Extraños en la noche
Luis se dirige decidido a la discoteca. Esa noche apagará el fuego que consume sus entrañas en los brazos de una voluptuosa mujer.
Extraños en la noche
Luis se retocó el pelo en el retrovisor por enésima vez antes de entrar a la disco. Aquella noche debía estar perfecto. No quería volver a casa con el corazón frío y las manos en los bolsillos como tantas otras veces. Deseaba incendiar su cama con algo más que un cigarrillo mal apagado.
Algo desorientado por el estruendo de la música, se fue abriendo paso entre la masa de gente que se movía acompasada al ritmo del ultimo éxito de la música techno. Escudriñaba los rostros de todas las chicas con las que se cruzaba. Había mujeres muy bellas, de rostros angelicales; máscaras, no le cabía duda, que ocultaban auténticas diablesas devoradoras de hombres y de fortunas, y no en el sentido que cualquiera desearía.
Aquello no era lo que él estaba buscando. Por más que miraba, sólo encontraba las mismas caras con gestos artificiales, cebos para atraer a sus descuidadas presas a la trampa de una mullida cama. Desalentado por el escaso éxito inicial, se dirigió hacia uno de los rincones más solitarios del amplio local. Y entonces la vio. El tiempo se detuvo y su corazón se desbocó ante la aparición de un ángel de pelo moreno y curvas sinuosas, que danzaba junto a otra chica.
No esperó ni un instante. Comprobó su aliento, se ajustó la chaqueta y se dirigió con resolución hacia la pareja de jóvenes que bailaban despreocupadas. La acompañante de su objetivo, le recibió con una cálida sonrisa que le dio la confianza y el aplomo que siempre le había faltado en esas situaciones.
- Perdona- gritó por encima del machacón ritmo que reverberaba en la sala- ¿qué hace una chica como tú en un sitio como este?
La morena sonrió.
- Protagonizar el intento de ligoteo mas tópico de la noche -respondió divertida - Antes de que me lo preguntes, trabajo.
Su acompañante no pudo evitar soltar una discreta carcajada, tras la cual, sintiendo el rubor de la vergüenza crecer en sus mejillas, se dirigió a la barra en busca de un refresco.
Soy Luis- dijo confiado pese a la situación.
Yo Elena, encantada..
Al darle dos besos, intentó acercar sus labios lo más cerca posible a los suyos. Ella lo notó, pero no pareció importarle, ni siquiera, el que se detuviera un instante más de lo que aconsejaban las buenas maneras.
¿Bailas?- le preguntó de improviso.
¿Y tu amiga?
Está liada con el teléfono. Su marido tiene problemas con los perros.
Se adentraron entre la multitud enajenada por la música, hasta el centro de la pista, donde varias parejas bailaban al son de una canción lenta.
Apenas tuvo ocasión de tener entre sus brazos a la chica, pues pronto la canción terminó, para dar paso a un sensual ritmo caribeño.
-Uy, esta me gusta a mi - le gritó sorprendida al oído- es mi canción favorita.
Miró hacia la cabina del Dj, allí se encontraba su amiga, sonriéndoles, mientras por señas le indicaba que tenia que irse.
A medida que se sucedían las pegadizas notas, el calor se iba apoderando de ellos, acercando cada vez más sus cuerpos, encendiéndolos con frenesí, como si estuvieran solos en la inmensa discoteca, deslizando sus manos bajo sus camisas... Durante el tiempo que duró la canción, exploraron sus cuerpos con tímidas caricias, hasta que no pudieron aguantar más.
- Sígueme - le susurró ella al oído.
Sin perderla de vista, fue tras ella hasta llegar a los servicios. Su sorpresa fue mayúscula, cuando Elena entró resoluta, en el baño de caballeros. Sin dudarlo un instante, se adentró en su busca.
En cuanto cruzaron el umbral y la puerta ocultó su desenfreno de miradas inoportunas, se enzarzaron en una serie de profundos besos. Besos con los que pretendían absorber la esencia del otro y hacerla propia; besos en los que sus respectivas lenguas se adentraban en sus bocas para saborear la esencia del otro. Sus conciencias se iban diluyendo por sus labios, para unirse y formar un sólo ser de lujuria.
Sus manos volaban frenéticas entre la tela de sus ropajes y la cálida piel que encerraban, intentando captar la suavidad de las caderas, la espalda o los turgentes pechos que sobresalían por la maltrecha blusa, desprovista de un par de botones a causa del forcejeo amoroso, y que daba vía libre a las manos curiosas de Luis, las cuales se adentraron entre las carnosas montañas, acariciándolas de arriba a abajo, hasta sentir los pezones duros de Elena entre sus dedos.
La agarró de la cintura, y en volandas la transportó hasta colocarla sobre uno de los lavabos. Pobre trono para tan magna princesa, pero suficiente en ese momento para aplacar la furia libidinosa que los consumía.
De un tirón, Elena abrió su blusa. Lo que antes habían vislumbrado sus caricias, ahora era contemplado por sus deseosos ojos. Sus senos tostados, subían y bajaban acompasados por la respiración jadeante de ella, suplicándole ser tomados por una boca experta.
La miró por un instante. Recostada contra el cristal, los ojos cerrados en franco abandono de su ser, la boca entreabierta, y la cabeza reclinada hacia atrás, dejando expuesto su delicado cuello, que reclamaba la presencia de unos labios capaces de sacar de él, el máximo placer.
Hundió la cabeza en aquella piel delicada y mientras sus besos cartografiaban la piel ignota y delicada, sus firmes manos delinearon la figura de Elena, que temblaba de gozo bajo las lascivas caricias. Su lengua no cesaba de trasladarse por todo su cuello, lamiéndolo sin cesar, arrebatando sollozos de deleite, de la protagonista de sus atenciones.
Metió las manos bajo la minifalda y lentamente fue desplazando el tanga a lo largo de sus piernas hasta que reposó en el suelo, dejando de ser un impedimento para su pasión. Tanteo con sus dedos la húmeda cavidad, receptiva al ariete que pugnaba en su entrepierna, por horadar la virginal figura de su acompañante. Los introdujo con cuidado, solo para sentir en ellos el calor y la suavidad de aquella montaña que se prestaba a ser horadada.
De pronto, llamaron a la puerta. Sus caricias se detuvieron de inmediato.
- Sigue por favor - susurró Elena, ajena a todo, salvo al placer que agitaba su consciencia.
Sus deseos eran órdenes para él. No había tiempo para mucho. Dejó libre su miembro, el cual se irguió orgulloso al fin, sabedor de que pronto se vería inmerso en una dulce prisión de carne.
Apretó su pecho contra el de Elena, que respiraba cada vez más agitada, e introdujo su pene dentro de ella lentamente. De la cálida cavidad, manaba una fuente imparable de placer, que facilitaba la penetración, pero él quería hacerlo con tranquilidad, para sentir el rozamiento de sus sexos mientras se hacían uno, milímetro a milímetro.
De pronto sintió como las piernas de Elena, se enlazaban en su cintura, y le empujaban hasta estar bien dentro de su sexo, cosa que logró entre fuertes jadeos de ella.
Volvieron a llamar a la puerta, pero esta vez ninguno de los dos la escuchó, atareados como estaban en encajar sus cuerpos al frenético ritmo que les conducía hacia el deleite infinito de un orgasmo que se iba desarrollando en su interior, a medida que se sucedían las embestidas, para extenderse luego por todo su cuerpo, haciendo que cada fibra de su cuerpo suplicase por la resolución de tanta tensión acumulada, tensión que se vio desbordada tras un par de profundas penetraciones de Luis, cuyo falo se adentró en lo más profundo del interior de Elena, uniendo sus cuerpos al máximo, juntando sus labios, sedientos por las atenciones del otro, entrelazando sus lenguas, apretando sus pechos entre si, aumentando las punzadas de placer que estimulaban su cerebro...
Elena sintió el torrente imparable que descargaba su amante, en su interior. Sentía inundarse su ser, con el preciado liquido que desbordaba sus piernas deslizándose hasta el suelo, empujado por las convulsiones de su pelvis, agitada por el clímax en su máximo apogeo.
Sus gritos de frenesí, se expandieron por el baño, ahogando los golpes de la puerta, algo más tímidos ya. Luis descansó su cabeza, exhausto, sobre el hombro de ella.
Durante un par de minutos, no se dijeron nada, simplemente disfrutaron del momento entre un mar de quedos jadeos. Le besó en la mejilla y le acarició el pelo. Se miraron a los ojos y se sonrieron. Tras arreglarse un poco, salieron del baño cogidos de la mano. Fuera les esperaba un grupo de jóvenes, furiosos por no poder entrar, pero los gritos se transformaron en sonrisas complacientes y bromas groseras, cuando les vieron salir juntos.
Saltaron a la pista de baile y se abrazaron, mientras bailaban al son de una balada romántica. Aun estando rodeados por varias parejas, se sentían los únicos sobre la faz de la tierra, felices por estar el uno con el otro.
Poco antes de que terminara de sonar la canción, Elena sintió la dureza del miembro de Luis clavándose en su cadera.
¿Se te ha pasado el calentón? - le preguntó provocadora.
¿Tú que crees? - fue todo lo que respondió mientras apretaba su entrepierna contra ella.
Salieron fuera, a la silenciosa noche. El frío aire del exterior, les libró del letargo en el que se habían sumido tras el polvo en el baño, pero no templó sus ánimos ni el fuego que ardía en su interior.
- Ven, tengo el coche aparcado ahí, detrás del parque. - le sugirió Luis.
La cogió del brazo y atravesaron el pequeño bosquecillo entre besos y caricias furtivas. En la distancia, podían escucharse vagos gemidos, de parejas que aprovechaban el amparo de los inmensos arbustos para dar rienda suelta a su desenfreno.
Tras el parque, se hallaba un pequeño aparcamiento, con una larga hilera de coches en él. A lo lejos, los focos de la discoteca rasgaban el oscuro manto de la noche con sus refulgentes hojas.
- ¿Cual es el tuyo?- preguntó Elena mientras caminaban frente a ellos.
Al pasar junto a un monovolumen gris de frontal achatado, sintió como la agarraba por la cintura, y la echaba sobre el capó de improviso.
Por segunda vez en la noche, su tanga se desprendía de ella, para no volver a verlo más, pues salió despedido hacia la espesa vegetación que crecía a sus espaldas. Luis le subió la falda hasta la cintura, y abrió sus piernas, dejando expuesto la dulce fruta que escondían con celo. Se abrió ante él, jugosa y chorreante, acallada su conciencia con promesas de placer infinito.
Se arrodilló ante ella. Colocó las esbeltas piernas sobre sus hombros a modo de escolta para su cabeza, que se dirigía triunfante hacia su deliciosa unión, vibrante de gozo ante la proximidad de la lengua de Luis, que pronto se apodero de sus labios mayores, lamiéndolos lentamente, abriéndolos mientras su lengua hacia círculos entre ellos, haciendo arquear la espalda de Elena sobre el coche, sintiendo la presión de sus muslos en la sien, para que profundizara más en su exploración. Y así lo hizo. De un profundo lametón, recorrió su vagina en toda su extensión, abriéndola a su paso, para terminar en su hinchado clítoris, que pronto recibió la atención de su lengua, lentamente primero, para ir aumentando el ritmo a medida que aumentaba la intensidad de los jadeos de su dueña. Pronto las frenéticos caricias no fueron suficientes, y entraron en acción sus labios.
Agarró sus pechos por entre la camisa con determinación, sintiendo como su voluptuosidad se escurría entre sus dedos mientras los duros pezones, excitados por sus caricias, se hincaban en la palma de su mano. Su boca no se separo ni un milimetro del manjar que degustaba. Mas de una vez hizo un amago de alejarse de sus húmedas paredes, pero Elena apretaba entonces sus rodillas contra su cabeza, obligándole a adentrarse mas y mas en la matriz, palpitante y cálida, que permanecía a merced de sus lametones y besos por doquier.
De pronto, un sonoro gemido escapó de los labios de Elena, que apretó aun mas sus muslos mientras el resto de su cuerpo trémulo por el frío de la noche, se revolvía presa de las acometidas de un orgasmo que nacía en su bajo vientre para recorrer cada fibra de su ser.
¡¡¡Oh Luis, m´escorro!!!- confirmó entre un mar de gemidos, retorciéndose sin cesar e hincando los codos en la superficie metálica, hasta que finalmente se abandonó en la boca de su amante, llegando a un estado de enajenación sensorial que le impidió ver como Luis se abatía sobre ella, para besarla dulcemente.
Uf... ha... sido...uffff......
Las palabras se clavaban en su garganta, incapaces de seguir más allá. Era el segundo orgasmo de la noche y empezaban a temblarle las piernas, pero aun tenia un par de cosas pendientes de hacer.
Le pidió que abriera el coche y reclinaron los asientos con celeridad. Lo tumbó sobre uno de ellos. Ahora era su turno de desnudarle. Le privo sin dificultad de pantalón y ropa interior, dejando libre su miembro, que reposaba expectante sobre su pierna, ante las atenciones de una mano diestra.
Lo cogió amorosa y comenzó a acariciarlo lentamente, de arriba a abajo, mientras contemplaba como crecía entre sus dedos, hasta alcanzar toda su vigorosa plenitud.
Se agachó sobre él, y lamió dulcemente la húmeda punta. Un escalofrío recorrió la columna de Luis, mientras circundaba con sus rosados labios el hinchado miembro, que con sus convulsiones rogaba por adentrarse en su garganta. Mientras subía y bajaba su cabeza con la lengua pegada al glande de Luis, sentía derretirse en los expertos dedos de este, que hurgaban en su interior con voraz curiosidad, haciéndola detenerse a veces, incapaz de concentrarse ante el placer que la invadía, mezclado con el leve dolor que sentía cuando Luis daba tregua a su sexo para pellizcar sus delicados pezones, llevándola al delirio absoluto.
Antes de sentir el clímax de nuevo, quería sentir el palpitante falo explotar en su boca y para ello, aumentó el ritmo de sus lametones y la frecuencia de sus caricias, llevando a Luis a su vez, al borde del éxtasis entre bufidos y súplicas porque continuara.
- ¡¡¡Para!!!- le suplicó entonces, cuando el desbordante volcán anunciaba su inmediata erupción - quiero correrme dentro de ti.
Como pudo, se sentó a horcajadas sobre él, acercándose al enhiesto sexo poco a poco, hasta introducir apenas un centímetro de este, dentro de ella, dejándose caer después, de un golpe sobre él, partiéndola en dos, sintiéndolo llenar su interior
- ¡¡¡¡Siiiii, siiii fóllame cariño!!! - gritaba mientras cabalgaba sobre la verga interminable que se adentraba en sus entrañas una y otra vez, ayudado por las firmes manos de Luis, que la había agarrado de la cintura, levantándola y empujándola hacia él con fuerza, cuando no estaban ocupadas en cubrir con sus dedos hasta el último centímetro de la nacarada piel o acariciando sus mejillas, o apretando con firmeza su trasero, atrayéndolo hacia si, para profundizar aún más en la hinchada vagina de Elena.
El coche se bamboleaba con fuerza bajo el frenesí de la pareja, cuyas embestidas no cesaban en intensidad ni pasión.
- ¡¡Oh Elena te amo!! - gritó entonces Luis, incapaz de controlar su cuerpo y su mente, poseido por la lascivia y el abandono absoluto - ¡¡córrete conmigo!!.
Elena se tumbó sobre él, unidos sus sexos, sus pechos, sus bocas, sus almas... Las convulsiones de su vagina, invadida por la culminación del acto, abrieron la llave de la imparable fuente que la taladraba, manando en su interior un torrente imparable que les llevó al regocijo extremo.
Se recostaron jadeantes sobre los castigados asientos del monovolumen. Elena acarició la pierna de Luis y le sonrió dulcemente. Los primeros rayos de sol de la mañana comenzaban a despuntar por entre los edificios.
- ¿Nos vamos ya cariño? Los niños se despertarán pronto.