Fantasia en el mar (3)

Despues de una infidelidad, su vida no volvio a ser la misma.

FANTASIA EN EL MAR III

JUDITH charca-10@hotmail.com

El desconocido dijo que se había equivocado de baño. Chema me miró, y me debió ver un poco sofocada, además de los pezones bien marcados en la camiseta. Se acercó al desconocido y le agarró del pecho, preguntándole que es lo que había hecho. Le dije que le dejase, que no había sido más que un malentendido. El desconocido se disculpó, diciendo que tenía mucha suerte de tener una mujer como aquella. Chema se le quedó mirando, y cogiéndome del talle me sacó de allí sin decir nada. Esta vez no miré atrás. Volvimos a la mesa para acabar de cenar, pero a mí se me había quitado el hambre. No le di detalles de lo que había pasado. Tan solo que se pensó que yo quería plan, y me siguió hasta el baño.

  • Creí que se iba a montar una buena.- Acerté a decir.

  • ¿Por qué?- Respondió él. Me debió ver la cara de no entender nada, porque siguió hablando.

  • Cuando pasaste al lavabo, vi como decían algo esos tres hombres, riéndose a continuación. Cuando vi que uno de ellos se levantaba y seguía tus pasos, me imaginé que algo iba a suceder. Noté que estabas nerviosa cundo estábamos esperando a que nos diesen la mesa. ¿Tienes algo que contarme?

No, nada.

No me atrevía a contarle lo sucedido, porque tendría que explicar el por qué no hice nada más, y por qué me sentí excitada. Ni siquiera yo tengo explicación para lo sucedido.

Pagamos la cuenta y salimos del local sin mirar a los tres comensales. La verdad es que tenía aún el susto en el cuerpo. Fuimos a otro bar a tomar un café, y aproveché para coger otro tanga del coche y ponérmelo, antes de que Chema se diese cuenta.

La luna llena alumbraba la noche. Apetecía dar un paseo por el mar, pero decidimos seguir viaje. Los dos nos reímos de la situación y de lo calientes que nos habíamos puesto. Comentamos que debíamos de estar locos.

Conduciendo junto a la costa se podía ver la cara de Chema iluminada por la luna. Me resultó más hermoso que nunca, y me entraron unas ganas locas de hacerle el amor en esos mismos momentos.

Me solté el cinturón de seguridad, y me apoyé en su hombro. Le veía fuerte. Era la primera vez que tenía que salir en mi defensa y eso me gustó. Metí una mano dentro de su camisa. Me gustaba jugar con los pelos de su pecho, con los pectorales... con sus pezones. A él también le gustaba, y enseguida estos se endurecían ante mis caricias. Le toqué los bíceps, torneados, no muy grandes pero sí definidos. Se removió inquieto en el asiento, al tiempo que disminuía un poco la velocidad, señal inequívoca de que le estaba gustando la situación. Desabroché del todo la camisa, con tono pausado, deleitándome en la apertura de cada uno de los botones.

A continuación me incliné más y le besé en el pecho. Comenzó a suspirar cuando succioné sus pezones. Con una mano le acaricié su pene por encima del pantalón. Tal como me imaginaba, estaba totalmente empalmado. Abrió más las piernas para que pudiese tocarle con más comodidad. Comencé a besarle, poniéndole en serios apuros a la hora de conducir. Él tampoco perdía el tiempo, y su mano derecha se introdujo en la minifalda, cogiendo glotonamente mis glúteos, apretando con firmeza y jugando con las tiras de mi tanga.

Teníamos suerte de que no pasase ningún coche por esa carretera, pues se hubiese extrañado de la poca velocidad a la que circulábamos. Estaba totalmente caliente, y comencé a desabrocharle el cinturón. Tuvo que ayudarme, pues con el cinto de seguridad que todavía llevaba, me resultaba imposible la maniobra. Una vez que el cinto dejó de ser un problema, comencé a desabrochar los botones de su pantalón. Tras apartar su tanga, introduje su pene en mi boca.

Chema dio un pequeño grito, subiendo su cadera para introducir más su miembro en mi boca. Se lo cogí con las dos manos, iniciando un suave movimiento. Mientras tanto, su mano jugueteaba con la entrada de mi vagina, totalmente mojada y abierta, esperando ser penetrada cuanto antes. Me puse a horcajadas sobre él frotando mi pubis sobre su pene. Estaba enloqueciendo por momentos. Llegué a apartarme el tanga, e introducirme el pene hasta el fondo. Chema no podía apartar la vista de la carretera, pues eran muchas las curvas que había que tomar.

Yo le imploraba que parase en cualquier lugar, que no aguantaba más. Me levanté de encima, porque temía que tuviésemos un accidente. Mientras le chupaba la oreja, le decía lo mucho que le deseaba, que era la persona que más había amado, y que me llenaba como amante. Él tampoco se quedaba atrás, y me decía todo tipo de piropos y frases picantes, que me hacían sentir halagada y más excitada aún si cabe.

Por fin encontró un lugar que le pareció apropiado para parar. Subimos con el coche hasta una pequeña elevación, que nos garantizaba una cierta intimidad de miradas indiscretas, aunque dudábamos de que nadie apareciese a esas horas por allí.

Nada más detenernos, me lancé como una loba a desnudarle. Él también me iba quitando prendas mientras nos besábamos apasionadamente. En poco tiempo, los dos estábamos completamente desnudos. El calor, hizo que comenzásemos a sudar copiosamente, resbalando por nuestra piel y dando a la situación más carga erótica. Echamos hacia atrás los asientos, para que quedase más espacio en la parte delantera. Me gusta hacer el amor junto al volante. Siempre me ha gustado, y más de un amante me ha poseído así. Mientras le chupaba el pene, me puse a cuatro patas, para que pudiese trabajarme bien el coño y el culo. Él solo me había penetrado una vez por detrás, pero me gustaba que me tocase la entrada del ano, incluso que me lamiera, cosa que a Chema le encantaba. Las maniobras en mis dos orificios estaban dando sus frutos, y notaba como me acercaba al orgasmo con rapidez. Le pedí que me penetrase de una vez.

Me giró, y me tumbó de espaldas sobre los asientos delanteros. Me levantó las piernas y se quedó mirando mi coño, diciendo lo hermoso que era. En un momento que cerré los ojos, noté como me penetraba fuerte y hasta el fondo. Gemí. Siguió moviéndose fuerte y muy rápido, golpeándome la cabeza con la puerta. Con las piernas sobre sus hombros, su pene chocaba son el fondo de mi vagina, arrancándome suspiros de placer a cada envite. En esta postura, comenzó a besarme a lo largo de las piernas, hasta que llegó a los pies. Le dije que no me besase ahí, pero me respondió que le encantaba besarme en cada centímetro de mi cuerpo. A la vez que me los besaba, realizaba un masaje que me hacía tocar el cielo. De vez en cuando descendía sus labios hasta mis pechos, succionando mis pezones hasta dejarlos duros y tiesos, todo ello sin bajar el ritmo y la fuerza de la penetración.

En esas circunstancias el orgasmo no podía tardar, y llegó en medio de unos gritos que me asustaron incluso a mí. Parecía que me iba a partir en dos. Me golpeaba con la cabeza en la puerta, daba golpes al volante, tocando alguna que otra vez el claxon, y todo ello para poder aguantar los latigazos que el orgasmo me daba. Creo que perdí el sentido durante unos segundos. Le dije que se apartase un poco, porque no podía respirar. Él me miraba con una leve sonrisa en los labios, disfrutando del momento. Siempre me ha dicho que le gusta verme cuando disfruto. Acaricié su rostro, secando las copiosas gotas de sudor que recorrían su frente, y caían en cascada sobre mis pechos.

Nos decíamos hermosas palabras de amor, sintiendo nuestros cuerpos unidos. En esas estábamos cuando las luces de un coche hirieron la noche.

Nos quedamos agachados, asomándonos un poco para ver donde paraban. Aparcó a pocos metros de donde nosotros estábamos, pero no nos vieron, pues estábamos en un plano superior a ellos. Se trataba de una pareja de mediana edad, que sin duda el embrujo de aquella noche les había hecho parar para amarse.

Seguimos mirando como dos auténticos mirones. Era la primera vez que podíamos ver a una pareja haciendo el amor. Debían de estar muy calientes, porque las ropas volaron en un santiamén. Echaron los respaldos de los asientos hacia atrás, y se abrazaron en un fuerte beso. El hombre pronto se deslizó hasta los pechos de la mujer, devorándolos literalmente. Eran unos pechos enormes, y la cara del hombre a veces desaparecía cuando se adentraba en el canalillo. Aquella situación nos sobrecalentó. Echamos los respaldos hacia atrás, y le dije a Chema que se tumbara. Le cogí el miembro erecto, y me lo introduje hasta la raíz, en la boca. Subía y bajaba mi cabeza con frenesí. De vez en cuando le masturbaba con la mano, para aprovechar a mirar a nuestros improvisados vecinos. Pude ver como hacían un perfecto sesenta y nueve. Era una suerte que esa noche hubiese luna llena. Los movimientos de nuestros vecinos se podían ver claramente. Chema se rió cuando comprobó que no perdía detalle. Le seguí lamiendo el pene, metiéndole la lengua en el orificio. Esta maniobra le hacía sentir a Chema una sensación especial, mezcla de dolor y placer, que le hacía mover sus caderas frenéticamente. En un momento dado, mi vagina rozó la palanca de cambios, produciéndome un escalofrío. Por unos instantes pensé que otro pene estaba detrás de mí. La idea me excitó, y me imaginé a nuestro desconocido vecino penetrándome por detrás.

Pocas veces había tenido esa fantasía, pero esa noche mi sensualidad estaba a flor de piel. Una loca idea se cruzó por mi mente. Volví a frotar la palanca de cambios contra mi vagina, aprovechando los movimientos de mi cuerpo mientras masturbaba a Chema. Ese roce hacía que grandes cantidades de flujo manasen de mí, lubricándome al máximo. Me coloqué de tal manera que la palanca quedase a la entrada de mi vagina, y procedí a introducirla lentamente. A pesar de tener la vagina dilatada, costaba meter esa bola dentro de mí. Chema con los ojos cerrados no se percataba de la maniobra. Procedió a pasar las manos por mi nuca y a darme un suave masaje a lo largo de la columna vertebral. Las sensaciones de la penetración y del masaje me estaban llevando a la locura. Por fin la bola entró en mi coño, y entonces inicié un ligero mete y saca, del que ya no podía disimular los movimientos. Chema se dio cuenta de la jugada, y me miró con cara de sorprendido.

  • ¡Esto es increíble! –atinó a decir.

Yo le comenté que no podía casi moverme y que no era como el movimiento de su pene, a pesar del tamaño. Entonces él se incorporó un poco para ver más de cerca mi vagina.

  • ¡Está increíblemente dilatada! ¡Tengo una idea!

Entonces giró la llave de contacto y el motor del coche se puso en marcha. ¡Fue increíble! La vibración del motor se transmitía por la palanca de cambios, y posteriormente al interior de mi vagina. Dejé de masturbarle para poder sujetarme con los dos brazos. Cerré los ojos y disfruté de aquel improvisado vibrador. La boca se me secaba por la respiración agitada que tenía. Chema chupaba mis pezones, y jugueteaba con sus dedos en mi espalda. En un momento dado cogió un bote de vaselina que tenemos en el coche para cuando se resecan los labios y tomó un poco con el dedo. Lo puso a la entrada de mi ano, y me penetró hasta la primera falange. Después apoyó su mano en la palanca de cambios, haciendo que la vibración actuase sobre mis dos agujeros. El orgasmo fue más brutal que el anterior. Suerte que nuestros vecinos tenían la música del coche puesta, porque si no se hubiesen percatado de nuestra presencia. Mientras tenía el orgasmo abrí los ojos y miré en dirección al coche. No pude ver a nadie, y me imaginé que habrían salido a hacer el amor por los alrededores. Cuando terminó mi orgasmo, caí medio desmayada sobre Chema. Saqué la palanca de mi vagina, sonando como si se descorchase una botella de cava. Chema me sacó el dedo del ano.

  • ¡Como me gustaría volver a penetrarte por detrás!

No le contesté y me puse a besarle por todo el cuerpo. Me detuve en sus pezones y le mordisqueé hasta ponerlos erectos. Con una mano le tocaba los testículos, que por lo hinchados que estaban, debían estar a punto de descargar. Cogí el bote de vaselina y me puse un poco en el dedo. Busqué la entrada de su ano y le fui penetrando. Lo tenía relajado. Al contrario que a mí, yo le había penetrado muchas veces, incluso con una zanahoria. Le encantaba que le penetrase. No es que sea homosexual, sino que siente placer, y así me lo hace ver. Por eso de vez en cuando le sodomizo, incluso con dos dedos. Con estas maniobras el pobre no podía aguantar mucho más.

Cuando giré la cabeza a un lado, me sorprendí al ver dos figuras espiándonos. A pesar de estar medio escondidas, el reflejo de la luna por detrás, los delataba. Estaban desnudos. ¡Era la pareja del coche! Pude darme cuenta que el hombre sobaba los pechos de su mujer, y la otra mano iba en dirección a su sexo. No me molestó que me espiasen. Todo lo contrario, tenía una gran carga sexual. Aceleré el ritmo de penetración a Chema, y me bajé hacia su pene para chupárselo. Agarrándome de la nuca me dijo.

  • Quiero correrme en tu boca. Quiero que mi semen esté dentro de ti y desaloje el de otros.

Yo sabía que se refería a otro chico con el que estuve y que dejé por Chema. Pero le prometí a aquel que nadie más estaría dentro de mí. No estaba preparada para esto aún. Chema me lo había pedido más de una vez, pero esa noche tampoco me tragaría su semen, aunque estuviese tan caliente como estaba.

  • Tú siempre estarás dentro de mí.

  • Pero quiero que mi semen...

  • ¡Ssssshhhhhhhhiiiii!

No pudo decir nada más. Comenzó a correrse. Yo puse mis pechos para que el semen fuese a parar a ellos. Los gritos parecían gruñidos, y me alegró que disfrutase conmigo.

Cuando acabó, yo me froté los pechos, poniendo cara de cachonda, mirando a nuestros mirones. Chema se dio cuenta y preguntó que era lo que pasaba.. Cuando se enteró, se incorporó y miró en dirección a la pareja. Estos se incorporaron y se dirigieron hacia nosotros. Nos quedamos sorprendidos, pero abrimos la ventanilla.

Nos comentaron que nos habían visto por el humo del tubo de escape, y que imaginándose lo que era, habían decidido espiarnos. Pidieron disculpas por ello. Nosotros les dijimos divertidos que habíamos hecho lo mismo. Los cuatro nos reímos. Salimos del coche. Yo por pudor me puse el tanga, ellos y Chema permanecieron desnudos. Eran amables y educados, y en ningún momento los comentarios fueron zafios, aunque sí picantes. En un momento dado nos preguntaron que si nos interesaba cambiar de pareja. Les dijimos que era la primera vez que habíamos visto hacer el amor a alguien, y que ya nos parecía muy fuerte. Lo del cambio de pareja no iba con nosotros, aunque nos sentíamos halagados. Se despidieron de nosotros, y dijeron que iban a seguir con lo suyo, pero esta vez fuera del coche. Lo dijeron en un tono que nos sonó a una invitación para mirar.

Descendieron hasta su coche, y sacaron una manta. Se tumbaron en ella y antes de comenzar a besarse, dirigieron una mirada hacia nosotros para cerciorarse de que les mirábamos. Nosotros estábamos sentados entre las altas hierbas, porque aunque sabían que estábamos allí, nos parecía más morboso que lo hiciésemos así. Como ya he dicho, ella tenía unos grandes pechos. La figura en general estaba proporcionada. Su pubis tenía gran cantidad de pelo, y su trasero había perdido algo de firmeza.

Él era normal, con unos brazos fuertes y las piernas musculadas como a mí me gustan. El pene prometía tener unas medidas respetables, como así pude comprobar más tarde. Su pubis estaba totalmente depilado. Sus testículos, muy grandes, colgaban excitantes. Se abrazaron, y sin dejar de besarse comenzaron a girar hasta colocarse para hacer el sesenta y nueve. El pene del hombre comenzó a tener un tamaño... desde luego mayor que el de Chema, y así me lo indicó este. Yo le dije que no me importaba el tamaño, aunque Chema sabe que me gustan bien gordas. Él muchas veces me ha dicho que le gustaría tenerla más gruesa para darme más placer, pero yo le contesto que lo que no puede ser, no puede ser, y que él me da suficiente placer.

La mujer se metió un dedo en la boca, y después lo fue introduciendo suavemente en el ano del hombre. Parecía que era la primera vez, porque este le sujetaba la mano, cuando sentía que la penetración era demasiado intensa. Poco a poco, sus gemidos se mezclaron con los de la mujer, que recibía la lengua en sus dos agujeros. Cuando por fin tenía metido todo el dedo en el ano, hizo una pequeña seña con la mano en nuestra dirección, como diciendo que lo había copiado de nosotros. Chema dijo que ya estaba bien de mirar, y que le quedaba semen para darme. Le dije que sentía no haberme tragado su semen, que... No me dejó terminar, y me dijo que cuando estuviese preparada. Que desearía que le tuviese dentro, pero cuando estuviese preparada.

Me dirigí al coche y saqué la manta del asiento de atrás, y un frasco de gel corporal.

  • Túmbate boca abajo. –Le dije.

Se tumbó y colocándome entre sus piernas, procedí a darle un masaje por toda la espalda. Comencé por la nuca, arrancando los primeros suspiros de mi marido. Seguí descendiendo por la columna vertebral, y aproveché para impregnarle bien de gel. El contacto frío del líquido, hizo que se estremeciese. Seguí masajeando, descendiendo por los riñones hasta los glúteos. Los agarré con cierta fuerza, clavando un poco las uñas en ellos. Chema comenzó a menear su pelvis, como si estuviese penetrando al suelo. Su respiración se aceleraba por momentos, animándome a seguir. Junté las manos descendiéndolas por su ano, haciendo pequeños círculos en el orificio de entrada.

  • Así.... así. –Decía entre gemidos.

Descendí por las piernas hasta los pies. Aquí metí los puños en las plantas, produciéndole un gran placer. Me sentía dueña de la situación, y comencé a darle cachetes en los glúteos, hasta ponérselos rojos. Los pequeños quejidos, más parecían de placer que de protesta. Me tumbé sobre él, frotando mi pubis contra sus glúteos. Parecía que le estaba penetrando; lamenté no tener nada a mano para introducírselo. Seguí frotando, produciéndome una gran excitación, pero quería más, así que le dije que se pusiese a cuatro patas. En esta posición frotaba mi vagina contra su cóccix, agarrándole el pene con mis manos. Apretaba sus testículos en medio de una creciente locura. Chema seguía gimiendo cada vez más fuerte, pidiendo que le penetrase. Increíblemente alcancé un orgasmo solo con frotarme. Mis abundantes jugos bajaban por los enrojecidos glúteos de mi marido.

  • ¡Me has hecho correr bien! Te has portado como una- verdadera "putita". –Le dije

Cogí el bote de gel y le dejé caer un buen chorro en la entrada del ano. Seguidamente le fui introduciendo un dedo en su palpitante ano, que me recibía relajado.

  • ¡Ah! Que placer me das cariño. Muévele. Haz que mi polla reviente.

Movía el dedo con facilidad, producto de las veces que le había penetrado, pero él me pedía más, así que me animé a intentar meter un segundo dedo. Lo hice despacio, porque decía que le dolía, aunque también me animaba a seguir. Poco a poco el segundo dedo fue introduciéndose. Los moví muy despacio para que su ano se fuese dilatando. Me excité al ver su ano abriéndose. Cuando dejó de quejarse, comencé un frenético mete y saca, dándole pequeños pellizcos en los glúteos, y arañando su espalda con las uñas. Le estaba sodomizando a base de bien y me sentía cada vez más excitada. Le metía dos dedos en la boca, como se tuviese una polla delante de él. Chupaba con frenesí.

  • Que bien chupas cariño, parece que te has comido más de una polla.

Sacaba la lengua y la enroscaba en los dedos. Me estaba poniendo a cien. Hizo un movimiento brusco y se zafó de mí, colocándome a cuatro patas. Sin ningún miramiento me metió su pene hasta el fondo. Pegó su pecho en mi espalda, y me cogió los pechos, retorciendo los pezones. El ritmo era frenético y con mucha fuerza. Puse mi cara contra la manta para aguantar los envites. Su pene chocaba contra el fondo de mi vagina, produciéndome un placer indescriptible. Ahora era él, quien me daba palmadas en los glúteos, haciéndome el daño justo para darme placer. Era un sado muy suave, y tremendamente excitante. Cuando levanté la vista, vi otra vez a la pareja del coche, que nos estaba observando, pero no se limitaban a mirar, sino que él la estaba penetrando por detrás, estando ella a cuatro patas. La visión acabó por hacerme correr, entre tremendos gritos, y sacudidas de cabeza, que hicieron que me marease. En esos momentos, Chema aceleró el ritmo de las embestidas, y noté el primer chorro de semen, antes de que la sacase y se corriese en mi espalda. Frotaba su pene entre mis glúteos, hasta que terminó de correrse. Cuando se relajó, extendió el semen por toda la espalda, y después metió dos dedos en mi boca. Relamí los restos de semen con gran deleite, mientras la pareja comenzó a dar alaridos, en un orgasmo interminable. Sin duda se habían calentado al vernos hacer el amor, aunque ignoro desde cuando estaban mirando.

Chema limpió la espalda con la manta, y la acarició, soplando suavemente a lo largo de ella. Volví la cabeza, besándole suavemente y regalándole una sonrisa. La pareja nos saludó de nuevo y se despidió con un hasta siempre. Nosotros seguimos desnudos, y nos acercamos hasta la orilla del mar, metiéndonos en el agua hasta la cintura. Nos besamos apasionadamente y nos dijimos un te quiero mutuo, que sonó a música en el silencio de la noche. Nos atrevimos a pasear desnudos por la playa desierta, y cuando el sueño comenzó a dar señales, nos fuimos al coche, para regresar a casa después de unas apasionantes mini vacaciones.