Familia compenetrada V
Sigue la historia
El tratamiento seguía su curso, pues aún sin dar a luz, los médicos consiguieron extraer el ADN necesario de los bebés de madre e hija y Federico mejoraba cada día más, pero aún no despertaba. Los médicos eran muy optimistas, debido no solo a la mejora de salud de Federico, sino también a que empezó a ganar peso y a aceptar ciertos alimentos. La vida familiar seguía igual, pero todo cambió a mediados de verano. Tras largos meses de tratamiento, Federico se encontraba en la habitación del hospital, aún en coma, pero empezó a dar signos de vida en presencia de su familia. Carmen estaba sentada al lado de la cama de su amado marido mientras le agarraba de la mano y le contaba como iba la vida de sus hijos y la suya mientras ellos los miraban cogidos de la mano en los pies de la cama, de pie.
Carmen: Amor, los niños ya son tan niños, Débora ya es mamá de un precioso niño, llamado Manuel – informó – Se parece a ti – dijo llorosa y tierna – Lo tienen en la incubadora debido a qué nació antes de tiempo, pero esta bien, está sano – informó mientras le besaba la mano y se acariciaba su ya muy incipiente barriga de 8 meses de embarazo.
En ese momento, Federico hizo algo que hasta ahora no había hecho: dar señales de vida. Como si fuera un martillo neumático y alguien hubiera accionado el botón, los dedos de su mano se cerraron, cogiendo y apretando suavemente la mano de su mujer mientras una lágrima caía de sus ojos cerrados. Carmen se quedó unos segundos sorprendida ante lo que ocurría, pero reaccionó.
Carmen: ¡Un médico! ¡Un médico! ¡Rápido! – gritó mientras no se separaba de su marido y le devolvía emocionada el apretón.
Sus hijos, raudos fueron a buscar a las enfermeras y a los médicos allí presentes. Cuando llegaron los médicos, los sacaron a todos de la habitación. La familia esperaba ansiosa fuera, en el pasillo, sin recibir noticias, viendo cómo los médicos pasaban a la habitación y salían de ella sin recibir ninguna respuesta. Al cabo de unas horas, su angustia desapareció, pues el médico los hizo pasar a la habitación, dónde se encontraba Federico, en calma, cómo siempre.
Carmen: Dígame, ¿qué le pasa a mi marido? – dijo angustiada.
Doctor: No se preocupe, es una reacción normal – dijo serio.
Débora: ¿A qué se refiere? – dijo curiosa.
Doctor: Veréis, cómo ya sabéis, Federico se encuentra en coma, ¿verdad? – dijo para que lo entendieran – Lo que ocurre es que, después de tanto tiempo sin que su cerebro funcionara correctamente, el paciente está volviendo en sí y es un proceso difícil y hay que tener paciencia – explicó – Lo que acaba de pasar es que su cerebro está absorbiendo poco a poco unos coágulos internos provocados por la falta de riego y que hasta ahora impedían movimientos en su cuerpo – explicó – A partir de ahora, su cuerpo comenzará a responder según esos coágulos vayan desapareciendo. Lo único que pueden hacer por él es hablarle, cuéntenle cosas que conozca, estamos seguros de que puede reaccionar mejor, ya hay rastro de actividad cerebral.
Carmen: Gracias, doctor, así lo haremos – dijo más emocionada al saber que su amado marido se recuperaba, aunque triste porque deseaba en su interior que despertara ya.
El doctor salió de la habitación, dejando a la familia emocionada. ¡Por fin veían la luz al final del túnel! Carmen no se separaba desde entonces de su marido. Débora y Román seguían con su rutina, que ahora además contaba con el cuidado de su hijo. Pero algo cambió a partir de entonces. Román se enamoró de su hermana sin darse cuenta. Su felicidad dependía de su hermana. Débora no se dio cuenta de los sentimientos de su hermano. Es cierto que lo notaba más atento, más protector, más cariñoso, pero pensaba que se debía a su hijo y no a ella. La qué si se dio cuenta fue Carmen. Se dio cuenta de que los sentimientos de su hijo habían cambiado, y no solo por sus actos, sino porque tenía la misma mirada con la que siempre la miraba su amado marido. Por eso un día, mientras estaban solos en la habitación después de dar a luz a una preciosa niña a la que llamaron Natalia, lo encaró. Débora estaba con su padre, cuidándolo. Carmen estaba recuperándose de las labores del parto en la habitación junto a su hijo.
Carmen: Sé lo que te pasa – dijo tierna.
Román: ¿Pasarme de qué? – dijo mirando nervioso a su madre.
Carmen: ¿Qué sientes por tu hermana? – dijo seria – Dime la verdad.
Román: No lo sé – dijo nervioso.
Carmen: Sí lo sabes, lo que pasa que no te has dado cuenta, o no quieres hacerlo – dijo seria.
Román: ¿De qué? – dijo medio nervioso, medio asustado.
Carmen: Estás enamorado de Débora, de tu hermana – dijo seria.
Román: ¿Por qué piensas eso? – dijo mirando nervioso a su madre.
Carmen: Cielo, te olvidas de que te pareces demasiado a tu padre – dijo tierna – La miras igual que tu padre lleva más de veinte años mirándome a mí.
Román no aguantó más y se derrumbó, se puso a llorar abrazado a su madre como si fuera un niño de cinco años, asustado. Carmen abrazó a su hijo con ternura, lo conocía bien. Dejó que se desahogara sin decir nada, solo abrazándole y dándole apoyo.
Carmen: Tranquilo, cariño – dijo tierna.
Román: No sé cómo ha pasado – dijo separándose de ella – La amo, mamá, amo a mi hermana como mujer – dijo desesperado – Amo su sonrisa cuando le guiño un ojo, amo su mirada cuando se despierta, amo esos ojos que me derriten cada vez que me miran. No concibo mi vida sin ella.
Carmen: Lo sé y te entiendo, a mí me pasa lo mismo con tu padre, pero lo vuestro no puede ser – dijo seria.
Román: ¿Por qué? – dijo mirando serio a su madre.
Carmen: Ella es tu hermana, cariño, la sociedad en la que vivimos no permite ese tipo de relaciones – dijo seria.
Román: Pues bien, que dejaste que me la follara para embarazarla - dijo cabreado.
Carmen: Eso fue diferente – dijo seria – Necesitábamos embarazarnos de ti para curar a tu padre, fue un caso de fuerza mayor.
Román: Lo sé – dijo hundido – No quiero perderla.
Carmen: No la vas a perder, cariño – dijo tierna – Siempre será tu hermana y siempre te querrá, pero tienes que dejar de acercarte a tu hermana, debes dejarla que haga su vida. Es joven, conocerá algún día al amor de su vida y se merece ser feliz.
Román: ¿Y yo no? – dijo encarándose a su madre.
Carmen: Tú también, cariño – dijo tierna – Pero con una chica de fuera de la casa, una chica que se enamore de ti y te haga feliz.
Román se abrazó de nuevo a su madre sabedor de que tenía razón. Lloró desconsoladamente. Una vez repuesto, se sentó al lado de su madre mirando a su hija.
Carmen: Nos ha salido preciosa – dijo tierna.
Román: Se parece mucho a ti – dijo sonriente a su madre.
Carmen: Gracias, tesoro – dijo tierna – Cielo, te propongo algo.
Román: ¿El qué? – dijo mirando a su madre.
Carmen: Sé que no es lo mismo, pero mientras te vuelves a enamorar de alguien, si quieres, puedes seguir teniendo seo conmigo – dijo seria agarrando su mano.
Román: ¿Quieres seguir? – dijo sorprendido.
Carmen: No te voy a negar que me da mucho morbo hacerlo contigo y que me uses como una puta – dijo algo sonrojada – Eres mi hijo, te quiero ayudar, y si con mi cuerpo te sirvo más de ayuda que con mis palabras o acciones, pues lo hago – dijo acariciando su cara con ternura.
Román: Está bien, mamá, lo intentaré – dijo sereno – Me olvidaré de Débora y si necesito estar con ella, te usaré a ti.
Carmen: De acuerdo, cariño – dijo besando su mano tiernamente.
Román salió de la habitación de su madre decidido, pero triste. Desde ese mismo día, evitó quedarse a solar con Débora y solo coincidían para cuidar al bebé. Débora se dio cuenta de qué algo pasaba, pero en contra de la realidad, ella pensaba que su hermano había encontrado a otra chica. Eso la puso muy celosa y se dio cuenta de qué ella quería ser esa chica, ella quería que su hermano se enamorara de ella y eso le asustó. Le asustó porque se dio cuenta de que ella estaba locamente enamorada de su hermano. Desde ese momento ella intentaba seducirlo, intentaba quedarse a solas con él con cualquier excusa, pero él se evadía astutamente. Carmen también se dio cuenta del comportamiento de su hija y pensando que el tema era muy serio, aprovechó que Román se quedaba en casa con los bebés y que Débora la acompañaba con Federico para abordar el tema.
Carmen: Cariño, ¿te puedo hacer una pregunta? – dijo seria.
Débora: Claro, dime – dijo mirando a su padre.
Carmen: ¿Estás enamorada de tu hermano? – dijo seria.
Débora: ¿Qué? – dijo nerviosa - ¿De dónde sacas eso?
Carmen: Te he visto, he visto como lo buscas, cómo le miras – dijo seria.
Débora: Yo no… - dijo nerviosa.
Carmen: Te he hecho una pregunta y siempre nos hemos contado todo, cariño, no rompas la racha – dijo seria.
Débora: Yo… sí mamá, estoy enamorada de Román, como una tonta – dijo llorando, abrazándose a su madre.
Carmen: Pero ¿cómo? – dijo seria.
Débora: No lo sé mamá, simplemente me enamoré – dijo separándose sin dejar de llorar – Me enamoré de cómo me cuida, de cómo me mima, de cómo me protege cuando se burlan de mí en la calle o me insultan, de cómo me mira, me pierdo en su mirada, es cómo si todo desapareciera.
Carmen: Pero cariño… – dijo seria.
Débora: Sé lo que me vas a decir – dijo limpiándose las lágrimas – Que me olvide de él, que es mi hermano y todo eso, pero no puedo mamá, no concibo mi vida sin él – dijo volviendo a llorar amargamente.
Carmen no sabía que hacer, solo abrazó a su hija contra ella, fuertemente. Esta situación la superaba. Después de un rato en el que Débora no dejaba de llorar desconsoladamente y ella no dejaba de ver a su marido pidiéndole ayuda, la situación se tranquilizó.
Débora: Pero puedes estar tranquila – dijo mirando a su padre limpiándose las lágrimas.
Carmen: ¿Por qué? – dijo seria.
Débora: Porque tiene a otra – dijo celosa – El muy cretino ya tiene a otra – se moría de celos al pensarlo, pero no culpaba a la hipotética muchacha, su hermano lo valía.
Carmen: ¿Por qué lo dices? – dijo nerviosa.
Débora: Me evita, desde que nació Manuel, el ya ni se me acerca – dijo lagrimeando – Se ha buscado a otra.
Carmen: Cariño, estás equivocada – dijo seria y nerviosa, mirando a su marido.
Débora: ¿Cómo lo sabes? – dijo celosa.
Carmen: Porque esa chica que tú dices, soy yo – dijo seria y decidida.
Débora: ¿Qué? No quiere tenerme cerca, ni rozarme, porque quiere venir a follarte a ti – dijo muerta de celos.
Carmen: No, él viene a mí para evitar hacerte suya, porque también se a enamorado de ti – dijo seria.
Débora: ¿Qué? – dijo mirando a su madre esperanzada.
Carmen: Lo que has oído – dijo seria – Román, tu hermano, mi hijo, está enamorado de ti, él mismo me lo confesó cuando nació Natalia.
Débora: ¡Sí! – dijo contenta - Pero ¿por qué no se me acerca? ¿Por qué me huye? – dijo desesperada.
Carmen: Yo se lo pedí, pensando que tú solo lo veías como tu hermano – dijo seria.
Débora: Desde que me quedé embarazada, me di cuenta de que lo que siento por él es mucho más profundo que amor de hermanos, – confesó.
Carmen: No lo sabía – dijo seria – Yo le pedí que te diera tu espacio, que te olvidara, que te dejara ser feliz con el amor de tu vida cuando este apareciera – dijo seria.
Débora: Él es el amor de mi vida, mamá – aseguró – Lo amo, lo amo.
Carmen: Vale, vale, me ha quedado claro – dijo sonriente, sus hijos podrían ser felices juntos, Román dejaría de ser un alma en pena.
Débora: Entonces, siempre que se desaparece, ¿viene aquí para follarte? – dijo medio celosa, medio morbosa.
Carmen: No cariño, aún no puedo tener seo, solo viene para hablar conmigo y distraerse de las ganas que tiene de abrazarte, de besarte, de hacerte suya – dijo imitando a su hijo.
Débora: ¡Mamá! – dijo contenta – Pero algo habréis hecho y no digas que no – dijo morbosa.
Carmen: Solo pajas, mamadas o cubanas, para que se relaje – dijo pícara – Ya sabes que no puedo evitarlo, me da morbo aliviarle la calentura, aunque se la pongas tú.
Débora: Entonces, ¿qué hago? – dijo mirando a su madre.
Carmen: Mira cariño, yo como madre, solo quiero veros feliz – dijo seria – Sé que tu padre piensa igual que yo, y que cuando despierte, aunque le cueste al principio, lo va a entender, así que, deberías decirle lo que sientes.
Débora: ¿Cómo? – dijo nerviosa – Me huye, mamá.
Entonces, madre e hija empezaron a urdir un plan. Carmen reservó a nombre de sus hijos un restaurante para una cena romántica y una habitación de hotel mientras ella se encargaba de cuidar a los pequeños en su casa. Carmen le pidió a Román de favor que llevar a su hermana a un restaurante, que tenía una cena, pero le pidió que se vistiera elegante, por si él tenía que quedarse con su hermana a acompañarla.
Carmen: Es un restaurante costoso, si a tu hermana la dejan plantada, aprovecháis la cena – dijo seria.
Contrariado, celoso y amargado, accedió, debía ser buen hermano, se repitió en su cabeza. Román se sentía nervioso. Iba a acompañar a una cena su hermana Débora para que cenase con otro, nunca se imaginó en esa situación. Iba junto a su hermana por la calle, separados, sin hablar, sin tocarse, ambos iban nerviosos. Débora iba vestida con un vestido verde, corto que resaltaba su figura, junto con unos zapatos de tacón bajo de color más claros, y no llevaba maquillaje, cómo le gustaba a su hermano. Una vez en el restaurante, se sentó en una mesa Débora y Román esperó en la puerta hasta que se decidió la muchacha y, agarrándolo de la mano, lo llevó a la mesa. Los camareros los miraban divertidos. Durante toda la cena estuvieron callados. De vez en cuando sus miradas se encontraban, pero él rehuía la mirada. Débora estaba cansándose de jugar al escondite con él, quería besarlo, quería abrazarlo.
Débora: ¿Te encuentras bien? – dijo seria.
Román: Sí, claro – mintió - ¿Y tú?
Débora: Mientes de pena, amor – dijo riendo y sorprendiendo a su hermano por la forma en el que le llamó - ¿Por qué me huyes?
Román: No te huyo, ¿de dónde sacas eso? – dijo nervioso.
Débora: A que me huyes, no quieres estar conmigo en la misma habitación a solas y solo lo haces si hay más gente o es por el niño – dijo seria – Yo quiero a mi hombre conmigo – le cogió la mano tierna.
Román: Yo no soy tu hombre – dijo nervioso, apartando la mano.
Débora: Sí lo eres, eres el padre de mi hijo, el hombre de mi vida, el amor de mi vida, mi hombre – dijo sonriéndole amorosa.
Román: ¿Qué? – dijo nervioso – Deja el vino, ya te afecta – rio nervioso – Voy al baño – dijo huyendo.
Román salió huyendo de allí. No entendía nada. Su hermana había quedado con otro y le decía esas cosas a él. Se lavó la cara con agua para aclarar las ideas. Débora, no esperó y salió tras su hermano, entró al baño y cerró la puerta con seguro.
Román: ¿Qué haces? – se sobresaltó.
Débora: Perdón por esto, amor, pero no aguanto más – dijo antes de besarle con ardor.
Román: Para, para – dijo intentando apartarla, pero era imposible.
Débora: ¡Amor! Necesito sentirte, ser tuya – dijo agarrando su polla por encima del pantalón mientras se restregaba con él.
Débora no dejó pensar a su hermano, sabía lo que pasaba por su cabeza y, aunque estaba equivocado, no quería que saliera huyendo. Sin dejar de mirarle a los ojos para provocarlo, empezó a agarrar su polla por encima del pantalón mientras le desabrochaba el botón y le bajaba la cremallera rauda. Román intentaba resistirse, pero sabía que con su amada hermana era imposible, le ponía demasiado, la deseaba demasiado. Débora sacó la polla erecta de su hermano y, tras mirarle traviesa, le dio un lametón de abajo a arriba, empezando por los testículos. Débora empezó a lamer toda la extensión de carne de su hermano hasta que, tras ensalivarla toda, se metió la cabeza de la polla de su hermano y comenzó a engullir su polla hasta la garganta, entera, al principio de forma torpe, para después sacarla y repetir la acción. Román no le quitaba los ojos de encima mientras ella cada vez engullía con más ansia la polla de su hermano cada vez con mayor brío mientras comenzaba a acariciarle los testículos como a él le encantaba que le hiciera. Román no aguantó más la excitación y se dejó llevar.
Román: ¡Oh sí, me encanta como me comes la polla, putita! – gimió.
Débora seguía con la mamada que le daba a Román cuando de repente sintió la presión que le hacía Román a su cabeza, como la sujetaba, y supo que estaba muy caliente. Román, agarró de la cabeza a Débora para, sin preámbulo, empezar a follarle la boca, haciendo que su hermana se calentara más. Débora amaba que su hermano la usara como una vulgar puta, por eso se dejaba follar la boca encantada y cachonda perdida por su amado hermano. Román estuvo follándole la boca a Débora unos pocos minutos, al mismo tiempo que Débora se masturbaba con frenesí por debajo del vestido mientras recibía en su garganta la verga de su hermano, cuando Román le dijo que no tardaría en correrse.
Román: ¡Me encanta follarte esa boquita! – gimió - ¡Me voy a correr!
Débora: ¡Córrete en mi boca, dame toda tu leche en mi boquita! – gimió sacando la polla de su hermano de la boca unos segundos antes de engullirla con más ansia.
Román: ¡Oh sí, eso quieres, eso tendrás, oh sí, me corro, toma mi leche en tu boca, oh sí! – gimió mientras le agarraba la cabeza a su hermana con una mano y la otra le pellizcaba rudamente su pezón.
Román se corrió como un animal en la boca de su hermana, que recibía entre gemidos de placer la descarga de leche de su hermano, uniéndose a él tras sentir la ruda caricia en su pezón en un orgasmo. Luego de terminar de correrse, su hermana como de costumbre, le enseñaba toda su corrida en su boca para luego tragársela con gula ante su mirada.
Débora: ¿Te ha gustado, amor? – dijo cogiendo aire - ¡Hacía tiempo que no usabas mi boquita para descargar tu rica leche!
Román: ¿A qué viene esto? – dijo cabreado - ¡Has quedado con otro, y cómo ese imbécil te ha dejado tirada te conformas conmigo!
Débora: Eso no es así – dijo lamiéndose los labios – Volvamos a la mesa y te lo explicaré todo, señor celoso – dijo cariñosa mientras le daba un beso en la mejilla.
Débora le cogió de la mano y le arrastró a la mesa. Ambos salieron del baño ante las miradas de todos los presentes en el pasillo del baño, unos mirando divertidos y otros con cara de cabreo. Se sentaron de nuevo en la mesa como si nada hubiera pasado. Débora lo miraba con deseo y amor.
Román: ¿Me vas a explicar qué significa esto? – dijo serio.
Débora: Primero que nada, déjame sacarte de tu primer error – dijo sonriente – Yo no he quedado con nadie aquí, señor celoso, mamá nos ha preparado esta cenita romántica para nosotros - explicó.
Román: ¿Qué? – dijo atónito.
Débora: El otro día digamos que me confesé con mamá, le dije que estoy enamorada de un chico, pero que desde que di a luz ese chico me evita – dijo agarrando sus manos con ternura – y me dijo que ella le había aconsejado que me dejara tranquila, por un pequeño problema moral – dijo divertida.
Román: ¿Qué? – dijo atónito.
Débora: Al parecer, porque somos hermanos – dijo sonriendo – El que él me alejara de su lado me hizo darme cuenta de que yo lo amo con locura, aunque sea mi hermano y mamá me pidió que te diera esta sorpresa, porque ni ella ni yo aguantamos verte tan apagado – dijo tierna – Perdónanos, mi amor.
Román: ¿Hablas en serio? – dijo atónito.
Débora: Completamente en serio, amor – dijo besando su mano derecha – Te amo, quizá desde antes de empezar todo esto, pero me di cuenta cuando me quedé embarazada, y tú empezaste a cuidarme, a mimarme, a amarme – dijo sonriente – Te volviste especial, y eres y serás el único en mi corazón y en mi vida – dijo mirándolo amorosa. No quiero que te vuelvas a separar de mí, nunca – le pidió.
Román: ¿Estás segura? – dijo emocionado y divertido – Puedo ser muy pesado.
Débora: Completamente, no quiero más de un milímetro de separación física entre nosotros, ni tampoco estar más de un día sin verte – dijo besando su mano de nuevo.
Román: Te amo, mi vida – dijo levantándose para besarla apasionadamente.
Román comenzó a besar a su hermana de manera apasionada, amorosa mientras la agarraba de la cintura, atrayéndola, al mismo tiempo que Débora se pegaba al cuerpo de su hermano deseando sentirlo cerca, mientras lo agarraba del cuello como si fuera su salvavidas y le devolvía el beso con la misma o mayor pasión. Todos los comensales allí presentes se giraron a verlos y les aplaudían. Se separaron por falta de aire, pero se quedaron abrazados.
Débora: Vamos a terminar de cenar, amor, que tenemos reservada una habitación de hotel y deseo cumplir una fantasía – dijo traviesa.
Román: ¿Cuál? – dijo divertido.
Débora no contestó, se limitó a separarse de él y a sentarse mientras le miraba traviesa, amorosa y lujuriosa. Román la imitó. Ambos terminaron de cenar mientras conversaban de planes de futuro. Luego se fueron tras pagar la cuenta directos al hotel. Ambos se besaban enamorados, besos apasionados y lujuriosos. No dejaron de besarse en todo el camino. Cuando llegaron, les dieron su habitación y ambos subieron. En el ascensor Román le metió mano debajo del vestido y descubrió que su amada hermana iba sin ropa interior. Se sorprendió y puso más caliente.
Débora: Esto es para que sepas que siempre estoy dispuesta para mi hombre – dijo antes de besarle con ardor.
Débora besó a su hermano con pasión al mismo tiempo que lo empujaba contra la pared del ascensor. Ambos se comían la boca mientras no dejaban de tocarse mutuamente. Débora le acariciaba el pecho mientras él no dejaba de acariciarle las piernas y el culo con frenesí. Se tocaban con sensualidad, con deseo. Cuando se abrió el ascensor se separaron y se dirigieron cogidos de la mano a la habitación. Entraron y nada más cerrar la puerta, de nuevo Débora se abalanzó sobre su amado hermano tirándolo a la cama.
Débora: Amor, creo que te sobra ropa – dijo tocando su polla por encima del calzoncillo con deseo.
Román: No soy al único – dijo metiéndole mano por debajo del vestido y haciéndola gemir.
Ambos se desnudaron mutuamente, sin prisa, saboreando los labios del otro, y tocándose suave y sensualmente todo su cuerpo. Román le acariciaba sus tetas, sus pezones, su culo, su coño mojado. Débora le acariciaba el torso, la polla, los testículos, el culo. Cuando estuvieron desnudos, Román fue el más rápido y comenzó a bajar por el cuerpo de su hermana, lamiendo su cuello, sus hombros, sus labios, para volver a bajar hasta su pecho.
Débora: ¡Me encanta, cariño, no pares, cómeme las tetas! – gemía.
Román comenzó a besar, lamer y morder los pezones y las tetas de su hermana mientras ella gemía de placer. Román se colocó entre sus piernas con su erección rozando su coño. Débora al notarlo empezó a moverse, haciendo del roce de sus sexos una dulce tortura. Román comenzó a bajar desde sus tetas hasta su vientre, lamiéndolo. Román siguió bajando por su vientre hasta llegar a la altura de su coño, pero pasó de largo y bajó a lamerle las piernas. Débora gimió, pero se dejó hacer. Román bajó lamiendo su pierna derecha hasta su pie y, luego de lamerle los dedos sensualmente, se pasó a la otra pierna comenzando el retorno inverso y haciendo gemir aún más a su hermana. Al ver que volvía a subir a su coño y llegaba con su cabeza a nadie muslo, Débora no pudo más.
Débora: ¡Por favor, cómemelo, necesito tu lengua! - gimió.
Román no se hizo de rogar y lamió el coño de su hermana, de arriba abajo y de abajo a arriba, lentamente. Débora se retorció por el contacto de su coño y la lengua de su hermano, gimiendo, agarrando la cabeza de su hermano. Román comenzó a lamerle el coño, al principio en círculos, pero luego volvía a lamerlo de arriba abajo, haciéndola enloquecer.
Débora: ¡Me encanta cómo me lo haces, amor, no pares, que bien usas tu lengua, me matas de placer, oh sí! – gemía.
Román comenzó a tocar las tetas de su hermana al mismo tiempo que no dejaba de comerle el coño, para calentarla más. Débora se dejaba hacer encantada, gimiendo loca de deseo y morbo, mientras Román cada vez se esmeraba más en comer su coño mientras ella le aprisionaba la cabeza contra su coño. A los pocos minutos, Débora se corrió como loca en la boca de su hermano, que le comía el coño con más ansia. Débora aprovechó y hábilmente se dio la vuelta, dejando a Román debajo de ella, se giró colocándose sentada encima de la cara de su hermano, para que le comiera más el coño y engulló de una sola estocada la polla de Román hasta la garganta, comenzando una garganta profunda. Estuvieron así unos minutos, Débora comiéndole la polla a su hermano y dejándosela bien ensalivada mientras él le seguía comiendo el coño con ansia y le acariciaba su culo, en un perfecto 69. Luego de unos instantes, cuando Débora estaba al borde de otro orgasmo, Débora se quitó de encima.
Débora: ¡Quiero cumplir una fantasía, amor! – gemía caliente.
Román: ¿Cuál? – dijo agarrando sus sensibles tetas.
Débora: ¡Quiero que me folles en la ducha! – gemía caliente.
Román: Tus deseos son órdenes – dijo pícaro con esa sonrisa que le encantaba a Débora.
Román besó apasionadamente a su hermana, con ardor, con pasión desenfrenada mientras la agarraba y poniéndose de pie la subió a horcajadas suya al mismo tiempo que él le aferraba bien sus piernas alrededor de su cintura quedando su polla rozando el coño de su hermana. La condujo a la ducha y tras darle al agua caliente, los metió debajo sin dejar de besarse. Débora estaba ansiosa, por lo que aprovechó que él la bajó al suelo para colocarse de espaldas frente a la pared, agarrada con sus manos a la pared de baño y mirándole con deseo.
Débora: ¡No esperes más, amor, métemela! – pidió gimiendo, moviendo su culo, rozando su polla - ¡Quiero que me empales con tu polla y me revientes a pollazos!
Román: ¡Tus deseos son órdenes para mí, nena! – gimió agarrando su cadera.
Román le metió de una firme estocada, lenta y profunda, su polla en su coño, sintiendo como todos sus pliegues se abrían al paso de su polla. Débora, gritó al sentirse de nuevo llena por su amado.
Débora: ¡Me encanta! – gimió – ¡No pares!
Román: ¡Te voy a dejar sin poder sentarte en un mes, putita mía! – gimió empezando un fuerte y violento galope.
Román empezó a follarse a su hermana con furia, con violencia, usando su polla como estoque, acuchillando sin piedad su húmedo y caliente coño, sin descanso, como un animal en celo. Débora se dejaba hacer, le encantaba la sensación de sentirse usada por su hermano, por su hombre.
Débora: ¡Me vuelves loca, sí, me encanta, sí, no pares! – pidió berreando de placer - ¡Oh sí, amor, no pares, dame más, oh sí, quiero más, me matas, no pares, sí, sí! – berreaba loca de placer.
Román se la sacó de repente y la giró. Débora iba a recriminarle que parara, pero Román besó apasionadamente a su hermana, con ardor mientras la alzaba cogiéndola fuerte del culo y la hacía un sándwich entre la pared y él al mismo tiempo que sin dejar de mirarla se la metió de una estocada furiosa, perforando el coño de Débora, que se abrazaba con fuerza a su espalda.
Débora: ¡Vamos, amor, dame más, dale más a tu mujer, a tu puta, no pares de hacerme tuya, te amo! – berreaba agarrando a su hermano contra sí, sin dejar de mirarse.
Román aumentó el ritmo de la follada a su hermana. Román cada vez iba más rápido, más lujurioso, así se lo pedía ella y él la complacía sin dejar de comerle las tetas y de agarrarle el culo. Cuando llevaban un buen rato, Román se iba a correr. Débora está a punto de correrse de nuevo.
Débora: ¡No pares, amor, no dejes de hacerme tuya, me llevas al cielo! – gemía.
Román: ¡Nena, me voy a correr, oh sí! ¡Cómo me gusta hacerte mía! – gemía.
Débora: ¡No pares, amor, estoy a punto de correrme, córrete en mí, dale toda tu leche a tu mujer! – le pedía mientras se arqueaba de placer.
Román: ¡Nena, oh sí, me voy a correr en tu coño, voy a inundar tu coño de mí! – gemía cachondo.
Débora: ¡Quiero sentir como me llenas de leche el útero, dame toda tu leche! – berreó cachonda perdida a punto de llegar al orgasmo.
Román: ¡Oh sí, me corro, no puedo más, me corro, sí, toma toda mi leche! – gimió mirándola a los ojos.
Débora: ¡Oh sí, amor, me corro, sí, me encanta sentir tu leche, sí, me corro! – berreaba colapsando en un nuevo y potente orgasmo mientras besaba apasionadamente a su hermano entre espasmos de placer.
Román y Débora se besaron apasionadamente mientras ambos se corrían a la vez, entre gemidos y gritos de placer. Cuando terminaron de correrse, Román tuvo que sentarse en un lado de la ducha, cansado. Débora al ver a su hermano se sentó amorosa a horcajadas, lo abrazó sonriente y comenzó a besarle con amor.
Román: ¿Y esto? – dijo sonriendo.
Débora: ¡Porque te amo, porque eres fantástico y porque eres mío! – dijo besándolo contenta.
Román: No sabes lo mal que lo he pasado pensando que tenías una cena con otro – dijo aliviado.
Débora: Lo sé, y aunque me alegra que sientas celos por mí, no tienes que sentirlos de nadie, amor, te amo a ti, te deseo solo a ti – dijo entre besos tiernos por toda la cara.
Román: Me costó mucho separarme de ti – dijo serio – Mamá me convenció.
Débora: Lo sé, pero eso era antes de saber que yo también estoy enamorada de ti – dijo seria levantándose y empezando a lavar a su amado hermano con suavidad.
Román: ¿Qué va a pasar a partir de ahora? – dijo curioso dejándose lavar.
Débora: Lo que ha de pasar, tú y yo haremos nuestra vida juntos – dijo tierna sin dejar de lavarlo – Tendremos más hijos si tú quieres y seremos felices y comeremos perdices – dijo divertida.
Román: Sí – dijo riendo - ¿Y con mamá? – dijo curioso imitando a su hermana y comenzando a lavarla con ternura.
Débora: ¿Tú quieres seguir follándotela? – dijo seria.
Román: Yo solo quiero estar contigo, pero no puedo negar que mamá me da morbo – dijo nervioso y sincero.
Débora: A mí también me da morbo saber que te la sigues follando – dijo besándolo – Y es una de mis fantasías últimamente, ver cómo te la follas delante de mí – dijo morbosa – Quiero que te la sigas follando, mamá lo está pasando mal y necesita desahogo, además que ella también siente morbo de que su propio hijo se la folle – dijo sincera.
Román: Entonces, seguiré follándomela, yo también quiero darle alguna alegría de vez en cuando y en cuanto a tu fantasía, yo tengo otra, hacer un trío con las dos – dijo sincero.
Débora: Acepto ese trío - dije temblando de excitación y morbo terminando de lavarlo – Ahora, señorito, vamos a la cama, tu mujer quiere que la hagas tuya toda la noche.
Román: Sí, yo también quiero reventarle todos los agujeros a mi putita – dijo caliente empezando a besarla mientras la cogía en sus brazos.
Román llevó a su amada hermana a la cama y la depositó con cuidado, luego comenzó a besarla con ardor, tocándole las tetas con fuerza, estrujándoselas, amasándoselas.
Román: Quiero hacer un 69 – dijo mirándome con deseo puro.
Cuando su hermana oyó su petición, se estremeció de deseo. Rápidamente, Débora se apartó con agilidad y dejó que su amado hermano se tumbara de espaldas, se levantó y se colocó con las piernas abiertas encima de la cara de su hermano, dándole una privilegiada visión de su coño, ya húmedo. Lentamente, bajó con sensualidad, y se sentó en su cara. Notaba su aliento en su coño. Dio una primera lamida a su coño, haciéndole gemir.
Débora: ¡Oh sí, amor, cómeme, lámeme, soy tuya! – gimió mientras le agarraba la polla con fuerza a la vez que se agachaba y engullía su polla hasta la garganta.
Román: ¡Oh sí, cómetela entera, putita mía! - gimió.
Román comenzó a lamerle el coño, pequeñas lamidas que le hacían estremecer de placer. Comencé a mover sus caderas con ansiedad al mismo tiempo que él le seguía follando la boca, usándola como si fuera su coño y ella se dejaba usar presa del deseo y la calentura. Le encantaba. Le volvía loca. Román le sujetó por el culo con ambas manos, impidiéndole moverse, al mismo tiempo que comenzaba a acariciar su culo con sus manos, se lo masajeaba, se lo agarraba. Román comenzó a comerle el coño con mayor intensidad, haciéndole gemir más fuerte, más intenso. Débora estaba de nuevo en el cielo, a punto de explotar, cuando la mano juguetona de su hermano se posó en su ojete y empezó a meter un dedo suavemente en su interior. Eso le gustó, le calentó y no pudo evitarlo, cuando notó que su dedo estaba completamente dentro de ella, se corrió como una loca en la boca de Román.
Débora: ¡Mmmmmmmmhhgggg! – gimió con su polla incrustada en su garganta.
Débora no podía aguantar tanto placer, lo que le hacía su hermano le volvía loca de placer, encadenando un orgasmo con el siguiente, cada vez con mayor brutalidad, entre espasmos. Román fue metiendo más dedos sin dejar de comerle el coño, hasta que, cuando ya tenía metidos en su culo tres dedos, dejó de lamer su coño y empezó a lamer el culo, pasando su lengua por alrededor del esfínter e introduciéndola en el recto, moviéndola, causándole un placer indescriptible a su hermana. Román la azotó de repente, dándole más placer. Cómo una posesa, se lanzó a lubricar su polla, con su lengua. Lamía toda su polla, de arriba abajo, sin dejar ni un solo centímetro de carne. Acariciaba sus testículos y los lamía, llegándoselos a meter en la boca, succionándolos. Él no dejaba de lubricarle el ojete ni de comerle el coño y el culo. Luego de unos minutos así, cuando ya decidió que estaba bien lubricada, Román le dio un sonoro azote y ella se quitó de encima y se colocó a cuatro patas con la cabeza en la almohada.
Román: ¿Estás lista? – dijo colocándose detrás y restregándole su durísima polla por el coño y el culo.
Débora: ¡Oh sí, amor, sí, no me hagas esperar más! – gemía con urgencia, moviendo su culo hacia atrás.
Román: ¡Estate quieta! – le ordenó con un fuerte azote – No te muevas hasta que no te lo diga – le exigió.
Román, cogió su polla y la colocó en la entrada de su culo, y de un empujón, comenzó a meterle esa dura polla, centímetro a centímetro, despacio, abriéndole el culo. Débora sentía cómo esa barra de carne caliente y palpitante entraba en su culo y se lo iba abriendo, cada pliegue, sintiendo una mezcla de dolor y placer. Cuando ya la metió entera, se la dejó incrustada, y ella pudo lanzar el grito que estaba conteniendo.
Débora: ¡Me encanta! – gritó, mitad de placer mitad de dolor.
Román: ¿La saco? – le susurró en su oído, mordiéndoselo suavemente, sabiendo la respuesta.
Débora: ¡Cómo me la saques te mato! – le gritó agarrándole la cabeza sin girarse - ¡Quiero que me folles el culo bien follado!
Román: Tus deseos son órdenes – susurró en su oído mientras comenzaba lentamente a moverse.
Débora: ¡Oh sí, despacio, amor, sí, así! – gemía.
Román comenzó a follarle el culo despacio, metiendo y sacando su polla lentamente de su culo, abriéndole el ojete poco a poco y dejándole que se acostumbrara a su polla. Pronto, gracias a su manera de follarla y a que empezó a pellizcarle los pezones suavemente, pero fuerte, ese doble ataque, le provocaron un estado de excitación enorme a Débora. Román lo notó y comenzó a follarla cada vez más rápido e intenso, mientras ahora le soltaba azotes duramente en su culo, estaba poniéndoselo rojo.
Débora: ¡Oh sí, sí, sí, soy tuya, sí, oh sí, no pares, sí, más, más, dame más, sí, sí, sí, me corro! ¡Eres adictivo! – berreaba loca de placer por las acometidas de su hermano.
Román seguía follándole cada vez más fuerte el culo, hasta hacer el ritmo vertiginoso, violento, sin dejar de azotarla ni de pellizcarla los pezones. Débora estaba encadenando orgasmos sin parar. No podía moverse, estaba aprisionada entre la cama y el cuerpo sudoroso de Román, que no dejaba de penetrarla con vigorosidad, con fuerza, con violencia, con estocadas profundas y fuertes. Ella se sentía usada, y eso le encantaba, sentirse una puta en los brazos de su amado hermano y que la tomara con dureza, usándola a su antojo. Luego de un rato, Débora notó como la polla de Román se inflamaba aún más y comprendió que estaba a punto de correrse, por eso, haciendo un esfuerzo sobrehumano comenzó a mover sus caderas, provocándole. Pero Román le sorprendió cuando, sacándole su polla del culo tras un par de estocadas profundas, se la sacó del culo y se la metió de nuevo en su coño húmedo y palpitante, haciéndola enloquecer y colapsar de placer. Comenzó a correrse bestialmente, notando las penetraciones salvajes en su coño y cómo se la sacaba del coño para volver a meterla en su culo tras varias estocadas, dejándola en un frenesí continuo y alternando ambos agujeros sin descanso.
Román: ¡Oh sí, me encanta reventarte los dos agujeros, putita mía, oh sí! – gemía.
Débora: ¡Oh sí, sí, fóllame bien follada, como solo tú sabes hacer, oh sí, no pares, sí, sí, sí, me corro, no pares, sí, me encanta, sí, soy tuya, sí, me corro! – gritó de placer.
Román: ¡Me corro, puta! – gimió penetrándola dura y profundamente su coño.
Débora: ¡Oh sí, sí, sí, córrete, lléname de tu leche, sí, córrete conmigo! – le imploró, presa del deseo y la lujuria - ¡Oh sí, sí, sí, lléname, sí, sí, me corro! – berreó, corriéndose brutalmente entre convulsiones.
Román se corrió en el interior de su coño cómo un animal en celo, cómo un semental, llenándole el coño entero con su leche y haciéndole un orgasmo bestial. Débora se corrió entre gritos y convulsiones. Cuando se corrieron los dos, cayeron en la cama, exhaustos. Román le sacó la polla, ahora flácida, del coño a su hermana, llenando las sábanas de restos de fluidos y semen. Román quedó boca arriba en la cama y su hermana a su lado se abrazó a él, enajenada, obnubilada, con una sonrisa en la cara, feliz.
Débora: ¡Dios! – dijo besándolo contenta - ¡Ha sido alucinante, eres alucinante!
Román: Me alegro – dijo riendo.
Débora: Quiero esto a diario, mi amor – dijo besándolo.
Román: Te amo – dijo correspondiendo al beso mientras reposaban.
Débora: ¿Por qué me llamas “putita mía”? – dijo curiosa.
Román: Bueno, yo me acuesto con dos mujeres, tú y mamá – explicó – Ella es más mayor y tiene más experiencia, por eso a ella la llamo puta y tú eres mi chica, y te digo putita, lo de mía es para marcar territorio – dijo divertido.
Débora: Me gusta – dijo entre besos – Me gusta que marques territorio y me gusta ser tu putita.
Ambos hermanos pasaron la noche amándose.