Extraño sueño

Que sueño tan extraño ha tenido la esposa de mi compañero de trabajo

Hace aproximadamente un mes tuve que ir a solucionar un problema en casa de un cliente. Me hice acompañar por un mecanico para que examinara el estado de conservacion del equipo. Como el viaje era largo y el transito impedia circular con velocidad charlamos durante el trayecto dando vuelta a todos los temas habituales, el encargado tal, los partidos del domingo, la secretaria del director...etc.

Irremediablemente terminamos hablando de mujeres. Aunque somos de la misma edad, él está casado y yo soltero. Supongo que aprovechando esta circunstancia empezó a darme consejos y a animarme para que me case de una vez.

Para argumentar mejor, empezó a hablar de lo bien que se lo pasaba con su mujer. Al principio creí que disfrutaba dándome envidia, pero luego llegué a la conclusión que lo que realmente le gustaba era sentirse dueño del objeto de deseo de los demás.

Me enseño una foto en la que aparecía realmente bella.

—esta es de hace un año... ¿ a qué es guapa? — me dice mientras me enseña la cartera abierta.

—Ostia, si que es guapa!... no se que habra visto en ti!­— le digo de broma, mientras nos reimos.

—Mira...mira...mira esta....esta en bikini...es de este verano— me dice con entusiasmo.

Dirijo la mirada hacia la cartera y veo la foto. Se la ve apoyada en un árbol con su espléndido cuerpo tapado únicamente por un atrevido bikini.

Es una mujer de cuerpo voluptuoso. Es de ese tipo de chicas que a los 20 años estan bien macizas y que tras los dos o tres primeros años de casadas ganan unos kilitos que las hace estar exhuberantes. Con ese cuerpo enciende todas las pasiones.

No puedo evitar dar un resoplido y añadir:

—Joder tio!...como esta la tia!...menudo polvazo que tiene! — esto lejos de molestarle parece que le anima a seguir contándome sus intimidades.

—Que te voy a contar!... cuando se quita el bikini y le quedan las marcas blancas alrededor de los pezones o entre la piernas...me dan una ganas tremendas de comermela a besos— me dice en tono de confidencia.

—No sigas que me estoy poniendo cachondo de pensarlo... y eso no está bien— le advierto.

—Bahh...seguro que tu también tienes unos buenos ligues!! — me corrige.

—Si...si... si.. pero tener una jamona como tu mujer esperando cada dia para echar un clavo es como si te toca el premio gordo... además menudo par de tetas tiene... joder tio... me estoy poniendo cachondo—

—ya te digo yo que te tienes que casar... y así disfrutaras al llegar a casa como yo— me dice Pedro condescendiente.

—Por supuesto... me tendré que buscar una novia con un cuerpazo como la tuya... me encantan esas tetas tan tiesas y ese culito respingon— le confieso —... y vamos a dejar el tema porque si no voy a coger un dolor de guevos de película—

—entonces.... — me dice en medio de una risita—.... no te cuento lo que hace cuando la pongo a cuatro patas y se la clavo por detrás... la tendrías que oír como jadea, me incita a seguir dándole fuerte y como grita la jodia—

Como veo que no tiene remedio, lo dejo hablar durante un rato sobre las excelencias de su esposa y sobre algunos secretillos que tienen. Por suerte ya estamos llegando a nuestro destino. A la vuelta, solo comentamos las incidencias de la visita, lo cual es de agradecer.

El sábado pasado fui a hacer unas compras al hipermercado. Entre tanta gente fui a tropezar con el carrito del compañero y su esposa. Muy alegre y orgulloso nos presenta. Contento de que yo pueda conocer en persona a su morenaza, y que su esposa vea lo bien relacionado que esta con los técnicos de su empresa.

Al principio me siento preso de la situación embarazosa, pero luego me relajo y empiezo a disfrutar de la situación... es muy excitante. La mujer tiene un cuerpazo impresionante, aunque un tanto ingenuamente vestido, quizás por falta de aliciente o por malsana costumbre de comodidad.

No puedo evitar que los comentarios del viaje vuelvan con fuerza a mi pensamiento. Mientras que hablamos, yo la miro y asocio a la visión de su cuerpo las ideas y sensaciones que me produjeron las confidencias de su esposo durante el viaje. Siento como debajo del pantalón algo se despereza y toma consistencia.

Deduzco que ambos pecan de ingenuidad. Son dos niños grandes, que han crecido siendo novios y ahora están en una fase de no saber muy bien dónde ir. En muy pocos minutos de charla siento que hay muy buena química entre nosotros, enseguida hemos tomado confianza, nos hemos reído y nos hemos despedido muy afablemente. Yo le he dado dos buenos besos a ella, mientras le ponía la mano sobre la cadera cariñosamente.

El lunes siguiente, Pedro ha encontrado la forma de coincidir conmigo durante el trabajo, para decirme la buena impresión que le he causado a su esposa y... preguntarme con extrema curiosidad mi opinión sobre ella.

No he defraudado sus expectativas y he regalado sus oídos con los mejores elogios para su mujer. La verdad es que ella los merece. Le he contado la íntima reacción que sentí al acordarme de los comentarios hechos durante el viaje, mientras hablábamos en el híper y se ha ido la mar de contento y satisfecho.

El sábado pasado se repitió prácticamente la historia, salvo que el encuentro no fue casual, ya que sabia que ellos estarían haciendo sus compras semanales. Yo tenía la necesidad de verla de nuevo y sentir el cosquilleo tan tremendo que me produjo el verla moverse delante de mí, oírla hablar, quejarse y protestar a su marido porque no le ayuda suficiente.

Ambos se alegraron mucho de verle y tras realizar nuestras compras se ofrecieron muy amablemente para que les acompañe a su casa a ver el partido.

—Hoy es la final... y el partido solo lo trasmiten por Canalvision... yo soy socio... vente conmigo... y nos tomamos unas cervezas— me invita Pedro con la complacencia de su esposa.

Al principio me resisto, ya que quizás es una familiaridad excesiva. Luego me animo y acepto. Nos colocamos delante del televisor ya que el partido acaba de empezar. Ana nos trae dos cervezas, un platillo con olivas y otro con cacahuetes. Al pasar por delante de la tele, Pedro alarga el cuello para no perder detalle de la jugada, yo me recreo siguiendo las curvas de su rotundo culo. Me parece mentira tenerlo tan cerca y en situación tan familiar y cercana.

El partido es muy disputado y emocionante. Lo seguimos con pasión y nos enfadamos cuando la jugada no favorece a nuestro equipo o gritamos eufóricos cuando la suerte nos sonríe. Al rato, Ana vuelve vistiendo una bata abierta por delante de arriba abajo. Se nota que le va bastante mas ajustada que cuando la compro, pues los botones resisten a duras penas la presión que ejercen sus bonitos pechos y sus caderas redondeadas.

Se une a nosotros sentándose en un sillón lateral. Nosotros sentados en el sofá de enfrente de la televisión seguimos embobados la evolución del partido. De vez en cuando, miro de reojo hacia las rodillas y pantorrillas de Ana. Ella cuando se descuida fruto de la emoción que trasmite el encuentro, abre ligeramente las piernas y puedo ver sus braguitas blancas.

Cuanto más emocionante está el partido, Pedro más pendiente esta de la pantalla; Ana esta más distraída y descuidada con la posición de sus piernas y yo alterno las miradas entre la pantalla y las piernas desnudas de mi anfitriona.

A pocos minutos del final, el equipo contrario hace un gol que nivela la contienda y nos llena de preocupación. En el fondo me alegro, pues esto supone unos minutos más sana emoción. Además, ahora estoy con la duda de saber si lo que he visto antes son los pelillos que se escapan de las bragas o era una sombra.

Empieza la prórroga. El nerviosismo es evidente. Ante cada jugada nos revolvemos en nuestros asientos pendientes del desenlace. Secretamente llevo un rato comiéndome a Ana con los ojos, me tiene empalmado como un burro. Cada vez que se levanta para aplaudir una jugada o para quejarse de la actuación del árbitro, sus pechos saltan y se bambolean de forma descarada. Por el hueco entre los botones, veo parcialmente sus curvas, tanto las del pecho como las de su vientre y sus piernas.

En una genialidad de nuestro delantero más querido, logra robar la pelota y hacer el gol del triunfo. Saltamos de nuestros asientos, gritamos como locos y nos abrazamos como si hubiésemos recibido una gran herencia.

Los tres juntos saltamos, cantamos el himno del equipo y nos damos besos sin parar como si algo maravilloso hubiese sucedido. Envueltos de una gran alegría, nos lanzamos a la calle para exteriorizar nuestro gozo juntos con nuestros conciudadanos.

Subidos en el auto damos vueltas por toda la ciudad, mientras tocamos el claxon, cantamos y vamos bebiendo todo lo que cae en nuestras manos. Dentro del coche o cuando bajamos a saludar a otros hinchas, no pierdo la más mínima oportunidad de restregarme con el cuerpo lozano de Ana.

Ella, ajena a mis intenciones no pone ningún impedimento a mis intencionados roces. Después de dos horas de celebración, volvemos a casa exhaustos y bastante borrachos. Dejamos que sea ella la primera en ir al baño. Mientras esperamos nuestro turno, afloran nuestros instintos sexuales liberados por el alcohol.

— Estoy tan contento que necesito echar un polvete con urgencia... —, me confiesa Pedro mientras se echa mano al paquete.

— En cuanto salga del baño vas a ver lo que es bueno... — me dice con su lengua estropajosa por influencia del alcohol, y como si yo fuese su propia conciencia.

A mi ya me gustaría participar en esa fiesta, aunque fuese de mirón. Con tal de disfrutar de la vista del cuerpo de Ana y de su carita jadeante me apuntaría a cualquier cosa. Ella sale del baño con mirada turbia. Nosotros nos abalanzamos como dos críos y hacemos competición en el water con nuestros chorritos de orina.

Antes de salir, un largo trago de agua, y vamos como dos animales en celo hacia el comedor. Allí no hay nadie. Buscamos a Ana por la casa y la encontramos dormida sobre su cama. Nos quedamos callados. Sorprendidos intercambiamos unas miradas. ¿Qué podemos hacer?. Pedro se acerca a ella, y me susurra al oído:

— ¿quieres verle las tetas?... aprovechamos ahora que esta dormida... anda ven... ya veras que lindas las tiene! —

Me quedo alucinado por la ocurrencia, pero la tentación es demasiado grande y asiento con la cabeza deseoso de presenciar esa delicia. Con cierta torpeza, Pedro le desabrocha la bata. Por fin aparecen ante nosotros sus bonitas bragas blancas de las que escapan muchos pelillos negros por los lados, y su sostén de encajes que a duras penas consigue mantener sujetos sus pechos.

— ¿A que está buena?...¿que me dices?.... mira que tetillas tan ricas tiene — dice mientras le quita el sujetador, y aparecen dos hermosos senos coronados por dos apetitosos pezones.

Golosamente, Pedro se lanza a besarlos y a chuparlos. ¡Que envidia me da!Como si se hubiese olvidado de mi, se pone a comer a besos a su esposa, y de un par de tirones le saca las bragas. Ella se resiste mínimamente y opone alguna oposición cuando Pedro, ya desprendido del pantalón se coloca encima de ella para clavarle la polla empinada que sujeta con la mano.

Ana gime y Pedro jadea sumamente excitado. Tras unas pocas embestidas se corre escandalosamente. Se deja caer a un lado y se pone boca arriba. Entonces me ve y recuerda que yo también estaba allí.

— Aprovecha ahora...y échale un polvete si quieres... no se va a dar cuenta.... — me invita, no sé si en broma o en serio.

— ...vienes o que?... vamos hombre no te cortes... que hay confianza entre colegas... —

Ante la insistencia y porque creo que si no lo hago voy a reventar, me bajo el pantalón y me encaramo encima de Ana. Con mucho cuidado para que no note mi peso encima de ella y pueda despertarse, se la meto hasta las bolas.

No es momento para recrearse en el amor, y tras unos cuantos empujones siento como la excitación acumulada a lo largo de la tarde se convierte en placer y goce. Cuando siento que la leche ya recorre su camino hacia la luz, la saco rápidamente.

Una andanada sale y cae en el vientre, la segunda sobre su sexo y una tercera sobre sus muslos. Como dos chicos malos y traviesos nos despedimos Pedro y yo. Ana sigue dormida. El lunes siguiente, Pedro viene a mi despacho y me cuenta confidencialmente lo que su esposa le contó el domingo por la mañana al despertar.

— He soñado que estaba dormida en la playa. El sol calentaba mi piel, que venían dos ángeles volando, me cogían cada uno por una mano y un pie y tiraban. Al principio me dolía, parecía que me iban a partir por la mitad, pero luego tenía una sensación muy agradable. Me sentía como volando entre las nubes y como algo caliente me calentaba el estómago—

—Luego soñé que tenía mucho calor, que me iba a bañar. Quería coger un bote de champoo y al cogerlo entre las manos se deshacía y el champoo se desparramaba por la mano y me caía por entre los dedos. Me caía sobre el vientre y me chorreaba hasta el sexo—

— Era algo muy extraño pero que me gustaba mucho”.

Después de compartir el sueño de su esposa conmigo, sentimos que debemos seguir descubriendo el paraíso por el camino que hemos iniciado.

Deverano.