Extraña historia

Esta es la historia de cómo un secuestro cambió mi mentalidad y mi deseo sexual.

Esta historia es totalmente ficticia e inventada. Cualquier parecido con la realidad es totalmente fortuito. Todo ha salido de mi imaginación.


No tenía ni idea de lo que hacía allí. Me había despertado en una habitación desconocida. Abrí los ojos y pude ver lo que había a mi alrededor. Era una habitación grande y poco decorada. Yo me encontraba en un colchón situado en una de las esquinas al pie del suelo. En la otra esquina había una ducha, un lavabo, un bidé y una taza del váter, junto con un armario donde supongo se guardaban utensilios de aseo personal.

Al fondo, más alejado del colchón había una cinta de correr, una mesa con una silla y un armario vestidor con un gran espejo al lado. Ya no había más. Ni un cuadro, ni un solo póster que decorara la habitación.

Me desperté con dolor de cabeza, no recordaba haber bebido tanto. Me levanté, busqué mis zapatos, pero allí no estaban. En cambio había unos zapatos de mujer. Eran rojos y con un tacón alto y fino. En ese momento pensé que debí haber pasado una buena noche y sonreí. Me puse de pie, el suelo estaba frío y me dirigí a la puerta. Tenía sed. No tenía ni idea de donde estaría la cocina pero necesitaba llenar mi estómago de agua, tenía la garganta seca. Intenté abrir la puerta de la habitación pero estaba cerrada con llave. Era una puerta bastante gruesa y parecía que tenía doble cerradura. Me empecé a inquietar. ¡Alguien me había encerrado allí! Golpeé la puerta una y otra vez pero nadie daba señales de vida. Me estaba poniendo bastante nervioso. ¿Me habrían secuestrado? Sólo recordaba haber estado en una discoteca, bailando, bebiendo y… nada más.

De pronto salió algo de la puerta. Como esas pequeñas compuertas móviles de las farmacias que se utilizan para que no haya contacto con el exterior. De la compuerta salió una botella de agua mineral. Bebí hasta vaciarla completamente. Nunca había tenido tanta sed. En ese momento me di cuenta de la situación; alguien me estaba reteniendo allí a la fuerza y no tenía pinta de que me dejaran salir. Estaba realmente jodido.

Me puse a inspeccionar la habitación bastante nervioso. Abrí el vestidor y encontré ropa de mujer. Faldas, medias, ropa interior, vestidos, zapatos. Había allí de todo. En ese momento me di cuenta que sólo llevaba puesto un boxer. Tenía bastante frío y por allí no había nada con que taparme. Volví a abrir el vestidor y saqué una camiseta, un abrigo y un pantalón. Me quedaba un poco ajustado pero me valía. Me sentía un poco ridículo con aquella ropa. Pero tenía bastante frío.

Empecé a dar vueltas por toda la habitación mirando en cada rincón, abrí los cajones del lavabo. Allí encontré maquillajes y pontingues típicos de una dama. ¿Qué coño pasaba? ¿Por qué me habían dejado allí? Seguí dando vueltas por la habitación. Se me estaban quedando los pies congelados. Así que volví a abrir el vestidor y busqué unos calcetines, sin éxito. Miré a mi alrededor y vi aquellos zapatos de tacón al lado del colchón. Sin más, me los puse. Ahora ya era el colmo de la ridiculez. Cada paso que daba se me iban los tobillos para todos lados. Intenté hacerlo con más cuidado y al cabo de un buen rato andando conseguí mantener el equilibrio.

Allí estuve esperando y esperando. Creo que pasaron muchas horas. Empezaba a tener bastante hambre. No recordaba la última vez que había comido. Me decidí a golpear otra vez la puerta. Intentaba que, por lo menos me dieran algo de comer. Lo único que conseguí fue que me sacaran una manzana y una pera.

Pasaron las horas, empezaba a tener sueño. Pero no quería dormir, albergaba la esperanza de que me abrieran la puerta. Pero no fue así. Empezaba a pensar que nunca abrirían la jodida puerta. Me acosté en el colchón y me puse a llorar, hasta que no me quedaron más lágrimas. Luego me sumí en un sueño intranquilo. No recuerdo cuanto tiempo estuve durmiendo, pero me daba igual. Quizá nunca saliera de allí.

Pasaron los días y aquello continuaba igual. Nadie me abría, nadie me hablaba. ¿Cuánto tiempo me tendrían así? Me daban de comer una mierda (alguna fruta, verdura, pescado cocido y alguna vez que otra algún filete de pollo) y cada vez estaba más delgado. Decidí ponerme un poco en forma para cuando abrieran la puerta tener la suficiente fuerza para defenderme y poder escapar. Así que me ponía todos los días a correr en la cinta, Solo había un problema, no tenía zapatillas y tenía que correr descalzo.

Tuve que cambiar los boxer para mantenerme limpio y aseado. Había decidido no llevar ropa interior, pero hacía frío en aquella habitación y, aunque no abrigara mucho, me empecé a poner los tangas que había en el vestidor. Al principio era un poco incómodo. No sabía cómo colocarme la polla. Aunque no es muy grande, los tangas no me la cubrían toda y me quedaba media polla fuera, así que decidí echarla hacia atrás para que no me molestara tanto. Las medias eran lo que más me calentaba, pero había un problema. Cuando me las ponía, los pelos de mis piernas se enganchaban con ellas y me pellizcaban. Así que decidí depilarme. Lo hice entero, desde los tobillos hasta el ombligo y las axilas. Yo no tengo mucho pelo y no me crece en el pecho así que pensé que no me crecería demasiado rápido. Donde más me costó fue en la parte de atrás, por los alrededores de mi ano. No se por qué me depilé todo pero cuando lo hice quedé muy satisfecho.

Ya era un experto en andar con zapatos de tacón. Hasta incluso a veces me ponía a correr en la cinta con ellos para ver cuanto podía aguantar. Pasaban los días y comencé a usar todo tipo de ropa que había en el vestidor. Me empezaba a gustar. Incluso me veía más guapa. Fue la primera vez que pensé en mí de forma femenina. No me lo podía creer. En ese momento me excité mucho, me tumbé en el colchón, me subí un poco la falda que me había puesto y me empecé a frotar la polla por encima de las medias. Estaba disfrutando mucho y no tardaría en correrme. Hacía tanto tiempo que no practicaba el sexo que mi esperma salpicó por todos lados. Cuando terminé, noté algo raro. Mi polla no era tan grande como antes, había menguado. Estaba empalmado y la abarcaba con una sola mano, incluso me sobraba mano para abarcar más. No le di mucha importancia, pensé que sería problema del nerviosismo de aquellos días y del estrés que me había causado el secuestro.

En ese momento empecé a pensar que estaba ensuciando la ropa y no había nada allí para lavarla. Me decidí a meter la ropa sucia en la compuerta y comprobé que me la lavaron. ¡Qué considerados! A veces, incluso me ponían ropa nueva, toda de mujer, y bastante erótica, o pelucas de todo tipo. Cuando me hacían estos regalitos, me encantaba, me los ponía todos una y otra vez y me miraba al espejo. Empecé a maquillarme y depilarme las cejas. Al principio parecía un payaso más que una chica guapa. Pero con el tiempo, aprendí a extenderme el maquillaje, a retocarme las pestañas y a pintarme los labios. Eso si, no me gustaba ponerme demasiado maquillaje y siempre lo hacía de forma que no se notara que iba maquillada.

Un día recién levantada, me disponía a desayunar, el poco de fruta que suponía me habían dejado y cual fue mi sorpresa que me encontré una revista. Era una revista muy peculiar, solo salían chicos desnudos. Mi primera impresión fue tirarla al suelo asqueado pero no lo hice. Abrí la revista y me puse a mirarla, a mirar esos cuerpos esculturales con aquellas pollas inmensas deseando ser mamadas. Pero, ¿Qué estaba pensando? ¡Me estaba excitando con tíos! Me encontraba mirando la revista con mi mano frotándome por debajo de las medias. Me tumbé mientras hojeaba más, pasé a la siguiente página y observé a dos tíos haciendo un 69. En ese momento no pude más y me fui, exploté. Me había quedado atónito. Prácticamente no me la había meneado, solo estaba frotando bajo mis testículos como si me estuviera tocando el clítoris, y me había corrido. Decidí bajar un poco más los dedos y encontré mi ano. Me volví a excitar enseguida. Me quité las medias lo más rápidamente que pude, me chupé el dedo índice y lo empecé a frotar por el ano. Sin llegar a meterlo. Me estaba poniendo a cien. Me metí un dedito y me encantó. ¡Qué sensación! Me iba a correr otra vez, mientras, no dejaba de mirar la polla de un chico joven en la página 21. Me imaginaba ese pedazo de carne entrando y saliendo de mi culito, cada vez más deprisa. De pronto solté un grito y me vine. Me sorprendí muchísimo, no fue un grito masculino, sino más bien un gemido de mujer. ¿Cómo era posible? Me di cuenta que desde que había llegado a aquella habitación no había hablado con nadie. De repente me puse a hablar solo y no me reconocí la voz. Era una voz de niña. ¿Cómo podía haber sucedido? En ese momento pensé que me estaban drogando con algo. Que probablemente me estaban metiendo de alguna forma hormonas femeninas en mi cuerpo. Pero, ¿Cómo? Seguramente sería la comida. Ahora entendía porqué tenía cada vez la polla más pequeña y porqué no me crecía el pelo con tanta rapidez como antes. También me fijé en mis pechos, eran más grandes que antes. De hecho últimamente me ponía casi siempre sujetador porque me dolían un poco cuando hacía ejercicio. Acepté esta nueva condición con un poco de resignación pero casi no le di importancia.

Días después de dejarme la revista, me encontré en la compuerta otra sorpresita. Era un consolador. Una gran polla de silicona de unos 25cm. La idea de usarla me excitó muchísimo. Pero antes quería hacerme una pequeña lavativa. No quería manchar aquel lindo trozo de plástico. Decidí hacerme un enema. Era la primera vez que lo hacía. Lo había visto el otro día en el armario del lavabo y venía con unas instrucciones para usarlo. Lo llené con agua tibia y me metí un pequeño tubo en mi culito. Sentí como iba entrando el agua en mí, como se iban llenando mis intestinos hasta que se vació totalmente el depósito. En las instrucciones ponía que se intentara estar unos minutos con el agua dentro. Aguanté todo lo que pude y después expulse todo en el váter. Me sentía limpia por dentro. Ahora sí podría utilizar el consolador. Lo saqué del envoltorio y lo toqué, estaba duro pero a la vez era flexible. Nunca había tocado uno de esos. Me pareció de un tacto curioso. Me lo metí en la boca y lo chupé un poco mientras cogía la revista que me habían dejado y la empezaba a hojear. Cuando estaba lo suficientemente excitada, lo saqué de mi boca y lo empecé a frotar por mi culito. Pensé que era demasiado grande para que entrara y me estaba dando cuenta que necesitaba alguna especie de lubricante. Me levanté del colchón y abrí el armario del lavabo. Allí estaba, ponía "lubricante dilatador anal", lo cogí y me eché un poco de ese líquido en la mano. Lo empecé a frotar por todo mi ano. Mis dedos entraban con facilidad, uno, dos, incluso, 3 dedos. Cogí otro poco de lubricante y embadurné el consolador, lo froté con las manos como si estuviera masturbando a un tío. Me puso muy cachonda. Cogí el consolador y lo bajé hasta mi agujerito. Empezó a entrar sin dificultad. Primero la punta, esto no dolió. Luego entro un poquito más. La punta se empezaba a ensanchar y me empezó a doler un poco. Paré de seguir metiendo y dejé que el consolador dilatara un poco más mi culo. Una vez me dejó de doler seguí metiendo, muy poco a poco. No quería que me doliera. Quería disfrutarlo todo. Al cabo de un rato todo el consolador estaba dentro. Lo acoplé a una ventosa y lo dejé apoyado en la silla. Empecé a subir y a bajar, mientras miraba con mucha lascivia la gran polla de un negro en la página 25, ¡le llegaba casi hasta la rodilla¡ Primero me movía lentamente, notando como el consolador entraba y salía de mí. Al cabo de un rato, empecé a aumentar el ritmo cada vez más deprisa. Me iba a correr. Estaba dando gemidos cada vez que aquel cuerpo extraño entraba en mi interior, gemidos fuertes, y no me importaba. Lo estaba disfrutando a tope. Hasta que ya no pude más. De mi pequeña polla salió un chorro de semen. Me levanté y fui al lavabo para limpiarme. Me había encantado esa nueva experiencia. Había disfrutado como si me hubiera masturbado por primera vez. Y, en realidad, así había sido, solo que en una zona diferente.

Me había convertido en una viciosa del sexo. Me masturbaba unas 4 o 5 veces al día. Pero había un inconveniente, sólo podía disfrutarlo en soledad. Empezaba a querer alguien real me cogiera por detrás, alguien que me hiciera disfrutar del sabor de una buena polla.

Pasaron varios días más y uno de ellos, después de despertarme encontré que la puerta de la habitación estaba abierta. No sabía que hacer. ¿Salía o no salía? Me decidí a salir. Pero antes de salir me quise arreglar un poco. Abrí el vestidor y saqué un vestido corto de color rojo, sin mangas y con un poco de escote. Iba a sacar unas medias pero al final pensé que me quedaba mejor sólo el vestido, sin medias. Los zapatos, como no, hacían juego con el vestido. Eran los primeros que me había puesto cuando me metieron en la habitación. Me duché, me maquillé y me vestí. En el vestidor había una cajita con varios collares, cogí una gargantilla negra. Me miré al espejo, me veía estupenda. Tenía la impresión de que alguien iba a evaluarme y tenía que estar guapa. Por aquel entonces ya tenía el pelo largo. Decidí no hacerme nada y dejármelo suelto y liso. Siempre me ha gustado el pelo liso, creo que me queda muy bien.

Salí a un pasillo y empecé a andar. Al final del pasillo terminé en otra habitación. Allí había un hombre de unos 40 años, apuesto y muy bien vestido. Me di cuenta que no era la única, allí había más chicas, todas parecían bastante desconcertadas. Supongo que mi cara también reflejaba lo mismo. Aquel hombre se fue llevando una por una, mientras las demás nos quedábamos esperando, sin hablar, deseando ser las siguientes. ¿A dónde nos llevaban?, ni idea, pero queríamos ir con él. De pronto volvió y me señaló a mí. Le seguí y me llevó a una habitación con una cama enorme. Era una cama circular. Me dijo: "espera aquí" y yo le obedecí. Estaba bastante nerviosa. No sabía que iba a pasar. De pronto, entró otro hombre en la habitación. Era un hombre bastante gordo, pero tenía una cara muy linda que daba mucha seguridad. Aquel hombre me dijo que me pusiera de pie de cara a la pared. Le hice caso. ¿Que iba a hacer? De pronto sentí su aliento en mi cuello, me puso una mano en la cadera y luego la otra al otro lado. Me estaba poniendo muy nerviosa. Ya sabía que iba a hacer, y eso me ponía de los nervios. ¡Me iba a desvirgar!

Empezó a bajar las manos hasta llegar a mi culo y me empezó a frotar. Al hacerlo subió poco a poco el vestido dejando insinuar ligeramente el nacimiento de mi culito, ahora bien torneado y redondo debido a mis continuos ejercicios en la cinta. El hombre seguía acariciándome con suavidad pero con firmeza y, de pronto, me salió un pequeño gemido, no lo pude evitar. Aquello me gustaba. Tras dar ese gemir, el hombre se puso más excitado y se arrimó a mi espalda pegándose toda la tripa a mi, me empezó a lamer el cuello. Yo empecé a notar en mi culo como un pequeño bulto que se hacía más grande cada vez y mi respiración se aceleró. Saqué el culo hacia fuera para restregarlo con aquel bulto y movía las caderas para que se agrandara más. El señor agarró la cremallera de la parte de arriba de mi vestido y lentamente la fue bajando hasta llegar a la zona del coxis donde ésta terminaba. El vestido se deslizó por mis piernas sin hacer ningún esfuerzo, ni movimiento. Me había puesto un tanga de hilo negro y un sujetador que me realzaba los pechos. Me cogió de la cintura y me dio la vuelta. Me dijo: "Bájame los pantalones y ponte de rodillas". Hice lo que me dijo. Además de los pantalones le bajé el bóxer. Tenía una polla verdaderamente grande. No me atreví a tocarla. Pero el hombre me cogió de la cabeza y me empujó hacia ella. No me lo creía, ¡iba a comerme una polla de verdad! Primero, agarré suavemente su polla con una mano, estaba caliente. Saqué un poco la lengua y toqué ligeramente el capullo. Sabía salado, seguí bajando con mi lengua y subiendo, dando pequeños lamentazos a lo largo de todo aquel pene, como una niña inocente lamiendo su piruleta. El hombre empezó a respirar más rápido, así que le seguí el ritmo y decidí meterme toda en la boca, hasta donde me cabía. No podía llegar más dentro y solo llegaba hasta la mitad de su polla. Me movía hacía delante y hacia atrás metiéndome y sacándome su polla cada vez más deprisa y a la vez moviendo mi mano, notando como la respiración de aquel señor iba a tope. Sabía que se iba a correr pero seguí. De pronto noté como descargaba todo su semen en mí. Con mucho deseo, me lo trague todo, sin dejar escapar la más mínima gota.

El hombre me levantó y me hizo tumbarme en la cama, boca abajo. Me quitó el tanga y me empezó a lamer mi culito. Era una sensación nueva, increíble. Me estaba poniendo a tope. Me metía la lengua en el ano y la sacaba. Empecé a gemir, cada vez más fuerte. En ese momento el hombre me metió uno de sus dedos. Entraba y salía muy rápidamente. Yo le dije: "Un poco más despacio, por favor". Me hizo caso, bajó el ritmo. Yo quería disfrutar cada instante, cada movimiento. Al cabo de un rato paró y me colocó su polla en mi culo moviéndola alrededor de la rajita. Estaba super nerviosa, me latía el corazón a cien por hora. El hombre cogió lubricante de la mesilla de la cama y se lo untó en la polla. Notaba que empezaba a meterme la punta. No me lo podía creer, me estaban dando por culo y yo lo estaba deseando, solté un gemido de gusto y aquel señor no lo dudó más, la metió toda entera hasta que su estómago chocó contra mi espalda baja. Empezó a entrar y salir de mí. Quería que fuera más rápido y así se lo dije. El hombre aumentó el ritmo. Cada vez que sacaba aquella enorme polla de mi la sentía, sentía como rozaba las paredes de mi ano, y notaba como se abría mi esfínter cada vez que volvía a metérmela. Ya no aguantaba más gritaba como una posesa, diciéndole que no se parara. Hasta que ya no pudo más y descargó todo su semen dentro de mí. Lo noté, fue una sensación extraña pero muy agradable, como si un líquido calentito se hubiera colado por dentro. El hombre sacó su polla de mi culo y se echó a un lado de la cama. Yo me puse de costado y me toqué el ano, salía semen de allí como si estuviera sangrando. Toqué ese semen con los dedos, era muy viscoso y había mucha cantidad. Me lo llevé a la boca mientras miraba a aquel hombre con ojitos de ingenuidad, como si no hubiera hecho nada malo en mi vida. Seguí chupando aquel jarabe de mi culo, aquel elixir que me sabía cielo, hasta que no quedó nada. Había disfrutado el mejor polvo de mi vida.