Familia normal, etc.

Cuando creciesen, la niña sería para mí y el niño para Marta.

Me llamo Juan y ésta es mi historia familiar. Cuando me casé con Marta, ya había conseguido convencerla de que el sexo era lo mejor, y de mis particulares maneras de vivirlo. Estábamos muy enamorados y ella me siguió en mi plan de vida sin ningún problema. Éramos muy jóvenes y mis fantasías a ella le parecían deliciosas transgresiones que asumía como propias también. El proyecto, que para el resto podía tener visos de delirante, fue lo que nos mantuvo unidos hasta hoy. Se trataba de dejarla embarazada cuanto antes, dos veces, para que tuviera la parejita. Y funcionó. La pequeña diferencia con el resto de las familias era que planeé las cosas a largo plazo. Cuando creciesen, la niña sería para mí y el niño para Marta. Bastaba con darles una educación liberal y sin tabúes, y todo acabaría funcionando de modo natural, como así fue.

Por supuesto, nunca hablamos de esto con nuestros padres, hermanos o amigos. Simplemente lo estábamos haciendo. Y nuestro amor perduraba porque teníamos perspectivas de un futuro halagüeño.

Primero nació Juanito, al que pusimos mi nombre con la vista puesta en el momento en que acabaría siendo de su madre. Y al año siguiente, Martita. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Desde pequeñitos, nuestros dos preciosos hijos vivieron la desnudez y el sexo como algo normal. Todos íbamos por casa sin preocuparnos de tapar nuestros cuerpos, y Marta y yo practicábamos todo tipo de sexo en presencia de los niños, que crecieron aceptando eso como el resto de las rutinas diarias.

Cuando Martita empezó a desarrollarse, su cuerpo en transformación despertaba el interés de Juanito. Y lo mismo pasaba con la polla del niño para ella.

-Mamá, me gusta acariciar las tetas a Martita y se me pone dura como a papá.

-Es normal, hijo mío. Eso es que te estás haciendo mayor.

-Papá, Juanito tiene la polla dura y me agarra los pezones como tú a mamá.

-Claro, Martita. Tu cuerpo está precioso.

El resto del mundo seguía ajeno a nuestra vida privada, y los niños comprobaron que podían desfogar su despertar sexual en casa con toda facilidad, cosa que no sucedía en el exterior.

-Mamá, a Martita le gusta que le meta la lengua en la boca. Me agarra la polla dura y me la agita.

-Ya veo, Juanito, muy bien. ¿Y las tetas grandes de mamá te gustan?

-Claro, mami, mucho, ¿puedo chuparlas?

-Por supuesto, hijo.

Estábamos los cuatro en el sofá, con los niños en el centro. Juanito se puso a mamar de las tetazas de Marta, y Martita me miró con cara de zorra. No había que decir más, era el momento preciso. Saqué mi polla y le sonreí. Ella entendió lo que quería. Había visto muchas veces a su madre haciéndomelo de rodillas. Bajó al suelo, entre mis piernas, y se metió mi polla en la boca.

-Despacio, Martita. Eso es.

Marta y yo nos dimos la mano. Juanito estaba entusiasmado chupando las ubres de su madre, que abrió sus piernas para alojar la polla del chaval.

-Anda, Martita, sube.

-Sí, papi.

Ese fue nuestro primer polvo a cuatro. Los críos se corrieron pronto, envueltos en sus nuevas sensaciones placenteras. A partir de ese momento y por instinto, intentaron atraer nuestra atención para repetir la experiencia. Juanito se ponía tierno con su madre hasta que la acababa calentando y follándosela, mientras que Martita se vestía provocativa en casa, para ponérmela dura y que se la metiera.

De vez en cuando, los dos críos se liaban también, pero en cuanto cada uno tenía disponible a su respectivo progenitor, acudían como moscas a la miel, a sabiendas de que iban a disfrutar el doble con nuestros cuerpos experimentados.

La vida en casa se animó mucho, con los dos jovencitos en celo continuo y su madre y yo encantados de que nuestro plan vital se estuviese cumpliendo tan bien.

-Juanito se ha hecho adicto a tus tetazas, mi amor. Bueno, y a tu coño y a tu culo.

-Desde luego, cariño. Me hace disfrutar como una mona. Y la niña, menudo cambio en poco tiempo. Entre esas ropitas que se pone para ti y cómo ha crecido, parece otra.

-Es un bombón, sí. Y aprende rápido. Ayer le enseñé a tragarse toda la lefa.

-En poco tiempo tendremos que poner en marcha la fase dos, ¿no, mi amor?

-Bueno, paciencia. Las cosas están bien por ahora, mi Marta.

Mi esposa se refería al reparto de roles en nuestra relación que, en este caso, no nos diferenciaba tanto de muchas otras parejas. Desde siempre, Marta me había admirado y hacía todo lo que yo le sugería. Ella disfrutaba con eso, viéndome satisfecho con su entrega. Y yo la trataba con todo mi cariño, agradeciéndole sus servicios continuos.

Habíamos detectado que Juanito tenía las mismas tendencias dominantes que yo, mientras que Martita era una sumisa de campeonato. Y la fase dos consistía en profundizar en ese aspecto con los niños, formando dos familias separadas. Pero aún no era el momento.

-Tienes razón, Juan. A veces me olvido de que tú eres el que marca los ritmos. Merezco una pequeña reprimenda, ¿no crees?

-Claro, mi amor.

Marta se colocó en posición de recibir su castigo, de rodillas en el suelo y con las manos en la nuca. En el fondo, le encantaba esperar así su ración de azotes en las tetas. Lo hacíamos a menudo. Una vocecita empezó a contar los golpes a la vez que ella, desde la puerta.

-¡Martita! Has vuelto pronto hoy del cole...

-Sí, papi. Mira, ya me he puesto los tacones y las ligas, como te gusta. ¿Puedo seguir contando los azotes que le das a mami?

Mi niña consentida se arrodilló junto a su madre.

-Once, doce... Papi, ¿cuándo me vas a castigar así a mí?

-Se ve que has salido a tu madre en todo, Martita. Y no creas que, tal y como se te están poniendo las tetas, no me dan ganas ya de golpearlas tambien. Pero creo que todo lleva su tiempo. Además, para castigarte tendrías que portarte mal, y no es lo tuyo.

Terminé con Marta, que se retiró a preparar la comida. Al poco llegó Juanito, que la mantuvo entretenida en la cocina con su joven polla. Martita seguía conmigo, urdiendo algo para que le tratase como ella necesitaba, mientras me lamía la verga mirándome con ojos de corderito.

-Mmmm... Papi, tengo que decirte algo...

-Seguro que es alguna tontería para que te castigue, ¿me equivovo?

-Jajaja, sí. ¿Te acuerdas de mi amiga Cris, la que vino a mi cumple?

-Desde luego, la repetidora. Menuda hembra, para la edad que tiene...

-Esa, papi. Pues hoy estábamos sentadas juntas en el pupitre y me ha metido mano. Yo le he dejado, imaginando que tú nos mirabas y te gustaba...

-Vaya, no me importaría ver eso, mi zorrita.

-El caso es que me ha agarrado el clítoris y ha hecho que me corriera allí mismo, sin poder evitarlo.

Empujé mi polla hasta la garganta de Martita. Su confesión me había excitado, sin duda.

-Eres un diablillo, hijita. Sabes que no me gusta que te corras sin mi permiso.

La niña alzó la cabeza y se puso en posición, adelantando sus tetas sin ocultar una amplia sonrisa de satisfacción. No tuve más remedio que darle un azote en cada ubre. Pero le supieron a poco.

-Uno, dos... Gracias, papi, me lo merezco. Pero que sepas que te he mentido. Cris no ha hecho nada conmigo...

Ahí sí me enfadé un poco. Empecé a vapulearla, soltando mandobles en sus mejillas y en sus tetas. Exactamente lo que ella buscaba. Ya al borde del orgasmo, me rogó:

-Papi, por favor, no te mentiré más. Déjame correrme y seré siempre sincera y tuya.

Le agarré de las coletas y le follé la boca con furia. Antes de soltarle mi lefa en el esófago, me ablandé un poco.

-Córrete, puta.

La niña se empezó a convulsionar de placer, mientras tragaba mi descarga. Cuando terminamos, se puso a limpiarme con su lengua.

-Martita, eres una buscona. Tienes suerte de tenerme como padre, porque te quiero mucho. Pero si vuelves a engañarme, tomaré medidas y no será un juego como ahora.

-Muchísimas gracias, papi. Ha sido mi mejor orgasmo hasta hoy. Y no dudes que nunca voy a mentirte más.

-¡La comida!

Marta nos llamaba para reunir a la familia en torno a la mesa. Juanito estaba ya sentado, con cara de satisfacción.

-Hijo mío, veo por tu gesto que estás contento. Cuéntanos.

-Oh, sí, papá. Hago cada día más progresos con la puta de mamá. Cuando he llegado del cole, he visto que estaba bastante reblandecida por tus hostias, y ha sido un placer rematar la tarea rellenando de mi semen sus tres agujeros.

Martita le miraba encantada.

-Vaya, hermano. Pero si sólo hace cuatro días eras un renacuajo, y mira cómo tienes a mami, rebosando tu semen por todos lados. A propósito, papi acaba de descargar en mi esófago. Por fin he conseguido que me de una buena paliza, como las que le regala a mami.

-Vaya, hijita, sí que estás consentida. ¿Le has dado las gracias a tu padre?

-Sí, mami. Y a ti también te lo agradezco, porque sois los mejores papás del mundo.

Terminamos de comer y Juanito se quedó follándose a Marta mientras fregaba. Martita y yo fuimos a descansar a mi cama.

-Papi, eso que te he he dicho antes de Cris te ha excitado mucho, ¿verdad?

-Claro, cielo. Esa amiga tuya es todo un monumento.

-Jajaja, pues sí. El caso es que tú le gustas.

-Vaya, eso es una buena noticia...

-¿La puedo traer a casa? Siempre hace lo que yo le digo...

-Me vas a matar de gusto, Martita.

-Y tú a mí, papi, sigue...

Mi flexible hijita estaba recibiendo mi puño en el coño, mi polla en el culo y mis dedos le retorcían los pezones. Mientras, Marta se lo debía de estar pasando de miedo en la cocina con su hijito, a juzgar por los gritos. Me reblandecí un poco de nuevo y decidí dejar que mi pequeña tuviera un buen orgasmo.

-Anda Martita, hija de puta, córrete conmigo...

-Gracias, amo...

Mi niña se corrió con gusto mientras yo descargaba en sus entrañas con furia. Me habia encantado oírle llamarme así.

-Martita, me has llamado amo...

-Sí, mi amo. Y se lo llamaré siempre, si le gusta. Soy suya, sin remedio.

-Bueno bueno, me encanta. Eres un sueño, mi cielito.

-Soy su sueño y usted es el mío. Usted me ha educado muy bien, siempre tratándome con cariño y mucha dedicación, y enseñándome a vivir sin tabúes. Toda mi niñez he deseado llegar a ser su mejor esclava, mi amo.

La voz aniñada de Martita, diciéndome esas cosas, la convertía en mi tesoro más preciado. Tuve ganas de contárselo a mi esposa, para que compartiera mi dicha.

-Ven, mi dulce perrita. Vamos a decirle todo esto a mamá.

La cría me acompañó gateando hasta el cuarto de Juanito. Allí estaba Marta, atada a una silla, recibiendo pollazos de su hijo en la cara.

-Mira, Marta, vengo con Martita gateando a mi lado. Me llama amo y me trata de usted.

-¡Oh, Juan, cuánto me alegro! ¡Siempre deseaste que llegase este día!

Mi esposa nunca había llegado tan lejos. Siempre me obedecía, pero no había cambiado su modo de referirse a mí. Juanito le metió la polla en la garganta y me dijo:

-Papá, yo me encargo de mamá, si te parece bien. Tú ya tienes a Martita para tu uso, y creo que enseguida yo haré que mamá se sepa comportar como es debido.

Las cosas avanzaban muy rápido desde el despertar sexual de los niños. Marta y yo estábamos encantados. Aún compartíamos dormitorio por las noches y comentábamos los progresos en la casa.

-Juan, nuestro proyecto está siendo todo un éxito. Ya has visto que Juanito me tiene totalmente a sus pies, como tú a la niña...

-Sí, cielo. Pero creo que ya es el momento de que llames a nuestro hijo como se merece. Me ha encantado ver que te tenía inmovilizada en su silla.

-Ha sido genial, sí. El niño es ya mi amo, sin duda. Pero tú nunca dejarás de serlo, querido. Son las cosas del corazón.

-A mí me pasa lo mismo contigo. Martita es una perra excelente para mí, aunque tú serás siempre mi dulce cerda arrastrada. Nunca te lo he pedido, pero ya va siendo hora. Por el bien de todos, cambiarás tu trato conmigo y me llamarás como debes.

-En realidad siempre lo he deseado, mi amo. Le debo toda una vida feliz, y la que me queda por vivir.

Al día siguiente, Martita trajo a casa a Cris. Compartimos los cuatro con ella una comida convencional, vestidos con normalidad y sin evidenciar nuestras relaciones privadas. Cris se mostró relajada y contenta; incluso algo coqueta conmigo. Sentada a la mesa frente a mí, me lanzaba miraditas mientras se introducía la comida en la boca. Yo me limité a sonreírle.

Ya a los postres, decidí distender un poco el ambiente.

-Bueno, Cris, preciosa, cuéntamos qué tal te encuentras con nosotros.

-Uy, señor Juan. Pues muy bien. La comida estaba muy rica, y Martita ya me ha dicho que ustedes son muy amables, como he podido comprobar.

-Muchas gracias, bombón. En esta casa intentamos que todo resulte siempre cómodo. Marta y yo hemos educado a nuestros dos hijos sin imposiciones ni tabúes.

-Oh, qué interesante. A mí tampoco me gusta nada todo eso de la represión. Lo considero de tiempos antiguos. Alguna cosa ya me había comentado Martita, como que ustedes no le dan importancia a mostrar el cuerpo, o algo así...

-Es verdad, Cris. Pero eso no significa que no valoremos la belleza. Sin ir más lejos, yo creo que tú debes de esconder bajo tu ropa unas formas de escándalo.

-Jajaja, de escándalo, dice, señor. Me va a avergonzar...

-No es mi intención, pequeña. Ya sabes que aquí no contemplamos eso de la vergüenza. ¿A que no, Juanito?

-Claro que no, papá. Mira, Cris.

Juanito aprovechó la muleta que yo le había echado para desabrochar el escote de su madre, que dejó a la vista la mitad de sus melones. Martita hizo lo propio.

-¿Ves, Cris? A esto me refiero con valorar la belleza. Seguro que tu escote no desmerece del de mi esposa y mi hijita.

La cría mostraba su cara enrojecida, pero más que por el pudor porque se estaba calentando. Acercó sus manitas a su blusa y, mientras me miraba con el gesto serio y la boca entreabierta, desabrochó también su escote. Martita le colocó la mano en el muslo desnudo bajo la mesa.

-No voy a negar que estoy orgullosa de mi cuerpo, señor. Normalmente lo oculto, pero en esta casa las cosas son muy distintas. Es toda una sensación de libertad. De hecho, me siento muy a gusto con ustedes.

Marta intervino.

-Y nosotros contigo, niña. Tenemos dos hijos consentidos, pero te damos la bienvenida como una más de la familia. Mira, te vamos a otorgar toda nuestra confianza. Aquí, por ejemplo, los besos son libres, no tenemos tontos escrúpulos con eso, ¿verdad, Juanito?

Mi hijo no se lo pensó dos veces y empezó a morrear a su madre, agarrándole una tetaza. Martita ya estaba acariciando el culo de Cris bajo la minifalda. Nuestra invitada no opuso resistencia a la lengua de su amiga en la boca. Juanito se llevó a su madre para masacrarla en privado.

-Vaya, nos han dejado solos a los tres. Bueno, Cris, cuéntanos más cosas a Martita y a mí, con total libertad.

-Eso, Cris, ahora le puedes decir a mi padre lo que me confesaste...

-Ay, pues no es nada. Aquí ya veo que todos se besan, es muy agradable. El caso es que, si no es molestia, yo... Me gustaría besarle a usted, señor, me parece muy atractivo...

La niña se levantó de la silla y se me acercó. Me dio tiempo de mirarla de arriba abajo. Su escote desabrochado mostraba unas peras estupendas, y sus piernas desarrolladas asomaban casi al completo bajo su faldita.

-Espera un momento, ricura. Pon las manos en la nuca.

La niña se detuvo frente a mí. Sus tetas estaban a punto de salirse.

-Martita, ven, levántale la falda a tu amiga.

Cris no opuso resistencia. Estaba demasiado cachonda. Martita le alzó la falda y pude ver su coñito sin vello, cubierto por un tanga transparente. Acerqué un dedo a su rajita.

-Qué preciosidad. Martita, sácale las tetas.

Mi hija expuso los melones de Cris, mientras yo le metía mis dedos en su vagina, apartando el tanga a un lado. Nuestra invitada sacaba su lengua en busca de la boca de mi niña, que le volvió a besar mientras le agarraba los pezones. Me saqué la polla, aún sentado en mi silla.

-Anda, bonita, ven a darme ese beso que querías...

La cría se sentó en mi regazo a horcajadas, recibiendo mi lengua en su boca a la vez que mi polla en su coño. Martita seguía detrás de ella y me dijo:

-Este es mi regalo de agradecimiento por consentirme tanto.

Cris movía sus caderas con ganas, haciendo que mi polla entrara y saliera de su coñito.

-Señor, qué sensación más buena. Nunca había tenido una polla dentro y es increíble. Aunque no creo que deba contarle nada de esto a mis papás...

-Tú sigue follando y no te preocupes. Luego hablamos. Martita, sigue retorciéndole los pezones a tu amiga. Pero acerca tu lengua también...

Mi hija siguió mis instrucciones y acabé descargando en el coño de Cris mientras entrelazábamos nuestras tres lenguas.

-Correos conmigo, niñas.

Cris explotó con facilidad, mientras sentía mi esperma regarla por dentro. Martita se agarró bien fuerte a su amiga y se puso en tensión, hasta que consiguió correrse sin que nada tocara su coñito.

Las dos crías se tumbaron en el suelo, rendidas.

-Os habéis portado muy bien, mis niñas.

-Gracias, señor. Ha sido genial. Me duelen un poco los pezones, pero es un dolor placentero. ¿Que ha sido eso que has dicho, Martita? ¿Que yo soy un regalo para tu padre?

-Sí, Cris. Él me ha enseñado muchas cosas y ha acabado dándome lo que le he pedido. Y como estás tan buena, se me ha ocurrido servirte en bandeja para su polla.

-Jajaja, muchas gracias por el piropo. Pues me parece muy bien ser el regalo del señor. Ya me gustaría a mí que mi padre me consintiera como a ti. Pero él y mamá no viven como en esta casa. Son más convencionales, supongo.

-Cris, no te equivoques. Tu papá es un hombre y tú un bellezón. Así que no hay nada que no puedas conseguir. Martita te dejará alguna de las ropas que se pone para mí, son casi mágicas.

-Oh, muchas gracias, pero a mi madre no le gustará que papi me folle.

-Perdona, bonita, pero ¿tu madre está buena?

-Desde luego, más que yo. Se conserva como una veinteañera y tiene unas tetas enormes y preciosas. Siempre bromeo con ella y se las cojo. Yo creo que hasta se excita cuando jugamos.

-¿Y tu padre os ve jugando?

-No, mami no quiere que él crea que es una guarra, o eso me dice.

-Tienes todos los puntos para disfrutar con ellos dos. Simplemente, vístete como te aconseje Martita, y aprovecha para jugar con las tetas de tu madre delante de tu padre.

-Gracias, señor. Así lo haré.

Cris estaba aún en el suelo, junto a Martita, con el busto incorporado y aún con las tetas fuera. Me apeteció azotárselas.

-¡Ay! ¿He hecho algo mal?

-No, bonita, me apetecía golpearte las tetazas porque me encantan...

Martita repuso:

-Vaya, con lo que me ha costado a mí conseguir eso... Sí que le gustas al amo...

-¿Amo? ¿Así llamas a tu papá? ¿Por qué? ¿Y te gusta que te pegue?

-Le llamo amo porque soy suya. Ya has visto que en esta casa hay mucha libertad... Pues yo deseo ser el objeto de uso de papi. Y claro que me encanta que me golpee bien fuerte. Y a ti también, no mientas...

-Me ha sorprendido, pero tienes razón. Es una sensación nueva, como todo lo que pasa aquí. ¿Puedo probar otra vez?

La niña Cris sostuvo sus tetorras para mí, ofreciéndolas para recibir más. Pensé que no pasaba nada malo por darle el capricho. Unos cuantos manotazos y se reblandeció por completo.

-Aaah, qué gustazo. Estoy a punto de correrme de nuevo, señor.

Entonces vi que esa zorrita era muy especial. Empecé a abofetearle la cara, contando las hostias.

-Cuando llegue a diez, te corres.

Y así fue. Martita estaba fascinada.

-Amo, es usted un entrenador de primera. Creo que Cris es ya de nuestro equipo.

-Oh, gracias, estoy destrozada de gusto. ¿Qué puedo hacer para ser suya como Martita, señor?

-Ya eres mía, niña. Está claro que eres una perra compatible.

-¡Guau! ¿Has oído, Martíta? ¡Ahora somos como hermanas! ¡Gracias, mi amo!

Los gritos de Marta en la habitación de Juanito habían cesado. La noche se cernía ya, y avisé a Cris de que tenía que volver con sus padres.