Extraños a veinte metros
Mientras espera a su marido, Laura tiene un encuentro de altura
Regresaron a la habitación del hotel sobre las siete y media de la tarde. Laura y Carlos habían pasado todo el día visitando diferentes lugares de la región, también una pequeña playa muy bonita pero en la cual decidieron no bañarse, porque para finales de septiembre, aunque la temperatura aún era agradable, no lo era tanto como para quitarse la ropa y meterse en un agua que no guardaba ya la temperatura agradable del verano. Dos cosas destacaban bajo su particular punto de vista, como las mejores del día; la ruta guiada por las ruinas de la colonia griega y la ristra de platos autóctonos que habían probado en ese restaurante que daba al acantilado.
Las razones por las que habían elegido ese destino para las vacaciones, era la combinación de playa y montaña; de lugares históricos y construcciones modernas; y por supuesto que no era una zona de turismo masificado, aspecto clave que inclinó a su favor la decisión final.
Desde la terraza de la última planta del hotel, la quinta, mirando al frente, una espectacular panorámica de la costa podía apreciarse. En particular, la habitación de Laura y Carlos era la que quedaba justo en el centro de la azotea. Encajonando al pueblo donde tenían el alojamiento, las laderas de los escarpados montes bajaban hasta hundirse en las profundidades del mar. Esos pronunciados montes, tenían pronunciadas cuestas; pues por ellas tenía ganas de salir a correr durante mas o menos una hora Carlos, mientras su mujer se duchaba y arreglaba antes de ir a cenar al restaurante del hotel. Tiempo tenía, pues pretendían bajar sobre las nueve y media; luz, de momento aún el sol permanecía elevado, pero quedaba mucho para la puesta, así que raudo se cambió de ropa y se puso las zapatillas de trail, disponiéndose a empezar su ruta, no sin antes haberle dado el correspondiente beso a Laura y un – te amo – que salió de los labios de ambos, en momentos sucesivos. La última frase que salió de su esposa antes de que él cerrase la puerta fue en un tono que mezclaba la broma y lo maternal – cuidao no te despeñes -.
Laura procedió preparase la ropa para después de la ducha, antes de comenzar a desvestirse, corrió las cortinas que daban a la terraza, pues aunque justo enfrente no había nada más que la línea del horizonte cayendo sobre el mar, si se orientaba la vista un poco hacia la derecha, como a unos veinte metros de distancia, quedaban orilladas las terrazas del hotel contiguo. Poco probable era que alguien saliese justo en ese momento y en vez de mirar al frente mirase hacia el interior de la habitación en la que ahora Marta se encontraba sola, pero como no era imposible, por eso había utilizado las cortinas. Eso sí, no había cerrado las ventanas porque la brisa que las cruzaba, resultaba agradable.
La temperatura del agua dejó el baño con una densa nube de vapor, así que al salir de la placentera ducha, decidió salir a secarse y ponerse la ropa en el dormitorio, el cual daba a la terraza. Las cortinas ondulaban elegantemente con el aire que entraba por la ventana, pues en el transcurso atemporal de la ducha, se había levantado más viento además de haber bajado la intensidad lumínica del Sol, que empezaba a esconderse entre las montañas.
Dejó que la toalla cayese hasta sus pies, acoplándose bien la que llevaba enroscada en el pelo; mientras se untaba crema en las manos y apoyaba uno de sus pequeños pies sobre la cama para proceder a extenderla por su pierna, de abajo hasta arriba, la línea de visión que salía desde sus ojos verdes se posó en la única terraza que desde esa perspectiva podía ver, del antes mencionado hotel que caía a su derecha. Y pudo observarlo porque finalmente una de las dos cortinas se había desplazado unos centímetros, dejando un tramo libre para la vista en ambos sentidos. El latido fuerte le vino propiciado por la imagen de la figura que la observaba furtivamente desde aquella azotea y que también instintivamente se metió hacia dentro, haciendo que Laura no se pudiese fijar en ninguna característica y tan solo volver a cerrar la cortina del todo.
Se secó el pelo dejándoselo rizado por las puntas; el vestido, traje corto y ceñido; maquillaje, suave. Sacó una Coca Cola del mini bar, unos hielos, un vaso y se lo preparó sentada en la silla y apoyada en la mesa, las cuales estaban dispuestas en la terraza. Mientras disfrutaba tranquilamente de las vistas y de la bebida, a la vez de que en la radio sonaba chill out , esta vez sí, vio con claridad al furtivo que antes la había acechado. Estaba haciendo lo mismo que ella, sentado con una bebida, mirando al mar. Un chico de apariencia joven, pero no podía asegurarlo pues aunque la distancia no era muy grande, la continua caída del Sol dificultaba observar ciertos detalles. Sí veía claramente que tenía una tez morena, pelo corto y un aspecto por decirlo de alguna manera, saludable. Ahora llevaba una camisa clara, pues antes le había parecido que no llevaba nada, pero ahora era la única prenda que podía distinguirle, ya que el muro de la terraza no le dejaba ver más allá del bajo pecho.
Así pasaron los minutos, sin nada que destacar salvo la tranquilidad reinante. Laura se dejó llevar por pensamiento húmedos, su mente se trasladó unas horas hacia el futuro, y pudo verse a sí misma, en el suelo de aquella terraza, siendo penetrada por su marido después de una buena cena, un par de licores y habiendo bailado en la discoteca del hotel. Pero se precipitó de nuevo al presente, Carlos aún no había vuelto, ella estaba ahora bastante cachonda y aquel desconocido, por alguna razón, ya no miraba hacia el horizonte, sino que su horizonte ahora, era ella. Se había puesto de pié, dejando ver que llevaba unos vaqueros oscuros, una mano reposaba en la losa de la parte superior del muro de la terraza y en la otra portaba un vaso con alguna bebida imposible de descifrar desde la distancia. Sin pudor observaba a Laura que estaba empezando a ponerse nerviosa, pues tras volver de su trance durante el cual sus ojos abiertos se habían quedado nublados, ahora que recuperaban la visión, sentían una irremediable atracción hacia ser orientados hasta los ojos de aquel espectador inesperado.
Cuando por fin los ojos de ambos se cruzaron, la excitación que Laura llevaba de serie, se multiplicó. Sus pezones se irguieron por debajo del vestido y su tanga empezó a tornarse más pesado, por el líquido que andaba absorbiendo. De manera inconsciente, Laura se llevó el dedo índice de su mano derecha a la boca, lo que el extraño de la terraza de enfrente debió traducir como que la situación le estaba siendo agradable, pues dio un paso muy arriesgado. Dejó su vaso sobre la mesa de su terraza y volvió hasta donde estaba. Con un rápido movimiento se bajó la cremallera del vaquero sin desabrocharse el botón y dejó salir de entre la tela, un pene ya semi-erecto. Eso sí que lo apreció por completo Laura, que paralizada por la situación, no hizo nada más que mirar como aquel individuo se acariciaba suavemente la entrepierna mientras la observaba.
En vez de volver rápidamente dentro de la habitación como mandaría el sentido común, olvidándose de la razón, Laura empezó a bajarse los tirantes del vestido con suavidad, poco a poco, poniendo nervioso al atrevido observador. Finalmente ambos pechos quedaron al aire, con la brisa moviendo su pelo de un lado a otro de la cara y cayendo por sus tetas. Las agarró entonces cada una con una mano, apretándolas una contra otra. Entre la excitación y el aire, sus pezones puntiagudos apuntaban directamente al hombre de la terraza de enfrente, que ahora ya no se acariciaba el miembro, se estaba masturbando rítmicamente. Dejo caer sus pantalones, haciendo saltar a la vista unos grandes testículos que rebotaban cuando su mano subía y bajaba a lo largo del manubrio. Ella, tremendamente excitada, subió su vestido hacia la cintura, mostrándole al extraño el tanga negro y mojado que llevaba puesto. Su subió los hilos del mismo sobre las caderas, haciendo que la tela se metiese entre sus labios mayores. Se dio entonces la vuelta, recostando los pechos sobre el respaldo de silla, para de este modo permitirle al extraño ver la redondez de su voluptuoso trasero, definido en dos partes por el hilo trasero del tanga, que pronunciaba la belleza de su figura. Con el vestido reducido a la mínima expresión, tan solo enrollado bajo las tetas, decidió en esa posición de ofrecimiento del trasero, bajarse el tanga hasta los tobillos hasta sacárselo del todo. El mirón de la terraza de enfrente, con un rabo palpitante, con las venas dilatadas, se pajeaba frenéticamente viendo a aquella hembra que le estaba mostrando todos sus atributos, incluido un rasurado y rosadito coño que parecía de niña, si no fuese porque estaba coronado por un hilito de pelo bien recortado en el sobre el pubis.
Laura, que hasta entonces se había limitado tan solo a mostrarse, se sentó de nuevo sobre el cojín de la silla de la terraza, pero esta vez con los pies puestos de puntillas, dejando que su clítoris rozase con la tela. Empezó a moverse adelante y atrás, proporcionándose placer a sí misma. Las manos las tenía sobre las piernas, para mantener el equilibrio, mientras no dejaba de relamerse y mirar fijamente a los ojos de su pareja de sexo a distancia. Cada vez más rápido, había perdido el control sobre su cuerpo y tan solo sentía placer y excitación. Imaginaba a aquel desconocido, penetrándola con ese miembro que podía ver, pero no tocar. Quería que la follase duro, le ponía muy cachonda ser una zorra infiel a su marido, mientras éste tan solo estaba haciendo deporte. Se imaginaba que Carlos volvía a la habitación y la encontraba a cuatro patas, siendo salvajemente follada por aquel tío que ni siquiera sabía cómo se llamaba, ni le importaba, pero del cual quería sentir su leche.
Entonces, entre el éxtasis, llegó un orgasmo, otro y otro más, la respiración se entrecortaba y los fluidos manchaban el cojín. Un gemido mucho más fuerte resonó desde su garganta, lo que propició la contestación sonora de aquel extraño, que habiéndose puesto algo más en cuclillas, derramaba su semen sobre la repisa del balcón.
Cuando Laura le estaba dando la vuelta al cojín sobre el asiento, tras haberse puesto bien el vestido, se oyó el sonido de la puerta la habitación, era Carlos.
- ¿Qué tal cariño?
- Aquí, esperándote con una Coca…Cola.