Familia
La fabulosa historia de dos hermanos que encuentran el amor en casa
FAMILIA
Nuestros padres se casaron muy jóvenes. A los veinte años, cuando ambos estaban en la universidad, mamá quedó embarazada y se casaron. No fue por el qué dirán ni nada por el estilo: mis padres se amaban desde que nacieron y pasaron juntos todos los días de sus vidas. Literalmente. Mamá nació tres minutos después de las campanadas de Año Nuevo a mediados de los 60, lo que le dio sus quince minutos de gloria al ser el primer bebé del año; papá nació dos minutos más tarde y nuestras abuelas compartieron habitación en el hospital, igual que compartieron vecindad durante años, pues vivían en la misma casa y eran amigas de siempre. Mis padres se criaron en ambas casas indistintamente, a tal punto que eran como hermanos. A los cinco años se juraron amor eterno y es lo que tuvieron: nacieron el mismo día y murieron juntos en un accidente provocado por un conductor borracho.
Hablaré un poco de ellos antes de hacerlo de nosotros.
No es pasión de hijo, pero eran la pareja perfecta: guapos, inteligentes, ricos… en cualquier película americana habrían sido los reyes del baile del instituto.
Mi padre era un genio autodidacta de la informática que antes de los veinte había creado un programa de gestión que vendió miles de licencias a las mejores empresas del país y que sirvió de base a cientos de copias que todavía hoy nos proporcionan réditos; además, era el capitán del equipo de fútbol, cantaba y componía aceptablemente y tenía una vena solidaria y de compromiso con la sociedad que nos transmitió a mi hermana y a mí. Cuando acabó la carrera se dedicó a crear más programas para hacer la vida más fácil a todo el mundo y diseñó uno que sería instalado en casi todos los ordenadores del mundo y que le proporcionó millones de las entonces pesetas, lo que le decidió a trabajar de forma independiente desde su propia casa y compró un fabuloso chalé de tres plantas en el que montó su estudio.
Mamá era una artista. Con un lápiz o un pincel en la mano era impresionante ver cómo extraía la esencia de las cosas que veía. Ganó su primer premio de pintura y comenzó a exponer en las mejores galerías y a vender todo lo que pintaba, además de ser solicitada como retratista por personajes de todo tipo. Le gustaba ilustrar libros infantiles que todavía nos aportan una buena cantidad de dinero cada año por las sucesivas reediciones, aunque lo que más le gustaba era salir con un cuaderno a la calle y dibujar rincones de la ciudad y las personas que la habitaban. Esos dibujos los guardaba para ella y eran su tesoro. Cantaba como los ángeles y hacía conciertos privados para recaudar fondos para cualquier emergencia que se presentase en el país. Era carismática y tenía el don de arrastrar a la gente a hacer el bien. Decir que era guapa sería no hacerle justicia; era bellísima, y así lo atestiguan todas las fotos que de ella hay publicadas. Y tenía un cuerpo de infarto… ¿Que cómo puede decir eso un hijo de su madre? Porque la vi desnuda casi todos los días de mi vida.
El chalé en el que vivimos es de lujo: una planta baja donde está la cocina, un salón enooooorme, un par de aseos y un despacho-biblioteca. En la primera planta están los cinco dormitorios con sus baños y una habitación que siempre fue “de los juegos”. En la segunda, el dormitorio de nuestros padres, con un pequeño gimnasio adosado, el estudio de pintura de mamá y el “laboratorio” de papá, que a pesar de trabajar con material tan sensible como la informática nunca nos fue vedado, así que desde niños estuvimos familiarizados con las máquinas, teclados, discos, etc… que yo he heredado, pues me dedico a lo mismo que papá. Un sótano de más de 200 metros cuadrados totalmente diáfano era escenario de reuniones familiares, de amigos, de negocios, artísticas, musicales… En el exterior, una piscina de considerable tamaño que fue testigo de grandes fiestas a salvo de miradas indiscretas, pues un altísimo muro rodea la finca al completo y la dota de la privacidad que papá y mamá siempre quisieron para llevar el estilo de vida que querían. Junto a la piscina, una caseta con herramientas propias para el cuidado de la casa y un gran garaje en el que guardaban dos utilitarios y una Vespa. A pesar de ser verdaderamente ricos no teníamos personal en la casa: mamá y papá hacían todas las labores de la casa y se ocupaban de todo, desde la comida a la limpieza y el cuidado del jardín, minimizando la posibilidad de que entrasen extraños a la casa.
Uno de los motivos era que les gustaba la desnudez. Papá y mamá iban desnudos todo el día, igual que nosotros. Solamente nos poníamos braguita o slip para comer, para sentarnos en las sillas. Y no solo nosotros: las fiestas y reuniones de amigos solían ser así, y desde niños nos acostumbramos a ver a todos sus amigos en pelotas. A todos les llamábamos tito y tita y no se cortaban ni un pelo delante de nosotros.
Por cierto, tendré que empezar a hablar de nosotros. Mi hermana y yo. La Tata y el Tato. Así nos hemos llamado desde que empezamos a hablar y así nos conoce todo el mundo: familia, amigos, compañeros… La Tata es trece meses mayor que yo y al igual que nuestros padres hemos estado siempre juntos y no recuerdo haber reñido nunca con ella. A pesar de que cada uno tenía su habitación siempre dormíamos juntos, en su cama o en la mía, indistintamente.
Como decía antes, la desnudez no fue nunca un tabú en casa, al contrario: estábamos hartos de ver penes de todos los tamaños y formas, vaginas con más o menos aditamentos capilares y tetas de todas las formas imaginables. Pero las más bonitas siempre fueron las de mamá. Nunca necesitó sujetador para que luciesen erguidas.
Cuando tenía cinco años vino un día la Tata a contarme un “secreto”: ya sabía por qué el pene de papá y las tetas de mamá eran más grandes que las nuestras. ¡Se los inflaban con la boca como si fueran globos…! La pobre los había descubierto teniendo sexo…
“¿Quieres que te infle tu pito, Tato?”, me dijo, y yo qué voy a decir, ignorante de cinco años: ”Vale”. Y se puso a ello, pero mi pito no crecía, jajaja… Y a continuación me puse a “inflar” sus tetitas, con el resultado imaginable…
A pesar de la decepción por la ausencia de resultados mi hermana insistía todos los días y al final pasó lo que tenía que pasar: mamá nos pilló en plena faena, y después de descojonarse de risa con la explicación de la Tata nos juntó para hablar con papá y explicarnos la realidad de la vida, que a nuestra tierna edad nos sonaba a chino. De todas formas dejamos de inflarnos nuestros atributos y nuestros padres se mostraron un poco más recatados por algún tiempo, aunque pronto volvieron a su vida habitual.
A la Tata le vino la regla, e inmediatamente se puso muy enferma, con terribles dolores musculares que le impedían hacer nada, permaneciendo en la cama todo el día. Visitó hospitales en los que le hacían mil y una pruebas y en los que estaba sedada para mitigar su dolor. Los médicos decían que eran unos desarreglos hormonales para los que no encontraban cura. Todo el dinero que teníamos no sirvió más que para tenerla en una habitación privada permanentemente atendida y donde mis padres la visitaban todos los días, turnándose en las vigilias de sus noches. Yo, por mi parte, solo la veía los fines de semana, y el resto de los días lloraba por mi Tata. Así pasó ocho meses, y un buen día se despertó sin dolor. De repente todo había acabado; los médicos no encontraban respuesta al misterio, pero mi Tata regresó al hogar y volvió la alegría a la familia.
Cuando llegó a casa no la reconocí: había crecido 20 centímetros y las carnes se le habían redistribuido por el larguísimo cuerpo; siempre había sido más alta que yo, pero ahora me sacaba más de una cabeza y me sentía acomplejado. El primer abrazo que me dio me quitó los miedos.
Mi Tata cumplió años la semana siguiente de salir del hospital y nuestros padres quisieron que la celebración fuera una fiesta en la piscina a la que invitaron a familiares y amigos, con una gran barbacoa y juegos y música a tope. Estas fiestas eran las únicas veces que nos vestíamos para los invitados, pues seguíamos la costumbre de ir desnudos por casa. Cuando mi Tata salió con un bikini amarillo del verano anterior que no le tapaba nada casi me da algo… ¿Quién era ese bombón y de dónde había sacado esas tetas…? Cuando iba desnuda ni me fijaba en ellas, pero esos pedazos de tela amarilla hacían resaltar sus formas de mujer. Me quedé estupefacto, embobado ante semejante belleza, y una erección imposible de controlar se apoderó de mi pene.
La Tata se dio cuenta y se echó a reír: “Tato, me dijo, ya no tengo que soplarte el pito para que te crezca, jajaja…” Papá y mamá la secundaron en las risas y a mí no me quedó otro remedio que aceptar la pequeña burla que, afortunadamente, nadie más comprendió.
La fiesta fue un éxito y cuando los invitados se marcharon volvimos a nuestra rutina y nos quitamos todos la ropa en un ejercicio liberador. Fue entonces cuando vi el completo y espectacular cambio que mi Tata había experimentado: sus pechos eran dos preciosas manzanas con una pequeña areola oscura, sus caderas se habían redondeado y en su pubis empezaba a crecer una matita de pelo, así como en las axilas; brazos y piernas habían adquirido unas proporciones delicadas que la hacía parecer una estatua de Praxíteles. Papá y mamá quedaron tan fascinados como yo por el cambio desarrollado en mi Tata y nos fundimos en un amoroso abrazo.
Cuando nos fuimos a dormir no quisimos separarnos y nos acostamos juntos, desnudos, por supuesto. La emoción del reencuentro, de la fiesta y de la alegría por el fin de la pesadilla no nos dejaba conciliar el sueño, y los continuos abrazos que nos dábamos hicieron mella en mi pequeño pene, que sufrió una incipiente erección que no pasó desapercibida a mi Tata.
--“Tato, ¿qué le pasa a tu pito, que crece tanto?”, me dijo. Yo, ignorante total de lo que me ocurría, me eché a llorar.
--“¿Por qué lloras? ¿Te duele?”. Había olvidado la charla de papá y mamá cuando éramos unos mocosos y estaba inconsolable, pensando que también era una enfermedad como la de mi Tata.
--“¿Qué te parece si intento curártelo?”, dijo mientras lo tomaba con la mano, lo que hizo que aún se pusiera más duro.
--“Seguro que si le doy un masaje se te pasa…” Y comenzó un sube y baja que en cuestión de segundos me provocó mi primera eyaculación, expulsando un líquido blanquecino que manchó las sábanas e hizo desaparecer la hinchazón de mi pene, además de proporcionarme una instantánea relajación.
La alegría por haberme “curado” nos permitió relajarnos y dormir un poco, guardando para nosotros el secreto de la “enfermedad” de mi pito. El problema fue que todos los días me ocurría lo mismo en cuanto nos metíamos en la cama y nos abrazábamos, pues a la luz del día no me afectaba ver a mi Tata y a mamá desnudas, así que todas las noches se repetía la operación de “curar el pito”, como la llamábamos.
Un mes después del regreso de mi Tata fue mi cumpleaños, y de nuevo se organizó jolgorio en casa con fiesta en la piscina, y para la ocasión mi Tata se había comprado un bikini apropiado a su talla, que la hacía… uffff!!! Mi pene volvió a despertar en público y me llenó de vergüenza, pero mi Tata me llevó al dormitorio y me curó como ella sabía, disfrutando de la fiesta con amigos y familia sin más incidentes.
Esa noche, en la cama, mi Tata me dijo que le gustaría volver a “inflarme el pito” como cuando éramos niños, a lo que no me opuse; estaba totalmente dominado por ella y podía hacer conmigo lo que quisiera, así que se puso a la faena y en cuestión de segundos se metió mi pene en la boquita y empezó a soplar, causándome cosquillas, consiguiendo su objetivo de hacer crecer mi pequeño pito considerablemente. Una vez alcanzado su máximo tamaño comenzó a lamerlo como un chupachups y entonces experimenté un placer inenarrable al sentir su lengua y sus dientes rozando el glande, provocándome una eyaculación en su boca que nos pilló a ambos por sorpresa. Mi Tata no hizo ascos y se tragó todo el semen expulsado, relamiendo a continuación mi pene que se resistía a perder firmeza, de modo que continuó chupando hasta conseguir una segunda corrida por mi parte. Yo estaba exhausto por las convulsiones que los dos orgasmos me habían provocado y mi Tata me miraba con unos ojos amorosos mientras de la comisura de la boca colgaba un hilillo de semen que tomó con un dedo y tragó gustosa.
La noche siguiente hablamos de lo ocurrido y mi Tata comentó las cosas que ella había sentido mientras me chupaba el pene, de la excitación que había sentido en el coñito y lo duros que se le habían puesto los pezones, así que me pidió que le hiciera algo que rebajase esa tensión, de manera que empecé por besar sus preciosos pechos con las areolas chiquitas y duras. A continuación tomó mi mano y la dirigió a su coñito, que se hallaba empapado, y me hizo acariciar sus labios y juguetear con el incipiente vello de su pubis. A los pocos minutos, un espasmo recorrió su cuerpo dejándola desmadejada y dándome un susto al verla casi desmayada.
--“Será nuestro secreto”, me dijo, y así fue durante un par de años, en los que practicamos sexo oral casi a diario, convirtiéndonos en expertos en satisfacer al otro. El sabor de su sexo era dulzón, y visualmente una pequeña obra de arte: siempre depilado, como el de mamá, los labios vaginales rosados y el clítoris siempre asomando, dispuesto a ser acariciado y chupado, como mi pene, que ya tenía un tamaño considerable, sin ser exagerado.
Nuestros cuerpos habían experimentado los cambios propios de la edad. Mi Tata creció hasta casi 1,80 y yo di un buen estirón, aunque me quedé en 1,70. Nuestros padres nos insistían en que cada uno durmiera en su habitación, pero éramos incapaces de separarnos. Hasta que nos pillaron, claro.
La verdad es que no se hizo un drama del asunto porque fuimos muy responsables y solo era sexo oral, pero nos hicieron prometer ser cuidadosos, hasta el punto de proporcionarnos condones y anticonceptivos por si un día dábamos el salto lógico en nuestra relación, aunque los médicos habían dicho que mi Tata no podría tener hijos a causa de su enfermedad. La verdad es que nunca nos planteamos la penetración, pues nos divertíamos así y gozábamos de nuestros encuentros.
La enfermedad de mi Tata le hizo perder un curso completo, de manera que ahora íbamos a la misma clase, un motivo más para estar juntos todo el día. Teníamos los mismos amigos, compañeros, profesores… Un día que hubo un reventón de agua en el instituto se suspendieron las clases y nos volvimos a casa antes de hora.
Al entrar en casa oímos jadeos en el salón y nos asustamos un poco, pero el estar juntos nos envalentonó y nos asomamos para descubrir… a papá y mamá follando como locos en la alfombra. No nos vieron, y nos quedamos como pasmarotes contemplando dos cuerpos perfectos en completa unión gozando su gran amor. El hermoso cuerpo de mamá era penetrado de forma salvaje por la gran polla de papá.
Estaríamos como 10 minutos observándolos, cogidos de la mano, disfrutando de la visión de un acto precioso, hasta que estallaron en un orgasmo simultáneo que los derrumbó en el suelo mientras se besaban y acariciaban… hasta que nos vieron.
--“Venga, tortolitos, eso se hace en la cama, jajaja…”, se burlaba mi Tata. Yo no me atrevía; todavía estaba en shock.
Papá y mamá se taparon instintivamente y al momento estallaron en una carcajada y vinieron a abrazarnos. Cuando dijimos el tiempo que llevábamos observándoles se morían de risa.
--“Es una muestra del amor que nos tenemos. El tiempo y el espacio desaparecen cuando hacemos el amor. A vosotros también os pasará. Eso deseamos”
Desde ese día las muestras de cariño en casa se prodigaron. Papá y mamá no se cortaban un pelo a la hora de hacerse arrumacos y a nosotros no nos importaba lucir mi erección o la excitación que ponía los pezones como piedras a mi Tata.
Un día, a la hora de la comida, la Tata nos sorprendió a todos con una petición muy especial:
--“Mamá, ¿me prestas a papá?”
--“¿Cómo que te lo preste?”
--“Sí, estoy muy contenta con el pene de Tato, pero quiero probar algo más antes de perder la virginidad. Quiero probar su polla, si no os importa”
--“Déjanos hablarlo y sopesaremos tu petición”
Yo estaba desolado. Mi Tata ya no quería mi polla. Me eché a llorar.
Mi Tata me abrazó y me susurró al oído “para ti tengo otros planes”, dándome un cariñoso beso.
Papá y mamá volvieron a la mesa y, cogidos de la mano, comenzaron a hablar.
--“Sabemos que esta no es una familia corriente. Nuestro estilo de vida no es el habitual, y si la gente lo supiera, seguro que se escandalizarían. Vuestra particular relación roza el delito, pues sois menores de edad, pero sabemos que todo lo hemos causado nosotros con esta forma de actuar tan particular. Aceptamos tu petición, pero hay condiciones: no va a haber penetración y vamos a estar todos presentes en el acto. Te puedes retirar en el momento que quieras si te arrepientes y nunca haremos reproches por lo que pase entre nosotros. Esto será un acto puntual y no actuaremos a escondidas de los demás. ¿Estáis de acuerdo?”.
--“Lo deseo con toda mi alma, mamá”.
Un abrazo selló nuestro compromiso y fijamos el fin de semana como la fecha adecuada para el acto que podía cambiar nuestras vidas.
Elegimos la habitación de nuestros padres por tener la cama más grande y espacio suficiente para observar lo que se avecinaba. A media tarde comenzamos a prepararnos. La Tata y yo nos duchamos juntos, lo que aprovechó para hacerme una mamada que me relajó y despejó mis dudas sobre sus intenciones, a la que correspondí con una comida de coño que la dejó con las piernas temblando. Lo cierto es que habíamos cogido tal práctica con el sexo oral que conocíamos todos los trucos para hacer gozar a nuestro contrincante. Solo hacíamos sexo entre nosotros, apartando a los moscones que perseguían a mi Tata, que a los 18 era una diosa que había heredado los genes de belleza e inteligencia de mamá, además de su espíritu bueno y solidario. Por mi parte, a mí no me interesaba casi nada que no fueran los estudios y la familia, y al tener mis necesidades sexuales cubiertas no me implicaba en relaciones con otras chicas.
Bajamos al salón y ya nos esperaban papá y mamá en el sofá. Una última advertencia sobre el arrepentimiento y, ante la negativa de la Tata, subimos al segundo piso cogidos de la mano.
El aroma en la habitación era suave, y la luz tenue. Las cortinas a medio cerrar dejaban pasar un poco de luz natural que dibujaba sombras mientras nos acomodábamos en la cama.
Mamá me tomó de la mano y me hizo sentar en el butacón frente a la cama, haciéndolo ella directamente en la alfombra.
Sentados en el borde de la cama, papá y la Tata se miraban a los ojos y, finalmente, ella cogió la mano de papá y la puso en su pecho, haciéndose ella misma caricias con la punta de los dedos. Los pezones se le pusieron duros y parecieron oscurecer más de lo habitual. Con su mano acarició el pecho de papá e instantáneamente su pene despertó, al igual que el mío. Mamá se dio cuenta y me sonrió.
Al ver a papá dispuesto alargó la mano y agarró el mástil que lucía en todo su esplendor, iniciando un movimiento de sube y baja lento y lleno de excitación. Papá sobaba los pechos de la Tata y les daba pequeños chupetones que hacían reflejar en su cara el inmenso placer que le provocaba.
Al final se decidió a acercar la boca al majestuoso pene que se erguía ante ella y comenzó a darle lametones que hicieron gemir a papá. Mamá tenía los ojos vidriosos, como si fuera a echarse a llorar en cualquier momento, y le agarré la mano. Me miró y apoyó la cabeza en mi pierna, cerca de mi pene, que, por cierto, no resistía comparación con el de papá.
Llegaba el momento decisivo. La boca de mi Tata atrapó el pene y se lo introdujo hasta la mitad, provocando en mí una punzada de celos. Inició un movimiento de arriba abajo sacando por momentos la polla completamente y volviendo a tragarla casi entera. A veces le daban arcadas porque nunca había chupado un pene tan grande, pero mantuvo el tipo y continuó dándole placer a papá, mientras mamá y yo observábamos con una cierta envidia. Al cabo de un rato papá la hizo parar y la tumbó en la cama, dispuesto a darle a ella el mismo placer que su hijita le causaba. La vagina de mi Tata brillaba por los jugos que brotaban debido a la excitación, y papá se esmeró en comerle el coñito mientras gemía sordamente.
Entonces ocurrió lo inesperado: mamá tomó mi pene y empezó a hacerme una paja. Levantó la vista y me miró a la vez que me daba un piquito en los labios. Nunca lo había hecho, salvo de niños. Abrió la boca y con su lengua exploró mis labios, forzándome a devolverle las caricias.
En la cama, padre e hija practicaban un 69 perfecto, con la Tata encima mostrando su esplendoroso cuerpo.
Mamá abandonó mis labios para ir bajando por mi pecho hasta llegar a mi pene, duro como una piedra, y se lo introdujo en la boca sin miramientos, provocándome un escalofrío que casi me hace correrme al momento. Estiré los brazos para tocar sus pechos perfectos a pesar de tener casi 40 años, y mi mirada se cruzó con la de papá y la Tata, que nos sonreían en un descanso de su batalla. Cada pareja retornó a su tarea y mamá se levantó llevándome a la cama, donde me tumbó para seguir con la mamada. Por momentos abandonaba mi pene para besar a su marido e hija o compartir la polla de papá. Las tetas de mamá fueron objeto de mi atención hasta que conseguí situarme en posición de comerle el coño limpio como el de una muñeca, lleno de flujos procedentes de la excitación que nos llenaba a todos.
No sé el tiempo que pasamos amándonos, pero mamá y la Tata se corrieron varias veces y nosotros también fuimos ordeñados más de una vez. Cuando caímos derrengados en la cama hacía horas que el sol ya no entraba por las ventanas. Abrazados los cuatro caímos en un profundo sueño hasta la mañana siguiente.
La cara de felicidad que teníamos todos a la hora del desayuno nos hizo despejar cualquier atisbo de reproche por lo ocurrido la noche anterior. La primera en hablar fue mamá.
--“No estaba planeado, de verdad. Me pudo la excitación, pero no me arrepiento. Os amo, a los tres. Y si se ha de repetir, que sea a plena vista, sin escondernos”
--“Por mi parte no se repetirá, porque solo quería experimentar algo diferente, pero ahora sí quiero hacer otra petición en la que también estaréis implicados”, dijo la Tata.
--“Habla, cariño” dijo mamá.
--“El mes que viene es mi cumpleaños. Solo quiero un regalo por parte de vosotros”.
--“¿Un coche, una moto, un piso…?”.
--“No. Quiero perder mi virginidad con el Tato. Y quiero que, como ayer, estemos todos juntos. Quiero que nos enseñéis a amarnos como lo hacéis vosotros”.
Nuestras bocas se abrieron del asombro.
--“Os hemos visto hacer el amor y quiero que mi vida sea así, de la primera vez a la última, con la persona que más amo en el mundo. Sé que no he conocido más hombres que vosotros, pero no concibo mi vida sin mi Tato”.
Nuestras caras eran un poema. Lagrimones como puños caían por mis mejillas. Las palabras de mi Tata me calaron el corazón y me llenaron de confusión. ¿Estaba hablando de amor? Nunca nos habíamos referido a ese sentimiento en nuestra relación. Por supuesto que yo la quería con locura y sabía que ella a mí también, y que lo nuestro no era solo sexo, pero no se me había ocurrido que fuera a tener un sentimiento tan profundo hacia mí.
Papá y mamá callaban y nos miraban esperando que yo, invitado inesperado en la decisión de mi Tata, reaccionase a la petición del regalo de cumpleaños más original que hubiese visto nunca desear. Mi cabeza aún daba vueltas pero mis labios dieron la respuesta que la Tata esperaba:
--“Tu deseo se verá cumplido, al menos por mi parte. No solo el hecho de tener sexo, sino que me tendrás a tu lado el resto de nuestras vidas, si así lo quiere el destino…”
Los días que faltaban para el cumpleaños de la Tata pasaron como una cierta rutina, pero la expectación ante los acontecimientos que se avecinaban nos mantenía en vilo. Tata y yo seguíamos con nuestros escarceos sexuales, y nuestros padres se mostraban más amantes y cariñosos que nunca, entre ellos y con nosotros, sin que se repitiera la escena del dormitorio. El recuerdo de esa tarde permanecía en todos los habitantes de la casa, pero el compromiso era fuerte en nuestras relaciones.
Para el día del cumpleaños se organizó una macrofiesta en honor a mi hermana a la que acudió todo el mundo: familia, amigos, compañeros, políticos, empresarios, periodistas, artistas… Que la hija de uno de los hombres más ricos de España alcanzase la mayoría de edad significaba un acontecimiento social digno de ser reseñado. En consonancia con su forma de actuar, nuestros padres insistieron en las invitaciones en que no se llevasen regalos personales, y que preferían donativos a alguna de las ONG con las que todos colaborábamos activamente. Por nuestra parte ya teníamos comprometido un regalo muy especial que sería entregado en la más absoluta intimidad.
Los invitados fueron poco a poco abandonando la fiesta, y el personal contratado para la ocasión se ocupó de desmontar mesas, carpas y demás ornamentos, dejando la casa en su estado original, momento en el cual nos sentimos de nuevo nosotros mismos.
La primera en desprenderse de la ropa fue mamá, y fue como el pistoletazo de salida de una carrera. Los ropajes salieron volando por los aires y una sensación de alegría y libertad nos hizo estallar en gritos de alegría uniéndonos en un abrazo común lleno de amor. Mi Tata me llenó de besos y su desnudez me provocó una instantánea erección saludada por todos los presentes como el augurio de lo que estaba por llegar.
Como en nuestra primera reunión familiar, se decidió que todo se llevase a cabo en la habitación de nuestros padres, que ya había sido acondicionada al efecto con velas y flores frescas. Primeramente pasamos todos por la ducha para relajarnos un poco tras la tensión de la fiesta multitudinaria ofrecida en honor de la más bella mujer que jamás conocí.
Entramos en el dormitorio tomados de la mano mientras nuestros padres nos esperaban con unas copas de cava en la mano, las cuales nos ofrecieron al tiempo que brindaban por el feliz acontecimiento que estaba próximo a desarrollarse entre las cuatro paredes de nuestro hogar.
Yo entonces no tomaba alcohol, pero la sequedad de garganta que sentía me hizo apurar la copa de un trago y un cosquilleo me subió por la nariz haciendo brotar unas lagrimillas que causaron risa en mis padres y Tata. Un poco avergonzado me refugié en los brazos de mi amada y sentí la calidez de sus perfectos pechos que no tardé en besar y acariciar.
Papá y mamá se apartaron a un rincón del dormitorio, tomando asiento en dos sillones dispuestos frente a la cama pero a la distancia suficiente para no sentirnos intimidados por su presencia. Cogidos de la mano nos observaban con detenimiento mientras unas lágrimas caían por el bello rostro de mamá, que papá limpió amorosamente.
Tata y yo nos besamos suavemente cuando tomamos posición en la gran cama que había de ser testigo de una demostración de amor absoluta. Nos tumbamos frente a frente y nuestros cuerpos se enlazaron en un abrazo apasionado. Los labios se buscaron con furia, y las lenguas viajaron de una boca a otra, dejando rastros de saliva por los rostros.
Mi pene estaba excitado desde el primer momento que entramos en la habitación, y mi Tata lo tomó con la mano masajeándolo suavemente mientras mis dedos acariciaban sus pechos y sus pezones duros como el diamante, fruto de la excitación que sin duda también la poseía. Suspiros de placer se esparcían en el ambiente, salidos de cuatro bocas que se amaban con locura. Nuestros padres, en su rincón, se acariciaban mutuamente al tiempo que no perdían detalle de nuestros actos.
Cuando mis dedos llegaron al coñito de mi hermana notaron la humedad que la excitación del momento le causaba, y en ese instante tomó la iniciativa: se separó de mí y, girando sobre sí misma, dirigió su boca a mi pene al tiempo que dejaba su coño al alcance de la mía, que atrapó gustosa los labios ofrecidos. Mi lengua recorrió la rajita sin dar tregua, mientras mi polla era tragada sin piedad por mi Tata llegando hasta el fondo de su garganta, causándole alguna arcada, pero sin abandonar la tarea en ningún instante. Mientras, su clítoris sufría un feroz ataque por mi parte, proporcionándole así el primer orgasmo de la noche. Las convulsiones obligaron a mi hermana a soltar mi polla de su boca, privándome de una corrida que se aproximaba rauda. Nos abrazamos en el lecho y juntamos nuestras bocas saboreando los fluidos mezclados.
Al fondo de la habitación, papá y mamá se besaban apasionadamente sentados en sus sillones, ajenos, al parecer, de los escarceos de sus hijos en su propio lecho. El pene de papá lucía majestuoso entre sus piernas, apuntando orgulloso hacia arriba. Entre las piernas de mamá se observaba el rastro de sus flujos fruto de la excitación.
Tras un breve descanso mi hermana volvió a atacar mi polla que había sufrido un momentáneo bajón, aunque el simple roce de su mano le devolvió su esplendor anterior. Lo introdujo nuevamente en su boquita y comenzó a succionar como si no hubiese un mañana, llevándome a un éxtasis instantáneo que me hizo derramar en su boca el semen contenido en mis huevos, explotando en un orgasmo fabuloso que dejó mi mente en blanco durante unos instantes.
Mientras, nuestros padres se masturbaban mutuamente tumbados en la gran alfombra de lana a los pies de la cama. Los observamos con detenimiento al tiempo que cogíamos fuerzas para el acontecimiento que había de suceder en unos minutos. Al verse observados aceleraron sus movimientos y en un visto y no visto se pusieron en posición de 69 y finalizaron con sendas corridas entre espasmos de satisfacción.
Unos minutos de descanso que aprovechó papá para servir unas copas de cava que nos refrescaran un poco fueron el preludio del asalto definitivo que nos esperaba.
Papá y mamá recordaron que no teníamos que forzar la situación, que dejásemos que todo fluyera a nuestro alrededor y que si nos sentíamos cohibidos por su presencia se retirarían del cuarto. Nuestro convencimiento más absoluto de que esto era lo que deseábamos les hizo saltar las lágrimas, lágrimas que nos contagiaron y que solucionamos en un gran abrazo, tras lo cual se retiraron de nuevo a los sofás en penumbra y nos dejaron sentados en el borde de la cama que ahora podíamos llamar familiar.
Abrazados, nuestros labios se unieron en un beso húmedo, comenzando una nueva fase de excitación previa al momento definitivo. Mi boca buscó sus pechos y sus pezones duros por el placer experimentado, y su mano asió mi pene enhiesto de nuevo haciendo una suave paja que hizo lubricar el glande ya dispuesto a alcanzar el objetivo. Mi Tata se tumbó en la cama ofreciéndome su coñito que besé con fruición con intención de excitarlo más aún y que la penetración resultase lo menos traumática posible. Tomó mi rostro y me hizo acercarlo al suyo para ponernos a la misma altura y proceder al instante supremo. Coloqué mi pene desnudo a la entrada de su vagina y el glande se introdujo sin dificultad, causando apenas un pequeño gesto de molestia en mi amada hermana. Nos besábamos sin cesar al tiempo que daba pequeños empujoncitos con la intención de acomodar el pene en su interior sin lastimarla, mientras las largas piernas de mi Tata se enroscaban en mi cintura haciendo presión para el envite definitivo.
Con un gesto de los ojos, sin palabras, me indicó que estaba lista y di el arreón final, sintiendo en mi polla el instante en el que su himen se desgarraba y un breve calor provocado por la sangre derramada cubría mi pene mientras dos lágrimas corrían por el bellísimo rostro de mi hermana que bebí amorosamente al tiempo que detenía mi ataque para darle tiempo a acomodar su coñito a la invasión sufrida. Sin dejar de besarnos me sonrió y me invitó a seguir con la penetración. Lo hice suavemente, en un vaivén lento que hacía aparecer y desaparecer mi miembro en su interior rítmicamente. Un rictus de dolor se dibujaba en su cara que me hizo plantearme la retirada, pero me lo impidió apretando más sus piernas alrededor de mis caderas y besando con más pasión si cabe mis labios. Así, aceleré mis movimientos y el gesto de su rostro cambió completamente por el de placer que ya conocía de todos nuestros años incestuosos.
Mis brazos estaban cansados de soportar mi propio peso y la corrida anterior me impedía llegar de nuevo al orgasmo, de manera que mi Tata me hizo parar para colocarse encima de mí y seguir nuestro particular combate de amor. Antes se limpió la sangre que escurría por sus piernas y manchaba mi pene y que era la prueba del fin de su virginidad. Se puso sobre mí y comenzó a bajar hasta encajarse de nuevo en mí provocando unos escalofríos que casi me hacen correrme al momento. Pude controlarme y entonces comenzó una nueva experiencia. El movimiento vertical de mi hermana me causaba un placer inenarrable al tiempo que su cara mostraba un gesto de placer con los ojos perdidos en el vacío. Los míos estaban fijos en ella, disfrutando de su belleza sin par y del espectáculo de sus pechos botando al ritmo de sus ascensiones. Por momentos cambiaba por movimientos circulares en los que su clítoris rozaba con mi pubis proporcionándole instantes de placer que se reflejaban en la fuerza con que su vagina apretaba mi pene, como si quisiera exprimirlo. Me resultaba dificultoso controlar por más tiempo la eyaculación y, a un gesto mío, aceleró sus subidas y bajadas hasta que exploté en su interior mientras se derrumbaba sobre mi pecho víctima también de un glorioso orgasmo que nos paralizó después de sufrir los espasmos finales de nuestro placer conjunto.
Empapados en sudor, nuestros rostros se enfrentaron y nuestros labios se unieron en un beso de amor. No hacía falta hablar.
Papá y mamá se levantaron y tomaron posición en el borde del lecho que había sido testigo de nuestra prueba de amor. Acariciaron nuestras caras y en las suyas se apreciaba la emoción del momento de que habían sido mudos partícipes.
Mi Tata se separó de mí cuando mi pene perdió su vigor, expulsando mi semen mezclado con sangre, y se tumbó a mi lado tomando mi mano y llevándola a sus labios. Mamá aprovechó para limpiarnos un poco con unas toallas húmedas y pronto caímos en un sopor víctimas del cansancio y la emoción.
Cuando desperté lloré de la emoción de ver a las mujeres más hermosas de mi vida a mi lado, flanqueados como estábamos por nuestros padres, que no se habían movido de nuestro lado. Mi movimiento pareció ser el detonante para que todos despertasen, y los recuerdos de la noche pasada afloraron en todos nosotros al mirarnos a la cara. Caras de felicidad, por supuesto, que no se borraron el resto de nuestras vidas. Mamá nos inquiría acerca de la experiencia, pero era algo que no acertábamos a explicar con palabras, así que desistió y solo nos aconsejó lo que en su propia vida habían estado practicando ellos: respeto absoluto por el otro y confianza ciega sin secretos.
La nueva situación no iba cambiar el modo de vida en la casa salvo que ahora nos considerábamos una pareja formal, pero convinimos que las muestras de amor las reservásemos ambas parejas para el interior de los dormitorios para no provocar incomodidad o forzar situaciones comprometidas, ya que habíamos quedado en que las dos ocasiones previas habían sido algo excepcional de lo que no nos arrepentíamos, al contrario, nos habían unido más como familia.
La Tata y yo comenzamos así una nueva vida en pareja en privado llena de felicidad. Nuestras relaciones sexuales pasaban por sus mejores momentos. El conocimiento de nuestros cuerpos desde hacía tantos años no nos hacía caer en la rutina, y nuestra juventud nos proporcionaba una energía inagotable que quemábamos en sesiones de sexo y amor.
Una mañana durante el desayuno me preguntaron si tenía alguna petición de regalo especial, como había hecho la Tata. Lo cierto es que no me había planteado nada especial y dije que me pensaría algo, pero los días pasaban y no se me ocurría nada, no tenía ningún apetito especial, pues tenía todo lo que podía desear. Ante mi aparente desidia, que no era tal, mi Tata decidió que me haría un regalo por su cuenta, sin desvelar su naturaleza en ese momento, pero que esperaba que me gustase.
Se volvió a organizar otro fiestón en honor al “heredero” de una de las mayores fortunas del país. Lo cierto es que la prensa rosa llevaba meses detrás de nuestra familia debido a lo poco que se conocía de nuestra vida privada, pues aunque toda la familia llevábamos una vida social discreta, con puntuales apariciones en eventos multitudinarios, la absoluta ignorancia de lo que pasaba entre los muros del chalé hacía que fuésemos el foco de atención cuando nos mostrábamos en público. La Tata y yo estudiábamos en un instituto público y nuestra relación con compañeros y profesores era absolutamente normal, teniendo un círculo de amistades que no sospechaban de nuestra relación, aunque sí les parecía raro que no tuviésemos novios o pareja o relación asimilable, porque además éramos buenos alumnos, bien parecidos –bueno, ya he dicho que mi hermana era una diosa-, deportistas e implicados con nuestro entorno. Sin cesar publicaban noticias inventadas sobre supuestos noviazgos que nos causaban hilaridad a todos. Si hubieran sabido la verdad…
Bien, pues el día llegó y pasó como en la fiesta de mi hermana. Se pidió que no hubiera regalos personales y que en su lugar se hicieran donaciones a ONG que ayudasen a desfavorecidos. La flor y nata del país se dio cita en la casa y ejercimos como los perfectos anfitriones que eran nuestros padres, que aprovecharon la ocasión para anunciar la creación de la “Fundación Tata y Tato” para combatir la pobreza infantil en el mundo y a la que invitaban a sumarse a las fortunas más importantes del país y a ciudadanos anónimos que quisieran comprometerse en la lucha contra esa lacra que costaba millones de vidas al año y que podía ser paliada con una mínima parte de la riqueza que poseíamos. A ello dedicaron el resto de sus vidas, sin dejar de lado sus actividades profesionales y artísticas y, por supuesto, familiares.
Cuando terminó la fiesta y quedamos solos llegó de nuevo la liberación. Volaron los ropajes y los cuerpos desnudos tomaron posesión de nuevo de todos los espacios de la casa. Un abrazo colectivo fue el disparador del anuncio de mi Tata respecto al regalo que me había preparado. Yo lo había olvidado, porque habíamos hablado de no hacer regalos, pero dijo que era también un regalo un poco egoísta, pues la mitad iba a ser para ella.
Intrigados, pusimos los ojos en ella esperando la revelación sobre lo que me deparaba el final del día. Nunca lo hubiese imaginado. Nuestros padres, tampoco.
--“Tato, te voy a entregar mi culito”.
Sentí un ahogo en el pecho y una repentina erección ante semejante declaración. Papá y mamá intercambiaron miradas y sonrieron.
--“¿Así que por ahí venía tu curiosidad por el sexo anal?”.
--“Sí. No hemos practicado la penetración, aunque sí lo incluimos en los preliminares de sexo oral, de forma que sí, tengo curiosidad. Si el Tato quiere, por supuesto. Vosotros lo practicáis, ¿verdad?”.
--“Sí, desde hace años. Y resulta placentero si se hace con ganas de hacer disfrutar a la pareja”, contestó mamá.
Sentí los tres pares de ojos fijos en mí esperando una respuesta que no necesitaron oír de mis labios cuando abracé a mi Tata y la besé como nunca en mi vida. Ciertamente, nunca habíamos hablado de practicarlo, pero los dos disfrutábamos en nuestras sesiones de sexo oral cuando nuestras lenguas jugueteaban con los esfínteres del otro y alguna vez había estado tentado de introducir un dedo en su interior, pero siempre me podía el temor al rechazo o a provocarle dolor. Ahora, la propuesta nos abría las puertas a una nueva experiencia que podía enriquecer aún más nuestra unión.
--“¿Estaréis presentes?, pregunté.
--“Solo si vosotros queréis. Es algo muy íntimo y personal”.
--“Por supuesto que queremos, ¿verdad?”, me dirigí a mi hermana.
Sus ojos y su sonrisa bastaron para sobreentender la aceptación de los testigos, y dado lo avanzada de la noche y el cansancio y la emoción del día, decidimos posponer el acto para el fin de semana, lo que nos daría un poco de margen para prepararnos en cuerpo y alma para la entrega que mi Tata estaba dispuesta a hacer al hombre que amaba. Fueron dos días en que mamá y ella no se separaron ni un momento, cuchicheando en voz baja y riendo a nuestras espaldas, como maquinando algún terrible plan.
Llegado el día, este transcurrió de manera normal hasta avanzada la tarde, momento en que las dos mujeres de nuestra vida se levantaron y dijeron que se retiraban a prepararse ambas, que nosotros hiciéramos lo propio tomando una ducha y relajándonos hasta que nos avisasen. Tardaron apenas una hora y nos llamaron al dormitorio principal de la casa, dejado en penumbra con unas luces indirectas que hacían resaltar la soledad de la cama. Nos esperaban al pie de la misma, tomadas de la mano. Era la visión de dos diosas perfectas, dos gemelas solo diferenciadas por la altura que mi Tata le sacaba a mamá. Nuestras pollas reaccionaron al unísono elevándose hacia el techo en honor a nuestras amadas mujeres. Alargaron las manos invitándonos a acercarnos a ellas y, en una coreografía ensayada, abrazándonos en cuanto estuvimos a su alcance y besando labios, cuellos y pechos mientras bajaban a nuestros miembros respectivos, lamiendo delicadamente los troncos enhiestos e iniciando una suave paja tremendamente placentera. Papá y yo nos mirábamos emocionados ante el espectáculo de ver a dos tremendas bellezas apoderándose de nuestras pollas con sus bocas ansiosas y dando lengüetazos sin parar como si fueran dos helados en una tarde de verano. Mi excitación estaba al máximo y así lo anuncié, pero fue en vano: mi Tata sorbió más fuerte todavía y me derramé en su boca en un orgasmo brutal, con las piernas temblando por efecto de una corriente eléctrica que me recorría de arriba abajo. Papá aguantó un poco más, pero poco… La experiencia de mamá lo condujo a un estado de éxtasis en el momento en que se corrió con su gran polla llenándole la boca, siendo incapaz de tragar todo el semen que empezó a rebosar de sus labios, derramándose por sus pechos, de los cuales fue recogido con delicadeza para tragárselo también, dando fin al primer acto de una noche que prometía ser inolvidable.
El primer asalto nos dejó claro que las dos mujeres se habían puesto de acuerdo antes de nuestro encuentro, siendo la prueba de ello la sincronización de sus acciones en las extraordinarias felaciones que respectivamente nos dispensaron. ¿Qué más habrían planeado nuestras diosas? Por lo pronto, se sentaron en el borde de la cama y nos invitaron a hacer lo mismo. Delicadamente nos besaron en la boca y comenzaron de nuevo a acariciar nuestros cuerpos que ansiaban abrazar los suyos.
La gran cama de matrimonio nos acogió cuando nos tumbamos al unísono, mujeres sobre los hombres, en un baile sensual donde manos y bocas acariciaban el cuerpo del otro, buscando proporcionar el máximo placer posible a nuestras parejas.
Mi Tata dirigió mi rostro hacia sus pechos y con gusto los relamí mordisqueando sus excitados pezones. Continuó empujando y mis labios hallaron la rajita recién rasurada de la que sobresalía el clítoris majestuoso, brillante de jugos, ofreciéndose a ser chupado y mordido con fruición con la intención de obtener la excitación que le llevara a su primer orgasmo de la noche. Diligente, me dediqué a ello con todas las ganas y el amor que ella había puesto en su mamada, y en pocos minutos su sexo explotaba en mi boca derramando los líquidos que parecían salidos de una fuente del paraíso. Después de años de sexo oral, era la primera vez que los degustaba como el más sabroso manjar de la tierra. Los espasmos que sufría hacían golpear sus muslos contra mi rostro.
Nuestros padres habían abandonado la cama inadvertidamente y nos observaban sentados en un solo sillón, mi madre en las rodillas de papá, observando cómo sus hijos disfrutábamos de los prolegómenos de lo que prometía ser una noche inolvidable.
Me acosté al lado de mi hermana y nuestros labios volvieron a unirse. Mi polla había perdido vigor, y al advertirlo mi Tata, la tomó con la mano y la pajeó un instante, recobrando el esplendor que la noche merecía. No habíamos intercambiado ni una palabra entre los cuatro desde nuestra entrada en la habitación, y las primeras de mi hermana fueron para decirme “te amo”.
Lloré. Lloré de la emoción. Y las lágrimas corrían también por su bellísimo rostro como una fuente caudalosa.
Nos besamos y con los ojos nos dijimos que estábamos listos para el paso definitivo. Se dio la vuelta y colocó sus rodillas en el lecho alzando el culito precioso ante mis ojos. Comencé besando las nalgas mientras con un dedo lubricaba su ano con los jugos que emanaba su coño. Una primera falange entró como un cuchillo caliente en la mantequilla, arrancándole un suspiro. Un ligero metisaca fue preparando el agujerito para un segundo dedo, nuevamente lubricado de flujo y saliva.
-“Métemela ya, por favor. Estoy que ardo…”, me pedía.
Me puse tras de ella e inicié la aproximación de mi glande al virgen agujero. Lubriqué mi pene en una rápida penetración a su chorreante coño y me dispuse a recoger el más bonito regalo de cumpleaños de mi vida.
El glande no tardó en atravesar el esfínter depilado para la ocasión entre gemidos de la Tata. Me detuve hasta acomodarlo y al poco reanudé mi ataque introduciendo la polla en pequeños empellones al tiempo que acariciaba su clítoris para mantenerla excitada y que no sintiera dolor por la invasión que sufría, aunque la verdad es que no se escuchaba ninguna queja de sus labios, solo gemidos placenteros. Cuando toda mi herramienta estuvo en su interior hice una nueva parada para besarnos y mirar a nuestros padres mientras nos observaban amorosamente. El movimiento de vaivén era acompañado rítmicamente por mi adorada hermana entre suspiros. Su ano, ahora acostumbrado al grosor de mi polla, se abría y cerraba ante mis ataques cada vez más rápidos. Mi excitación era máxima y mi orgasmo se anunciaba próximo. Le pregunté si quería mi corrida en su interior, y ante su movimiento afirmativo, aceleré la penetración hasta llenar su culo de mi leche caliente mientras su esfínter me apretaba la polla escurriéndola de todos mis jugos.
Me derrumbé encima de ella y caímos en el lecho. Mi cabeza daba vueltas por el tremendo placer que había sentido. La respiración me faltaba. La Tata temblaba bajo mi cuerpo y poco a poco extraje mi pene de su interior y la abracé y besé con todo el amor que le tenía, recibiendo como respuesta por su parte los mismos besos y caricias.
Papá y mamá seguían sentados en el sillón a los pies de la cama, pero ahora mamá tenía la polla de papá clavada en su culo. Subía y bajaba sobre ella mostrándola en todo su esplendor cada vez que abandonaba su agujero dilatado. Los observamos hasta que ambos llegaron al orgasmo, con gritos de placer de los dos y aplausos por nuestra parte.
Una vez todos recuperados nos fundimos en un abrazo y nos quedamos tumbados en la cama por parejas, quedando dormidos hasta la mañana siguiente.
Nuestra vida continuó su rumbo feliz; éramos una familia que se amaba por encima de todas las cosas, ajenos a las preocupaciones que llenaban el mundo exterior.
En la universidad elegimos dos carreras que iban a continuar la tradición familiar: la Tata estudió Bellas Artes y yo Ingeniería Informática, ambos con la firme intención de ampliar las acciones que nuestros padres habían desarrollado en sus vidas y que habíamos tenido como ejemplo.
La belleza de mi hermana no pasó desapercibida en los círculos universitarios, y las invitaciones a fiestas y saraos diversos eran continuas, pero siempre eran declinadas con educación. Para compensar la aparente frialdad con la comunidad estudiantil, ella misma organizaba eventos culturales o deportivos con carácter solidario, siguiendo los pasos que nos habían marcado en casa. Al ser un centro público, todo lo que ocurría entre sus paredes tenía repercusión en los medios de comunicación, que no tardaron en enviar equipos casi a diario con la intención de “descubrir” los secretos de la heredera de una de las mayores fortunas del país. Yo me libraba del escrutinio periodístico, aunque tenía una fama de “friki” que no me molestaba en desmentir. Siempre que nuestros horarios nos lo permitían comíamos juntos en el campus, desconcertando a quienes no conocían nuestro parentesco y veían a una diosa con un rarito como yo.
Nos graduamos y yo me incorporé a la empresa de papá, y la Tata dio inicio a una exitosa carrera artística sin necesidad de hacer uso de su apellido. En casa seguíamos con nuestro amor sin fin y así fue hasta el día de la gran tragedia, cuando un borracho atropelló a nuestros padres matándolos en el acto. Las muestras de duelo se sucedieron durante días por parte de la sociedad, y nos vimos de repente solos en la inmensa casa familiar hasta hoy, día en el que hemos recibido la noticia más alucinante de nuestras vidas: la Tata está embarazada. Los médicos siempre dijeron que no podría tener hijos por la enfermedad que pasó en su infancia, y, de hecho, nunca usamos protección por eso mismo, así que la noticia de que vienen gemelos nos ha dejado estupefactos, pero inmensamente felices. Solo el ginecólogo sabe quién es el padre y no lo desvelará, guardando nuestro secreto.
Sabemos que cuando se sepa la noticia indagarán en nuestras vidas, pero estamos seguros de poder lidiar con todo. Educaremos a nuestros hijos con el mismo amor que nuestros padres nos dedicaron y dejaremos que elijan su propio futuro.
FIN