Fantasías después del sexo
Dos amantes se cuentan sus fantasías ocultas.
Silvia chillaba sin ningún reparo, estremeciéndose sin control en un nuevo orgasmo. Yo hacía ya unos segundos que me había corrido dentro de su cuerpo, pero seguí manteniendo mis movimientos hasta que ella se viniera otra vez.
Luego, nos derrumbamos exhaustos sobre la cama. A ambos nos gustaba, una vez calmado nuestro ardor, pasar mucho tiempo acostados frente a frente, prodigándonos mutuamente suaves caricias. Y yo sabía que ella no se cansaba en aquellos momentos de escucharme decirle lo feliz que me había hecho, que era la mujer más deseable del mundo, y que nunca ninguna otra me había proporcionado tanto placer, mientras besaba suavemente sus párpados, sus mejillas, y su boca de fresa.
No recuerdo muy bien como empezó aquello. Quizá en algún instante ella se quedó callada, y yo le pregunté por sus pensamientos. O puede que fuera que ella quiso saber si yo deseaba a otras mujeres. Lo cierto es que en algún momento nos comprometimos ambos a contarnos nuestras más delirantes fantasías de sexo. Tuvo que ser de ella la iniciativa, porque yo insistí mucho en que comenzara. Ella me tapó los ojos con una mano, porque dijo que no quería que la mirara mientras tanto, y luego comenzó:
«Me encuentro completamente desnuda, entre muchas personas cubiertas con una especie de túnicas de seda blanca. Debe ser carnaval, porque todo el mundo usa máscaras, o al menos antifaces. Hay máscaras masculinas y femeninas, pero no puedo adivinar el verdadero sexo de quienes las portan, porque los amplios ropajes ocultan absolutamente las formas.
Yo siento mucha vergüenza de verme así expuesta ante los ojos de todo el mundo, y cubro mi sexo con una mano, mientras mi otro brazo intenta hurtar mis pechos de la vista de los espectadores; pero no puedo hacer nada para tapar mis nalgas, y sé que mi vulva es visible desde atrás, porque estoy ligeramente inclinada. No puedo ver sus caras, pero siento sus respiraciones entrecortadas. Soy el blanco de muchos ojos, y casi puedo notar las miradas de deseo, como si fueran dedos que recorren todo mi cuerpo. Y la sensación de esas miradas me eriza el vello en la nuca, la espalda y los muslos.
No tengo miedo, y me recorre un estremecimiento de anticipación. Sé que podría marcharme si lo quisiera, pero algo me retiene como clavada al suelo. No quiero volverme, porque sé que a mi espalda hay algo con lo que no quiero enfrentarme todavía.
Tengo el sexo empapado, y el flujo escurre entre los dedos de la mano con que lo oculto, y se desliza por mis muslos. El simple contacto de las yemas, aunque mi mano está inmóvil, me produce el ligero cosquilleo en la vulva con que se inician mis orgasmos.
Los espectadores se apartan delante de mí, formando una especie de camino. Y por él avanza desde el fondo un nuevo personaje, cuya cara está oculta por una máscara masculina dorada, y cubierto con una capa negra, que mantiene cerrada con una mano.
Por fin está a mi lado. Su mano libre toma la que mantengo sobre mi vulva, rozándome al paso el clítoris con los nudillos. Siento que voy a explotar de un momento a otro; el cosquilleo se ha convertido en ligeras contracciones que recorren mi vientre, y yo trato de contenerme, pero no puedo. Mi otro brazo ha dejado de cubrir mis senos. Me sorprendo pellizcándome los pezones, muy sensibles, y al máximo de su tamaño.
La mano conduce la mía, obligándome a volverme. Y por fin veo una especie de altar, cubierto con un paño blanco. La parte superior tiene aspecto mullido, y hay tres escalones. Y la mano me lleva a subirlos, y otra me sujeta por la cintura cuando mis piernas se doblan, incapaces de sostenerme.
Quedo sentada en el borde del ara, que efectivamente es blanda bajo mis nalgas. El hombre de la capa se acerca a mí; en sus manos hay un lienzo de seda negra, con el que cubre mis ojos, y después lo anuda en mi nuca. No puedo ver nada, pero sigo sintiendo las miradas en mi piel, como contactos físicos que me causan estremecimientos. Ahora una mano se posa entre mis senos, y me obliga dulcemente a acostarme. Otras dos manos toman mis tobillos, y elevan mis piernas hasta el borde, bien abiertas. Noto ahora todas las miradas en mi sexo, y mis caderas empiezan a estremecerse. Comienzo a sentir dedos que recorren mi piel. Primero uno sobre mi pezón izquierdo, luego dos más que recorren mi vientre muy despacio. Después pierdo la cuenta; ahora hay muchas manos acariciando mi rostro, mis pechos, mis hombros, mis axilas y mi vientre. Entonces siento la primera boca sobre uno de mis muslos, y a ella se une una segunda, y luego más, que succionan mis pezones, se posan sobre mi ombligo. Y lenguas que lamen la cara interior de mis muslos, mis brazos, mis pies, mi boca.
El orgasmo me viene en oleadas, como la espuma que lame la arena de la playa unos instantes para luego alejarse. Pero cuando se aparta, otra boca u otros dedos lo devuelven de nuevo, haciéndolo subir como la marea, para luego retirarse, pero nunca del todo.
Ahora noto por primera vez una boca que succiona mis pliegues, provocándome una nueva subida del placer. Dos dedos se introducen en mi vagina, unas manos separan mis nalgas, y un dedo acaricia mi ano en movimientos circulares. Y el orgasmo rompe al fin en mi interior, grito y sollozo de placer, y elevo mis caderas arqueando la espalda, mientras las manos y las bocas siguen explorando, lamiendo y acariciando todo mi cuerpo.
Unos segundos de descanso. Por un momento temo que me hayan dejado sola. Cuando se empiezan a aquietar los latidos de mi alborotado corazón, vuelven las manos que me toman por las caderas, y me tumban boca abajo. Luego me obligan a ponerme de rodillas, con el pecho sobre la cama. Siento de nuevo un poco de vergüenza, al notar ahora las miradas fijas sobre mis nalgas y mi ano, y sentirme otra vez expuesta y vulnerable.
Otra vez sé que podría marcharme si quisiera, pero estoy más allá de cualquier freno. Y unos segundos después, de nuevo me sorprendo agradecida por exhibirme así, y ya no me importan los ojos que siento como agujas en mi ano y mi vulva abierta y empapada.
Noto que vuelve el dedo a explorar mi otra cavidad, y siento la humedad de mis flujos que está extendiendo sobre la sensible piel de la entrada. Quiero decirles que no, que nunca nadie me ha penetrado por detrás, pero de mi boca no salen las palabras, porque mis sensaciones son demasiado intensas como para que desee impedirlo.
Y al fin, un dedo primero, luego dos, y después no sé cuantos, hurgan en mi interior, dilatan la entrada durante mucho tiempo, y luego se retiran, pero sólo para ser sustituidos por un glande que explora primero suavemente, y luego se introduce poco a poco. Y siento, no sabría decir si un doloroso placer o un placentero dolor, pero me entrego a la desconocida sensación».
- No tenía ni idea de que te gustara el sexo anal. No es tarde para saberlo, y la próxima vez lo probaremos.
Silvia me propinó un cariñoso cachete.
- ¡Si vuelves a interrumpirme, no sabrás nunca el resto!.
Opté por callarme, y dejarla que continuara. Pero mis dedos empezaron a acariciar muy suavemente la suavidad entre sus piernas.
«Las manos y las bocas siguen afanándose en todo mi cuerpo, estrujan mis pechos colgantes, masajean mis pezones hinchados. Siento el pene totalmente en mi interior, moviéndose lentamente dentro y fuera, y de nuevo empiezan los espasmos precursores en mi vientre.
Alguien se introduce entre mis piernas, y me obliga a descender las caderas, hasta que quedo apoyada en un cuerpo cubierto de vello. La boca que succionaba mi sexo se retira, pero sólo para permitir a otro pene ocupar su lugar. Noto que un nuevo glande recorre mi vulva, acaricia mi clítoris, y luego empieza a penetrar lentamente, muy poco a poco, en mi vagina.
Siento mi interior colmado por la carne caliente y palpitante que avanza y retrocede por mis dos orificios, y mis sensaciones son indescriptibles. Ahora no son olas, sino una inundación incontenible, que sube y sube cada vez más alto. Estoy gritando, mis manos están aferradas al paño blanco, mi cabeza se mueve a un lado y otro, y sólo las manos que me sujetan por las nalgas impiden que mis caderas se contorsionen en el paroxismo de un orgasmo increíble. Y este llega al máximo, cuando siento las vibraciones de los dos penes derramando su carga muy dentro de mí. Luego, pierdo el conocimiento».
- ¿Y eso es todo? -le pregunté-.
Pero Silvia no me escuchaba. Mis dedos que masajeaban su clítoris y se introducían en su interior, le habían provocado un nuevo orgasmo, esta vez absolutamente real, y gemía y se revolvía como en el final de su fantasía.
Finalmente, se derrumbó sobre la cama, con su respiración agitada brotando como en estertores de entre sus labios entreabiertos. Unos segundos después, abrió los ojos, y me dedicó una radiante sonrisa:
- No ha sido como si me follaran dos hombres a la vez, pero no ha estado nada mal
Y se relamió sensualmente. Luego me invitó:
- Ahora te toca a ti.
Comencé:
«Estoy sólo en casa. Hace calor, y sólo estoy cubierto por un pequeño pantalón de baño. He dormido unos minutos después de comer, y me he despertado muy empalmado. No espero a nadie, ni he quedado citado con ninguna mujer, así que sólo puedo aliviarme de una forma.
Me quito el pantalón, y me tiendo sobre el sofá completamente desnudo. Una de mis manos hace descender el prepucio, y deja el glande hinchado al descubierto. Mi mano empieza a moverse arriba y abajo sobre el tronco. Me estoy imaginando un coño sobre mi cara, y cómo empiezo a lamerlo».
¿De quién es el coñito? preguntó Silvia-.
¡Ahora eres tú la que me interrumpe!.
Está bien, me callo. Continúa.
«Estoy tan concentrado en mi masturbación, que no noto que se ha abierto la puerta. Pero cuando se cierra, el ruido me hace levantar la cabeza. Hay tres mujeres en la habitación, mirándome con distintas expresiones».
¿Quiénes son las tres zorritas que tienen llave de tu casa? preguntó de nuevo Silvia-. Bien callado que te lo tenías.
¡Guarda silencio y no me cortes más, o no sigo! la reprendí-.
¡Vale!. Estabas hablando de las caras de tus tres putitas
«Hay una rubia, con grandes pechos, que se pasa los labios por la lengua con expresión de lujuria. Las otras dos son morenas. Una de ellas, pequeña y rellenita, se ha ruborizado, y tiene cara de confusión. La tercera, alta y maciza, no tiene ojos más que para mi pene erecto.
Esta es la que se acerca a mí, como si no sucediera nada, y me besa ligeramente en las mejillas. Luego me presenta a las otras dos. Yo no sé que hacer. Sigo medio incorporado en el sofá, con la mano en mi pene, que empieza poco a poco a disminuir de tamaño.
Ellas se han apartado a un lado, y cuchichean entre sí. La bajita se tapa la cara con las manos, muy encarnada, mientras la rubia profiere pequeños grititos excitados.
Nuevamente, es la morena de cuerpo rotundo la que se acerca a mí, y me pide que continúe con lo que estaba haciendo, y me dice que ahora ellas me van a dar motivos para que me masturbe de veras.
Entre las otras dos empujan a la morenita, que se resiste sin demasiada convicción, y la sientan en un sillón frente al sofá. La rubia le levanta la falda hasta la cintura, para que yo pueda contemplar sus pequeñas braguitas, mientras la otra desde atrás le sujeta las manos con las que pretende cubrirse de nuevo. Pero puedo notar que no se opone con mucha convicción.
Al fin la suelta. Ella se tapa la boca con una mano, en un gesto de pudor que me excita. La rubia se pone en cuclillas frente a ella, y le separa los muslos, mientras la chica se deja hacer. La otra ha dado la vuelta en torno al sillón. Toma la mano libre de la chica sentada, y la introduce junto con la suya por debajo de la braguita. Veo el bulto de las dos manos moviéndose arriba y abajo en la entrepierna. Por fin, queda solo una mano sobre el sexo, que sigue moviéndose muy despacio; la chica ha cerrado los ojos, y parece entregada a sus propias caricias.
Ahora le suben las piernas sobre los brazos del sillón, dejándola despatarrada. Es una buena postura para lo que se proponen hacer a continuación. Esperan unos segundos más, y luego rápidamente la despojan de las bragas. Ella cierra de nuevo las piernas e intenta resistirse, pero no se lo permiten. Al fin parece resignarse, su mano vuelve a acariciar la vulva, y ahora puedo ver los labios turgentes masajeados por los dedos, que de vez en cuando me permiten contemplar la abertura de su vagina.
Mi pene ha vuelto a crecer entre mis dedos, pero no muevo la mano. Quiero reservarme para lo que intuyo que vendrá después.
Ahora la rubia se pone a la espalda de la tercera chica y posa sus manos sobre el pubis de ésta a través del vestido, y se lo acaricia con movimientos circulares, mientras la besa en el cuello. Luego se arrodilla detrás de ella e introduce sus manos por debajo de la falda. Muy despacio, las manos reaparecen sujetando unas mínimas braguitas, que quedan arrugadas en los tobillos. Vuelve a poner la mano entre sus piernas, pero ahora ha levantado el vestido, y puedo ver perfectamente el sexo acariciado por la mano de la rubia.
La morena ha puesto sus manos detrás, y siento el ruido de una cremallera al descorrerse. La cintura de la falda se ahueca, y por fin sigue el mismo camino de las braguitas, dejándola desnuda de cintura abajo.
Se invierten los papeles. Es la morena la que desabotona lentamente la espalda del vestido de la rubia, que ni en ese momento cesa en sus caricias al sexo de su amiga. El vestido cae al suelo, dejando a la vista un sujetador sin hombreras que apenas tapa los pezones de sus grandes senos, y una minúscula tanga, apenas un pequeño triángulo que cubre estrictamente el pubis, sujeta con unos cordones en torno a sus caderas.
Una rápida manipulación, y los pechos quedan libres del sujetador. Luego, la tanga sigue el mismo camino. Ahora es la rubia la que desabrocha la blusa de su amiga. Y finalmente, quedan las dos completamente desnudas en el centro de la habitación.
Vuelvo la vista unos instantes al sillón. La morenita mira con los ojos desencajados a sus dos amigas, mientras una mano sigue con su tarea sobre el coñito, y la otra masajea sus pechos sobre la camiseta. Pienso que no está bien que sea ella la única que aún conserva parte de su ropa mientras los demás estamos completamente desnudos, y decido intervenir. Ella mira expectante como me aproximo.
Me pongo a su espalda tras el sillón, y la despojo de la camiseta. No lleva sujetador, y sus pechos gordezuelos quedan expuestos a mi vista. Me inclino sobre ella, y localizo una presilla y una pequeña cremallera a un costado de su falda, que desabrocho. La tomo de una mano, invitándola a ponerse en pie, y la falda resbala por sus piernas dejándola también a ella desnuda.
La conduzco hacia el sofá, y la obligo a sentarse sobre mis piernas, de espaldas a mí. En esa postura mi pene sobresale entre sus muslos pegado a su coñito, que acaricio lentamente con una mano, mientras masajeo sus pechos con la otra. Ella ha encontrado un mejor entretenimiento para las suyas, y tiene mis testículos apresados con una de ellas, mientras la otra recorre arriba y abajo mi falo, en un movimiento que, por leve, no llega a ser masturbatorio, aunque el suave roce me pone al límite de la excitación.
Sigo con la vista la dirección de su cabeza, que está ligeramente vuelta. Las otras dos chicas están tendidas en la alfombra, en un erótico 69. Podemos ver la lengua de la rubia que lame con fruición el sexo de su amiga, entre las piernas muy abiertas, mientras sus pechos se bambolean con sus movimientos.
Empujo ligeramente a la rellenita, y la pongo de rodillas frente a mí. Ella duda un instante, pero finalmente se introduce poco a poco mi pene entre sus labios gordezuelos, mientras la mano sigue masajeando su sexo».
- ¡Ahhhhhhh!. ¡Mmmmmm!. Silvia, si sigues con mi pene en la boca no podré continuar.
Ella lo retiró un momento de entre sus labios para poder hablar:
- Imagina que la mamada te la está haciendo la morena regordeta, y continúa.
Pero no pude seguir. Sentí el inicio del placer de mi eyaculación en la boca de Silvia, y la historia quedó sin final, porque a continuación me puse sobre ella, la penetré sin ningún preámbulo, y nos revolcamos como posesos hasta conseguir ambos el alivio de la líbido nuevamente excitada por nuestras fantasías.
Eso fue anteayer. Silvia ha quedado en pasar esta tarde por mi casa, y yo me he procurado una botellita de aceite corporal, porque voy a probar si el sexo anal le resulta tan placentero en la realidad como en sus fantasías. Tengo una erección sólo de imaginármela completamente desnuda, a gatas en la cama, ofrendándome su trasero.
Siento la cerradura de la puerta. Sin duda Silvia, que ella sí dispone de una llave. Entra en la sala de estar y me besa ardientemente.
- Desnúdate por completo. Quiero que te masturbes como en tu fantasía del otro día me dice susurrante al oído-.
No me hago rogar. Ella contempla unos instantes mi pene al máximo de su tamaño. Luego, ante mi extrañeza, me guiña un ojo y se dirige al vestíbulo, para volver a entrar acompañada de dos chicas, una de ellas rubia. Le levanta la falda, para mostrarme un coñito totalmente rasurado, con sólo un pequeño mechón amarillo al inicio de su rajita.
Luego, Silvia y la rubita comienzan a desvestir a la tercera.