Fantasia en el mar (2)

Depues de llenarla su amante, ¿que será de su relación? un apasionante viaje por el mundo de los sentimientos humanos.

FANTASIA EN EL MAR II

JUDITH charca-10@hotmail.com

Aquello no me lo esperaba de Javier. No parecía su estilo. Me iba a compartir con otro hombre. Un desconocido al que ni siquiera podía ver, y al que no podía ofrecer resistencia, debido a mi situación. Protesté, pero no recibí ninguna respuesta, solo el crujir de la cama, cuando mi desconocido amante se sentó en ella y procedió a posar sus labios en los míos. Estaban muy fríos. Intenté resistirme, pero él insistió suavemente, sin violencia. Comprendí que era del todo inútil mi resistencia, así que decidí gozar lo más posible, aunque en mi interior sentía la desilusión del que confía en otra persona y se desvanece lo que piensa de él.

Procedí a devolverle el beso. Había algo familiar en su forma de besar, como si no fuese la primera vez que me besaba. Descendió por mi cuello. Allí acabó mi resistencia. Siempre me ha gustado que me besen el cuello. Sus labios fríos no eran desagradables, todo lo contrario, era una sensación nueva. Pensé en qué estaría haciendo Javier. ¿Estaría mirando? ¿Participaría?.

Siguió besándome hasta llegar a mis axilas. Nunca me habían besado en ese lugar, y recomiendo a los que lean este relato, que sorprendan a sus parejas. Fue comiendo todo lo que tenía distribuido por el cuerpo. En los pezones se entretuvo chupándolos y mordisqueándolos. Entre las atenciones de Javier, el hielo, y ahora el desconocido, estaban totalmente sensibilizados, hasta el punto de que cualquier roce me hacía estremecer. Cuando tocó el turno de la fresa de mi vagina, la sacó con la lengua frotando mi inflamado clítoris.

Fue descendiendo hasta los pies, a los que dio todo tipo de caricias, besos y lametones. La verdad es que quería ver su cara, su cuerpo... Cuando hubo terminado con todas las viandas, se incorporó de la cama, y cogió algo de la mesilla. Un leve zumbido llegó hasta mis oídos. Noté como el zumbido se acercaba hasta mí. Algo se posó en mi cuello, y fue descendiendo hasta el canal de mis pechos. ¡Era un consolador! Tenía un tacto suave, y la vibración me producía unas leves cosquillas. Nunca había usado alguno, aunque confieso que más de una vez, tentada estuve de comprarlo, para introducirlo en los juegos entre Chema y yo. Pero no me atreví nunca a sugerirlo, por miedo a lo que podía pensar. El desconocido fue descendiendo el aparato por todo mi cuerpo. Lo pasó varias veces por mis muslos, hasta que poco a poco lo fue introduciendo en mi vagina.

Comenzó entonces un lento mete y saca, que acompañaba con lametones a mis pezones y a mi cuello. No tardó en venirme un brutal orgasmo, que gracias a la habilidad de mi amante, no me produjo ningún daño en la vagina con el consolador, pues no paré de moverme salvajemente, dando botes en la cama, y diciendo todo tipo de frases soeces. Cuando terminé, mi amante saco el consolador, pasándolo por mi boca para que lo lamiera, cosa que hice con verdadera pasión, no dejando de jadear y de mover mis caderas pidiendo más, no sé si en mi fuero interno incluso deseaba que me penetrasen los dos hombres a la vez.

Me soltó las cintas de las piernas, y se colocó encima de mí. La penetración fue suave. Además de los muchos jugos que manaban de mi interior, en ningún momento hubo ningún movimiento brusco que pudiera lastimarme. Se movía en círculos, haciendo que su pene rozase perfectamente las paredes de mi coño, y el clítoris, totalmente sensible después de los orgasmos que habían sacudido mi cuerpo. En esta posición aprovechó para pasarme un dedo por el ano. Lo hizo de una forma que apenas lo sentí, a pesar de ser prácticamente virgen por ese orificio. Estuvo un buen rato meneándose en mi interior, hasta que salió y me cambió de postura, poniéndome a cuatro patas. Procedió a separarme las nalgas y a pasar la lengua por mi ano. Estuvo un buen rato hasta que consideró que ya estaba suficientemente dilatado. A pesar de mi excitación, no podía controlar mi temor a que me hiciera una buena avería. Cuando noté la punta de su pene a la entrada del orificio, me tensé un poco nerviosa. Él debió de percatarse, porque con una mano comenzó a masturbarme. Cuando noté el placer que le daba a mi clítoris, relajé mis glúteos, momento que aprovechó para iniciar una presión que llevaría a la punta de su pene a abrirse paso a través de mi ano. Sentí un gran dolor, pero algo hizo que me repusiera, y cuando noté que mi amante se detenía por mis quejidos, realicé un movimiento hacia atrás, metiendo todo el pene en mi culo. Le grité como una posesa que no se detuviera, que me abriese el ano de una vez, y que me echase toda su leche en el interior. Esto le animó, y no sólo aumentó el ritmo de los movimientos, sino también la fuerza del envite. Aunque les parezca mentira, tuve otro orgasmo, que me hizo perder el conocimiento durante unos segundos. Mi amante aumentó más sus movimientos, síntoma de que el orgasmo estaba cerca. Se salió de mí, produciendo un sonido como el de una botella al descorchar. Puso su pene en mi boca, que le recibió golosa, y tras unas pequeñas sacudidas, las primeras gotas de semen saltaron a mi cara, momento que mi amante aprovechó para quitarme el pañuelo de los ojos. Vi con asombro que se trataba de Javier. Ante mi sorpresa, procedió a besarme, limpiando los restos del semen. Nos abrazamos y así nos quedamos hasta que nuestras respiraciones se normalizaron. Me confesó que siempre había sido él, y que había fingido que otro me poseía. Pasamos el resto de la tarde reponiendo fuerzas, y hablando de mi marido. Yo le dije que me había enamorado de él, y me respondió que si seguía con mi marido, siempre le tendría a él. No entendí nada.

Me explicó que todo lo que nos pasa en la vida tiene un sentido especial, único, y que muchas veces no sabemos leer la lección. Él había aparecido en un momento difícil para mí, pero mis palabras sobre mi marido, me daba la solución de lo que realmente yo quería hacer. Agaché la cabeza y le di las gracias.

Me acompañó por el estrecho sendero hasta donde me había encontrado. Cuando nos despedimos con un tierno beso, me dijo un hasta siempre. Cerré los ojos respirando hondo. Cuando los abrí, Javier había desaparecido. El cielo estaba totalmente despejado, y no había restos de tormenta por ninguna parte. Me senté en la arena y dejé que mi mirada se perdiese en el horizonte. Jamás podría olvidar esa tarde, ni a tan interesante hombre, pero Javier tenía razón, amaba a mi marido, y sentía la necesidad de perdonar. Pasó el tiempo rápidamente, como solo sucede junto al mar. Estaba enfrascada en mis pensamientos, cuando un a voz que conocía muy bien sonó a mi derecha. Era Chema. Se había imaginado donde estaba, y venía llorando a pedirme perdón. Yo todavía aturdida, dejé que me besase. Hablamos durante horas paseando por la playa, y cuando nos dirigíamos hacia la salida de esta, dirigí mi mirada hacia el sendero que me había conducido hacia una tarde de placer. Allí de pié vi a Javier saludándome con una mano, y una sonrisa en sus labios. Con un leve gesto de mi cabeza le agradecí todo lo que había hecho por mí.

De esto hace un tiempo, y he de decir que la vida con Chema es maravillosa. Ha mejorado en todo, incluyendo la cama. Y ¿saben? No añoro a Javier, pero he de reconocer que a veces pienso en él, y deseo que allí donde esté encuentre una mujer maravillosa que le haga muy feliz.

Pasamos una semana deliciosamente romántica a orilla del mar, en un pequeño hotel desde el que se podía notar la fuerza de las olas en toda su intensidad. Hablamos mucho de todo, pero lo que más nos divertía era hablar de sexo. Comenzamos por decirnos lo que nos gustaba y lo que no. Lo que echábamos en falta y lo que habíamos perdido a lo largo de nuestra relación. Nos sorprendió que al otro le gustasen cosas que nunca nos hubiésemos atrevido a plantear, por miedo al rechazo. Pensé que habíamos perdido mucho tiempo con tantos remilgos, y sobre todo por no hablar. Chema no era muy hablador, y eso había afectado a nuestra relación. Lo divertido empezó una noche en la que haciendo el amor, se me ocurrió contarle lo sucedido en la playa, como si de un sueño se tratase. Pensé que se pondría celoso. En cambio vi con sorpresa que me pedía más detalles, y a medida que yo se los contaba, él se ponía más caliente. Yo reconozco que también cogí un buen tono contándolo. Al final de la noche (¡estuvimos cinco horas haciendo el amor!) yo estaba exhausta de los orgasmos que habían recorrido mi cuerpo. Él aguantó como nunca, y su erección también fue notable.

Aquella experiencia, hizo que alguna noche más nos contásemos relatos, en los que el otro podía participar haciendo preguntas o sugerencias. Los relatos podían ser inventados o reales. Los míos fueron casi todos reales, porque tengo muchos que contar. Él se los tuvo que inventar, ya que cuando se casó conmigo era prácticamente virgen.

También introdujimos en nuestros juegos, alguna que otra fruta, champán, nata, miel, y un vibrador que compramos juntos en un sex-shop, donde vivimos una experiencia inolvidable que algún día puede que me anime a relatar.

Pero todo lo bueno se acaba, y tuvimos que regresar. Aún queríamos disfrutar de nuestro último día de vacaciones, así que decidimos regresar por una carretera poco transitada y que va bordeando la costa. Cuando veíamos alguna cala que nos gustaba, nos parábamos y nos bañábamos. En una de las ocasiones me animé a bañarme desnuda, que es lago que me da mucha vergüenza. También parábamos en los chiringuitos que encontrábamos en la ruta, y así entre y trago de cava, fue llegando el atardecer. Nos sentamos en unas rocas a contemplar como el sol se ponía en el horizonte.

Me acurruqué entre sus piernas y pude notar que estaba muy excitado. La dureza de su pene le delataba. Cuando me besó, le pasé las manos por la nuca. Pensé que íbamos a hacer el amor, pero suavemente me retiró. Cuando el sol se ocultó del todo, nos pusimos en camino hacia un pequeño pueblo pesquero, donde pensábamos cenar.

El calor de la tarde hizo que me quitase el sujetador, para deleite de Chema. Mis firmes pechos quedaban bien sujetos y marcados en la estrecha camiseta de tirantes. Un generoso escote por delante, hacía que las miradas de los transeúntes que se nos cruzaban fuesen a parar directamente a mis atributos. La espalda también tenía un escote hasta la cintura. Por dar todos los datos, diré que tenía puesta una minifalda que me compró Chema. Me la había puesto pocas veces, porque era realmente corta, y me parecía que no me quedaba bien. Pero esa tarde me la puse para enseñar bien mis piernas que se torneaban al calzar unas sandalias con cierto tacón. Debajo de esta, tenía puesto un diminuto tanga, que en ocasiones se me metía en la vagina, creándome agradables sensaciones, hasta que disimuladamente, me la colocaba en su sitio. La verdad es que me había puesto las pinturas de guerra, y tendría guerra. Chema miraba divertido como los hombres se volvían a mirarme, seguro de tenerme por la noche sola para él.

Encontramos un pequeño restaurante junto al puerto marinero. Al entrar vimos que estaba casi lleno. La decoración era típica de las zonas de mar. La luz tenue, difuminaba las figuras de los comensales. Los espacios reservados a las mesas, estaban a diferentes alturas. Nos dirigimos a una que estaba disimulada en un rincón. Quería estar en el lugar más discreto, para poder llevar a cabo mis planes. Mientras esperábamos de pié a que el camarero nos llevara a la mesa elegida, noté como la mano de Chema tocaba la cintura. Lo inesperado de la acción, hizo que un escalofrío me recorriese de arriba a bajo. Cuando miré a Chema, vi que tenía las manos cruzadas sobre el pecho, y sin embargo la mano de mi cintura seguía acariciándome. Cuando miré hacia atrás, vi a quien pertenecía la revoltosa mano. Se trataba de un señor de unos cincuenta años, acompañado de otros dos más jóvenes. Todo ellos tenían una pícara sonrisa en los labios. Se quedaron expectantes ante la situación, esperando cual sería mi reacción. Pensé en decirles cuatro palabras, pero temía la reacción de Chema, y ellos eran tres. Decidí dar un pequeño paso y alejarme. Miré a Chema y me di cuenta que no se estaba enterando de nada, preocupado en mirar los movimientos del camarero, que iba de un lado a otro. ¡Mejor!, pensé para mis adentros. Pero el hombre no se sentía satisfecho con su atrevimiento, y esta vez puso su mano en mis glúteos, sobándolos por encima de la minifalda. La situación era de lo más embarazosa. Como vio que no reaccionaba, pasó su mano por debajo de la tela, teniendo a su alcance mis glúteos desnudos. Miraba nerviosa a mí alrededor, y me pareció que nadie se daba cuenta de los pequeños movimientos de la mano. No podía retirarme más, ya que el paso era muy estrecho, y no quería que Chema se percatase, porque seguro que se hubiese montado. Lo peor de todo es que yo tenía una calentura enorme, y aquello me estaba gustando en cierta medida. Me sentía avergonzada de sentir placer con un extraño, pero no lo podía remediar. Sus manos se movían con suavidad, no sabría explicarlo… tocaba como venerando mi figura, sabiendo lo que hacía.

El hombre cada vez se atrevía a más, y pasó un dedo por el culo, cubierto solo por la fina tira del tanga. En esos momentos vino el camarero para situarnos en la mesa. Cuando iba a dar el primer paso, noté un ligero pellizco en uno de mis glúteos. Me había alejado unos pasos, cuando giré la cabeza, pudiendo ver como los tres comensales levantaban su copa brindando hacia mí. Me sentí halagada en mi fuero interno, aunque también reconozco que tenía cierta incomodidad hacia mí misma por sentir lo que había sentido, y no hacer nada al respecto.

El camarero nos acomodó en la mesa que habíamos elegido. Estaba retirada en cierto modo de la mirada de la gente, aunque mis tres desconocidos se colocaron de modo que estirándose un poco veían nuestra mesa, un poco difuminada eso sí, ya que la luz tenue creaba un ambiente muy especial.

Nos tomó nota de la cena, aunque tuvo que repetir varias veces las especialidades, al tener su vista fijada en mis pechos, que desde su perspectiva sin duda, se tenían que ver en todo su esplendor.

Cuando se retiró, Chema comentó divertido como se había fijado el camarero. Yo asentí mirando a los tres comensales, que miraban sin ningún tipo de disimulo hacia donde yo estaba. A Chema esta vez no le pasó desapercibido el movimiento, y dirigió su mirada hacia donde ellos estaban.

  • Te gusta alguno? - Preguntó en tono divertido.

  • Me gustas tú. - Le respondí intentando desviar la conversación.

El camarero fue trayendo las viandas y el vino fresco, que entraba de maravilla. A Chema se le veía caliente, a tenor de cómo me miraba, y pasaba su mano por mi brazo a la menor ocasión. Yo estaba totalmente lanzada. Me descalcé, y sin dejar de mirarle a los ojos, comencé a tocarle por encima del paquete, que se notaba abultado. Dio un pequeño respingo, y miró hacia los lados para ver si alguien nos podía ver. Cuando se cercioró de que nadie nos veía, abrió más las piernas y se dispuso a disfrutar. Yo seguí trabajándole a la vez que me pasaba la lengua por los labios. Chema respiraba más agitado.

  • Eres, maravillosa.

  • Esto no es nada cariño.- Le respondí poniendo una voz melosa que me sorprendió a mí misma.

Tiré la servilleta al suelo, y me deslicé por el lado en el que no me podía ver nadie. Chema abrió los ojos al máximo, cuando me vio meterme debajo de la mesa y desabrocharle el pantalón. Llevaba puesto un tanga que yo le había regalado, y que se suele poner cuando busca guerra. Le toqué el pene metiendo la mano en el tanga totalmente empapado. Volví a mi sitio, dejando a Chema boquiabierto, y sin saber que es lo que tramaba. Cuando iba a abrir la boca, coloqué mis pies de modo que le iba haciendo una paja con estos. Chema abrió más sus ojos, y miró hacia abajo para cerciorarse de que lo que sentía era realidad. Para ayudar, se ensalivó el pene, así la fricción era más suave. Mis dedos se enroscaban a su pene, y de vez en cuando me pasaba disimuladamente la mano por mis pechos. Chema echó la cabeza hacia atrás, con los ojos cerrados. Le vi lanzado hacia el orgasmo, así que paré en seco. Protestó. Me dijo que no le dejase así. Me llamó todas las guarrerías que se le ocurrieron, poniéndome más cachonda si cabe. Le dije que iba al lavabo a asearme un poco. Cuando entré en los servicios, vi que el hombre que me había sobado estaba detrás de mí. Me le que dé mirando desafiante para dejarle cortado, pero lo único que conseguí fue que me cogiese por la cintura y me besase con pasión. Intenté apartarme después de la primera impresión, pero me levantó en vuelo y me metió en uno de los urinarios. Estaba asustada. Había llevado el juego demasiado lejos, y ahora el hombre estaba fuera de control, me tenía atrapada.

Cogió mis pechos por encima de la camiseta. La verdad es que lo hizo sin violencia, con mucho tacto. Le dije suavemente que no siguiese, que estaba casada. Él me contestó que eso no tenía nada que ver para que disfrutase de su cuerpo, que solo era sexo. Le seguí diciendo que estaba halagada por sus atenciones, pero que no era posible. Le rechazaba, pero en el fondo me sentía un poco atraída por ese hombre, y era por eso que no quería ofenderle. Quizás en cierto modo me recordaba a Javier.

Pero no estaba dispuesto a ceder. Me cogió por los brazos y me volvió apoyándome de bruces contra la pared. Por precaución puso una mano tapándome la boca, mientras levantando la minifalda, frotaba su endurecido pene contra mi culo. Me besó la nuca, y metió su mano dentro de la camiseta, tirando de mis pezones para endurecerlos. Iba a ser violada en los lavabos de un restaurante.

Sacó la mano de mi escote y la fue bajando hasta ponerla en mi tanga. Comprobó que estaba totalmente humedecido. Su mano fue explorando mi sexo, hasta introducir dos dedos en mi vagina. Me masturbaba con suavidad, sin brusquedades. Se diría que me estaba violando un caballero. Quitó la mano con la que tenía tapada la boca, y escuchó un pequeño sonido de placer. Sorprendida yo misma por eso, le dije que me dejara. Que no era justo forzarme… que le consideraba un caballero… Paró de magrearme, y me dio la vuelta. Se quedó mirando fijamente a los ojos y me dijo que solo era sexo, y que si a pesar de estar excitada no quería nada con él, no me forzaría. Le dije que no quería engañara a mi marido, aunque había logrado ponerme a cien. El bajó sus manos hasta mis glúteos.

  • Como quieras, pero quisiera quedarme un recuerdo tuyo. No creo que encuentre otra mujer como tú en mi vida.

Dicho esto me arrancó el tanga sin esfuerzo aparente. Quedé sorprendida por la acción, y no supe que decirle. Se metió el tanga en su bolsillo, y me bajó la minifalda. Abrió la puerta y me invitó a pasar primero. Se despidió de mí con un suave beso en los labios. Iba a marchar, cuando en el pasillo apareció Chema. Preguntó que es lo que estaba sucediendo.