Fantasías con mi Jefa: el despacho.
Os explico una de las fantasías que tengo con mi Jefa. No ha ocurrido nunca, pero me vuelve loco pensar que ocurriera.
Hola. Me llamo Jaime y tengo un problema. ¡Mi jefa está muy buena! Ella es la Jefa de Personal de la empresa y soy su secretario. Yo trabajo en el mismo despacho que ella, porque prefiere tenerme controlado a su alcance, aunque a veces, cuando tiene una entrevista delicada que hacer, me manda al despacho de al lado o a tomar un café a la cafetería de enfrente. De vez en cuando, cuando está trabajando y no me mira, la miro, de reojo, y la verdad es que me pongo malo.
A pesar de que está cerca de los cuarenta, tiene un cuerpo de infarto. Es una pelirroja con los ojos verdes, cuerpo de guitarra y pecho de princesa, turgente y dulce, que pide a gritos que lo acaricien. Es una mujer simpática y agradable, que no se enfada fácilmente, pero que elude con inocencia no exenta de malicia cualquier frase de doble sentido que se le dirija. Yo, además, no soy un adonis. Estatura aceptable, no demasiado feo pero si demasiado gordo para ser atractivo. Encima tengo doce años más que ella.
No puedo esperar que me haga caso más allá del trabajo, pero no puedo evitar mirarla y sufrir en silencio. Y por supuesto, me quedan mis fantasías. Y alguna de ellas quiero contaros hoy.
La primera tiene lugar en el propio despacho. Es verano. Encendemos el aire acondicionado a ratos porque, pese a que hace mucho calor, a ella le molesta bastante el aire frio, así que cuando se enfría un poco el ambiente, lo apaga. Por esto estamos los dos un poco sudorosos.
Lleva un vestido que la hace muy atractiva. Blanco, de estilo ibicenco, largo hasta los tobillos y con un escote cruzado. Es un corte que ella suele llevar y que le sienta fantásticamente. Resalta un pecho y unas caderas increíbles. Holgado, suelto hasta el bajo y ceñido bajo el pecho. El pecho está recogido por dos pliegues del vestido, que se sostienen por dos tirantes finos. Le hace unas formas ideales y deja imaginar, más que entrever, un canalillo que se adivina, ya que no se ve, bastante generoso. Y encima esa curva de la mandíbula y el cuello que me vuelven loco, aunque no sé explicar el porqué.
Trabajamos cada uno en nuestro ordenador, pero yo no dejo de echar vistazos de reojo a su figura a un par de metros de mí. Se le ha caído uno de los tirantes. Ese hombro al aire me excita sobremanera. Tengo un inicio de erección. Seguimos trabajando. Al cabo de unos minutos tengo que enseñarle unos papeles que acabo de escribir. Podría haberlos enviado a imprimir en la impresora que hay junto a ella. Todo está conectado en red. Pero prefiero imprimirlo en la que hay junto a mí y acercárselos yo.
Cuando llego junto a ella, tengo que acercarme por detrás porque está de cara a la pared. No tengo sitio para acercarme bien, así que tengo que apoyarme en su silla e inclinarme por su lado para enseñarle el trabajo que he hecho. Al hacerlo tengo una visión maravillosa de sus pechos. Como yo ya sabía, sus pechos son grandes, firmes y jugosos. Apenas puedo apartar los ojos de ellos. Mientras le enseño el trabajo me desequilibro un poco y tengo que apoyarme con la otra mano en su hombro para no caerme. Siento el tacto de su piel. Es suave como la seda, y está húmeda y fresca por la leve capa de sudor. Me estremezco y no me atrevo a retirar la mano por miedo a que piense que es un movimiento premeditado. Ella no dice nada y parece no darse cuenta o no querer darse cuenta de que mi mano está sobre su piel. Sigue mirando los papeles que le estoy enseñando.
No puedo resistir la tentación de acariciar suavemente su hombro. Ella sigue mirando los papeles sin decir nada. La acaricio levemente, pero ya no se puede negar la intención. La estoy acariciando por impulso. Espero que de un minuto a otro se levante enfadada y me eche del despacho. Y adiós trabajo. Pero no puedo resistir la tentación. Tengo que seguir la curva de ese hombro, de ese cuello y de esa barbilla con mis dedos al menos hasta que me eche con cajas destempladas.
Pero ella sigue mirando papeles como si no notase nada. Acerco la otra mano al otro hombro. Ella está inmóvil, como paralizada. Yo esperando la bronca, la expulsión del despacho, pero ella sigue sin reaccionar. Empiezo a masajearle los dos hombros suavemente. Voy pasando de los hombros al cuello, a la barbilla… Cada segundo espero ver el enfado y oírlo en su voz. Pero no ocurre. Le acaricio la parte superior de la espalda con un lento masaje. Paso a los hombros y la parte superior de los brazos. Luego por los hombros al cuello y a la cara. Le paso la yema de los dedos por los labios, las mejillas, las cejas, la frente, las sienes y vuelta a la barbilla y los labios. En los labios apenas un roce. Sé que son muy sensibles.
Me apetece acariciar cada centímetro de su piel, y sigo esperando el despido. Pero el despido ya me da igual. Yo no puedo parar. Sólo pararé cuando ella me rechace. Y por ahora no dice nada. Sigo acariciando sus hombros y deslizo las manos hasta la parte delantera del tronco, sobre la clavícula y la parte alta del esternón. Vuelvo a los hombros. El tirante que queda arriba me estorba, así que lo empujo suavemente hacia un lado mientras masajeo y lo dejo caer por el lado. Ella no se mueve. A veces da la sensación de ser un pajarillo asustado que no se atreve a moverse. No se ha movido desde que empecé a acariciarla.
Sigo acariciándole la espalda, incluso metiendo las manos bajo el borde superior del vestido. La acaricio un tiempo arriba y abajo, toda la espalda, presionando con más fuerza que antes en la espalda y hombros. Después paso las manos hacia adelante, acariciando su pecho levemente por encima del vestido. En ese momento reacciona:
―¿Qué haces? ¡Puede entrar cualquiera! ― No me ha despedido. Por lo menos no ahora mismo. Ni siquiera me ha dicho que pare. La hago un sonido con la boca:
―¡Pssssssssst! ¡No va a entrar nadie! ¡Está echado el pestillo!
―Pero…
―¡Pssssssssst! ― En ese momento pienso:” se acabó. Ahora me echa”.
Pero se calla. Sigo acariciando su pecho suavemente sobre la ropa. Vuelvo a la espalda y de nuevo a los hombros y a la cara. Su respiración se hace más pesada. Sigue sin hablar. Bajo las manos a los hombros y al pecho y ahora sí, meto las manos por el canalillo y acaricio cada pecho con una mano. Ella suelta los papeles y sube las dos manos hacia el pecho para parar las mías. Saco las manos de su pecho y sujeto sus dos brazos. Lentamente los empujo hacia abajo, apenas con la presión necesaria para bajarlos. Si ella no hubiera querido, sus brazos no habrían bajado. Pero ella en ese momento parece rendirse. Y me deja bajarle los brazos sin esfuerzo.
En ese momento, aunque estoy detrás de ella, veo desde atrás que se está sonrojando. Me encanta como se sonrojan las pelirrojas. Por mucho que quieran no pueden ocultar lo que sienten. Se sonroja hasta en la parte de atrás del cuello. Y en ese sonrojo yo veo muchas cosas: nervios, enfado tal vez, pero también excitación y un punto de “¡qué vergüenza no querer que pare!”.
Vuelvo a subir mis brazos y la acaricio por los hombros, la espalda, la cara ―noto el calor del rojo en sus mejillas―, vuelvo a bajar al pecho y ahora sujeto directamente el vestido y lo bajo por debajo del pecho, junto con el sujetador. Ella hace intención de levantar los brazos de nuevo, duda un instante, y finalmente vuelve a dejarlos caer sin llegar a levantarlos del todo.
Ahora sus pechos están a mi disposición y puedo verlos desde arriba. Son más bonitos de lo que había imaginado. Y se mantienen muy erguidos, a pesar de ser bastante grandes. Los pezones levantados apuntando al frente, de un color toffee sobre un pecho marfil, luminoso y terso. Me quedo casi sin aliento al verlos. Los acaricio con reverencia rozando levemente con la yema de los dedos, primero contorneandolos y luego en una espiral que se acercaba lentamente al pezón. Al final, tras llegar al pezón en la larga espiral, llevo los dos dedos hacia el centro de los dos pechos, bajo hasta el ombligo y subo por el canalillo hasta llegar a la barbilla y después a los labios.
Al llegar a los labios noto como el aire sale por ellos en una especie de suspiro. Los labios tiemblan. Siento su calor en la yema de mis dedos. Mis dedos se engarfian y acarician suavemente la cara con las uñas. Mis uñas pasa sobre sus ojos, que ha cerrado al ver que se le acercan, y después pasan por sus mejillas, rozan los lóbulos de las orejas ―lo que provoca un estremecimiento―, y rodean el cuello hasta llegar a la espalda. Acaricio toda la espalda con las uñas, arañando levemente. Sobre la piel blanca se va marcando una línea rosa por donde pasan las uñas, aunque, por supuesto, no hacen daño. Siento que se estremece bajo mis uñas. Su respiración se hace más profunda y entrecortada.
Vuelvo a masajear su espalda y sus hombros, llegando de nuevo hasta el pecho. Ahora lo acaricio con un poco mas de fuerza, pero sin exagerar. Intento abarcar cada pecho entero con una mano, pero son más grandes que mis manos. Me apetece abarcarlos desde los lados, pero con el respaldo de su sillón, sus brazos me estorban, así que la tomo por los antebrazos y se los voy subiendo hasta llegar a colocar las manos sobre su nuca. Le susurro:
― ¡Déjalas ahí! ―Los deja.
Sigo acariciando los brazos por la cara interna, que es mucho más sensible y, al tener los brazos levantados queda bien expuesta. Bajo hasta sus axilas. Parecen depiladas, pero al tacto noto el principio del vello que empieza a crecer. A simple vista no se ve, pero me encanta el estremecimiento en su piel cuando los acaricio. Bajo por los costados, a ambos lados del respaldo del sillón. Le empujo un poco hacia adelante para dejar su espalda al descubierto, la acaricio y luego vuelvo a los costados y después por fin al pecho.
Cuando empiezo a tocar el pecho siento que deja de respirar un segundo y vuelve a su respiración pesada. Abarco cada pecho cuanto puedo desde el lado empujándolos para que se unan en el centro, creando un canalillo aún más atractivo. Mientras lo presiono un poco y lo aflojo, con el dedo medio acaricio sus pezones. Escucho como gime. Al oírla gemir pellizco suavemente el pezón entre mis dedos índice y corazón. Su espalda se arquea hacia atrás. Gime de nuevo.
En ese momento la beso en el cuello. Y mientras presiono su pecho voy dando besitos por todo el cuello y la parte de la espalda que no tapa el sillón. Por fin tiro de su silla hacia atrás, me pongo delante de ella, la levanto, la abrazo y la beso en la boca. Por fin puedo acariciar su espalda sin estorbos. Voy besándola en los labios, en la parte delantera del cuello, en el pecho…, al tiempo que recorro su espalda con mis manos una y otra vez. De repente paro y me dirijo a sus labios y le doy un beso lento acariciando sus labios y su boca.
Barro con el brazo su mesa y tiro al suelo todos los papeles que hay en ella. Afortunadamente el ordenador y el teléfono están en una mesa lateral. El vestido se le ha bajado hasta la cintura y le arrastra por el suelo. La abrazo y empiezo a acariciar sus glúteos sobre el vestido al tiempo que voy tirando de él para subirlo. Por fin llego al final del vestido y acaricio su trasero sobre sus braguitas. Le doy la vuelta y la levanto en el aire y la siento sobre la mesa de despacho, directamente sobre sus braguitas, dejando la parte trasera del vestido sobre la mesa. Ella está excitada. Respira profundamente y de vez en cuando suelta un pequeño gemido.
Empiezo a subirle el vestido por delante y ella me sujeta las manos con las suyas. No insisto por ahora. Me acerco, pongo mis manos en su espalda y entierro mi cara entre sus pechos. El sudor de su pecho me moja la cara. Su olor a hembra me inunda la nariz y me excita muchísimo. En el cuello olía levemente a perfume, pero aquí huele a hembra. A hembra en celo, diría yo.
Empiezo a mordisquearle los dos pechos, pasando de uno a otro, acercándome a los pezones pero sin llegar a ellos. Mientras tanto meto las manos bajo el vestido y acaricio su trasero. Por fin mordisqueo los pezones. Ella se va excitando cada vez más. Pego un tirón del vestido y se lo saco por la cabeza, junto con el sujetador. Intenta sujetarlo para que no se lo saque, pero apenas hace fuerza y no dice nada.
Está sentada en la mesa ya sólo con las braguitas. Acaricio todo su cuerpo con las manos ahora que está disponible. Vuelvo a besar sus pezones y voy bajando por su vientre hasta llegar a sus piernas. Las beso hasta la rodilla y vuelvo a subir. Al tiempo la empujo por el pecho hasta que queda tendida sobre su mesa. Esa misma mesa que ha oído tantas veces las broncas que les echa a los trabajadores que no cumplen. Sus piernas cuelgan por un lado y la cabeza queda también sin apoyo por el otro. Le separo las piernas bruscamente. Lleva unas braguitas parecidas a las que yo imaginaba: color “carne” y un modelo de tipo tanga, pero no tanga de hilo dental. La parte trasera lleva tela, pero tan estrecha que se queda cogida entre los maravillosos glúteos que antes adivinaba y que ahora veo en sazón. Y cuando se acerca a la cintura trasera se convierte en un pequeño triángulo que destaca sobre su piel. Entre las piernas las braguitas se ven mucho más oscuras porque están mojadas. Muy mojadas.
Le acaricio los pechos con las dos manos al tiempo que le beso la parte interna de los muslos. Después sigo subiendo hasta llegar a su pubis. Está depilado, pero no del todo. Siento el vello a través de la tela de las braguitas. Voy bajando por el centro hasta llegar a la parte de las braguita que está húmeda. El olor es increíble. Huele a ella. Es el olor que me ha vuelto loco desde hace años siempre que paso a su lado, pero al mismo tiempo es más concentrado, más intenso, más dulce. Si estuviera catando un vino diría que tiene matices de roble rojo, de tierra primigenia, de melón, de melocotón, de frutos rojos; con un sutil toque de mar, de canela y hierbabuena. Podría quedarme un mes aquí, quieto, disfrutando este olor. Pero ella se remueve un poco cuando me paro. Si le doy tiempo a pensar se va a arrepentir de permitírmelo, así que vuelvo a las andadas.
Saco la lengua y empiezo a lamer la parte humedecida de las braguitas mientras sigo acariciando sus pezones. Ella se estremece visiblemente al sentir mi lengua. Os he hablado del olor. No sé si podré hablar del sabor. Es algo tan dulce, tan sutil, tan lleno de matices, que me va a costar definirlo. Muchos de los olores que he descrito antes siguen ahí, en mi lengua, pero además, puedo captar sabores más sutiles aún. Sobre todo se potencian los sabores a mar, a salmuera, a salmón y pez espada, a concha fina y navaja; también sabores a tierra, a tomillo, a romero, a salvia… y un puntito levísimo, casi inexistente, de jabón. Ningún cocinero del mundo sería capaz de crear un plato con esa delicadeza de sabores, tan redondo, tan sutil y equilibrado.
Sigo pasando la punta de la lengua por la zona húmeda y al tiempo voy desplazándola a los lados, a la cara interna de los muslos para darles largos lametones y volver atrás. La mancha de humedad en sus braguitas crece delante de mis ojos. El tejido está sobresaturado. Sobre él aparecen gotitas de líquido, como si ya no cupiese más en la tela. Aprovecho para lamer esas gotitas. Cada una supone una nueva explosión de sabor. Recorro toda la zona dando lametones largos, tanto en la zona húmeda como en la seca, por encima de la tela. Voy hasta la parte del pubis y vuelvo hacia la vulva y el perineo. La braguitas están ya empapadas por todas partes, con una mezcla de sus jugos y mi saliva. Mi pene está tan duro como nunca lo había visto.
En este momento ella está excitadísima, mordiéndose los labios para no gemir fuerte. Con sus manos intenta bajarse las bragas, pero se las sujeto y no se lo permito. Se lo que quiere, pero todavía no quiero dárselo. Tiro del borde de las braguitas y lo coloco en el centro, dejando medio pubis y media vulva al aire, pero con el clítoris tapado aún. Vuelvo a lamer, esta vez siguiendo el borde, de forma que la lengua toca el mismo tiempo su piel y la tela. Al recorrerla su cuerpo se estremece. Por fin decido quitarle las braguitas. Tiro con cierta violencia y se las bajo de un golpe hasta las rodillas. Después se las quito acariciando sus piernas al mismo tiempo. Pero no las voy a soltar. Me envuelvo un dedo con ellas y empiezo a acariciar su pubis, su vulva y su perineo con ese dedo. Noto su extrañeza por el tacto, ya que intenta incorporarse para ver que hago. No la dejo incorporarse. Quiero mantenerla en la duda.
Por fin, después de haberlas introducido incluso un poco en la vagina para recoger todos sus líquidos, Me coloco de pie frente a la mesa y cogiéndola por la mano la incorporo en la mesa.
En ese momento, ella está completamente desnuda y yo estoy completamente vestido. La abrazo, le acaricio la espalda y la beso con fruición, salvajemente. Veo como su lápiz de labios se corre hacia la cara. Cojo las bragas que están en la mesa junto a ella y las acerco a sus labios.
― ¡Quiero que lo huelas igual que yo! ― Ella hace ademán de retirarse, pero le sujeto la cabeza suavemente para que no pueda echarla atrás.
―No te retires. Es maravillosa. ―Titubea.
La beso de nuevo y vuelvo a acercar las braguitas a su cara. Las huele, pero no le gustan y gira la cabeza, así que las retiro y las meto en mi bolsillo. Su excitación se ha enfriado un poco, pero la vuelvo a tumbar y vuelvo a trabajar con la lengua, pero esta vez directamente sobre su piel. Su tensión sube y su respiración se tensa. Paso sobre los labios mayores abriéndolos con la punta de la lengua. Dejo a la vista los labios menores. Los acaricio también con la punta de la lengua. Vuelvo al perineo. Por experiencia sé que es una de las zonas más sensibles del cuerpo. Luego de nuevo hacia arriba hasta el pubis. Tiene el pelo depilado, pero no totalmente. La sensación es como un leve pinchazo. Me gusta. Por el camino rozo apenas el clítoris.
Pese a que la había secado con las braguitas, la vulva vuelve a estar encharcada. La acaricio con un dedo mientras mordisqueo el pubis. Nuevo estremecimiento. Los dedos se deslizan solos sobre los labios, casi se cuelan solos en la vagina. Al tiempo bajo los labios al clítoris y lo acaricio con la punta de la lengua. Le doy pequeños mordiscos, y fuertes lametones.
Apenas puede respirar ya. Veo que está cerca del orgasmo. Yo, a pesar de que estoy vestido, el morbo de la situación me tiene al borde del orgasmo también. En ese momento alguien gira el pomo de la puerta para intentar entrar. Yo estoy seguro de que el pestillo está echado. Ella intenta levantarse, pero la sujeto con la mano. Nadie va a entrar. Está cerrado. Nos quedamos inmóviles unos segundos los dos y luego, en vista de que no pasa nada, continuamos.
Saco un preservativo que siempre llevo en la cartera, me bajo los pantalones y me lo pongo rápidamente, mientras la acaricio cuando tengo la mano libre. Una vez que lo tengo puesto me acerco a ella. Mi pene queda a la altura justa con la mesa. Lo acerco a la entrada de su vagina y lo coloco con los dedos. Noto en mis manos que hay más humedad aún. Le acaricio los labios con la punta. Ella exclama:
―¡Hazlo ya, cabrón!
No puedo aguantar más. La sujeto por las caderas, y de un empujón se la meto hasta el fondo. Suelta un quejido. Empiezo a entrar y salir, cada vez más rápido, pero estoy demasiado excitado y sé que me voy a correr. Me paro. Entonces ella empieza a moverse, pero en la postura que está no puede empujar bien, así que se incorpora un poco y apoya las manos en el borde contrario de la mesa, quedándose inclinada en un ángulo de 45 grados con la mesa. Ahora si que puede moverse bien y es ella la que se mete y saca mi pene moviendo sus caderas y su cintura adelante y atrás. No puedo aguantar más y me corro de golpe. Ella nota que me estoy corriendo y acelera el ritmo. Poco después ella empieza a correrse también. Lo noto en su cara, en sus gemidos, pero sobre todo por las contracciones de su pelvis, que van y vienen oprimiéndome el pene como si quisiera succionármelo. Esa presión hace que termine de vaciarme. Al parecer ella también se ha vaciado, ya que estamos encharcados los dos.
La levanto y la abrazo, la beso en los ojos, los labios, suavemente. Permanecemos así un par de minutos. Todavía la tengo metida en su vagina. Por fin me separo y recojo una caja de pañuelos que había caído al suelo. Le doy unos cuantos para limpiarse. Yo también me limpio. Me cierro los pantalones y ella se viste. Busca sus bragas, pero no las encuentra. Me pregunta, pero yo le digo que no sé donde están. Le ayudo a buscarlas por toda la habitación sabiendo que están en mi bolsillo. Pero no se lo digo. Le digo que no las veo. Revisamos todo el suelo, pero lógicamente, no aparecen. Por fin nos sentamos, ella saca un espejo y se repasa el maquillaje y cada uno vuelve a su trabajo, al menos aparentemente. A partir de ese instante vuelve a tratarme como siempre, como si no hubiera pasado nada. No vuelve a hablar de eso y yo tampoco. Pero sé que ha ocurrido y que le ha gustado, y espero que esto se repita aquí o en otro sitio. Paso todo el día excitado pensando que se mueve por aquí si braguitas.
Sus braguitas han acabado en un cajón de mi mesita de noche. No las he lavado. No es un trofeo. Es un recuerdo de un día delicioso y, aunque va perdiendo poco a poco el olor, las conservo envueltas en plástico para que dure el máximo posible. Y de vez en cuando las saco y las huelo para recordar aquel aroma y aquel sabor que percibí aquel día.
Por supuesto, todo lo que os acabo de contar no ha ocurrido nunca, ni ocurrirá, porque no me atreveré nunca a nada más allá de algún roce inocente accidental. Pero ha ocurrido cientos de veces en mis sueños y en mis vigilias. Esta es solo una de las fantasías que tengo con mi jefa sin que ella lo sepa. Tengo muchas más con ella misma que quizás os contaré si os gusta esta. Así que espero los comentarios.
Un saludo.
SimonG.