Fantasía inducida

Ella cuentas ciertas intimidades. ¿Sueños?¿Infideldiades?¿No consentido? O si consentido...

Fantasía inducida.

Sé que me pasa cada vez que me acuesto. Se está cómoda aquí. Qué mullidito es esto.

-. Cierre los ojos y beba lentamente. Déjese guiar. Sí. No se asuste, es esa especie de entrevela, ese estado que precede al sueño.

-.¿Vigilia?. Se llama así creo.

-. Lo sé.


¿Parapente?. ¿Paracaídas?. Sueño con mucha frecuencia con un paracaídas.

Caigo y quedo enganchada de un árbol. Chillo. Pido socorro. Acuden varios hombres, jóvenes y no tan jóvenes. Parecen de campo, pastores, agricultores, labriegos. Toscos.

No me han tocado pero sé que tienen las manos grandes, ásperas. Están sin afeitar, oliendo a sudor. Vestidos con mono de trabajo, o con pantalones vaqueros sucios y raidos.

Una escalera. De la nada aparece una escalera. Por fin van a rescatarme.

De repente sujetan mis manos a las cuerdas. Las levantan. Las atan. Noto como suben mis pechos.

Quedo con los brazos hacia arriba, las piernas colgando. No llego al suelo.

Una navaja. Me enseñan una navaja. Me la pasan por delante de la cara. Para que la vea bien. No me amenazan con ella, simplemente me la enseñan.

Grito.

Me da igual. Estoy en un campo. Nadie me oye, bueno si, otro hombre, pero en vez de ayudarme se une a ellos.

Se ríen, se burlan de mí. Todos. No sé cuantos hombres son. Supongo que tres. Si, a dos les veo y además oigo risas a mi espalda.

Me llaman puta. Zorra. Guarra.

Jamás se lo perdonaría a un hombre, jamás. Por supuesto jamás se lo permitiría a mi marido o a mi novio. Pero me excita, me pone muy cachonda.

Cuando lo oigo en las películas porno casi me corro y en mis fantasías sexuales me vuelve loca. No lo entiendo pero me encanta que me traten con cierto desprecio, que me humillen con insultos, que me ultrajen con sus palabrotas. Nunca me lo han hecho así y por supuesto jamás lo permitiría.

Aunque insista en ello una y mil veces no puedo negar que me excitan sus insultos. Me repugna pero me vuelve loca.

Puta, zorra, guarra. Con cada insulto escupen su desprecio.

Yo no les he hecho nada. No entiendo por qué me insultan así, pero me vuelve loca. Aunque no puedo decirlo claro, y a esos cerdos menos.

La navaja. Otra vez el brillo de la navaja frente a mis ojos.

Rasgan un poco mi mono. Podría darles patadas. No hago nada. Es como si no tuviera piernas.

Soban mis pechos. No se cansan de tocarme. Parece que nunca han tocado los senos a una mujer. Tan pronto me los agarran por delante, me los estrujan, como me los sujetan desde atrás. Son distintas manos, lo sé por la forma de sobarlos. Cada uno lo hace de forma distinta. Distingo perfectamente las caricias de unas manos fuertes o los apretones de un bestia.

Lo hacen con el mono puesto, por encima de la ropa. Cuando lo hagan con mis senos libres me los van a destrozar. Ahora me doy cuenta de un detalle. Mis pechos están libres, bailan como locos sin sujetador. ¿Me le han quitado? ¿Me lo he puesto?

A lo mejor por eso me llaman puta, por no llevar ropa interior.

Parece que se van alterando. Los toqueteos son impacientes. Bruscos. Rudos, precipitados. Ansiosos en una palabra.

Rasgan otro pedacito de tela. Parece que mi piel les excita. Cuanto más descubren, más bestias se vuelven. Ahora tiran de las solapas. Me balancean como si estuviera en un columpio. Así pueden sobarme más.

Por fin paran sus estúpidos juegos. Acercan la navaja a mis pechos. Me asustan. Hacen una ventana. No, no es una ventana, es un agujero redondo. Ni respiro. Me da miedo que me corten. Mis tetas salen. Si, ahora las llaman las tetas. Por primera vez las llaman así.

-. Mira qué domingas tiene esta zorra.

Mis domingas. Sé que mis domingas excitan a los hombres. En el trabajo más de uno vuelve la cabeza. Más de uno mira a escondidas mis escotes.

-. Zorra.

Miro hacia abajo. Mi pezón, no quiero, pero se me pone duro. Veo como el otro lentamente se va recogiendo sobre la aureola. Lo que me faltaba. Si no fuera poco, ahora se van a dar cuenta que me están excitando. ¡Qué vergüenza!

Joder, me encanta lo que me están haciendo. Hacía años que ningún hombre me tocaba así. Ni mis primeros novietes.

-. Babosos, dejad de lamer mi cuerpo. ¿Pero por qué se lo digo si me están volviendo loca?

Me besan, me soban, me lamen los pechos. Me van a llenar de chupetones. Una mano me le estruja. Una boca me muerde los pezones.

La navaja corta bajo mi cintura. En redondo.

Mi culito. Ahora está desnudo. Noto el aire. Le siento.

Azotes, pellizcos, me lo agarran a puñados. Me lo abren. Mi coño está olvidado.

¡Qué cerdos!. Me están tocando el agujerito. Me meten un dedo. ¿Y ahora? ¿Qué me están metiendo estos guarros? No. No puede ser otro dedo. Parece más blando. ¿Será eso la lengua? Tiene que ser. ¿Seré tonta?¡Claro que es la lengua!.

¿Y no les dará asco hacer esto?. ¡Madre mía! ¡Qué cosquillitas! Estos pervertidos me van a matar...

Sacan un pene. Ya estaban tardando mucho. Hasta yo estaba sorprendida. Estará duro. Lógico.

No sé si grande o pequeño. Espero que me penetren de un momento a otro, pero no, no lo hacen. ¿A qué están esperando?.

Me cogen de las nalgas y me suben hasta la altura de la cara de uno. Me abre las piernas y él mete la cabeza en medio. Está sin afeitar. Me raspa el interior de los muslos. Con lo que me avergüenza que me vean la vagina. Me aterra que vean mi velludo sexo. Y encima abierto. Y mojado.

El muy... iba a llamarle cerdo pero no puedo. Me... No sé cómo decirlo. Perdón. Estoy mintiendo, sí sé cómo decirlo. Y me encanta decirlo así. Me come el coño. Me come el coño, me mete la lengua. No puedo, no puedo, tengo que cerrar los ojos, tengo correrme. Pero no quiero que me vean. ¡Qué vergüenza!

-. Zorra. Puta.

Me insultan, se burlan de mí. Y yo no paro de gemir. Y se ríen, cada vez más fuerte. A carcajadas.

No me extraña. Tengo que estar ridícula. Sujeta por las nalgas, con mis muslos sobre los hombros de ese hombre. Con su cabeza en mi entrepierna. Con su boca atacando mi indefenso sexo. Mis tetas asomando por dos agujeros. Han roto tanto mi mono que parece un estrafalario chaleco, un pedazo de tela, un harapo sin mangas del que sobresalen dos enormes pechos que bailan, que se mueven cuándo y cómo él quiere. ¡Qué vergüenza!. Chillando de placer, retorciéndome colgada de un árbol.

Ahora soban mi conejillo, como me hacia mi noviete, el de la facultad, el que me desvirgó en aquel piso alquilado. Separan mis labios. Exponen mi intimidad. Ante sus ojos está mi secreto. Torturan mi clítoris con caricias. O con pellizcos. Le lamen. Le muerden. Me hacen pasar del dolor al placer en décimas de segundos. Pero siempre me causan placer. Siempre me hacen disfrutar. Como me hacía él.

Por fin dejan caer mis piernas. Respiro aliviada. No paran de tocar todo mi cuerpo.

Una penetración brusca, inesperada, potente, muy potente. Ha entrado muy adentro de mí. Grito. Chillo. Me ha desgarrado. Me está ensartando. Su pene parece enorme. No lo he visto pero por la forma de penetrarme lo parece.

No esperan más. Espatarrada, me levantan un poco y uno me penetra por detrás. Es un dolor intenso. Muy intenso. Adelante, atrás. Adelante, atrás. Grito con más fuerza. Me duele. Pero luego me habitúo. Sé que es así. Me pasaba con mi novio. Cuando rompimos no volví a dejar que ningún hombre me penetrara por detrás. No volví a hacer sexo anal. Solo a él se lo permitía.

Estoy espatarrada en el aire. Abierta como una rana, están follándome de pie. Es una sensación rarísima. Me levantan con facilidad y me dejan caer. La rama del árbol se balancea arriba y abajo. Yo sola me clavo sus pollas. Me siento repleta. Llena. Entre los dos penes me destrozan, me tienen enhebrada. Creo que van a romperme. Siento como las cabezas de sus arietes chocan dentro de mí.

Lo peor de todo es que estoy disfrutando como una loca.

El tercero se ha cansado de mirar, de que no le dejen hacerme nada, de esperar su turno. No sé cómo ha conseguido subirse a la escalera.

Me aproxima un mal oliente pene. Una cosa fofa. Unos testículos grandes, como si fueran alubias gigantes. Por encima tiene muchos pelos, por debajo, en el escroto ninguno. Curioso.

Me lo restriega flácido. Se ríen. Me hace gracia. Los otros la tiene bien armada. A este parece que no se le hincha. Un tubito de carne, finalizado en una rugosa piel, en un rugoso pellejo que oculta completamente el glande. ¡Qué cosa más fea! A ver si se le pone y parece otra cosa.

Para qué habré pensado eso. Es como si me leyera el pensamiento.

Le veo como lentamente comienza a crecer frente a mis ojos. A lo ancho. A lo largo. Se va convirtiendo en un cilindro espantoso. No se cuantas veces multiplica su tamaño.

Las venas o las arterias, no sé que tienen ahí los hombres se van hinchando. Parece que van a explotar. Veo como va saliendo la cabezota morada de eso. Apesta. No identifico el olor pero apesta. Es repugnante.

Su único ojo está mirándome. Se lo sujeta por la base. Lo hace bailar. Cimbrea. Lo mueve, me golpea con él en la cara. Me va a forzar la boca. No es que lo intuya, lo sé.

¿Qué demonios sacarán los hombres? ¿Por qué les gustará tanto forzar la boca de una mujer con su pene? Sé perfectamente que empujará, y empujará, y empujará...

Hasta que se acomode en mi garganta. Y se moverá una y otra vez. Sólo él obtendrá placer. Yo tendré que sentir la suavidad de esa piel. Sólo eso.

Tendré que chuparlo una y otra vez. ¡Qué horror! Tendré que lamer ese pene tan grande, tan grueso, tan duro. No, no me importa eso, lo que realmente me revuelve las tripas es su pestilencia, su mal olor.

Ya llega. Ahora comienza el martirio. Me fuerza a abrir la boca. Me horroriza saber que tendré que lamer aquello hasta que explote e inunde mi paladar de su pastoso y agrio sabor. Ya le siento dentro de mi boca.

Y de repente, sube por mi espalda ese terrible escalofrío. Ya no me importa que me estén dando por el culo, me estoy corriendo al sentir el pene en mi coñito.

Me retuerzo de placer. Muevo descontroladas mis caderas. Los músculos de mi vagina se contraen tratando de aprisionar ese delicioso pene. Si no tuviera eso en la boca se oirían mis gemidos en kilómetros a la redonda.

Por fin parece que se van a correr. Siento las convulsiones de sus miembros. Sus estertores me lo anuncian. Ahora vendrá ese calorcito. Cada convulsión una sensación caliente.

El del culo es el primero. Afortunadamente, pienso, así me dejará de doler y podre correrme más con el coño. Serás cerda, pienso, si es que no puedo evitarlo, me digo.

Puta, me dicen ellos, guarra me llamo yo.

Y el de la boca que tiembla. Ya está. Este cabrón me lo va a echar todo en la boca. No lo soportaré. Vomitaré.

Menos mal. Consigo sacarla de la boca. Uf. Menuda corrida. Me lo echa por las tetas. Ahora me doy cuenta, no es que haya podido sacarla, es que el muy cerdo quería correrse entre mis pechos. Y el de abajo dale que te pego, agarrándome por las nalgas y perforándome sin parar. Parece un martillo neumático. ¡Qué aguante!. ¡Qué gusto!. Me hace sentir como una guarra pero no me importa. No paro de pensarlo, de rogárselo. Sigue follándome cerdo asqueroso,. Reviéntame el coño cabrón.

Sus uñas se clavan en mis nalgas. Literalmente se clavan. Seguro que me deja el culo lleno de arañazos. Y me atrae con todas sus fuerzas. Aprieta tanto su cuerpo contrae el mío que parece que nos vamos a fundir en uno. Ahora, ahora, ahora... Yo también llego, justo en el instante en que se vacía dentro de mí. Grito. Y grito. Mi vista se nubla. Una convulsión. Un chorro de calor en mis entrañas. Un estertor acompaña cada jadeo.

Me mira jactancioso, vanagloriándose de su hazaña. Me ha hecho gozar. Me mira chulesco. Le miro derrotada. He sido su hembra. He sido suya. Soy suya.

Respiramos jadeando. Todos. Me falta el aire. Necesito llenar mis pulmones. Estoy agotada. Me han violado tres hombres y no he parado de correrme. No sé cuantos orgasmos he tenido. Me avergüenzo solo con pensarlo.

Joder, se están cambiando de sitio. Ahora al de la boca se le vuelve a poner en posición. Se pone por detrás de mí. Me agarra los pechos. Se les resbalan las manos en su propia corrida. Me los estruja dolorosamente. Pellizca, retuerce mis pezones. Me lo susurra al oído: Puta. Me lame el lóbulo de la oreja. Menudas domingas. Zorra, me excitan tus tetazas. Siento su glande rozar mis nalgas. ¡Dios mío! ¡Me la va a ensartar por el culo! ¡Eso es muy grande!

Los otros se ríen. Parece que les excitan mis gritos. Veo como les crecen sus cositas.

El que me folló por el coño pasa a la boca. El que queda me la ensarta en el coño.

Y el de atrás empuja. Me revienta entera. Este si me hacer gritar. No comprendo cómo le puede entrar todo eso dentro de mí. Se desliza por mi recto y le entra todo. Espera. Ahora me doy cuenta. Se han corrido en mi culito y lo peor de todo, en mi coño. ¡Me van a dejar preñada!.

Se rotan de agujero. Ahora lo comprendo. Quieren probarme. Quieren disfrutar de todos mis orificios. Todos quieren dejar en mi su simiente.

Sujeta mi cabeza. Me fuerza. Ahora sé que no me libraré. Me llena la boca. No para. Tengo que tragar algo si no quiero ahogarme. Estoy escupiendo el semen.

Ya han rasgado toda mi ropa estoy desnuda colgando con las muñecas atadas y mis senos levantados. Que vergüenza. De todos mis agujeros escurre semen. No quiero ni mirarme los pechos.

Descansan. Sé que queda el tercer turno. Se me duermen los brazos por tenerlos en alto.

Me sueltan. ¿Me liberaran por fin?. No. Simplemente van a hacérmelo de otra forma.

No corras cerda. Tampoco pensaba hacerlo, pienso, me tiemblan las piernas.

Me ponen a cuatro patas. Me cuelgan las tetas, me gusta esa sensación.

¿Por dónde empezamos?

En la vida real no me hace mucha gracia, me duele, pero en mi sueño soy yo quien lo pide, quien sujeta el pene y le dirige a mi esfínter. Es humillante. Me penetran por detrás. Es el tercer pene que invade mi recto.

Veo que hay un caballo. No muy lejos. Tiene el pene preparado. Es gigantesco. Me hace gracia. Se sube encima de la grupa de otro caballo. Está montando a una yegua. Como me están montando a mí pienso.

¿Ves lo que hace guarra? La está cubriendo. Nosotros te vamos a dejar cubierta... NO hace falta que me insista. Ya me había dado cuenta. El pene abandona mi recto con un sonoro ruido. No tarda ni un segundo en penetrar en mi vagina... en dejarme una sensación húmeda y caliente.

Meto la mano en mi entre pierna. Me acaricio sola. Le veo venir impaciente. Colocarse tras de mí. No puedo evitar chillar cuando me invade, pero de gusto.

Me despierto mojada, siempre mojada. Y tengo que hacerlo, tengo que masturbarme. Algunas noches es tan intenso que no puedo evitarlo, no me calma. Tengo que salir de casa.


Escucha toda la historia pacientemente. No es un diagnóstico complicado. Ha cerrado los ojos. Prefiere no mirar. Cree oír un leve jadeo, un leve suspiro. No se atreve a mirarla. Piensa qué hará la mano. Seguramente está en la entrepierna. O quisiera que estuviera en la entrepierna, masturbándose.

Se da cuenta. Es un acto reflejo. Su pene está excitado. Tiene que taparlo con la carpeta. Normal, piensa, se auto consuela, a todos los hombres nos gusta oír este tipo de historias femeninas... Pero él es un profesional. Él la ha dado esa bebida para hacerla perder sus inhibiciones. Para que en un estado de semi inconsciencia le cuente sus secretos más íntimos.

Él ha creado ese ambiente de semi penumbra, donde solo se ven sombras, donde resulta más fácil esconderse de los fantasmas interiores.

Pero en el fondo lo que está pasando, no sé si te das cuenta, es que él también ha caído prisionero de esta fantasía inducida. Lo mismo que tú. Si tú también. ¿Pero no te das cuenta? Piénsalo. Vuelve al principio. Yo creé el personaje, la situación, te situé en el papel. Fácilmente lo diste por sentado. Una consulta. Puse voz a una fantasía que no existe, le di vida para ti. Dejó de ser secreta. Te conté cosas, tal vez te excité. Fui yo. Tu fantasía se dejó guiar por mí. ¿Te masturbaste como supones que hicieron ellos?

Jijijiji Jijijiji Jijijiji Jijijiji Jijijiji Jijijiji Jijijiji Jijijiji

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