Fantasía Medieval (IV): el juicio.

Una prisionera condenada a muerte pide que le dejen escribir su historia. Cuarta entrega: Laura ahora recuerda el día que fue juzgada, condenada y puesta en vergüenza. Al final de ese día, vuelve a la cárcel y le espera algo más.

MEDIEVAL (IV): el juicio.

Se va por completo la luz del día… No puedo escribir más… Me tumbo en posición fetal. Espero una visita de Martín… Sí, por favor, ven…

No viene… por favor, ven… Hazme tuya… Átame, ponme grilletes en las manos, pero ven…

No vino… dormité a ratos, pero no vino…

La puerta se abrió con la luz del sol… Me siento, esperando ver llegar el agua y el pan… No… Es Martín… ¿Ahora? No… trae un par de esposas

  • ¿Ya? -pregunto con un gemido angustiado, sé que cuando me pongan grilletes en las manos, faltará muy poco para el final.
  • No -dice él-. No hay fecha… Voy a aguantar hasta que me obliguen por orden superior.
  • Espera a que termine de escribir mi historia -respondo-. En ese momento, por favor, hacedlo ya.

Él se dirige a mí con los grilletes abiertos. Yo, sumisa, ofrezco las manos. Mientras me los pone le pregunto:

  • ¿Por qué me pones esto ahora?
  • Tenemos que ir a la herrería -dice-. Te van a quitar el collar del cuello.

Ahh… El collar… llevaba tanto tiempo ahí que me había olvidado. Sí, es lógico, no pueden ahorcarme con él.

Bajamos la torre lentamente… Son muchos escalones y yo arrastro cadenas. Aprovecho para preguntar:

  • ¿No viniste anoche?
  • Hubo problemas en el embarcadero, casi arde un barco -respondió.

El herrero, pacientemente, fue perforando el perno con un berbiquí y brocas calientes, con la punta al rojo; hasta que logró romperlo del todo y separar el grillete. Yo estuve inmóvil… tenía que estar inmóvil para no resultar dañada.

Mientras estábamos allí vinieron a buscar a Martín. Seguía habiendo problemas. Otro soldado me subió al terminar. El agua y el trozo de pan estaban allí. Cerraron la puerta y yo volví a escribir… Era lo único que me aliviaba.

Después del interrogatorio (y del encuentro sexual en que terminó), Martín me soltó las manos. Me dejó vestirme (con el saco, claro) y cogió el lazo de cuerda para llevarme atada a la celda.

En ese momento, decidió darme un pequeño premio… Allí tenía un poco de fruta, me la dio y me la dejó comer allí mismo. Cuando estaba terminando la manzana volvió a coger el cordel… Era el mismo que usó la gobernanta y tenía el nudo principal hecho. Un único nudo con dos lazos a los lados. Me dí la vuelta como me había ordenado la gobernanta antes.

  • No, de frente, las manos en posición de rezar -dijo Martín.

Obedecí… Él introdujo mis manos por los dos agujeros y tiró… La cuerda se tensó sobre mis muñecas. Apretó lo justo para que no me pudiera soltar, firme pero sin hacerme daño. Hizo dos nudos para asegurar y me llevó a la celda colectiva.

Por el camino me dijo:

  • Está bien que hayas confesado… Te han apresado a la fuerza y en posesión de un arma. Eso podría ser motivo para declararte presa rebelde.
  • ¿Presa rebelde? -pregunté.
  • Si el tribunal te declara rebelde, no podrás salir a servir a ningún amo y te pondremos grilletes permanentes en las manos -contestó-. Al confesar, ganas un punto para evitarlo.  Te digan lo que te digan, sé sumisa… pide clemencia.
  • ¿Ana está declarada rebelde? -pregunté.
  • No sé quién es Ana… -contesta- pero hay una presa a quien se declaró rebelde por mal comportamiento tras el juicio.

Al llegar abrieron la puerta y él me ordenó entrar… Cerraron y yo seguía atada.

  • Saca las manos por un hueco de la reja -dijo.

Obedecí y retiró la cuerda.

  • ¿Podríais soltarle las manos a Adriana? -me atreví a preguntar.

Dudó… pasó por la sonrisa, el enfado… Acabó por llamarla y liberarle las manos pero con un consejo:

  • No has confesado y te has portado como una rebelde… Compórtate bien en el juicio y declárate culpable si no quieres acabar como tu amiga Ana -contestó-. Estos grilletes se pueden quitar… si te ponemos los otros, se acabó.

Se marchó diciendo:

  • Descansad… Mañana va a ser el juicio y vais a necesitar fuerzas.

Nos reunimos con Ana… Adriana no paraba de estirar los brazos y masajear las muñecas.

  • Mañana es el juicio -dije.
  • ¿Mañana es sábado? -pregunta Ana.
  • Sí -contesto… yo todavía tenía la noción del tiempo en la cabeza. Fui apresada un miércoles, me trasladaron e ingresé en la mazmorra el jueves, hoy viernes me acaban de interrogar.
  • Los juicios son los sábados muy temprano -sigue Ana… Os llevarán a la plaza del concejo… no es muy lejos. Allí, en la sala del concejo local, os juzgarán tres jueces nombrados por la comunidad. Después me temo que seréis expuestas en la plaza.
  • ¿Expuestas? -preguntamos las dos a la vez, asustadas.
  • A los condenados los atan a un poste en la plaza y permanecen allí para escarnio público hasta la puesta del sol.

No me gustó nada la idea… ¿Voy a pedir piedad como me han dicho o debo intentar que me liberen?… ¿Inventarme una mentira?, ¿Tendría que explicar por qué confesé? ¿Lo hice bajo tortura?

La noche iba a ser larga… pero había que descansar… Intentamos dormir… pero no parábamos de dar vueltas. Se lo conté… Les conté que acababa de tener una experiencia sexual con el alcaide… ¡¡¡Las dos quedaron asombradas!!! Ana no sabía si iba a ser bueno para mí o no… “Puedes tenerlo de tu parte pero también puede olvidarte cuando quiera… y la gobernanta es su pareja, tú eres la otra”.

No les sorprendió que él y la gobernanta tuvieran relaciones. Son los dos jefes de la mazmorra… Los reyes del infierno. Aunque los dos parecen de personalidad muy fuerte, esa relación puede ser muy, muy inestable.

Al rato, Ana cayó dormida. Adriana y yo nos entrelazamos y casi enseguida me dí cuenta de que la estaba masturbando con los dedos… Ella me correspondió de la misma forma. Seguimos lentamente mucho rato hasta corrernos en silencio.. Me tuve que morder la lengua para no gritar. Al acabar las dos, nos tumbamos mirando al techo y respirando lentamente…

Yo aun estaba despierta cuando Adriana empezó a roncar. Me arrebujé con la sucia manta que me habían dado y conseguí dormir un poco. Desperté antes del alba. Oí un gallo y entonces oí a la gobernanta caminar fuertemente por el pasillo. También oí pasos de al menos dos personas más. En ese momento encendieron las antorchas… Por los tragaluces aun no entraba nada de luz.

Me hice la dormida… tumbada, intentaba vigilar la puerta, aunque había muy poca luz. Abrieron la puerta ruidosamente… Entreví al guardia que protegía la puerta con el palo levantado.

La robusta mujer entró en la mazmorra y gritó sonoramente: “treinta y cuatro y treinta y cinco”. Éramos Adriana y yo… Me levanté despacio y la toqué a ella en los hombros… Abrió los ojos. “Es la hora” le dije y comenzó a despertar.

  • Vamos… no tenemos todo el día -dijo la gobernanta.

Me acerqué todo lo rápido que me permitieron mi estado físico (recién levantada) y mis grilletes. Al acercarme, ví que me esperaba con las esposas abiertas. Extendí las manos y me las apresó sin piedad. Apretó hasta la última posición… Mis muñecas son pequeñas pero no hacía falta tanto. La presión es soportable pero molesta.

Esta vez, han atado la cadena de las esposas a una cuerda. Al otro lado de la misma colgaba otro par de esposas, sujetas por un soldado que acompañaba a Marta. Adriana llega a “la fiesta” y le dan el mismo tratamiento con el segundo par.

Salimos… Marta (la gobernanta) y dos soldados con cota de mallas, una lanza corta y una enorme daga colgada del cinturón.

Martín nos espera al salir del subterráneo. Lleva el uniforme de capitán, con un escudo en el pecho y una enorme espada colgando de la cintura.

Salimos al aire… al aire libre… Tal vez lo estamos respirando por última vez. Caminamos lentamente… las primeras calles están sin pavimentar. Al acercarnos al centro, empieza una zona adoquinada. Descalzas no es agradable pisar los adoquines. Están fríos, duros, por momentos casi cortantes.

Todavía no hay mucha claridad… El cielo es de un azul oscuro… intenso. No había nadie por las calles pero al acercarnos a la plaza empezamos a ver a gente, cada vez más. Montan el mercado: puestos de comida sobre mantas en el suelo… Mesas de madera desmontables. Carromatos, mulos y asnos cargando mercancías… ¡¡¡Gente viviendo!!!

Nos introducen en un edificio… Nos meten en una sala grande y nos sientan en un duro banco de madera ante una mesa presidencial elevada sobre una gran tarima. No hay nadie más en la sala: nosotras, los dos soldados, Martín y Marta…

Después de un buen rato, entró el tribunal. Tres hombres mayores vestidos con túnicas. Comenzaron por mí… Me ordenaron levantarme… obedecí. Leyeron la acusación… leyeron las notas de Martín durante el interrogatorio… No pude evitar pensar qué pensarían si supieran cómo acabó ese interrogatorio.

Cuando preguntaron si me seguía declarando culpable sólo ví una respuesta posible: SÍ. Me preguntaron si tenía algo más que decir… Ahí pude usar las habilidades aprendidas como ramera: con voz llorosa, inocente… pedí perdón y me declaré muy arrepentida. Pedí clemencia al tribunal y me quedé mirándolos respetuosamente, con la mirada ligeramente hacia abajo.

Me ordenaron sentarme y siguieron con Adriana. Desde el banco la veía intentando contenerse… Desde que empezaron a leer, tenía ganas de insultarlos y de gritar… No se declaró culpable. Negó todo... Sólo abrió a su novio para dormir con él. No es cierto que los pillaron robando. Sus amos eran unos asesinos que mataron a su novio y a ella la quieren condenar injustamente… Cuando acabó de hablar se calló y se sentó sin permiso.

Deliberaron un momento en voz muy bajita… No fuimos capaces de entender nada… Me ordenaron levantar. Tardaron unos instantes eternos…

“CADENA PERPETUA. Hay agravantes que recomendarían la declaración como prisionera rebelde pero la confesión y la correcta actitud durante el juicio recomiendan no aplicar ese estado. Podrá ser vendida como esclava. Se le considera cercana a la peligrosidad, si comete una sola falta disciplinaria en prisión pasará a ser considerada rebelde y se aplicará el régimen correspondiente.”

Me senté: cansada, ¿derrotada? Ya sabía que iba a resultar condenada… No sabía si “poder ser vendida como esclava” era exactamente una ventaja…

Para Adriana fue peor… La consideraron rebelde. No podría ser vendida y se aplicaría el régimen de máximo rigor. Se sentó con los ojos llorosos… Allí esperamos las dos a que el tribunal se retirara…

Después, nos llevaron a una especie de taller contiguo a las caballerizas del edificio. Me sentaron en una silla incómoda y empezaron a cortarme el pelo… Mi larga y suave cabellera morena fue cayendo a mis pies. Mientras perdía el pelo, ví como trabajaba un hombre… parecía que grababa algo sobre una argolla metálica.

Al terminar con el pelo, me cortaron las uñas… Yo tenía uñas largas y pintadas… Algo que en esta época sólo se permiten las meretrices…

Cuando terminaron conmigo, le tocó a Adriana. Uno de los soldados cortó la cuerda que nos unía…

A mí me llevaron a donde estaba el grabador. Tenía en la mano una argolla con bisagra, abierta, había grabado: RV-M-XXXV (Río Verde, Mujer, treinta y cinco). Yo todavía llevaba un colgante de madera con la misma inscripción… Cortaron el cordel y, a la fuerza, me colocaron el nuevo collar metálico alrededor del cuello. Había sido sumisa para todo pero aquello me aterraba y me puse rebelde.

  • Recuerda: una falta y sufrirás cárcel con máximo rigor -era la voz de Martín.

Volví a ser sumisa… Me tiraría al fuego si él me lo pide. El hombre me colocó en una postura forzada para poder apoyar el cierre de la argolla sobre un yunque. Introdujo el perno y golpeó fuertemente con un martillo. Cuando terminó, acerqué mis manos al cuello y repasé con el tacto mi nuevo collar. Tenía dos anclajes, dos eslabones soldados en los laterales que podrían ser usados para atarme a una pared o a otra prisionera.

Cuando terminaron con las dos, nos llevaron al centro de la plaza. Allí había dos columnas de piedra con un enorme larguero de madera entre ellas. Al llegar ataron cuerdas a nuestros grilletes. Un soldado se subió a un taburete y ató el otro extremo de mi cuerda al larguero superior. Se aseguró de que quedara tirante… manteniendo mis manos por encima de la cabeza.

Hicieron lo mismo con Adriana… Además colgaron dos carteles del larguero… No podía saber lo que ponían…

Quedamos allí en vergüenza, vigiladas por los dos soldados. Martín y Marta se fueron…

Al poco tiempo, empezó a pasar gente para el mercado. Todos nos miraban… Una monja se quedó mirando a mi cartel. Leyó en voz alta: “Robo en gran cuantía, destrucción de propiedad, resistencia al arresto portando armas, CADENA PERPETUA”... Las monjas suelen saber leer… Se santiguó y se fue.

El sol empezaba a ser fuerte en el horizonte… yo empecé a tener sed. Ví que Marta volvía con otra mujer… Para nuestra sorpresa, delante de nosotros pusieron una manta en el suelo y extendieron ropa… ¡¡¡Nuestra ropa!!!

La otra mujer voceó la oferta:

  • Ropa y enseres confiscados a las condenadas. Ha sido bien lavada.

Una joven compró la ropa de Adriana. Un vestido de criada típico de la época. Un hombre compró mi daga…

El vestido de ramera y las medias seguían allí… Nadie parecía atreverse. La mujer ofreció ambas cosas por sólo una moneda de cobre. Marta entregó la moneda y se llevó mi ropa, no sin antes, encararse conmigo:

  • De ancho creo que me va a ir bien… pero seguro que me queda más corto. Martín me lo va a quitar con los dientes esta noche -me dijo.

¿Se había enterado de mi experiencia con Martín?, ¿Cómo?

A media mañana, vino la peor experiencia del día… Y eso que no nos afectó a nosotras.

Oímos una comitiva que se acercaba con un tambor delante… Era un grupo de varios soldados que traían a un hombre… casi a una sombra. Llevaba el mismo vestido-saco que nosotras. Los pies encadenados. Las manos sujetas atrás. Luego ví que llevaba esposas atadas a su cintura. La cabeza la llevaba cubierta por una capucha de lana, sin agujeros, y lo peor: una cuerda al cuello, con un nudo de horca… Un soldado tiraba de él usando la propia horca.

Colocaron un taburete debajo del larguero, justo entre nosotras. Lo obligaron a subirse… El hombre no se resistió, venía casi inconsciente. Luego supe que el “tratamiento” consistía en tenerlo inmovilizado y cegado un día entero para reducir cualquier oposición.

Un soldado ató la cuerda al larguero… Se aseguró de tensarla al máximo…

Otro de los soldados traía la cara cubierta con una capucha de cuero… era el verdugo. Le quitó la capucha al condenado… El hombre se vio a punto de morir y me miró con expresión de pánico… Miró a todos laos con expresión de pánico. Debía de ser el que me gritó cuando yo entraba en la cárcel.

Alrededor, se había arremolinado mucha gente. Nadie quería perderse el espectáculo… El verdugo leyó la sentencia… “Asesinato, PENA DE MUERTE, una vida por otra vida”... Al acabar de leer dio una patada al taburete y lo hizo caer lejos del condenado. El hombre cayó, apenas un par de pulgadas y la cuerda empezó a estrangularlo… Se retorció desesperadamente durante un tiempo interminable… Murió con un horrible estertor.

Seguimos todo el día allí, en vergüenza pública y con el cadáver del asesino entre nosotras. Pasé un horrible calor a mediodía y empecé a tener frío por la tarde. Las manos me dolían cada vez más… tenía los grilletes apretados. Al principio aguanté inmóvil… según fue pasando el tiempo comencé a retorcerme de todas las formas, buscando alivio sin ningún resultado. Podía mover las manos arriba y abajo apenas una pulgada…

Creo que si no morimos allí fue porque los soldados nos empezaron a dar de beber después del mediodía… Usaban una especie de cucharón para darnos agua en la boca...

Por la tarde, creo que me estaba desmayando cuando me despertaron sin piedad con un cubo de agua… Casi lo agradecí… Pensé que si me desmayaba mi muerte sería segura, por eso hice esfuerzos por seguir despierta… En algún momento, debí de volver a cerrar los ojos y me volvieron a despertar con una ducha fría.

Cuando el sol ya estaba muy abajo, vinieron unos tipos con un carromato… No parecían soldados. Al verlos, los vigilantes descolgaron al ahorcado… simplemente cortaron la cuerda y lo dejaron caer. Los recién llegados metieron el cadáver en un saco y se lo llevaron en el carro…

  • A la fosa común -dijo uno de los guardias.

Sólo cuando se fue la luz, cortaron nuestras cuerdas y nos condujeron de nuevo hacia la cárcel… Ya estábamos condenadas.

Entrábamos en la cárcel… Ya estaba entrando en la zona subterránea cuando oí una fuerte voz femenina:

  • Dejadme a la bajita… Ya la encierro yo.

Me dí la vuelta… Era la gobernanta… ¡¡¡Vestía mi ropa!!! El soldado se fue y ella me asió por la cadena de los grilletes y tiró para llevarme a una sala. Creo que era la sala contigua a la de interrogatorios.

Era una especie de sala de descanso… Sobre una mesa había un gran cesto de fruta. Había un banco y Martín estaba tumbado allí… ¿Iban a enrollarse? Entonces, por qué me lleva a mí allí… Tenía curiosidad pero también tenía miedo.

  • ¿Por qué la traes? -pregunta Martín.
  • No quiero que disfrutes de ella tú solo -responde ella.
  • Ayer os oí… Estaba ahí tumbada donde estás tú… y oí todo el interrogatorio -añadió.

Sentí pánico… Si esa mujer estaba celosa de mí, las consecuencias podrían ser terribles.

  • Nunca has querido compromiso -dijo Martín.
  • Y sigo sin quererlo -dijo ella-. No me importa que jodas con las presas… Pasa que me han dicho que la señorita es una maestra chupando coños. Le dio placer a un par de presas en la mazmorra y quiero probar.

Esta mujer es una bruta… pero me pasa un poco el miedo. La verdad es que no me apetece nada darle placer ahora.

  • A ver… sé que no querrás darme placer ahora -dice-. Pero eres puta… tu trabajo es dar placer aunque no te guste.
  • Pero sólo lo hago si me pagan -no me oí a mí misma hasta el final de la frase… creo que me he excedido.... me puedo arrepentir.
  • ¿Y cómo te voy a pagar? -preguntó.

Tomando conciencia de la situación intento aprovecharla:

  • Quiero llevarme ese cesto de fruta a la mazmorra, cuando terminemos… - le digo.
  • Y… -me vengo arriba… a ver si cuela.
  • ¿Y qué? -dice ella, enfurruñada.
  • Suéltame las manos… las esposas me están matando -al decirlo, extiendo las manos hacia ella.

Ella se enfada… duda… mira a Martín. Él sonríe y le dice:

  • Es bastante justo.

A regañadientes, ella abre los grilletes y los deja sobre la mesa… Inmediatamente, yo me echo sobre su boca y le meto la lengua… Hacíamos estas cosas entre las chicas del carromato pero nunca había cobrado por dar placer a una chica.

Después de besarla un rato, le toco los pezones… Lleva el corpiño atado hasta arriba, pero el generoso escote permite sacar los senos fuera y disfrutar de ellos.

Le bajo las medias… Empiezo a tocarla y vuelvo a besarla con la lengua hasta el fondo… Ella parece disfrutar a tope. Veo a Martín recostado, viendo el espectáculo con una sonrisa.

Sigo con los dedos… despacio… hasta notar la humedad. Ella está apoyada contra la mesa… Me arrodillo delante de ella y voy con la lengua… lento, húmedo… sigo… sigo… ella gime… ella se retuerce… sigo…

  • ¡¡¡Para, para, para!!! -dice, debe estar a punto de correrse.
  • Muy bien… muy bien… pero quiero acabar con un hombre -lo dice jadeante, mirando a Martín.

Martín asiente pero se queda tumbado en el ancho banco… Ella va hacia él… sigue vestida. Se sienta sobre su entrepierna…

  • ¿Me vas a follar? -dice ella sin pudor.
  • No… -dice él- Me apetece que me folles tú.

Ella no responde… se coloca de rodillas sobre él… se inclina un poco… Él la besa, le agarra los senos… no los acaricia… los agarra… Ella parece disfrutar pero él es mucho más rudo que lo fue conmigo. Sí… ella es una mujer muy diferente a mí…

Marta se coloca sobre él… levanta parte de la túnica, veo el miembro levantado… Buscan la posición… ella baja con el miembro dentro… les cuesta a principio… va mejor un momento después… Ella acelera muy rápido… Veo su cara sudorosa… Los dos jadean, gimen… Él sigue agarrándola por los senos.

Yo he tenido un mal día y ahora me pongo caliente… los veo follando y me empiezo a tocar…

Ella acaba… se retira…

Él se levanta… se quita la túnica… veo su miembro sin manchas blancas. Aún no eyaculó…

  • Perdón pero termina como puedas -dijo Marta.

Yo lo miré fijamente… Me seguía tocando. Él entendió… Vino hacia mí… Con suavidad me retiró la mano de la entrepierna… Me besó profundamente… Conmigo, se vuelve suave. ¡¡¡AAhhh!!! Me ha desnudado de golpe… ¡¡¡Me encanta!!!

Me toca un poco de arriba a abajo… Intenta besarme el cuello… el grillete no lo pone fácil. Me besa los senos… Me toca… estoy muy, muy húmeda… Abro los muslos.

Él niega con la mano… Así no va a entrar… Malditos grilletes. Con suavidad me da la vuelta… contra la mesa… Me tumba hacia adelante… ¡¡¡Ahhh!!! Está entrando… va poco a poco… acelera rápido… él también está caliente…

Rápido… Lento… Rápido… Se está refrenando para aguantar un poco más… Me agarra de los hombros… me besa la espalda… acelera… Me retuerzo, grito… me corro… Él empuja un par de veces más… Se corre.

Marta se queda en el banco… todavía vestida de puta. Dice que ya no se levanta hasta el día siguiente.

Con suavidad, Martín me viste. Se viste. Me dice que tome la cesta… Sé que eso significa ir a la celda… Obedezco… Me deja ir a mi ritmo… lentamente… Ya es noche cerrada. Voy sin esposas ni ligaduras en las manos… algo es algo…

Por el camino me cuenta que Marta nació en el campo. Como tantas otras familias, sus padres le buscaron ocupación… un lugar donde servir. Siendo alta y fuerte la emplearon allí… en la cárcel. Antes sólo había hombres custodiando a las presas… El número de violaciones llegó a ser excesivo y se introdujeron las gobernantas.

Al llegar a la celda, todas vieron la fruta e hicimos una pequeña fiesta. A Adriana no le habían quitado las esposas y tenía cara de funeral… Por eso ninguna protestó cuando comió el doble de fruta.

CONTINUARÁ