Fantasía II

Continua la historia de los dos amigos que se volvieron a reencontrar.

Me incorporé lentamente para no despertarlo, repté hacia abajo en la cama y comencé a lamer muy suavemente su polla. Ambos comenzaron a despertarse, lo miré y él sonrió.

  • ¿Qué haces?

  • Darte los buenos días, a ver si no voy a poder.

Se incorporó en la cama él también y nos fundimos en un beso lento y apasionado. Se volvió a tumbar y se dejó hacer. Me puse a cuatro patas y comencé a besarle las piernas y el abdomen mientras su miembro crecía y crecía. Era hora de dedicarme por completo a él. Lo lamí de arriba a abajo, succioné sus testículos y al meterla en la boca noté como su líquido preseminal comenzaba a salir, ¡qué rico estaba! Y de nuevo la saboreé durante un largo rato mientras él acariciaba mi clítoris, que poco a poco empezaba a aumentar de tamaño. Estaba muy excitada, sentía que no iba a tardar en correrme. De repente se irguió y me tumbó en la cama mientras pellizcaba mis pezones. Se puso de rodillas, me cogió de las caderas, me acercó a su polla y me penetró despacio hasta el fondo. No me quedó más remedio que gemir y arquear todo la espalda. Qué buen despertar estábamos teniendo. Y comenzó una oleada de penetraciones y cambios de ritmo que me hicieron enloquecer, y a él también. Yo me agarraba los pechos y él no podía parar de mirarlo, bajé mis manos acariciando mi cuerpo hasta que llegue al clítoris y comencé a masajaerlo suavemente. En cuestión de medio segundo me dio un manotazo en la mano y comenzó a tocarlo él. Qué bien lo hacía. Me la sacó entera, se agachó y lamió todo mi sexo, aunque humedad no le faltaba. Se tumbó a mi lado, me dio la vuelta y estando de espaldas a él, me levantó una pierna y me la metió de nuevo incontables veces mientras continuaba masajeando aquel botoncito del placer. Intenté girarme para verlo y nuestras miradas cómplices se encontraron, nos acercamos lo más que pudimos y nuestras lenguas comenzaron a jugar mientras follábamos. La arquitectura de aquel mástil me rozaba con ahínco la pared anterior de mi vagina y me hacía cada vez sentir más y más placer, hasta que sin poder evitarlo me corrí y notaba como mis fluidos caían sobre mi muslo. Las contracciones que sobrevinieron hicieron que él se corriera también, esta vez dentro de mí.

  • Buenos días – dijo él sonriendo cuando me sacó el miembro y se relajó.

  • Buenos días – contesté yo. - ¿Nos duchamos y desayunamos?

  • Eso está hecho – dijo.

Había un cuarto de baño arriba que tenía una ducha en una esquina, con un espejo justo enfrente. También un lavabo y un retrete. Abajo se oían risas y una conversación. Me imaginé que serían los chicos que vivían con él. Pasamos al baño y enseguida abrió el grifo por la parte del agua caliente. Empezó a salir vapor y todo se inundó del mismo. Nos metimos en la ducha y el agua comenzó a caer. No como las ganas que tenía de follármelo otra vez. Empecé a acariciarlo por todos los lados posibles y él a mí también. El agua caliente caía sobre los dos. Y qué gusto me estaba dando. Me besó de forma suave mientras aprovechaba para tocar esos glúteos firmes y esa espalda grande y musculosa. Como dije antes, que rico estaba todo él. Empezamos a enjabonarnos, mientras hablábamos y nos reíamos, hicimos hasta una guerra de espuma. Se encargó bien de que quedase totalmente limpia restregando con sus manos todo mi cuerpo. Se agachó para limpiarme las piernas y mi pubis, todavía sin lavar, recibió un apasionado intento de volverme loca otra vez. Maldita sea. Subió y comenzó a embadurnarlo de mucho jabón, y de nuevo por todos los lados posibles mientras nos besábamos. Lo mismo hice yo, me encargué con empeño y tesón de que su polla, erecta desde hacía rato, quedase impoluta y cuando consideré que ya era suficiente, cogí el mango de la ducha, lo aclaré, me agaché y le dí un más que húmedo beso en todo el glande.

  • Qué mala eres – dijo resoplando.

  • Pues ya somos dos – contesté a la vez que le untaba la barba con jabón.

Me gustaba hacer eso. Como me ponen las barbas. Terminamos de aclararnos, salimos y nos vestimos como pudimos.

Bajamos a la cocina y allí estaban sus dos compañeros de piso. Uno de ellos alto, con el pelo corto y rubio y los ojos verdes. Madre mía pensé. El otro era más o menos de su estatura, moreno con los ojos marrones. Estaban desayunando y se iban a ir ya. La verdad es que no me acuerdo a qué se dedicaban, pero me contó cosas y parece que eran bastante apañados ambos. La cocina era grande, luminosa si no hubiera sido por lo grisáceo de aquel, por lo que parecía, frío día. En el centro había mesa pequeña y redonda, con unas mantas y un auténtico brasero de los de toda la vida. Allí había buena temperatura, pero cuando llevábamos un rato allí conversando, me parecía el infierno. Que caliente me estaba poniendo. A veces pensaba que se me estaba yendo la olla, pero de más. Desayunamos un café con leche bastante calentito y unas tostadas con mermelada. Se me ocurrió ponerle un poco de mermelada en la nariz, y de un beso se la quité.

  • Mmmm… ¿Está rica la mermelada?

  • Si… pero más rico estás tú.

Y se me avalanzó y no pude hacer nada en absoluto. Solo pude seguirle el rollo, no me dio otra alternativa. Y nos besamos más y más, hasta que saboreamos el más ínfimo rincón de nuestra boca. Me quitó los pantalones y las bragas y me subió encima de la mesa. Tiró por el suelo el bote de mermelada, las tazas, las servilletas. Encima de la mesa solo estaba yo. Cerré los ojos durante un segundo y cuando los abrí ya no estaba. Empecé a sentir que algo me tocaba y miré hacia abajo y vi que su lengua había salido.  Estaba a punto de rozarme. Entonces la puerta de la casa se abrió. Sabes que tardé en salir pitando de allí, me bajé de la mesa, cogí la ropa del suelo y me fui al baño, que afortunadamente un momento antes había objetivado que se encontraba al lado de la cocina.

Ya dentro oí pasos. Era el amigo rubio.

  • Joder, que visitas más interesantes tienes ¿no?

  • Anda cállate, cállate y pírate.

  • A sus órdenes – dijo el amigo con voz guasona.

Cogió algo de la cocina y se fue.

  • ¿Por dónde me he quedado? – dijo en voz bastante alta.

Salí y afortunadamente no me había vestido. Vino hacia mí, me besó, me dio la vuelta y me puso contra la pared. Qué viaje me pegó. Me agarró de las caderas, me atrajo un poco hacía sí, se bajó los pantalones y me lo hizo de forma salvaje. Muy salvaje. Me propinaba tales meneos que hasta me costaba mantener el equilibrio. Pero cómo me gustaba. Sólo podía gritar y decirle que no parara. Me besaba la espalda, me tocaba los pechos. Me dijo que se iba a correr y le dije que siguiera, que por favor no parase aquel maravilloso momento que me estaba haciendo pasar, pero debe ser que ardía como el infierno. Lo empujé hacia atrás y me puse de rodillas mientras le pajeaba y por fin quedé inundada de aquel fluido. Mientras terminaba de salir, me dispuse a chuparla como intentando limpiar todo rastro de sexo. Me levanté y me limpié en el baño. Después me llevó a la cocina.

  • ¿Qué estaba haciendo antes de que viniera este? – preguntó falsamente dubitativo mientras me miraba de reojo.

  • Mmmm… no sé – le respondí de una manera falsamente ingenua.

Se giró y mientras me besaba me volvió a subir a la mesa. Mi clítoris estallaba de excitación. Que buen sexo oral me regaló. Suave, húmedo, rápido… No tardé en llegar al clímax de nuevo y por no sé cuántas veces en el tiempo que llevaba allí, que por el momento era afortunadamente escaso. Cuando terminé de retorcerme de placer, se puso frente a mí y me abrazó. Qué bien me sentó ese abrazo. Yo también lo abracé.

  • ¿Nos duchamos?

Yo asentí y le besé.