Fantasía Medieval (III): el interrogatorio.

Una prisionera condenada a muerte pide que le dejen escribir su historia. Tercera entrega: Laura continúa viendo a Martín por las noches y escribiendo sus experiencias durante el día.

MEDIEVAL (III): el interrogatorio.

De nuevo escribo hasta que se va por completo la luz del día… En ese momento soy consciente de que ahora estoy encerrada y encadenada en lo alto de una torre. Esperando la muerte. Lo más cruel es no saber cuando llegará… Sólo deseo acabar mi historia a tiempo.

Oigo la puerta… ¿Será Martín? Sí… es él… es mi alivio. Trae algo de cena y un poco de vino… Sí… Lo compartimos.

Al terminar le digo:

  • Por favor, llévame a tomar un poco el aire…

El me mira… duda. Rebusca en su zurrón… creo que sé lo que va a sacar. Es un cordel con un lazo doble. Una muñeca en cada lazo, aprieta y hace un nudo para asegurar. Me dejo hacer, no ha apretado mucho… lo bastante para que no me pueda soltar.

Así, con las manos atadas, me saca de la celda. Subimos por la estrecha escalera de la torre. Hasta la terraza, allí hay un soldado de guardia. Martín le ordena que se vaya y él obedece.

  • Aire -dice-.
  • Sí… -respondo.

Respiro profundamente… recorro la terraza como estoy, descalza y encadenada. Hace fresco pero me gusta, la piedra está fría pero me gusta. Le pediría que me desatara pero es inútil… Sé que no teme que escape, simplemente le encanta tenerme atada. A mí, si estoy con él no me importa…

Hay dos antorchas en la terraza, la luna está llena, enorme, en el cielo. Me acerco a las almenas, miro desde el hueco que hay entre dos. Gracias a la luna se ve el pequeño castillo y el islote rocoso en el que se asienta. La isla cierra una pequeña bahía. La costa interior de la isla es de relieve suave y posee un enorme arenal. Por el otro lado, se levanta una montaña que acaba en un imponente acantilado. Rodeo la torre para ver los dos lados… Me quedo mirando al océano, allá abajo.

Esta pequeña fortificación, muy antigua, era conocida desde siempre como la torre del vigía ya que permite ver con gran anticipación a los barcos que vienen del continente. Estaba abandonada cuando comisionaron a Martín para restaurarla…

El trajo a muchos presos y presas abandonados en putrefactas cárceles locales para realizar la obra. Ahora viven en barracones de madera que ellos mismos construyeron junto a la playa. Les deja cultivar su propia comida y con eso se logra mantener a la población reclusa y a la guarnición.

A las parejas se las deja dormir juntas, trabajan, cocinan… lo nunca visto en una cárcel medieval.

No hay muros… nadie escapa… esto es una isla y encadenados no pueden nadar. Sí, eso no ha cambiado… viven con grilletes en los tobillos. Y si cometen faltas de conducta son castigados.

Mientras recuerdo todo eso siento el aliento de Martín encima. ¡¡¡AAAAhhh!!! Me muerde un hombro… Ya sé… qué quieres…

Con sus manos desata el cordel que hace de cinturón y después los dos que hacen de tirantes. ¡¡¡Ahhhh!!! Así el ridículo saco cae entero al suelo… estoy completamente desnuda.

Me besa por toda la espalda… me acaricia las tetas… ¡¡¡AAAhhh!!! Está ahí, en el clítoris.

Me tumba sobre el muro, entre dos almenas. La piedra es ancha, muy ancha… Mi cabeza no llega al final.

¡¡¡AAAhhhh!!! Me está penetrando… despacio… suave… ¡¡¡AAhhh!!! Más rápido. ¡¡¡AAhhh!!! Me sigue tocando…

Yo lo sigo, delante, detrás… ¡¡¡Ahhhh!!! ¿Por qué me tocas, cabrón? ¡¡¡Me encanta!!! ¡¡¡Sigue!!! ¡¡¡Sigue!!! ¡¡¡No pares!!! ¡¡¡¡AAAAhhhhh!!!!

Me vuelve a vestir, me baja a la celda y me desata las manos. Yo me tumbo pidiéndole que se quede y él accede. Sin embargo, cuando despierto ya no está… veo la puerta cerrada y los primeros rayos de sol. Me traen agua y pan… yo empiezo a escribir de nuevo.

Mi primera noche en la mazmorra fue horrible. Al irse el sol desaparecieron los débiles rayos que entraban por los exiguos tragaluces. Apagaron las antorchas. Probé todas las posturas posibles para dormir sin éxito: posición fetal, mirando al techo, mirando hacia abajo…

Las oscuridad era total… empezaba a notar la humedad entrando en mi cuerpo. Como un monstruo silencioso que nos devoraría a todas. Intenté dejar mi mente en blanco… creo que por instantes logré dormir…

Por la mañana, una mano me despertó… Me revolví asustada. Entreví otra prisionera que me acababa de tocar. Ya habían encendido las luces… La chica me dijo con voz débil:

  • Soy Adriana… Llevo aquí casi una semana. Tú yo somos las únicas pendientes de juicio.

Me froté los ojos… bostecé… Ahora que lograba dormir, vienen a despertarme. Me fijé bien en ella, aunque no hablé. Una chica joven, de mi edad, tal vez un par de años más. Estaba sentada. No me pareció muy alta, era ancha de hombros y caderas como yo. Su piel era muy blanca y con pecas. Ojos claros… llegué a adivinarlos a la luz de la antorcha. Su pelo parecía naranja… pelirroja…

Me extrañó que llevaba grilletes en las manos, iguales a los que yo había traído hasta aquí, pero que me quitaron al aprisionarme los pies. Ella empezó a contarme su historia: vivía en una plantación de una familia adinerada, era criada para todo y la trataban muy mal… Conoció a un chico en el pueblo… Ambos planearon entrar a robar una noche. Ella le abriría una pequeña puerta de servicio pero todo salió mal… Los otros criados lo descubrieron. Mataron a su novio y a ella la entregaron al alguacil del pueblo tras apalearla…

  • ¿Por qué llevas grilletes en las manos? -pregunté en voz baja.

Porque me resistí mucho cuando me encadenaron… Su cara y su cuerpo decían que necesitaba un poco de amparo. Me senté apoyando la espalda en la reja que teníamos cerca y le ofrecí mi regazo… Ella tumbó la cabeza y descansó sobre mí… No era la primera vez que ofrecía cariño a otra chica. En el carromato-prostíbulo lo hacíamos continuamente, era una forma de llevar mejor a los clientes borrachos, apestosos o cosas peores.

Le conté mi historia… el convento… el primer amor… la fuga… mi primera noche en un cepo… mi año como ramera… mi arresto…

Lloramos juntas un rato.. Veía moverse al resto de presas, reptando por el suelo, sin levantarse.

Le pedí a Adriana que se sentara como yo con la espalda apoyada… De rodillas acerqué la cabeza a su entrepierna. Lo suponía… estos “vestidos” son tan cortos que apenas lo tuve que levantar… Ahí estaba su sexo… Hasta el vello púbico brillaba con un intenso color naranja.

La toqué con los dedos… lentamente… con toda la suavidad que pude. Ella se sorprendió pero enseguida agradeció el gesto… La oía gemir débilmente. Poco a poco se fue humedeciendo… empezó a retorcerse… se empezó a oír el tintineo metálico de los grilletes de sus manos. Levantó los brazos para no estorbarme…

Entronces, pasé a masturbarla con la lengua… Lento, suave… Me costaba meter la cabeza entre sus piernas porque no era capaz de separarlas casi nada… sólo lo que permitía la breve cadena de sus grilletes… igual que la mía.

Cuando acabé, ví como ahogaba los gritos de placer. Miraba al techo con los ojos cerrados, extendía sus brazos hacia arriba hasta donde podía…

Ahora apoyé yo la cabeza en su regazo… A través de la tela noté su entrepierna húmeda… Ella empezó a acariciarme el pelo con suavidad.

  • Nunca había hecho esto con una chica -dijo.
  • Pues es lo mejor para quitar penas -respondí.
  • En España o Francia creo que nos quemarían por esto -dijo.

Ese comentario me asustó… Cierto que no teníamos mucho que perder. Me había puesto muy caliente y me gustaría que alguien hiciera lo mismo conmigo… pero no me atrevía a pedírselo a Adriana… no sé si querría, si sabría…

  • Yo te la puedo chupar… -fue una voz débil que oí de repente.

Miré y ví a otra de las prisioneras. Una mujer mayor que nosotras. Muy deteriorada… seguramente por la vida allí. Estaba caliente y, además, no la quería despreciar. Me senté al lado de Adriana. Al sentarme el “vestido” apenas me cubría… creo que sólo tuve que subirlo una pulgada. Así, con el sexo al aire la miré asintiendo.

La mujer metió sin más su cabeza en mi entrepierna… Estaba tan delgada que mis piernas poco abiertas no fueron un problema. ¡¡¡Ahhhh!!! Ha venido con la lengua por delante directamente… ¡¡¡Ahhh!!! No lo hace mal. Despacio, suave… Podría ser más húmedo…

Para un momento, moja la boca con agua de mi jarra. ¡¡¡Ahhh!!! Vuelve a la carga… ¡¡¡Me está gustando!!! Me fijo en ella, tiene el pelo rapado, parece que le han afeitado la cabeza hace poco. Su piel está descolorida… aunque en algunos puntos parece verdosa. Por debajo de la piel sólo debe haber hueso, no sabía que una persona viva podía estar tan flaca.

¡¡¡Ahhh!!! Oigo el tintineo metálico de sus cadenas. ¡¡¡También lleva grilletes en las manos!!! No son como los de Adriana. Son una versión más pequeña de los que llevamos todas en los pies…

Me acabo corriendo, intento no armar mucho escándalo…

Ella se sienta, delante de nosotras. Intento corresponder…

  • Túmbate -le digo.

Ella obedece.. ha aprendido a ser obediente… Me acerco a ella, reconozco que me da un poco de asco. Aun así, comienzo a tocarla… con los dedos, suavemente… voy subiendo la velocidad. Ella se retuerce, gime muy débilmente… es como masturbar a un pequeño ratón. Se corre enseguida… En su cara hay placer… seguramente, hacía mucho que no lo sentía.

Me fijo más en ella… sus ojos parecen haber perdido el color. Lleva una especie de argolla con algo grabado en el cuello.

  • ¿Llevas mucho tiempo aquí? -le pregunto, ávida de conocer lo que nos espera.
  • Me condenaron con diecinueve años -responde-. Me escapé de las tierras del señor y robé un caballo. En España o Francia me hubieran ahorcado, aquí, no...

¡¡¡Dios!!! La condenaron con mi misma edad. Ahora parece una piltrafa, recuerdo a monjas de cincuenta años en mucho mejor estado. No sé cuántos tendrá ella. Siguió contando su historia:

  • De eso hace creo que diez años. No estoy muy segura. Cuando te condenan te ponen la argolla al cuello -la señala-.
  • ¿También te encadenaron las manos? -le pregunté asustada.
  • Eso fue un castigo -responde-… Recién condenada era joven, hermosa y fuerte, como vosotras. Apalabraron mi venta… Empecé a rebelarme a todas horas. Pegué a guardias y gobernantas. La venta se canceló pero el alcaide (el anterior al de ahora), ordenó que me pusieran grilletes permanentes en las manos. Desde entonces muero en vida en este agujero… Como las demás. Una vez al mes, nos lavan con cepillo de púas, cambian el saco y nos cortan pelo y uñas. Quieren evitar enfermedades infecciosas. Todos los demás días son iguales… un poco de pan duro y agua, nada de luz del sol… Humedad y malos olores hasta que te debilitas y mueres.

Adriana y yo nos miramos, heladas, aterrorizadas. Personalmente, no sabía si era mejor que me hubieran ahorcado en el mismo mercado. Ví sus grilletes y los nuestros. Del color dorado brillante del bronce nuevo, los suyos se habían cubierto de un óxido verdoso.

  • ¿Te iban a vender como esclava? -le seguí preguntando.

  • Sí... -respondió-. Aquí el rey no ejecuta a todos los criminales, sólo a los más peligrosos. A los otros se nos condena a cadena perpetua. Perdemos todos los derechos… excepto el derecho a la vida. No nos pueden ejecutar. A los hombres fuertes los envían a galeras, allí suelen durar poco. Los hombres más débiles o enfermos quedan en la cárcel, pudriéndose.

  • Tanto a hombres como mujeres -continúa- nos puede comprar cualquier persona libre. Si te compran te llevan a su casa y pueden hacerte cualquier cosa… salvo matarte.
  • ¿Cualquier cosa? -pregunto.
  • Hacerte trabajar de sol a sol… en el campo… en la casa… -responde ella-.
  • Muchas veces de noche también hay que trabajar… en la cama -añade.
  • Si os compran es lo mejor que os puede pasar -continúa-. Miradme a mí… Ahora estaría en casa de un viejo rico, lo compraría con sexo todos los días y a cambio tendría aire limpio, pan blando, fruta, vino...

Yo no lo tenía nada claro… Seguimos hablando mucho tiempo. Le contamos nuestras historias. Nos siguió hablando de las ventas… Las mujeres jóvenes se solían vender rápidamente. Los hombres que no habían sido enviado a galeras, no tenían mucho éxito porque no servían para mucho trabajo.

Que ella supiera, nunca vendieron a nadie que llevara más de tres meses encerrada. A partir de ese momento, ya suponían que las condiciones de la cárcel habían hecho mella irreversible en los cuerpos jóvenes. Adriana comentó que la habían sacado de la celda para interrogarla y también la midieron y pesaron.

  • Claro, lo hacen para preparar la venta… -dijo Ana, sí nos dijo su nombre: Ana.
  • Te entregan encadenada y con las manos esposadas -siguió-, como está Adriana ahora. El comprador recibe la llave y un documento que le permite acudir a un herrero para retirar los grilletes pero también para volverlos a poner.

Nos quedamos un rato calladas, apoyadas unas sobre otras. Nos trajeron el agua y el pan… todas lo comimos, el cuerpo no estaba para lujos, había que comer para sobrevivir.

Por la tarde, se presentó la gobernanta. Abrieron la puerta, el guardia se quedó vigilando con un perro de presa. Ella llevaba algo en la mano… Vino directa hacia mí.

  • Date la vuelta y junta las manos a la espalda -dijo.

Obedecí… Allí no obedecer generaba problemas. Noté un cordel alrededor de mis muñecas… Lo que llevaba era un lazo ya preparado. Apretó con fuerza… ¡¡¡Ayyy!!! Me hace daño…

Me llevó por el pasillo agarrándome por un codo. Caminaba rápido, yo lo intentaba pero no podía… Las cadenas me lo impedían continuamente. ¡¡¡Ayyy!!! cada tirón en los tobillos duele, ¡¡¡Ayyy!!! al tirarme del hombro también me duele, en cualquier momento me caeré.

Salimos del “mundo subterráneo”, me lleva a una sala donde el alcaide, ¿Es ese el término correcto? Espera sentado tras una mesa… En el centro de la sala hay una cuerda colgando del techo, de su extremo pende un par de grilletes de manos. Los han colgado allí introduciéndolos por una argolla atada al final del cabo.

En una esquina, había una especie de balanza… La mujer me obligó a ponerme sobre ella y me pesó. “Ciento treinta y cinco libras”, dijo.

  • Hay que descontar tres libras por los grilletes -comentó el hombre mientras escribía.

Él se levantó y avanzó hasta la cuerda del centro. La mujer me soltó las manos, pero él me aprisionó con las esposas. Luego se acercó a un extraño mecanismo que había en una esquina. Con una rueda hizo ascender la cuerda. A cada movimiento se oía “clac”, “clac”... debía haber una pieza que no permitía retroceder a la rueda. El hombre siguió girando hasta que mis manos quedaron a la altura de mis ojos.

La mujer me midió y fue cantando números. Estatura: cuatro pies y once pulgadas. El alcaide anotaba todo. Pecho: cuarenta y tres pulgadas. Cintura: veintisiete pulgadas. Cadera: treinta y cinco pulgadas (1).

<<(1) NOTA AL MARGEN: el autor ha supuesto que las unidades de este reino coinciden con las actuales británicas. Con este supuesto, nuestra heroína mide casi metro cincuenta de estatura, pesa casi sesenta kg y su cuerpo es un 110/70/90 (en cm). Según gustos, puede ser un poco robusta pero es lo que cuadra con la historia.>>

Recordé lo que habíamos comentado sobre las medidas y me sentí como una vaca en el mercado. Ahora el hombre empezó a preguntar:

  • ¿Donde naciste?
  • No lo sé…
  • ¿Cómo que no lo sabes?
  • Fui criada por las monjas de Santa Catalina del monte verde.
  • ¿Huérfana?
  • Sí…
  • La ropa que traías no era exactamente de monja.
  • Abandoné el convento y fui ramera por un año.
  • ¿Dónde?
  • En un carromato.
  • ¿Ramera errante?
  • Sí…
  • ¿No eres virgen?
  • No…
  • ¿Has tenido hijos?
  • No…

  • ¿Nombre?

  • Laura… -sí, me preguntaron el nombre… no lo recordaba hasta ahora.
  • A partir de ahora serás M-treinta y cinco (M-XXXV).

La mujer le interrumpió…

  • Martín, no será necesario hacer la prueba de virginidad.
  • No… -respondió él.
  • Pues me voy… pero ven un momento afuera -dijo ella.

Salieron de la habitación… Oí como ella empezaba a besuquearlo… “Marta, para no es momento”, dijo él… pero se dejó… es un hombre. Yo allí amarrada oí todo lo que hicieron… Ella empezó a gemir muy pronto… Él debía estar masturbándola. Me encanta que un hombre empiece así… calentando a la mujer… Con las putas no lo hace nadie. Oí jadeos… movimientos inequívocos… Él estaba penetrándola… se oía el movimiento, los gemidos… por momentos gritos. Un grito enorme de ella… Luego la calma...

Él entró en la sala dispuesto a seguir el interrogatorio… Yo estaba caliente… las chicas por la mañana estuvieron bien pero quería sentir a un hombre dentro de mí.

  • ¿Fuiste alguna vez apresada por delito leve? -siguió preguntando.
  • Sí… en… creo que en “Aguas Negras”... robé fruta.
  • ¿Te retuvieron en el cepo?
  • Sí…
  • ¿Cuánto tiempo?
  • Sólo una noche…
  • ¿Cuándo fue?
  • Creo que hace un año.

Entonces calló por un momento… Miró otro pergamino. Sacó algo más… Puso encima de la mesa el saquito que robé y ¡¡¡Mi daga!!!

  • Comienza el interrogatorio sobre tu acusación -dijo.
  • Según las declaraciones de la víctima y del alguacil -continuó-, robaste esta bolsa. La víctima le enseñó el contenido al alguacil para que constara… quince doblones de oro.
  • Intentaste huir y fuiste apresada con la bolsa y un arma -dijo enseñándome mi daga.
  • Cuéntame tu versión -terminó.

Tuve que pensar un momento pensando una respuesta. Estaba descalza, encadenada, vistiendo un ridículo saco de tela áspera que dejaba ver más carne que el vestido de ramera, mis manos seguían esposadas a la altura de mi cara.

¡¡¡Dios!!! Quince doblones… eso hubiera dado para vivir todas las del carromato un año entero.

Él se levantó y se acercó a mí lentamente… Me miraba fijamente a los ojos. Aparté las manos un poco de la cara y comencé a contar mi historia:

  • Es cierto que estuve allí en el mercado. Hablé con ese hombre, con la “víctima”. Quería acostarse conmigo esa noche… y algunas noches más. Vio a su esposa a lo lejos y me dio la bolsa como pago por adelantado. Debía ir a la posada, pagar un mes y esperarlo cada noche -fue lo mejor que se me ocurrió en ese momento, sí no se debe mentir, ni robar...

El hombre estaba muy cerca… sentí su aliento. Por un momento, ví como bajaba la mirada hacia mis pechos… sonrió… siguió hacia abajo recorriendo mis piernas lentamente.

Se retiró sin mediar palabra… De espaldas, apoyándose en la mesa escribió algo…

  • Me parece mucho dinero para eso -dijo-. Con un solo doblón pagarías la mejor habitación el mes entero… y con toda la comida que quisieras.
  • ¿Y la daga? -preguntó.
  • Para una chica es necesario defenderse…

Apuntó… Me enseñó el saquito y dijo…

  • Este saco tenía una correa para unirlo a un cinturón… Está cortada. Es un corte limpio como el de una daga. ¿Me lo explicas?

No pude evitar temblar de arriba a abajo… mi mentira era poco creíble

  • Lo cortaría él… -dije tartamudeando.

El hombre apunta y si mediar palabra se dirigió a la polea que gobernaba la cuerda. Empezó a girarla… sin poder evitarlo, mis manos subieron por encima de mi cabeza.

  • ¿Qué haces? -dije asustada.
  • No me creo ni una palabra… Estoy autorizado a presionarte físicamente para que confieses.
  • ¿Me vas a torturar? -dije entre el grito y el llanto.

Paró de subir… estaba justo en el punto en el que todavía mantenía las plantas de los pies en el suelo, pero ya empezaba a molestar… No pude evitar empezar a bailar de un lado hacia otro.

  • Si te fuera a torturar te esposaría las manos a la espalda y te izaría, eso te haría mucho daño.

Subió un punto más… tuve que ponerme de puntillas, empecé a notar presión en las muñecas.

  • Dí… “Confieso que soy culpable de robo, de dañar propiedad ajena cortando la bolsa, de intentar huír y oponer resistencia al arresto portando un arma”.

La verdad es que era culpable… A lo mejor un poco exagerado lo del arma… No amenacé a nadie con ella.

Él se quedó esperando… mirándome… su cara pasaba por varias expresiones… ví lujuria, pero también ví  pena, no le gustaba hacerme sufrir. Me imaginé que realmente quería soltarme para después hacerme el amor suavemente.

  • Tú dijiste que podría salir inocente -protesté.
  • No conocía el caso… ahora me parece bastante claro -respondió con voz tranquila.
  • ¿Esto no es tortura? -le dije, cada vez más molesta.
  • Créeme, puede ser mucho peor… Si fueras asesina te trataría peor. Además, hay cosas que no me atrevo a hacerle a una mujer -dijo.
  • Pues no confieso… ¿Qué más vas a hacer? -contesté en un arranque de rabia.

Se acercó… ¡¡¡No!!! ¿Qué me va a hacer ahora? Rápidamente desató el cordel de mi cintura y después soltó los dos cordones que hacían de tirantes. El saco cayó dejándome con todo al aire. No contento con eso retiró el saco de mis pies… Yo seguía un poco fuera de mí y dije:

  • Crees que por desnudarme voy a confesar…
  • A los presos y sobre todo a las presas no les gusta estar desnudos delante del carcelero -dijo, era verdad pero no quería darle la razón.
  • Fui puta hasta ayer… eso no me humilla...

Siguió esperando… Y yo allí aguantando. Suponía que si seguía subiendo la cuerda me haría daño de verdad… Total mi historia no la iba a creer ningún tribunal.

  • Suéltame… -gemí-. Bájame… y confesaré...

Confiesa y te bajo… repite la frase… Él la repitió… yo la repetí… Apuntó y guardó todo. Sólo entonces bajó las esposas hasta la posición inicial…

Vino hacia mí con la llave que permitía abrirlas… era como un destornillador. En ese momento: derrotada, desnuda… me volvió a entrar el deseo carnal… Cosas raras que tiene la mente humana. Al menos la mía… Según llegó le empecé a hablar dulcemente, como hacía cuando camelaba a los clientes.

Le pregunté su nombre: Martín. Origen: su madre acompañaba a los ejércitos… Sí, una mujer que cocinaba en campaña y cuidaba soldados heridos. También tenía relaciones con muchos de ellos. No supo quién era su padre. Le pusieron Martín por ser un santo soldado. Vivió en campos de batalla toda su infancia y juventud.

En la guerra con Francia, con su comandante muerto, fue capaz de dirigir al resto del batallón para resistir y tomar una torre. Acción que facilitó enormemente la victoria del resto del ejército y el final de la guerra. Desde entonces es capitán.

Ya tiene treinta y dos años… con treinta buscó un destino tranquilo… Alcaide de la prisión, en la ciudad de Río Verde.

Acabó besándome estando yo todavía esposada y desnuda… Me mete la lengua hasta la garganta… Deja caer la llave. Me abraza… Me toca los pechos, el culo, me besa los pezones… el ombligo… Fue bajando… ¡¡¡AAhhhh!!! Está ahí… su lengua en mi vagina… ¡¡¡Ahhh!!! Me trabaja pacientemente, lento, suave, yendo a más… ahora más rápido.

Justo cuando me iba a correr, él para… se quita la túnica… Veo una enorme elección. Intento abrir las piernas…. “No, tiene que ser por detrás”, dice… Le cuesta trabajo pero está ahí… Me penetra… despacio… despacio… más rápido… suave pero firme… sin pausa… ¡¡¡AAhhhh!!! ¡¡¡AAhhhhh!!!

CONTINUARÁ