Fantasías

Yo vivía con Óscar, mi novio, en un pequeño apartamento en el centro de Zaragoza. Allí éramos felices: amábamos, convivíamos, compartíamos y todo eso ... hasta que , de forma harto extraña, él y yo rompimos...

FANTASÍAS

Yo vivía con Óscar, mi novio, en un pequeño apartamento en el centro de Zaragoza. Allí éramos felices: amábamos, convivíamos, compartíamos y todo eso ... hasta que , de forma harto extraña, él y yo rompimos. Bueno, romperlo que se dice romper... lo único, roto que quedó fue mi corazón, porque a él no creo que se le rompiese ni la barrera del sonido.

Ocurrió de forma fulgurante: una tarde como otra me avisó con su característico semblante de... "Mira, Rubén..." de que la relación no iba por buen camino, que no era feliz, que si él lo fuese yo sería el desdichado, que si patatín, que si patatán... Total, que después de haberlo hablado y discutirlo durante la noche, no llegamos a ninguna conclusión, como casi siempre que discutíamos.

A la mañana siguiente desperté por el ruido de una cremallera cerrándose: la de su maleta. Cuando quise despabilarme y saltar de la cama, Óscar ya había cerrado la puerta violentamente, como si quisiera llamar la atención. Intenté seguirlo, pero cogió el ascensor y del piso bajó directamente a la cochera. Sólo pude ver el coche alejarse de la cochera, del piso y de mí.

Y ni se despidió. Sólo me dejó un libro que le presté tiempo hará, un montón de recuerdos y medio alquiler por pagar (vivíamos de alquiler y pagábamos a medias). Todo lo demás se desintegró como un castillo e arena es tragado por las olas del olvido. 2 años y medio conviviendo codo a codo ... en fin, no quiero entrar en detalles.

Así que, después de gastar más pañuelos de los que debía, y mi casero con agobiándome, decidí que la situación no podía seguir así. Así que , una vez conseguido olvidar a Óscar más o menos (más menos que más), puse un anuncio en el periódico buscando un inquilino: ya que si en mi corazón no podía acabar de sustituir a Óscar, al menos en mi bolsillo sí.

Me costó encontrar el compañero requerido. De seis personas que acudieron a preguntar por el anuncio: "BUSCO CHICO PARA COMPLETAR PISO/ CÉNTRICO, BARATO Y EN BUENAS CONDICIONES", a tres no le gustó la vivienda (ellos sabrán), y a uno le pareció excesivo el alquiler. Tan sólo a dos les gustó inmueble y precio, pero cuando ya iba a cerrar el trato con uno, me vino diciendo que había encontrado algo mejor, "más acorde con sus expectativas y posibilidades".

Al final, conseguí mi objetivo. Mi nuevo compañero de apartamento sería un tal Manuel Tarazona, Manolo Para los amigos. Me explicó que el piso le gustó, que no encontró nada mejor por ese precio ...y que le caí bien. Vendría a dormir y poca cosa más, ya que su trabajo no le permitía pasar más tiempo en casa.

Manolo era simpático y agradable. Un poco campechano tal vez, ya que según él, venía de un pueblo del sur (como hacía denotar su acento). Se le veía simple de costumbres y afable de temperamento. A veces me recordaba la forma de ser de un niño inocente y despreocupado, cuyo objetivo diario era vivir el presente sin preocuparse excesivamente por el futuro.

Pero lo que más me llamó la atención de Manolo, más que su simple y aparentemente fácil personalidad fue su apariencia. Manolo era rubio, con ojos azules y piel rosada. Sus cejas eran pobladas y su cara muy angulosa. Llevaba el pelo corto, de estilo similar al castrense, aunque no igual.

Vestía de forma normal, aunque con cierto toque horterilla y anticuado. No acababa de sentarle nada bien a su cuerpo grande y recio aunque no muy corpulento ni obeso). Era un tanto atípico, sí: su duro peinado quasi militar contrastaba con sus bonachones ojos o su blanca piel; que a su vez no pegaban para nada con los pantalones, zapatos o cualquier prenda que luciese. Siempre mal conjuntado.

Salvo en una ocasión del día: al acostarse. Aquello me llamó la atención la primera noche que pasó en el piso. Después de cenar, me senté en el sofá a hacer zapping antes de irme a la cama. Vino él de trabajar y entró a su habitación para "ponerse el pijama". Mientras tanto, yo seguía pensando en Óscar, y tal y cual... Pero cuando Manolo salió y se sentó al lado de mí, se me olvidó lo que estaba viendo o pensando (incluso se me olvidó respirar), para prestar toda mi atención en su "pijama".

Manolo llevaba puestos unos slips rojos (como los de nochevieja) muy... "escotados". Además llevaba una camiseta blanca cortada por el ombligo y sin mangas ni cuello (también cortados). Unos calcetines cortos pero anchos tapaban sus pies, y a su vez unas pantunflas color crema los calzaban. No llevaba puesto nada más, ni una mísera cadenita o anillo.

Ese nuevo look, también mal conjuntado paara mi gusto, sí le sentaba mejor que el otro diurno: la camiseta sin mangas mostraba unos brazos fuertes y potentes. El cuello escotado dejaba entrever un pecho abultado y trabajado que se realzaba con transfers repartidos por todo su pecho: "WARM, WET, HARD, POWERFUL"; y el corte por el ombligo señalaba unos abdominales inferiores totalmente en forma.

Y los calzoncillos... iban desde el potente bajo vientre hasta las insinuantes ingles, dejando entrever por detrás los bajos glúteos; la verdad es que a los muslos no llegaban para nada, pero la prenda hacía más bonitos éstos. Incluso los calcetines que le llegaban hasta los tobillos le sentaban sexys. Esa noche llegué a la conclusión de que Manolo ganaba más yendo desnudo que vestido, luciendo esa belleza germánica que la Naturaleza le había regalado generosamente.

También, esa noche noté algo nuevo que rompió mi aburrida monotonía: Manolo me levantó el ánimo (además de otra cosa) hablando de esto, y esto otro, etc. Se desnudó no sólo de cuerpo (que vaya cuerpo), sino que también de mente. Fue cuando comencé a conocerlo en realidad (y él a mí, supongo).

El tiempo pasó. Poco a poco, Manolo y yo hicimos buenas migas. Pasábamos el poco rato que teníamos en común juntos hablando, riéndonos, contándonos cosas... yo no llegué a decirle nada de Óscar "en particular", alegando que el anterior inquilino se marchó si mediar palabra conmigo, dejándome colgado con el alquiler a cuestas. Él me juró que nunca haría nada por el estilo, que era una persona decente.

Por esas conversaciones averigüé cosas acerca de mi nuevo inquilino: Manolo trabajaba en una fábrica del polígono, a las afueras de la ciudad, por las mañanas. Por las tardes se iba a limpiar oficinas también de dicho complejo industrial (trabajaba bastante porque, según él, debía ganar mucho dinero para enviarlo a su paupérrima familia del pueblo).También me enteré de que casi todos los días laborales de la semana (salvo jueves y ocasiones especiales) iba al gimnasio después de trabajar, o también de que para dormir se quitaba la camiseta y los calcetines (eso sí, dormía en invierno con dos mantas y un edredón). En verano había veces que dormía sin slips (¡¡...!!).

Bueno, no siempre dormía así. Lo anterior descrito era el "look ceñido", pero también tenía otro modelito más... desahogado: a veces se ponía una camiseta de un gimnasio muy ancha, y unos calzoncillos largos grises. Se supone que tapan más que los slips rojos, pero como todo lo ancho y todo lo de algodón se arremanga al cambiar de posición, cada vez que Manolo levantaba el brazo o bien se despatarraba apoyando los talones en el asiento del sofá mientras estaba sentado... ¡Uf, vaya regalos visuales!

Con lo cual, Manolo llegó poco a poco a convertirse en protagonista absoluto de mis sueños y fantasías más húmedas. Me lo imaginaba volviendo de trabajar, desnudándose para ponerse ese atuendo taparrabos que usaba para dormir; o bien poniéndose y quitándose el mono de trabajo; o incluso me imaginaba sus tensos brazos levantando titánicas pesas en el gimnasio.

Las fantasías fueron tornándose en una ligera perversión: cada vez que Manolo se agachaba a coger algo del suelo, yo miraba de reojo el ... "fin de su espalda". Hacía todo lo posible (solapadamente, claro) por verle quitarse la ropa, aunque fuese simplemente el jersey. Incluso una vez me atrevía a entrar en su dormitorio y hurgar por entre su ropa interior: encontré tangas mini slipscomo los que usaba para dormir y boxers cortos aunque MUY anchos... cuando quiso decir "decente" no estaría pensando en su ropa interior, claro.

Vale, lo reconozco. Conforme el día se iba agotando, yo deseaba cada vez más que la hora de cenar pasase. No paraba de pensar en los calzones que mi compañero llevaría puestos esa noche (cambiaba a menudo). Esa era la mejor hora del día: estar sentado hablando de cosas de la vida con un exhibicionista involuntario era lo mejor. Gracias a Manolo me hacía unas pajas fenomenales.

Recuerdo una vez... cero que la mejor, no cabe duda. Manolo había quedado con una chica, por lo que se saltó la hora del gimnasio para llegar antes y "ponerse guapo" para la cita. Al volver yo de trabajar, lo pillé ya en casa, en el W C. Fui allí (sólo tenemos uno) para mear, porque me urgía... pero no meé. Fue tal la impresión, perdón, la erección...

El motivo: Manolo acababa de salir de la ducha, y estaba acabándose de secar. Como el albornoz lo tenía sucio y, según él, no encontró ninguna toalla de baño (claro, yo las guardaba en mi armario, y se me olvidó decírselo), se estaba secando con dos de tocador. Las prisas no ayudan a pensar, ya se sabe.

Una de ellas se la pasaba por el cuerpo, frotándose para quitarse el agua. Pero la otra... la otra la tenía sobre la cintura, a modo de cubre- vergüenzas de las pinturas de la Capilla Sixtina. La toalla no era grande, pero aun así le cubría el bajo vientre, las partes nobles, y dejaba insinuar su hermoso trasero por los bordes de ésta. Era algo digno de ver, como una de esas maravillas de la Naturaleza.

Aquella estampa de mi adonis ario particular, con esa vaporosa gasa protegiendo cuanto daba de sí, se completó cuando me preguntó por la hora. Mis sonrojadas mejillas (ora vapor de la ducha, ora situación) reaccionaron, a lo que contesté lo que leyeron mis ojos en mi reloj.

"Voy justo", me indicó corriendo raudo hacia su dormitorio. "He de vestirme ya".

Y con las prisas, se le enganchó la toalla en el picaporte de la puerta del Water. Entonces fue cuando lo vi al completo, sin lencería que lo ocultase: Manolo tenía un trasero redondito y prieto con un vello rubio y muy claro(como en todo su cuerpo). Era de contextura similar a sus biceps, pectorales, abdominales... agárrate que vienen curvas.

"como llegue tarde, adiós piba" me indicó dándose la vuelta para hablarme mientras me señalaba con el brazo levantado.

Que ya fue la gota que colmó el vaso, porque así pude comprobar las zonas de su cuerpo donde el vello lo tenía más espeso: las axilas, el pecho ... y le pubis. Y debajo de esa melena ventral pude contemplar, de reojo más bien, lo que me quedaba ya por descubrir de su cuerpo: lo único que le faltaba por enseñarme.

Eso último que mis ojitos como platos pudieron contemplar de Manolo fueron un peazo polla, sin prepucio, de al menos quince o dieciséis centímetros mirando hacia el suelo como si estuviese baja de moral. Tras ésta, le acompañaban los "gemelos" colgantes en un buen bolsón desafiando a la ley de la gravedad con semejante tamaño.

Fue cuando estallé. Entré corriendo al water y cerré la puerta mientras mi pulso aumentaba de cero a cien segundos. Entonces, la puerta se abrió. Era Manolo, que había vuelto de su habitación. Aún no se había puesto la ropa, por lo que aún llevaba puesta aquella ridícula toalla. Se acercó hacia mí "peligrosamente", aunque muy decidido...

Manolo me ayudó a quitarme la ropa. Me bajó los pantalones, me bajó los calzoncillos, y me la chupó. No era ni tan grande ni tan circuncidada como la suya, pero al fin y al cabo era una polla. Y bien sabrosa, por la cara de satisfacción que ponía cuando se la metía en la boca.

En seguida pasamos de explorar mi cuerpo a explorar el suyo (ya que el mío no daba tanto de sí). Así que, de chupármela mientras me pasaba el dedo por el periné empezamos a jugar a que yo le acariciaba el cuerpo mientras bajaba por su super pecho con mi lengua. Esta se detuvo en sus partes, a lo que mis dientes tanteaban el tamaño de su miembro escondido bajo un inútil trozo de tela.

Aparté aquel trozo en cuanto me cansé de tantear e imaginar, siendo yo ahora quien se metía en la boca aquel portento, envidia de más de uno. Era algo fascinante, yo que como no tenía prepucio molestando, podía chupar el glande a mi antojo. No me cogía del todo en la boca, pero ello no me hizo frustrarme. Al contrario, me encantaba esa sensación.

También le estuve haciendo cosquillas en los cojones con la punta de la lengua, la cual llegó hasta su ano. Chupárselo fue algo para mí indescriptible, como una especie de triunfo. Le llegué a meter la punta de la lengua y todo, rozando mi nariz con sus nalgas.

Pero el que más metió fue él. Me folló mientras yo, despatarrado y con las rodillas algo flexionadas me agarraba a la cisterna del water. También lo hicimos con mi espalda pegada apoyada sobre la tapa de éste. Manolo embestía mientras con una de sus enormes manos me la meneaba de vez en cuando. Eso sí, embestía con condón.

El momento de mayor placer llegó después de tanta embestida. Él sin el condón, y yo de rodillas mirándolo, volvía a chupársela. Pensé que se iba a correr en mi boca, pero hábilmente la sacó de mi interior y lo hizo en mi frente, entre gemidos y casi aullidos. Noté cómo su leche caía, se colaba por entre las cuencas de mis ojos, se arrastraba hasta mi nariz...

Yo también me corrí. Lo hice en sus pies, manchándolos con el preciado líquido vital.

Entonces, "desperté". Lo hice recuperando el aliento, sentado en el water con los pantalones bajados, y el semen chorreando por mi mano y la punta de mi tiesa polla. Vale, sí... fue una fantasía; pero muy real, fue real algo de esa fantasía: me había corrido.

Creo que de todas las fantasías que mi calenturienta mente diseñó con la inestimable colaboración de Manolo, esa fue la mejor. Nunca le conté nada de esto, clar está. Aunque... estuve "cerca" de realizar alguna de ellas. Lo más cerca que estuve fue una tarde de verano, que estábamos haciendo tonterías con la cámara de fotos, y, aún no sé cómo, lo convencí para retratarlo como su madre le trajo al mundo. ¡Incluso le eché alguna foto con la polla tiesa! Esas fotos las guardo, por descontado, como oro en paño.

Pero lo que más me gustó de Manolo, a parte de su físico, fue también la gran amistad y camaradería que pudimos profesar los dos juntos. Llegó en un momento difícil para mí, y con su particular visión de la vida me ayudó a superar el mal trago que Óscar me hizo pasar. Desde luego, gente así en debía haber más por el mundo.

EPÍLOGO: Manolo ya no vive conmigo. Estuvimos viviendo juntos ocho maravillosos meses, hasta que hará seis semanas me comunicó que una compañía de publicidad de Barcelona se había fijado en él, y que era un trabajo que no debía desaprovechar (modelo, a lo que quería dedicarse). Me lo notificó deprisa y corriendo por teléfono, ya que debía coger un avión o algo así. En fin.….

Diez día más tarde recibí una carta procedente de la Ciudad Condal. Era, como no, de Manolo. En ella, sin necesidad de tener que fijarse demasiado, se refleja perfectamente la personalidad de su autor. Decía algo así:

Hola, Rubén:

¿Qué tal, colega? Yo por aquí muy bien. Barcelona es enorme y muy bonita, al igual que las tías que aquí viven. Deberías venir a ver la ciudad, te encantaría.

Siento haberme ido casi sin avisar, sin decirte nada con antelación, pero es que los que me contrataron iban a hacer una sesión de fotos en Cancún, y debía irme ese día porque el avión con mis compañeros de trabajo iba a salir al siguiente. Así que o lo cogía o me quedaba en tierra, me dijeron.

La sesión, dabuten. Nos lo pasamos todos los modelos super bien, al menos yo. Te mando fotos de todos; son para un catálogo primavera- verano de bañadores- tanga. Espero que te gusten, cómprate alguno.

Ahora ya no estoy en Cancún. Estoy en Barna. Hemos acabado una sesión para una revista de esas que salen hombres desnudos enseñando el culo en pompa y tocándose sus partes los unos con los otros.

Por cierto, que aquella tarde, no sé si te acordarás, en la que me fotografiaste me ha ayudado mucho a posar en las dos sesiones (sobre todo en la última). De no haber sido así mi timidez no me hubiese dejado hacer el trabajo. Recordé lo que me decías: "Tú como si estuvieses durmiendo en ágosto y olvídate de la cámara..."

Por cierto, volviendo a lo de antes: espero que no te lleves un mal recuerdo de mí por lo que te he hecho, no quiero parecerme al Óscar ese. Por eso, te mando a mi hermano pequeño Paco, que acaba de llegar del pueblo y no conoce Zaragoza. Te podrá pagar el alquiler, me ha dicho que trabaja de stripper o algo así en un pub de esos.

¡Ya lo verás! Se parece a mí un montón. Tiene año y medio menos que yo, pero en el pueblo hasta nos confunden, como si fuésemos gemelos. También dicen que tenemos la misma manera de hablar y de pensar. Cuídamelo, que me lo quiero mucho ¿vale?.

Me despido. Que te vaya bien. Un besote.

P.D: Paco me ha dicho que es gay de esos. No te importará ¿verdad?