Una noche Beatriz le propuso a su amiga que la enseñara a tocarse, ya que en una ocasión la había visto hacerlo y la había dejado muy excitada.
Te estoy diciendo que no me gusta Beatriz. ¿Estas loco?
Ah vamos,
sería interesante.
No inventes ¿te parecería interesante
que . . . no sé, Alejandro, digamos, llegara y te dijera "Eduardo
me fascinas y me excita imaginarte enseñándome las nalgas"?
(Risas) No, pero no es lo mismo.
Ay claro que es lo mismo, ya déjame
en paz.
Entonces no te vayas con ella . . .
Así hablábamos
mi mejor amigo y yo; una mujer que tenía fantasías sexuales con
Beatriz, así de simple. Todo porque nunca podría olvidar ese momento:
un instante en una clase de matemáticas se agachó hacia adelante,
con las nalgas levantadas para recoger su bolsa y a mí me encantó
verla así. Todavía recuerdo hasta los pantalones que ella traía
puestos.
Tenía razón Eduardo. De alguna manera las circunstancias
me habían puesto en las manos la oportunidad de mi vida de ir a trabajar
a Madrid y especializarme en administración de recursos humanos . . . y
para colmo, Beatriz iría conmigo. Quería salir de viaje al extranjero
pero sus padres nunca se lo habían permitido, a mí me conocían
de la universidad y con la excusa de una excelente educación en Madrid,
Beatriz convenció a sus padres y me dijo feliz un día que iría
conmigo. A final de cuentas nos fuimos a Madrid, solas, un año. Yo me olvidé
instantáneamente de todos los reclamos de Eduardo.
Beatriz era lo que
se conoce como una "niña bien". Vestía a la última
moda, conocía a toda la gente de "sociedad", hablaba mucho (y
muy rápido), cuidaba su figura y su largo cabello para tenerlos siempre
a la perfección, no tomaba, no fumaba, había tenido el mismo novio
desde el liceo y era obvio que se casaría con él pero jamás
en los cinco años que llevaban de novios, jamás habían pasado
de darse un beso. A mí me parecía indeciblemente hermosa y nunca
me pareció tonta, como otras niñas de su clase.
Nos llevábamos
bien y nos acoplamos perfectamente a la nueva vida en Madrid. Yo estudiaba y le
pasaba las notas, ella conocía la ciudad y me llevaba a los mejores lugares
de paseo, yo cuidaba el departamento y hacía de comer, ella conocía
gente y conseguía invitaciones a las fiestas de los chicos más populares.
Yo la acompañaba a estas fiestas pero me parecían aburridas,
prefería a la gente de otro tipo, los escritores, los músicos, la
gente de conversaciones de café, libros, cigarros y buen vino. Aprendí
a fumar desde los 14 años y a tomar desde los 15 y con mi novio tenía
sexo increíble. Casi el completo opuesto de Beatriz pero nos llevábamos
bien.
Mi novio me llamaba todos los viernes en la noche. Yo me encerraba
en mi habitación para hablar con él. La mayoría de las veces
terminábamos cogiendo por el teléfono, excitándonos con las
palabras y la imaginación. Sería el tercer o cuarto fin de semana
que pasábamos allá, precisamente en uno de estos viernes, cuando
Beatriz irrumpió en mi cuarto sin tocar siquiera y me encontró tirada
en la cama, sosteniendo el teléfono con una mano y con la otra en mi entrepierna
a punto de provocarme un orgasmo delicioso. Se quedó parada en la puerta
un instante mientras acomodaba sus ideas, yo estaba desnuda y sólo me quedé
mirándola mientras me despedía por el teléfono. Beatriz salió
calladamente y cerró la puerta. Unos minutos después salí
en bata y me metí en la cocina, ella me siguió.
Perdóname,
no pensé que . . . ¿te estabas masturbando verdad?
A mí
me chocó el tono de reproche con que lo dijo, y le contesté bruscamente
mientras salía...
Si, y deberías intentarlo a ver si se te
quita lo pendeja.
No nos hablamos en una semana.
El siguiente viernes me
invitó a una fiesta un grupo de amigos míos de la Universidad. Quería
hacer las pases con Beatriz así que la invité a venir pero le advertí
que esta no sería una fiesta del todo parecida a las que ella acostumbraba.
Beatriz contestó emocionada que iría, que quería aprender
cosas nuevas y ver gente diferente. Yo me sentí como espécimen raro
cuando dijo eso y me volví a enojar, decidí dejarla sola en la fiesta,
al fin y al cabo ella era excelente haciendo amistades.
Nuestra aportación
a la fiesta madrileña fueron dos botellas de excelente tequila alegremente
aceptadas por la concurrencia en general. El vino fluyó como en las mejores
fiestas y Beatriz por no quedarse atrás empezó a tomar. Yo no la
perdía de vista, tanto por miedo a que se le subieran las copas como porque
me moría de risa escuchando cómo se escandalizaba por palabras que
en nuestro país no es usan con tanta naturalidad como en España.
Alrededor de las dos de la mañana perdí a Beatriz entre la gente.
Una de las muchachas me dijo que había ido al baño porque se sentía
mal. Efectivamente, estaba en el baño . . . con un tipo amasándole
los pechos como si pensara que eran naranjas a las que había que exprimir.
Beatriz estaba completamente ebria y el hombre este también así
que no me fue tan difícil quitárselo de encima. Entre una amiga
y yo la llevamos a la casa, la metimos a la regadera y Lucía (así
se llamaba mi amiga) se marchó.
Yo estaba enfadadísima conmigo
misma por haber dejado a Beatriz sola en la fiesta y entre reproches que me hacía
a mi misma no me daba cuenta que había comenzado a quitarle la ropa a Beatriz
para meterla al agua. La apoyé contra la pared, de espaldas a mí
para comenzar a desabrochar su blusa y quitar sus pantalones, los zapatos los
había dejado en la entrada. Abrí la llave de la ducha mientras metía
mi mano entre sus pantalones y su blusa para empezar a quitarla, Beatriz usaba
la ropa extremadamente apretada y no podía quitarle los pantalones. Comencé
a reírme al darme cuenta de lo imposible de la situación y la risa
me hizo darme cuenta que estaba en la ducha con una mujer que me excitaba, que
me fascinaba y empecé a ponerme nerviosa. Decidí que iba a tener
que mojarme yo también si iba a quitarle la ropa, Beatriz no daba indicios
de despertar por más helada que estuviera el agua, la senté en el
piso y comencé a sacar sus pantalones como mejor pude. La piel de sus piernas
era mil veces más suave y yo quedé jadeando sólo de imaginar
que tras esa espalda estaban aquellos pechos deliciosos. Puse mis manos en sus
caderas y ella se apoyó en la pared, metí mis dedos entre su piel
y su party y comencé a deslizarla, de nuevo la piel de sus piernas, suave,
blanquísima y yo imaginando lo que habría del otro lado. Rápidamente
puse la bata sobre sus hombros y la arropé, le dije al oído "ven,
vamos a que te acuestes", ella se terminó de tapar y se tiró
en la cama, hecha un ovillo, temblando. Yo me dirigía al baño a
terminar de ducharme cuando escuché que me dijo "gracias".
Me
duché pensando en Beatriz y burlándome de mí misma por haberme
excitado así, estaba mojada, y no por el agua de la ducha. Salí
de la regadera y me fui a leer un rato a la sala, no tenía mucho sueño.
Una hora después entré a ver si Beatriz necesitaba algo, me quedé
clavada en la puerta, sin poder moverme. Beatriz estaba dormida, boca arriba,
se había estado moviendo y su bata se había abierto dejando fuera
uno de sus pechos. La luz de luna que entraba por la ventana la iluminaba, iluminaba
su pecho, su rostro blanco, sus labios semiabiertos y parte de su muslo que también
había quedado afuera. Suspiré, tenía ganas de acariciarla,
de sentir su piel suave en la palma de mis manos, en los dedos, en mis labios,
apretar esas piernas suaves, chupar suavemente esos pezones. Me acerqué
lentamente, en silencio, tratando de no despertarla para seguir admirándola.
Parecía una perfecta estatua de mármol, me hinqué a lado
de la cama, sin esperanzas, exhausta, recargué mi cabeza en su mano, besé
su palma y...
¿Ángela?
¿Te sientes mejor Beatriz?
Le pregunté mientras me acercaba de nuevo. Beatriz volteó la cara
hacia la ventana, a mí me llamó la atención que no hubiera
intentado tapar su cuerpo.
Quiero pedirte algo pero me da pena. Enséñame
a tocarme como lo hacías ese día, cuando estabas desnuda en tu cama,
quiero sentir algo así. - Yo no pude contener una risa nerviosa.
Estas
borracha todavía Beatriz
Si, lo se, todavía estoy un poco
borracha, de otra manera no me hubiera atrevido a pedírtelo, por favor,
enséñame. - Tomó mi mano y la dirigió hacia sus piernas;
yo la quité rápidamente.
Beatriz, tengo que decirte algo. Beatriz
me gustas, me atraes como mujer, me atraes sexualmente me... me... me excitas,
me fascina verte en este momento, desnuda. Me... me encantaría tocarte
pero no así, no como tu quieres. Déjame darte placer Beatriz, déjame
amarte.
Beatriz sonrió, abrió su bata y cerró los ojos.
Me senté a su lado en la cama. No lo podía creer, había fantaseado
tantas veces sobre ese momento que estaba en blanco, no sabía que hacer,
nunca había tocado a una mujer, nunca había acariciado una piel
suave, unos pechos, unas piernas y Beatriz era hermosa. Acerqué mi cara
a su cuello, cerré mis ojos y respiré su aroma. Era dulce. Comencé
a tocar su piel con mis labios, sus hombros, no me atrevía a tocarla con
mis manos todavía. El primer beso que le di fue entre sus pechos, la besé
tiernamente mientras sentía que rozaban mis mejillas y que Beatriz suspiraba.
Me separé, con ternura tomé sus pechos entre mis manos, moviendo
mis pulgares comencé a acariciarla un poco pero ya no resistía la
tentación, tenía que sentir esos pezones en mi boca. Me acerqué,
poniendo mis labios alrededor de su pezón derecho, sin cerrarlos, quería
disfrutar el momento, acerqué mi lengua lentamente y lo besé. Fue
una sensación deliciosa, empecé a respirar rápidamente y
tenía sus pechos en mi mano, todo a un tiempo metí una de mis manos
entre sus piernas, pellizqué su pezón con mis dedos y penetré
su ombligo con mi lengua. Beatriz gimió, yo sentí como si hubiera
tenido un orgasmo, mi cuerpo tembló y me sentía excesivamente excitada.
"¿Qué vas a hacer?" Me pregunto Beatriz. Acariciando hacia
adentro de sus piernas lentamente me acerqué a su oído y le dije
"No voy a hacer nada que tu no quieras Beatriz, así que me vas a tener
que decir si te gusta lo que voy a hacer" Beatriz abrió los ojos asustada,
pero sonrió y dejó que me subiera en ella. Terminé de abrir
sus piernas con mis caderas, bajando sobre ella y lamiendo sus pechos de nuevo,
con una de mis manos empecé a acariciar sus piernas, volví a besar
entre sus pechos y de ahí a bajar de nuevo. Dejé que mis pechos
tocaran sus piernas, y seguí bajando. Llegué a sus caderas y comencé
a besarlas, Beatriz respiraba rápidamente pero no decía nada "¿No
te gusta Beatriz?" Sonreí maliciosamente mientras la veía asentir
rápidamente y empecé a hacer rápidos círculos, ella
empezó a gemir como una loca, de su vagina empezaron a brotar abundantes
líquidos conforme yo seguía chupando, ahora usaba mis labios también,
acerqué mi dedo corazón y lo empecé a introducir lentamente
en su vagina, moviéndolo al ritmo de mi lengua en su clítoris ella
arqueó su espalda retirándose de mi boca un momento y alcancé
a ver cómo llevaba sus manos hacia sus pechos para acariciarse sola. "Sigue
por favor no pares", baje mi boca hacia ella de nuevo y pasé mi lengua
dura desde el principio de su vagina hasta llegar a su clítoris en donde
empecé a dar pequeños golpecitos con la punta de mi lengua, volví
a meter mi dedo cuando la oí gemir y seguí haciendo círculos
hasta que sentí su orgasmo en mi dedo, su vagina contraccionándose
violentamente y Beatriz jadeando. Cuando se tranquilizó se quedó
dormida.
Yo no lo podía creer. Mi mayor fantasía se había
hecho realidad. Estuve masturbándome pensando en lo que había sucedido
hasta que terminó la noche pocas horas después, no sabía
cómo iba a reaccionar Beatriz a la mañana siguiente entre la cruda
del alcohol y la cruda moral que probablemente le daría. Me levanté
desde temprano y me metí en la cocina, mientras cerraba la puerta del refrigerador
sentí una mano en mi hombro, era Beatriz, me dio la vuela y me besó
en la boca. "Gracias"