Familia compenetrada

Tras una amarga noticia, una familia debe decidir si dejar atrás la ética y la moral de la sociedad y romper los tabús o dejar atrás la familia que forman

La familia Márquez Serrano, está compuesta por 4 miembros, el padre, la madre, la hija y el hijo.

Federico Márquez es un hombre de 42 años, trabajaba en una constructora de albañil. Es un hombre corpulento, alto, fuerte, con el pelo corto y moreno. Tiene los ojos oscuros y es atractivo y rudo.

Carmen Serrano, es una mujer de 41 años, ama de casa. Es una mujer bajita, que cuida su figura para verse atractiva para su marido, de buen cuerpo, con un culo prieto y respingón, una cintura de avispa, unas piernas finas y torneadas, unas tetas perfectas, grandes y gordas que resaltan su figura y bien puestas, una cara preciosa con unos ojos claros y unos labios gruesos, además del pelo corto y rubio platino. Es una MILF.

Débora Márquez, es una chica de 18 años. Es bajita, como su madre, de buen cuerpo, con un culo prieto y respingón, una cintura de avispa, unas piernas finas, unas tetas grandes y bien puestas, una cara preciosa con unos ojos claros y unos labios gruesos, de pelo largo y negro. Es una diosa y no tenía novio.

Román Márquez,  es un chico alto, como su padre, robusto, fuerte y con ojos oscuros y pelo negro y corto. No tiene novia. Es buen estudiante, pero poco deportista.

Eran una familia normal, idílica. Tenían entre todos una confianza enorme y un cariño palpable. Durante los momentos que compartían juntos, como las comidas, los viajes, etc., hablaban de sus cosas, los padres aconsejaban a los hijos y estos seguían sus consejos que siempre acertaban. El matrimonio llevaba una vida bastante buena, tanto amorosa, se amaban con locura, como sexual, hacían el amor a diario sin importar que los hijos estuvieran en la casa. Pero un día todo cambió de sopetón. Llamaron a Carmen del hospital. Se encontraba Carmen en su casa tranquilamente haciendo sus labores. Se encontraba planchando cuando llamaron por teléfono. Contestó sin mirar el número.

Carmen: Sí, ¿quién es?... Sí, soy su mujer… ¡Qué! ¿Pero está bien?... ¿Dónde está? ... ¡Voy para allá!...

Carmen, nerviosa y alterada por la llamada, se cambió de ropa y se puso una camisa y unos pantalones vaqueros y salió corriendo al hospital. Le acababan de llamar del hospital diciéndole que su marido había tenido un accidente laboral y estaba en estado de coma. Cogió el bus en vez del coche de manera sensata, pues en su estado de nerviosismo no podía conducir. Cuando llegó al hospital, preguntó por su marido en recepción y la mandaron a la U.C.I., dónde se encontraba en una camilla. Lo miró. Parecía que dormía plácidamente. Estaba entubado, pero no tenía ninguna escayola. Se quedó en la puerta del box, llorosa, sin atreverse a entrar y sin quitar la vista de su amado marido. Al verla, un médico se acercó a ella.

Doctor: Señora – dijo llamando su atención al llegar a su lado - ¿Es su marido?

Carmen: Sí, soy su mujer – dijo mirando aún a su marido - ¿Qué le ha pasado?

Doctor: No lo sabemos con certeza, señora, le estamos haciendo pruebas para descartar lesiones cerebrales graves – explicó serio – Solo sabemos que sufrió un mareo y cayó fulminado al suelo. Sus compañeros decían que tenía dolores en la cabeza, no sabemos más.

Carmen: ¿Entonces? – dijo llorosa.

Doctor: Solo podemos esperar a ver como evoluciona y tener fe de que saldrá andando de aquí – dijo tocándola el hombro.

El doctor se fue dejando a una llorosa Carmen que, aunque quería pasar, no se atrevía, le daba miedo descubrir que su marido, su compañero, el amor de su vida, se le iba a ir en cualquier momento. A las pocas horas, sus hijos llegaron a casa de sus clases y se encontraron la casa vacía, cosa que les extrañó a ambos, por lo que llamaron a su madre.

Débora: ¿Mamá? ¿Dónde estáis? Acabamos de llegar a casa y está vacía – dijo curiosa.

Carmen: Tu padre y yo estamos en el hospital, veniros para acá – dijo como autómata sin quitar la vista de su marido – Estamos en la U.C.I.

Débora: ¿Ha pasado algo? – dijo preocupada.

Carmen: Venid aquí y os lo cuento – dijo lo más serena que pudo.

Román: ¿Qué pasa? – dijo al ver a su hermana alterada mientras comía una manzana.

Débora: ¡Rápido! Coge lo que necesites que nos vamos al hospital – explicó.

Román: ¿Y eso? – dijo preocupado.

Débora: No sé que ha pasado, pero mamá y papá están allí – dijo mientras salían de casa – Y mamá no ha querido explicarme nada.

Ambos hermanos se dirigieron raudos al hospital al encuentro de su madre. Ninguno dijo nada en todo el camino. Ambos estaban tremendamente preocupados, sobre todo Débora, nunca había oído a su madre tan triste, tan desolada. Iba asustada. Se abrazó a su hermano durante el camino. A él no le importó, no era la primera vez que pasaba eso, y siempre la gente los confundían con una pareja. Llegaron al hospital y tras preguntar por sus padres, les informaron que su padre estaba ingresado en la U.C.I. Cuando llegaron, vieron a su madre. Estaba pálida. Se acercaron.

Débora: Mamá – llamó con cautela.

Carmen se giró al oír la voz de su hija. Le llegó como un murmullo lejano. En cuanto vio a sus hijos cada uno a cada lado de ella, se derrumbó, no pudo más. Sabía que tenía que ser fuerte, pero se vino abajo al ver como sus hijos la abrazaban por cada lado y apoyaban sus cabezas en sus hombros. Ellos también lloraban al ver allí a su padre. Estaban llenos de preguntas, pero no querían preguntar, sabían que su madre necesitaba desahogo. Luego de unos minutos, Carmen dejó de llorar y su hija aprovechó para saber qué pasaba.

Débora: Mami, ¿qué ha pasado? – dijo limpiándose los ojos de lágrimas.

Carmen: No lo sé, cariño, lo único que sé es que tu padre ha tenido un mareo en el trabajo y ha entrado en coma – dijo con voz ronca.

Toda la familia se quedó en esa posición durante horas, mirando a su marido y padre posado en la cama, aparentemente en paz, lleno de cables y máquinas. Veían entrar enfermeras y médicos, hasta que los sacaron de allí para hacerle pruebas. Esperaron durante horas. Se alimentaron de bocadillos de la cafetería del hospital que Débora compró. Por la noche, el doctor apareció por fin.

Carmen: ¡Doctor! ¡Dígame que le pasa a mi marido! – exigió nerviosa – Por favor – suplicó angustiada.

Doctor: No se preocupe, su marido está fuera de peligro, no le va a pasar nada – dijo quitándole hierro al asunto.

Débora: ¿Cuándo saldrá mi padre de ahí? – dijo nerviosa.

Doctor: Eso no lo sabemos, el paciente está en coma, esta fuera de peligro, por lo que cuando despierte tendrá todas sus capacidades físicas y psíquicas – explicó.

Román: ¿Pero? – dijo suspicaz.

Doctor: Miren, aún es pronto para saberlo, hay que esperar para ver su evolución, pero es posible que no despierte – dijo serio y con todo el tacto que pudo.

Carmen: ¿Qué? – gritó - ¿Mi marido se va a quedar así para toda su vida? – dijo horrorizada.

Doctor: No lo sabemos señora, pero es probable, hay que hacerle pruebas y estudios y ver su evolución – explicó – En unos días les daré un diagnóstico más seguro – dijo marchándose.

Toda la familia se quedó mirando al médico según se iba. Débora, por pedido de su madre, avisó a toda la familia, tíos, primos, abuelos, todos, de lo que había ocurrido. Durante los siguientes días, toda la familia desfiló por el hospital para ver, aunque fueran cinco minutos al pobre Federico. Los médicos no paraban de hacerles pruebas, incluso a la familia del enfermo, cosa que accedieron a realizarse, con curiosidad y ganas de ayudar. No tenían nuevas noticias. Carmen no dejaba a su marido para nada, lo vigilaba día y noche. Los hijos hacían vida normal, salvo por las tardes que, después de ducharse iban al hospital a estar con su padre para que su madre se diera una ducha rápida y volviera al lado de su amado marido cuando por las noches sus hijos se iban a casa, a dormir y descansar para el siguiente día de clases. Así fueron las cosas durante unas semanas, hasta que por fin el doctor les dio noticias. El doctor se acercó al box dónde estaban la mujer e hijos del paciente, prefirió hacerlo así pues tenía que hablar con todos ellos.

Doctor: Buenas noches – saludó.

Carmen: Buenas noches, doctor, ¿se sabe ya algo? – dijo desesperada.

Doctor: Sí, ya se sabe, y aunque no hay peligro para su marido, me temo que la cura es complicada – dijo serio.

Nada más oír al doctor, toda la familia se colocó en un sincronizado corro alrededor de él. El doctor se sentó a los pies de la cama, no sin antes cerrar la puerta y las cortinas para que nadie de fuera oyera ni viera nada.

Doctor: Verá, su marido se encuentra en como inducido debido a una rara falta de un gen que, en los hombres, debería tener a un nivel alto, pero por un fallo genético tal vez o falta de células en su cuerpo que puedan producir este gen, el cerebro de su marido no funciona correctamente, lo que afecta a su cuerpo – explicó.

Carmen: ¿Mi marido se muere? – dijo asustada.

Doctor: No señora, su marido mantiene las constantes vitales a un nivel óptimo, y el resto de sus órganos funcionan correctamente, a un ritmo más bajo, pero sin riesgo de fallo – explicó – Lo que sucede, es que, si no conseguimos preparar la cura, una dosis alta de este gen, su marido jamás despertará – anunció.

Carmen: ¿Cómo? ¿Qué necesitan? ¿Dinero para conseguir la cura? – dijo asustada.

Doctor: No señora, ya sabemos cual es la cura, y ya sabemos el tratamiento – dijo serio.

Débora: ¿Entonces? – dijo expectante.

Román: ¿Es muy costoso? – dijo serio.

Doctor: Económicamente no – dijo serio – Es por otro motivo. Veréis, el motivo por el que os hemos realizado a toda la familia análisis de ADN es para saber cual es vuestra compatibilidad para vuestro padre – explicó – Era un estudio genético.

Carmen: ¿Y? – dijo apremiante.

Doctor: La solución es más… familiar – explicó – Veréis, tanto el hijo como la hija del paciente, muestran un nivel alto de este gen.

Carmen: ¿Cuánto? – dijo curiosa.

Doctor: 75% - anunció – El caso es que, para conseguir la cura, debe existir un miembro de la familia que obtenga más del 90% de este gen – explicó.

Carmen: ¿Quién hay así? – quiso saber.

Doctor: Nadie – dijo serio.

Carmen: ¿Entonces? ¿No hay solución? – dijo apremiante.

Doctor: Qué ahora no haya nadie en el seno familiar con la cantidad necesaria de ese gen, no significa que no lo pueda haber en un futuro próximo – explicó – Pero es decisión suya.

Débora: ¿A qué se refiere? – dijo curiosa.

Doctor: Me refiero, a que los que mayores cantidades de genes tienen, sois vosotros – dijo señalando a ambos hermanos – Y lo que quiero decir es que debéis tener un hijo – dijo serio.

Débora: ¿Está de coña? ¡Tengo 18 años! – dijo seria.

Doctor: No estoy de coña y me temo que no lo habéis entendido – dijo serio – La solución para encontrar un familiar compatible con vuestro padre pasa por que vosotros dos – dijo señalándoles – tengáis un hijo juntos – explicó.

Carmen: ¿Qué? ¿Está loco? – se escandalizó.

Doctor: Por desgracia no, señora, la única posibilidad, es que haya en el seno familiar uno que cargue con la cantidad de gen necesaria para extraérsela y confeccionar el medicamento – explicó – Ese espécimen no existe en la actualidad, porque habría que fabricarlo – dijo serio – Sé que es una locura y que nuestra sociedad no lo permite, pero si queréis que vuestro padre pueda volver a levantarse de esa cama y ser otra vez vuestro padre, debéis hacerlo – dijo serio.

Carmen: ¡Pero eso es contra natura! – dijo escandalizada.

Doctor: Lo sé señora, lo sé – dijo serio – Y una cosa más antes de marcharme y dejar que lo piensen, usted también puede ser la madre de ese hijo – dijo señalando a Carmen.

Carmen: ¿Yo? – dijo sorprendida.

Doctor: Sí, usted podría tener ese hijo con su propio hijo, por mucho asco que le de, es la única manera – dijo serio – O él – dijo señalando a Román – tiene un hijo con ella – dijo señalando a Débora – o lo tiene con usted – explicó – Es la única forma.

Tras decir esas palabras, el doctor salió del box, dejando a toda la familia confundida. Durante el resto del día, ninguno dejo nada. Ni siquiera cuando se fueron los hijos a casa a dormir. Durante unos días, el ambiente familiar estuvo raro, tenso. Todos pensaban en la proposición del médico y, aunque no les gustaba, se lo planteaban. Débora y Román echaban de menos a su padre, sus charlas, sus consejos, sus ratos en familia. Lo querían de vuelta, pero el precio les echaba para atrás. Carmen también pensaba como sus hijos. Por ello, los tres llegaron a la misma conclusión: tenían que hacerlo. Pero ninguno se atrevía a dar el primer paso. Por lo que una tarde que se encontraban viendo a Federico, Román lo expuso.

Román: Mamá, Débora, ¿podemos hablar? – dijo serio.

Carmen: ¿De qué, cariño? – dijo curiosa.

Román: De lo que dijo el médico, la solución que nos dio – dijo serio.

Carmen: ¿Qué quieres con eso? – dijo curiosa.

Román: Creo que, aunque esté mal, hay que hacerlo, hay que salvar a papá, hay que sacarlo de ahí – dijo señalando la cama y los aparatos a los que estaba conectado.

Carmen: ¿Te refieres a…

Román: Sí, mamá, a eso me refiero, a tener un hijo – dijo serio.

Débora: ¿Tú estás loco? – dijo sorprendida.

Carmen: ¡Cariño! Eso que dices es una locura – dijo nerviosa.

Román: ¿Locura? Locura es tener que venir aquí todos los días si quiero ver a mi padre, sabiendo que nunca más voy a poder hablar con él de la chica que me gusta para pedirle consejos, ni de deportes, ni de cómo me van las cosas en los estudios, ni de que me ayude a elegir a qué dedicar mi futuro – dijo serio y furioso – Locura es poder curar a papá, y no hacerlo.

Carmen: Pero hijo…

Román: Sé que lo que digo no es normal, pero mirar a papá – dijo señalándole – Él haría todo lo que pudiera para sacarnos de ahí a cualquiera de nosotros, ya es hora de que nosotros hagamos algo para sacarlo a él de ahí – dijo decidido.

Débora: ¿Sabes lo que nos pides? – dijo nerviosa.

Román: Sí, soy consciente – dijo serio – Quiero dejar claro que nunca, hasta ahora, me he sentido atraído sexualmente por ninguna de las dos – dijo mirándolas – Pero quiero de vuelta a papá, y estoy decidido a hacer lo que sea necesario para eso. No aguanto más verlo ahí y no hacer nada – dijo serio - ¿Estáis de acuerdo?

Carmen: Yo… por mucho que lo niegue, llevo días dándole vuelta a lo mismo que tú, cariño – dijo mirando seria a su hijo – y también me lo he planteado. Por eso, estoy de acuerdo contigo, cariño, yo también quiero de vuelta a mi marido, a mi compañero y amigo – dijo mirándolo con amor – Lo haré – dijo decidida.

Débora: Yo también lo he estado pensando – dijo nerviosa – y creo que lo intentaré también. Yo quiero de vuelta a mi padre, al hombre que me levanta el ánimo a diario, al que me escucha y aconseja, el que me gasta bromas para hacerme reír – dijo melancólica – Yo también acepto.

Los tres se abrazaron con fuerza conscientes de lo que acababan de acordar. Durante unos minutos permanecieron así, en silencio, abrazados. Ninguno se movía, solo sollozaban. Sellaban un pacto. Cuando por fin se separaron, se quedaron abrazados con Román en medio, mirando a Federico. Al día siguiente, Carmen habló con el médico y le dijo que aceptaban y le pidió consejo para saber quién tendría más opciones. Luego de hacerse un test de fertilidad los tres, les dijo que tanto Débora como Carmen podrían quedar embarazada sin problemas. Les dijo que, si les ponía en contacto con una clínica de fecundación in vitro, pero le dijeron que no tenían dinero para pagar ese tratamiento, así que lo harían de forma natural. Se sorprendió por eso, pero les instó a seguir adelante. Débora y Carmen lo hablaron y decidieron que la primera en intentar quedar embarazada sería Carmen, pues Débora era virgen aún y tenía miedo, debido a que Román también lo era y podría no ser satisfactorio. Por ello, después de varios meses sin salir del hospital, Carmen fue a dormir a su casa, quedándose Débora con su padre por la noche. Román se sorprendió por eso, pero comprendió y la sorpresa dio paso al nerviosismo. Esa noche, Carmen se duchó, depiló y arregló bien. Según Román, no la veía como objeto de deseo, por que debía de seducirlo primero. Recordó a su marido, siempre le decía que tenía que lucir sus encantos con el vestido rojo y los zapatos de tacón a juego que le compró por su décimo aniversario. Se lo puso, junto con un tanga negro de encaje y un sujetador color carne muy ceñido. Se lo puso todo y se miró al espejo. Estaba arrebatadora. Se recogió el pelo en un bonito moño y salió a la cocina a preparar la cena. Román, por su parte, no vio a su madre hasta la cena, esta nervioso, pero pensó que debía arreglarse para el momento. Se vistió con unos vaqueros luego de ducharse y afeitarse y se puso una camisa blanca, unas deportivas y unos calzoncillos anchos. Así se presentó en el salón. Sintió a su madre terminar de preparar la cena y él preparó la mesa. Cuando la vio trayendo la fuente de la cena, se quedó asombrado por la belleza de su madre, nunca la había visto así. Definitivamente su padre tenía mucha suerte.

Román: ¡Guau mamá! Estás preciosa – alabó.

Carmen: Gracias cariño, tú también estás muy guapo – dijo risueña - La cena ya está lista – dijo sonriente y orgullosa de causar que su hijo la viera atractiva.

Madre e hijo se sentaron a cenar. Ambos hablaban de cosas triviales como que tal les había ido el día, como iba Román en los estudios, o qué planes tenía para vacaciones. Ninguno quería tocar el tema de lo que iban a hacer Ambos estaban nerviosos. Por ello, Carmen abrió una botella de vino.

Carmen: Creo que deberíamos brindar, cariño – dijo descorchando la botella.

Román: No bebo, mamá – dijo nervioso.

Carmen: Lo sé, cariño, pero nos templará los nervios – dijo sonriéndole tierna.

Así, madre e hijo empezaron a dar rienda al vino, tomando un par de copas cada uno. A román le empezaba a afectar, veía a su madre más sexy, más sensual. Carmen no se quedaba atrás, miraba a su hijo y en él veía a su amado marido de joven, tan guapo y fuerte. Luego recogieron ambos la mesa y Carmen le sirvió otra copa a cada uno mientras se sentaban en el sofá a charlar. Carmen decidió ir al grano.

Carmen: Bueno cariño, ¿eres virgen? – dijo curiosa.

Román: Sí, mamá – dijo nervioso.

Carmen: No te preocupes, es normal – dijo acariciando sus manos con ternura – Solo debes guiarte por tus instintos y seguir mi ritmo.

Román: Lo intentaré – dijo sonrojado.

Entonces Carmen se sorprendió a ella misma y a su hijo. Lo besó. Un beso tierno, un roce de labios con sutileza, sensualidad y ternura. Román se sorprendió y no contestó al beso. Carmen volvió a besarlo y esta vez si correspondió, comenzando así un buen rato de tiernos besos en los labios mientras se sujetaban las manos. Carmen rompió el beso y le sonrió. Se sentaron acurrucados en el sofá y vieron una película romántica. Se miraban y sonreían y besaban cada vez que eso ocurría. No dejaban de beber. El vino les desinhibía.

Carmen: Sinceramente, nunca lo imaginé, pero me gusta y me da morbo ser tu primera vez para todo – dijo presa del alcohol.

Román: Yo tampoco lo imaginé, pero también me gusta la idea de tener sexo contigo, mamá – dijo besándola.

Carmen: Cariño, quiero que esta noche duermas conmigo – dijo acariciándole la cara y sonriéndole entre besos.

Román: ¿Dormir contigo? – dijo sorprendido - ¿Juntos?

Carmen: Sí, cariño, juntos, sé que es raro, pero creo que es lo mejor, ¿no crees? – dijo abrazándole y pegándole sus tetas a su pecho, haciendo que notara sus pezones erectos bajo la camiseta.

Román: Sí, sí claro – dijo nervioso.

Carmen: Mami te va a hacer todo un hombre – dijo llevándole sus manos a sus tetas.

Román: Va…vale – susurró excitado.

Carmen le dio un beso tierno en los labios y después de apagar la televisión, cogió las manos de su hijo para llevarlas a su culo y se colocó ella a horcajadas de él. Román estaba nervioso y excitado. Carmen le miraba con una sonrisa cariñosa. El pobre Román se quedó sin saber qué hacer, paralizado de los nervios. Carmen entendió a su hijo, por lo que empezó de nuevo a besarlo con ternura, con sensualidad, mientras le acariciaba el pecho con mimo y dejaba que su hijo le acariciara el culo o las tetas, guiándole. Carmen les fue desnudando a ambos sin prosa, por lo que poco a poco y con una habilidad que sorprendió a Román, ambos se encontraban desnudos en el sofá, quedando la ya polla erecta de Román en el culo de su madre, que se movía despacio encima suya. De repente, Carmen se levantó y se quedó de pie, mirando a su hijo. Le excitó lo que vio. Pensó que su hijo estaba muy excitado al verle la polla muy gorda, decidió relajarlo antes de la función que le esperaba luego. Le iba a hacer su primera mamada. Por eso se arrodilló sin dejar de mirarle sonriendo de lado, pícara y tras pasarle las manos por sus piernas, agarró su polla dura, palpitante, caliente con una mano mientras con la otra le masajeaba con suavidad sus testículos.

Román: ¡Mamá! – gimió.

Carmen: Relájate, cariño, mami te va a hacer disfrutar un poco antes del plato principal – dijo sugerente mientras le guiñaba un ojo.

Carmen agarró con ambas manos la polla ya erecta de su hijo y comenzó a pajearla suavemente mirándole a los ojos con una sonrisa lasciva, antes de guiñarle un ojo y acercarse a su polla y comenzar a lamerla. Román se sorprendió.

Román: ¡Oh, joder, mamá! ¿Me vas a comer la polla? – gimió al sentir la lengua de su madre recorriendo su polla hasta sus huevos.

Carmen: Sí, cielo, mami te hará una buena mamada – dijo dándole un beso en la punta de la polla – Disfrútala – dijo guiñándole un ojo, lasciva.

Carmen se metió la cabeza de la polla de su hijo en la boca y comenzó a succionar, al mismo tiempo que agarraba sus huevos con una mano, acariciándolos. Román gimió al sentir el contacto de la boca de su madre con su polla, era mejor que cualquier fantasía. Carmen, sin dejar de mirar a su hijo a los ojos para observar su reacción, engulló poco a poco la polla de su hijo entera, hasta tragársela entera, hasta los huevos.

Román: ¡Oh, sí mamá, eres la mejor! – gimió.

Carmen: ¿Te gusta, cariño? – dijo sacándose su polla de la boca y pajeándolo con suavidad - ¿Te gusta que la guarra de tu mami te coma la polla?

Román: ¡Me encanta, mamá! – gimió mirándola a los ojos con deseo.

Carmen: ¿Quieres que mami siga? – dijo sugerente.

Román: Sí – gimió.

Carmen: Pues tienes que pedírmelo como lo hacen los hombres – susurró.

Román: ¿Puedes chupármela, mami? – dijo impaciente.

Carmen: Así no se pide, cariño, ¡sé un hombre y pídemelo, ordénamelo! – dijo dándole un lametón a la punta de su polla para calentarlo más y que se soltara.

Román: ¡He dicho que me comas la polla, puta! – dijo cachondo perdido, agarrando la cabeza de su madre y haciendo que se la tragara entera su polla - ¡Oh sí, así, sigue!

Carmen: ¡Mmmmmhhggg! – gemía mientras su hijo le agarraba de la cabeza y le obligaba a comerle la polla.

Román: ¡Oh sí, chúpamela mami, oh sí, joder, eres una buena chupa pollas, que bien lo haces, sí, me vuelves loco! – gemía.

Carmen se dejaba usar por su hijo, que excitado y torpe usaba su boca como si de un coño se tratase incrustando su polla una y otra vez hasta su garganta. Luego de unos segundos intensos, Román aflojó el agarre sobre la cabeza de su madre y Carmen aprovechó para hacerle una buena mamada. Carmen empezó a subir y bajar su boca sobre el rabo de su hijo, ansiosa, succionando con fuerza y llegando incluso a darle pequeños mordiscos, haciéndole gemir. Luego de un par de minutos, en los que Carmen le mamó la polla con ansia a su hijo, se sacó la polla de su boca, para respirar.

Carmen: Vamos cariño, la puta de mami quiere que le folles la boquita – susurró sugerente con lujuria y morbo.

Román: Pues prepárate que te voy a dar una buena follada de boca – dijo agarrándose su polla con una mano y colocándola enfrente de su madre.

Carmen: Qué bien suena eso, cariño, folla la boquita a mami, usa la boca de la puta de tu mami – dijo en plan putón.

Carmen abrió la boca delante de la polla de su hijo y él le metió su polla entera hasta la garganta, comenzando una torpe follada al principio, pero con más ritmo luego, mientras ella le agarraba del culo a su hijo, se lo amasaba, atrayéndola hacia ella, guiándole. Román le agarraba de la cabeza, follándole la boca con ímpetu. Luego de unos minutos, Román no aguantaba más, se iba a correr y le sacó la polla de la boca a su madre.

Carmen: ¿Qué pasa? – dijo cogiendo aire.

Román: Me voy a correr, mamá – dijo agarrando su polla.

Carmen: No te preocupes, sigue follándome la boca hasta que te corras – dijo morbosa, quitándole las manos a su hijo de su polla y volviéndola a engullir.

Román, sorprendido y morboso, siguió follándole la boca a su madre, con lujuria. Carmen se dejaba follar la boca atrayéndole aún más para no desperdiciar su corrida. Román no tardó en correrse.

Román: ¡Oh sí, me corro, mamá, me corro, sí toma leche, sí, me corro en tu boca! – gemía.

Carmen: ¡Mmmmmhhhgggg! – gemía recibiendo la descarga de semen de su hijo.

Román se corrió abundantemente y como un animal en la boca de su madre, quién recibía la descarga de leche de su hijo en la boca, recogiendo gota a gota, borbotón a borbotón, todo lo que echaba. Cuando Román se corrió se estiró en el sofá y miró a su madre, con su corrida, pensando que era increíble lo que acababa de pasar y en lo sexy que se veía su madre con su corrida encima. Carmen, dejó caer una parte de la corrida de su hijo a sus tetas y se la restregó con lujuria mientras le miraba con deseo. Luego, y ante la mirada sorprendida de Román, le enseñó su boca con el resto de su corrida y se la tragó sin dejar de mirarle, con gula morbosa. Notó el sabor más dulce que la de su marido.

Carmen: ¿Te ha gustado, cariño? – dijo sonriendo relamiéndose y restregándose la corrida de su hijo.

Román: ¡Mucho! – dijo sonriente - ¡Ha sido alucinante! ¿Pero no me he pasado? – dijo preocupado – Ya sabes, al llamarte esas cosas.

Carmen: ¡Ah! No te preocupes, cariño, es solo un juego – dijo quitándole importancia - De nada – dijo haciendo una graciosa reverencia – Pero ahora te toca a ti, cariño – dijo agarrando sus manos.

Con delicadeza, agarró a su hijo de las manos y lo levantó para, mientras le miraba sonriente, dirigirle a la habitación matrimonial. Román fue consciente en ese momento de lo que estaba pasando, de lo que acababa de pasar. Su madre le había hecho una mamada, a él, a su propio hijo, y ahora lo dirigía despacio a la habitación que normalmente compartía con su padre, ese hombre fuerte que puede con todo, ese héroe que cada día y aunque llegue cansado de trabajar no dudaba en pasar tiempo con su familia y hacerles felices. Aunque le abrumaba la situación, se decidió a llegar al final y a complacer lo máximo posible a su madre. Era una situación muy especial y debían de estar a la altura del sacrificio. Nada más cruzar la puerta de la habitación, con fuerza, giró a su madre para dejarla de frente a él y tras mirarla unos instantes a los ojos, la besó con dulzura, con cariño, con pasión. Carmen, sorprendida, pero morbosa, le devolvió el beso mientras le agarraba del cuelo y las manos de su hijo la sujetaban por las caderas. Sus lenguas batallaban con lentitud una guerra que los llevaría a sucumbir a lo prohibido. Tras unos instantes, el baso se rompió y separaron unos centímetros sus caras.

Carmen: ¿Y eso? – dijo sonriente.

Román: Era para romper el hielo – dijo sonriente.

Carmen: Creo que el hielo lo rompimos hace unos momentos en el salón mientras te pajeaba, cariño – dijo divertida.

Román: Bueno, entonces para mejorar la situación, sigamos con la noche – dijo volviendo a besar a su madre.

Entre besos, madre e hijo llegaron a la cama matrimonial. Al estar desnudos, las cosas iban más rápido. Las manos de Román, al principio guiadas por su madre, la tocaban cada centímetro de su cuerpo, las tetas, la cintura, el vientre, el culo, las piernas, el cuello. Carmen no se quedaba atrás, no dejaba de manosear el culo, la espalda, el pecho y la polla aún flácida de su hijo. Ambos cayeron a la cama, Carmen de espaldas a ella y Román encima de su madre. El muchacho no sabía qué hacer al tener así en esa posición a una mujer y encima a su madre, pero siguió su instinto. Román se colocó de rodillas, quedando de frente al coño de su madre, que se abrió de piernas para dejar ver y hacer a su hijo. Como el muchacho había visto en las películas porno, agarró ambas piernas de su madre con cada mano, llegando al culo, acariciándola, antes de agacharse y darle un lametón a su coño, notando el sabor salado y la humedad que contenía. Carmen gimió, observándole.

Carmen: ¡Oh! ¿Te gusta? ¿Lo has hecho alguna vez? – gimió morbosa.

Román: Me gusta el sabor salado, nunca antes lo he hecho – dijo morboso.

Carmen: No te preocupes, mami te enseñara a ser un buen comedor de coños – dijo sonriendo – Me encanta ser tu primera mujer para todo – dijo riendo – Ahora vamos al lio – dijo lujuriosa – Primero acaricia con los dedos mi coño.

Román: ¿Así? – dijo acariciándola suavemente de arriba abajo su húmedo coño.

Carmen: ¡Sí, así, pasa tu lengua lentamente, sí! – gemía.

Román le empezó a pasar la lengua, de arriba abajo, suavemente. Carmen le guiaba poco a poco, de menos a más, según aumentara su calentura y su hijo adquiriera pericia. Poco a poco los gemidos de Carmen eran más fuertes, cosa que envalentonó a Román que comenzó a pasarle la lengua más fuerte por el coño notando los gemidos de su madre y que le agarró del pelo, pegándole a su coño.

Carmen: ¡Oh sí, cariño, cómeme el coño, cómete el coño de mami, así, lámemelo, pasa tu lengua por mi coño mojado, oh sí! – gemía - ¡Muérdeme despacio aquí! – gimió señalando su clítoris - ¡Oh sí, me encanta, sí, no pares, mami está chorreando!

Román hacia caso a su madre, ya envalentonado por los gemidos de su madre, cada vez más altos, eran casi grititos de placer. Carmen sentía mucho morbo, estaba abierta de piernas, con su hijo comiéndole el coño, y con la leche de su hijo en las tetas y su sabor en la boca. Estaba muy cachonda. Román cada vez usaba mejor su lengua en el coño materno, lo que llevó que, en pocos minutos, Carmen colapsara de placer.

Carmen: ¡Oh sí, cariño, sigue así, no pares, cómele el coño a la puta de tu mami, sí, haz que mami se corra, sí, sí, me voy a correr en la boca de mi hijo, sí, soy una puta, soy una puta, sí, me corro, me corro, sí, sí! – berreaba de placer.

Carmen cogió la cabeza de su hijo y le apretó contra su coño, mientras se corría abundantemente, morbosa, en la boca de su hijo, que recibía la corrida de su madre con ansia, feliz de proporcionar tanto placer a su madre. Cuando Carmen se corrió cayó exhausta, pero Román no dejó de comerla el coño, orgulloso y envalentonado. Carmen, luego de un par de orgasmos, miró a su hijo que la miraba orgulloso. Se decidió a dar un paso más, por lo que, con fuerza, tiró de él hacía arriba y lo colocó encima suya. Pecho contra pecho. Ambos se volvieron a besar, pero esta vez con lujuria, saboreando los restos de los jugos de ambos de la boca del otro. La polla ahora dura y palpitante de Román quedaba así a la altura del húmedo y chorreante coño de Carmen. Ambos sabían que era lo que venía, pero ninguno se movía. Al final, Carmen dio el paso.

Carmen: Vamos, cariño, hazme tuya, penétrame, fóllame – suplicaba jadeante mientras su hijo empujaba contra la entrada de su coño.

Román: Voy a hacerte mía – gemía mientras su polla entraba en la cueva materna.

Román entró dentro de la cueva húmeda de su madre, aquella que nunca pensó profanar, pero que ahora estaba deseando. Carmen le sentía duro, grande, palpitante y caliente abriéndose paso por los pliegues de su coño, llenándola por completo. Carmen no resistió y atrajo a su hijo pegándole bien a ella y le dio un buen beso apasionado, dónde ambas lenguas pugnaban en una dura batalla. La polla de Román había entrado por completo en el húmedo coño de su madre, pero no se movía, estaba disfrutando el momento. Carmen rompió el beso jadeante.

Carmen: ¡Oh sí, me siento llena, cariño, llena de la polla de mi hijo, sí! – gemía - ¡Empieza a follarte a mami!

Román: ¡Oh, que estrecha eres, mami! – gimió mordiéndole el cuello con sensualidad, lamiéndoselo.

Carmen: ¡Vamos, cariño, folla a mami! – gemía implorando que se moviera morbosa.

Román: ¡Voy a follarte, mamá! – gimió morboso, comenzando a moverse.

Román comenzó a moverse. Empezó a sacarle la polla a su madre casi entera para enterrársela profundamente en su húmeda cueva. Carmen gemía cada vez más y más, pidiendo más. Carmen se arqueaba a cada embestida y juntaba sus piernas en el culo de su hijo para empujarle contra ella y que la penetrara sin parar. Román, que al principio se movía con movimientos erráticos, poco a poco comenzó a embestirla cada vez de manera más violenta, más pasional. Carmen le clavaba las uñas con fuerza en su espalda del placer tan intenso que sentía con cada penetración. Román sentía mucho placer al penetrar a su madre, pero no dejaba de pensar en sus tetas, así que, sin dejar de penetrarla al mismo ritmo, comenzó a amasarle las tetas con ansia, con pasión, con deseo. Carmen estaba en el séptimo cielo, siendo follada por su hijo, clavaba sus dientes en los fuertes hombros de su hijo. Román estaba muy caliente.

Carmen: ¡Oh sí, sigue así, cariño, sigue, dame más, me encanta! – gemía cada vez más fuerte.

Román: ¡Toma polla, mamá, toma la polla de tu hijo! – gemía en cada acometida, morboso.

Madre e hijo follaban con mucha pasión, sin dejar de gemir, sin dejar de tocarse, sin dejar de moverse. Román empezó a comerle las tetas a su madre con suavidad, pero con mordiscos fuertes mientras la penetraba muy profundamente y con rapidez, por instinto. Carmen gemía y gemía cada vez más fuerte y alto. La excitación de madre e hijo era tanta que no aguantaron más para correrse.

Carmen: ¡Oh sí, cariño, no aguanto más, sigue, sí, así, me voy a correr, no aguanto más! – gemía.

Román: ¡Yo también me voy a correr, mamá, me tienes muy caliente! – gimió mordiéndole el pezón con sensualidad.

Carmen: ¡Oh sí, cariño, córrete para mami, córrete en el coño de mami, lléname el coño de tu leche! – gemía.

Román: ¡Oh, me corro mami, me corro, sí, me encanta, sí, toma mi leche! – gimió corriéndose como un animal en celo en el fondo de su coño.

Carmen: ¡Oh sí, lo noto, sí me corro, cariño, tu mami se corre con tu leche, sí, sí, sí, sí, me encanta, sí, me corro! – gemía.

Román se corrió abundantemente en el húmedo coño de su madre, mientras ella se arqueaba de placer, corriéndose junto con su hijo al sentirse llena de él. Completamente exhausto, cayó y se tumbó al lado de su madre. Carmen, cuando se recuperó de semejante orgasmo se abrazó a él sonriente. Le miró y le besó con amor. Román estaba eufórico, sonriente, aún no se creía lo que había pasado. Madre e hijo se abrazaron, ya sin rastros del alcohol en sus comportamientos.

Carmen: ¡Mi niño ya es todo un hombre! – le alabó riendo mientras le abrazaba cariñosa y le besaba suave en los labios - ¿Ha sido como esperabas, cariño? – dijo curiosa.

Román: Ha sido mejor, mucho mejor – dijo sonriente – Eres una diosa, mamá – la alagó.

Carmen: Gracias – dijo besándolo con dulzura – Tú tampoco estás mal – dijo acariciándole la cara con ternura - ¿Te puedo pedir un favor?

Román: Claro – dijo curioso.

Carmen: No me llames mamá cuando tengamos sexo – dijo seria – Da morbo, lo sé, pero no quiero recordar el motivo por el que lo estamos haciendo.

Román: De acuerdo, entonces nada de apelativos cariñosos, ¿no? – dijo serio.

Carmen: Mejor así – dijo seria – Puedes llamarme mamá cuando lo necesiten para ponerla dura o para correrte, pero te agradecería que me hablaras guarro, como si tú y yo no tuviéramos parentesco – pidió.

Román: ¿Guarro? – dijo curioso.

Carmen: Puta, guarra, zorra, perra, lo que se te ocurra – dijo seria – No te preocupes, no me va a molestar, prefiero que me llames así.

Román: Está bien – dijo serio - ¿Cuándo tendremos sexo? ¿Solo por el coño? – dijo curioso.

Carmen: Bueno, en primer lugar, tendremos sexo siempre que te apetezca, solo tienes que acercarte a mí y tocarme el culo o las tetas o el coño o besarme o lo que tú quieras y tendremos sexo – explicó – En segundo lugar, si quieres podremos hacer más cosas que sexo vaginal, como pajas o mamadas o cubanas, pero deberás correrte siempre dentro de mi coño – avisó – Creo que ya aprovecharemos para que tengas experiencia y que cuando tengas sexo con tu hermana disfrutéis ambos.

Román: De acuerdo, me parece bien – dijo serio - ¿Podemos seguir, ahora? – dijo curioso y morboso.

Carmen: Claro, la noche es joven, cariño – dijo sonriendo lujuriosa.

Román: ¡Pues chúpamela, puta! – ordenó mientras le agarraba una teta.

Carmen: Como mi hombrecito deseé – dijo morbosa.

Madre e hijo volvieron a follar dos veces más esa noche. Terminaron exhaustos, y durmieron abrazados. Carmen se levantó muy temprano y tras lavarse y vestirse, fue al hospital a relevar a su hija.