Fantasías sexuales de las españolas: Icíar I

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Icíar

Icíar mira las puertas del autobús abiertas. Mira sin ver, claro, porque ella está otra cosa, observando de piel para dentro, no de pellejo hacia fuera. Un leve toque de bocina la sorprende y entonces sí, fija la vista y puede ver al conductor que la mira interrogante.

“Vas a subir o qué” parece decirle el chófer del autobús de la línea 7, la única que pasa por aquella parada. Ella mueve la cabeza negando vehemente y la puerta se cierra, arrancando entre volutas de humo oscuro que hace que los pulmones se le encojan, reticentes a recibir aquel aire cargado.

“Pero ¿no eran ya todos los autobuses eléctricos y de gas?”, se pregunta mientras una lágrima le recorre la mejilla. Ella no está ahí para coger ningún bus, sino porque es el único sitio un poco resguardado y solitario donde poder rumiar el cabreo y también el dolor de pecho, en el que su corazón parece que late hacia atrás en vez de hacia delante, como queriendo desandar el tiempo.

  • ¡Malditas sean las fantasías y maldita sea la manía de querer convertirlas en realidad! - se dice a modo de conclusión. Si pudiera volver el tiempo atrás tres meses...Sí, aún recuerda bien aquella tarde en que ella y su novio retozaban en la cama después de una  siesta veraniega. Todavía perezosos, despertándose poco a poco. Después de una buena comida, con la tripa llena y el calor, lo único que apetecía era echar un sueño pero ahora, ya más relajados, el deseo afloraba por cada poro de su piel tras una hora de húmedo sopor, como ella pudo comprobar al pasar la mano por el vientre de su chico y, tras bajar un poco más, abarcar un pene duro y erecto.

Antonio no necesitaba más invitación, tras los besos en el cuello y el intercambio de saliva de rigor, pretendió subirse sobre ella introduciéndose entre sus muslos. Pero Icíar, como siempre traviesa y con un punto de maldad, cerró las piernas. Le ponía mucho hacer sufrir a su chico. Cuanto más alargara la cosa y más juguetona se pusiera, mejor era luego su orgasmo.

  • ¿Dónde vas tan rápido? espera un poco hombre…

  • ¿A qué tenemos que esperar?

  • Todavía no estoy lista.

  • ¿Quieres que te....? - dijo él mirando hacia abajo y proponiendo sin decirlo un repaso de lengua por las partes bajas.

  • Hoy no: me apetecen otras cosas. Cuéntame lo de tu prima.

  • ¡Otra vez! ¡Si ya te lo he contado muchas veces!

  • Es que me pone muy cachonda – ronronea ella con voz suplicante.

  • Pues no lo entiendo, la verdad.

  • Bueno, ya sabes que yo con mi primer novio, poco más que besitos y tocamientos y con el segundo ya sí que sí,  pero era muy malo follando, así que poco tengo que contar, pero si hubiera tenido una buena aventura, seguro que te pondría conocerla y que te la contara con pelos y semanas señales ¿No te gustaría?

  • ¿Por qué me iba a gustar oírte contar cómo has estado con otros?

  • No pasa nada: eso fue antes de conocerte.

  • Aun así no me hace gracia.

  • Mira que eres tonto....y soso.

  • Y tú demasiado espabilada, me parece a mí.

  • Antonio, solo intento ponerle un poquito de picante a esto.

  • No necesitamos ponerle picante ¿qué pasa? ¿Ya no te gusta?

  • Sí cariño, pero así es mejor: la carne sola está buena pero si le pones una buena salsa mejora ¿verdad? - Dijo ella haciéndose la interesante mientras le besaba en el cuello y luego le mordía la tetilla de la oreja. Eso siempre funcionaba y Antonio terminaba por abatir el pendón y rendirse. Pero en esta ocasión se hizo el difícil.

  • No me apetece volver a contarlo ahora - volvió a insistir, enfrentando la voluntad de Icíar y echándose a un lado boca arriba en la cama, con aspecto de “hasta aquí hemos llegado y no voy a dar mi brazo a torcer”.

Icíar hizo un mohín de fastidio y cruzó los brazos sobre sus pechos desnudos. La verdad es que este tipo de confidencias y de comentarios íntimos la ponía  a cien, a pesar de que Antonio tenía razón: ya había contado demasiadas veces esa historia.

Recordó como se lo había tenido que sacar insistiendo mucho: a su novio no parecía importarle comentar aventuras anteriores (a diferencia de ella alguna había tenido), pero otra cosa era entrar en detalles del asunto como Icíar pretendía. Finalmente se salió con la suya y le contó la historia de su prima, una chica que vivía en el pueblo y con la que había coincidido en algunas vacaciones cuando sus padres lo mandaban allí con sus tíos. En una de esas nació el típico amor de verano. Nada especialmente interesante, solo dos adolescentes besándose y acariciándose sin atreverse a ir mucho más allá. Aventura que corta el inicio de curso y que se enfría después de muchos meses sin verse. En la próxima ocasión que vuelve al pueblo no coinciden por estar ella de vacaciones y en los años siguientes, es Antonio el que no vuelve porque ya es demasiado mayor y tiene planes con sus amigos, además de otro noviazgo incipiente. Otros planes y otras chicas en la cabeza, más lanzadas, más descaradas, más modernas, más de ciudad, piensa entonces un novato Antonio que no sabe que la oportunidad aparece donde menos se la espera y que clasificar a grosso modo a las personas es un error. Muy de tarde en tarde (no obstante) algún contacto con su prima, solo para comprobar que aparentemente ella sigue siendo la misma chica apocada y retraída que parece haberse quedado anclada cuatro años atrás. A pesar de todo, a Antonio aún le pone y siente algo removerse en su pecho cuando está cerca de ella: quizás los rescoldos de ese primer amor que nunca se olvida.

En fin, nada del otro mundo ni tampoco una historia de esas que te hacen subir la libido, hasta que viene la sorpresa: María del Pilar que se nos casa. Que viene del pueblo a montarse una despedida de soltera a 200 kilómetros de distancia, poniendo tierra de por medio para que la diversión no tenga coto de miradas indiscretas que luego alimenten lenguas viperinas. Se presenta con tres amigas. Su novio parece ser que se ha ido a la playa con su pandilla respectiva, pero ellas han elegido interior. Parece ser que por expreso deseo de la novia.

Misma chica pero distinta mirada. Hay algo perturbador en sus ojos que lo miran ahora ya con cierto descaro, aunque su cuerpo y sus gestos mantienen la pose de chica bien, formalita. Incluso se muestra un poco contrariada cuando una de las amigas le pregunta a Antonio la dirección de un espectáculo de boys, donde propone ir mientras las demás aplauden y ella afirma que no le parece buen sitio para acudir. Antonio no tiene claro si es una pose o realmente a ella no le apetece ver carne. Al final van, por supuesto. Les recomienda un sitio cercano para cenar y luego unos bares de copas, por los que Antonio queda en pasar para tomarse la última con ellas y llevarlas al hotel.

Y allí se planta casi a las dos de la mañana para encontrarlas bailando, con chupitos en la mano y formando corro para evitar a los moscones que intentan aprovecharse. Aunque no está muy claro que alguna de las amigas no quiera, porque se lanzan pullitas e intercambian miradas con algunos chicos. La llegada de Antonio parece ser la señal para que la cosa se desmadre un poco. Lo reciben entre gritos y lo obligan a bailar en el centro, después, le pasan una copa. Una de las amigas se arrima más de la cuenta, poniéndole el escote en la cara y lanzando un mensaje inequívoco de que hay una cama que no se quiere quedar vacía esa noche.

María del Pilar lo observa con esa mirada indefinible que ya no es de adolescente ni tampoco de chica retraída. Parece retarlo a que dé el paso, a que se acerque a su amiga y se la enrolle “¿Ves qué fácil Antoñito? te lo está poniendo en bandeja ¿no quieres darte un buen revolcón esta noche?”

Pero por algún motivo al novio de Icíar no parece interesarle el ofrecimiento. El sigue pendiente de su prima. El grupo se rompe y las chicas entablan contacto con los chicos del pub pero Antonio no se separa de María del Pilar. El escolta de la novia casadera protegiéndola (¿protegiéndola o guardándola? se pregunta): tiene que evitar que la molesten o que ella haga alguna tontería, aunque no puede evitar preguntarse quién es el lobo allí…

Finalmente ella avisa a las amigas: se va para el hotel, no quiere rollos raros avisa.

  • Vosotras podéis hacer lo que queráis pero yo me caso en una semana… Coged luego un taxi y no volváis solas, que a mí me lleva Antonio. Y cuidado con quién os juntáis, no os vayáis a casa de ningún desconocido y si alguno de estos os gusta, os lo traéis al hotel, así por lo menos está la cosa controlada y estamos cerca si hay algún problema - afirma dirigiéndose a dos de sus amigas que están solteras, aunque no tiene muy claro que la que tiene novio no sea la primera en darle juerga a su coñito.

Las amigas protestan pero ella no les da opción: coge Antonio del brazo y le dice “vámonos”. Él todavía puede ver con el rabillo del ojo como alguna protesta ante la decepción, mientras que otra le da con el codo y le dije que se calle y la deje mientras le lanza una mirada… ¿de complicidad?

¿Qué está pasando allí? se pregunta mientras camina con María del Pilar del brazo hasta el coche. Conversación intrascendente mientras llegan al hotel, pero con los nervios a flor de piel. Una atmósfera densa que casi se puede cortar entre los dos ¿Está ella enfadada? ¿Por qué lo mira así? ¿Qué es lo que está sintiendo? A veces lo observa y parece como si le hiciera un mudo reproche ¿O acaso es otra cosa? Antonio está tan confuso que cuando detiene el coche en la puerta del hotel no sabe como despedirse.

Y entonces sucede. María del Pilar, con una seguridad que él quisiera para sí, le dice solo una frase.

  • Habitación 102. Voy a entrar sola. Cuando aparques, sube tú.

Y se va sin esperar respuesta.

Antonio aparca y se lo piensa un rato. Está tentado de arrancar de nuevo el coche e irse a su casa, no quiere meterse en líos ni tampoco créaselos a su prima. Durante un par de minutos lucha contra la tentación pero antes de que se dé cuenta, está fuera del coche caminando hacia el hotel. Como si fuera un reflejo desde lo más hondo de su mente, el cerebro manda la orden sin que su voluntad intervenga. Entra al vestíbulo, pasa delante de recepción donde la persona que está a cargo le echa una mirada pero ni le detiene ni le pregunta dónde va. Es un hotel grande y céntrico, allí el trasiego es continuo. Sube y toca la puerta dos veces, dos golpes secos que compiten con los latidos de su corazón.

María del Pilar abre la puerta. Se ha desmaquillado y tiene el pelo revuelto pero aun así está guapa. Tras cerrar lo invita a pasar y le señala una botella de vino y dos copas. Mientras Antonio sirve, ella entra al cuarto de baño. A los dos o tres minutos sale con el pelo recogido y un albornoz con el logotipo del hotel. Antonio le tiende la copa: parece que la mano le tiembla y más aún cuando ella deja caer el albornoz a sus pies y se muestra con un conjunto de lencería negra que destaca sobre su piel blanca, casi lechosa. El chico agradece que alargue la mano y tome la copa porque está apunto de derramarla.

María del Pilar da un trago largo, luego se acerca y le echa los brazos al cuello tras dejar el vaso sobre el mueble. Un beso húmedo y a partir de ahí todo un derroche de deseo, un atracón de carne tibia, de besos húmedos, de pieles erizadas por el contacto ajeno. O no tan ajeno, porque tienen la impresión que sus cuerpos se buscan desde hace tiempo, que nunca han dejado de hacerlo.

Antonio no sabe quién embiste a quien. El trata de tomar la iniciativa pero ella no quiere dejarse hacer, lo busca con avidez, lo besa, lo lame, araña su cuerpo, le hace daño. Los dos enredados al margen del tiempo y del sitio en que se encuentran, como si estuvieran dónde hace cuatro años, en la viña, besándose y mirándose temerosos pero a la vez excitados ante la posibilidad de dar un paso más, de pasar de las caricias a algo más serio. Ahora no hay tiempo para plantearse nada de eso: si había un momento para decir algo o para poner algún reparo ya ha quedado atrás.

Unos momentos después, él está entre sus piernas bombeando fuerte, con desesperación y ella se corre casi enseguida. El segundo orgasmo le llega también pronto, subida encima y cabalgándolo y además es compartido. Cuando María del Pilar lo siente correrse, ella se pellizca la vulva y se corre entre gemidos que van creciendo hasta que prácticamente se pone a gritar. Este orgasmo es mucho más intenso y prolongado que el anterior y la deja deshecha sobre él, que la abraza sin que ninguno de los dos piense en desacoplarse. Solo un rato más tarde, ella se echa a un lado y se pone de pie para ir al servicio. Antonio sirve otras dos copas de la botella ya más que mediada y la espera.

Se tumban juntos cuando María del pilar sale y brindan sin palabras. Se recorren con la mirada, cada uno los ojos puestos en el cuerpo del otro, alargando la mano libre para acariciarse mutuamente como si no se lo creyeran. De nuevo, el tiempo se detiene cuando se acercan y se comen la boca. Siguen sin hablar un buen rato. Ahora se oye ruido en las habitaciones contiguas. Risas y alguna que otra voz en alto, rompiendo la noche. Antonio contiene su respiración: son las amigas que acaban de llegar. Unos pasos en el pasillo y alguien toca la puerta.

  • María ¿estás durmiendo?

  • Sí - contesta ella con una sonrisa y tan rápido que nadie se cree que puedan haberla despertado, cosa que no parece importarle lo más mínimo - anda acostaos, que menuda traéis.

  • Abre, que te cuento…

  • No, ya estoy en la cama y dejad de armar follón que nos van a llamar la atención. Son las tres de la mañana.

Las amigas no insisten y Antonio vuelve a respirar, preguntándose por qué es él el que está nervioso y no María. Al cabo de un rato están otra vez enganchados, fornicando como animales y ella vuelve a gemir y a gritar sin importarle que la puedan oír. Porque en un hotel se oye todo y las amigas, a estas alturas, o están muy borrachas o tienen que saber que los dos primos están follando como locos. Después de este polvo caen los dos rendidos. Ella se duerme en un sueño fácil y profundo mientras la abraza por detrás haciendo la cucharita. Cuando Antonio se despierta ha amanecido. Está desnudo sobre la cama y tiene una nueva erección. El cuerpo está apagado pero su mente sigue soñando que le hace el amor a su prima. Ella sale de la ducha con una toalla liada y lo mira desde la puerta. Otra vez esa sonrisa, otra vez esos ojos observándolo, aunque ahora ya sabe el significado de la mirada. La toalla que cae a sus pies y la muestra desnuda. Tiene un cuerpo muy bonito, ahora con alguna rojez y algún que otro arañazo de la batalla nocturna, pero eso la hace más apetecible. María se sube a la cama y se sienta sobre sus piernas, le agarra el falo y se lo pasa por los labios vaginales iniciando una lenta masturbación contra su clítoris.

  • Vas a casarte... - susurra él. Al instante se arrepiente de haber dicho aquello. No parece ni el sitio ni el momento para sacar ese tema pero es que Antonio no entiende lo que está pasando.

Ella no se inmuta.

  • Sí, dentro de una semana ¿por?

  • No entiendo qué hacemos aquí entonces.

Ella levanta un poco el culo y sitúa la verga a la entrada de su coñito. Con cara de vicio, se restriega con el glande, bañándolo con sus jugos. Y cuando lo ha humedecido, se sienta sobre él introduciéndose el falo hasta el final.

  • ¿Lo entiendes ahora? - pregunta con una cara de vicio tras la que le cuesta reconocer a esa chica que él creía recordar. Continúa follándolo lo poco a poco, con movimientos suaves, mientras se deja caer con todo su peso encima y con una mano se pellizca un pezón.

Antonio gime, es demasiado para él, no sabe si está todavía durmiendo o despierto ¿es verdad esto? Nota un cosquilleo electrizante en los testículos que sabe que antecede a la eyaculación, sobre todo en aquellos momentos en que está muy excitado. La empuja a un lado y María lo mira con cara de disgusto, mientras se incorpora y mira en el cajón de dónde ella saco anoche los condones.

  • ¿No tienes más? – pregunta.

  • Si no hay ahí, no quedan...

Antonio resopla enfadado.

  • Joder, pues voy a tener que ir a buscar a ver si tienen abajo, en el bar del hotel - y se levanta, pero entonces, ella le corta el paso y lo besa fuerte en la boca:

  • Ven.

  • ¡Qué dices! ¿Estás loca?

  • Ven te digo - le ordena y se pone a cuatro piernas sobre la cama con el culo levantado y los muslos separados ofreciéndole su sexo - ¡Tómame ahora mismo!

Antonio vacila un instante pero de nuevo su cuerpo actúa sin esperar a su cerebro. En un momento está bombeando fuerte muy dentro de ella, tan fuerte que espera que de un momento a otro, María le pida que pare, pero no lo hace, al contrario, vuelve a gritar, a jadear. Se llegue y gira el cuello buscando su abrazo y su boca. Antonio se la deja metida y la besa mientras con el brazo le aprieta a los pechos, apretando su pubis contra las nalgas de su prima. Se comen la boca mientras ella intenta mover el culo y entonces Antonio avisa:

  • Me voy a correr.

Pero ella no se separa, al contrario, estrecha aún más el contacto, lista para recibir su descarga. La corrida es brutal y ella continúa pegada sin separarse ni un milímetro, fundiéndose con él y recibiéndolo en su interior, tratando de hacerse un solo cuerpo. Pasan los minutos así acoplados. Hasta que María, definitivamente, cae sobre la cama incapaz de mantener más tiempo la posición. Se gira abriéndose de piernas: el semen blanco chorrea y resbala por su perineo mojando la sabana. A ella no le importa.

  • Ven - le pide. A Antonio se le ha bajado un poco la erección. Esa imagen de su prima, obscenamente abierta y rezumando esperma lo vuelve loco, pero el orgasmo ha sido brutal y se ha vaciado entero, le cuesta volver a ponerse. Ella está como con fiebre, tiene la urgencia que le marca el deseo y hace desaparecer la verga en su boca apenas se acerca. La chupa como sí dependiera de ella para respirar. En unos minutos recupera totalmente la erección y María del Pilar le pide que la vuelva a follar. Así con esas palabras. Sin enmascarar lo que desea. Clara y rotunda. Él se la le introduce, entra como un dedo en mantequilla derretida en la vagina aún lubricada por el semen, del que queda una buena cantidad dentro. Le falta una semana para casarse y allí está: copulando a pelo con su primo, gritando otra vez como una loca y con sus damas de honor en las habitaciones contiguas, posiblemente oyéndola correrse por última vez con un gemido agónico y prolongado.

Unos días después Antonio asiste con sus padres a la boda. Hay momentos de embarazo cuando le presentan al novio. Trata de controlarse, maldiciendo porque él no quiere estar allí. Pero a ver cómo justifica su ausencia sin delatarse. Cuando María del Pilar pasa con el velo junto al banco donde él se encuentra, camino del altar, no lo mira pero Antonio cree que ella sabe perfectamente que está allí. Durante el convite tampoco intercambian palabra, ella se limita a darle las gracias a sus padres por venir y a él también. Antonio asiente y le da un beso en la mejilla que ella le pone.

No le salen las palabras, no es capaz de felicitarla.

Es luego, durante la celebración en la discoteca del salón de bodas, con todos ya un poco borrachos y los mayores habiéndose retirado a las casas o al hostal, cuando una de las damas de honor se dirige a él y le pregunta si no va a sacar a bailar a la novia. Él no sabe que contestar y también ignora qué es lo que saben sus amigas. Es entonces cuando María del Pilar parece adivinar lo que está pasando. Se le acerca y tira de él hacia la pista de baile aprovechando la tercera canción lenta que ponen y el bajón del novio, que ha tomado ya demasiado alcohol para seguir dando vueltas en la pista.

  • Quiero bailar con mi primo - informa a su ya marido - es el único de los chicos que hay aquí que todavía no me ha sacado.

Antonio está cortado: la situación no acaba de gustarle y sin embargo allí está dejándose mecer al ritmo de la música y llamándose a sí mismo gilipollas una vez más, por no haber puesto tierra de por medio en todas las ocasiones que ha tenido a lo largo del día de desaparecer. A esas alturas ya quedan pocos y cada uno a su rollo, no es el primero al que la novia le concede un baile y pocos se fijan en ellos, si acaso sus amigas que echan una mirada de vez en cuando e intercambian una sonrisa entre ellas. Antonio procura mantener la distancia pero es inevitable que los cuerpos se rocen, aún debajo de la tela gruesa del vestido de novia es capaz de percibir un latir, una pulsión que se une a la suya que retumba en sus sienes. “¿Es que nadie más la oye?”, se pregunta incrédulo. Cuando acaban, ella se quita uno de los jazmines que adornan su trenzado y se lo coloca en la solapa. Hace como que le va a decir algo al oído y rápidamente deposita un beso en su mejilla. Luego murmura un simple “gracias”. Es la única palabra que han intercambiado en toda la jornada. Después, vuelta a la ciudad, cada uno a lo suyo, María del Pilar a su nueva vida de casada y Antonio a continuar con la suya de soltero.

  • Y desde entonces ¿nada más? - Le preguntó Idoia, ansiosa de noticias.

  • Así hasta hoy.