Fantasías de un virgen (2: La Venganza)

Sentir el sabor de la revancha produce un placer inagotable.

Fantasías de un virgen 2: La Venganza.

Ninguno de los relatos de la serie " Fantasías de un virgen " se basa en hechos reales y los nombres de los personajes son fruto de la imaginación del autor. Cualquier similitud con la realidad es pura casualidad.

Se solicita a los lectores que realicen el debido comentario al presente relato, para poder realizar variaciones pertinentes en los relatos futuros.

Para quien no lo recuerde o no lo sepa, hace unos días inicié una serie de relatos llamados "Fantasías de un virgen".

Como el título lo indica, se refiere a una serie de fantasías sexuales de un joven de diecinueve años que al momento de escribir los relatos es virgen.

Hace algunos años una persona me dijo que la vida es como una rueda: siempre vuelve a pasar por el mismo lugar. Algunos me dirán "Te estás refiriendo a la venganza" y yo les digo que es así.

Desde siempre he asistido a una escuela privada rural de la Argentina (no les digo la ubicación exacta para proteger mi privacidad). Nunca fui un excelente alumno, pero en los últimos años de la educación secundaria (que hasta hace pocos años en la Argentina se llamaba "Polimodal") logré estar entre los mejores alumnos, llegando a ser tercer promedio de mi colegio.

Había una chica, que por muchos años fue primer promedio, que se sintió amenazada por mi súbito avance intelectual y comenzó a hacer algunas cosas para "bloquear" mis intentos por ascender, mediante una serie de actitudes egoístas y dañinas (haciendo desaparecer carpetas de apuntes, hablando mal de mi a mis espaldas y comportándose muy falsamente con migo, entre otras cosas). Simplemente la llamaremos Virginia.

Debo reconocer que nunca me gustó esta chica, pero siempre la admiré por su maravillosa inteligencia, que poseía a pesar de sus problemas familiares: su padre ya había abandonado a su anterior esposa y a sus hijos y también la abandonaría a ella, a su madre y a sus hermanos en muy poco tiempo.

Yo también le hice a ella algunas cosas en forma de venganza y sólo hay una cosa que me avergüenza: fueron bajezas muy poco morales. Entre las venganzas realizadas y aquellas que no logré cumplir, se encuentra un sueño recurrente o, por decirlo menos intelectualmente, una calentura.

En las líneas siguientes me dedico entonces a contar este sueño dueño de tantas y tantas y tantas… pajas.

Era una noche calurosa de verano. Virginia vivía frente a la escuela. Esperé toda la noche escondido frente a su casa, observando y esperando a que ella se quedara dormida. Cuando todas las luces se apagaron, esperé una hora y luego me dispuse a actuar. Me puse un par de guantes y sigilosamente violé la cerradura de su casa, entrando en ella. Tomé una botella de cloroformo y lo coloqué en diferentes pañuelos, que puse en el rostro de su madre y de sus hermanos para evitar interrupciones. Sabía que el efecto tendría media hora, por la dosis utilizada.

También coloqué cloroformo en el rostro de Virginia, para evitar sobresaltos. Luego la levanté y la llevé sobre mis hombros y, quien sabe como (les recuerdo que es un sueño), ingresé al colegio y finalmente al aula en la que diariamente tomábamos el curso.

Colocándola boca abajo sobre el escritorio, la desnudé totalmente y la amarré de la siguiente manera: sus piernas quedaron colgando por un extremo del escritorio y las até a las patas del éste, quedando totalmente abiertas, y con un par de sogas, amaré sus muñecas a las patas delanteras del escritorio.

A pesar de que sabía que era una violación, decidí esperar a que despertara de los efectos del cloroformo, para lo cual coloqué en su nariz algunos olores fuertes para que la despabilaran (no sé si en la realidad funciona pero en mi sueño sí).

— ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy? –preguntó ella- ¿Por qué estoy desnuda? ¿Quién sos vos?

Pero ¿Cómo? ¿No reconoces a tu raptor?

No estoy segura… ¿Elombligo? –dijo aún turbada por el efecto del cloroformo— ¿Qué estas haciendo? ¿Por qué es esto?

Vos sabés que en este último año me hiciste varias cagadas, a pesar de que yo siempre te admiré por tu gran inteligencia y capacidad. Ésta es mi revancha. Hace mucho tiempo que estoy recaliente con vos, te deseo, todas las noches sueño con tener tu piel entre mis manos, tocarnos piel con piel

A esta altura de la situación, ya me encontraba detrás de ella, acariciándola y apoyando mi pene erecto en sus rígidas nalgas. Me agaché y comencé a lamer sus tobillos y acariciar suavemente sus piernas, ascendiendo poco a poco.

— ¡Soltame asqueroso! ¡Qué me vas a hacer!

No te hagas la ingenua, sabés perfectamente lo que te voy a hacer y no te voy a soltar hasta después de hacerte todo lo que siempre ansíe… lo que siempre necesité de tu cuerpo, de tu piel

A esta altura de las circunstancias mi lengua ya recorría sus nalgas y jugaba con su ano. Ella se esforzaba por soltarse e intentar mirar lo que hacía, pero no lo lograba.

Tomé una mochila en la traía algunos elementos que utilizaría durante la larga sesión de sexo. De ella saqué un tarro de miel, lo abrí y lentamente desparramé parte de su contenido sobre su espalda, sus nalgas y sus piernas. Luego me dispuse a masajear toda su piel, untando el dulce elixir en todo su cuerpo, logrando que sus músculos se relajaran y su resistencia a mis caricias fue disminuyendo poco a poco; no sé si era por la excitación o por el cansancio. Su agitación desesperada comenzó a convertirse en suspiros de relajación y deseo.

Sus palabras aún eran hirientes:

Déjame. Animal. Bestia. Bruto. Cuando logre salir de aquí te vas a arrepentir toda tu vida de lo que me estás haciendo.

¡Shhhhhh! —le dije al oído, intentando tranquilizarla—. Cuando salgamos de aquí me vas a agradecer toda la vida lo que voy a hacer y lo vas a disfrutar tanto que vas a pedir más. Además, de nada sirve que grites.

Era cierto. De nada servía que gritara. A pesar de que unas monjitas vivían en la escuela (era un colegio religioso) nadie nos escucharía esta noche, sólo el suave arrullo del viento se escuchaba afuera, y era todo lo que se oiría durante toda la noche.

Mis masajes se localizaron en sus muslos, acariciando suavemente su rajita. A pesar de su resistencia, noté que se estaba mojando, que estaba sintiendo escalofríos y deseos de que la penetrara hasta el cansancio.

Lentamente su resistencia se debilitó por completo y los gritos de socorro fueron cambiando por un suspiro pesado, pausado y acompañado por gemidos. Decidí entonces pasar a la acción. Coloqué bastante miel en mis dedos índice y medio y comencé a introducirlos lenta pero constantemente en su estrecho ano. Noté que Virginia se quejaba un poco por el dolor, así que decidí agacharme y utilizar mi lengua en lugar de mis dedos. Lamí su ano suavemente, dilatándolo al máximo. Introducía mi lengua lo más profundo posible y luego la retiraba, lamiendo todos sus alrededores, lamiendo su vagina y succionando sus jugos recién salidos de su virginal cueva de la fertilidad.

Su excitación iba en aumento. Aprovechando la situación, decidí incorporarme, tomar mi erecto pene y apuntar en dirección a su ano. Lo introduje súbitamente, por lo que su grito de dolor retumbó en todo el salón de clases. Su sufrimiento era mi recompensa, era mi venganza y mi redención. Tomé sus trenzas y jalé de ellas hacia atrás, haciendo que su espalda se arqueara.

Comencé a mover fuertemente mi cadera, bombeando mientras jalaba fuertemente de sus cabellos. Ella gritaba; no sé si de dolor (que es lo más probable) o de placer. Sus gritos me excitaban cada vez más y me llevaban a aumentar mi ritmo más violentamente. Fue increíble. Estallé en el orgasmo más grande de mi vida, sentía que las piernas me fallaban por momentos y mi eyaculación fue tan fuerte que algunas gotas de semen se desparramaron por sus muslos.

El placer fue muy grande, llegué a jalar tanto de sus trenzas que en un momento, no recuerdo cuando, éstas se desarmaron dejando todo su cabello suelto.

Luego de esto, retiré mi pene de su ano, cuando estaba comenzando a debilitarse en su fuerza y vigor. Ella estaba ahí, sobre la mesa, tirada, casi desmayada y agitada por la reciente experiencia dolorosa, en parte y placentera al mismo tiempo.

Aproveché su estado de letargo, y comencé a limpiar con mi lengua toda la miel que Virginia tenía desparramada en su espalda. Lamer su piel suave, pegajosa y dulce me provocaba muchísima excitación. Al terminar de limpiarla, la desaté y la puse de espaldas sobre la mesa. La volví a amarrar, tomé el pote de miel y desparramé lo poco que quedaba, rebañando dicho pote con los dedos para aprovechar al máximo las últimas gotas del dulce elixir.

Unté toda la miel en su estómago y vientre, subiendo suavemente hasta llegar a sus senos y masajeándolos con fuerza. Virginia despertó de su corto sueño y notó el cambio de posición, por lo que intentó moverse y zafarse, pero al notar que sus esfuerzos eran inútiles decidió ceder a mis caricias. Sus ojos se cerraron y su cuerpo comenzó a disfrutar de mis caricias.

Me aparté un poco y tomé de mi bolso un pepino. Era bastante grande y firme. Al verlo Virginia se asustó, se agitó violentamente intentando zafarse.

Pero, ¿Qué haces? ¿Estás loco? Eso me va a dañar, soltame bestia, ¿Qué vas a hacer con eso?

¿Aún no te das cuenta? Es algo muy obvio: esto es una sesión de sexo y en una sesión de sexo… -me acerqué y hablé suavemente a su oído- …no creo que hagamos una ensalada.

Luego de decir esto, tomé el pepino entre mis manos, lo rocé por los labios de su vagina y finalmente lo introduje súbitamente, lo que le produjo un fuerte dolor al momento de llegar al himen. A pesar de haberlo chocado bruscamente, dicha membrana no se rompió, por lo que acometí nuevamente con la envestida. El dolor que Virginia sintió debió ser muy grande, pero intentó callar su grito en esta segunda envestida. De ahí en más me dediqué a horadar su recién desvirgada vagina: aún quedaba medio pepino fuera de su cuerpo.

Los hacía lentamente, moviendo el pepino en círculos, disfrutando a cada instante de su sufrimiento que en algunos instantes se confundía con placer. Finalmente y de improviso, el pepino se introdujo completamente, sobresaliendo sólo un pequeño extremo del verde vegetal. Me situé entre sus piernas, arrodillado en el piso y tomé el extremo sobrante del pepino con mis dientes, retirándolo unos pocos centímetros y volviendo a introducirlo. Hice esto varias veces y luego me dediqué a lamer la unión entre el pepino y su vagina. El sabor era extraño, sus jugos se mezclaban en mi boca con mi saliva y con la miel e hicieron que mi deseo por su cuerpo aumentara intensamente.

Me dispuse a retirar el pepino de su orificio. Comencé lentamente, suponiendo que retirarlo rápidamente le produciría mucho daño, pero en cuanto logré retirar más de la mitad, quedando en su interior poco más de una cuarta parte del vegetal, lo retiré repentinamente, haciendo un fuerte ruido que sólo fue callado por el grito de Virginia.

Disfruté su dolor, me hizo pensar que su dolor y sufrimiento calmaría mi sed de venganza. Pero ello no sucedió, seguí sintiendo ese vacío que se siente cuando algo te falta, pero aún no sabes qué es. Ella se quejaba bastante, pero su dolor fue decreciendo cuando mis caricias por todo su cuerpo se reanudaron, acompañadas por mi lengua que recorría toda su piel generando en ella cierto éxtasis.

Me coloqué encima de ella, con las piernas abiertas y con las rodillas sobre el escritorio y coloqué mi pecho sobre el suyo, rozando mi pene con su vagina y mordiendo sus pezones. El dolor desapareció de su rostro y sus ojos se cerraron en señal de placer. Viendo esto, me incorporé y me decidí a enfilar mi pene hacia su enrojecida vagina; esto había dejado de ser sexo o una simple violación. De un momento a otro lo que había comenzado como algo violento y casi sanguinario se convirtió en placer mutuo.

La penetración se retrasó un poco: me di cuenta de que para que realmente este acto sexual se convirtiera en algo placentero para ambos necesitaba protección. Tomé mi bolso, y saqué un preservativo. Lo coloqué cuidadosamente, deslizándolo en mi pene y saqué también un poco de vaselina, untándolo en su vagina para evitar producir un nuevo dolor.

Sus ojos se abrieron lentamente y me miraron con deseo, ya no con odio. Volví a mi tarea y suavemente introduje me glande en su vagina que era acercada por las caderas de Virginia que se levantaban en el aire, buscando el camino del placer, intentando "morder" el fruto prohibido de la pasión y la lujuria, buscando el pecado que pierde y hechiza al hombre y a la mujer y que cohíbe a los sentidos con respecto al mundo exterior e intensifica las propias necesidades. Ese aroma al sexo del otro se percibía en el aire viciado del salón vacío, en cuyas paredes retumbaban los gemidos de placer que ambos emitíamos a medida que yo metía y sacaba mi pene de su vagina lubricada.

Mis movimientos se aceleraron, los suspiros se intensificaron y de un momento a otro, ambos estallamos en un orgasmo espléndido que nos dejó totalmente agotados. Decidí acostarme junto a ella y disfrutar del momento. La besé suave pero largamente y cerré mis ojos quedando semidormido en un increíble letargo.

Faltaban unas pocas horas para el amanecer. Desperté de mi inconciencia y me incorporé. Retiré el preservativo de mi pene y lo arrojé al cesto de la basura, me vestí nuevamente y noté algo: esa sensación de vacío se había terminado, ya me sentía completo y satisfecho por lo logrado, por esa paz interior encontrada.

Al terminar de vestirme, me acerqué al aletargado cuerpo que yacía sobre la mesa y me observaba con odio y rencor pero con lujuria y pasión al mismo tiempo, la besé en los labios, tomé mis cosas y salí por la puerta, dejando tras ella a mi ocasional amante que gritaba y suplicaba por su libertad.

A.V.

Suplico a los lectores que comenten el relato. Acepto y agradezco cualquier tipo de sugerencia o crítica. Desde ya gracias.

Mi próximo relato (que será publicado en fecha incierta) referirá a una fantasía sexual "artística" con mi mejor amiga.