Fantasías sexuales de las españolas: Carmen

Esta es una serie de narraciones con un denominador común: fantasías de mujeres descritas por ellas y convertidas en relatos donde, eso sí, las circunstancias y la misma trama es inventada. Como decían en las películas y series antiguas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

(III) Carmen

La siguiente del día había sido Carmen, enfermera de 44 años. Carmen ya llevaba en terapia al menos un par de meses. Había acudido con su marido José. Otro que había venido a la rastra. Tanto era así que a las últimas dos sesiones acudió ella sola, porque José se negaba a asistir. Sofía le explicó que era muy difícil hacer terapia de pareja cuando solo había uno con quién hacer terapia, pero Carmen había insistido en continuar, en parte para fastidiar a su marido por su cobarde retirada como ella la definía, en parte porque esa hora que estaba con Sofía era la única en la que conseguía que alguien la escuchara. Si no servía para salvar su matrimonio, al menos le permitía desahogarse.

Lo de salvar el matrimonio era un decir, claro, porque Carmen y José a pesar de todos los pesares, de todas las broncas y de todos los problemas, estaban llamados a permanecer juntos por toda la eternidad. Esos dos se querían y eran incapaces de estar el uno sin el otro. Después de tantas sesiones, Sofía, creía que tenía ya claro el problema y era que se habían centrado tanto en su relación que habían excluido de su vida a casi a todo el mundo. Al final se habían vuelto tan endogámicos que los mataba el aburrimiento y el tedio. Que está muy bien eso de quererse tanto que solo se necesitan el uno al otro y que, como estaban muy bien juntos y eran un pelín raritos, pues para qué relacionarse con otra gente. Pero claro, un año, otro año y otro con el círculo cerrado, discutes y peleas con el que tienes al lado si no tienes a nadie más. Y al final, si siempre haces lo mismo, acabas aburrido de todo.

Su educación ultra católica tampoco facilitaba mucho las cosas. Los dos venían de familias muy religiosas con usos y costumbres más bien retrogradas en lo que se refiere al sexo. Carmen debe ser la única de las que se graduó en la facultad de enfermería en su promoción, que llegó virgen al matrimonio.

En fin, toda una madeja que le había costado más de dos meses empezar a desenredar. Hasta la semana pasada no pudo ni siquiera plantear la cuestión de cuál era su fantasía sexual. Porque una cosa tenía clara: si esos dos se pegaban un buen homenaje por lo menos un par de veces a la semana, estaba claro que la tensión iba a bajar muchos enteros. Con eso y abrir algo el círculo, hacer alguna nueva amistad y airearse un poco, sería suficiente para que las cosas en casa se sosegaran.

Pero la pareja no parecía colaborar. José había abandonado la terapia y Carmen no parecía muy dispuesta a poner en práctica nada de lo que ella le aconsejaba. Hasta que finalmente, la semana pasada, viendo que estaban en un punto de bloqueo, Sofía decidió dar un golpe de efecto. Si había que sacarles los colores, se los sacaba, pero tenía que hacerlos reaccionar o simplemente dar por terminada la terapia, así que le preguntó a Carmen cuál era su fantasía.

Ella, como siempre reacia a hablar de cosas de cama, había tratado de escurrir el bulto pero Sofía no estaba dispuesta a darle más camama al asunto. Y al final consiguió su confesión. Como suele suceder en estos casos, tras una superficie aparentemente recatada, había mar de fondo.

  • Bueno, pues a veces imagino cosas – admitió Carmen titubeante, consciente de que pisaba suelo poco seguro.

  • ¿Puedes ser un poco más explícita?

  • Cosas de sexo, ya sabes…

  • No, no sé si no me las cuentas.

  • Cosas inapropiadas.

  • Ponme un ejemplo, por favor.

  • Pues imagino que estoy con otro - dice ella bajando la vista al suelo y adoptando una expresión compungida. Pareciera que solo estaba esperando a que Sofía sacara el látigo y la fustigara mientras la obligaba a rezar diez padres nuestros - Con otro que no es José, quiero decir…

“Gracias hija por la aclaración”, piensa Sofía para sí aunque procurando que no se le note la retranca.

  • Bueno, tener fantasías no es malo, es normal. Eso no quiere decir necesariamente nada, simplemente es como soñar. Cuando te quieres dormir piensas en cosas agradables y que te den sueño ¿verdad?

Ella asiente con la cabeza.

  • Pues con el sexo es igual: cuándo quieres excitarte piensas en cosas que te estimulen y no necesariamente significa que quieras que pase, solo es una forma de ponerse a tono ¿Que ves en tu fantasía?

  • Pues… es un hombre casado

  • ¿Alguien que tú conozcas?

  • No, por Dios ¿cómo va a ser un conocido? es alguien que yo me imagino.

“Jolines, si tú supieras Carmencita las cosas que oigo yo aquí” vuelve a decirse Sofía para sus adentros.

  • Y ¿qué haces con él?

  • Pues él me seduce. Yo no quiero, claro, pero al final es tan insistente que caigo en el pecado.

  • Quieres decir que al final te acuestas con él.

  • No, no follamos ¡Uy perdón! - dice tapándose la boca con los ojos como platos, sorprendida de que esa palabra haya podido salir de sus labios en público.

  • Si lo has dicho bien, no pasa nada. Porque tú no estás enamorada de ese desconocido, es solo sexo….

  • Sí, sí, claro ¿cómo voy a querer a otro que no sea mi José?

  • Entonces, te seduce pero no hacéis nada...

  • Sí, sí que hacemos cosas.

  • ¿Qué cosas?

  • Me da besos ahí abajo.

  • Te hace un cunnilingus.

  • ¿Un qué?

Esta vez Sofía no puede evitar suspirar: es que Carmen puede con ella.

  • Te hace sexo oral.

  • Bueno sí, eso.

  • ¿Y te lo hace bien?

  • Uy ¡muy bien! - ahora es Carmen la que sin querer sonríe -Me llena de gozo - comenta un poco avergonzada.

“Vamos que te corres como una perra” piensa de nuevo para sí la psicóloga.

  • ¿Tú nunca lo has hecho con José?

  • Nosotros no hacemos esas cosas - comenta ella concierto malhumor.

  • Y eso ¿por qué?

  • Porque son guarrerías.

-Hay algunas guarrerías muy ricas…

  • No sé si está bien, Sofía: una cosa es tener sexo con tu marido, que es ley de Dios, y otra muy distinta recrearte en la concupiscencia.

  • Carmen: sois pareja ¿qué hay de malo en que disfrutéis? ¿Tú crees realmente que Dios os lo va a tener en cuenta? ¿Es mejor estar discutiendo? Tú lo has dicho muchas veces: el matrimonio es sagrado, así que lo que queda dentro de él también. Estás trabajando para hacer más fuerte tu vínculo con José ¿no crees que eso le agradaría a Dios?

  • Puede ser - murmura ella en tono débil y un poco escamada por el derrotero que está tomando la conversación.

  • No te oigo Carmen.

  • Quiero decir que puede ser que sea como tú dices. Pero no sé qué opinará el padre Nicolás de esto…

Éramos pocos y parió la burra ¡ya salió a relucir el padre Nicolás!

  • Carmen, no metas al padre Nicolás en estos temas que son exclusivos de tu marido y tú.

  • Bueno, a ti también te meto.

  • Es distinto: yo soy tu terapeuta.

  • Y él es nuestro consejero espiritual que también es muy importante.

“No puedo con ella” piensa Sofía.

  • Y vuestro confesor.

  • Sí, eso también.

  • Pues entonces ve a él con vuestros pecados y a mí con vuestros problemas ¿Tú crees que es pecado amar a tu marido y que él te ame a ti?

  • ¿Cómo va a ser pecado eso?

-Pues si eso no es pecado, las cosas que hacéis en vuestra intimidad para reforzar ese amor tampoco ¿verdad?

Carmen se remueve inquieta: está navegando por aguas turbulentas y le toca fijar rumbo, no se la ve cómoda.

  • No, no creo que sea pecado.

  • Pues si no es pecado no hay necesidad de confesarse ni de meter al padre Nicolás en esto ¿cierto?

Ella lo rumia durante un momento y finalmente mira a Sofía con un brillo extraño en los ojos y un amago de sonrisa los labios. La médica le acaba de ofrecer una salida a sus contradicciones vitales.

  • Entonces ¿tú crees que si yo le pido a José...?

  • Si le pides a hacer sexo oral y le dices que es una comunión entre él y tú, cosas de vosotros dos, posiblemente esté de acuerdo. Tenéis que hablar Carmen. Si algo te gusta se lo tienes que pedir a tu marido.

  • ¿Y si se niega? ¿Y si me dice que eso es una guarrada?

  • Créeme Carmen, a la mayoría de los hombres todos esos juegos de cama les gustan. Y en cualquier caso, el no ya lo tienes ¿qué pierdes por probar?

Y así se fue la enfermera por primera vez satisfecha e ilusionada a su casa. Lo cierto es que Sofía estaba expectante ante las cita de esa tarde ¿Cómo le habría ido a Carmen? Estaba segura de que bien, que el marido por muy católico que sea, se animaría a hacer juegos de cama. De hecho, José, en las pocas veces que habían tratado el asunto se había manifestado a favor de mejorar en sus relaciones sexuales. Al menos en cantidad.

Cuando Carmen entra enfurruñada a la consulta, se da cuenta de que había subestimado la capacidad que tienen en esos dos de tirar piedras para su propio tejado.

  • A ver Carmen ¿qué ha pasado?

  • Pues nada doctora que le dije a José lo de tener sexo oral. No de sopetón, no se crea que fui a lo burro. Estábamos, bueno usted ya sabe, haciendo nuestras cosas, bastante animados, así que me pareció el momento oportuno. Y se lo solté - Carmen resopló y se cruzó de brazos mirando hacia delante con enfado.

  • ¿Y no quiso?

  • ¡Claro que quiso!

  • Pues entonces no entiendo…

  • A ver: me dijo que le parecía estupendo que hiciéramos esos juegos. Él no me lo había dicho antes porque pensaba que yo no quería.

  • Claro: ya os lo he dicho la comunicación es importante en la pareja, si no le dices lo que quieres no puedes dar por hecho que él lo va a adivinar. Pero entonces ¿por qué esa casa de disgusto?

  • Pues hija, porque cuando le comenté lo de hacer sexo oral… pues en fin, que me destapé en la cama y me abrí de piernas, ya sabes, para que José… bueno para que me hiciera eso…

  • ¿Y?

  • Pues que él hizo lo mismo. Se destapó se lo saco del pijama y me dijo: “ya puedes empezar cuando quieras”.

Sofía se llevó la mano a la frente e inclinó un poco la cabeza. No sabía si reír o llorar: vaya tardecita que llevaba.

  • ¿Pero no le habías explicado tú que cuando decías sexo oral te referías a que él te lo hiciera a ti?

  • Pues si soy yo la que está hablando de eso, se supone que me lo tiene que hacer el a mí ¿no?

  • Carmen, por mucha confianza que tengáis y por muy matrimonio que seáis, no podéis dar por supuesto nada, las cosas hay que hablarlas.

  • Yo con ese ya no tengo nada que hablar.

  • Pero ¿qué hiciste entonces?

  • Pues le dije que era él a mí y me miró con cara de espanto: “¿Que te chupe ahí abajo?”, me dijo sorprendido y con cara de asco. Pues ¿qué esperabas tú? ¿Qué te chupara yo tu cosa? ¡Más limpio está lo mío, que se ha creído! Lo mandé a freír espárragos. Este va a estar un mes consolándose solo como que me llamo Carmen.

Sofía movió la cabeza y repitió el gesto de tocarse la frente. Empezó a entender que aunque le fastidiara perder una clienta igual era hora de darle el alta. Estos no tenían arreglo.

Pero si creía que la tarde ya no le deparaba más sorpresas estaba equivocada.