Extraña condición médica - La gran búsqueda 9

Como preámbulo a su entronización como el legendario "Ano Insaciable", Isa es sometida a toda una semana de sexo anal y lésbico como nunca antes lo había vivido.

Transcurrió el día marcado con total tranquilidad, quizá hasta con un poco de aburrimiento. No pude salir de los aposentos de Lucía durante todo el día, así que me conformé con ver un poco de televisión. Desnuda, claro está, entre sábanas de seda y jugueteando con el plug anal que tenía insertado. Nadie diría que cientos de años de historia se alojaban en mi travieso culito. Cada cierto tiempo alcanzaba un pequeño y rico orgasmo, pero más por la excitación de lo que estaba por venir que por mi abierto culo.

A las horas marcadas, cual relojes alemanes, una de las sacerdotisas me llevaba la comida. Parecían ausentes, cuasi robóticas, y en ningún momento me dirigieron la palabra ni cruzaron mi mirada.

A las 9 de la noche, entró Lucía, a la que no había visto en todo el día, con una taza de té sobre una bandeja.

-          Buenas noches Isa – exclamó con un dejo de alegría contenida, que era más que evidente.

-          Buenas noches Lucía – le respondí con una sonrisa.

-          Ha llegado el momento. Este es un té de hierbas aromáticas, que te ayudará a relajarte. Luego de que termines, en cualquier momento vendrá la primera pareja de sacerdotisas.

No había terminado de hablar cuando ya me llevaba a mis labios la taza de té. Estaba tan ansiosa de sentir dos vergas en mi culo que no me importó la alta temperatura del brebaje.

-          Jajajajaja!!! Estas ansiosa, muchacha – Y tomando la taza vacía, se retiró.

Mientras se retiraba, noté un gesto extraño en la cara de Lucía. Me pareció como de profunda amargura, disfrazado por una alegría que noté fingida. Tal vez tanta emoción me estaba empezando a pasar factura, y deseché cualquier pensamiento que no fuera el de excitación sexual. Me recosté en la cama, y poco a poco me fui sumiendo en un extraño sopor.

No sé si llegué a quedarme dormida, y si lo hice, no sé cuánto tiempo dormí. Pero el caso es que al volver en mí, ya estaban las dos primeras sacerdotisas en mi habitación.

Eran hermosas, ambas de piel extremadamente clara, una de ellas con el pelo negro azabache. Iban completamente desnudas, a excepción de unos altísimos zapatos de tacón negros y de una cadena dorada en el cuello, de la que colgaba un dije en forma de pene, el emblema de la orden Magna Penis. El pelo lo llevaban sujeto en una alta cola de caballo. Sus grandes vergas de 20 cm. aproximadamente, se encontraban totalmente erectas, desafiando la gravedad. Debajo de las vegas, se notaban sus coñitos sonrosados, que ya empezaban a rezumar jugos.

Sin mediar palabra, se acostaron conmigo en la cama, y de inmediato comenzó su quehacer erótico. Me dejé hace completamente, al tiempo que sentía como dos lenguas y dos pares de manos recorrían todo mi cuerpo, proporcionándome más placer del que creía resistir. Definitivamente habían sido muy bien entrenadas en las artes amatorias.

Perdí la noción del tiempo, llevada por el placer, y volví a la realidad cuando, en un diestro movimiento, mi plug anal fue removido, dejando entrar una corriente de aire frío en mi interior. Pero el frío no duró mucho tiempo, ya que mi cavidad anal pronto se vio rellena de sabrosa carne caliente.

Pronto me encontré recostada de espaldas, en medio de las dos sacerdotisas, cada una elevaba una de mis piernas en alto, y así, cada una a cada lado mío, penetraron mi entrenado esfínter con sus deliciosas vergas, ambas al mismo tiempo.

Estaba en el paraíso. Mi culo era invadido por las deliciosas vergas de dos diosas del sexo. Los orgasmos se producían uno tras otro, encadenándose sin cesar. Mi culo, abierto a más no poder, y mi chocho, derramando jugos como un manantial.

Luego de varias horas, en las que variamos por infinidad de posiciones (pero siempre con las dos vergas en mi culo), el bombeo intenso del que era presa me llevó a un extremo de placer en el que finalmente caí inconsciente.

Me desperté con los primeros rayos del sol. Estaba desnuda, por supuesto, y las sábanas desordenadas por todo el cuarto. Mi culo se encontraba taponado por el plug de porcelana. Me escocía un poco, así que decidí retirarlo para palpar mis intimidades traseras y hacer un balance del estado de mi culo. No preví que al retirarlo, un río de semen se derramó desde el interior más profundo de mis intestinos. Las sacerdotisas habían tenido la amabilidad de llenarme el culo con rica leche para luego taponármelo y evitar que se saliera. Y yo, por desconocimiento, estaba desaprovechando tan rico manjar.

Pero ya el mal estaba hecho, así que vacié por completo mi cavidad rectal de semen, el cual cayó por completo en la cama, para luego intentar degustar lo más que pude de este maravilloso néctar.

En estos menesteres, a cuatro patas lamiendo el semen del colchón, me consiguió Lucía cuando, sin avisar, entro a la habitación.

-          Veo que te has servido tu propio desayuno – comentó con sorna.

-          Sluuuurrrrrrp!!! Hola Lucía!! – exclamé con alegría mientras corría un hilillo de semen por mi barbilla. – Sabes que no soy de las que desperdician una rica lechada.

-          Jajajajaja!! Lo sé Lucía, cada día siento que te conozco mejor. Pero cuéntame, ¿qué te pareció la experiencia de anoche? – preguntó.

-          Exquisita – respondí relamiéndome.

-          Déjame ver tu ano, a ver cómo te lo dejaron las chicas.

Sin ningún pudor, me di la vuelta, colocándome en cuatro patas con el culo en pompa, y recostando mi cara de la cama abrí los cachetes de mis nalgas con mis manos, para ofrecerle una impúdica panorámica de mi esfínter a Lucía.

-          Quitando algo de escozor, estoy de maravilla, Lucía.

Lucía acercó su cara a mi ano, y sacando su deliciosa lengua, comenzó a lamerlo en todo su diámetro (el cual era bastante amplio, al encontrarse aún dilatado).

-          Y esooooo ayudaaaaa a quitarme el escozooooor – exclamé con los ojos cerrados al sentir los intrépidos movimientos de la lengua de Lucía en mi interior.

Incrustando su cara entre mis nalgas, Lucía comenzó a penetrarme con su lengua, haciéndome alcanzar de esta manera el primer orgasmo del día. Lamía todo mi interior, y en un momento dado, comenzó a penetrarme con su mano, primero dos dedos, luego tres, y así hasta que todo el puño se alojó en mi interior trasero. Sintiendo su puño bombear en mis intestinos, alcancé una nueva cadena de orgasmos, que me llevaron otra vez a la inconsciencia.

Cuando desperté, Lucía no estaba y en la pequeña mesa que estaba al lado de la cama se encontraba una bandeja con mi desayuno. Comí cuanto pude, y volví a acostarme para ahora sumirme en un profundo sueño reparador.

Desperté pasada la tarde, estuve retozando un poco entre las sábanas, ahora llenas de semen reseco, y puntualmente, entró Lucía con una nueva taza de té.

-          El té de las 9, Isa – dijo guiñándome un ojo.

-          Empiezo a creer que no es sólo té, supongo que contiene algún afrodisíaco, ¿o me equivoco?.

-          El mejor afrodisíaco está en la mente, Isa. Lo demás, son sólo catalizadores para dejar salir tu lado más sexual – dijo cerrando la puerta de la habitación.

Tomé el té diligentemente, y al poco rato entró la nueva pareja de sacerdotisas. Esta vez, era la de pelo castaño acompañada por la tatuada. Iban desnudas igual que las sacerdotisas de la noche anterior, sólo con unos zapatos de tacón alto y la cadena dorada de la orden. Sus vergas, imponentes y desafiantes, apuntaban hacia mí, delatando su intención de penetrarme con premura.

En líneas generales, la noche transcurrió de manera similar a la anterior, con mi hambriento ano siendo invadido permanentemente por ambos cipotes, sin dar un segundo de descanso. Las oleadas de placer iban y venían, y en repetidas ocasiones caí inconsciente, para ser despertada por los envites proporcionados a mi culo.

Y así transcurrió la semana. El tercer día me visitaron las dos sacerdotisas pelirrojas, el cuarto las dos rubias, el quinto la asiática y la africana, el sexto la india y la latina y el séptimo, para cerrar con broche de oro, las gemelas morenas.

En la mañana de lo que debía ser el día final de mi entrenamiento anal, Lucia entró a mi habitación, escoltada por las catorce sacerdotisas. Estaban deslumbrantes, no iban desnudas, sino que estaban ataviadas con delicadas y excitantes prendas de lencería. Todas llevaban medias y ligueros, diminutos tangas que apenas alcanzaban a cubrir sus hermosas vulvas, completamente depiladas y sin ningún rastro de las vergas que me habían estado sodomizando durante toda la semana, corsés de encaje que realzaban sus turgentes pechos y altísimos zapatos de tacón, a juego con los colores de sus atuendos: rojos, negros y blancos. Sus melenas sueltas caían por su espalda, incluso algunas hasta llegar a sus hermosas nalgas. Era como un desfile de Victoria’s Secret en mi habitación. Mi chocho se hacía agua nada más de verlas.

-          Buenos días Isa - me saludó Lucía, con más solemnidad de la acostumbrada – Veo que has resistido estoicamente esta semana, y que tu ano ha soportado sin ningún problema las catorce vergas ungidas de nuestras sacerdotisas.

-          Así es, aparte de un poquito de irritación superficial, mi ano estás como siempre: listo para la guerra – comenté mientras, inconscientemente, jugueteaba con un par de deditos dentro de mi esfínter.

-          Excelente. Pero hoy, como última día antes de tu gran ritual, dejarás descansar tu ano, al menos de vergas – dijo al tiempo que, haciendo una seña, indicaba a las sacerdotisas que se acercaran a mí.

De esta manera, con catorce de los mejores ejemplares femeninos que había visto en toda mi vida, se desató una deliciosa orgía lésbica en el que las lenguas y los dedos sustituyeron a las vergas.

Catorce bocas me lamían todo el cuerpo, deteniéndose con especial esmero en mi chocho y mi culo. Sentía como las traviesas lengüitas pugnaban por penetrarme el ano, su delicioso cosquilleo me hacía acabar una y  otra vez. Mis manos no sabían qué agarrar, dónde posarse: con una agarraba una teta y pellizcaba un pezón, mientras introducía un par de deditos en el ano que más cerca tenía, luego la de la teta pasaba a un clítoris que retorcía con rabia mientras con la otra propinaba una sonora nalgada a la dueña del ano.

Mis tetas eran permanentemente succionadas, en ningún momento ninguno de mis dos pezones se sintió huérfano de boca, siempre alguna estaba mamando como si pudiera alimentarse realmente de ellas. Un desfile de deliciosos chochitos pasaban por mi boca, pudiendo catar todos los jugos vaginales y encontrando así deliciosas diferencias en sus sabores: unos eran dulces como la miel, otros salados como agua del mar y otros ácidos, como néctar de cítricas frutas. Pero todos deliciosos, un cóctel de jugos que desafiaba a los paladares más exigentes.

Una multitud de dedos entraban y salían de mi culo y de mi chocho, al tiempo que una golosa boca succionaba mi clítoris como si quisiera agrandármelo a punta de succión. Igualmente, yo no me quedaba atrás, y entre chocho y chocho que mamaba, no perdía la oportunidad de meter mi lengua en algún ano o de morder con delicadeza algún pequeño clítoris.

El éxtasis de la jornada llegó cuando, estando abierta completamente de piernas, cada una de las sacerdotisas fueron uniendo sus chochos al mío, entrelazando sus piernas con las mías en un delicioso beso vaginal, donde cuatro carnosos labios se fundían en un erótico ósculo que no terminaba sino hasta que ambas alcanzábamos el orgasmo.

Al terminar la orgía lésbica, Lucía se dirigió a mí.

-          Ahora descansa Isa, ya es de noche y mañana te espera el día más importante de tu vida.

Su voz tenía algo en el tono que me hipnotizaba, y apenas terminó de hablar, sentí que me sumía en un profundo sueño…