Extraños en la noche

Marina salió de compras, conoció a Paula, ésta le presentó a su marido, y acabó pasando con los dos, la mejor noche de su vida.

EXTRAÑOS EN LA NOCHE

Aquella tarde, mi marido había ido a ver un partido de fútbol al estadio. No queriéndome quedar sóla en casa, opté por irme de compras. Necesitaba algo nuevo. Una boda en menos de un mes era el reclamo para que yo gastara el poco dinero del que disponía en algunas prendas. Tenía que encontrar algo bueno, bonito y barato. Mi economía no era boyante. En mi casa siempre andábamos mal de dinero. La escasez vivía junto a nosotros.

Pasé la primera hora de mis compras en unos grandes almacenes. Allí encontré todo lo que estimaba necesario para ir preciosa a esa boda. Aquellos saldos me iban a servir. Mi amiga, Ana María, se casaba con el novio de toda la vida. Su primer y único novio la iba a convertir en su esposa. Y eso me hacía muy feliz.

Terminadas mis compras, me di el gusto de merendar en una cafetería cercana a esos grandes almacenes. Un café cargado y unas tortitas con nata me iban a revitalizar. En la cafetería tomé asiento cerca de la puerta. Podía divisar el local en su totalidad sin necesidad de girar mi cabeza.

Me fui fijando en la gente que, al igual que yo, merendaban o simplemente tomaban sus consumiciones. Así es como me fijé en Paula.

Esa mujer de aspecto agradable, de unos cuarenta años, pelo largo con mechas de tinte rubias, e impecablemente vestida, no me quitaba ojo. La ví alejarse al baño. Caminaba con seguridad. Su porte era excepcional. Cuando regresó, tomó asiento y siguió devorando las dos tostadas que se apilaban en su plato. Mientras masticaba, me miraba. Sus ojos iban del plato a mi cara y de mi cara a las tostadas. Confieso que me ponía nerviosa su actitud. Me ruborizaba que una mujer me mirara de esa forma.

Decidí dar por finalizada mi estancia en aquella cafetería y apuré mi café. Rebusqué mi monedero en el interior de mi bolso. Cuando alcé la vista la ví. A mi lado, de pies, con gesto cansino y rostro serio. Me abordó sin  preámbulos, sin excusas, directa, con seguridad.

-¿Puedo sentarme? Me preguntó.

-¿Disculpe?. Contesté extrañada.

-Me gustaría charlar con usted un momento-Me dijo mientras que con su mano derecha retiraba la silla y tomaba asiento frente a mí-, no la entretendré mucho.

-¿Nos conocemos?. Pregunté sin salir de mi extrañeza.

-No. Es seguro que no. Contestó mientras me miraba fijamente y esbozaba una sonrisa que yo consideré nerviosa y forzada.

-¿Entonces?.....

-Me llamo Paula. No he podido evitar observarla mientras merendaba. Me parece la persona ideal…

-Perdón…¿Cómo dice?

-¿Quiere ganarse algún dinero?. Me preguntó directamente.

-Discúlpeme. He de marcharme. Dije a la vez que sentí que los nervios me atenazaban.

-¡Escúcheme!, se lo ruego, no se arrepentirá.  Puedo hacer que se gane un buen dinero.

-¿Cómo?. Pregunté ante la insistencia de aquella mujer.

-Digamos que necesito de su colaboración para dar un capricho a mi marido.

-Discúlpeme, pero no entiendo nada.

-Iré directa al grano. Ando buscando una joven como usted. De su perfil. ¿Qué edad tiene?.

-27 años.

-¿Está usted casada?

-Si. Por supuesto. Dije afirmando con rotundidad y orgullo a la vez que pensaba en mi marido.

-¡Perfecto!....es justo lo que necesito.

-No entiendo….

-Seré franca con usted. No quiero perder mi tiempo ni hacer que usted pierda el suyo-Hizo una pausa y me miró a los ojos-, comprendo que le resultará extraño todo esto, pero debe perdonar mi atrevimiento. La desesperación me incita a hacer algo de lo que no estoy segura como voy a salir. Estoy casada, al igual que usted. Mi matrimonio siempre ha funcionado perfectamente hasta….bueno, hasta hace unos meses.  Iván, así se llama mi marido, siempre ha sido un hombre agradable, detallista y enamorado de mí. Todo se nos ha truncado. La vida es un camino por el que vas perdiendo cosas, hasta que al final, te lo arrebatan todo, hasta la vida. Nunca he sido vilipendiada por la vida, pero ahora-Calló, bajó su mirada hacia la mesa y suspiró-, ahora me ha golpeado con violencia. Iván va a morir.

El silencio se hizo eco de sus últimas palabras y se afilió con su significado. Me quedé perpleja, sorprendida, aturdida. No entendía por que me contaba eso. No sabía que pretendía de mí. Ni siquiera sabía qué me hacía seguir escuchando sus palabras. Su rostro agradable creí verlo marcado por el sufrimiento. En cierto modo sentí pena por ella. Paula, después de tomarse un respiro, continuó.

-No hace mucho le han detectado un cáncer. No ha tenido compasión de nosotros. Iván lo ignora. Ignora que le queda poco tiempo. Tal vez unos meses. Y yo, bueno, yo siento tristeza por no haber claudicado ante sus deseos. Han sido muchas las ocasiones en que me he negado a sus caprichos. He creado carencias en su mente. No he sabido compartir sus gustos. Ahora, ahora ya es tarde. Pero quiero compensar en lo posible un deseo que siempre ha tenido. Usted se preguntará cual es ese deseo, y también se preguntará qué tiene usted que ver en todo esto. Se lo explicaré.

Siempre hemos tenido una vida sexual intensa. Antes de casarnos ya éramos muy activos. No hemos tenido hijos, aunque nuestra posición económica es muy aceptable. Pero no tuvimos hijos-Dijo con fastidio a la vez que hacía una mueca mostrando su disgusto-, pero aún así, gozamos del sexo en pareja. El caso es que Iván siempre tuvo una fantasía, un deseo. Siempre deseó verme con otra mujer. Y ahora viene mi propuesta.

Me quedé paralizada. Sabía lo que me iba a pedir Paula. Mi instinto me hacía presagiar lo que sucedió después.

-Quiero satisfacer a mi marido antes de que me deje definitivamente. Me he propuesto tener sexo con una joven y que él lo vea. Esa joven bien podría ser usted. La pagaría bien. Ponga una cifra. Sería en mi casa….ahora. ¿Digamos 500 euros?.

Se hizo nuevamente el silencio. Un sonido sordo se apoderó de mi tímpano derecho. Una cifra mágica se instaló en mi mente. 500 euros. Daría el “ramo” a mi amiga Ana María. Pagaría con creces las compras de esa tarde. La boda no me costaría nada y aún me sobraría un buen dinero del que tan necesitada estaba. Pero nunca había estado con una mujer. No me quedaba claro que era lo que deseaba exactamente. Aunque mi mente sabía que si aceptaba su oferta, sería como prostituirme a cambio de dinero.

Yo soy una mujer joven. Con ideas abiertas. Con personalidad. Quiero a mi marido. Nunca he dejado de quererle. Soy suya. Nunca han profanado mi cuerpo. Jamás estuve con otro hombre, pero éste no era el caso. Aquella mujer hablaba de estar con ella. Pero el dinero…

Me debatía en mi interior. Analizaba minuciosamente todo lo que había escuchado de boca de Paula. No sé exactamente que cara exhibía mientras pensaba, pero Paula me sacó de mis pensamientos.

-Se que esto que pido es extraño. Se que es una licencia por mi parte. Abordar a una joven como usted y ser sincera….no sé, usted no tiene obligación alguna de creerme. Yo he sido sincera. He hablado claro, ahora…..ahora sólo espero su respuesta. Le ruego que lo piense.

Me quedé en silencio nuevamente. Sumida en mis pensamientos. Escuchando a Paula. De mi garganta surgió, lentamente, la frase que cambió mi vida y sembró el desasosiego que aún siento.

-¿Qué tendría que hacer?. Pregunté asumiendo mi rol en aquella historia.

-Usted me acompañaría a mi casa. Tomaríamos un café y yo le presentaría a Iván. Luego-Hizo una pausa violenta-, las dos tendríamos sexo delante de los ojos de Iván.

Esperó a ver mi reacción. Al no decir nada, ella continuó.

-Sómos personas con cultura. Sabemos estar. No habrá problemas. Usted dejará que yo disponga de su cuerpo y después se marchará a su casa, al lado de su marido, con 500 euros. ¿Es la cifra que acordamos, no?. Nadie sabrá nunca nada. Podría contratar a una prostituta, me costaría menos, sin duda, pero sería un negocio muy frío. Quiero algo que despierte en Iván esas sensaciones que siempre ha querido observar en mí…..y eso sólo lo puede tener con una persona como usted. Una persona de la calle. Una persona normal, con su vida y sus inquietudes. ¿Qué le parece?

No sabía como reaccionar. Si bien es cierto que ya había contestado al preguntar lo que tendría que hacer, no era menos cierto que aún no era plenamente consciente de lo que me estaba proponiendo Paula. Pero ella era persuasiva. Mi necesidad de dinero me hacia valorar la situación……y me inclinaba a ese juego que aún no sabía cómo podría resultar. Hice acopio de toda la serenidad que pude congregar y por primera vez la miré a la cara de tú a tú.

-¿Iría a su casa y tendríamos sexo a la vista de su marido?, ¿Usted me pagaría 500 Euros por hacerlo?.

-Así es.

-¿Y yo qué tendría que hacer?

-Ser paciente. Gozar conmigo. Dejarse llevar por mí. Dejarme que usurpe su cuerpo y le de placer.

-¿Y su marido…..?

-El nos miraría. Dese cuenta que con esto sólo busco su excitación, su placer, su fantasía. Yo, bueno, yo importo poco. No voy buscando mi propia satisfacción. Es evidente que trataré de que usted goce. Pero nunca he estado con ninguna mujer, y la verdad, no sé como resultará, pero pondré todo mi empeño en que salga satisfecha de mi casa. Con dinero y con una nueva experiencia. ¿Qué me dice?

Ya estaba decidido. Los 500 euros eran un reclamo demasiado ebrio para negarme. Pensé en mi marido, le diría que me había encontrado un billete de 500 euros en aquellos almacenes dónde había realizado mis compras. Aliviaría nuestras tensiones económicas. ¿Me iba a prostituir por dinero?. Pensé que no, que era sólo una forma de salvar mis necesidades más inmediatas. Jamás nos volveríamos a ver. Un plan limpio.

-¡Está bien!, dispongo de unas horas. Si usted quiere…

-¡Excelente amiga!. Pagaré su consumición y nos iremos a mi casa. No vivo muy lejos. Por el camino hablaremos de todo.

Salimos de la cafetería. Como si fuéramos amigas de toda la vida.  Ya en su coche, mientras Paula conducía con suavidad, me fue dando algunos detalles de lo que iba a ocurrir. Era coherente, pero sumamente delicado lo que pretendía esa mujer. ¿Podría ganarme esos 500 euros?. Necesitaba ese dinero. Demasiada miel para mis reparos.

Una zona privilegiada de Madrid, no muy distante de mi domicilio, era el lugar de residencia de aquella pareja. Estacionó el coche en la calle y ambas salimos del vehículo. Mis compras venían conmigo. Mis manos portaban las bolsas que delataban muy claramente el lugar donde había pasado parte de la tarde. Mientras subíamos en el ascensor, miré el reloj. Marcaba las 7 de la tarde. Las 7 de aquella tarde.

La cabina dio un respingo al detenerse. Las puertas se abrieron y un gran hall nos recibió. Aquella pequeña pieza metálica que sostenía Paula en sus manos, abrió la puerta de lo desconocido.

Un hombre de unos 45 años, pelo canoso, delgado, tez morena y agradable, reposaba sobre un sillón leyendo un periódico. Levantó la vista y nos miró desconcertado.

-¡Cielo, he llegado!

Iván se acercó a su mujer y la besó en la mejilla. Luego se fijó en mí. Con prisas, como si le resultara molesta mi presencia, me inspeccionó de arriba a abajo.

-¿Quién es?. Preguntó a su mujer a la vez que me miraba.

-Es Marina. Es una amiga que tú no conoces. Nunca te he hablado de ella. Hoy nos hemos encontrado por casualidad en una cafetería. Hacía años que no teníamos noticias una de otra. Me he permitido invitarla para que os conozcáis. ¿Sabes?, vive cerca de aquí.

-Encantado, Marina. Siendo amiga de Paula, puede considerarse amiga mía-Dijo en tono cortés a la vez que estrechaba mi fina mano-, aunque nunca, que yo recuerde, me ha hablado de usted. Y es imperdonable, su belleza no me debería haber sido vetada, Paula. Terminó dirigiéndose a su mujer.

Me quedé paralizada frente a ese hombre que amablemente me había tendido la mano. ¿Cáncer?, ¿Poco tiempo de vida?, era impropio que ese ser de ojos negros, con ese cuerpo estilizado y con ese aire de señor culto, abandonara la vida en poco tiempo. Su aspecto agradable era innegable. Tez morena, pelo negro, con esas canas que adornaban su cabeza, y una sonrisa sincera, abierta, brillante.

-Acompañaré a Marina a nuestra habitación. Se probará la ropa que se ha comprado. Tiene una boda en breve. En unos minutos estaremos contigo Iván. ¿Nos preparas algo para tomar?. Para mí café, por favor y Marina…-Hizo una pausa esperando mi respuesta.

-¡Oh…si, café por favor!

-En unos minutos estarán listos. Dijo él.

-¿Nos los acercas a la habitación, querido?.

-¡No faltaba más!. Respondió él.

¿Probarme la ropa que me había comprado?. Estaba desconcertada. En el camino había contado a Paula que había estado de compras. Que tenía una boda y que estaba muy ilusionada con ese casamiento de la que era mi mejor amiga. Pero no habíamos hablado de probarme ropas.

Caminé tras sus pasos. La habitación de ese matrimonio olía bien. Me preguntaba, mientras observaba la decoración de esa habitación, cómo había accedido a semejante propuesta. El signo del Euro se instaló en mis ojos. Era eso, dinero. Sólo dinero.

Paula me avisó de lo que iba a pasar, por lo tanto, nada debía sorprenderme. El juego comenzaría en su habitación y su marido nos sorprendería. Esa era la escena. Yo debía actuar como si nada. Dejarme llevar y colaborar en la medida que estuviera dispuesta.

Ya en su habitación, y sin darme tiempo a reaccionar, Paula se acercó a mí y besó mis labios a la vez que con sus manos retiraba de mis hombros los tirantes de mi vestido. Este reaccionó cayendo ligeramente hasta el comienzo de mis senos. Ella lo bajó más. Descubrió mis pechos enfundados en el sujetador.

-Esto sobra, querida. Dijo a la vez que desabrochaba la prenda.

Mis pechos se mostraron calientes. La miré mientras  los sopesaba en sus manos. Su cara dibujó un gesto de aprobación. Se diría que eran de su gusto.

-Paula-Dije titubeando mientras ella acariciaba mis pechos-, tu marido…

-Ahora vendrá. Nos traerá los cafés, ¿Recuerdas?. No te preocupes. Sólo déjate hacer. Yo me encargaré de todo. Le ofreceremos una bella imágen. Dos cuerpos arrogándose el placer. Y tú saldrás de aquí con 500 euros.

-Quiero decir que tú marido…no me tocará ¿Verdad?.  Es lo que me dijiste. No quiero.

-No. El sólo mirará. No temas. Todo saldrá bien. No te pondrá ni una mano encima. Aunque…, bueno te entiendo. No quiero hacerlo más difícil para ti.

Ese era el plan propuesto por Paula. Le diría a su marido que me iba a enseñar unos vestidos y él nos sorprendería en la habitación. Habíamos quedado que sólo miraría. E incluso me había hablado de cegar mis ojos si me resultaba más cómodo.

Mi vestido cayó a mis pies. Cuando sus labios se posaron en mis pezones, yo ya estaba húmeda. Al rato ella fue más incisiva y metió su mano dentro de mi braga. Allí se dio el placer de notar mi rocío.

Tiró de mi braga hacia abajo y yo levanté primero un  pie y después otro, para dejar que la prenda saliera de mi cuerpo. Luego, todo rodó deprisa. En silencio.

Me sentó en la cama y me tumbó sobre mi espalda para, a la vez que abría mis piernas, lamer mi sexo con su lengua mojada y caliente. Sin más preámbulos. Cuando noté aquella lengua viva deslizarse por mis labios, por mi clítoris, noté una sensación extraña pero demasiado placentera. Los primeros suspiros cobraron fuerza y presencia en la habitación. Al rato, yo también quería más. Su mano frotaba mi clítoris con mimo. Su lengua acariciaba mis pezones. No quise pensar qué hacía allí. Traté de evadirme y pensar en el dinero, pero el placer cobraba energía. El placer me confundía.

-Hagamos el amor.

-No entiendo. Dije.

-Follemos, Marina. Nos relajará y te dará confianza. A Iván le encantará sorprendernos así.

No sabía que era lo que quería decir. Yo, por follar, sólo entendía una cosa, la penetración de un hombre. Pero ella sabía más que yo.

En apenas cinco minutos de estancia en aquella habitación, parte del pudor me había abandonado. Nos sentamos frente a frente, nuestros cuerpos abrieron sus piernas enfrentando los dos sexos, ella pasó una pierna por encima de otra mía y yo hice lo mismo con la otra,  y nuestros deseos se juntaron para frotarse el uno contra el otro a la vez que nos tocábamos y nos besábamos. El placer era agradable, intenso. Yo jadeaba mientras ella se adueñaba por entero de mi boca y mis pechos.

No daba crédito a lo que estaba pasando. Estaba avergonzada, fuera de sitio, sorprendida, y en fin, cuantos calificativos queráis darle. Pero una cosa estaba clara, me gustaba lo que estaba sucediendo, aunque mi pudor, luchaba desenfrenadamente contra mi deseo en una batalla perdida.

La puerta de la habitación se abrió y la figura de Iván apareció sosteniendo una bandeja con tres cafés. Tres cafés que nunca fueron consumidos. Iván clavó su mirada en la escena, en mi cuerpo, en mi rostro. Impasible en apariencia, dejó la bandeja sobre una mesita. Tomó asiento sobre un pequeño sillón y volvió a mirarme. Paula le habló.

-Siempre lo has deseado, querido mío. Marina se ha prestado a complacernos.

Ni Iván ni yo dijimos nada. Me moría de vergüenza. Paula me abordó de nuevo. Retirándose de mi cuerpo, me situó nuevamente en el borde de la cama y me hizo tumbar de la mísma forma que antes lo había hecho. Mis pies quedaron apoyados en el suelo, mis piernas dobladas y mi espalda tendida sobre ese colchón de látex. Otra vez sentí su lengua recorriendo mi grieta. Otra vez sentí como me daba unos ligeros golpecitos con la punta sobre mi clítoris. Otra vez la mirada de Iván y la mía se encontraron. Pero algo había cambiado desde la última visita de mis ojos. Su cinturón estaba desabrochado, su bragueta abierta, su calzoncillo ligeramente bajado y su miembro ligeramente erectado. Su mano derecha acariciaba su carne. Subía y bajaba el anillo que formaban sus dedos a través de la barra que iba endureciéndose poco a poco. Volvimos a mirarnos. El sonrió como si aquello fuera lo más común que uno se pueda encontrar cuando va a llevar un par de cafés a su mujer y a una amiga de su  mujer. Yo cerré mis ojos víctima del placer que sentía a través de mi sexo. La lengua pertinaz de Paula devoraba lentamente cada poro de mi piel. Mi ano no se olvidó, y aunque sentí reparo al notar ese pequeño órgano trajinando sobre el, pronto recordé que esa tarde, antes de salir de mi casa, me había duchado.

Cuando abrí los ojos, busqué la figura de Iván. Seguía sentado en el mísmo sillón, pero sus pantalones yacían sobre sus tobillos. Su miembro era grande. Seguía acariciándolo con calma. De arriba hacia abajo. Su prepucio bajaba hasta descubrir su glande por entero. Carecía de vello alguno. La imagen me impactó. Mi marido nunca se había masturbado delante de mí a pesar de que yo le había dicho en muchas ocasiones que eso me excitaba. Siempre me decía que sentía pudor. Pero ese pudor no era el mísmo cuando observaba, con la baba caída, cómo yo me masturbaba para él. Interrumpía mi placer y lleno de deseo me la clavaba sin compasión.

Volví a cerrar los ojos y giré mi cabeza hacia el extremo opuesto a la mirada de Iván. Tras unos segundos noté una presencia cercana y los abrí nuevamente. Iván se había acercado hasta nuestros cuerpos y acariciaba el de su mujer. Sus pechos, su espalda, sus glúteos, eran parcelas propiedad de ese hombre. Las manos de Paula estaban fijas en el interior de mis muslos. Sujetando mis piernas. Abriendo mi deseo. Su lengua  trabajaba con insistencia mi clítoris. Mis labios resecos se separaban en busca del aire que mis pulmones necesitaban. La sincronía era total. Los tres cuerpos desnudos abordados por el deseo.

Un sonido reclamó mi atención. Me fijé en los otros dos cuerpos. El pene de Iván había penetrado en el cuerpo de Paula y esto había provocado que ella afianzara, más todavía, su lengua sobre mi sexo. Iván arremetía con suavidad, como si se jactará de la exquisitez que ofrecía ese coño, ese coño que pronto dejaría de explorar. Ese coño que la muerte le iba a robar. Yo estaba turbada.

Me iba a correr. Sentía que mi final estaba próximo. La lengua de Paula era sabia. Y se había convertido en catedrática cuando el miembro de Iván la había impulsado más sabiduría. Paula cesó en sus caricias con su lengua. Se incorporó ligeramente y se dejó caer sobre mi cuerpo desnudo. Mi cuerpo se movió al compás de las arremetidas que Iván ejercía sobre su mujer. Ella buscaba mi boca, quería besarme, pero mis labios estaban muertos y no correspondían. Sentí su lengua hurgar en todos los entrantes y salientes de mi boca, en mis dientes, en mi…

Paula me tenía dominada. A su  merced. Se mantenía sobre mi cuerpo y con sus piernas sujetaba las mías abiertas de par en par. Sus manos se fundían con las mías. Nuestros dedos entrelazados se apretaban de deseo. La rapsodia de sexo continuaba lentamente. Iván bombeaba a Paula y ésta buscaba con su lengua dentro de mi boca alguna hipotética caries.

El encanto se rompió. Noté una mano en mi sexo. Iván había abordado mi grieta sin preludios. Quise protestar, decir que eso no era lo acordado, pero esos dedos no eran violentos, eran sabios. Opté por callar y evadirme. 500 euros era una paga notable como para protestar por su gesto. Dejar que ese hombre que iba a morir en breve palpara mi sexo no iba a robarme nada. Le vi reclinarse sobre el cuerpo de su mujer y pensé que la iba a penetrar de nuevo.

Cuando noté el glande de Iván en la puerta de su deseo, traté de juntar mis piernas. Noté como mis labios se separaban para dar cabida a ese miembro lubricado en el cuerpo de su mujer. El empuje era constante, lento, sin vacilaciones…

Quería zafarme de esos cuerpos. No habíamos hablado que ocurriera más de lo que había pasado. Sólo sería un juego entre Paula y yo. Su marido miraría. Estaba claro. Paula no me dejaba abrir la boca para emitir mis protestas. Mi cuerpo era todo un manifiesto del desacuerdo que sentía ante la pretensión de Iván. Paula me tenía atrapada. Sujetaba mis manos, mis dedos, mis piernas, mi cuerpo entero…

Al escapar de su lengua puede hablar. Aunque brevemente, dejé constancia de mi protesta y mi negación ante lo que se avecinaba.

-Noooo, noooo, eso noooo….no quiero….nooooo…Ufffffff…

Mis lamentos se fundieron con la estocada. El poderoso miembro de Iván penetró en mi interior sin compasión. Brevemente quieto, cesó en su empuje unos instantes para tomar la vitalidad necesaria. La boca de Paula se apoderó de la mía a la vez que Iván comenzaba con violencia a bombear mi cuerpo. Creí sentir los golpes en mi útero, creí desfallecer a cada nuevo envite, creí morir  cuando cesó en los movimientos y dejó escapar su semen dentro de mí. Creí estar muerta cuando los latigazos de placer visitaron mi cuerpo. El cielo me visitaba. Las salvas, espaciadas, inundaron mi interior.

Iván retiró su miembro de mi sexo y su semen, riachuelo espeso, buscó el vértice de salida. Mi cuerpo ardía…, mi cuerpo nadaba en placer. Pero quedaba una visita, la visita de Paula. Su lengua presurosa se fundió con esa rendija de mi cuerpo. Y entonces fue cuando sentí lo que nunca antes había sentido. Tal vez, confundida por el intenso placer, creí marearme. Mi alma me abandonaba y mi cuerpo temblaba violentamente. Aún, desde el más allá, noté como los lametazos se ralentizaban acompañando la llegada de mi relax.

Iván me besó. Sus labios, con extrema dulzura, se unieron a los míos. Su lengua paseó por mis labios y su saliva los lubricó. Era su agradecimiento. Era su despedida. La boca de Paula se despidió en el interior de mis muslos y el adiós a mi cuerpo lo selló sobre mi vientre.

Aquellos cafés no fueron consumidos por nadie. Aquella noche consumimos placer. Tras debatirme entre mentiras, telefoneé a mi marido. La excusa fue estúpida, pero me arriesgué. Era mucho lo que yo deseaba de aquella casa. Sentir. Experimentar lo que nunca antes había hecho.

Cuando le dije a Ernesto el motivo por el cual probablemente no iría a casa a dormir, le noté alucinado. Pero era la mejor excusa que se nos ocurrió.

Le comenté que una amiga de mi trabajo, a la que él no conocía por que no existía, había estado conmigo aquella tarde después de encontrarnos en esos grandes almacenes que visité. Una fuerte indisposición cuando tomábamos un café y me iba a regresar a nuestra casa, hizo que yo la acompañara al hospital. Estaba en urgencias. Estaba en las urgencias de un hospital y me iba a quedar con ella hasta que los médicos terminaran de examinarla. Me costó obviar el nombre del hospital, pero lo conseguí. Eso, y que yo no disponía de batería en mi teléfono móvil, cerró mi mentira.

A las 4 de la madrugada salí de aquella casa. En el portal me esperaba un taxi. A las 5 de la madruga, sentada en el salón de mi casa, estaba enseñando a mi marido mis compras. Todo había ido bien. Mi amiga ficticia, mi compañera de trabajo, ya estaba en casa junto a sus padres. Todo había quedado en un susto coronario. Mi marido me creyó.

Ya en la cama, rememoré aquellas horas. Recordé cómo tras abandonar la habitación, el olor a sexo se instaló en el salón de Paula e Iván. Visualicé las imágenes que acudían a mi mente sin orden alguno. Me ví apoyada sobre la mesa de aquél bello salón mientras Iván desvirgaba mi ano y la lengua de Paula colmaba una vez más mi infierno interior. Nuestros cuerpos, fundidos, se desprendieron del resto de pudor que aún conservaban. Los lamentos, suspiros, ayes y exclamaciones fueron los únicos sonidos que esa noche se dejaron oír entre aquellas paredes.

La despedida fue en silencio. Nuestras miradas iban y venían de un rostro al otro. Era nuestra conversación. La conversación de unos extraños en la noche. Ya en el taxi, descubrí dos billetes de 500 euros dentro de una de mis bolsas. Paula había sido generosa. Los doblé en dos mitades. Esa era la forma más factible de explicar a mi marido cómo me los había encontrado en aquellos grandes almacenes.

Paso muchas veces por el portal de Paula. Lo hago adrede. Trato de verlos.  Me paro en la esquina y mientras fumo un cigarro pienso si estaría bien o no acudir a su casa. Lo cierto es que no me importaría repetir aquella experiencia, pero algo en mi interior me lo impide. Yo, antes de eso, era una chica plena, sin complejos, feliz. Después de lo que pasó con Paula y su marido, no vivo tranquila. El sexo con mi marido, aunque satisfactorio, no puede compararse con el que esa pareja me ofreció en aquella noche mágica. El desasosiego me acompaña permanentemente. Me falta algo y yo se lo que es. Me faltan ellos.

Coronelwinston