Falsas apariencias: Primera parte
Mi mujer Raquel y yo nos vamos fuera de la ciudad por trabajo y decidimos hacer que parezca que no estamos casados, para divertirnos un poco.
Eran ya dieciséis años de relación, los siete últimos de casados; pero tan solo dos trabajando en el mismo almacén. Sin nosotros pretenderlo, nuestra vida laboral había ido coincidiendo hasta tal punto que la empresa por cierta deferencia, había decidido mandarnos juntos a una formación para responsables que se hacía en un el salón de actos del hotel donde nos iban a alojar, organizado por una empresa que imparte masters y formaciones laborales, situada en Toledo. Estos cursos estaban enfocados a mandos intermedios de muchas empresas logísticas repartidas por todo el territorio de la Península. Se había ido mandando a otros compañeros por parejas y como nosotros finalmente nos habíamos podido organizar esa semana para dejar nuestra hija con la abuela, no cabía duda de que la mejor opción parecía ser la de enviarnos juntos. Saldríamos el lunes a primera hora para estar allí a las 10 a.m. y el retorno sería ya el viernes por la tarde, después de comer. En un primer momento no nos había hecho demasiada gracia por las complicaciones logísticas que implicaba a nivel familiar, pero cuando mi madre se había podido organizar para tener esa semana libre, comenzamos a ver el viaje con otros ojos, pues además de tener interés en la formación que iban a realizar, nos lo íbamos a tomar como una desconexión frente a la rutina del resto del año.
Aparcamos provisionalmente frente a la recepción, entramos y nos entregaron una tarjeta a cada uno durante el check-in que servía tanto para la puerta de la habitación, como de acceso al garaje y a las salas exclusivas para clientes del hotel como el gimnasio o el spa. Después de dejar el coche en su correspondiente plaza, el cual no yo teníamos intención de mover hasta el viernes siguiente, sacamos las maletas y subimos por el ascensor hasta la cuarta planta. Raquel sacó su tarjeta para mirar el número de habitación, pues no recordábamos lo que nos habían dicho y vio que ponía «417». Llegamos hasta la puerta dicha habitación pero cuando mi mujer fue a introducirla en la ranura correspondiente, se le cayó al suelo al ir muy cargada con las bolsas y maletas, así que le dije:
- No te preocupes, ahora la coges cuando entremos y dejes las cosas, ya abro yo.- Saqué mi tarjeta, la introduje, pero la puerta no hacía mención de desbloquearse.
- Hugo, dale la vuelta que igual la has metido mal.- Sugirió Raquel.
- Ya sabes que yo nunca la meto mal, cariño.
- Idiota.
Le hice caso y le dí la vuelta a la tarjeta por la otra cara y de arriba abajo, pero nada, no se abría.
- Igual no la han configurado bien.- Dudé.- Aunque, espera, aquí pone «423» ¿nos han dado la tarjeta de otra habitación?
- Ve a probar a esa puerta, a ver si tenemos dos y todo.- Dijo Raquel riéndose.
Me desplacé intrigado hasta el otro extremo del pasillo y ¡bingo!, se abrió. Comprobamos que efectivamente en los papeles del check-in también constaban las dos habitaciones, por lo que supusimos que como la gestión de la reserva del hotel la habían hecho desde la central de la empresa, nadie reparado en decirle a la administrativa en cuestión, que no hacía falta reservar dos habitaciones como con el resto de compañeros. Decidimos entonces quedarnos con la 423 que tenía la terraza un poco más grande y era más luminosa, pero, no dijimos nada en recepción respeto de la 417, ya le daríamos algún uso, dijimos mientras sonreíamos como los niños que se han encontrado una gominola donde no la esperaban. Deshicimos las maletas pues aún quedaba una hora hasta las 12 m. que era cuando se hacía la presentación; descansamos un poco y nos cambiamos de ropa para bajar a tomar un café a la cafetería mientras hacíamos tiempo. Allí, en la cafetería, ya empezaban a concentrarse las demás persona que como nosotros, habían llegado para hacer la formación. Debido a la costumbre de trabajar juntos y mantener las formas y considerando que aquello no dejaba de ser trabajo, involuntariamente, tomamos la actitud que solemos tener habitualmente en la empresa, donde no aparentamos ser marido y mujer sino simplemente compañeros que se llevan bien. Evidentemente en nuestro trabajo todos nos conocen y saben que estamos casados, pero aun así lo hacemos por costumbre. Como decía, allí también bajamos con esa actitud, que nos salía de manera natural en esas situaciones.
Cuando fue la hora, abrieron las puertas del salón de actos para que fuésemos pasando de manera ordenada, con un conteo a ojo, seríamos unas sesenta personas sumando a los que habían subido a un pequeño escenario en el que se había colocado un atril y tras el que se encontraba una gran pantalla de televisión para hacer las presentaciones. Simplemente la ponente hizo una breve introducción del curso y resolvió una serie de cuestiones que alguno de los asistentes le planteó, a las 2 p.m. se terminó para que pudiésemos ir a comer. Tal como nos informaron, ese día no habría nada por la tarde, de martes a viernes, el horario sería desde las 8 a.m. hasta las 2 p.m. Y tan solo la tarde del miércoles tendría una charla de 4 a 5 p.m. Comimos bastante bien y como llevábamos despiertos desde las 5 a.m., decidimos subir a echarnos una siesta. Cuando nos despertamos, nos dimos una ducha y bajamos a dar una vuelta por la ciudad. Volvimos al hotel a cenar y subimos rápido a la habitación, mientras Raquel se quedó con su móvil un rato, yo aproveché para estudiar, otra actividad paralela que me ocupa una buena parte de mi tiempo dedicado al ocio. Hora y media observé que mi esposa se había quedado dormida, la tapé y apagué la luz. A las seis y media de la mañana sonó el despertador y un aunque nos costó un poco, sobre todo a mí, nos levantamos ligeros para bajar a desayunar antes de que se amontonara el resto de gente. Ese día Raquel se había puesto un pantalón de cuadros de tiro alto, ajustado, que le marcaba su bonito culo. Íbamos solos en el ascensor cuando le pregunté:
- ¿Te has puesto tanga?
- Claro.- Y me guiño un ojo.
- Ya se nota, se te van a comer con los ojos.- Y le di una palmada en el culo.
- Preferiría que me comiesen con otra cosa, jaja.
- ¿Cualquiera?- Le contesté divertido.
- Hombre, cualquiera no, alguno que vea yo que está para eso.- Y me dio un beso en la boca.
Siempre nos hacíamos bromas de ese tipo, además de que a Raquel le encantaba provocar y si podía ponerme celoso cuando veía que a algún grupo de hombres se le caía la baba, ella más lo disfrutaba. Yo tenía 32 años y mi mujer 34, que mezclado con los dieciséis años que he indicado al principio que llevábamos juntos, hacía que no hubiésemos estado con nadie más, sexualmente hablando, ninguno de los dos. Salimos del ascensor y nos fuimos a desayunar, después, el curso de seis horas, que para lo que esperábamos, se hizo ameno e interesante. Efectivamente, tanto cuando entramos al desayuno pero sobre todo en la sala de actos, no fueron pocos los hombres jóvenes o talluditos, fue indiferente, los que se la quedaron mirando lascivamente. La tarde del martes aproveché para ir al gimnasio y luego bajó Raquel para ir juntos al spa. Estuvimos relajándonos un buen rato hasta que se empezó a llenar más de gente. La mayoría de las personas que se hospedaban en el hotel, como nosotros, venían al curso, casi todos eran hombres y de entre ellos pude identificar a dos chicos que ya había visto en el curso, que tendrían una edad similar a la nuestra; que si con ropa parecían atractivos, sin ella llamaban aún más la atención pues tenían un cuerpo muy atlético, cosa de la que mi mujer ya se había percatado tanto antes como ahora en el spa.
- Ves.- Me dijo ella- Esos son de los que te decía que no me importaría que me comieran con…los ojos.
- Serás zorra.- Dije entre dientes.
Iba a plantarle un beso en la boca mientras le daba un pequeño cachete en la cara a modo de broma, como reprimenda, pero me abstuve ya que estábamos rodeados de gente. Realmente a Raquel en bikini también se le veía muy sexy pues se dejaban sus tatuajes que mi tanto me excitaban, sobretodo el de la cadera, dibujados dentro de su bonita figura con curvas. Después de darnos una ducha, bajamos a la cafetería a tomar un café con leche. Nos sentamos en un sofá en el que había dos mesas. Cuando llevábamos cinco minutos, se sentaron a nuestro lado cuatro personas, tres hombres y una mujer. Nosotros estábamos conversando tranquilamente pero sin quererlo, ya que estábamos comentando algo de lo que nos habían explicado por la mañana, acabamos entablando una conversación con ese grupo, pues ellos también estaban hablando de lo mismo, según nos dijeron. Uno de los hombres y la mujer, parecían algo mayores que nosotros, pero o no lo eran mucho o es que estaban bien cuidados; los otros dos chicos, tendrían entre 25 y 28, uno era castaño con ojos azules y más bien delgado y el otro rubio con el pelo más largo y aún más delgado. Estuvimos cerca de una hora hablando con ellos y nos despedimos. Decidimos esa noche salir a cenar fuera del hotel, aunque fuera por cuenta nuestra, nos apetecía probar algún sitio diferente. Raquel se puso un vestido entallado y yo una camisa de cuadros con vaquero y zapatos.
- Que guapo vas, Hugo, estás muy rico.- Me dijo cuando salíamos de la habitación.
- Muchas gracias, menos mal que para mí también tienes halagos.- Le dije de coña.
- Ya sabes que para mí no hay nadie más sexy que tú, cariño.
- Uou.
- Pero eso no quiere decir que no pueda fijarme en otros- Y esta vez sí que fue ella la que me dio una palmada en la cara, la cual yo respondí con otra en el culo.
Anduvimos un buen rato hasta un restaurante que habíamos visto en internet y cenamos realmente bien. Al volver, estábamos tan cansados que caímos rendidos de nuevo a la cama. Al día siguiente cuando entramos al salón de la formación, el grupo con el que habíamos estado hablando la noche anterior, nos habían dejado hueco para que nos sentásemos con ellos. Durante las pausas de esa mañana, nos siguieron contando respecto de sus asuntos laborales, así que nos enteramos que el chico y la chica de mayor edad, nos confirmaron que tenían él 38 y ella 36, eran los dueños de una empresa de tamaño medio en Zamora y que los dos chicos eran dos fichajes que habían hecho el año anterior, recién acabada la carrera y el máster, los cuales habían contratado para profesionalizar más la empresa en la parte logística y financiera. Pero querían gente joven que no entrase con vicios de otras empresas, por eso se estaban esforzando en formarlos todo lo que podían. Es cierto que aunque nosotros fuimos muy explícitos en cuanto a todo lo que nos dedicábamos, por alguna razón no terminamos de contar que además estábamos casados, motivo que fue de conversación durante la comida, para Raquel y para mí.
- No sé si se habrán percatado de que estamos casados.- Dijo mi mujer.
- Psss, hombre no sé, la verdad yo creo que hemos hecho bastantes comentarios que podrían dar lugar a pensar que sí.
El vino de esa comida estaba realmente bueno así que como no teníamos nada planeado para esa tarde, no nos cortamos en bebernos la botella entera y luego unos chupitos. Cosa que hizo que nuestra conversación derivase en temas morbosos.
- Joder Hugo, siempre estás con que estoy muy buena, que qué culo tengo, yo creo que no soy para tanto.
- A mí me encantas y me pones mucho, que quieres que te diga, te digo lo que pienso, Raquel.
- Yo creo que eres un exagerado y que lo dices porque me amas.
- Que te amo, es innegable, al igual que espero que tú a mí también.-Reí.
- Umm…-Dijo mientras hacía con la mano el gesto de «así, así».
- Bueno eso, que eres muy sexy y si no te lo crees, vamos a hacer una cosa, vamos a hacerles creer realmente a todo el que nos pregunte aquí, que no somos pareja y esta noche, vamos a bajar al pub que hay debajo del hotel y también, hacemos como que no estamos casados entre nosotros, que solo somos compañeros de trabajo, ya verás cómo intenta ligar contigo más de uno.
- Que loco estás, jaja, pero vale.
Nos arreglamos de nuevo esa noche para bajar a cenar, esta vez sí en el hotel y después salimos al pub. Aún era un poco pronto así que no había mucha gente pero después de media hora se estaba empezando a llenar, de gente del hotel, sobretodo. Llegaron de nuevo los cuatro con los que habíamos estado desde el día anterior. El matrimonio se llamaban Héctor y Laura; el de ojos azules Carlos y el rubio de pelo largo, Yago. Estuvimos hablando ya de manera más distendida que los días anteriores en incluso bailamos un poco, yo veía como Carlos se acercaba mucho a hablar con Raquel y se le pegaba a la oreja. En un momento dado, vi como él me señalaba a mí, a lo que Raquel contestó con un gesto de negación. Mientras Héctor y Laura bailaban de manera muy sensual música latina, también observé como al marido se le iban los ojos alguna vez hacia el culo de mi mujer y creo que su esposa también se dio cuenta, porque, aún le pegaba más el culo en la entrepierna y le perreaba. Héctor era moreno de pelo y de piel, ojos negros y grandes, con un cuerpo robusto, fuerte pero sin estar marcados los músculos. Laura le pasaba seis o siete centímetros a Raquel, también llevaba el pelo castaño como ella pero más corto, lo que pasa es que de cuerpo era más recta, no tenía esas cuervas en las caderas que me volvían loco de Raquel. Otra parte de mi mujer que llamaba la atención eran sus grandes ojos verdes y su cara redondeada. Yo sin embargo, tenía una estatura similar a Héctor, rondando el 1,85, pero menos robusto, aunque tampoco delgado como los dos chicos más jóvenes, hacía deporte pero no gimnasio, así que me mantenía, digamos, decente. Decidí sentarme a analizar desde la distancia la situación, me situé en un sofá esquinado en la parte más oscura del local, pero algo elevado, por lo que podía tener una visual perfecta de lo que sucedía. No es que me gustase demasiado beber, así que simplemente al llegar me había pedido un whisky con bastantes años, sin hielo y con ese vaso tenía intención de pasar toda la noche; que no debía ser tampoco demasiado larga, si queríamos poder levantaros con buen cuerpo a la mañana siguiente. Pasados unos minutos Raquel se acercó hasta donde yo me encontraba:
- Que haces aquí tan solo, cariño.- Me dijo.
- Nada, descansar y dejar que sigas ligando.- Dije con sorna.
- No te habrás enfadado porque haya estado con Carlos hablando y bailando.
- Claro que no, ¿no ves que te lo digo de broma? Bueno broma, has estado ligando muy enserio, que te he visto, pero me lo estoy pasando bien con nuestro juego, tranquila.- Y le guiñé el ojo, malamente, ya que nunca se me había dado bien.
- ¿Sabes? Carlos me ha preguntado si estaba casada.
- ¿Y qué le has dicho?
- Que sí, pero evidentemente no le he dicho que contigo, por eso te señalábamos antes, porque él había sospechado que fueses tú mi marido.
- Cuán lejos de la realidad está el pobre…jaja.- Le contesté.
- Estaban también Laura y Héctor al lado cuando se lo he dicho, así que creo que la aclaración ha servido para todos. Por cierto, no sé dónde se ha metido…el otro.
- ¿Yago? ¿El rubio de pelo largo?
- Sí, ese.
- Pues ha salido con una chica después de haberse estando pegando el lote con ella, creo que iban directos a la habitación del hotel.
- Jaja, ese ha sido el más listo de todos.
- Es que ya te digo que desde aquí tengo una buena perspectiva para no perderme nada.
- Pues ale, nada, sigue aquí descansando y controlando, me vuelvo con ellos, si me preguntan, les diré que eres un poco rarito y que tú también estas casado y eres tremendamente fiel.
- Es que lo soy.
- No lo dudo.- Y me lanzó un beso.
Una vez hubo vuelto Raquel con los tres, vi entrar por la puerta a los dos treintañeros de cuerpos perfectos con los que nos habíamos cruzado en el spa. Para mi sorpresa, se acercaron al grupo donde estaba mi mujer y comenzaron a saludar alegremente tanto a Hugo como a Laura. Yo en ese momento no lo sabía, pero según me contaron al día siguiente, los dos chicos trabajaban en una empresa colindante a la de ellos, por lo que se conocían desde hacía tiempo y desde el lunes aún no se habían cruzado, así que se llevaron una gran sorpresa al verse. Parecía que tenían gran confianza pues después de las palmaditas en la espalda con Hugo, abrazaron estrechamente a Laura después de plantarle ambos, dos besos. Después, observé que señalaban a Carlos y se daban la mano amistosamente, pues evidentemente también se conocían. Por último, Laura pasó a presentarles a Raquel y ambos se le acercaron para darle dos besos, incluso uno de ellos, el más bajo de los dos, la cogió por la cintura, lo cual mi mujer no hizo ningún ademán de apartarse rápidamente y se quedó alrededor de un minuto hablando con ellos con la mano de éste posada en encima de sus caderas. Raquel, al igual que yo, tampoco era mucho de beber alcohol, solíamos beber vino en las comidas y como mucho algún chupito después, muy de vez en cuando; casi nada de licores espirituosos. Ella no se había pedido nada en concreto pero había visto como los demás, le habían ido invitando a chupitos, los cuales yo ya había perdido la cuenta, no eran demasiados, pero sí para la poca costumbre que ella tenía. Me vino a hablar un rato después y aprecié el vidrioso de sus ojos influido por los chupitos, la vi muy entretenida, así que continué siguiéndole el juego. No puedo decir que no me diese celos verla en esa tesitura, pues había visto ya a Carlos tontear demasiado con ella pero para colmo, los dos buenorros la habían sacado a bailar y ella se iba repartiendo entre uno y otro. A la vez, también bailaban con Laura, pero sabiendo ellos que su marido estaba delante, se cortaban mucho más en acerarse tanto como con la mía, claro, no podían imaginarse que su marido lo estaba viendo todo en primer plano. Hugo vino hasta donde estaba yo y se sentó a mi lado, también estaba algo cansado y nos pusimos a hablar de cosas triviales, parecía no importarle para nada dejar a su mujer con aquellos tres hombres, pues ahora Carlos se había animado y los cinco se iban cambiando las parejas de baile. Después, ellos también se sentaron en un sofá que quedaba justo enfrente del pub, quedando Raquel y Laura en medio. A todo esto, se acercaron hasta Laura dos mujeres que parecía algo mayores que ella, entre los 40 y 45, también debían de ser conocidas suyas, así que se fue con ellas a la barra para hablar, dejando a mi mujer sola con los tres maromos. Como estaban sentados y el local se había llenado aún más de gente, llegó un momento que ya no pude verlos. Pasó una media hora en la que yo me había vuelto a quedar solo pues Hugo se había ido con su mujer y las dos amigas, para luego despedirse de todos nosotros e irse a la habitación. Entonces, vi acercarse a Raquel que se sentó a mi lado.
- Creo que tú y yo deberíamos ir subiendo a la habitación.
- ¿Ya te has cansado de zorrear?
- Para nada, ahora voy a zorrear contigo.
Mi cara de asombro le debió hacer mucha gracia, así que no perdí el tiempo y nos fuimos directos a nuestra habitación, asegurándonos de que nadie nos había visto subir juntos, ya que todos ellos se encontraban en otras plantas. No quise preguntarle nada de lo que había pasado o habían hablado durante el tiempo en el que había estado sola con los tres, si quería decirme algo ya lo haría ella y si no, prefería ver que era a lo que se refería mi mujer con lo de seguir zorreando conmigo. Mientras entrábamos por la puerta, Raquel me dijo:
- No te lo vas a creer, pero tanto Carlos como los otros dos chicos, que por cierto se llamaban Lucas y Fran, me han dicho unas cuantas veces lo guapa que estaba con esta ropa y que estoy de muy buen ver.
- Cómo no me lo voy a creer, si te lo digo yo todos los días. Y tú qué, que les has contestado.
- Nada, les he seguido el rollo.
- Prefiero no saber a qué te refieres con seguir el rollo, jaja.
En ese momento nos comenzamos a besar y manosearnos. Cuando introduje mi mano a través de la parte delantera del tanga, noté que estaba ya totalmente humedecida, así que la masturbé durante unos minutos, aún de pie. Raquel se mordía el labio inferior y cerraba los ojos, yo, le susurraba al oído.
- ¿No te estarás imaginando que es cualquiera de esos tres el que te está tocando, no?
- No, para nada, me estoy imaginando que son los tres, uno detrás de otro.
- Que guarra eres.
- Y lo que te gusta que te diga esas cosas, qué.
La cogí en brazos y la subí encima de una mesa de escritorio que había frente a la cama, doblé sus piernas y las separé, pasando de la masturbación con los dedos a una comida de coño. Ella gemía delicadamente y me acariciaba la nunca, yo movía mi cabeza y mi lengua en sintonía para saborear todos sus fluidos y notar cada una de las partes de su rajita. Incidía con la punta de mi lengua en su clítoris y acariciaba sus pezones por debajo del sujetador, el cual se había levantado para dejar ver sus bonitas tetas, de vez en cuando me levantaba ya la besaba en los labios mientras introducía algún dedo en su vagina, pero cuando vi que la tenía en el momento álgido, volví a comer con profusión hasta que unos fuertes espasmos me indicaron que había tenido su primer orgasmo. La tumbé ahora en la cama y observé como se había quedado tremendamente relajada, lo que sumado al efecto del alcohol en su cuerpo, la tenía ya en un estado de somnolencia. Decidí lamerle durante otros dos o tres cortos orgasmos y dejar que terminase de relajarse. Me miró con los ojos entrecerrados y solo acertó a decirme:
- ¿Y tú?
- No te preocupes por mí.
- Puedes hacer conmigo lo que quieras.
Yo sabía que en ese momento era cierto y no es que normalmente no fuese abierta a realizar diferentes prácticas, es que se había quedado tan relajada que ahora mismo le daba igual todo, en el primer orgasmo estaba más cachonda que cualquier otra vez que yo hubiese visto en mi vida, en los restantes, tan solo se había abandonado al placer y la relajación. Me saqué la polla y empecé a subir y bajar mirando su cuerpo semidesnudo y su cara de satisfacción. En dos ocasiones me levanté y me puse a su lado de pie, me agaché, la puse de lado y se la metí en la boca suavemente, ella la abría tranquilamente y se dejaba hacer mientras sacaba la lengua. Le follé la boca en esas dos ocasiones pero no demasiado rápido, tras la segunda vez, yo estaba a punto de correrme así que me coloqué a su lado y se lo derramé por el culo, que al estar de lado, podía vérselo en toda su plenitud y por el lado de la cadera del tatuaje, el cual quedó embadurnado de semen. Raquel ni se inmutó, fui al baño a por papel y toallitas y la limpié por todo donde había quedado manchada, la tapé con la sábana y me acosté a su lado.