Fantasía consumada

Agradecí que el aire fresco me golpeara la cara. Me sentía acalorado y satisfecho. Mentalmente repasaba las imágenes que trataba de almacenar para no perder aquella sensación, igual que había hecho diez años antes.

Agradecí que el aire fresco me golpeara la cara. Me sentía acalorado y satisfecho. Mentalmente repasaba las imágenes que trataba de almacenar para no perder aquella sensación, igual que había hecho diez años antes. Aún tenía su aroma impregnado en mi piel y aún me parecía sentir su aliento en mi boca, su respiración en mis labios. Notaba aún sus manos aferradas a mi sexo, una lo masajeaba con fuerza mientras otra acariciaba suavemente mis testículos hasta que exploté en aquella frenética emanación de deseo contenido. Coincidió con el momento en que sus labios se acercaron a los míos y depositaron un aliento entrecortado que dio paso al mas dulce de los besos. Momentos antes acariciaba sus pechos, tan firmes y voluminosos como ya había advertido años atrás. Tan repletos de pecas como entonces, tan suaves como mis sueños imaginaron y tan cálidos como nunca los había sentido.

Todo discurrió en su casa, de forma natural, sin prisas, ambos conscientes de que materializar una fantasía era algo que merecía la pena dilatarse para así poder gozarla con mayor intensidad. La recuerdo diez años atrás, sonriendo detrás de aquel mostrador, ajena a que el azahar había hecho que uno de los botones de su blusa me permitiera contemplar sus pechos, pegados el uno al otro, dibujando una línea que se perdía lejos de mi vista. Aquellos pechos pecosos, amplios y firmes que tanto me habían llamado la atención. Entonces podía contemplarlos furtivamente, tratando de disimular la emoción que me producía su contemplación. Desde aquel día comencé a fantasear imaginándome en prolongadas caricias y besos que recorrían aquellos pechos. Fantasía que poco a poco fue tomando la forma de un sueño reiterado. Desnudo yo ante ella, anhelante de besar sus pechos, de sentirlos cerca y ver cómo se balanceaban mientras ella me masturbaba. Imágenes que se sucedían con la misma fidelidad que la luna lo hace con la noche. Múltiples poluciones imaginando sus manos acariciándome y sus pechos a mi alcance. Diez años después, aquella tarde, tras un paseo de confidencias, tuve la ocasión de confesarle mi secreto tan largamente mantenido. Mi fantasía tantas veces reiterada y siempre callada, por temor a su rechazo, por miedo a no ser comprendido, por la cobardía de mostrar la debilidad, por miedo a romper una relación de amistad tan trabajada. Una vez mas se había quebrado el necesario equilibrio a que una relación de amistad entre un hombre y una mujer se ve condenada. Siempre llega el momento en que una de las partes interpreta un gesto, una confidencia o simplemente una imagen, cargado de un contenido sexual no compartido. Aquella tarde, tras un paseo de confidencias, obligado por la confianza que le debía, le confesé mi fantasía sexual. Evité los detalles, enumerar las veces que su nombre y su imagen recurría a mi mente en repetidas masturbaciones. Inevitablemente se sorprendió y no supo qué decirme. Yo noté rubor y traté de romper el silencio que la confesión había provocado. No recuerdo de qué hablamos después, pero ella pareció agradecer el cambio de tono. Me sentía fatal, tantas ganas de confesarle mi secreto y cuando había conseguido hacerlo ambos parecíamos asustados. Había estado en otras ocasiones en su casa, aquella tarde no era especial, salvo por lo ocurrido horas antes, pero todo parecía olvidado. Estábamos tomando un café, sentados en el sofá. Ella ya había apurado su taza cuando tomándola con ambas manos, la miró y luego levantó los ojos hasta encontrar los míos. En ese momento me confesó que ella también se había masturbado en alguna ocasión pensando en mí. Nunca fui muy original en mis observaciones y en aquella ocasión no acerté mas que a preguntar: "¿Crees que esto puede poner en peligro nuestra amistad?" Ella contestó: "No lo se, pero no podemos permitir que nuestras fantasías generen un fantasma. Posiblemente peligre mas nuestra amistad manteniendo este secreto que materializando una fantasía". Depositó la taza sobre la mesa y comenzó a desabrocharse la blusa. En ese momento desaparecieron las palabras. Diez años después volví a tener ante mi aquellos pechos, enmarcados por los aros del blanco sujetador. Los hombros desnudos comenzaron a brillar tan pronto la blusa comenzó a descender por los brazos. Me acerqué a ella y acaricié sus brazos, desde sus manos, ascendiendo hasta los hombros para luego descender y jugar con las puntillas del sujetador. Me incliné y besé sus pezones aún atrapados por el encaje. Desabroché el cinturón, solté el botón del pantalón, bajé la bragueta y dejé caer los pantalones. Ella los ayudó a bajar, se inclinó para ello y sus pechos se mostraron aún más apetecibles. No tardé en estar desnudo de cintura para abajo, sentado en el sofá, acariciando sus pechos, besándolos. Ella se soltó el sujetador y dejó los pechos libres que me apresuré a recoger en mis manos. Mis manos en sus pechos, las suyas en mi pene. Caricias y besos se sucedieron, ambos cuerpos mitad desnudos, mitad vestidos, en simétrico dibujo. Sentí como sus labios se acercaron a los míos y depositaron un aliento entrecortado que dio paso al mas dulce de los besos al tiempo que su mano seguía agitando mi sexo que aliviaba un deseo contenido y un semen empujado por la ilusión de una fantasía consumada. No hablamos, nos vestimos y nos despedimos como si nada hubiera pasado. Salí del portal y agradecí que el aire fresco me golpeara la cara.