Fanática del Sexo Anal
Un hombre casado, frente a su esposa, encontró en mí a la amante quien satisface su pasión por el sexo anal.
Fanática del Sexo Anal.
Me gusta hacer el amor (¿a quién no?); me gusta ver un pene erecto, listo para penetrar; me gusta lamerlo y sentir cómo entra en mi vagina; me gusta probar mis propios jugos en una verga que acaba de salir de mi interior. Pero lo que más me enloquece, es sentir un pene abriendo mi culo. Tenerlo hasta el fondo, experimentando ese dolor tan placentero que me provoca orgasmos casi de inmediato. Pero no a todos los varones les interesa el sexo anal y desafortunadamente para mí, me he topado con algunos de ellos. Mi pareja no pertenece a este grupo.
Conocí a mi pareja en mi trabajo. En cuanto entró a la oficina y nos vimos a los ojos, supe que algo más sucedería entre ambos. Llegó con la actitud arrogante que le caracteriza y que tanto me atrae de los hombres. Me entrega su tarjeta observándome atentamente, esperando mi reacción. Descifré lentamente las iniciales que precedían a su nombre: Cap.P.A. ¡Capitán Piloto Aviador ! Exclamé, mientras me desmoronaba sobre mi escritorio y ante la sonrisa engreída que esbozó. Si bien por la naturaleza de mi empleo me relaciono con profesionistas de toda índole, jamás había conversado con un hombre quien hiciera lo que él hace.
Lo que siguió, marcó en definitiva el rumbo que tomarían nuestras vidas: Días después se presenta con su esposa a mi oficina, coqueteando abiertamente conmigo. Yo estaba asustada, con una sonrisa bobalicona colgada de mis labios y pensando para mis adentros que no tenía motivo para sentirme y comportarme como culpable, cuando apenas habíamos cruzado unas cuantas palabras en nuestro primer encuentro. Además de filtrear conmigo, acompañó sus miradas y comentarios con caricias en mis hombros y espalda ¡y su mujer estaba presente! Yo estaba petrificada, pero lo que más me sorprendió fue la indiferencia de la señora, completamente ausente, ajena al descaro de su marido. Recobré el aplomo, respirando hondo, con disimulo. Y se cerró el trato.
Tuvieron qué pasar tres semanas más para que se concertara la fecha de nuestra primera cita oficial. Y créanme que la espera valió la pena. Nos vimos en una casa de su propiedad que tenía desocupada. Llegó con unas cervezas, medio ebrio, alegre, haciendo bromas, y muy cachondo. Después de la breve plática de rigor que se entabla entre dos desconocidos que harán el amor para que aquello no parezca tan animal, se lanzó directo a mis labios y obvio, correspondí a los besos con la misma intensidad. Acercó su miembro a mi entrepierna y sentí su dureza. Ya estábamos más que excitados.
Era nuestro primer encuentro sexual y naturalmente yo no conocía sus preferencias hasta que siento sus dedos hurgando entre mis nalgas. Nos desvestimos entre caricias. Él, mamando mis pezones y hundiendo sus dedos en mi vagina, y yo acariciando su verga. Algunos dicen que la variedad sexual excluye la cama como único lugar para hacer el amor pero yo opino todo lo contrario, porque sobre una cama te puedes hincar, acostar, parar, recargar con toda comodidad, cosa que no pasa en un sillón o en el piso. Así que de pie comenzamos a fajarnos. Colocó su pene en mi panocha, humedeciéndolo. Yo continuaba jalándosela, luego me puse de rodillas frente a él y lamí la cabeza delicadamente, recorriendo los pliegues, metiéndola a mi boca y lamiéndola con mi lengua.
Me puso de pie y me indicó que me inclinara para seguir chupando, mientras metía sus dedos en mi vagina, moviéndolos en círculos por dentro. Ya mojados con mis jugos siguió con mi ano. Me convulsioné deliciosamente con el primer orgasmo. Él aumentó el ritmo de sus arremetidas en mi boca, cuando de súbito saca sus dedos de mis hoyitos, me endereza y me voltea de cara a la pared. Separo las piernas y me agacho un poco más para recibir su verga en mi panocha. Me la metió de golpe hasta el fondo, entrando y saliendo con furia. Yo supuse que me daría su leche en mi vagina, pero de repente se sale, acomoda la cabeza en mi culo y empuja con fuerza ensartándomelo todo. Me desconocí al escuchar mi propio grito, se detuvo unos segundos y luego empezó el mete-saca despacio. Sentía que me había destrozado el ano pero no quería que se fuera de mí y le pedí más, y cada vez que tenía toda su verga en mi culo, le decía que me la metiera más fuerte y él se sostenía de mis caderas para que yo pudiera sentir todavía más. Yo lo ayudaba empujando mis nalgas hacia su verga, entonces le dije que metiera sólo la cabeza para poder apretarla con mi esfínter y así lo hizo.
Sus manos se deslizaron de mis caderas a mis pechos, a mis pezones, oprimiéndolos fuertemente. Me encanta que me estiren los pezones y los pellizquen, porque quedan doloridos y después con el roce del bra o la blusa, me excito con toda facilidad. Sus dedos seguían sobre mis botoncitos, en tanto los míos movían rabiosamente mi clítoris. Al sentir los espasmos de mi segundo orgasmo, enterró su verga en mi vagina y se quedó quieto unos momentos con mis contracciones acariciando su pene, para luego volver a introducirlo en mi culo. Segundos después bañó mi interior con su semen. Se salió de mí, le dí mis dedos para que los lamiera y luego nos besamos apasionadamente.
Cansados, temblorosos y muy satisfechos, nos dimos el beso de despedida, de esa ocasión porque después vinieron muchas más. En cuanto a la esposa ¿Qué puedo decirles? No me enorgullezco de lo que hice, pero tampoco me arrepiento, pues no es mi estilo y sin afán de justificarme, no es responsabilidad mía que su mujer no le dé lo que él está queriendo y que encontró en mí. Espero les haya gustado. Medea.