvia le salpica los zapatos, ya mojados, y las luces de los coches que cruzan iluminan su figura desolada y patética.

Ahora está empezando a comprenderlo todo. Hace apenas media hora su vida ha dado un vuelco. Casualidades del azar. Hoy, a la salida del trabajo, en vez de acudir al gimnasio ha decidido pasar por el centro comercial y comprarse su perfume favorito, que hacía tiempo que tenía ya agotado. Esta tarde estaba de buen humor y pensaba también comprar algo de lencería. Recordó que Gloria le había comentado de una tienda de Intimissimi en el centro comercial donde ella trabajaba, que era outlet y tenían muchas ofertas. Así que allí se encaminó dispuesta a hacer un doblete de perfumería y moda íntima. Era hora de ir reconquistando a su chico, de espabilarlo. Llevaban tres o cuatro días sin hacer el amor y decidió que esa noche le iba a dar movimiento. Algo especial, algo distinto para sacudirle el alergatamiento. En el suelo, en dos bolsas de cartón húmedas por la lluvia, están la combinación de braguitas y sostén de seda y el bote de Carolina Herrera.

Pero la sorpresa se la ha llevado ella al salir de la tienda. En el pasillo, una muchedumbre de gente recorre los escaparates de las distintas franquicias. Entre todo el mundo, una pareja que le resulta familiar, andando unos metros por delante de ella. Cosas del destino. Icíar está en un sitio donde no debería encontrarse a esa hora ¿qué posibilidades hay de coincidir en un centro comercial en la otra punta de la ciudad y entre tanta gente? Pues el destino parece que quiere que abra los ojos porque la posibilidad, aunque remota, se cumple.

Una rubia con el pelo recogido, con un vestido de mono completo, con andares y figura que le resultan muy familiares y de su brazo, otra persona que no es que le resulte familiar, sino que la reconoce al momento ¡Como no reconocer a su Antonio que camina del brazo de Gloria!

Por un segundo, tonta de ella, se alegra. Su primer impulso es de satisfacción al ver que parece su chico ha reconsiderado el tema del trío, pero eso apenas dura unos instantes, hasta que la lógica le dice que es sumamente extraño que se hayan encontrado fortuitamente en aquel lugar. La familiaridad con la que andan y la complicidad de sus gestos, parecen apuntar en una dirección que no le gusta nada a Icíar, a la que se le va descomponiendo el gesto.

Ella continúa andando como un autómata detrás, sin poder apartar la vista hasta que los ve detenerse junto a uno de los ascensores que bajan a los aparcamientos. Allí, mientras esperan, les ve besarse. Un beso muy distinto de tantos que se dieron mientras participaban en su juego a tres. Un beso desprovisto de lujuria, de morbo y por tanto tan doloroso como una puñalada por lo que significa, por los otros sentimientos que refleja, sentimientos que no deberían estar ahí. Intrusos que le nublan la razón y le corroen el pecho.

Ella quiere reaccionar, intenta gritar sus nombres, pero solo un una especie de rugido sale de su garganta. Es incapaz de articular los sonidos, su voz no le responde. Desesperada, echa a correr hacia ellos. Tiene que alcanzarlos; debe detenerlos; debe separarlos; echarles en cara lo que está viendo; exigirles explicaciones; devolver las aguas a su cauce, restaurar el orden… Es su primer reflejo, aunque si pudiera pensar con tranquilidad, sabría que eso ya no es posible.

Les ve desaparecer en el ascensor agarrados de la cintura, y este, cierra las puertas mucho antes de que ella pueda darles alcance. Intenta desesperada llamar a otro elevador. En su desesperación no se fija en que planta se ha detenido: hay tres niveles de garaje. Cuando consigue subir a uno, marca la primera. Se desespera al pisarla: el parking es enorme y tiene varias salidas. Deambula como una loca inútilmente, va a ser imposible localizarlos.

De repente, una idea ilumina atribulada mente ¡Como no se le ha ocurrido antes! Saca el móvil y llama a Antonio. Varios timbrazos hasta que finalmente salta el buzón de voz. Lo vuelve a intentar un par de veces con idéntico resultado. Luego, llama al número de Gloria solo para encontrarse con que dicha numeración ha sido dada de baja.

  • Mierda, mierda - se repite. Icíar no sabe muy bien que hacer y de repente, se ve corriendo por la rampa de vehículos hasta alcanzar la salida principal. Y allí se parapeta haciendo guardia durante una interminable media hora, escrutando con atención todos los vehículos que salen.

Al final, agotada y desesperada, cruza la avenida y se sienta en la parada de autobús, la misma en la que ahora soporta un aguacero a duras penas. No sabe el tiempo que lleva allí quieta. Debería encaminarse a la parada de metro pero no lo hace. Su cabeza gira y gira entorno a la misma cuestión ¿Cómo es posible? se pregunta.

Su cerebro trata de reaccionar poniendo orden en el caos para tratar de comprender y así tratar de (al menos), aliviar el estrés. Y sorprendida, se da cuenta de que lo que acaba de ver encaja con lo sucedido las últimas semanas. Ahora todo parece a cobrar sentido.

La incomodidad de Antonio en los últimos encuentros se podía deber a que estaba empezando a sentir algo por Gloria. Quizás por eso le pidió que cesaran los encuentros a pesar de como disfrutaban los tres. No se había atrevido a decírselo, pero la estaba avisando y ella debería haberse dado cuenta. Ese era el motivo de que quisiera acabar con todo y no que le resultara moralmente reprobable lo que hacían. Pero ella estaba demasiado absorta en su fantasía y lo bien que iba todo para prestar atención. Analizaba el comportamiento de ambos durante sus sesiones de sexo y se daba cuenta de que había lujuria y.... ¿pasión? ¿Dónde acababa una y empezaba la otra? ¿Hasta dónde llegaba la segunda? ¿Era pasión a secas o había detrás sentimientos?

A la luz de lo que acaba de ver empieza a vislumbrar que era algo más que deseo y morbo. Antonio lo sentía y no fue capaz de sincerarse, pero intentó evitar que aquello sucediera. Y ella ciega. Sí, debió ser así. Su chico debió pensar que podría manejarlo, que con apartarla sería suficiente. Pero a la vista está que no. Que algo había prendido entre esos dos. Que esas semanas después de cortar con Gloria, su chico no es que estuviera de mal humor o resentido, lo que sucedía es que estaba luchando para no volver a caer, para olvidarla. Cosa que evidentemente no había sucedido: batalla perdida. Y por fin la aceptación y la subsiguiente infidelidad. Por eso se mostraba más tranquilo pero también más inapetente, más distante en la cama. Su mente y su deseo estaban en otro lugar.

Icíar está noqueada. No sabe si sentirse víctima o culpable de lo que ha sucedido. Quizás sea ambas cosas. Pasa de considerarse una estúpida por haber metido a Gloria en sus vidas a sentirse ultrajada por lo que considera una traición. Ya se imagina a su novio excusándose: “la culpa fue tuya porque insististe en esto”, “yo no quería”. O bien “la culpa no es de nadie, que culpa tengo si me enamorado de ella, estas cosas suceden sin que podamos evitarlo”.

¡Qué más da todo! lo único cierto es que aquí la única que se fastidia de los tres es ella. Les ha visto besarse y también cómo se miraban y sabe que ya lo ha perdido.

Una ráfaga de aire le provoca un escalofrío. Constata que no está vestida para estar sentada a última hora de una tarde lluviosa en una parada de autobús, en plena calle. Pero es que todavía no está lista para emprender camino a ningún sitio. Necesita llorar un rato, aliviar la presión que siente en su pecho. De la misma forma que su cerebro ha puesto orden en el caos, ahora toca ordenar los sentimientos, aunque sabe que es tarea imposible hacerlo tan pronto.

De repente, suena el teléfono: es Antonio que ahora sí le devuelve la llamada. Pero en este momento es ella la que ya no quiere cogerlo. Ahora está cansada y desecha, no se encuentra con ánimos de afrontar lo inevitable ¿Que hará? ¿Tendrá fuerzas para reprocharle a Antonio su comportamiento? ¿Cómo reaccionará él? ¿Tienen alguna oportunidad todavía como pareja? ¿Quiere ella esa oportunidad? Demasiadas preguntas sin respuesta que solo se resolverán con el inevitable cara a cara. Finalmente ante su insistencia descuelga y simplemente le dice:

  • Antonio, eres un cabrón - antes de colgarle y coger el camino del metro.

FIN