Fantaseando con mi propia madre
Un episodio que cambió mi vida radicalmente,tanto psicológica,como sexualmente
Me llamo Enrique y tengo diecisiete años. Estoy lo que se dice experimentando los cambios comunes a los que se enfrenta un joven como yo. Y no me refiero al acné, ni al cambio de voz. Me refiero a los otros cambios que ya llevo sufriendo desde los trece años.
Y recuerdo perfectamente como fueron esos cambios.
Me acuerdo perfectamente del día que me corrí por primera vez. Lo recuerdo porque fue en la cocina de casa, y puse la mesa del comedor perdida.
Como todos los jóvenes es en ese momento cuando ya eres un hombre. Ya te sientes atraído por las mujeres, ya se te pone bien dura, y como último ya eyaculas.
Y se pasa por varias fases desde que te corres la primera vez hasta que ya completas tu madurez sexual.
La primera fase es justo después de la primera corrida. En ese momento despierta en ti un deseo que nunca antes habías sentido, pero durante los primeros meses te pajeas viendo a las niñas del barrio, vamos pensando en ellas, en las que te gustan.
Después viene la siguiente fase, que es cuando la edad de esas niñas aumenta, es decir tu campo de apetito sexual aumenta, y si por ejemplo, tienes trece años, ya te fijas en las de diecisiete, dieciocho, que además son las que más te deleitan con los tangas.
La siguiente fase es la más morbosa, por lo menos para mí. Yo la disfruté mucho y fue la que más me marcó. Es la etapa en la que te fijas en las amigas de tu madre.
Sobre todo en esa, que es siete u ocho años más joven que tu madre, que ya tiene cuarenta, y ella ronda los treinta y cuatro. Esa que viste con ropa más juvenil que las demás. Esa que tiene un culo redondo y carnoso, y unas tetitas aún redondas y bien puestas, y que como una adolescente se le descuida el tanguita cada dos por tres, y tu inocentemente estás ahí detrás para clavar tu mirada en su prenda y su raja.
Cuando vas a su casa porque tu madre toma el café con ella, a veces salé a la puerta de casa a recibiros en sujetador, o incluso en tanga, porque piensa que como tienes doce o trece años y una mirada angelical todavía no te emocionas con esas cosas, y entonces te ocurre como a mi que tuve que ir disparado al servicio y correrme encima de su lavabo.
A partir de esa fase te vas haciendo mayor, descubres las películas porno que te hacen madurar, experimentar, y conocer otros arquetipos de mujeres.
Hasta la última fase, que en la que yo me encuentro, y que se amplía el campo hasta límites insospechables.
En esta fase quitando, lo totalmente horrible, cualquier mujer que tu veas pasable, es decir, que sea fea y tenga buen cuerpo, que sea algo rellenita, o culona, o ya incluso la puretas, de cuarenta y cincuenta, la abrirías de piernas para meterle todo el manubrio.
En esta fase te fijas en todas, da igual que tenga cuarenta y cinco años, que si va provocativa con un buen escote ya te sirve para fantasear.
En incluso te excitan hasta las mujeres de tu familia, como pueden ser primas, o tías, y con las que también fantaseas.
Después de esto, ya eres maduro respecto a esto. Ya no haces ascos a nada, y te preocupas principalmente en meterla en un caluroso coño.
Ahora que os he contado mi teoría de las fases, contaré lo que me ocurrió hace unas semanas. Como dije anteriormente, tengo diecisiete años, y vivo con mis padres.
Mi padre, a sus cincuenta años trabaja repartiendo con un camión, así que se pasa casi todo el tiempo fuera.
Mi madre en cambio está todo el tiempo en casa, haciendo las tareas del hogar, luego está todo el día con sus amigas, hablando o criticando a otras amigas, o piropeando al marido de alguna.
Y es que mi madre a sus cuarenta y tres años está muy bien. Yo no la veo así, porque solo tengo mirada de hijo, y no de salido, pero muchos de mis amigos por no decir todos siempre están con eso de que buena esta tu madre y cosas de esas.
Cada vez que vienen a mi casa, se les cae la baba.
Pues bien, a continuación contaré lo que me ocurrió y que provocó que mi opinión sobre mi madre, mi propia madre cambiara.
Serían las seis de la tarde. Como todos los Viernes, tenía que ir entrenar a fútbol.
Pero ese día el entrenador no estaba, por asuntos propios. Así que nos mandaron de vuelta a casa.
Llegué sobre las seis y media, abrí la puerta de casa y como siempre llamé a mi madre en voz alta.
No me respondió nadie, así que supuse que no estaba, que había salido.
Dejé la mochila en mi habitación y caminé por el pasillo hasta la cocina.
Entonces escuché unos ruidos provenientes de la habitación de mis padres.
Me acerqué a la puerta y ví que estaba entreabierta, no estaba cerrada del todo.
Cada vez se hacían más fuertes a medida que me aproximaba.
Encajé mi cara entre el marco y la puerta y observé atónito la escena que relataré.
Con el corazón a mil, sudando de los nervios y casi sin gesticular miré y analicé cada segundo de lo que estaba sucediendo en el cuarto.
No lo podía creer, no supe como reaccionar, solo quedé petrificado con la mirada fija en el episodio.
Sobre la cama de mis padres un tipo, que al principio no supe identificar, degustaba sin piedad alguna los redondos pechos de mi progenitora. Sus duros pezones, nunca antes vistos de ese modo por mi, brillaban a la luz de la lámpara a causa de el pringue que la lengua de ese señor, más tarde reconocido como el marido de una de sus amigas, embadurnaba de saliva, cada vez que entraban y salían de su boca.
Mi madre presentaba un rostro descentrado de placer, y no paraba de gemir, sin esperar que su hijo, contemplara la escena delante de ellos.
Mordía los pezones como si nunca hubiera comido.
Los lamía y de vez en cuando pasaba la lengua sobre los labios de mi madre que recibían gustosamente.
Por un momento pensé en entrar y sorprenderlos, o llamar a mi padre.
Con los nervios ya calmados, seguí mirando todo lo que ocurría ahí dentro.
Tras dejar casi sin color las tetas, su mano se deslizó remangando lentamente la falda que vestía mi madre. Poco a poco fue descubriendo unas medias que acababan en unos ligueros por el muslo. Sus manos apretaban con fuerza esos carnosos jamones que mi padre tanto había agarrado.
Continuó subiendo hasta dejar al descubierto sus partes más íntimas.
Miré su entrepierna y contemplé un tanguita amarillo que dibujaba un perfecto triángulo.
Los dedos de ese señor rápidamente se pusieron sobre el tanga haciendo movimientos circulares del mismo modo que mi madre jadeaba más fuerte y del mismo modo que la prenda comenzaba a mojarse. Entonces comprendí que mi madre estaba muy caliente y excitada. Estaba mojando el tanga, y necesitaba que ese hombre le metiera de una vez la polla hasta dentro.
No se que hacía allí de pie, pero estaba siendo testigo, quizás, de la primera infidelidad de mi madre.
Entonces volvieron las palpitaciones, los sudores y los nervios. Pero esta vez, no por lo que ocurría, que ya había asimilado, sino por otra cosa.
Estaba comenzando a sentirme excitado por la escena. Me estaba gustando ver como un hombre, que además no era mi padre trataba de follarse a mi madre.
Me estaba gustando ver los pechos de mi madre, sus pezones endurecidos o escuchar sus jadeos de madura caliente.
Entonces vino lo más esperado. El hombre, se agachó y con un par de dedos apartó el tanguita a un lado.
No se si estáis acostumbrados a verle el coño a vuestras madres, yo no, es más, que yo recuerde, quitando el día que nací, creo que no le ví nunca el chumino a mi madre.
Pues ese momento fue aún más morboso por eso mismo, iba a verle el coño a mi propia madre. Como dije sus dedos apartaron el tanga a un lado y descubrieron un apetitoso y magnifico manjar. Sin poder evitarlo, la polla se me endureció, y como si tratase de una desconocida, desee poder ser yo el que lamiera esa almeja.
Y es que aquel coño, completamente mojado, y rasurado, algo que no me esperaba, parecía que hablara por si solo, y que pedía polla.
Entonces aparecieron los fantasmas del pasado. No sabía si llamar a mi padre y contárselo, o bien, entrar por sorpresa, y tras sacar mi manubrio, dejarle las cosas claras a mi madre, diciéndole que o me dejaba participar, o llamaba inmediatamente a mi padre.
Pero me mentalicé y pensé que era cruel hacer eso a mi propia madre.
Entonces decidí seguir observando la escena, mientras mi polla se deslizaba entre mi mano derecha y pringaba ésta, con flujos.
La boca de aquel hombre se posó sobre los labios vaginales de su coño, como una serpiente, la lengua salió de su escondite y comenzó a lamer su húmedo chocho y su pronunciado clítoris.
Los jadeos eran aún mayores, y mi excitación iba en aumento.
Veía como convulsionaba de placer la muy puta, mientras mi padre se pasaba los días en ese trasto para traer el dinero a casa.
Es más, estoy seguro que no era la única vez que se follaba a otros, aprovechando que yo iba a entrenar y que mi padre no estaba, e incluso seguro que no era la primera vez que este tipo se la tiraba.
Con la almeja totalmente mojada y abierta, el hombre se puso en pie y dejó salir su cipote que apenas necesito ayuda para salir de la madriguera.
La punta de la polla brillaba, seguramente porque estaba chispeando.
Mi madre cachondísima, pedía, suplicaba que se la metiera de una vez por todas, y entonces el señor colocó la punta sobre el coño.
Frotó un par de veces de arriba abajo, y sin previó amago, empujó hacia dentro, metiéndola hasta el fondo, y provocando un enorme gemido de mi madre, que casi se le salían los ojos de las órbitas.
Con la polla ya dentro, comenzaron a bombear del mismo modo que los gemidos salían de las dos partes.
El sonido que salía del coño pringado al rozar con la polla me excitaba más.
Hoy en día creo que no era consciente de lo que había presenciado ese día.
Y ahí estaba el tipo, metiendo y sacando sin respiro alguno, follando el coño de mi madre, sin piedad, sin pensar en que tiene un marido y un hijo, y lo más fuerte se la estaba follando sin condón.
Fue algo que me sorprendió, porque mi madre siempre me recalcaba con que tuviera cuidado con esas cosas, y mira por donde descubrí que la muy guarra era la primera en no cumplir la lección que ella misma impartía.
Se ve que le gustaba follar a pelo, sentir el tacto, el pringue, el calor, de la polla al deslizarse sobre su coño. Le gustaba embadurnar las pollas con sus flujos, y hacer que se corran antes.
Por momentos pensaba en entrar y meterle yo mismo la polla para sentir el calor de su coño, del coño del que yo mismo salí.
Volver a sentir su coño diecisiete años después.
Pero tan rápido como me llegaban los impulsos se esfumaban.
Seguía aquel hombre follando su coño, a toda velocidad, escupiendo flujos hacia fuera.
Entonces sacó la polla y se la metió en la boca. Casi entró entera. Se la metió hasta la campana yo creo. E incluso podía escuchar las arcadas que le daban a la mujer.
Saboreó unos segundos la polla como si fuera un helado, y rápidamente la sacó y pidió que se la metiera de nuevo.
Entonces se puso en pie y se colocó a cuatro patas, a modo de perrito.
De nuevo el hombre remangó la falda hacia arriba y apartó de nuevo el tanga a un lado.
Un tanga diminuto, de triángulo que adornaba su nalga izquierda cuando lo apartó.
Entonces pude ver con claridad el potencial de mi madre. Unas carnosas nalgas que se meneaban como flanes y que al igual que el coño, desee poder morder y chupar.
Apartó las nalgas a un lado y encañonó de nuevo el miembro en su coño, para entrar solo nada más empujar un poco.
Continuaron follando de ese modo varios minutos, con el constante ruido de sus gemidos, y el ruido que provocaban los huevos al chocar contra las nalgas.
Cada vez que embestía sus nalgas comenzaban un baile sin tregua hacia todos lados, a la vez que sus tetas se hacían prisioneras de las manos del extraño, que las usaba para agarrarse y metérsela más fuerte.
Entonces fue el momento que no pude aguantar más, mi calentón era incontrolable y el empalmazo aún mayor, era eso o entrar y follármela yo también.
Entonces apuntando a la puerta eché un reguero de semen sobre el marco dejándolo totalmente empapado de lefa.
No tardó mucho aquel tipo en imitarme, que sin apenas haber follado siete minutos, no soportó la humedad, el calor, y la presión del coño de mi mami, y sin avisar quedando paralizado comenzó a convulsionar disparando un chorro de leche dentro de su coño, encharcándolo entero, y haciendo que mi madre se venciera de gusto tumbándose hacia atrás.
Ahora entiendo porque mi madre tomaba todos los días unas pastillas que nunca supe para que eran y por que siempre ocultó a mi padre. La cerda tomaba píldoras anticonceptivas todos los días, de modo que a saber cuantos tíos se follaba los días que yo entrenaba.
Tengo miedo a pensar que incluso se haya podido cepillar a alguno de mis amigos, que siempre la piropean y le echan miraditas.
Cuando se puso en pie comenzaron a esputarse tropezones de semen de su coño, que caían por sus piernas hacia el suelo.
Tras colocarse el tanga por encima y vestirse de nuevo, se quedaron allí dentro limpiando los restos de lefa que había sobre la cama y el suelo.
Yo aproveché y salí de casa para volver a entrar a la media hora.
Cuando entré, casi balbuceando la saludé sin darle un beso.
Estaba en el salón tomando café con ese hombre, el cual me presentó, como el marido de Bibiana, una de sus mejores amigas. Diciendo que había venido a mirarnos la caldera del gas que se había estropeado.
Le saludé y me fui a mi habitación a pensar en lo que había ocurrido apenas tres cuartos de hora antes.
No daba crédito de lo que había ocurrido.
Me tumbé sobre la cama e intenté recapacitar sobre lo acontecido.
No solo pensaba en la infidelidad que había cometido mi madre, sino también en que mi imagen sobre ella había cambiado. Ahora la veía como un pibón, al que me encantaría follar, cada vez que mi madre se agachara tendría que mirarle el culo, cada vez que estuviera cocinando o limpiando agachada pasaría al lado frotando mi polla sobre su culo y sintiendo su carne.
Tendría que espiarla mientras se cambiara de ropa, fotografiarla, o robarle tangas para correrme en ellos. Desde ese momento era como una de sus amigas, maduras, solo pensaría en poder follarla.
Al rato quedé dormido y comencé a soñar.
En el sueño, espiaba a mi madre mientras aquel hombre degustaba su coño.
Entonces entraba yo, y tras quedar sorprendidos el hombre se guarda el pene, y decide marcharse avergonzado.
Mi madre no sabe que decir y se tapa ocultando sus partes.
Entonces es cuando yo saco la polla y quedando mi madre estupefacta por lo que ocurre, me pregunta que es lo que hago.
Entonces la chantajeo con chivarme.
Sin mas vacilación se sienta sobre la cama y se vuelve abrir de piernas como con el marido de Bibiana. Se aparta de nuevo el tanguita para dejar otra vez al aire el ya mojado y húmedo coño.
Ahí es cuando me dice que su coño es mío si no digo nada.
En ese momento acerqué la polla y la posé sobre su caluroso coño.
Mirándome fijamente y sin decir ni una sola palabra agarra la polla con la mano derecha y la coloca sobre el agujero frotando la punta sobre él.
Podía sentirlo como si estuviera ocurriendo de verdad, casi como si tuviera la polla en la realidad sobre su coño. Podía sentir su calor, su tacto.
Entonces me pedía que la metiera. Apretaba con fuerza y entraba hasta dentro dilatándolo y sintiendo casi como si no fuera un sueño, su flujos empapar mi manubrio.
Comencé a bombear mientras su mirada seria, y soltando de vez en cuando algún que otro resoplido, no dejaba de mirarme.
Mirándola yo también follé fuertemente olvidando que era un sueño, que justo en ese momento, como pasa en todos los sueños eróticos no puedes controlar tus orgasmos y eyaculaciones.
De ese modo al igual que el marido de Bibiana, disparé un chorro de lefa dentro del coño de mi propia madre, que seguía mirándome fijamente mientras el reguero de semen inundaba su coño, encharcándolo hasta el fondo.
En ese momento me desperté y como entenderéis tenía hasta las sábanas corridas.
Me había corrido en sueños imaginando que follaba a mi propia madre.
Imaginaros el punto en el que me encontraba respecto a mi madre, que se había convertido en una de mis musas sexuales desde ese mismo momento.
Desde ese día todo cambió, como dije que ocurriría. La espiaba, la fotografiaba, la grababa. Me corría sobre sus tangas y los dejaba de nuevo en su sitio.
Así hasta el día de hoy que no pierdo la esperanza en poder follarme a mi propia madre.
Desde ese día abandoné el fútbol, en secreto claro. Mis padres piensan que sigo yendo, pero no es así. Ahora los lunes, miércoles y viernes, marcho de casa y vuelvo a los cuarenta minutos más o menos. Controlo que no me vea mi madre, y espío para cazar a mi madre con otros hombres. De este modo no siempre funciona pero un polvo a la semana es seguro. Se tira a todos los maridos de sus amigas, vecinos, e incluso el más impactante de todos, se folló a mi tío Juan, el hermano de mi padre, en una visita que nos hizo hace dos semanas.
Para mi es un derecho y obligación por parte de los padres, sobretodo si están buenos, desvirgar a sus hijos. Creo que no hay nadie más indicado para ello y más seguro.
Todo hijo tiene derecho a poder follarse a su madre si éste quiere, porque es la mujer que le dio la vida, y al igual que el padre se lo folla, el hijo también puesto que ha salido de él, y es un bien familiar. Al igual que una hija puede exigir a su padre que se la meta si se ve en la necesidad de sentir una polla dentro del coño.