Familia compenetrada VIII

La familia se compenetra por fin

Después de unas semanas, ambos hermanos seguían con su relación amorosa dentro de la casa sin cortarse un pelo, aunque aún no eran aceptados como pareja por su padre. Federico no dejaba de pensar en lo morboso de la situación. Sentía su sangre hervir de celos por saber que su hijo se follaba a su mujer, pero también sentía mucho morbo. Pronto se dio cuenta de que esa era la solución para los problemas de impotencia derivados de su estancia en el hospital. No supo cómo abordar el tema, pero pronto se presentó la oportunidad. Una tarde estaban los dos hermanos solos en casa, era la primera vez que sus padres se llevaban a los bebés de paseo y los dejaban solos. Federico y Carmen, salvo por el sexo, volvían a ser un matrimonio normal, amoroso y atento. A las cinco de la tarde estaban ambos hermanos sentados y abrazados en el salón viendo la televisión, Román vestido con un pantalón de estar por casa y Débora con unas bragas y una camiseta que le llegaba hasta medio muslo.

Débora: Hace tiempo que no estábamos solos, amor – dijo mimosa, besando su pecho.

Román: Con los niños y nuestros padres es difícil – dijo acariciando su pelo con ternura.

Débora: Amor, podríamos aprovechar – dijo traviesa clavándole las uñas en su vientre.

Román: ¿Para qué? – dijo haciéndose el inocente.

Débora no contestó, sino que, con una sonrisa pícara, se sentó a horcajadas de su amado hermano y le puso sus manos en su culo, mientras ella se agachaba y le besaba el cuello y la cara.

Débora: Por ser tan malo, ahora te vas a estar quietecito mientras tu mujercita te hace el amor – dijo sugerente mordiéndole el labio con sensualidad y notando su ya incipiente erección bajo su entrepierna.

La muchacha siguió con los besos empezando a restregarse lenta y sensualmente contra la entrepierna de su hermano. Poco a poco y ante la actitud pasiva de su amado hermano, la muchacha fue deslizándose sobre su cuerpo para acabar entre las piernas de su hermano, de rodillas, sin dejar de lamer o besar cada centímetro descubierto de su cuerpo. Román la miraba intensamente, pero se dejaba hacer. Débora le agarró su dura erección por encima del pantalón.

Débora: ¿Esto es por mí, amor? – dijo sugerente mientras sonreía pícara.

Román: Tendrás que averiguarlo – gimió retándola.

Débora sonrió traviesa y le bajó los pantalones. Con una mano agarró su dura polla y comenzó a pajearle suavemente mientras con la mano libre le acariciaba los testículos y le besaba con mimo sus muslos y la parte baja del vientre. Le estaba volviendo loco y ella lo sabía. Notaba como la polla de su amado hermano se ponía más dura. Román no dejaba de gemir ante el mimo de su amada hermana. Con el mismo mimo, bajó su boca y lamió su polla desde los testículos hasta la punta.

Román: ¡Oh sí! – gimió.

Ese gemido la volvió loca, sintiendo a su amado hermano en su poder. Envolvió la punta de su polla con la boca y lentamente, sin dejar de mirarlo a los ojos ni de acariciar sus testículos, fue incrustándosela entera en la garganta. Solamente cuando la base de la polla de su hermano tocó su barbilla, paró. Dejó unos segundos su polla incrustada en la garganta, aguantando las arcadas para, poco a poco volverla a sacar hasta la punta y volvérsela a incrustar.

Román: ¡Oh! ¡Qué me haces, nena! – gimió.

Débora no contestó, solo le guiñó un ojo y siguió con la mamada. Román estaba ardiendo, estaba loco por follársela, pero sabía que su hermana quería llevar la iniciativa, así que la dejó hacer. Román se dejó hacer. Débora miraba a los ojos a su hermano, con deseo, con amor, mientras su boca era perforada con su tremenda polla hasta la garganta, obligándola a abrirla para no ahogarse, pero disfrutando enormemente. Román estaba muy cachondo. Llevó sus manos a sus dos ubres y se las palpó mientras ella misma se follaba la boca lenta y lujuriosamente.

Débora: ¡Qué bueno estás, amor! – dijo sacándose la polla un momento de la boca para respirar - ¡Me encanta tu polla, me encantas tú! – gimió volviéndosela a incrustar en su garganta.

Luego de unos minutos en los que la calentura de ambos subía enormemente por el morbo de que volvieran sus padres y les pillaran, Débora se sacó la polla de su hermano de la boca y tras desnudarse completamente de manera sensual, incitando a su hermano que la miraba mordiéndose el labio agarrando su dura y palpitante polla, se subió encima de él empezando a besarle con pasión, con amor, con deseo, separó sus piernas hasta colocarlas a ambos lados de él sentada a horcajadas.

Román: ¿Esto buscabas, putita mía? – dijo rozando su polla por su encharcado coño.

Débora: Sí, amor – gimió desesperada por que la tomara - ¡Voy a hacerte mío!

Román: ¡Hazlo! – dijo antes de besarla con ardor.

Mientras respondía con amor y deseo al beso de su amado hermano, Débora se acomodó su polla en la entrada de su húmeda vagina y se la incrustó de forma lenta, pausada, pero de una estocada. Román notó como se abrían los pliegues de su húmedo coño al paso de su polla. Román rompió el beso y agarró las ubres de su hermana para agarrarse antes de que su amada hermana comenzara a galoparle como una experta amazona. Débora le agarró del cuello para apoyarse mientras le besaba, dándole un placer infinito a ambos, notando un mar saliendo de su coño, inundándole la polla y las piernas de flujos. Dominada por la lujuria, cada vez que la cabeza de su glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, aumentando el ritmo.

Débora: ¡Te amo, mi amor, soy tuya! – berreó loca de placer.

Su completa entrega elevó su erección al máximo y le regaló un sonoro azote que acentuó su calentura mientras le decía que se moviera. Débora le imploró que no parara. Román llevó sus manos al culo de su amada hermana, acompañando los movimientos de ella y haciendo sus penetraciones más profundas y que sus testículos rebotaran sin contemplaciones en su sexo, en un desenfrenado galope. Débora, sintiéndose un jinete montando a su caballo, no paraba de gritar de placer cada vez que sentía la palma de su mano sobre su trasero o la cabeza de su glande chocar con la pared de su vagina.

Débora: ¡Oh sí, tu puta se corre! – berreaba de placer - ¡Sí, me encanta!

Román: ¡Qué tetas tienes! – gimió lamiendo sus pezones - ¡Y qué culo! – gimió agarrándoselo más fuerte.

Débora: ¡Méteme el dedo! – le pidió – ¡Quiero sentir tu polla en el coño y tu dedo en mi culo, amor! - gimió.

Así lo hizo. Pero si en un principio sus caricias fueron suaves, poco a poco fue elevando su intensidad y llevando sus dedos hasta sus pezones, fue incrementando la presión de sus yemas hasta que la hizo gritar de placer. Débora involuntariamente separó sus rodillas y pegando un berrido se corrió sin remedio.

Débora: ¡Me encanta! - aulló y dando vía libre a su lujuria, comenzó a moverse usando su pene como montura.

Débora se acomodó y le dejó sus tetas a la altura de su cara, cosa que le motivó para empezar a comérselas. Débora respondió con pasión y sacando la lengua, jugueteó con la boca de su amado hermano mientras le comía las tetas, haciendo que su sexo nuevamente se licuara más aún. Al sentir que, Débora se había corrido y que él todavía no lo había hecho, la empujó con cuidado, colocándola boca arriba en el sofá con ambas piernas bien abiertas y la empaló con más fuerza mientras se agarraba a sus tetas y le pellizcó duramente los pezones, retorciéndoselos.

Débora: ¡Qué gusto! - chilló confirmando a los cuatro vientos que le encantaba ser follada por él.

Román: ¡Me encanta follarte, puta! – gimió.

Débora: ¡Oh sí, amor, sigue follándote a la guarra de tu mujer, sí, sí, dame duro, dame más, más, clávamela entera, sí, sí! – berreó loca de placer.

Débora para entonces estaba absolutamente poseída de la lujuria, le prometió darle siempre tanto placer mientras le pedía que nunca la dejara de follar así. Román tuvo la imagen de su amada hermana follada por él sin descanso y eso fue más de lo que pudo soportar y pegando un gruñido, eyaculó dentro de su vagina.

Román: ¡Oh sí, puta, me corro, sí, toma mi leche! – gimió.

Débora: ¡Sí, amor mío, sí, córrete en tu puta, dame toda tu deliciosa leche! – berreó loca de placer - ¡Vuelve a preñarme!

Débora, al ver rellenado su sexo con su simiente, buscó ordeñar su miembro con mayor énfasis haciéndole la pinza y moviendo sus caderas a toda velocidad hasta que agotada se dejó caer en el sofá. Después, Román cayó con delicadeza encima de su hermana y se abrazaron, rendidos. Débora le miró con una sonrisa.

Román: ¿Estás bien? - preguntó acariciándole tiernamente la cara.

Débora: Mejor que nunca, amor – le besó la mano – Te amo, amo que me hagas tuya y hacerte mío.

Román: ¿De verdad quieres que vuelva a dejarte embarazada? - preguntó sin dejar de acariciarla.

Débora: Sí, mi amor, me muero de ganas de tener muchos hijos con el hombre de mi vida – le besó tierna y amorosamente - ¿Te haría ilusión? – dijo tímida.

Román: Bueno, sinceramente no me lo he planteado aún – dijo serio – Pero mientras sea contigo quiero tener todos los hijos que vengan – dijo sonriéndole enamorado.

Débora: Te amo – dijo entre besos.

Ambos hermanos se quedaron dormidos en el sofá en esa posición, abrazados y desnudos y así los encontraron sus padres cuando llegaron. Al principio, Federico se quedó sorprendido de que mostraran abiertamente su amor, pero pronto sintió morbo. Carmen, por su parte, le dio ternura ver el amor de sus hijos y algo de celos porque imaginó la sesión de sexo que habían tenido y ella también quería una así. Finalmente, Federico los despertó.

Federico: ¡Venga, a levantarse! – dijo serio.

Torpemente se despertaron y al ver a sus padres allí de pie, mirándolos, se levantaron y nerviosos se vistieron. Comprobaron que los bebés venían dormidos plácidamente en sus carros. Los padres no les quitaban ojos, Carmen de forma tierna y Federico de forma morbosa al ver las miradas que madre e hija le echaban a Román. El muchacho, al notar como le miraba su padre, se pensó que aún le echaba en cara tener una relación con su hermana, se encaró con él.

Román: Papá, deja de mirarme así, aunque te parezca raro nos amamos, aunque seamos hermanos – dijo agarrando la mano de Débora, que le miró embelesada.

Federico: Sí, es una situación rara, pero si los dos estáis de acuerdo con ello y sois felices, yo también lo soy – dijo serio – Me tardaré en acostumbrar, pero prometo hacerlo, solo pido tiempo. Más raro es lo mío.

Débora: ¿A qué te refieres, papi? – dijo mirándole preocupada.

Federico: Veréis hijos, lo de vosotros es una situación atípica, rara, pero desde que desperté, yo no puedo ser el mismo. – dijo serio y abochornado - Resulta que desde que desperté sufro de impotencia crónica, es decir, no puedo tener erecciones fácilmente, por eso me frustra el tener que veros teniendo sexo, porque yo no puedo satisfacer a vuestra madre como a mí me gustaría – dijo abatido sentándose en una silla cercana.

Román: Perdón, papá, no sabía nada – dijo nervioso.

Federico: No es tu culpa, campeón, no te preocupes – dijo sonriéndole con ternura – El problema es que hay veces en las cuales sí me excito, y aunque parezca raro, me excito viendo a mi mujer siendo follada por otro hombre, por ti Román – confesó.

Ambos hermanos se quedaron asombrados por dicha confesión.

Federico: Ya sé que la otra vez fue solo un pasatiempo, para ver hasta dónde eras capaz de llegar con tu madre y si ella disfrutaba con ello – dijo serio - La cuestión es que hemos estado pensando y la verdad es que es una idea que llevo tiempo sopesando y que no me atrevía a proponer por miedo de perder a mi amada mujer – dijo nervioso sin mirar a nadie mientras Carmen lo abrazaba – Desde hace un tiempo he pensado entregar a mi mujer a Román, completamente, como su puta o su esclava o lo que él quiera, pero con la condición de que me dejes mirar y participar – dijo serio.

Todos se quedaron en silencio y Débora, tras unos segundos, agarró a su hermano de la mano y lo llevó a su habitación para hablar con él. Carmen abrazó a su marido con todo su amor.

Débora: ¿Qué piensas de todo esto? – dijo seria.

Román: No sé, es una situación rara – dijo serio.

Débora: Yo creo que deberíamos ayudarlos – dijo seria.

Román: ¿Estás segura? – dijo serio.

Débora: Amor, sabes que papá y mamá siempre están y van a estar ahí con cualquier cosa que necesitemos, no podemos ser mal agradecidos con ellos – dijo seria - Aceptamos.

Román: Está bien, aunque creo que es sobre pasarse, una cosa es follarme a mamá de vez en cuando sin que él esté presente y si surge la ocasión, y otra muy diferente es follármela con él presente y que él participe – dijo serio.

Ambos hermanos volvieron al salón, encontrando a sus padres en la misma posición, Carmen abrazando con ternura y amor a su marido que miraba serio y cabizbajo al suelo. Román se sentó frente a su padre, serio, mientras que Débora se quedó de pie a su lado, agarrando su hombro, mostrando su apoyo.

Román: Papá, lo hemos pensado mi hermana y yo, y aceptamos con una condición – dijo serio.

Federico: ¿Cuál? – dijo expectante.

Román: Primero que nada, explícanos porque quieres eso – dijo serio.

Federico: Campeón, sé que es raro, pero lo hago por tu madre – dijo con los ojos llorosos.

Carmen: ¿Por mí? – dijo sorprendida.

Federico: Sí, mi amor, por ti, porque no quiero perderte – dijo agarrando su mano con dulzura – Ambos sabemos tu naturaleza sexual, necesitas un hombre que te domine, que te haga suya sin contemplaciones y a su antojo, yo ya no puedo y no quiero que te busques a otro, eso me partiría el corazón – dijo lloroso.

Carmen: Eso no va a pasar nunca, amor, te amo, tú eres mi marido y mi hombre, podemos apañarnos como hasta ahora – dijo abrazándole.

Federico: Sabes que no – dijo separándose – Tú no te conformas con solo masturbaciones o seo oral, quieres más, siempre quieres más y yo no puedo dártelo, pero nuestro hijo sí, por eso recurro a él, para evitar que me abandones, y que no seas completamente feliz – dijo serio y lloroso – Sé que suena egoísta, pero si Román actúa como tu dueño, no te irás nunca de mi lado, te amo y te necesito conmigo, mi amor – dijo abrazándola con fuerza.

Federico abrazaba con fuerza a su mujer mientras ambos lloraban en el hombro del otro, ambos sabiendo que él tenía razón. Con una mirada de amor infinito se separaron y besaron delante de sus hijos, que les observaban entre sorprendidos y tiernos por el amor que se profesaban. Finalmente, Román habló.

Román: La condición es esta, si mamá acepta, lo haré, si no, nos olvidamos del tema – dijo serio mirándolos.

Federico: ¿Qué dices, amor? ¿Estás dispuesta a ser a puta de tu hijo? – dijo expectante – Quizás así pueda follarte yo de vez en cuando – dijo intentando dar un poco de humor a la situación.

Carmen: Está bien, no voy a negar que necesito un dueño – dijo mirando a su marido – acepto ser la esclava de mi hijo – dijo colocándose de rodillas frente a él – Solo espero que mi nuevo dueño me deje follar con mi amado marido – dijo sumisa mirando al suelo.

Román: Acepto – dijo acariciando su pelo con suavidad.

No terminó de decir esas palabras cuando sintió los brazos de su padre, que lo abrazó emocionado y agradecido. Abrazo que se agrandó al notar a su madre y hermana uniéndose. Federico se separó, emocionado.

Federico: Estoy orgulloso de haber creado a un buen hombre – dijo sonriéndole mientras le agarraba la cara.

Román: No creo que sea para tanto – dijo abochornado y creyéndose no merecedor de tanto reconocimiento por parte de su padre.

Federico: Te conozco, hijo – dijo sonriendo – Estás enamorado de tu hermana y eres incapaz de mirar a otra mujer, aunque tu madre te dé morbo, y me respetas lo suficiente como para guardar las distancias con tu hermana en mi presencia y para aceptar tener sexo con tu madre solo si ella está de acuerdo sabiendo que yo doy mi consentimiento, de lo contrario nunca te acercarías sexualmente a ella – dijo sonriente – Eres un buen hombre y estoy muy orgulloso de ti, y no me cabe la menor duda de que serás un gran padre – dijo orgulloso.

Román: He tenido al mejor ejemplo – dijo emocionado.

La familia volvió a abrazarse de nuevo, emocionados. Prácticamente, Federico había aceptado por fin el romance de sus hijos de buen grado. Eso les puso a sus hijos y a su mujer muy felices. El resto de la tarde estuvieron en casa, viendo la televisión y cuidando de los bebés. Débora le aconsejó a su amado hermano, para tantear el terreno con su padre, que acariciara o le dijera a su madre algo subido de tono para ver si le ponía cachondo a su padre. Román lo hizo y vio que funcionaba. En repetidas ocasiones, acariciaba las piernas a su madre, quién miraba nerviosa y excitada a su marido, o diciéndole que, si por embarazarla le habían crecido tanto las tetas, tendría que volver a hacerlo para comprobar cuanto le llegarían a crecer. Carmen estaba hirviendo de calentura y más al ver el bulto que asomaba, aún morcillón, en los pantalones de su amado marido. Ya por la noche, aprovechando que los bebés ya estaban dormidos, Román agarró a su madre tras guiñarle un ojo a Débora y se dirigió a la habitación de sus padres. Carmen le seguía sumisa, excitada, morbosa y deseosa. Federico, al ver a su hijo, le siguió junto a Débora.

Román: ¿Cómo te gustaría que fuera? – dijo serio mirando a su padre.

Federico: En la cama – dijo como hipnotizado – mientras yo miro desde el sillón.

Todos vieron como el bulto del pantalón de Federico creció considerablemente ante esa visión. Por eso ya más lanzado, Román, acariciando suavemente el cuerpo de su madre, comenzó a desnudarla mientras la besaba. Cuando la hubo desnudado, dejó a su madre de pie en medio de la habitación mientras padre e hija se habían colocado sentados en el sillón.

Román: Muéstrame qué sabes poner cachondo a un hombre – dijo sentándose en la cama.

Débora: ¡Vamos mamá! Cállale la boca a este idiota – dijo traviesa.

Carmen miró a su hija y volvió su mirada a Román con intensidad y Federico supo que estaba muy excitada. Con movimientos lentos y sensuales, Carmen empezó a mover su cuerpo, bailando sin música, sin dejar de mirar a su hijo a la cara, viendo sus reacciones. Federico no se perdía detalle y Débora estaba más pendiente de su padre que de lo que hacía Carmen. Román miraba fijamente a su madre, notando como su sangre comenzaba a hervir de deseo hacia su progenitora, admirando como movía su maduro y exuberante cuerpo de manera tan sensual, tan lujuriosa, tan sexy. Carmen, pasados un par de minutos, notó el enorme bulto que tenía su hijo en su entrepierna y se mordió el labio con deseo, cosa que Federico y Román notaron.

Román: Desnúdame – ordenó.

Carmen tuvo un escalofrío de placer al oír esa orden y rauda, se colocó delante de su hijo para comenzar a desnudarlo. Román no colaboraba, pero su pasividad aumentaba la calentura de su madre. Poco a poco, Carmen fue capaz de desnudando a su hijo, empezando por su camiseta, mostrando su pecho musculoso y sus fuertes brazos. Comenzó a acariciarle con sus yemas y sus uñas.

Román: Todavía no te he dado permiso para hacer eso – dijo agarrando sus muñecas.

Carmen: Perdón, amo – dijo sumisa y excitada.

Carmen siguió su camino dejando de acariciar a su hijo, y le quitó los pantalones, dejando ver su dura polla. Pidió permiso con la mirada a su hijo. Román asintió con una sonrisa ladeada muy sexy. Carmen no se contuvo y volvió a acariciar a su hijo, desde sus fuertes y anchos hombros, hasta su polla dura y palpitante, pasando por su musculoso torno y sus fibrosas piernas. La mano de Carmen empezó a acariciar su polla, a sentir su tacto y al momento su mano empezaba una suave paja sintiendo su dureza, abrazando fuerte con su mano aquella polla vigorosa. Débora se colocó detrás de ella. Besó su hombro y Román puso su mano sobre el culo de su madre, empezando a acariciarla notando como le afectaba, como su respiración se aceleraba. Débora se acercó a su hermano y le besó con pasión y ardor en la boca mientras Carmen empezaba a pajear a su hijo sin perder detalle de ese intercambio de saliva y agarrando con suavidad los testículos de su hijo. Román la miró.

Román: ¿Qué te apetece hacer ahora, puta? – dijo a su madre.

Carmen: Lo que mi amo me ordene – dijo sumisa y excitada.

Román: Haz lo que quieras – dijo antes de volver a besar a su hermana.

Débora: Vamos a volver loco de placer a este semental – dijo agarrando la cabeza de su indecisa madre y hundiendo la polla de su amado hermano en su garganta.

Carmen gimió de la sorpresa y el placer al notar su garganta invadida por aquel cacho de carne grande, larga, gorda, venosa. Sin que se lo tuvieran que decir, comenzó a sacar la polla de su hijo de su garganta para volver a embutírsela de una sola vez, de manera lenta y dejarla alojada unos segundos en su garganta. Débora, viendo el trabajo que hacía su madre, se colocó en la espalda de su amado hermano, pegándole sus tetas a su espalda y rozando con sus erizados y duros pezones en sus omoplatos. Román gemía. Federico miraba morboso la escena, mientras se sacaba su polla morcillona de los pantalones. Carmen, miró por un momento a su amado marido y al verlo con su polla en la mano, se puso más cachonda y aumentó el ritmo con el que se embutía el enorme falo de su hijo. Román lo notó.

Román: Te gusta que tu marido te vea comportándote como una vulgar puta, ¿verdad, zorra? – gimió agarrándola de la cabeza y obligándola a aguantar las arcadas que le producía al forzar su hijo su garganta con su polla – Responde – exigió dejándola libre.

Carmen: ¡Ni se lo imagina, amo! – dijo recuperando el aliento - ¡Solo deseo servirle!

Román no contestó, si no que obligó a su madre a colocarse a cuatro patas con el culo mirando a Federico, que miraba expectante y caliente. Débora, sabedora de lo que pensaba su amado hermano, se colocó delante de su madre sin las bragas, enseñándole su expuesto y húmedo coño. Román, por su parte, se sentó en su espalda como un jinete a una yegua, pero mirando a su padre.

Román: Ahora veremos si tus palabras son ciertas, perra – dijo azotándola, haciéndola gemir de placer – Vas a comerle el coño a tu hija mientras juego con tus otros agujeros ¡Tienes prohibido correrte! – ordenó.

Sin más prolegómeno y como si fuera el banderazo de salida, ambos hermanos empezaron a usar a su madre sin darle tregua. Román, mientras con una mano empezaba la que sería un continuo de duros azotes sobre las ancas de su madre, con la otra mano insertaba varios dedos en su ojete y coño y escupía en la raja de su culo para lubricar. Débora por su parte, agarró la cabeza de su madre y le colocó el coño en la cara sintiendo como la lengua hambrienta de su madre jugaba con su coño. Carmen nunca se había comido antes un coño y nunca había tenido relaciones lésbicas, pero no pudo negar que ser usada por su hija en compañía de su depravado y adorado hijo delante de su amado marido la ponía a mil y por eso rogó para no correrse, no quería defraudar a su amo. Román la llevó al límite una y otra vez, pero nunca la dejaba acabar, para excitación y frustración de su madre.

Débora: ¡Joder, que bien come el coño esta puta! – gimió con los ojos en blanco.

Carmen se tomo ese comentario como un aviso de que su adorada hija estaba a punto de correrse, por lo que, arriesgándose, metió la lengua dentro del coño de su hija, haciéndola enloquecer. Federico observaba el comportamiento de su mujer morboso y excitado a partes iguales. Román notó como un rio de flujo emanaba del coño de su progenitora, pero supo que no iba a correrse aún, pero no por ello dejó de torturarla. No fue sino cuando oyó a su amada hermana correrse, que se apiadó de su madre.

Débora: ¡Oh sí, sí, sí, que bien come el coño esta puta! – berreó de placer apretando la cara de su madre contra su coño con violencia, asfixiándola.

Débora, después de unos segundos de potente orgasmo, cayó al suelo sin fuerzas. Román levantó a su madre y cogió a Carmen por la cintura para llevarla a la cama, Federico miraba con su polla en la mano en un rincón de la habitación como usaban a su mujer. Carmen, sabedora de lo que le esperaba, puso las rodillas en el colchón y su culo quedó en pompa, expuesto. Román no se lo pensó, empezó a besarlo, a acariciarlo. Sus piernas se abrieron un poco más. Podía sentir el calor de su sexo, sentía los labios mojados de su coño caliente. Carmen gruñía y se contoneaba, ansiosa, esperando que su adorado hijo le diera una buena follada como el semental que era. Débora se recuperó y se sentó al lado de su adorado padre. La situación la superaba, ella siendo usada como una vulgar puta por su adorado hijo ante la mirada de su amado marido con su polla en su mano y su adorada hija, pellizcándose los pezones. Puro morbo y excitación. Federico, al ver como su hijo enfilaba su dura polla hacia el coño de su madre, estaba totalmente excitado. Débora había comenzado a masturbare suavemente mientras se pellizcaba los pezones. Federico los miraba.

Román: Dile a tu marido lo que te hace tu amo, perra – le ordenó mientras la azotaba.

Carmen: Mi amo me azota – gimió ansiosa – Mi amo me restriega su pollón por mi coño y mi culo.

Román: ¿Te gusta? – dijo azotándola – Dile a tu marido lo que quieres – le ordenó.

Carmen: ¡Quiero que mi amo me folle bien follada! – gimió mirando a su marido con lujuria, morbosa, caliente.

Débora: ¡Pídelo!

Carmen: ¡Amo, demuestre a mi marido como se folla a una puta como yo! – imploró mirando a su hijo a los ojos - ¡Hágame completamente suya! ¡Sácieme!

Román, haciendo caso a la súplica de su madre, cogió su polla y la dirigió a su húmeda raja. De un empellón violento, empujó y vio como su polla se perdía sin remisión en el interior de su caliente vagina aprisionada entre aquellos labios vaginales.

Carmen: ¡Oh sí, me la ha metido, mi amo me ha metido la polla en mi coño, sí, sí, hágame suya, sí, fólleme! – berreaba loca de placer.

Federico agarró con más fuerza su ya dura polla ante la visión de su mujer penetrada salvajemente por su hijo y a ella gozándolo como una puta, pidiendo más. Débora se desnudó por completo de nuevo. Román comenzó a follar salvajemente a su madre mientras le pellizcaba con violencia un pezón y la tiraba del pelo hacia atrás, profundizando sus estocadas.

Román: Puedes correrte, puta – dijo apiadándose de su madre.

Carmen: ¡Oh sí, me corro, me encanta ser tu puta, sí, no pares de usarme, amo, sí, sí, sí! – berreaba.

Madre e hijo comenzaron a follar con lujuria frente a padre e hija, que miraban morbosos la escena maternofilial que ambos le daban, cada vez más cachondos. Luego de unos minutos, Débora se apiadó de su padre y decidió ayudarle.

Débora: ¡Necesitas los cuidados de tu hija! – dijo colocándose frente a Federico sentada en el suelo con ambas piernas bien abiertas - ¿Qué le pasa a mi papi? ¿Estás cachondo? ¿Quieres que tu niña te ayude?

Débora subió sus piernas y agarró con la suela de ambos pies la dura polla de su padre, obligándole a quitar su mano y empezó a pajearle lenta y suavemente. Federico comenzó a gemir, mirando como su adorada y preciosa hija le miraba con morbo mientras no dejaba de mover sensualmente sus pies en su polla. Román seguía follándose salvajemente a su madre, que ya había perdido la cuenta de cuantos orgasmos llevaba, pero quería más. Román comenzó a azotar duramente a su madre mientras sin dejar de follarla el coño, metía varios dedos en su ojete. Carmen se derretía y sus orgasmos cada vez eran más intensos, cosa que su adorado hijo y semental lo notó. Pasados unos minutos de intensa follada a su madre y viendo cómo su padre aguantaba la paja de pies que le hacía su amada hermana, Román decidió dar un premio a su madre, un premio que sabía llevaba esperando desde que su padre cayó en coma. Se salió de su madre y la azotó duramente.

Román: Puta, creo que tu marido se merece follar ese coño hambriento que tienes – dijo apartándose de ella.

Tanto su padre, como su madre le miraron sorprendidos y cariñosos. Débora le sonrió enamorada por ese gesto y sin más se separó de su padre y agarrando la dura polla de su hermano, la engulló mientras le miraba con devoción y amor, haciéndole gemir por la sorpresa. Carmen miró a su marido con auténtica lujuria y deseo y como una tigresa hambrienta se dirigió hacia su amado, se sentó a horcajadas de él y se ensartó su polla violentamente en su empapado coño, produciéndole un placer enorme jamás sentido. Federico le mordió un pezón con dureza bebiendo algo de la leche materna que emanaba de él y haciéndola correrse a Carmen.

Federico: ¡Cuánto tiempo deseando hacerte mía, gatita! – gimió mientras sus manos se apoderaban de su culo.

Carmen: ¡El mismo que yo deseaba que mi hombre me hiciera suya, amor! – berreó loca de placer comenzando a cabalgarle con furia.

Ambos comenzaron una intensa follada, los gritos de placer de Carmen se oían por toda la casa. Débora se tragaba entera y lentamente la polla de su amado hermano hasta la garganta y la dejaba ahí incrustada unos segundos para volverla a sacar lenta y sensualmente, sin dejar de mirarle al mismo tiempo que él le acariciaba la cabeza, cachondo, y ella volvía a incrustársela de nuevo. Federico estaba feliz, ¡por fin volvía a follarse a su mujer! Cuanto lo había echado de menos, cuanto lo había extrañado, sentir a su mujer deshacerse de placer en sus brazos. Carmen no dejaba de besar a su amado marido, por toda la cara, el cuello, la boca, jugaban con sus lenguas mientras las manos de su amado Federico no se movían de su culo, apretándolo, agarrándolo, sujetándolo mientras veía sus enormes tetas, esas que tanto le gustaban, botar frente a sus narices. Carmen no pudo evitarlo ni quiso hacerlo, se corrió con la polla de su amado marido dentro de su coño, berreando de placer.

Carmen: ¡Oh sí, sí, por fin me corro con tu polla, amor, sí, como lo echaba de menos, sí! - berreaba.

Tan absorto estaba el matrimonio que no escucharon a los bebés llorar, no como Débora, quien con desgana se sacó la polla de su hermano de la boca y disculpándose con él con un beso, se vistió y salió en busca de los niños que encontró llorando de hambre en sus cunas. Por suerte, su producción de leche, así como la de su madre, aumentaba cuando estaban excitadas así que aprovechó para alimentarlos a ambos. Mientras, en la habitación, Román observaba pajeándose despacio el espectáculo que jamás pensó en ver, a sus padres follando. Miraba hipnotizado como su madre, cual experta amazona, cabalgaba a su padre con frenesí, encadenando orgasmos, sin dejar de besarlo y decirle cuanto lo amaba. Con el paso de los minutos se dio cuenta de que la erección de su padre iba menguando, aunque conseguía quedarse dentro de su mujer, por eso, aprovechando su estado de erección, decidió ayudarlo a sabiendas de lo que le gustaba ver a su mujer con otro hombre, con él. Se dirigió a su madre y miró a su padre.

Román: Sujétala, que esta puta nos va a suplicar que paremos – dijo agarrando su erección.

Federico captó lo que iba a hacer su hijo y sintió tanto morbo que recuperó su erección de inmediato. Carmen estaba absorta en las sensaciones que apenas se dio cuenta cuando su hijo se colocó detrás de ella. Román, aprovechando que su padre separaba los cachetes del culo de su madre, enfilo su polla a su ojete, atravesándolo lenta y profundamente. Carmen, al sentir como su hijo invadía su entrada trasera frente a su amado marido sintió mucho morbo y placer, se corrió al estar completamente penetrada por ambos, su primera doble penetración.

Carmen: ¡Oh sí, me matáis, sí, sí! – berreaba sin control - ¡Me duele, me arde, pero me encanta! – gimió - ¡Folladme, follad a vuestra puta! – berreó sintiendo sus dos pollas en su interior.

Padre e hijo comenzaron a moverse, acompasadamente. Carmen sentía como sus pollas se rozaban en su interior, solo separadas por una fina capa de piel.  Aquello fue demasiado para Carmen, que presa de un placer enorme, se corrió como loca, sonoramente, berreando y gritando mientras convulsionaba con los ojos en blanco.

Carmen: ¡Oh sí, sí, sí, me encanta, sí, oh dios, sí, sí, no paréis, sí! – berreaba de placer.

Haciendo el galope cada vez más desenfrenado, Román acuchillaba el culo de su madre con morbo y ansia mientras le agarraba las tetas y las ponía en la boca de su padre, quién comía con ansia sus tetas y tragaba con gula y morbo la leche materna que salía de ellos. Carmen se sentía plena, pletórica, siendo usada por sus dos hombres como una vulgar puta, un depósito de semen. Gritaba e imploraba que no pararan nunca. Unos minutos después y mientras Débora seguía cuidando a los bebés, Federico les pidió que pararan.

Federico: Por favor, parad – gimió.

Carmen frenó en seco sus movimientos y Román miraba a su padre temiendo haberse pasado. Él los miró cuando su hijo se salió del culo de su madre y su mujer se levantó.

Federico: Quiero ver como montas a tu hijo en la cama mientras te follo lo que nunca me has querido dar, tu culo – dijo mirando intensamente a su mujer – Quiero que tu hijo te vuelva a preñar las veces que quiera, pero ser yo quien se folle tu culo.

Román: Ya has oído a tu marido, puta, ven a cabalgar a tu dueño – dijo tumbándose en la cama con su polla izada cual bandera.

Carmen: Como mi amo ordene – gimió con anticipación.

Sin más, Carmen se dirigió a su hijo y se colocó a horcajadas de él para incrustarse sin ningún miramiento su polla en su coño gimiendo de placer. Federico siguió a su mujer y le insertó su polla en su ojete ya abierto, provocándole a Carmen un largo gemido de placer al volver a sentirse doblemente penetrada. Carmen se quedó quieta. Padre e hijo se movían acompasadamente mientras Federico azotaba a su mujer y Román no dejaba de comerle las tetas a su madre. Ambos aumentaban poco a poco el ritmo, hasta que, minutos después, ambos se follaban a Carmen como auténticos salvajes mientras la pobre Carmen recibía los pollazos de sus hombres con placer, morbo y lujuria, haciendo que encadenara un orgasmo con el siguiente, sin descanso. Ni el padre ni el hijo dieron tregua a la pobre Carmen. Federico disfrutaba explorando el culo de su mujer por primera vez.

Carmen: ¡Oh sí, me siento llena, sí, soy una puta, llena de pollas, sí, sí, sí, me encanta! – berreaba con los ojos en blanco - ¡Folladme, folladme hasta me llenéis de leche, quiero sentir como me rebosa! ¡Quiero morirme de gusto!

A decir verdad, no hizo falta que ninguno de los dos fallase a Carmen. Federico podía sentir como el culo de su mujer le apretaba cada vez que la polla de Román se hundía en su caliente coño. Carmen respiraba entrecortadamente en un mar de gemidos disfrutando la sensación de sentirse totalmente llena por sus hombres. Compaginar los movimientos de los tres era difícil y varias veces la polla de Román se escapó del caliente coño materno cuando fue él quien quiso marcar el ritmo. Este inconveniente lo resolvían parando por unos momentos en los que Carmen tomaba rápidamente el miembro díscolo de su hijo para volver a llevarlo al agujero adecuado. Finalmente, y sin alternar palabra llegaron a un acuerdo tácito por el que los tres se alternaban para llevar el ritmo. Cuando era Federico quien follaba el culo de su mujer, Román aguantaba la posición, y viceversa. De esta forma consiguieron mantener sus pollas enterradas dentro de Carmen sin mayor contratiempo y solo cuando era ella la que marcaba el ritmo sus pollas entraban y salían a un mismo tiempo. Débora llegó a la habitación en ese momento y lo que vio le puso tan cachonda y morbosa que decidió ayudarles a correrse. Se dirigió a su padre y sin pedir permiso le besó mientras metía un dedo en su culo.

Federico: ¡Que me haces! – gimió sorprendido.

Débora: Ayudarte para que le des a mamá toda tu leche – dijo antes de guiñarle un ojo y colocarse detrás para sustituir su dedo por su lengua.

Federico aumentó el ritmo de sus embestidas al sentir el mayor placer que había sentido nunca, tener a su mujer ensartada por el culo mientras su adorada hija le comía su culo era extremadamente morboso. Sus gemidos se entremezclaban sin que ninguno intentara ahogarlos en ningún momento. Federico follaba a su mujer al más puro estilo canino y a toda velocidad, Román también se aplicaba en lo que a velocidad se refiere mientras que Carmen tenía un estilo más lento pero profundo. Tras unos minutos de intensa follada, no aguantaron más para correrse.

Román: ¡Me voy a correr mamá, oh sí, me corro puta! - gemía.

Federico: ¡Oh sí, me corro, me corro, toma mi leche, puta! – gimió.

Carmen: ¡Si correros en vuestra puta, lléname el coño de leche, amo, préñeme, llénamelo que me corro yo también, sí! – gimió - ¡Sí te siento amor, siento como me inundas los intestinos con tu rica leche, sí, me corro me corro yo también!

Padre e hijo no aguantaron más y se corrieron como obsesos en el fondo del culo y coño de Carmen mientras la azotaban, la mordían los pezones violentamente y Débora no dejaba de comerle el culo a su padre. Carmen, al sentir como sus dos hombres la llenaban de semen sus conductos, y del morbo que sintió de que su adorado hijo y semental la preñara con el consentimiento de su amado marido, se corrió convulsionando de placer con los ojos en blanco y berreando como loca. Unos segundos después, Carmen se dejó caer encima de su hijo, exhausta, que la abrazó tiernamente, y Federico se quitó de encima tan pronto su hija se puso de pie en la habitación mirándolos sonrientes, y se tumbó en la cama. Al verlo, su amada mujer se tumbó encima suya, amorosa. Román fue el encargado de romper el hielo tras unos minutos de silencio.

Román: ¿Cómo estáis, papá, mamá? – dijo serio.

Federico: ¡Feliz! – dijo sonriente y susurrante – Por fin he podido tener sexo con mi amada mujer – dijo acurrucándola contra él – Y ha sido el sexo más morboso de mi vida, no solo verla follada por ti, sino que mi propia hija me ha pajeado y comido el culo – enumeró sin perder la sonrisa - ¡Alucinante!

Carmen: Sinceramente, soy tremendamente feliz en este momento, no os podéis llegar a imaginar lo que esto significa para mí – dijo con la mano en su pecho, emocionada.

Román: ¿A qué te refieres? – dijo algo sorprendido, no sabía que hacer un trio con su marido y su hijo era una fantasía de su madre.

Carmen: No es lo que estás pensando, aunque no puedo negar que me ha encantado – dijo divertida y pícara – Me refiero a que estoy feliz porque por fin, mi amado marido, el hombre de mi vida, me ha vuelto a hacer suya y esta vez completamente, le he cumplido su fantasía de follarme el culo, te amo – dijo mirándole embelesada y enamorada.

Federico: Y yo a ti, mi amor – dijo besándola con amor.

Carmen: Y también estoy feliz por ver en el maravilloso hombre que te has convertido – dijo acariciando la cara de su hijo con ternura – Aunque te de morbo, no haces nada conmigo sin tener el beneplácito de tu padre, nos respetas, no quieres hacer nada sin nuestro consentimiento, eso demuestra que eres un gran hombre, no solo cumples la fantasía de tu padre, sino que haces que me vuelva a hacer suya después de tanto tiempo – dijo emocionada – No cambies nunca, cariño – dijo besándole suavemente los labios.

Federico: Totalmente de acuerdo – dijo sonriente y orgulloso.

Carmen: Quiero que sepas, que esta tarde me he ofrecido a ti como sumisa a petición de tu padre, porque quería que me hiciera suya, pero desde este mismo momento, me entrego a ti, como tu puta, tu esclava, tu sumisa, y la madre de los hijos que desees tener conmigo – dijo seria y arrodillándose delante de su hijo en el suelo – Mi amo, mi dueño, mi señor, mi semental, mi amado hijo – dijo emocionada mirando al suelo.

Román se quedó sin palabras, se había esperado cualquier reacción por parte de su madre por el trato tan vejatorio y humillante, pero no esa felicidad y esa emoción por como él se había portado. Tardó en contestar y más cuando intentó levantar a su madre del suelo sin resultado. Débora salió en su auxilio, enamorada y morbosa.

Débora: Amor, mamá no se levantará hasta que su dueño le dé permiso – dijo elocuentemente mirándole sonriente.

Román: ¿Tú qué opinas? – dijo serio.

Débora: Opino como mamá, siempre antepones lo que sentimos los demás a tus deseos, eres así, y me encanta, me enamora más de ti cada día – dijo embelesada – No estoy celosa de mamá si es lo que te refieres – dijo divertida – Me da morbo – confesó sin pizca de arrepentimiento – Me encanta ver cómo te la follas delante de mí – dijo besándole amorosa - ¡Pero solo con mamá! – añadió - ¡No pienso tolerar ver a cualquier zorra de la calle acercarse a menos de 10 metros de mi hombre! – le amenazó celosa, sabiendo que muchas chicas lo rondaban.

Román: No lo haré – dijo divertido por sus celos – Solo tengo una mujer – dijo besándola – Y una puta – dijo mirando a su madre – Levántate, puta y limpia las sábanas, las has dejado echas un asco de tanta corrida – dijo serio.

Carmen: ¡Sí, amo, enseguida! – dijo levantándose con una alegría inmensa al aceptarla su hijo.

Carmen se abrazó a su marido, sonrientes, antes de que saliera despavorida a por un juego de sábanas nuevo y se levantaran los demás para asearse. Cuando volvieron, las sábanas con los restos de heces, semen y flujos ya no estaban y Carmen estaba sentada en la cama. Federico, al ver que sus hijos se iban con los bebés, se despidió.

Federico: Hijos – llamó – quiero pediros perdón por como me tome al principio lo vuestro, no lo esperaba y fue difícil de digerir – dijo serio – Me alegra que dos personas tan maravillosas como vosotras hayan encontrado a su media naranja en la otra – dijo sonriendo tierno – Tenéis mi bendición, ser muy felices y darme muchos nietos – dijo antes de abrazarlos y echarlos de la habitación – Y no hagáis mucho ruido, quiero pasar tiempo de calidad con mi amada mujer – dijo contento cerrándole la puerta en las narices.

Ambos hermanos negaron divertidos y se miraron contentos. Se besaron con amor y se dirigieron a su habitación a cuidar a los bebés y a dormir lo que les dejaran.