Fantasía Medieval (VIII): camino al cadalso.
Laura es sacada de la celda el día de su ejecución... Con las manos inmovilizadas y la cabeza tapada camina hacia la horca. Acabará todo o algo cambiará su destino.
MEDIEVAL (VIII): camino al cadalso.
Por fin acabé de escribir… Enrollo todos los pergaminos y los introduzco en una jarra alargada de barro, como una botella. La tapo con su corcho…
Me siento y espero… Apago las velas, todavía es de noche y espero a oscuras. Paz… realmente siento paz. Sé que cuando se abra la puerta, el infierno entrará a por mí, pero ahora siento paz. Pienso que acabo de sumar todos mis errores y todos mis aciertos y el resultado es la paz.
Empieza a entrar el sol… rayos dorados desde el ventanuco. La puerta se abre… entran dos soldados, seguidos de Martín. Traen grilletes para mis manos. Uno de ellos usa la cuerda que hacía de cinturón para engancharlos en mi espalda. Después me aprisiona las manos. Aprieta lo justo para que no las pueda girar. La presión es soportable pero molesta. La postura es incómoda.
El otro soldado trae una soga. La ata fuertemente a la bola con grillete que aun estaba ahí. “No hay argolla en la pared”, dice mirando a Martín. El asiente.
Conmigo fuertemente sujeta, me sientan en el suelo, me apoyan en la pared. Martín se agacha… le noto cara de pena pero lo hace, me pone una capucha hasta los hombros y después la soga al cuello. Aprieta lo justo… sé que ese nudo no se puede aflojar. No veo nada… apenas oigo… me cuesta respirar. Oigo lejanamente como se cierra la puerta…
Diosss… esto es lo peor. Mejor que me colgaran ya. Un día entero así va a ser peor que la muerte. Pierdo la noción del tiempo, la noción de todo. No sé si duermo o estoy despierta… No sé si sigo viva.
Pasa tiempo, no sé cuánto… todo es oscuro, silencioso… Las manos involuntariamente tiran y reciben una respuesta dolorosa.
Oigo algo… abren la puerta. Alguien entra… Oigo que hurga en algo. Me levanta… No sé si me tendré en pie… Me lleva con la soga. Intento andar… puedo… lentamente… penosamente. Los grilletes hacen ruido, yo oigo mal pero reina el silencio.
El principal sentido es el tacto en mis pies descalzos. Dejo atrás la paja de la celda. Noto la piedra fría del suelo de la torre. Bajamos las escaleras… Quien me lleve se pone delante y me guía tomándome del brazo. Los primeros escalones son eternos… voy ganando un poco de velocidad.
Llegamos al camino… tierra áspera y dura… fría… de vez en cuando alguna piedra… cortante, dolorosa. Perdí la costumbre de caminar descalza… Las plantas de mis pies siguen siendo un enorme callo… aun puedo caminar así. El camino desciende… Lo harán en el centro del poblado. No oigo más gente… Típicamente, todo el mundo presencia una ejecución. En los pueblos increpan e insultan al reo… Aquí, en esta isla cárcel, suele haber silencio. Los presos respetan al compañero que cayó en desgracia… aunque fuera un compañero cabrón castigado por un crimen cometido allí mismo.
El camino se hace llano… seguimos… por momentos hay un poco de arena. ¿Estamos cerca de la playa? En el poblado no hay… ¿A dónde vamos? Siento la brisa fría… un poco de salitre.
¿Ehhh? El suelo ha cambiado… madera. Dónde me llevan. Parece que hubiéramos caminado hasta el puerto… Me dirigen con cuidado… subimos a algo que se mueve. ¿Qué pasa aquí? No debería tener miedo… me van a matar, ¿Qué podrían hacer que sea peor?
Me sientan en un banco… no entiendo nada… Deberían subirme a un taburete o a una escalerilla. Oigo voces… “Gracias”, “Suerte”... Todo empieza a moverse… oigo el viento silbar… la birsa más fuerte… humedad, salitre… el mar… rumor de olas…
¡¡¡Ahh!!! Quien sea se acerca a mí… dice “¡¡¡Cuidado!!!” Conozco esa voz… Noto algo duro entre mi cuello y la soga… Ehhh… ya no noto la soga. Me quitan la capucha…
- ¡¡¡Martín!!! -digo, mirándolo a la cara.
Estamos en “la gaviota”... El pequeño barco navega alejándose de la isla.
- Trajeron otro barco más nuevo… la gaviota ya no les hace falta -dice Martín.
Me suelta las manos… Es de noche… Todavía era de noche. Yo pensaba que había amanecido.
- No te perdonarán esto -le digo-. Nos matarán a los dos.
- Primero nos tienen que coger… cuando amanezca estaremos en España -respondió.
España o Francia son las costas más cercanas… En España hablan el mismo idioma. Martín asegura el timón y comienza a intentar abrir los grilletes de mis pies.
Hace lo mismo que los herreros… empieza con un punzón y sigue con un berbiquí… No tiene forma de calentar las brocas por lo que el proceso es todavía más lento.
- Probé a hacer una hoguera aquí y casi quemo el barco -comentó.
Muy de Martín… un planificador, siempre preparaba todo. Debía tener esto bien preparado. Por fin un grillete cae al suelo... seguimos con el otro. De vez en cuando hay que comprobar el rumbo… Tenemos suerte… mar en calma y viento constante hacia el sur.
Cae el segundo grillete… no me lo creo… me estiro sintiendo mis piernas libres. Cojo los pesados grilletes por la cadena. Aparece el sol en el horizonte… a la izquierda… de frente se vislumbra ya tierra.
Pienso en tirarlos al mar pero pregunto:
- ¿Los puedo conservar?
- Si quieres, sí -contesta él.
- Me servirán para recordar mis errores.
Aún falta tiempo para llegar a la costa… Nos encontramos a varios pequeños barcos pescando. Martín echa unas redes al mar. Sí, todo preparado.
Conseguimos algo de pescado y llegamos a un embarcadero y a su aldea. Nos miran raro pero logramos vender casi todo el pescado… nos comemos el resto. Yo me había cambiado la ropa por un vestido de lino, no lujoso pero normal. Él no vestía de militar… Llevaba una gran daga pero la ocultó como pudo.
Con el tiempo los desconfiados aldeanos nos van aceptando. Nos han dejado construir una cabaña cerca del mar. Yo cuido un huerto. Martín sigue pescando… ya empieza a sentirse viejo. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Años… Algo me preocupa… ¡¡¡Hoy es mi trigésimo cumpleaños!!! Entro en la casa… sobre la chimenea veo los duros grilletes colgados de un clavo…
Será raro pero eso me tranquiliza.
FIN