Fantasía en tri bemol
Una pareja tradicional en cuya relación no hay sitio para experiencias que se salgan de lo normal. Excepto aquel día, en el que se combinaron unas cuantas circunstancias que pudieron con todo.
FANTASÍA EN TRI BEMOL
Era viernes. Carlos, un buen amigo al que no veían desde hacía tiempo, estaba de paso porque asistía a un congreso y su avión salía de regreso al día siguiente. Ana y Jose vivían en la ciudad y aprovecharon para verle esa tarde. Quedaron, picaron algo por el centro, se contaron las últimas novedades, hablaron con entusiasmo de las películas recién estrenadas, de música, de unos cuantos libros recomendables y de un montón de cosas. Jose le dijo que pasara del hotel y que se quedara a dormir en casa. Se lo propuso justo en el momento en el que estaban hablando de sexo, Carlos se quejaba de que llevaba ya cierto tiempo a palo seco, y esta coincidencia propició que bromearan sobre el asunto, que si esto, que si lo otro, que por qué no dormían los tres juntos para no tener que hacer su cama, que si tenían alguna vecina de confianza para que se apuntara, que si le daba miedo dormir solo. En un momento dado Ana comentó medio en broma que le podían dar un masaje al llegar. Medio en broma también Jose le preguntó si lo decía en serio.
"Si a ti no te importa ", dijo ella.
"A mí no me importa, ¿y a ti, Carlos?", respondió Jose.
"¿Yo?, yo encantado", rió.
Llegaron a casa y se tomaron un último cubata en la cocina. Habían charlado de bastantes cosas y el comentario ya estaba medio olvidado. Carlos preguntó dónde iba a dormir y Ana le dijo que le prepararía la cama en una habitación, él se la quedó mirando y ella se ruborizó.
"¿Qué pasa?", sonrió ella, "no estaréis pensando lo del masaje", continuó.
"Es verdad, el masaje", dijo Jose.
"¿Pero era en serio?", preguntó Ana.
"Sí, ¿no?", indagó él.
"No sé ¿y cómo es?", dijo ella apurando el último trago.
"Depende", continuó Carlos, "¿masaje fisio o masaje caricias?".
"El segundo tiene mejor pinta", contestó ella chispeante.
Carlos se apresuró a anticiparle que una vez en cama se lo explicaría. "Vale", respondió ella después de pensarlo fugazmente.
Ana se duchó y sintió un escalofrío imaginándose en la cama con ellos, sin saber qué le depararía la situación. Entró en la habitación con camiseta corta y pijama blanco de verano. Ellos ya estaban tumbados bajo la sábana y se colocó entre los dos. Carlos le inquirió "bueno, qué". "Adelante, cuenta", dijo ella. Le explicó que tenía que quitarse el pijama y quedarse en bragas boca abajo y bajo la sábana -añadió para tranquilizarla-, y le aseguró que sentiría un relax fantástico.
Se quitó el pijama y se dio la vuelta. Lo primero que notó fue que le acariciaban con el dorso de los dedos la zona desnuda que había entre la camiseta y las bragas. Después de unos minutos así, de vez en cuando una mano se adentraba por la espalda y llegaba hasta la nuca, y a veces bajaba por las caderas, donde la braga se convertía en una tira fina de apenas un centímetro de ancho que se sobrepasaba con facilidad. Las manos no se movían de forma coordinada, igual una le hacía caricias por arriba mientras la otra le manoseba los muslos, como si cada una no supiera qué estaba haciendo la otra. Todo esto ocurría en silencio y Ana, relajada, comenzó a elucubrar con lo que ellos llevarían puesto, los imaginaba con slips oscuros con una abertura en el centro, con una buena holgura para introducir la mano, se imaginaba tocándolos a la vez y fue fantaseando con pequeños detalles hasta llegar a un notable punto de excitación que le sobrevino sin darse cuenta. Una mano fue variando el rumbo y pasaba cada vez más veces por encima de las bragas. En un momento dado Ana notó dos dedos sobre el nacimiento del canalillo, se lo recorrieron despacio, sin hacer presión. Las bragas eran de tacto fino y casi podía notar que los dedos contactaban con su piel, como si no las llevara puestas.
Ella sabía que existían unos límites insalvables que se imponían a la situación y que no se sobrepasarían. No cabía esperar otra cosa de una relación de pareja basada en la más estricta intimidad y en la que nunca se había dado paso a nada que se saliese de lo tradicional. El resto corría a cuenta de la fantasía de cada uno.
Una mano se posó entera en su entrepierna, se movía lentamente de un lado a otro y la tela obedecía dócilmente. Ella notó que las bragas se descolocaron con la maniobra y percibió con claridad que alguien le tocaba la parte inferior del pubis. Era un contacto directo. No sabía quién se lo estaba haciendo. Supuso que Jose la estaba excitando en secreto y que no perdería la discreción debida. A ella el asunto se le antojó intensamente morboso y por un momento imaginó que se lo estaba haciendo Carlos aprovechando el anonimato. Permaneció callada, con las piernas ligeramente separadas y con los ojos cerrados.
Ana tenía los brazos extendidos bajo la sábana, casi paralelos al cuerpo. Siguiendo el juego, desplazó un brazo hacia afuera y llegó a tocar el slip de Jose. Tanteó el miembro y buscó el borde para introducir la mano. Jose tardó un poco en reaccionar, y cuando lo hizo le bajó las bragas hasta los muslos. Conociéndole, sabía que esta decisión le habría costado tomarla, estaría inquieto porque ahora Carlos por el otro lado tendría acceso libre a su desnudez y pensaría que ella podría sentirse algo abrumada por esto.
Y así fue. Mientras Jose le seguía acariciando el coño sintió cómo otra mano se posaba sobre su nalga desnuda y la recorría. Ana movió ligeramente el otro brazo, como recolocándolo, y rozó discretamente el slip de Carlos. Se detuvo un momento y tanteó la zona con cierto cuidado. Tras otra pausa acabó tomando una decisión imposible. Metió la mano, le agarró la verga y la recorrió con movimientos sutiles que Jose no podía percibir desde el otro lado.
Poco después a Jose le pudo la curiosidad y retiró la sábana que les cubría. Desde su posición vio las bragas bajadas, el culo desnudo y dos manos sobre él, la suya misma y la de Carlos en la otra nalga. Esta visión le dejó algo turbado porque ella estaba consintiendo, aunque no hizo nada para impedirlo. Ana se dio cuenta de que a pesar de todo Jose no podía ver lo que realmente sucedía porque entre los dos se encontraba precisamente ella misma. Estaba nerviosa ante la posibilidad de ser descubierta y a la vez excitada por lo que estaba haciendo. Estuvieron así un buen rato, en un profundo silencio, en la quietud de la habitación, dejándose llevar por las sensaciones y la extrañeza de la situación, completamente nueva para los tres.
Jose se habría quedado así eternamente. Por fin incorporó levemente la cabeza para saber qué pasaba al otro lado y observó atónito que Ana los estaba masturbando a los dos. Un lejano sentimiento de propiedad le invadió y se quedó sin saber qué hacer. Por una parte sentía un cierto aire de infidelidad en el ambiente y por otra se moría de goce al contemplar a su pareja manipulando dos vergas simultáneamente mientras le tocaban el culo.
Ana no se apercibió de que él lo estaba viendo todo y este hecho impulsó a Jose a querer averiguar hasta dónde era capaz de llegar ella mientras no se sintiera descubierta. Jose retiró la mano de la entrepierna y la deslizó hacia la nalga, hizo un gesto a Carlos que éste interpretó perfectamente y ocupó con su mano el hueco que había quedado libre. Carlos comenzó a acariciar el clítoris mientras Jose agarraba el glúteo y posaba la yema de los dedos longitudinalmente sobre el surco entero, moviéndolos imperceptiblemente hacia los lados y hacia adentro. Ana se vio morir y en un acto reflejo separó las piernas y levantó ligeramente el culo, dejándose hacer mientras sus manos se aferraban a los dos enormes trancos. Su respiración comenzó a ser audible y los soltó por temor a ser sorprendida.
Desbordado por los acontecimientos, Jose se tumbó sobre ella al revés y boca abajo, y puso su cara frente a sus nalgas desnudas sin llegar a tocarlas. Carlos se situó al pie de la cama y le quitó las bragas. En ese momento los dos contemplaron toda la parte baja del pubis negro y abundante. Jose la agarró por el vientre y levantó su cuerpo, Carlos aprovechó el movimiento para flexionarle las piernas y Ana quedó de rodillas entre ellos, boca abajo y con la cabeza pegada a la cama entre las piernas de Jose. Carlos tenía su coño frente a él, Jose abrió sus nalgas de par en par y lo vieron todo de golpe. La escena era tremendamente explícita y perversa. Jose miró absorto el agujero del culo, a escasos centímetros de sus ojos, era nítido y de piel más oscura que el derredor, estaba circundado por pequeños pelos negros que se hacían más densos a medida que descendían por el surco. Carlos también lo miró intensamente, hundió la cara en su coño y le hicieron de todo con la lengua, Carlos por delante y Jose por detrás.
Ana estaba experimentando una sensación física desconocida. El tacto de las dos lenguas restregándose contra sus partes íntimas le proporcionaba un placer capaz de derrumbarla en cualquier momento. Pero más fuerte aún era su actividad mental. Saber que se miraban entre ellos y que la tenían desnuda frente a sus ojos observando embriagados su culo abierto, que hundían sus caras y se perdían dentro del surco, esa lengua que hacía por adentrarse en un lugar prohibido mientras la otra le estimulaba el clítoris sin piedad y le lamía el coño de arriba a abajo, esas sensaciones que ella había imaginado tantas veces y que ahora le estaban arrebatando el escaso control que aún tenía sobre sus actos. Quería más y no sabía cómo pedirlo.
Carlos se echó completamente sobre ella y cayeron tumbados boca abajo, Jose se apartó, Carlos se volteó y la llevó consigo quedando boca arriba encima de él. Ana separó las piernas y la polla de Carlos entró. Comenzó un vaivén lento y firme, entraba y salía en toda su longitud y ella se dejaba llevar sin control alguno. Jose se puso a horcajadas y se la metió en la boca mientras le frotaba el clítoris con la mano.
Ana movía su cintura lentamente y sin brusquedad, respondiendo a cada estímulo que le llegaba, de arriba a abajo, hacia adelante y hacia atrás, de izquierda a derecha, en círculos, en todas las direcciones, intentando abarcar todo lo que le hacían sin perderse nada. Soltó de pronto un suspiro intenso que hacía presagiar que le quedaba poco. Ella no quería que aquello acabara y por primera vez tomó la iniciativa. Se incorporó, se colocó a cuatro patas sobre la cama y se metió la polla de Carlos en la boca, que no había cambiado de posición. Jose se colocó de rodillas detrás de ella, la agarró por las caderas y se la folló a placer, empujándola una y otra vez contra la polla de Carlos.
A ella le venían a la cabeza momentos sueltos de la tarde, charlando los tres en aquel pub, la sonrisa de Carlos cuando la miraba, paseando por la calle, hablando los tres de música, y los flashes se intercalaban con una súbita vuelta al instante presente, ensartada a cuatro patas por dos vergas duras que se la follaban, metiéndose la polla entera de Carlos en la boca, sobándole los huevos, lamiéndosela y matándolo de gusto.
En un arrebato, Jose deshizo la posición y se tumbó boca arriba en la cama con su cabeza a los pies de ésta. Ana se tumbó sobre él haciéndole la sesenta y nueve, Carlos se levantó, alzó su cintura, ella clavó las rodillas sobre la cama y mantuvo la polla de Jose dentro de su boca, Carlos se puso medio de pie sobre ella e intentó metérsela por detrás. En plena maniobra Jose empezó a comerle el coño y a tocarle el clítoris con una mano mientras se sujetaba con la otra sobre su nalga, que se abrió para facilitarlo todo. Quería que ocurriera, entre otras cosas porque eso no se lo había hecho nunca nadie, ni siquiera él mismo. Quería verlo. Sus ojos no se apartaban del agujero, que lo tenía en primer plano, y vio el contacto del glande con él, cómo se posaba y empujaba, cómo la piel del culo de ella parecía replegarse cada vez que amagaba con entrar, hasta que lo hizo, primero el glande entero, y luego poco a poco todo el miembro, constriñendo la zona y pareciendo que la iba a reventar. En un momento dado estaba toda dentro, y cuando salía se podía percibir la brutalidad de la postura.
Jose apoyó los codos sobre la cama para lamer su clítoris y restregó la cara contra su coño mientras sus ojos veían cómo le entraba y le salía una polla dura por detrás, agachó la cabeza y vio sus tetas al fondo y entre ellas su cara metiéndose su verga. Aquella imagen no la olvidaría nunca. Jose se fijó en algo que se deslizaba por el surco, abrió sus nalgas con fuerza y vio un reguero de semen que le nacía de la unión entre la polla que la taladraba y el agujero mismo, y le caía hacia el coño impregnándolo. Ladeó la cabeza como pudo para que no le llegara y miró al fondo porque se iba a correr. De pronto ella soltó un grito limpio y corto seguido de un silencio, una sacudida, y otra, y chillidos que parecía querer apagar con la polla que tenía dentro de la boca, empujándola hacia adentro para que no se la oyera, pero no fue capaz, resultaban cada vez más agudos, más cortos y más frecuentes. La polla de Carlos no podía moverse, como si la apretaran con mucha fuerza una y otra vez, y Jose pensó qué estaría sintiendo ella, que se contraía entera una y otra vez luchando para cerrar el agujero pero que no podía lograrlo a causa de la dureza del inmenso rabo que lo ocupaba. Jose sintió cómo un chorro fuerte salía de su interior, los gritos de ella salían entrecortados, como atragantada, se la sacó y dejó la cabeza de la polla en contacto con su cara mientras gritaba de placer, a Jose le salían descargas a cual mayor y se corrió como nunca se había corrido, y ella se deshizo en un último gemido largo, muy largo y audible en contra de su voluntad, incapaz de pararlo, abrumada por un orgasmo brutal.
Dejaron de moverse. Como un rayo en el cielo despejado, a Jose le asaltó la duda sobre qué pasaría luego, al día siguiente y después, qué pensaría ella, cómo integrarían esto, si les perjudicaría o no.
La escena que tenía ante sí le devolvió rápidamente a la realidad. La voltearon y quedó tumbada boca arriba a su lado, exhausta, con los ojos cerrados y las piernas flexionadas. Jose quedó sobrecogido al contemplarla. Tenía una corrida densa que le iba del culo al coño. Su cara estaba cubierta de semen, le caían regueros por las comisuras de los labios, los ojos estaban casi taponados, la frente y las mejillas, y la barbilla, con colgajos deslizándose hacia el cuello, con la boca entreabierta que dejaba ver la carga que llevaba dentro y que le iba cayendo sin piedad, toda ella quieta, exhausta, sin fuerzas para impedir que la observaran a placer y permitiendo que el semen se desparramara lentamente dejándola casi irreconocible.
De pronto despertó. Se encontraba en la cama junto a Jose, como cualquier otro día. No había rastro de Carlos ni ninguna señal de que aquello hubiera ocurrido. No era capaz de acordarse de cómo ni cuándo se había quedado dormida, lo que le indujo a pensar que tal vez no había sido más que un sueño. Además, era todo tan irreal, tan fuerte, que no podía haber sucedido. Sencillamente no era posible.
Transcurrió el tiempo y nunca hablaron de ello, continuaron con su vida y sus rutinas como si nada hubiese pasado. Cada vez que veía a Carlos se ruborizaba y tampoco se atrevió a hablarlo con él.
Sin embargo el recuerdo nítido de aquel día persistía en su memoria y se negaba a quedar relegado en el olvido. ¿Qué hizo si no aquella tarde? ¿Por qué no se acordaba de cuándo se quedó dormida?
Ana continuó con sus tribulaciones intermitentes, sin más interferencia que esa hasta que un día, dos años después, buscando en los cajones una prueba médica que necesitaba, se encontró de bruces con un informe de ingreso en urgencias por intoxicación. Tenía fecha de aquel día, concretamente entre las 03.10h y las 05.35h de la madrugada del viernes al sábado. El corazón se le aceleró. "Tuvo que ser la ración de setas que me pusieron en aquel bar", pensó. Había muchos detalles que no comprendía. Se imaginó un desvanecimiento, un susto, un traslado al hospital, una medicación potente, una recuperación rápida y vuelta a la cama, todo en menos de tres horas. Y un episodio amnésico limitado en el espacio y en el tiempo, que con toda probabilidad Jose aprovechó sabiamente para sellar un pacto de silencio perpetuo con Carlos.
Allí, frente a la estantería del armario, pensativa y sola, casi se muere de vergüenza. Recogió los papeles, dejó todo en su sitio y se guardó su secreto para siempre.