Fantasía heroica

En un ambiente de fantasía ejemplares de distintas razas se encuentran en una vieja taberna. La cazarecompensas debe conseguir su trofeo y la mejor manera es usando el sexo.

Pudiera haber sido una fiesta de disfraces o una partida de rol, o una convención de ciencia ficción y fantasía, pero no lo era.

Situado entre el desierto y el bosque. Dos enormes lunas alumbraban el ajado y enorme edificio de dos pisos de adobe reforzado con vigas de madera. Un tejado de placas de pizarra plagado de chimeneas de piedra cubría la edificación con aspecto de no querer mantenerse en pie mucho más tiempo. Una torre almenada de piedra que debía procurar cierta protección estaba adosada al frente de la posada.

A un lado unos corrales mantenían confinados diversos tipos de ganado y animales de silla y arrastre, desde caballos, mulas y bueyes a ejemplares más exóticos de seis patas o lagartos cubiertos de escamas. Incluso se veía entre ellos un centauro que con pocas luces pastaba en el mismo pesebre que un hermoso ejemplar de caballo árabe. Los cuerpos de ambos muy parecidos.

En el interior la sala era oscura, con madera por todas partes y la disposición típica de todas las tabernas del multiverso. Una larga barra a un lado con una tabernera detrás para servir a los parroquianos los mejunjes alcohólicos de su gusto. Mesas de diversos tipos, talladas en enormes troncos,  no parecía haber un standard para eso en este caso.

Una enorme chimenea en un rincón para las noches frías e incluso las cálidas, al fin y al cabo estamos en un mundo de fantasía. Algún tipo de animal enorme de seis patas y casi sin desollar se asaba en un espetón al que una jovencita cubierta con harapos y manchas de hollín en la cara se encargaba de dar vueltas.

Una película, un casting, pero la situación seguía siendo erótica, interesante. Una hermosa y delicada rubia con el largo pelo lacio se movía entre las mesas con aire lánguido. Su única vestimenta era un vestido de gasa completamente transparente, sus pezones claros se veían a través de la tela tan fina. Incluso el vello rubio de su coñito se descubría cuando movía las piernas.

A su lado un forzudo con un tanga de cuero como única vestimenta. Sobre el banco de madera cubierto con piel descansaba su culo desnudo mientras sus manos se perdían bajo las sedas qué no tapaban el cuerpo de la rubia. Ella suspiraba al lado de su oreja adornada con varios pendientes enjoyados, dispuesta a ganarse su propina dándole placer al mastuerzo aquel.

Bellas mujeres morenas con corsés de cuero o sujetadores de cota de malla asomando sus plenos y turgentes pechos por los escotes de sus escasas prendas bebían cerveza de cuernos arrancados de caprinos de la zona. Peleaban entre ellas por los favores de otro par de mancebos elfos al servicio de la taberna, suponía que eran chicos pero en mi raza y con esa edad, con nuestra constitución tan delgada igual podían ser muchachas. Sólo las puntiagudas orejas los distinguían de los humanos.

Musculosos macizos de reducidas armaduras para lucir sus músculos y enormes armas como si quisieran compensar algo distribuidos por las mesas del local. Todos ellos con tangas de cuero o metal para cubrir pubis a los que sin duda daban buen uso tras las batallas. Si eran enanos de baja estatura y completamente cubiertos de pelo. Elfos delgados como juncos e incluso un semitrol de rocosa piel entre ellos.

Una fantasía de héroes de la antigüedad. El enorme pincho moruno del forzudo empezaba a tomar rigidez bajo el cuero del taparrabos. ¡Ah! Si y la espada de acero damasquino descansaba junto a ellos en el banco.

En otro rincón una guerrera que oprimía sus duras tetas en un corset de cuero y sus pies en unas botas altas del mismo material y entre medias muy poca cosa mas, se dejaba agasajar por un delgado efebo  de oscura y suave piel descubierta al completo, solo adornado con unos collares de oro. Sentado en sus poderosos muslos ejercitados en batalla y en innumerables campañas el fibrado muchacho se esforzaba por acariciar las voluptuosas formas de la soldado. Creí distinguir una de sus manos por debajo de la armadura agarrando sus pezones.

Había otras mesas ocupadas por elfos, enanos y gentes de otras razas todos ellos apenas sin ropa. Algunos de ellos ocupados además de en beber y comer en juegos sexuales de algún tipo, desde besos y tocamientos varios a mamadas apenas disimuladas bajo los tableros de las mesas.  Tampoco hacía falta mucha ropa, el calor reinaba en esas tierras de vegetación lujuriante y tupida. Donde a veces había que abrirse paso por el bosque a base de hacha y machete.

Por todo un lateral del local una barra de robustos y gastados tablones de recia madera arañados por los innumerables roces con cuchillos y hachuelas. Tras ella una posadera de generosos senos apenas cubiertos por una blanca blusa de lino con un más que lascivo escote,  seguía poniendo jarras de cerveza y cuernos de vino. Sacaba el líquido de los enormes barriles que tenía detrás de ella y vasos de aguardiente y de sospechosos licores de polvorientas botellas de grueso vidrio coloreado, con aspecto de llevar siglos en esos robustos estantes.

Envuelta en mi larga capa que me ocultaba casi por completo, atravesé la cortina de trenzas de cuerda y cuentas de cristal que hacía de puerta en el oscuro antro. No me molesté en echar la gran capucha que cubría mis largos cabellos rojos y mis orejas terminada en punta, hacia atrás. Para evitar la curiosidad del resto de los parroquianos preferí seguir ocultando un rato más mi cuerpo extremadamente flexible y delgado.

Me acerqué a la barra y le pedí a la voluptuosa camarera una jarra de esa cerveza casi masticable que se destilaba por entonces. Ella aprovechó para pasearme los dos enormes jarros, digo pechos ante la cara.

Antes de deslizar en su escote la moneda de cobre que era el pago de mi bebida aproveché para darle un pellizco a su pezón. Que respondió de inmediato poniéndose duro, marcado en el lino, ya no tan blanco a esas alturas de las noche y asomó una sonrisa a su colorada cara. Pero no estaba allí por los abundantes encantos de la cantinera.

Estaba allí por un hombre o monstruo o mitad de uno y mitad del otro. Tenia que cortarle la polla y llevarla como trofeo a una bella princesa que me esperaba entre sedas en su palacio de oro,  mármol y marfil. Dispuesta a recibirme entre sus brazos como recompensa.

Tenía colgada a mi espalda del tahalí que cruzaba mi pecho entre mis tetas mi espada Mata dragones, fiel hasta el final. No era mi única arma claro. Los filos de las dagas en las fundas dentro de las cañas de las botas. Estrellas ninja y cuchillos arrojadizos en el cinturón por encima del tanga de cuero y algunas sorpresas muy afiladas más disimuladas en el sujetador de cota de malla, la melena y la capa. Y había dejado el arco y la ballesta y sus proyectiles colgando de la silla de montar.

Ya me chorreaba el coño pelado al pensar en tener la polla de aquel fulano en el ídem y luego en la mano una vez que no estuviera unida a su usuario. Decían que ese órgano tenía poderes curativos.  Me lo habían descrito, pero hasta tenerlo delante no me haría un idea de como era. Aparte de su enorme tamaño.

Hasta que atravesó la misma puerta de cuentas de cristal engarzadas en cordeles que yo había cruzado un momento antes. Era enorme, a la espalda llevaba dos hachas de doble filo cruzadas que rozaban las envejecidas vigas del techo cubiertas del hollín de las antorchas y de las lámparas de aceite. Pero eso no era lo que mas impresionaba, los arañazos del hierro forjado de sus armas solo repasaban los que un segundo antes habían hecho los dos afilados cuernos que coronaban su testa.

Cabeza que tenia un asombroso parecido con la de un buey, su nariz ancha perforada con un pesado colgante en forma de aro de hierro. Su cabello grasiento y enmarañado caía sobre unos hombros aún mas anchos que la puerta,  de forma que tuvo que ladearse para poder cruzarla. Sus pezones oscuros y de los que colgaban dos enormes aros de oro coronaban unos pechos aún mas amplios que los míos y cruzados por los tahalíes de las hachas.

De su cinturón cruzado sobre un vientre que parecía una tabla de lavar, aunque por el profundo olor que desprendía el fulano no debía saber lo que era eso, colgaban varias hachas arrojadizas y una corta pero ancha espada de doble filo. El enorme bulto del tanga parecía ocultar una polla de muy respetable tamaño.

Sus piernas como columnas jónicas en las que se marcaban los husos de sus músculos terminaban en dos gastadas botas de piel sin curtir, que desde luego habían recorrido muchas leguas. Por eso había podido adelantarlo por el bosque a lomos de mi caballo después de haberlo seguido durante un par de días, sin que el bovino se diera cuenta.

Esa cosa era un minotauro, y las leyendas decían que estaban tan extintos como los dragones. Claro que yo había despachado ya un par de estos últimos.  Así que como de costumbre en ese aspecto la leyenda se equivocaba.

Mirando alrededor desestimó las mesas ocupadas por otras razas y a punto estuvo de disputarle el efebo a la guerrera, lo vi en sus ojos lascivos enormes y bovinos. Pero le disuadió de ello el emblema real que ella llevaba en el cuero de su hombrera y tatuado en diversas partes de su cuerpo,  y que demostraba al servicio de quien estaba y su entrenamiento de combate.

Como yo seguía oculta por la tupida capa de lana no podía saber de mi raza ni de mi sexo pero tampoco pareció gustarle el misterio y al final se sentó junto a la chimenea sobre la cabeza de un troll que hacia las veces de banco de piedra.

Deduciendo por las miradas lascivas que lanzaba a los ejemplares masculinos menos vestidos que pululaban por la sala, que mis encantos no le atraerían. Decidí líbrame de la capa y pasearle mis glúteos por la cara a ver si con eso lograba sacarle de la presencia de tantos testigos. Igual esa parte de mi anatomía tan expuesta como cualquier otro culo en la sala sí sería capaz de atraer su atención.

Dejé caer la capa en el banco en el que estaba sentada atrayendo así algunas miradas. Así que me levanté y me acerqué a la chimenea contoneando mi cadera en busca de fuego para mi pipa. Eso solo era una excusa, no perdía de vista al minotauro.

Tuve que pasar justo por delante de él e inclinarme hacia las brasas sin doblar la rodillas. Al ver mi culo duro firme y mi ano que la fina tira de cuero no conseguía ocultar del todo, tan cerca de la chata nariz fue él quien me agarró de la cintura y me arrastró hacia el establo. No era de muchas palabras.

Su acción apenas llamó la atención del resto de los parroquianos acostumbrados a ese tipo de acciones, de parejas que se retiraban buscando más intimidad. Parejas o tríos o grupos buscando un sitio para follar.

Ya entre las cuadras y los caballos se arrancó el tanga y pude ver como su polla dura apuntaba al tejado de paja. Aunque le gustara el sexo masculino de cualquier raza no me había costado mucho excitarlo con mi culo respingón. Con el salvajismo que le caracterizaba pretendía follar mi ano a cuatro patas y sin mas preliminares que pasar su enorme lengua rasposa de vaca entre los cachetes de mi culo.

Desde luego no era de muchas palabras. He de admitir que eso me puso lo suficientemente cachonda para lo que iba a venir. Pues se estaba recreando en comerme el ojete e incluso intentar follármelo con esa lengua enorme, áspera y dura. Me libré del sujetador para aumentar mi propio placer pellizcando mis pezones.

Pero eso a mi no me convenía, lo necesitaba vulnerable, así que me giré boca arriba con la agilidad que me caracteriza. Desde luego con la fuerza no iba a ganarle. Apenas alcanzaba a rodear su enorme cuello con mis tobillos. Verme las tetas desnudas no pareció frenar su lascivia. Mientras apartaba la tira de cuero que me tapaba el ano.

Cuando me la clavó bramaba como el animal que era en celo. Me follaba duro fuerte con largas embestidas que me hacían tener un orgasmo detrás de otro. Aguantaba su ritmo de macho que no ha follado en mucho tiempo hasta que se corrió. Con su lefa en mis intestinos. En ese momento una de mis dagas cayó desde mi bota a mi mano y de allí a hacerle un corte horizontal en su cuello para evitar que sus bramidos alertaran al resto de la posada y cercenar su polla aún clavada en mi culo para llevarla a mi princesa.

Del minotauro no tenía que preocuparme, con la capacidad de regeneración de su raza se recuperaría en pocas horas. Pero durante semanas se comportaría como un manso y no como un toro bravo. Hasta la polla volvería a crecerle hasta que otro cazarecompensas volviera a cortarla por sus poderes curativos.

Mientras tanto yo solo tuve que volver a colocar bien el tanga, recoger el sujetador y trepar a la silla de mi caballo. Sin molestarme en sacar el miembro, bueno en este caso no sería viril, sino bovino de mi ano. Allí se conservaría bien hasta llegar al lujoso palacio. Y además me daría un placer adicional con el movimiento del galope.

Una vez preparada la poción con el ingrediente esencial mi princesa duende de tres pechos y hermosa piel verde,  recuperaría la salud y su lujuria natural. Podríamos volver a compartir su lecho entre sedas y almohadones de plumas.