Ezequiel, el inquisidor sensible

¿Cuánto horror produjo la Santa Inquisición?. Algunos inquisidores como Ezequiel comprendieron que su oficio era mostrar la santidad, y lo hicieron con sabiduría y comprensión...sobretodo hacia los cuerpos de sus hermanas de fe.

EZEQUIEL, EL INQUISIDOR SENSIBLE.

Desde hace varios meses, acudo con frecuencia a la tienda de Efrén, un peripatético que se ocupa de redirigir textos a sus contextos. Es un pequeño local, en una ciudad de provincias, al que acudimos los peregrinos del conocimiento con asiduidad. Mi amigo librero, ocupa el tiempo de su vida, en recoger por el mundo los libros que otros ya no quieren y ofrecérselos a los que los quieren.

Los libros, dice Efrén, son como los amantes, tienen su época de esplendor, seguida de su sustentación y decadencia. Tiene razón. Es un personaje curioso, de esos que se recuerdan en atardeceres tranquilos.

El motivo de hablarles de todo esto, se debe a que deseo transferirles el último hallazgo de mi amigo librero. Siempre acontecen hechos inesperados. Se encontraba el bueno de Efrén, clasificando una heredad para su posterior adquisición, cuando se encontró de bruces con un ejemplar extraordinario, que así titulaba: "Memorias de Ezequiel, el último inquisidor" . Fechas aparte, por las características del infolio, mi amigo consideró su autenticidad con fe cristiana. Aún así, como luego me dijo, quiso contrastarlo conmigo, pues sabe de mi interés por las cuestiones que tratan de la santa hermandad.

Que agradable sorpresa, Donato-, expresó; - precisamente iba a llamarte por un asunto que sin duda te interesará -; y depositando la obra sobre el abarrotado mostrador de su polvorienta librería, me refirió lo siguiente.

Verás he encontrado esta obra en mi última adquisición y me gustaría, si no te resulta ingrato, que le echaras un vistazo con detenimiento, yo no he tenido tiempo de hacerlo, y se que las cuestiones relacionadas con el santo oficio, te fascinan, ¿deseas hacerme este favor?.

Los buenos amigos hacen las cosas así, nos piden los favores que deseamos dar, y lo hacen de tal forma que parece que somos nosotros los que les hacemos el favor. Respondí con una sonrisa.

Eres un truhán, sabes perfectamente que no hay nada que me guste más-, y mirando a la trastienda, proseguí; - sin duda que lo haré, no tengas cuidado; en unos días te lo devolveré, con mi opinión por escrito -, y continué sonriendo, mientras Efrén asentía con su cabeza grande.

Pues, no pierdas más tiempo, voy a cerrar, y hoy ceno con Elia -, en realidad, mi amigo, a pesar de su soltería, mantenía una vida circunspecta, en el mejor estilo de los comienzos del siglo XX, era un romántico. Elia, era la viuda de un prestigioso médico del lugar, que a pesar de su edad, conservaba encantos adolescentes en su formas, y posiblemente, en sus misterios.

Al abrir la puerta, logré despedirme a pesar de la presión del viento en mi cara, cerré rápidamente, pero algunas hojas se fueron al suelo, dije adiós con la mano, cogiendo con la otra el pesado libro, y tratando de que la ventisca no desequilibrara mis paso.

Mi casa, no estaba lejos, en apenas diez minutos estaba abriendo la puerta, y tratando de secarme al igual que un perro en día de lluvia. ¡Qué intemperie había dejado atrás!. Era el momento de prepararme un café de Colombia, sin azúcar, y dirigiéndome a la cocina, lo serví, lo introduje en el microondas, y al poco tiempo estaba degustándolo y dirigiéndome al salón; en verdad, que tenía muchas ganas de destripar el libro, como un forense de guardia en día festivo.

Abrí la cubierta y me sorprendió una inscripción, justo en el borde de la primera hoja, antes del exordio, decía lo siguiente: "este libro ha pasado las pruebas de censura del equipo de D. Eliseo del Moral, en Madrid, a 25 de julio de 1.940". Era curioso, nunca había visto un libro exculpado, pero posteriormente me di cuenta de que el mentado censor, no había hecho su oficio como correspondía y que posiblemente quiso dejar testimonio de lo que leyó, pues en aquella época, un libro de estas características no se habría salvado de la hoguera.

Recorrí algunas páginas de dedicatorias (una al mismo secretario de su santidad de la época) y varios prólogos, hasta llegar al capítulo I,; mi sorpresa, fue tremendamente intensa cuando pude leer lo siguiente:

" Querido lector, cuando abras este libro, jura ante el mismo Dios que jamás propagarás sus contenidos y conocimientos, pues si así lo hicieras, la maldición más impía te perseguirá hasta el final de tus días, a ti, y a tus descendientes, y tu sangre desaparecerá de la faz de la tierra ".

Al leer aquella advertencia, sentí como los pelos de mis brazos se erizaban, por supuesto que no hice ningún juramente y proseguí la lectura.

" En esta obra se relatan las aberraciones que tuvieron lugar durante el periodo que el Santo Oficio, ejerció su sabiduría sobre los mortales, y en especial, los contenidos de las depravaciones sexuales de los miserables que guiaron nuestra orden en los años del Señor, en que fueron señalados para ejercer la justicia divina "

Realmente, iba sintiendo cada minuto más interés, por descubrir los secretos de aquel incunable, tanto era así, que me dediqué a pasar páginas, y ver los grabados ensañados de aquellos diletantes sádicos. Algunos dibujos eran tan inhumanos, que tuve que cerrar el libro, dejando mi dedo como guía entre sus páginas, para posteriormente continuar con la tarea que me había propuesto. Relataré con malestar, algunas de las cosas, que allí pude encontrar, y que me demostraron la condición bestial de algunos seres.

El relato que más me impresionó, tras haber leído el libro por completo, fue aquel en el que Ezequiel, un monje dominico de poca monta, asiste en Salamanca al juicio de las monjas de la Orden del Santo Crucifijo; de las que jamás ni ustedes, ni yo, hemos oído hablar, pues tras aquel obscuro episodio, desaparecieron todas las referencias a su existencia, corría el año de 1798. Este es el relato de Ezequiel.

"....He sido convocado a este tribunal por Fray Emerindo Gómez del Tajo, gran prior de la Abadía de las muelas del Tormes, y que por sorteo ha sido declarado presidente del tribunal del Santo Oficio para este caso, nos acompañan en la encomienda, Fray Sabino de Navalmoral, arcipreste de Bonegue; y Don Elipando de Cuellar, por merced de su majestad; juntos iniciamos el juicio sobre las hermanas de la orden del Santo Crucifijo, que cuentan con varios conventos en la península, y algunos más en la Europa....

....La acusación que pesa sobre ellas, es la de adoración del diablo, y expansión del pecado. Habiéndose reunido todas las congregantes, que alcanzan el número de 214, en la prisión del Bocajo, en la ciudad de .... (ilegible), y trayéndose aquí, a la sala de de juicios, en número de quince por semana, con lo que se estima que este juicio durará no menos cuatro meses, y al final se emitirá la sentencia en ley de Dios....

.... La depravación es la señal del diablo, y estas mujeres han sido sus siervas, por lo que haremos todo lo posible por que muestren sus pecados ante nosotros y ante Dios; hemos recibido licencia papal para determinar todo lo concerniente a esta desgraciada eventualidad, y nuestros limites de criterio se definen en la vida y la muerte de las acusadas, ilumínenos el altísimo en nuestra función....

... El juicio ha comenzado por la hermana Brunilda de Maer, abadesa de Constanza, y acusada de fornicar con el mismo diablo; el presidente del tribunal, ha considerado y nosotros, sus acompañantes, hemos secundado, que no hay otra forma de comprobar tales hecho que la misma fornicación, y se ha convocado a la guarnición de Sodama, formada por 46 fornidos hombres para que comprueben la resistencia de la pecadora, pues si ha soportado los envites del mismo diablo, no dejará de hacerlo con estos bravos soldados....

.... ¡Qué espectáculo más degradante!, Sor Brunilda, en el potro, con las piernas abiertas como una impía ramera, con sus pies apoyados en dos horcas bien clavadas al suelo, y el desfile de los soldados ante su sexo, penetrada una y otra vez, en breves y sólidos golpes de carnero, y sus alaridos de misericordia entrecruzados con la expresión de dolor y risas de locura....

.... Al acercarnos, a observar el resultado de aquella proeza, comprobamos sus convulsiones, sus movimientos impúdicos y su provocación....".

Venid, hijos de puta, solazad a esta pobre monja con vuestros miembros de perro maloliente, sed hombres ante una mujer -, mientras, movía sus caderas como una corza en celo, mostrando sus grietas, que debían ser la misma puerta del infierno.

El padre Emerindo, sufrió un vahído y mandó retirar a la mujer, a su celda, no hubo objeción por nuestra parte a que fuera quemada en la hoguera al día siguiente, lo que se ejecutó a la hora prevista, llenando el olor a carne quemada aquel lugar. En el cónclave posterior, nos conjuramos contra el averno y dispusimos que no podría realizarse la misma prueba de fe, con el resto de las hermanas de la congregación. Dándonos de plazo hasta el día siguiente para proponer algún método de juicio que permitiera agilizar los actos de fe.

El prócer, Don Elipando, tuvo una maravillosa idea, que convinimos en denominar, "la experiencia final", consistía la cuestión en instalar cien falos en el suelo, bien pertrechados y con veinte centímetros en el exterior, sobre los que se depositarían a las congregantes, en turnos de ocho horas, bien acometidas por su vagina o por su ano, según sorteo y serían sometidas a rigurosa observación, por nuestra parte.

Así se dispuso, veinticinco en cada punto cardinal, en la gran sala capitular; la cómoda alfombra en el centro acogía los cojines de Delf; tantas horas, debían ser pasadas de la forma más confortable posible. Se realizó el sorteo, en el primer turno, salió mi nombre, por lo que tras haber colocado a las mujeres en sus lugares, bien enclavadas, unas por su vagina y otras por su ano, me dispuse a tomar buena nota de lo que iba ocurriendo, para transmitirlo posteriormente a mis compañeros de tribunal.

Desde las novicias de pocos años, diecisiete o dieciocho, hasta las más viejas, que rondarían los setenta, el elenco de la orden se encontraba sufriendo, por que como había dicho Don Elipando, la fe se demuestra, y de ahí deducimos que la mujer que mostrara placer en tal evento, sería sin duda una de las novias de Lucifer, el maligno, y no una esclava de nuestro señor.

Pero siempre podría ocurrir un error, por lo que para estar bien seguros, y disponer de una certeza última, a la hermana que con el falo de madera en su interior, sintiera un execrable orgasmo en su ordalía, debía ser sometida a una prueba consecuente, que no había de ser otra que la de someter su arte a la excitación de uno de los piadosos miembros que componíamos aquel atribulado tribunal, bien sirviéndose de sus manos, su boca o los orificios de su cuerpo.

Si así lo lograba, entonces sería perdonada de sus pecados, por que una mujer, no podría excitar a un hombre de fe, si había estado sometida a la verga de Belcebú. El acto de santidad era algo como el bautismo que podía extenderse entre los fieles.

Dio comienzo el debate de cuerpos y miembros, a los diez minutos, una de las novicias mostró movimientos inexcusables, y cogiéndola por su cabello la arrastré hasta los almohadones, ordenándole que hiciera lo posible por agradarme, lo que hizo sin objeción; por mi parte, no perdí de vista al resto de las monjas, por si alguna más, presentaba signos de excitación, lo que así ocurrió, al poco tiempo, tal vez por presenciar el acto en el que una de ellas, se embutía mi miembro en su interior, con el mismo ímpetu que un hambriento traga el pan.

Si, fue eficaz, aquella mujer no había pernoctado con el infame, por que logró excitarme en unos cuantos movimientos, y la dejé proseguir hasta el final que fue muy agradable, exculpada quedó de sus pecados, pero no ocurrió lo mismo con la abadesa de Ejina, mujer de cincuenta años que por más que se esforzó, y a pesar de su ardiente excitación no logró que mi cola remontara, ni un centímetro.

Tras una semana, habíamos encontrado al fin ciento dieciséis pecadoras, que fueron condenadas a la hoguera, pero previamente los verdugos las sometieron a todas las aberraciones inimaginables, para que sus cuerpos profanados quedarán limpios de pecado. Treinta y tres de ellas murieron en el trance, pero las supervivientes fueron perdonadas y sus cuerpos resplandecieron en tea de santidad.

¡Difíciles trabajos nos encomiendan!. Don Elipando, que era un hombre de ideas avanzadas, propuso que con las hermanas que habían resultado inocentes, debería de realizarse un acto de desagravio, y aprovechando que su tío, el conde de Trestorres, se encontraba de viaje por la Francia, nos propuso que acudiéramos con ellas a su castillo, y así lo hicimos.

Durante un largo mes, nos concedimos la gloria de los cuerpos santos de aquellas misericordiosas mujeres; día tras día y noche tras noche, yacimos con cuantas pudimos, y descubrimos todos los lugares y los tiempos del placer.

Pasaron los años, y siempre recordamos aquellos instantes que vivimos, por mi parte llegué a ser Cardenal de Coria; Fray Emerindo, fue nombrado general de los dominicos; Fray Sabino, murió joven, y las malas lenguas lo atribuyeron al denominado mal italiano, y Don Elipando, discurrió su vida en la corte, como tesorero real, de lo que nos beneficiamos todos los demás en nuestras pretensiones.

Alianza para toda la vida, de los componentes de aquel tribunal del Santo Oficio, y quiero recordar ahora, que veinte de aquellas mujeres permanecieron con nosotros a lo largo de sus vidas, pues no hubo más forma de mostrar su santidad que permanecer observando su devenir a lo largo del tiempo.

En Casamayor del Fresno, a dieciocho de Agosto de 1799.

Firmado: Cardenal de Coria. ....".

Aquí termina este curioso relato, creo que voy a extraviar este libro, pero antes voy a continuar averiguando algunas cosas más sobre las profesiones de fe.