Fairy Tale, per una princeseta.

Relato muy light para una princesita M. No es muy descriptivo y está guiado más por simbolos y experiencias pasadas. Espero que os guste.

Cada sonido, cada imagen y cada sensación eran increíbles en aquel bosquecillo en el que me encontraba. Era tan maravilloso el estar perdido en aquel bosque perdido de la mano de dios, disfrutando de la alegría gorjeo de algunos gorriones cercanos, y los cantarines silbidos pájaros que revoloteaban a mí alrededor haciéndome sonreír. Una luz brillante y sobrecogedoramente cálida bañaba las copas de los árboles y penetraba en ellos para dirigirme sutiles y brillantes miradas entre las hojas verdes y lisas que abrazaban a los duros y gruesos troncos que servían de morada a "ardillas voladoras" y ciertos animalitos peludos que correteaban saltando de una rama a otro. No estaba acostumbrado, como criado que yo era, a tener tanta libertad así que me dirigí a aquel lugar especial que siempre me enamoraba. Pasee lentamente, disfrutando de la sensación, entre los árboles hasta llegar a una especie de barranco que solo dejaba un pequeño camino para bajar. Felizmente alcé la vista y me dejé caer hacia atrás sobre la húmeda y blandita hierba que frenó mi caída y me abrazó como si fuera la misma madre naturaleza. Con la más maravillosa visión en mis ojos pude comprobar, como debajo del barranco se abría un hermoso río que rodeaba una pequeña elevación de tierra con un castillo en su cima. Eran tan encandiladora esa visión que siempre que me mandaban a hacer algún recado al bosque me paraba a observarla con calma y placer. Vi como el maravilloso castillo se alzaba colina arriba, ornamentado majestuosamente con almenas y torres que acababan de forma puntiaguda con tejas azules. Y siempre pensaba en ese castillo como en un cuento de hadas, cuando veía el hermoso blanco marmóreo de sus paredes y el azul oscuro de sus tejas que le daban tal aspecto de grande y respetable que me sobrecogía el corazón. Como imaginar, las primeras veces que vine, que una visión todavía más sobrecogedora y encantadora me esperaría allí. Hacía solo unos meses que me había dado cuenta que desde mi punto de visión se veía un balcón con forma de pequeña terraza saliente de una de las columnas laterales. Y en ella otra visión efímeramente hermosa. Contemplaba a lo lejos como una hermosa dama de largos cabellos de una tonalidad entre rojiza y caoba que hacía ver que bajo la belleza de aquellos hilos de naturaleza que servían a la madre Gaia se escondían lenguas ardientes que demostraban que Gaia tenía dientes y sabia como usarlos. Después de fijarme en su cabello, ya que costaba distinguirle la cara, y una pena puesto que me perdía la inmensa y encantadora visión de sus ojos del color de la naturaleza, entre aquel verde de los bosques y el marrón de la tierra que nos rodeaba y daba vida. Veía a aquella chica, siempre a la misma hora, mirando hacia aquel bosque en el que me encontraba, y contemplando su belleza, soñaba que me mirara a mí aunque tuviera muchísimas dudas en que semejante persona hiciera tal gesto maravilloso e imposible. Con aquel vestido de seda, que una de mis compañeras, al servicio del castillo había confeccionado, de un color verdoso que se reflejaba la belleza de los bosques que la rodeaban y que la guardaban como su más bella flor, y el azul del cielo que sujetaban al sol que con envidia no podía hacer otra cosa que dirigir sus rayos hacia ella para no ser cegado el por la luz de aquella hermosa chica. Como una princesa, gentil y dulce como las de cuento, se mantenía allí de pie, con aquel vestido de encaje verde azulado. Era en ese momento cuando no aguantaba más y salía corriendo por el estrecho camino de tierra polvorosa que saltaba junto a mis pasos alarmando mi carrera. Hacía pocos meses que me había dado cuenta que aun ser mi ama, yo también sostenía parte de las cadenas de aquel vínculo. Y era ahora cuando lo pensaba, en mi ansiosa carrera por ir a verla. La verdad es que había buen trecho de donde me encontraba al castillo, pero no me importaba para nada en absoluto si podía recibir como regalo alguna de sus sonrisas. Solo con que me dejara posar mis labios suavemente sobre sus mejillas me contentaba muchísimo más que cualquier otro roce físico que pudiera tener con cualquiera plebeya. Tan anonado en mis pensamientos no me di cuenta y los minutos fueron pasando. Cuando logré prestar atención al camino, y sacarla de mi cabeza unos cuantos segundos, miré que ya faltaba poco para llegar a la entrada del castillo. Había pasado una hora, ya que como era una colina, iba a tardar bastante en volver, y por mala fortuna o destino, mi montura había quedado en la cuadra con una pata herida en una excursión anterior. Un suave látigo me azotó mi mejilla derecha, de arriba abajo, y mi mirada se levantó al cielo casi por instinto. Dos latigazos más y me hicieron bajar la cara, viendo como el sueño se iba llenando de pequeñas motas oscuras. Volví a levantar la cabeza para dirigir la mirada a las cargadas nubes que cargadas de lluvia amenazaban con lanzarse todas sobre mí. Y seguí delante, esperando el no tener que enfrentarme a todo aquel cielo a la vez, y corrí para llegar a la cuadra y poder resguardarme del frío, la humedad y la lluvia que ya empezaba a fluir. Un cuarto de hora, y la llovizna caía fuerte sobre mi espalda. Tapado con una capucha y maldiciendo el haber olvidado mi capa, mi cabeza empapada seguía pensando en mi amada ama. Mucha ilusión me entró cuando a los lejos, quizás a unos cien pasos vi las puertas del castillo. Al notar la sensación de estar cerca de la persona a la que quería ver, eché a correr como alma que lleva el diablo y en menos de tres minutos había llegado a las puertas de la muralla. Miré a los guardias y estos al reconocerme, hicieron bajar rápidamente el puente para que entrara. Uno de ellos se me acercó. - ¿Dónde has metido tu caballo, pretendes aguantar toda esta llovizna sin siquiera capa?- Me preguntó uno de los soldados que hacían guardia. - Olvidé la capucha y mi caballo está en la cuadra recuperándose.- Contesté yo a su pregunta. - Por cierto, la princesa te estaba buscando, ha preguntado por ti antes.- Mencionó el otro soldado con cara de intentar recordar la conversa. - ¿Para qué me requiere la princesa?- Pregunté educadamente sin que se me notara la felicidad que las palabras del soldado habían arreciado a mi corazón. - Creo que te espera en la cuadra.- Dijo el soldado.- Parece que no es la única yegua que ha sido atacada. - ¿Han atacado a la yegua de la princesa?- Pregunté sorprendido. La verdad es que había desmontado a mi caballo en una de mis excursiones en el bosque para beber del manantial de un pequeño claro cuando espantado por algo había huido. Tras dos intensas horas de búsqueda, lo encontré al lado de un gran roble, con una herida provocada por una mordedura de algún animal salvaje. Me preguntaba que animal salvaje correría por allí. - Quizás sea el mismo mal que acecha a tu montura.- Alertó el guardia.- Deberías tener cuidado estas semanas con la cuadra y esos pobres caballos, algo les ha estado atacando. - Claro, lo haré.- Dije yo. No es que no tuviera ganas de hablar, pero le hecho de que la princesa me esperara me impacientaba. Llevamos varias quedadas donde había podido disfrutar de su compañía en otros términos que la mayoría de criados no podían obtener ni tras siglos de servicio. - Ves con cuidado, pues.- Dijo el primer guardia que acaba de volver a subir el puente.- Adiós. - Adiós.- Me despedí yo. Me di la vuelta y caminé por la parte interior de la muralla a las paredes del castillo para dirigirme a la cuadra donde me esperaba mi regalo. Sin importarme lo mojada que estaba mi ropa, o que quizás pillara algún catarro algo serio, miré a los lados. Y vi que desde la posición en que me encontraba, los guardias no podían verme, así que volví a echar a correr con el cuerpo empapado, y el corazón sobrecogido. Tras un par de minutos de carrera, llegué a la puerta de la cuadra y la abrí de par en pan, sumergiéndome en el cálido ambiente de aquel lugar que estaba calientito, resguardado del frío para los pobres animales. Repasé con mi mirada toda la cuadra, y al repasar la fila de mi derecha y no encontrar a nadie volví a mirar la parte de la izquierda y me dirigí a donde mi caballo estaba reposando. Al acercarme, me saludo y levantó la cabeza con un suave relinche mientras comía heno tranquilamente. Me acerqué y utilizando un cepillo, creyendo que mi princesa se había ido, empecé a cepillarle las crines blancas. Tras dejarla bien cuidada, en unos minutos me levanté y me fije en la fila que había justo al lado donde reposaba un precioso caballo negro. Me acerqué para contemplar al precioso y fornido animal que tenía una figura musculada y esbelta con un brillante pelaje de un color azabache que brillaba incluso en la más solitaria oscuridad. Como había hecho con mi cuidado, pero esta vez más cuidadosamente y con mimo empecé a cepillar a la princesita de la yegua, Tras haberle revisado las patas traseras y ver que solo tenía un pequeño rasguño en la pata derecha me di cuenta que la princesa había utilizado aquella herida como excusa. Y pensando únicamente en ella mientras cepillaba con mimo a la yegua, fue su voz la que me sorprendió. - Ojala mis cabellos estuvieran tan bien cuidados como las crines de mi princesa.- Escuché la dulce melodía que penetraba suavemente fluyendo por mis oídos haciendo retumbar de emoción todo mi ser, mi corazón y mi alma que a la par hacían que todo mi cuerpo sintiera un relajante cosquilleo. Al girarme, unos preciosos ojos pardos me sorprendieron mirándome fijamente Eran unos ojos realmente bellos de un color Gaia, como la naturaleza que me había absorbido hacía pocas horas en aquel inmenso y bello bosque. Disipando la emoción de contemplar sus ojos, bajé por su nariz delgada y con forma que era un pequeño contratiempo al intentar bajar la mirada a esos preciosos labios que había veces que tan solo ansiaba o soñaba mirar durante horas. Unos labios perfilados de un rojizo colar que imitaba a los reflejos de su cabello. Tras repasar por completo y de arriba a abajo la sonrisa que me estaba regalando, alcé mi mirada para admirar su cabello. De un hermoso color negro como sus bellas pupilas que amenazaban con tragarte y enviarte a un oscuro pero agradable abismo en el que solo estaría ella, tal y como me pasaba a mí con ella en mi vida. A la poca luz que entraba veía los pequeños reflejos rojos que destellaban dando una brillante tonalidad que magnificaba la belleza de aquel singular espectáculo. - ¿No me vas a cuidar a mi igual?- Volvió a hablar con su dulce voz despertándome de mi embelesamiento con aquella cabellera que parecía guardar el más exquisito de los tesoros en su interior. Me había quedado sin palabras, y aunque quería decirle algo bonito no pude nada más que asentir nervioso e impaciente. - ¿Entonces me cuidaras?- Preguntó la princesa.- Quiero que me cuides igual de bien y con la misma dulzura con la que tratas a los caballos. - Así lo haré pues, mi ama.- Respondí yo instantáneamente. - Pero antes tienes que quitarte esas ropas, por dios, estas completamente empapado.- Me alertó ella.- Vamos dámela. - ¿Aquí mismo?- Pregunté con timidez, al no haberme acostumbrado todavía al carácter dulce y a la vez fuerte de la princesa. - ¿Pues claro, acaso prefieres enfermar?- Me preguntó con una sonrisa. - ¿Qué si no?-Terminó con un gracioso movimiento de su cabellera con la mano derecha y una pequeña inclinación de su cuello hacía el lado contrario. Me acerqué a una pequeña bolsa que ella había traído y cogí un cepillo de color blanco con bordes dorados muy fino que seguramente utilizaba cada mañana para colocar como debía esa hermosa cabellera. Ella se sentó junto a mí, en un pequeño soporte de madera, utilizado como banco, al lado de nuestro caballo, y poniéndose de espaldas a mi colocó sus manos en su nuca y las levantó en un ávido gesto haciendo que su cabello rozara mi cara haciéndome experimentar millares de sensaciones que recorrían cada centímetro de mi piel. Con mi más suma delicadeza y ternura, cogí el peine y comencé a cepillarle su magnífico cabello de una forma dulce y pausada. Con un grácil movimiento descendente fui suavemente colocando mis manos entre sus sedosos cabellos y a intervalos regulares los mezclaba casi indefinidamente para poder acariciar su cabeza y masajear así un poco sus sienes. Al tocar suavemente su pelo, ella inconscientemente se iba tirando hacia atrás, sintiéndose delicadamente atraída hacía mi. Yo iba rozando con las yemas de mis dedos su cabeza y su cabellera, lisa que le pasaba de la nuca y que a ella le volvía loca que la tratara de la manera tan suave y encantadora que yo estaba utilizando y que no podía olvidar cuando se trataba de ella. Una vez el cepillo había acariciado casi toda la cabellera que frecuentemente rozaba mis coloradas mejillas, ella se arqueó un poco hacía atrás para que mis ojos marrones pudieran ver claramente los suyos. - ¿Sería tan malo pedir que pudiéramos estar así para siempre?- Preguntó ella acercándose más.- Sería un crimen si ahora mismo corriéramos a algún lugar, donde nadie pudiera alcanzarnos, ni decirnos que está bien y que está mal. - ¿Tantas ganas tienes de abandonar este castillo?- Le pregunté extrañado por la nueva pregunta.- ¿Hay algo que te disguste? - Lo hay. Esto es siempre igual, siempre lo mismo, no ha cambiado, me faltan apenas dos años para llegar a la veintena y nada ha cambiado, todo sigue igual.- Dijo mirándome mientras sus ojos le brillaban.- Es aburrido, quiero vivir la vida, pasear por lugares donde la gente no ha paseado, ver cosas que la gente normal jamás verá y compartir cosas que nadie se atrevería a compartir. Pero tengo miedo de una cosa. - ¿De qué?- Pregunté interesado al oír su sincera y pura reflexión.- ¿Que templa tu corazón, princesa? - No quiero quedarme sola.- Me dijo con un suave destello de sus ojos que parecía tintinear con un inaudible sonido que solo calaba en mi corazón. Por eso te preguntaba, si consiguiera escapar de aquí, y vivir mi propia vida... ¿vendrías conmigo? - ¿Te haría feliz pues, si te cogiera la mano, como ahora hago?- Dije cogiéndole la mano e intentándole mostrarle mis verdaderos sentimientos, tal y como ella acaba de hacer.- Ninguna cosa me podría hacer más feliz. - ¿Tanto ansías mi felicidad? ¿Mi alegría? ¿Mi placer y mi beneplácito?- Preguntó con otro regalo en forma de brillante sonrisa acercándose un poco más a mi tez. - ¿Tanto deseas mi reconocimiento? ¿Mi amor? - No solo ansío tu felicidad, tu alegría, tu placer y tu beneplácito.- Le contesté acercándome, esta vez yo, un poco más.- No solo deseo tu reconocimiento y tu amor. Desde hace tiempo que me pregunto, desear y ansiar. ¿Crees que solo se resumen en esas dos palabras? - ¿Que sientes entonces?- Me preguntó ella cada vez más cerca, hasta que la punta de su nariz rozaba ligeramente la mía. - Siento que en realidad necesito tu felicidad para ser feliz yo. Necesito sentir tu alegría para ser feliz yo. Necesito tu placer si de verdad quiero sentirme bien, y tu beneplácito para contentarme de mis actos. Claro que necesito tu reconocimiento, pues son mis ganas de vivir, y obviamente necesito tu amor, pues es lo que me hace estar aquí. - ¿Vendrás conmigo entonces, cuando venga a buscarte?- Me preguntó mientras se separaba un poco. Pensé que está vez quería ser sincero. - Vendré sin siquiera que me lo tengas que preguntar.- Y tras contestarle esta corta frase, tomé la iniciativa y me acerqué para que la punta de mis labios finalmente rozaron los suyos. Y realmente bebí de aquel beso, intentando que mis labios siguieran el contorno de los suyos, dibujando la forma de sus labios en mi corazón con solo la información del tacto que mi cerebro recibía de los suyos. I sintiendo que una irresistible fuerza nos mantenía unidos, en aquella suave y dulce postura, sin preocuparme de que su miel se derramara, aunque fuera para caer en mis labios aproveché ese momento como si fuera el último. No tardaron los ánimos de la princesa en encenderse como mi amor lo hacía por ella y con un inesperado giro no solo volcó su amor hacia mi si no que todo su cuerpo se abalanzó y tras quitarme la parte superior de las ropas que empapadas se ceñían a mi cuerpo, me abrazó apretando su cuerpo contra el mío para que sintiera su agitada respiración y la acompasada melodía de su corazón. Volví a notar su aliento en mis mejillas, y su lengua saboreando la comisura de mis labios, y con el solo objetivo en mente de intentar complacerla, me acerqué un poco más a ella. Con un suave giró me situé encima, y con la más íntima ternura contemple su rostro en vuelto en una pequeña aura de felicidad. Me alegré ser lo bastante afortunado como para estar en aquel momento contemplando aquella maravilla. Y repasé no solo con mis ojos sus suaves mejillas y su barbilla de delicadas facciones y un mentón pequeño y muy poco prominente. Aquella imagen que aún conservaba de cuando era niña que la hacía parecer una pequeña muñeca de porcelana en mis brazos que, como si hubiera cobrado vida, se abrazaba intentando que ese momento no acabara nunca. Con las yemas de mis dedos, acaricié sus mejillas una y otra vez, repasando el contorno de su cara mientras mis labios únicamente se posaban sobre los suyos, con dulzura, ternura y delicadeza. Mientras mis labios atenuaban el color de sus sonrojadas mejillas, mis manos habían empezado a subir por sus formadas caderas que mantenían una curva perfecta que subía hacía su busto, protegido por un suave vestido de una seda verde que acaba en un pequeño escote sujetado por un corpiño interior. Con toda la lentitud que pude, comencé a levantar aquel vestido, disfrutando de cada centímetro de su piel que se me revelaba al subir la prenda. Cuando pasados unos minutos, de caricias y besos, le quité el vestido, lo plegué rápidamente y con agilidad, experiencia que mis años de esclavo me habían dado, y lo situé a un lado. Fue entonces cuando mis ojos, casi echando chispas, se maravillaron al ver esa escultura que solo dios podría haber creado. Subí por sus pies mi mirada tímida, observando sus tobillos finos que sujetaban esos pies pequeños protegidos por unos zapatitos de color negro que quité sin ninguna dificultad. Seguí subiéndome, guiándome por mis sentidos mientras mis manos acariciaban dulcemente sus piernas de una manera suave y muy lenta, ya que no quería para nada soltarlas nunca. Subí por sus rodillas poco formadas, cosa que le daba un toque fino a su cuerpo, subiendo por sus piernas con una forma que repasaba de forma curva hacía sus caderas. Besando lentamente sus piernas, me di cuenta que la curva que estas tenían parecían haber sido formadas únicamente para mis manos que no podían dejar de acariciar una y otra vez. Subí a sus caderas y besé lentamente el contorno de su prenda interior, dado que era un sitio en el que me iba a entretener mucho, pero eso sería más tarde. Subí lentamente por su estomago, que tenía una pequeña forma en la tripa, saliendo levemente que me volvía loco. Estaba arto de todas aquellas princesitas que se envolvían la cintura en pesadas fajas e incómodos cinturones para hacer de sus barrigas una tabla plana que no tuvieran sitio alguno para poder agarrarla. Patético era que únicamente para la buena vista de los estúpidos reyes que no tenían ningún gusto para decir si esas eran mujeres de verdad. Pues se equivocaban, y lo sabía bien pues un ejemplo de mujer de verdad era lo que mis manos estaban disfrutando en aquel momento. Sin cansarme por la dedicación en tiempo seguí subiendo lentamente sin abandonar del todo su abdomen mientras acariciaba la forma curva de sus caderas que eran como una diana para mis manos imposible de fallar. Cuando vi que su respiración cambiaba, y la inspiración se hacía gradualmente más pesada noté que su pecho se elevaba un poco más de lo normal, como incitándome a que fuera- Así que sin más preámbulos subí unos cuantos centímetros más y desperté aquella maravilla de su negra prisión que con unos preciosos bordes de color dorado y unos hilos de un liliáceo color. Al dejar la prenda un lado, vi mostrado sus senos en todo su esplendor, con una graciosa forma que le provocaba la postura. Ella me sonreía con picardía detrás de aquellas monumentales formas. Esperando a que bebiera de ellas como si se tratase de un bebé. Y como acompañado por su ímpetu, reduje la distancia entre sus senos y mi boca. Me deleitaba solo la vista de su pecho. Tanto que incluso pensé que no saldría nunca de aquella cuadra. Eran dos protuberancias no muy pronunciadas pero con una preciosa forma abombada y una suavidad infinita que culminaba en dos pequeñas y duras cerecitas cuyo sabor volvía loco mi paladar. Y como un infante comencé a beber de su pecho derecho dándole besos y succionando aunque supiera que ninguna gota de leche iba a salir de allí. Más por el mero hecho de tener esa pequeña forma tan delicada y blandita dentro de mis labios. De mientras, con la otra mano acariciaba su otro seno, dando circulitos alrededor de su aureola y tocando con la punta de mis yemas su pezón, ocasionalmente entre círculo y círculo. Varias veces cambié de posición para no dejar a uno sin otra, i disfrutaba muchísimo a cada gemido que ella iba dando mientras con mis ojos veía su cara de felicidad y solo un labio pues el otro estaba aprisionado por sus dientes en una pequeña mueca de placer. Al ver eso y la excitación que estaba encantando a la princesa subí para probar sus besos sin abandonar mis manos de la posición en que se mantenían, rozando sus dos mullidos algodones coronados por aquellas duras y rosadas torres. Tras saciar mi sed en aquellos jugosos montes, bajé dando besitos por el puente entre ellos y volví al estomago donde antes me había quedado. Aprovechando que sus manos habían comenzado a acariciarme mi cabello, de una longitud similar al de ella, aproveché para besar sus manos, como haría un esclavo y subir por sus delicados brazos que perfilaban una bonita forma arqueada hasta sus hombros. Repasando de arriba a abajo mis labios, lentamente con mi lengua y con pasión con mis labios dejé que sus suspiros se acompasaran a los míos que dejaban una cálida sensación en sus brazos que la hacía estremecer. Cuando llegué a sus hombros empecé a besarlos con pasión mientras me acercaba peligrosamente a su cuello que parecía latir de igual manera que su pecho aun sin albergar aquel inmenso y puro corazón dentro. - Sáciate cuanto quieras.- Dijo mi princesita.- Bebe cual vampiro, pero disfruta del momento. - A sus deseos.- Contesté yo mientras le besaba el cuello clavándole mis colmillos de vez en cuando. Eso se convirtió en un juego y pronto ella abandonó su actitud pasiva de disfrute de placer, a la que pronto volvería, para arremeter contra mi cuello. Ese travesura que había empezado con una estimulación de besos se convirtió en una carrera por la pasión del otro y pronto nuestros enrojecidos cuellos dejaron ver las ganas que ambos teníamos de pasar a algo más. - ¿Hasta dónde me permitiríais llegar, princesa? Le pregunté aun dudando. Ella era una princesa y yo era uno de los días en que más habíamos progresado en nuestra secreta relación. - Os permito por hoy, dado que hace días que no gozo de vuestra compañía.- Me susurró al oído con dulzura. Hasta donde podáis llegar con vuestros dedos, con vuestra lengua, o con la parte que más prefiráis de vuestro cuerpo. - ¿De verdad?- Pregunté yo casi sin poder creerlo. Una cosa era tontear con la princesa y hacerle de algo más que un esclavo, y otra es que pasara a ser directamente su amante en tan poco tiempo. ¿Sería amor? - ¿No os lo han demostrado bien mis besos?- Preguntó dándome unos cuantos más. - Claro que sí.- Le respondí yo susurrándole al oído.- Lo hicieron perfectamente.

Acabé mientras respondía yo también con mis labios. Y tras lanzarme de nuevo salvajemente a sus labios, decidí probar, pues todavía dudaba, la veracidad de las palabras de la princesa. Le di un beso en la frente acariciando sus cabellos y con un zigzagueo similar al de una serpiente, volví a rodear sus senos y sin quedarme allí más de un minuto bajé al punto que más me había gustado, acariciando sus caderas. Y miré directo a la zona, donde antes había pensado que me podría divertir más tarde. Me quedé embelesado viendo al delicadeza y suavidad de su prenda que separaba con una fina capa de tela parecida al lino la parte de ella que más quería explorar.

Y miré directo a la zona, donde antes había pensado que me podría divertir más tarde. Me quedé embelesado viendo al delicadeza y suavidad de su prenda que separaba con una fina capa de tela parecida al lino la parte de ella que más quería explorar. Con un leve gesto, miré arriba de aquella puerta hacía el éxtasis que le esperaba a mi princesa, y di una última mirada, a modo de despedida, a esos turgentes senos que tanto tiempo me habían llevado y que tan bien me habían encandilado. Bajé de nuevo la mirada a la fina prenda de color rosado y la rocé con la punta de mi nariz, empapándome del olor que emanaba sinuosamente y que iba enervando poco a poco mis sentidos haciéndome perder el juicio y fijarme solo en la ambrosia que tenía delante y que estaba a punto de degustar Esperaba que aquella pequeña fruta de los dioses me diera una inmortalidad a su lado, que era lo que más esperaba. Comencé a acariciar la zona por encima de la prenda, tanto con mis labios, como con mi nariz y muy de vez en cuando con mis dedos. Ya que a estos solo les había dejado la tarea, aunque generosa no tan buena, de acariciar lentamente sus muslos y mantenerlos abiertos para poder dedicarme a saciar mi sed de otra manera a la antes ya probada. Notaba como su respiración iba cambiando a cada giro que su propia prenda le hacía notar. Iba rozando pausadamente, con la máxima lentitud posible mientras ella casi desesperándose me demostraba su impaciencia con sus manos que como si de serpientes se tratasen acariciaban mi cabello. Sonreí al notar que de vez en cuando hacía movimientos involuntarios para bajare la cabeza un poco más abajo cuando incrementaba mi velocidad o cambia de ritmo cosa que notoriamente a ella le gustaba. Me fije en que la prenda ya estaba algo mojada así que pensé que quizás ya era hora de pasar a la acción. Sus movimientos sobre mi cabellera indicaban que había acertado y sus pequeños reflejos que su pelvis me hacía indicaban que sería importante para mi seguridad que empezara a moverme, pues la princesa también tenía carácter. Como ella me pedía desde lo más fondo de su ser, pasé mis manos alrededor de sus muslos acariciando lentamente sus cadenas y con un leve gesto de mis dedos agarre la prenda inferior que atesoraba mi esperada y necesitada ambrosia dorada y la fui separando de su propietaria. Con mucha lentitud, cosa que a ella la volvía más nerviosa y le excitaba más, fui bajando la pequeña prenda acariciando de paso sus nalgas bien redondas y alzadas con una bonita forma redonda. Con un rápido movimiento deje la rosada prenda, que se había vuelto de un color oscuro debido al zumo de la fruta dorada que protegía, al lado de los demás ropajes de la princesa y me sumergí de nuevo en el mar de sensaciones que se escondía entre sus piernas. Volví a la misma posición y me quedé contemplando las maravillosas vistas que la princesa me ofrecía, más bellas para mí que las que había visto en el bosque aquella misma mañana. Acerqué mi cara al pequeño valle más bonito de la zona y del reino y le di un suave beso, simplemente para que mis labios rozaran aquella pura flor que nadie antes había probado. Con mis labios lo besaba muy suavemente, abriendo los míos y haciéndolos rozar con delicadeza por encima de su pequeño pistilo que asomaba lentamente para salir. Con mi lengua preparada, y sin ningún movimiento raudo por el momento, me dediqué a vagar por sus ingles dando suaves besos mientras acariciaba con mis labios sus pétalos semiabiertos que me dejaban un hilillo de un néctar dulce y jugoso. Cuando vi que poco a poco la flor se había abierto, debido a toda la excitación previa y a mis cálidos y húmedos besos que se semejaban al ambiente de aquella zona, decidí indagar un poco más en aquella pura senda que aquel día la princesita había reservado únicamente para mí. Con toda el hambre que tenía y la misteriosa posibilidad que se me había abierto ante mí, me abrí paso entre pétalo y pétalo abriendo su flor muy lentamente y besando el camino que había dejado abierto para poder apreciar y saborear ese precioso polen que guardaba dentro pero al cual aún no podía llegar.

Poco a poco volví a repasar el paseo que vagando había hecho segundos antes, pero esta vez con mi lengua, que ya tenía ganas de utilizar. Me movía serpenteando entre todo el valle, recorriendo las ingles de la princesa que se estremecía a cada viaje que esta hacia. Recorrí casi toda la zona intentando que las zonas erógenas de la princesa se vieran bien servidas para el placer de esta que cada vez la recorría y envolvía más, y a una rapidez semejante a la que iba su respiración entrecortada que se veía sumida en varios gemidos y sonidos que llegaban a mis oídos protegidos por el pelo que ella no dejaba de acariciar. Cuando noté que la princesa volvía a apretarme contra sí, me interné en la senda que tanto había querido explorar e indagué con mi lengua todo lo que pude, primero lentamente hasta llegar a donde esta me permitía.

Con un movimiento vaivén de mi lengua, acompasado al de mi compañera y sus manos, fui entrando poco a poco, con paseos cortos y rápidos dentro de aquella senda, girando mi lengua e haciendo movimientos rápidos para poder estimular aquella zona que cada vez dejaba más claro que pronto ella recibiría una oleada de placer, a juzgar por la cantidad de néctar que ahora disfrutaba bebiendo.

Aprovechando mis dedos, que estaban recorriendo sus muslos, subí mis manos para masajear los labios superficiales que ya dejaban paso a la flor que me esperaba dentro, al encuentro de la dueña de mis palabras bonitas. Acompasándome al ritmo de la princesa, aceleré el ritmo y subí la vertiginosidad con la que mi lengua iba, succionando regularme su pistilo mientras ella con unos movimientos pélvicos que la hacían levantarse poco a poco, se preparaba para el esperado final.

Como ya tenía los artífices de mi escritura cerca de la acción, interné mis pequeños amigos dentro de la flor de mi princesa, mientras me dedicaba a succionar la parte más erecta que sobresalía del valle que ahora no dejaba de llover. Como antes había hecho con mi lengua, cogí un buen ritmo con mis dedos internándolos a cada vez más velocidad en el cuerpo de la pequeña, mientras mi lengua no paraba de moverse libre entre sus labios que querían atrapar a ambos, en esa pequeña zona, que estaba volviendo loca todo el cuerpo de la princesa.

Pasado un par de minutos de incesable ajetreo entre el vaivén de mis dedos y la pequeña vuelta al mundo que estaba dando mi lengua, la princesa me apretó fuertemente contra su estomago, cogiéndome con firmeza de mi cabeza y llevándome a lo más profundo de su ser. Mientras ella se estremecía por todo el cuerpo, descontroladamente como si se estuviera electrocutando con pequeñas agujas de placer que recorrían cada centímetro de su cuerpo, una corta y fina lluvia de cálidas gotitas de néctar salpicaron en mi nariz y en mis labios Rápidamente se fueron de allí por el artífice de su llegada, que los barrio de una sola pasada tal y como había estado haciendo antes a los pies de la pequeña montaña de la princesa.

Con ella en pleno éxtasis, aproveché para subir zigzagueando con mi lengua por su abdomen. Presionando ciertas zonas de este para poder relajar el cuerpo de la princesa, del cual parecía haber drenado yo toda su fuerza, hasta llegar a sus senos.

Con una mano aún en su entrepierna y mi mano izquierdo acariciando uno de sus senos, subí inesperadamente y la tomé por los labios, besando con la pasión que aún no habíamos olvidado. Ella correspondió con una sonrisa y un largo suspiro acercándose a mi oído.

  • Espero que este no sea el último día que me tratas como una princesa.

Y tranquilamente tumbado a su lado, masajeando su cuerpo muy levemente simplemente con la yema de mis dedos, me relajé tranquilamente pensando que no solo había sido el mejor día de mi corta vida, si no que vendrían más y seguramente más emocionantes que estos. Donde sin dudas recibiría más oportunidades para poder ayudar a complacer a mi princesa. •Jampy•