Fanático de las pajas
Si uno no quiere terminar algún día preso hay un truco al que se puede recurrir: ¡no usar las manos! Eso es lo que hay que hacer.
Si uno no quiere terminar algún día preso hay un truco al que se puede recurrir: ¡no usar las manos! Eso es lo que hay que hacer.
FANÁTICO DE LAS PAJAS
Creo que me masturbo más que la mayoría de la gente, pero he sido así desde que recuerdo. No importa dónde esté ni cuál sea el momento, si siento deseos no puedo convencer a mi pija de que no puedo satisfacerla. Me he pajeado en medios de transporte, durante clases, manejando el auto, en el cine, donde se puedan imaginar. Creo que he mojado más ropa interior que un bebé en pañales.
Pero si uno no quiere terminar algún día preso hay un truco al que se puede recurrir: ¡no usar las manos! Eso es lo que hay que hacer. Aprender a apretar las piernas, frotarse los muslos, usar la presión de la ropa y un número de técnicas de manera de poder llegar al clímax rodeado de gente sin que nadie se dé cuenta.
Las situaciones diferentes que se me presentan son las que invariablemente me calientan. Sin ir más lejos los otros días estaba en el trabajo cuando apareció mi jefa, una mujer cercana a los cincuenta años, diez años mayor que yo. Se sentó frente a mí y comenzó a leerme un memo; se cruzó de piernas y yo pude ver más allá de su vestido.
Lo primero que noté fueron sus muslos rosados y carnosos. Vi el triángulo rosado de su bikini justo donde se ubicaba su vagina. Luego esas sombras oscuras y hasta algunos pelitos que se escapaban de la delicada prenda.
Inmediatamente tuve una erección, fingí continuar trabajando y forcé la verga hacia abajo de mis muslos. Atrapada allí, apreté las piernas y los músculos. Miré un poco más por entre el vestido de mi jefa.
Ella se movía en la silla. Me pareció que los labios de su concha se abrían y su bikini la cubría aún menos. Sus muslos se frotaban uno contra otro como si ella buscase ponerse más cómoda.
Yo me moví un poco en la silla, intentando no aparecer tan obvio. Flexionaba rítmicamente los músculos de los muslos para apretarme la pija. Ésta se hinchaba acumulando su leche y palpitaba. Yo sentía cómo poco a poco la presión crecía en mi interior.
Miré por sobre el vestido: ¿era sólo mi imaginación o aquella bikini estaba húmeda? ¿Por qué se movía ella así? ¿Estaba estremeciéndose? Levanté los ojos y la miré a la cara.
No estaba leyendo, tenía los ojos cerrados y había transpiración en su frente. De pronto abrió los ojos y me miró. Fue una mirada ardiente e inexpresiva al mismo tiempo. Miró mis muslos temblorosos y sus pechos subieron y bajaron, los pezones turgentes se destacaron perceptiblemente bajo su ropa. Elevó la cola ligeramente de la silla y pude ver que realmente su bombachita estaba mojada.
Nuestros ojos se encontraron nuevamente. Un calor abrasador trepó desde el escroto hasta la cabeza de mi miembro. En el mismo momento, sus piernas se separaron bajo la pollera, y su jugosa concha comenzó a temblar en forma espasmódica. Al mismo tiempo sentí cómo la leche caliente de mi sexo me empapó la ropa interior. Me pareció escuchar un gemido surgiendo de sus labios.
Después de unos minutos, ella volvió a sentarse como antes, cruzó las piernas y continuó leyendo el memo. Y al rato se retiró de mi oficina. Yo me fui al baño y me limpié. Aquella noche en casa tuve que masturbarme tres veces más para librarme de mi fantasía.
Espero que les guste. Conozcan mis otros relatos y escríbanme. R.