Fantasías hipnóticas i
Hipnotizada, mi mujer saca todas sus fantasías escondidas.
Tenía ya más de 10 años de casado con Claudia, mi mujer, cuando todo esto sucedió. Más de 10 años, y sumando 4 más de noviazgo, donde claramente ella reprimía muchos de sus deseos en la cama. ¿Porqué? Aunque jamás lo aceptó, estoy seguro que el haber crecido bajo el yugo de su madre, una mujer católica, chapada a la antigua y de una dureza implacable, había tenido mucho que ver.
Pasamos el noviazgo sin tener relaciones por sus creencias, más fue soportable tanto por el hecho de que a cambio obtenía orales y masturbaciones prácticamente cuando las solicitaba, y también, de lo que no estoy orgulloso, pero tenía mis escapadas con algunas amigas con derecho siendo ya novio de Claudia.
Justo en mi cumpleaños 40, y teniendo ella ya 41 años, me confesó que había estado acudiendo a una terapia psiquiátrica. Habíamos pasado por malos momentos económicos y algunos problemas maritales, de los cuales según yo ya habíamos salido, pero aparénteme a ella le dejaron “secuelas”, las cuales el tipo le estaba ayudando a superar con terapias, medicamento e hipnosis.
Seguramente antes de que preguntara más ella decidió presentarme a su doctor, un tipo maduro, de unos 60 años, muy serio y aparentemente profesional, y que extrañamente al final de la sesión cuando mi mujer salió del consultorio me pidió mi número de whatsapp.
Días después recibí un mensaje del Dr. Donde se disculpaba por entrometerse, pero aseguraba que había cosas que yo debía conocer sobre la situación de mi esposa.
Por recomendación suya nos vimos una tarde en un café, donde me explicó que mi mujer tenía serios traumas de su juventud, provenientes tanto de su madre como de su educación escolar, donde le habían inculcado que un buen hombre no tomaría en serio a una mujer que tomaba la iniciativa en el sexo.
En resumen, me dijo el Doctor, tu mujer tiene miedo de que la dejes si te hace saber todo lo que en realidad desea en la cama, pero todo ha salido con la hipnosis.
¿Qué le has hecho a mi esposa desgraciado? Le pregunté ya molesto. Pero de inmediato me detuvo para hacerme saber que si quisiera sacar ventaja él, no tendría porqué estarme contando todo, y luego me invitó a que fuera yo quien sacara provecho de la situación.
Sacó de su bolsillo un pequeño cronómetro y me dijo que uno igual utilizaba para su hipnosis; luego me dijo que mi mujer ya estaba programada para caer en sueño cuando el reloj sonaba una alarma, y salir del mismo cuando esta volviera a sonar. Anda, pruébalo tu mismo el fin de semana, haz sonar la alarma sin que ella sepa que tienes el reloj en un momento en que esté calmada, y pregúntale lo que te venga en gana.
Aunque me pareció una gran ridiculez, de ninguna manera podía dejar pasar la oportunidad, así que el mismo sábado después de la reunión acomodé las cosas para quedarme solo con mi mujer en la sala de nuestra casa y, mientras ella cambiaba de canales buscando una película, saqué el reloj del bolsillo sin que me viera y apreté el botón de la alarma.
Para mi sorpresa mi mujer dejó de apretar los botones del control de inmediato, y aunque parecía que nada hubiera pasado, su mirada se había quedado fija hacia el televisor y nada parecía perturbarla.
No hay nada en TV, le dije, mejor conversemos un rato. Sin quitar su mirada del televisor ella me dijo simplemente: ok.
¿Ya te diste cuenta de que estamos solos en casa?, le pregunté, ¿Cuánto tiempo habías deseado estar sola conmigo?.
Su cabeza se giró y me miró de una forma que no podía reconocer entre las miradas de mi mujer. Mucho tiempo, respondió, pero ahora estoy nerviosa, no sé qué va a pasar.
Pues debes pedirme lo que quieras que suceda, pero pídemelo diciendo mi nombre, le dije, me gusta cómo suena en tus labios.
Cerró entonces los ojos aunque su cabeza seguía apuntando a mi, como si aun me estuviera mirando. Luego muy segura de si misma pero en voz baja me dijo: Tu cuerpo me excita mucho Leonel, no puedo dejar de mirarlo, y no podría dejar de tocarlo y besarlo si me lo permitieras.
De inmediato el nombre hizo click en mi mente. Se trataba de Leo, el entrenador de basketball de nuestro hijo menor, un chico fornido, de unos 25 años, de quien muchas veces en tono de broma mi mujer me había dicho que la mitad de sus alumnos estaba inscritos en el equipo solo porque la mamá quería ir a ver al entrenador.
Me puse de pie a media sala y le dije a mi mujer: Pues aquí me tiene señora, haga conmigo lo que quiera.
Ella abrió los ojos y pensé que todo habría terminado en ese momento, pero no fue así. Me miraba de pies a cabeza con una lujuria que solo recordaba haberla visto en sus ojos las primeras veces que me quité la ropa frente a ella cuando éramos novios.
Caminó muy lentamente hacia mi, puso sus manos sobre mi pecho y comenzó a hablar de lo duros que eran mis pectorales y cuánto la excitaban – La realidad amigos es muy diferente, pues tengo años de no asistir a un gimnasio, pero en su mente no era a mi a quien tocaba, sino a Leo – Me acarició el pecho, espalda y abdomen adulando una musculatura que estaba en su mente, y su respiración comenzó a agitarse demasiado.
Quítame toda la ropa, le dije. A lo que ella respondió con una risita sexy que jamás antes le escuché, y luego me sacó la playera de un jalón.
Te ves delicioso, me dijo, causando que perdiera mi concentración, pues jamás de la boca de mi mujer había salido esa frase refiriéndose a mi. Pues pruébame, le respondí, para que te quites la duda.
Claudia se abalanzó sobre mi logrando casi que me cayera. Comenzó a manosearme por todos lados y a besar mi pecho, mi abdomen y mi cuello de una forma tan violenta que tuve que quitármela varias veces. Su mirada estaba completamente perdida y su boca escurría saliva; Se alejaba de mi para verme y luego me embestía de nuevo. A tumbos me arrancó el cinturón y me desabrochó el pantalón, luego lo jaloneó hasta el piso y me dio unos segundos para sacármelo y dejarlo en el suelo de la sala.
Se puso de pie y comenzó a darme vueltas alrededor, mirándome de pies a cabeza con una sonrisa demoníaca en sus labios.
Me voy a comer todo eso a mordidas, decía mientras continuaba caminando a mi alrededor. Luego se detuvo detrás de mi, y me puso sus manos sobre las nalgas.
Qué duras papito hermoso, qué duritas las tienes, me decía mientras me las manoseaba como jamás lo haría en la realidad, haciéndome sentir incluso incómodo metiendo su mano entre ellas y queriendo meterme un dedo en el culo mientras yo me defendía.
El dolor no me dejó continuar y me giré de frente a ella. Ella se hizo hacia atrás y clavó su mirada en mi pene, que para ese momento, ya estaba completamente erecto.
Mira nadamás, mira nadamás, repetía constantemente mi mujer. ¿A qué sabrá eso que estoy viendo? Pero cuando apenas me disponía a responderle, ella se dejó caer en el piso en un movimiento que si hubiera estado consciente jamás hubiera aguantado el dolor, y tomando mi verga en su mano derecha se la metió en la boca hasta que llegó a su garganta, como jamás antes lo había hecho.
Aquello nunca lo olvidaré. En veinte años de conocerla nunca me había comido la verga de esa forma. Repetía paso a paso las técnicas que se ven en los videos porno, que seguramente muchas veces había visto pero jamás se había animado a replicar.
Echaba sus manos hacia atrás y se la metía lo más adentro que podía, hacía un sonido de ahogo y luego la sacaba de su boca con un chupetón delicioso. Se la metía chueca para que le topara por dentro en la mejilla y me miraba mientras lo hacía. Luego con su mano derecha jugaba con mis bolas mientras con la izquierda se daba golpes en la lengua con mi verga.
Aquello me tenía inmensamente sorprendido. Ni la más puta de las putas que hubiera contratado en mi vida me había dado una sesión como aquella.
De pronto se separó de mi, me miró y me dijo: Tómame del cabello y cógeme por la boca.
Mi mente estaba realmente confundida. Por un lado era mi mujer a la que podía lastimar o denigrar de más, pero por otro resultaba que era algo que ella realmente estaba deseando, aunque no fuera yo el protagonista.
Tomé su cabeza con ambas manos y comencé a hacer movimientos pélvicos suaves dentro de su boca mientras ella hacía ruidos guturales de gusto.
Después de unos segundos la saliva empezó a escurrir de la boca de mi mujer y mis movimientos comenzaron a ser menos cuidadosos, hasta que en poco tiempo ya estaba dándole a mi esposa por la boca con el mismo ritmo que le hubiera dado en la cama.
Cuando sentí que ya no podía más, me detuve y le dije: Cómetelos; a lo que ella respondió con una sonrisa y un “qué rico”. – Jamás, jamás había recibido mi leche sin hacerme muecas de asco en todos estos años, y hoy decía “qué rico” –
Abrió su boca y se puso la punta de mi verga en ella mientras con su mano derecha comenzó a darme jalones más fuertes de lo normal, haciendo que mis bolas rebotaran y comenzara a dolerme; pero fue más la excitación, porque en pocos segundos comencé a dejarle escapar toda la leche a mi mujer dentro de su boca, y ella a tragársela como si fuera deliciosa miel.
Me dejé caer sentado en el sillón, molido y adolorido, mientras mi esposa me miraba con una sonrisa todavía hincada en el piso de la sala.
Rápido, le dije, ve a enjuagarte la boca al baño por si llega tu esposo, a lo que ella respondió cambiando su rostro feliz por uno de preocupación y corriendo al pasillo mientras repetía: no no, que no se vaya a enterar de esto nunca.
Cuando regresó yo estaba ya vestido y sentado en la misma posición inicial. Y cuando ella se sentó, hice sonar la alarma del reloj y lo metí en mi bolsillo rápidamente.
Mi esposa me miró asustada cuando regresó, sin saber o que estaba sucediendo. De inmediato le di el control de la TV y le dije que ella decidiera cual película ver.
Se estuvo dando vueltas en el sillón jadeando durante unos minutos, tal vez excitada sin saber porqué, hasta que no soportó más y se abalanzó sobre mi para aliviar la calentura que su sueño le había dejado…. Pero en ese momento yo hice sonar la alarma de nuevo.
Continuará…