Fantasía con Laura

Esta es una fantasía con mi esclava virtual, a la cual, por razones de distancia no puedo acceder.

Gracias a un relato mío anterior, "El reto", varias personas me mandaron diferentes mails, con algunas mantuve alguna relación breve, pero la única que perduró fue con Laura, una hermosa damita centroamericana.

Tuvimos química de inmediato, por lo que se convirtió a ser mi esclava virtual. No vale la pena enumerar los diversos juegos que realizamos, solo que con el tiempo afianzamos nuestros roles y creamos una bella amistad.

Esta es una fantasía escrita para ella, según mis gustos, que son los de ella.

Grande fue mi sorpresa cuando me contó la verdad, aunque Laura es centroamericana, residía en Argentina, mi país. Me contó que no me dijo la verdad de entrada, por el miedo a lo desconocido, que si bien ella le gustaba la sumisión, jamás había estado con un amo en realidad. Pero que ahora me tenía confianza, y estaba dispuesta a entregarse a mí.

Me molestó su mentira, pero me excitó la oportunidad de tenerla bajo mi yugo. Decidí un lugar de encuentro neutral, en Bariloche, ciudad de deportes de invierno de Argentina, a la vera de la cordillera de los Andes, y aunque era verano, sería sin lugar a dudas un marco espectacular, para nuestro encuentro.

Llegamos en vuelos dispares, el sábado antes del mediodía, pero con poca diferencia de horario,. Laura, que llegó primero, me estaba esperando a la salida misma del playón de desembarco. Es sin duda una mujer hermosa, de 27 años, no muy alta, pero con todas sus curvas en sus justos lugares. Me esperaba tal cual se lo había ordenado, un vestidito ligero blanco, suelto, bien corto, sin ropa interior. Sus senos rebotaban libres bajo la prenda, cuando ansiosa vino hacia mí. Solo iba con una mochilita roja, con unas pocas prendas para el fin de semana. Yo en cambio, iba con una amplia valija, llena de los enseres que requería la ocasión. Se paró frente a mí, con una amplia sonrisa en el rostro. Pero mi mirada se la desdibujó de inmediato, haciéndole bajar la vista al piso. Sonreí para mi mismo, y tomándola por la nuca, le di un profundo beso, largo, cálido, húmedo. Nuestras lenguas bailaron un ritmo frenético .El viaje en taxi, fue demasiado largo para nuestra ansiedad.

Ya instalados en nuestra habitación, no bien cerrada la puerta, ella cayó de rodillas, con su cola apoyada sobre los tobillos, las manos atrás, la mirada baja, en la posición de sumisión que ya conocía de nuestros encuentros virtuales. Giré en torno a ella, tratando de aumentar su nerviosismo. Corrí las pesadas cortinas de las ventanas, para que la luz del día nos invadiera, dejando apreciar el magnífico espectáculo del lago a nuestro frente, con la cordillera bordeando hasta más allá de nuestra vista, todo el paisaje. Recorrí la suite, era grande y espaciosa, con un bello yacuzzi en una esquina, vidriado, el cual podía quedar al aire libre con un sencillo mecanismo.

Laura seguía en la misma posición. Me senté frente a ella en la amplia cama. Con voz baja, pero firme, le ordené que se desnudase. Hizo un ademán como para pararse, pero le indiqué que lo hiciera en la posición que se hallaba. Su vestidito quedó arrugado a su lado, mientras ella temblaba levemente, sin poder contenerse.

"Ven a mi" le ordené, para verla caminar en cuatro patas, acercándose. Su cara quedo a la altura de mi pene, y sin decir yo nada, ella sola comenzó a desabrochar mi cinturón, luego el pantalón y bajando mi slip, saco mi sexo aún dormido. Me levanté solo lo necesario para que bajara mis prendas, y así quedar libre y disponible para su boca Su lengua fue recorriendo toda su extensión, que rápidamente se agrandaba hasta llegar a su máxima expresión. Su mano acariciaba mis testículos, y su boca se llenaba totalmente. Cuando la sacaba, con la punta de la lengua seguía las prominentes venas, subiendo y bajando, para detenerse a jugar un poco con el glande y el frenillo, para volver a meterla hasta el fondo.

Cuando noté que mi placer se acercaba, la tomé de la cabeza, marcándole un acelerado ritmo, que terminó con su boca y su garganta llena de mi semen. Lo tragó todo, sin dejar escapar una gota. Siguió mamando, aunque con mayor lentitud, hasta quedar yo satisfecho, con mi pene bien limpio.

Ella esperó sumisa, hasta mi próxima orden, la cual fue que se acostara en la cama, boca arriba, los brazos bien levantados y abiertos, tanto como sus piernas. Pude observar por primera vez en directo toda su belleza. Sus senos morenos, con una aureola amplia, sus pezones grandes y erectos, marcaban junto a un tono rojo intenso en sus mejillas y una humedad evidente en su sexo, un grado de excitación mayor. Seguí con mi recorrida visual, pasando por un vientre plano, que desembocaba en el sexo depilado, los labios vaginales carnosos, hinchados. Unas piernas algo cortas, pero bien torneadas, completaban el cuadro.

De ni equipaje saqué los elementos necesarios, vendé sus ojos con un pañuelo de seda negra, mientras ataba con muñequeras y tobilleras de cuero unidas a largas sogas, lié sus extremidades, dejándolas bien abiertas, Dos pinzas fueron a sus pezones, mientras otras dos, con pequeñas pesas, mordían sus labios vaginales, cayendo hacia fuera, dando un excelente vista de su vagina.

Con una fusta acaricié todo su cuerpo, recorriéndolo por completo, suavemente. Ella no sabía que era el contacto que sentía en su piel, así que se lo aclaré, dando suaves pero secos golpes en sus pezones, al lado de las pinzas, solo por el gusto de verla estremecerse.

"Sabes porqué te castigo, verdad esclava" le dije, haciendo referencia a su mentira, por lo que me contestó "si Amo, y se lo agradezco"

Pasaba mi lengua por sus morados pezones, lamiéndolos, para luego sacarle la pinza y succionarlos, y volver a colocarla. Esto de daba un golpe grande de puro placer con otro de fuerte dolor. Se quejaba levemente, pero nunca me molestó eso. Mis dedos, mientras tanto, hurgaban entre sus muslos, cerca de su sexo que ya desparramaba líquidos. Poco a poco comencé a acariciar su entrada, la cual estaba expuesta y abierta por las pesas. El rojo botón de su clítoris, esta muy erguido, desafiante. Dejé mi juego con sus senos, para aplicarme a el. Lo mas tenue y lentamente posible, pasaba mi lengua, a veces lamiendo, otras formando círculos a su alrededor. Dos dedos entraban y salían cadenciosamente de su vagina. Ella esta tan tensa como la cuerda de un violín, y cuando noté que se acercaba su orgasmo, mordí con fuerza su botón, causándole el suficiente dolor como para que olvide su placer. Repetí el juego tres o cuatro veces más, dejándola al borde de la desesperación.

Ya era tiempo de fusta. Comencé golpeando leve, para ir aumentando la fuerza de los mismos. Le dediqué especial atención a sus muslos, su vientre, sus senos. Fueron muchos y variados, hasta que toda su piel se tornó roja, circunvalando las innumerables marcas de la lonja de duro cuero. Sus quejas también fueron tomando vuelo, a las que callé pasando delicadamente la fusta por sus labios. Dos buenos golpes en su expuesta vagina, terminaron la sesión.

Me dirigí a yacuzzi, llenándolo de agua templada. Me introduje en el, sabiendo de las pocas posibilidades de ser visto del exterior. Al encender los motores, la burbujeante agua, sumado al maravilloso paisaje, me llevaron a un relax absoluto, y por un tiempo indefinido, mi mente vagó por lugares imaginarios. Solo hecho de tener a Laura a mi disposición, hizo que saliera de tan agradable lugar.

La encontré muy transpirada y relajada, viendo su cuerpo de mujer surcado por las marcas de la fusta. La gruesa alfombra me permitía acercarme sin ser oído, y así poder prepararme para la próxima sesión.

Un largo y frío consolador de cobre, penetró por su vagina no sin cierta dificultad. El contacto con el metal la sobresaltó, dejando escapar un fuerte chillido, molesto, por lo que un buen golpe con la palma de la mano sobre un seno, acalló su quejido. Sendos electrodos fueron colocados en la parte inferior de sus senos, sus axilas y mus muslos. Todo el conjunto, con el consolador incluido, estaban conectados a un conversor eléctrico, con un voltaje de hasta 18 amperes. Este lindo juguete, me daba la posibilidad de regular la potencia de las descargas, así como la cadencia de los mismos. Con una intensidad media, y una cadencia lenta, los primeros golpes de voltaje sacudieron su cuerpo. La veía contraerse en cada descarga, para una vez acostumbrada a los períodos de descanso, relajarse y aprovechar a respirar fuertemente. Parecía que estaba efectuando esos conocidos y practicados movimientos de puje de un parto. La intensidad fue en aumento, mientas que los descansos se fueron reduciendo. Ya no tenía descanso, y su cuerpo se convulsionaba una y otra vez. Cuando apagué el aparato, cayó fofa sobre la cama, incapaz de cualquier reacción. Se la notaba exhausta, y solo el rítmico movimiento de su pecho al respirar, daba cuenta que estaba viva.

Mi pene me demandaba una satisfacción, pero aún no había terminado con ella. Tomé un pequeño rodillo de púas, relativamente cortas y finísimas, que llevaba también un lienzo adherido el cual embebí en alcohol. La recorrí con el tan larga era, no dejando de atender cada centímetro de piel a mi disposición, formando miles de heridas microscópicas, las cuales eran castigadas por el alcohol. Mientras Laura se dejaba hacer, incapaz de cualquier defensa.

No había almorzado, por lo cual pedí algo al room service. Comí mí emparedado disfrutando cada bocado, bebiendo una helada cerveza irlandesa, negra y amarga. Una vez acabado mi almuerzo, decidí dar punto final a mi sadismo por el día de hoy.

De nuevo frente a mi esclava, saque el consolador de su vagina, y el resto de los electrodos, dejando para el final, las pinzas de sus pezones. Aunque los retiré con delicadeza y cuidado, cuando la sangre volvía circular libremente por ellos, Laura sintió como si dos hierros candentes los atravesaran, no pudiendo callar el grito, que seguro se escuchó de lejos. Le saqué la venda, para ver sus ojos bañados en lágrimas y con expresión de súplica. Tomé una lágrima con mi dedo y la sorbí, notando su salado gusto. Esto la tranquilizó un poco, más cuando comencé a desatarla, pero al notar que giraba su cuerpo hasta ponerla de espada, el miedo la paralizó. Era como arcilla en mis manos, se dejaba hacer y moldear buscando yo la posición correcta para mi gusto. Até sus manos detrás de la espalda, poniéndola con las rodillas bien abiertas y obligándola a recostar su pecho contra la cama. Sus agujeros quedaban bien dispuestos para mi goce, y sin anuncio alguno, comencé a fustigar con un látigo de múltiples colas, sus hermosas nalgas. Estas se tornaron de un color rojo intenso, y el no hacía falta tomar contacto con su piel, para sentir el calor que desprendía. Cuando estuve satisfecho con mi labor, le introduje mi sexo de un solo golpe dentro de su vagina. No fue dificultoso, ya que ella estaba lubricada por sus propios jugos. Me retiraba lentamente, para volver a penetrar violentamente. Su cadera tomó mi ritmo, alejándose y acercándose, formando un bello paso de baile. Laura quería apurar el ritmo, su cuerpo se lo demandaba, pero no era mi gustó. Le ordené que podía gozar y correrse, pero la cadencia de mi movimiento no se lo permitía. Cuando ella trataba de apurarse, un sonoro cachetazo sobre sus candentes nalgas la hacía entrar en razón.

Luego de un rato, sintiendo mi pene hincharse se semen, próximo a mi orgasmo, acometí con rapidez su vagina, una, dos tres veces, hasta eyacular por completo en grandes cantidades. Cansado recosté mi cuerpo sobre ella, quien no se había podido correr, obligándola a sostener mi peso.

Cuando me recuperé, salí de la cama, alejándome, para ver como unas gruesas gotas blancas descendían de su vagina, por ríos de su propio flujo, entre sus muslos.

Al ver esto, mi pene se negaba a descansar, manteniéndose no del todo erecto, pero lejos de reposar. Se lo acerqué a la boca, para que ella instintivamente comenzara a mamar. Se le hacía muy difícil en esa posición, más cuando el cansancio que traía acumulado. Para su suerte, no tardó mucho en dejarme a punto, por lo que de nuevo me coloqué detrás de ella.

La penetré un par de veces por la vagina, solo para lubricar mi miembro. Luego me lo tomé con una mano, mientras la otra abría bien sus nalgas, apuntando a su ano. Ejercí presión, la justa y necesaria para que este comenzara a ceder. Laura se quejaba, y su cuerpo trataba de alejarse, pero se lo impedía sosteniéndola firmemente de su cadera. Era indudable que aquel orificio no había sido muy usado, sentía como cada empellón abría un poco el camino, pero era dificultoso y sin dudas muy doloroso. Bastante tiempo costó enterrarme totalmente en ella, dejándola descansar en el fondo, un poco de tiempo. Noté algo de relajación en ella, por lo que inicié un lento movimiento de vaivén, hasta casi sacarla, para volver a entrar con lentitud. Mi mano se dirigió a su clítoris estimulándolo, al ritmo de mis penetraciones. Aceleré mis movimientos, y con ellos, una seguidilla de orgasmos la atacó, hasta casi no saber diferenciar donde terminaba uno y comenzaba el otro. Sus contracciones ya eran espasmódicas, y llevadas a su esfínter, me daban un placer inmenso. No tardé mucho yo en acabar dentro de ella, sintiendo el mayor orgasmo de mi vida. No tenía fuerza ni siquiera para moverme, por lo que fue ella quien terminó de ordeñarme hasta la última gota.

Pasó un buen rato hasta que su múltiple orgasmo calmara, quedando laxa, apoyada sobre la cama. Mi miembro salió solo, flácido, y desatando sus manos, se lo ofrecí para dejarlo limpio. Hizo su trabajo con las últimas reservas que le quedaban. Una vez terminado, me dio las gracias con una sonrisa tenue, pero que iluminaba su rostro. Se durmió de inmediato, sobre mi pecho, mientras le acariciaba la afiebrada piel. Pleno y satisfecho, no tardé en seguirla, cayendo dormido.

Nos despertamos muy tarde, hambrientos, por lo que nos bañamos y adecentamos un poco. Salimos a cenar, y juntos, parándonos a observar los miles de reflejos que causaban las estrellas sobre el calmo lago abrazados, como una feliz pareja de mieleros.

El trayecto de vuelta fue más lento aún estirando cada momento, disfrutándolo juntos, llenando nuestros cuerpo que felicidad.

Cuando llegamos al hotel, subimos a la habitación y nos preparamos para comenzar otra sesión. Al trasponer la puerta, ella cayó un posición, mientras le decía yo "esclava, hoy no me has hecho gozar plenamente, y mereces un castigo". Laura me miró con un brillo especial en sus ojos, solo un instante, para dejar caer su cabeza nuevamente, mientras contestaba, "perdón Amo, el cuerpo y la mente de esta esclava le pertenecen"

"Ven aquí" le ordené, pero el resto será parte de otra historia.