Fantasía Medieval (V): mercado de esclavos.

Una prisionera condenada a muerte pide que le dejen escribir su historia. Quinta entrega: Laura descrubre que en la cárcel organizan un siniestro mercado de esclavos, están a punto de comprarla, ella se sacrifica para evitarlo.

MEDIEVAL (V): mercado de esclavos.

¡¡¡Ummmhhh!!! Despierto antes de la mañana… No sé cuanto falta para el sol. Ayer dejé de escribir y esta vez Martín sí llegó… Al verlo me desnudé y él hizo lo mismo y se tumbó conmigo… Lleva toda la noche rodeándome con el brazo… Su mano derecha en mi pezón izquierdo… su antebrazo sobre el derecho. Su pecho en mi espalda… un objeto duro entre mis glúteos… Pie con pie, rodilla con rodilla…

Empezó la noche besándome en el cuello, mordiéndome con cuidado… Creo que nunca me había podido besar así. Siempre había tenido algún infame objeto marcándome como a un animal… Dejándome claro que estaba al nivel de un perro.

Besándome el cuello se quedó dormido… Y sigue dormido. No hay luz… por el ventanuco no entra ninguna… ¡¡¡Había luna!!! Sí, pero debe quedar del otro lado.

Como una niña traviesa, me puse a jugar. Empecé a menear el culete… Moviendo de un lado al otro el miembro erecto que tenía en la raja. Me moví cada vez más rápido… Besé su mano para liberarme de su brazo… me dí la vuelta… Seguí con la mano… Lo masturbé dormido… eyaculó dormido. Vi su cara de felicidad dormido…

¿Y ahora? ¿Quién me da placer a mí? Si es culpa mía por juguetear… Humedecí los dedos índice y central… los empapé en saliva y me toqué lentamente. Al terminar, acerqué el coño húmedo a su pene manchado de semen… Parecía que me acababa de follar por delante… Algo que no podemos hacer… No mientras lleve los grilletes en los tobillos.

Se fue tras el desayuno… Al despertar notó algo raro… El calabozo tenía un olor inconfundible… Sudor mezclado con feromonas humanas. El olor del sexo… y él no recordaba haber hecho nada… Se rascó la cabeza, me vio sonreír y no le dio más vueltas.

Vuelo a escribir… Necesito escribir. Vuelvo al día en que me desperté después del juicio… Allí, en la cárcel, daba igual la hora. Con el cesto de fruta, estuvimos todas despiertas hasta muy tarde… Por la mañana, todas dormían. Bueno, yo llevaba un rato despierta pero ni intenté levantarme… para qué.

Oí pasos firmes… Era la inevitable Marta. Al abrirse la puerta grita:

  • Treinta y cuatro…
  • Treinta y cuatro… aquí… ¡¡¡Ya!!!

Dios… el treinta y cuatro es Adriana… Sigue dormida… La despierto, la zarandeo… Abre los ojos de mala gana. Intento que se levante… Yo sola no puedo.

Llega la gobernanta junto a nosotras… Adriana está sentada y con sus manos esposadas delante de la cara. La coge por la cadena… tira con fuerza hacia arriba. ¡¡¡Ayyy!!! Me ha dolido a mí ese tirón. Adriana no chilla… se levanta y comienza a andar como puede. Marta camina a toda velocidad… Veo a Adriana correr a base de saltitos ridículos para poder seguirla sin caerse.

Tardó largo tiempo pero volvió… Llevaba sólidos grilletes en las muñecas. Según dijo, no le apretaban… Igual que los de los tobillos eran circulares y cerrados con pernos. Fácil cerrar, muy difícil abrir. Sin la cadena que los unía parecerían joyas, pulseras de bronce… Nuevos tenían un bonito color marrón dorado, con reflejos brillantes… La cadena era más corta que la de nuestros pies… Sólo cinco eslabones, más pequeños, el central circular.

Adriana derrotada se tumbó sobre mi pecho… La amparé lo mejor que pude… La acaricié hablándole dulcemente... Cuando me dí cuenta, la estaba masturbando con los dedos… Empecé con los dedos, acabé con la boca… Ella se corrió enseguida… Me recordó a Ana, era como un ratoncito asustado.

Apenas hube acabado cuando Marta vino a buscarme a mí. No sabía que quería con que la incertidumbre se apoderó de mi mente. Caminé hacia ella sin prisa… Según me acercaba, me enseñó los grilletes para mis muñecas. Me los puso, firmemente apretados. Me arrastró fuera de la celda y fuera del subterráneo. Bueno, respirar el aire del exterior no debía de ser mala señal.

Estábamos en el recinto vallado detrás de la muralla. Me llevó junto a la puerta… Había una especie de tarima, me subió a ella y ató una cuerda a la cadena de las esposas. El otro extremo estaba atado a una estaca… Con las manos aprisionadas, podría separarlas apenas cinco pulgadas.

Nos quedamos allí un rato… inmóviles, sin hablar. No sabía que iba a pasar allí. Un soldado abrió la puerta que daba a la calle.

  • ¿Qué hago aquí? -me atreví a preguntar.
  • Mercado de esclavos, todos los domingos -se limitó a decir.

Empecé a sentirme mal… Me habían puesto allí a la venta. Como una vaca en la feria. Retorcí las manos inútilmente… No podía escapar. No había venido nadie todavía… Esperaba que no viniera nadie…

Pues no… empezó a aparecer gente. Hombres… en su mayoría mayores. Dueños de granjas, casas solariegas, casas en la ciudad… La mayoría me miraban lascivamente… Una ramera está acostumbrada pero decide a quién acepta y después cobra… Ahora estaba encadenada, humillada, indefensa… Muchos preguntaban precio: “5 doblones de oro”... La mitad de lo que robé… Comentaban que era muy caro… “Joven y fuerte… puede trabajar en el campo… y puede dar mucho alivio por las noches” dijo un tipo de aspecto brutal, afortunadamente, no tenía el oro.

Aquello duraba toda la tarde. Ya hacia el final apareció un tipo que me pareció siniestro… Decía tener una gran casa en la ciudad… Trabajaría con las criadas… me dijo. Le dejaron subirse a la tarima… le dejaron acercarse hasta que sentí su aliento… daba pavor… Desde arriba me miró a los pechos… hizo ademán de tocarlos pero se detuvo. Me pidió que me diera la vuelta… sabía que era el culo lo que quería ver… se deleitó contemplándolo un tiempo eterno.

Preguntó precio… miró en la bolsa… Sólo tenía cuatro. Habló con Marta… NO, no se podía regatear… Sí que podía dejar un doblón en depósito y me “guardarían”... Lo hizo… Prometió consumar la compara al día siguiente…

Marta soltó la cuerda y me llevó de vuelta a la mazmorra…

  • Casi te vas, ya en tu primer día -dijo.

Yo no sabía qué hacer pero tenía mucho miedo a ese hombre. Prefería la cárcel… Cuando llegamos a la celda y ella me soltó una mano, algo dentro de mí se disparó: la abofeteé con toda el alma...

¡¡¡AAAAyyyy!!! La gobernanta es mucho más fuerte que yo. Me ha devuelto el bofetón y me ha tirado al suelo. Ahora me agarra el brazo libre… me obliga a levantar. Me retuerce el brazo y me pone de nuevo el otro grillete. Esta vez con las manos a la espalda.

Ya no me mete en la celda colectiva… Me saca fuera. Cierran la puerta. Me lleva al pasillo anterior. Allí hay celdas individuales…  El guardia de la puerta nos sigue. Abren una. Me empujan dentro y cierran.

Es una habitación pequeña… La puerta es un arco de piedra de unos cinco pies de ancho. El fondo es de otros diez. Todo cubierto de paja…

Me quiero tumbar pero tengo las manos sujetas a la espalda… No sé si podré bajarme sin hacerme daño. Veo al fondo un banco de madera… Realmente, es un tablón sujeto por bisagras a la pared… no se cae por las gruesas cadenas que sujetan las otras dos esquinas, también a la pared. Recuero ver grabados de prisioneros en los libros de las monjas… siempre estaban sentados en bancos como ese.

Me siento… Como puedo me tumbo en el banco… Me duelen las muñecas… Me duele la postura.

Marta viene al rato y me grita desde la puerta:

  • Adiós a vivir como reina en la casa de un rico, te quedas aquí… Mañana te pondrán unas pulseras preciosas… Espero que te gusten porque no podrás quitártelas.

Cierro los ojos… intento no sentir nada, no moverme… Los brazos están en posición incómoda… Tengo calambres… Pasa tiempo, tiempo, tiempo… el dolor no me deja dormir. Por fin, creo que duermo un poco.

Oigo abrir la puerta… Ya es de mañana. Me lo indica un mínimo tragaluz redondo sobre mí.

Entra un hombre… Me ayuda a levantarme… Es Martín… ¡¡¡Menos mal!!! Por favor, suéltame las manos. Lo pienso pero no lo digo… No me suelta… me conduce lentamente hasta que salimos del subterráneo.

Me lleva a la sala donde me pusieron los grilletes en los tobillos. Es casi como una panadería… Hay una pequeña mesa, con forma de mostrador y un soldado detrás.

Martín me sitúa delante del mostrador. Sólo el ese momento comienza a soltarme las manos… Diría que no siento ni manos ni brazos.

¡¡¡Ahhh!!! Puedo juntar las manos sobre mi ombligo… Masajeo con fuerza… Delante de mí, veo mi nueva joya… Dos grilletes redondos de bronce. De idéntico diseño a los de mis pies pero más pequeños. Los une una cadena de cinco eslabones. Pequeños pero fuertes. Son nuevos, limpios, brillantes…

El soldado está ocupado ordenando cosas.. no tiene prisa. Yo tampoco. Martín no ha dicho ni palabra… Está a mi espalda, me vigila… No me atrevo a mirarlo. ¿He hecho esto por miedo al hombre que me quería comprar?, ¿Ha sido para seguir con mis compañeras?, ¿Para seguir viendo a Martín, aunque sea sólo algunas noches?, ¿Odio a Marta?, ¿La odio por cómo nos trata a todas?, ¿La odio porque ella puede estar con Martín cuando quiera?

La verdad… no sé responder a ninguna de las preguntas. Probablemente, todas tienen algo de cierto. Por fin el soldado se decide… Coge el pequeño yunque y lo pone al lado de los grillos. También pone un martillo enorme.

Me mira… Parece que mis manos estaban volviendo a la vida. Poco les va a durar el recreo. Suspiro y extiendo las manos.

Él me dirige… Cierra un grillete sobre mi muñeca derecha y la acerca al yunke. El círculo de bronce tiene una bisagra que permite abrir y cerrar. Él ahora lo cierra con la mano. En el extremo opuesto, hay como una bisagra pero sin pasador.

El hombre coloca el perno (un cilindro metálico) en la bisagra vacía… Al principio, entra con la mano sin dificultad, el hueco empieza siendo más grueso que el perno. Sin soltar el grillete, toma el mazo… Primer golpe… tiemblo como un junco, me aparto lo que puedo, al menos que no me golpee, me destrozaría los huesos. El grillete tendrá tres pulgadas de ancho. El perno también es de tres pulgadas. Después del primer golpe queda pulgada y media fuera. Ya no se puede abrir… Bueno, ahora mismo se podría quitar el perno con unas tenazas.

El hombre sigue golpeando… Muchos golpes seguidos… Tal vez no tan potentes como el primero, pero muy seguidos. La vibración me hace temblar hasta mis entrañas más internas. Me aparto pero sigo mirando… El perno entra lentamente… hasta el final. No tiene cabeza. Ahora es un trabajo complicado sacarlo. Los golpes tan seguidos no sólo lo introducen con una leve deformación… también generan calor que hace que el metal del perno quede soldado en el orificio.

Ahora toca la mano izquierda. Cambia el yunque de lado y procede de la misma forma… Yo no me resisto… veo entrar el perno lentamente.

Cuando ha acabado, intento girar las muñecas… no me aprieta… puedo… Pero también compruebo que no puedo quitar las manos… tendría que cortarme los pulgares. Noto el peso… Si me dejo llevar, mis manos caen pesadamente sobre mi entrepierna, y me cuesta moverlos para cualquier cosa.

Intento separar las manos… ¡¡Ayyy!!! Hasta aquí puedo llegar… Unas ocho pulgadas… Si apoyo el eslabón central sobre el ombligo, no llego a tocarme los costados.

Martín me toca un hombro… Volvemos a la mazmorra. Agarra la cadena central y tira por ella… suavemente… no me hace daño pero debo seguirlo, no tengo otra opción.

Camino resignada por la entrada a la mazmorra… Suspiro… Sé que lo más probable es que nunca vuelva a salir de allí.

Pasamos junto a la celda donde pasé la noche… Aún está abierta. No puedo evitarlo y hablo:

  • Por favor… no me lleves todavía a la celda… Quédate conmigo un rato.

Lo veo dudar… Ahora suspira él. Duda… Me señala el interior de la celda individual… Entro y me doy la vuelta… Lo espero en el centro.

Él llega… no habla… Me besa, mete la lengua hasta mi garganta mientras me abraza. ¡¡¡AAhhh!!! Me agarra fuerte por el culo.

Desta los tirantes y me desnuda… Me ayuda a tumbarme… Me coloca mirando al techo. ¡¡¡Ahhh!!! Me besa los pezones… Me besa la boca… me mete mano… Despacio, suave… ¡¡¡Ahhh!!! Ahora más rápido… ahora más rápido. ¡¡¡Ahhh!!! Temo correrme enseguida… Me pasa cuando me siento débil… Recuerdo a Ana y Adriana, ahora soy yo el ratón. Por lo menos me correré, con los clientes rara lo logré. Es lo que pasa cuando lo haces por trabajo…

¡¡¡Ahhh!!! Martín para de meterme mano… por poco pero aun no me he corrido. Con delicadeza me gira… me pone de lado… ¡¡¡Ahhh!!! Me mete mano.. sé que eso es sólo el principio. ¡¡¡Ahhh!!! Está dentro… detro/fuera… despacio… dentro/fuera… más rápido… Me convulsiono… grito débilmente… no creo que se me oiga ni en la celda de al lado. Lucho por aguantar un poco más.

  • No pasa nada… déjate ir -dice Martín.

Me voy… ¡¡¡Ahhhh!!! Me retuerzo, abro mucho la boca pero grito poco… estoy muy justa de fuerzas. El acelera… acelera fuerte y eyacula… Se retira con cuidado. Me toca por todo el cuerpo, me besa la espalda.

Nos quedamos los dos pegados, tumbados sobre la paja…

Despierto… debe ser media tarde. Martín me vino a buscar a primera hora. Él ronca… La puerta sigue abierta. Un prisionero no puede ver una puerta abierta… Deseo escapar. Sé que es una locura… alguien me verá, no podré ir muy lejos… Aunque llegara a la calle no iría muy lejos.

Renuncio… Me tiro en el suelo… respiro hondo… Separo las manos hasta donde puedo… separo los pies hasta donde puedo… Después de un rato, despierto a Martín.

  • Ahora llévame a la cárcel -le digo.

CONTINUARÁ