Fantaseo con mi hijo 2
Me levanto a toda prisa y voy a la puerta. Él ya no está. Se habrá ido a su habitación. Asomo al cabeza despacio y no se oye nada. Su puerta cerrada se encuentra un poco más allá, después del baño principal. Miro hacia el suelo y ahí está. Hay unos grandes charcos y dos grandes chorretones.
La imagen de mi hijo masturbándose en la esquina superior de mi vídeo me deja estupefacta. Hay que joderse con el nene. ¿Está en la puerta? ¿Desde cuándo? Y entonces caigo en la idea principal. Mi propio hijo me espía mientras me masturbo y me grabo para su padre.
Esto me deja a medio camino entre horrorizada y cachonda. No logro entender que justo en el momento en que tengo esta fantasía, él aparece. Mucha casualidad. Posiblemente lo haya hecho desde hace largo rato y yo ni me he enterado. No sé. La cosa es extraña, excitante y pecaminosa todo en uno.
Quiero comprobar en el video cuándo aparece él en la puerta. Doy hacia atrás hasta el momento en que apoyo el móvil en la almohada. Y ahí está él. En la puerta. O sea que ya estaba mirándome casi desde el principio. Qué cabrón.
La sensación que me embarga es rara. Primero de horror porque la idea de que tu propio hijo haga eso contigo, pensarte como mujer sexual, no soy capaz de asimilarla. Pero es que es un adolescente de 18 años, con sus hormonas explotando permanentemente y su necesidad sexual a flor de piel. Lo entiendo hasta cierto punto. Claro que lo entiendo.
Observo el video más atentamente y veo cómo él se toca y se acaricia por encima del pantalón y desaparece un momento de la imagen, para reaparecer con su polla en la mano un instante después. Y se empieza a masturbar mirándome. Está claro que él no sabe que el vídeo apunta casualmente a la puerta.
Entonces me doy cuenta que estoy pellizcándome un pezón mientras miro el video. “Joder Ana”, me dije. “Que es tu hijo Cristian. Qué crees que estás haciendo.”
“Pues tocarme, qué voy a hacer”, me respondo casi de inmediato. Es que la escena parece hecha a propósito para un canal de estos de videos para adultos. Una madura vestida como una puta masturbándose mientras se graba en video y un adolescente espiándola en la puerta y haciéndose una paja escondido en la puerta. Si me lo cuentan no me lo creo. Y sin embargo ahí estamos. Y me estoy excitando de nuevo.
En el video mi cuerpo queda atravesado en la cama, con el móvil grabando desde la cabecera y la puerta enfrente, en penumbra, pero perfectamente visible. Me veo a mí misma muy excitada, metiendo los dedos en el coño, emitiendo un sonido líquido y de chapoteo, susurrando “Dáselo a tu Mami, nene. Llena mi cara con tu corrida”. Veo entonces cómo mi hijo se arquea y noto que se corre, porque tiembla y su cuerpo aparece y desaparece en la puerta. Lo hace al mismo tiempo que yo exploto y lleno mis sábanas de líquidos.
Joder. Su corrida tiene que estar todavía en el pasillo.
Me levanto a toda prisa y voy a la puerta. Él ya no está. Se habrá ido a su habitación. Asomo al cabeza despacio y no se oye nada. Su puerta cerrada se encuentra un poco más allá, después del baño principal. Miro hacia el suelo y ahí está. Hay unos grandes charcos y dos grandes chorretones a lo largo del suelo de parqué. “Joder, menuda corrida la del nene”, pienso. Ha intentado limpiarla, pero sólo ha esparcido más su semen. Y entonces, sin saber muy bien por qué, me agacho y paso los dedos por encima. Noto lo grueso que es, a pesar de que ya es transparente y lo huelo. “Ana, joder, que es de tu hijo” me digo extrañada. “Y qué. Es semen. Seguro que está bueno”. Y me lo llevo a la boca en la yema de mi dedo.
Meto el dedo entero y chupo el líquido espeso. Sabe cómo el de su padre, pero más denso. “Dios, está riquísimo”, me digo excitada. Es algo que nunca he podido remediar. El sabor del semen me gusta y me encanta tragarlo, tanto que es algo que me pone muy cachonda. Un hombre corriéndose dentro de mi boca, dejando que su líquido corra por mi garganta, denso y pegajoso y que tenga que tragármelo mientras gime. Eso es algo que las mujeres tendríamos que probar una vez en la vida. Y a mí particularmente me pone como una perra en celo.
Me pongo de rodillas en el pasillo y acerco mi cara a esos chorretones en el suelo. Y me convierto en una verdadera puta. Porque quiero lamer y tragar aquel semen del suelo de madera de mi pasillo. El semen de mi propio hijo. Y lo hago. Lamo los charcos formados por su corrida y los trago. Mi lengua recorre la madera y sorbo el denso líquido con fruición. Me estoy poniendo tan cachonda que quiero tocarme o que me folle alguien por detrás mientras lo hago. Necesitaría que alguien con una polla dura y gruesa me follase a cuatro patas mientras lamo el semen de mi propio hijo adolescente del suelo.
Me meto dos dedos en el coño en un movimiento inconsciente y mientras sorbo y lamo el líquido del suelo, me estoy follando con ellos. “Eres una puta, Ana y lo peor es que te está gustando hacer esto”, pienso, mientras siento que mi coño se vuelve como un mar de líquido y se abomba y expande como si me estuviesen follando de verdad. Rozo mi clítoris, que ahora mismo es tan gordo que podría agarrarlo con dos dedos y masturbarlo como si fuese una pollita.
No queda prácticamente nada en el suelo. Me lo he tragado todo. Me da igual que se haya mezclado con la suciedad o lo que sea. Acabo de tragarme la corrida de Cristian, después de que se hiciese una paja espiando a su propia madre. “Joder, esto es surrealista”.
Oigo una puerta. Me levanto a toda prisa y vuelvo a mi habitación. Me pongo justo detrás de la mía, entornándola como estaba. Es Cristian, que va al baño. Entra y cierra. Me dispongo a volver a la cama, cachonda y empapada. “Menuda hora de la siesta, tía”, me digo sonriendo. Apago la luz de la mesita y dejo la penumbra de la persiana algo abierta.
Mi hijo sale del baño. Lo oigo por el pasillo, pero no se aleja. Oigo sus pisadas de puntillas, para no hacer ruido y siento que el corazón me va a mil. Se está acercando a mi puerta de nuevo. Y oigo un sonido peculiar. Y me doy cuenta que es una toalla. Está en el suelo y ha ido a limpiar el semen.
“Joder” le oigo susurrar. Claro, nene, es que ya no hay nada que limpiar. Lo que no sabes es que tu propia madre ha lamido tu corrida del suelo y se la ha tragado mientras se volvía a masturbar.
Y mientras vuelve para el aseo, supongo que su asombro y su extrañeza lo dejan sin palabras, porque no sabrá lo que ha pasado.
Siento que soy una madre con unos pensamientos obscenos e incestuosos, con unas fantasías que tienen que ver con mi hijo adolescente. Y que además ya sé cómo sabe su semen. “Ana, tienes un problema” me digo, y vuelvo a visualizar el video y compruebo cómo me espía, mientras me corro otra vez pensando en él.
Creo que voy a acercarme a su habitación a ver cómo está. “No es buena idea, Ana, joder”. Claro que sí lo es. Es una idea estupenda.