Extraña condición médica - La gran búsqueda 5

Luego de haber sido penetrada hasta el cansancio, Isa tendrá la oportunidad de cambiar de bando y convertirse de follada a folladora, para lo cual la esperan catorce apetecibles culitos dispuestos a acogerla cariñosamente en su interior.

Extraña condición médica - La gran búsqueda 5

Para comprender este relato, es necesario leer las entregas anteriores o, cuando menos, la introducción.

Desperté sin tener la menor idea de dónde me encontraba. Todo estaba oscuro y en silencio.

-          ¿Mamá? – llamé por instinto - ¿Dónde estás, mamá? ¿Francis? ¿Anna? ¿Dani? ¿Hay alguien, por favor?

No obtuve respuesta.

Estaba completamente desnuda, pero eso no era nada extraño, ya que desde hacía tiempo que no solía dormir vestida.

Me levanté, y noté que me picaba el coño. Sentía un extraño picor en la vagina, sobre todo el clítoris.

De pronto, la completa oscuridad dio paso a una enceguecedora luminosidad, producida por las antorchas con forma de pene que se acababan de encender.

En ese momento, instintivamente, llevé una mano a mis ojos y la otra a mi clítoris, para intentar aminorar la picazón que allí sentía.

En ese momento, todo mi ser se estremeció.

No tenía clítoris, al menos no como lo recordaba. En su lugar, se encontraba una majestuosa y erecta verga. Surcada por gran cantidad de venas y con una roja cabeza de hongo, era tan grande que si quería, podía mamarla con sólo inclinar un poco mi cabeza. Era mi verga, mi propia verga, y rivalizaba en tamaño y proporciones con la mejor verga que había conocido en mi vida: la de mi madre.

Poco a poco, mis ojos se fueron adaptando a la claridad, y fui tomando conciencia de dónde me encontraba.

Aún me encontraba en el gran salón donde hacía horas (¿minutos? ¿o tal vez días?) había participado en la orgía de mi vida, donde catorce diosas me habían follado hasta perder el conocimiento.

Me encontraba en el centro, donde debía estar el altar. Pero este ya no estaba. En su lugar, y a mi alrededor, se había colocado una tarima circular, que se elevaba hasta la altura de mis rodillas.

Y encima de la tarima, no podía dar crédito a lo que se encontraba.

Allí se encontraban las catorce sacerdotisas, todas completamente desnudas, en cuatro patas con sus culos en pompa apuntando hacia mí, rodeándome completamente.

Era una visión espectacular, catorce culos abiertos a mi disposición, de todos los colores, pero con una sola forma: perfectamente redondos. En la mayoría, los ojetes pestañeaban, como pidiendo a gritos una verga que los penetrara. Debajo de ellos, catorce coños perfectamente depilados chorreaban líquidos que ya comenzaban a encharcar la tarima. Pero lo más impactante de todo era que las catorce vergas ¡habían desaparecido!

¿Qué obra de magia era esta? Hace poco, catorce suculentas vergas habían penetrado todos mis agujeros a diestra y siniestra y, ahora, todas habían desaparecido, y en su lugar, se encontraban catorce limpios coñitos, con sus traviesos clítoris. La única verga era la mía.

Mi verga.

El panorama de estos culos me había empalmado aún más, y la cabeza violácea de mi glande me rozaba la barbilla. Estaba aún más grande y gruesa todavía.

Una tímida gotita de líquido preseminal escapó por el meato, y yo, sacando la lengua, la degusté con fruición. No tardé en excitarme y comenzar a mamar mi propia verga, mientras que con ambas manos me pajeaba vigorosamente en honor a los deliciosos culos que me iba a comer.

Pero no podía hacerlos esperar. Los culos querían verga, y la verga quería culos, así que había que complacerlos a todos.

Elegí concienzudamente el primer culo que me iba a coger. Tenía una piel completamente tersa, sin nada de vello, granos o cualquier tipo de imperfecciones, con una forma perfecta que asemejaba un delicioso durazno maduro. Su color era perfecto, ni muy blanco ni muy oscuro, con un tono canela claro tostado que invitaba más a darle unos buenos mordiscos que unos buenos pollazos.

Me acerqué a él con la verga a punto de explotar y dirigí el glande hacia el apretado asterisco. Como por arte de magia, el rosado ano se abrió completamente, como una flor que florece en primavera, como si el contacto de mi glande fuera la luz del sol que la despierta en primavera. Ante tal invitación, no pude menos que insertarle mi enorme champiñón y esperar a ver su reacción. Tanto el borde del ano como las paredes del recto se acoplaron perfectamente al gran grosor de mi verga, y apenas un sensual suspiro soltó la dueña de tan delicioso manjar cuando sintió invadidas sus intimidades.

Poco a poco, y con miedo de romper tan frágil y delicado monumento fui insertando mi vega hasta el fondo, hasta que mi pubis chocó contra su culo y los labios de nuestros coños se fundieron en un erótico beso.

Un calor acogedor invadió toda mi verga tan pronto estuvo embutida por completo en el recto de la sacerdotisa. 37 grados de temperatura que amenazaban con abrasar todo el tronco de mi polla. Pero era un calor delicioso, que hacía que toda la sangre de mi cuerpo fluyera en una sola dirección: hacia mi recién estrenado cipote.

Verga y culo se compenetraron de inmediato, como si hubieran sido hechos el uno para el otro. De haber sido por mí, la hubiera dejado allí para siempre, en su refugio hecho a la medida.

Pero la escultural diosa tenía otros planes. Primero tímidamente y luego con más ímpetu comenzó a moverse hacia adelante y hacia atrás. El sensual contoneo hizo que nuestros coños se separaran, y el roce de su recto alrededor de mi polla me hizo salir de mi letargo y regresar a la realidad.

A pesar de nunca haber tenido polla tenía algo de experiencia usando los consoladores strap-on de Daniela, así que sabía exactamente lo que tenía que hacer. Tome una nalga en cada mano y tire de ellas hacia afuera, para facilitar aún más la penetración. Con un renovado entusiasmo, comencé a taladrar el culo que me estaba follando, con todas mis fuerzas.

Nuestros coños chocaban a cada embestida, y la sacerdotisa parecía estar disfrutando tanto como yo, ya que sus tímidos suspiros fueron rápidamente sustituidos por unos estruendosos alaridos de placer. Mi verga entraba y salía de aquel culo como si de un pistón se tratase.

Por supuesto, esta situación no podía mantenerse por mucho tiempo, y luego de aproximadamente 15 minutos de intenso bombeo, derrame toda mi corrida en el interior del delicioso culo.

Nunca antes había tenido un orgasmo similar, pensé que me iba a morir allí mismo. Cuando solté la primera carga de leche perdí toda la noción de la realidad, y mi cuerpo se convirtió en una máquina de bombear verga dentro de aquel culo por simple instinto. Un  placer intenso recorrió todo mi cuerpo, y solamente cedió cuando las últimas cargas de leche rellenaron el culo de la sacerdotisa.

Cuando hubo pasado el orgasmo, volví a la realidad, y mi verga aun entraba y salía del culo mecánicamente. Estaba empapada de sudor, y unas deliciosas gotitas adornaban la parte superior del suculento pandero como si de un collar de perlas se tratase.

Retire mi verga con delicadeza, esperando verla flácida, y me dispuse a saborear el manantial de semen que esperaba brotara del culo recién follado. Pero ninguna de las dos cosas ocurrió. Mi verga continuaba enhiesta, aún más tiesa que cuando empecé con el folleteo, y apenas una tímida gotita de nada fue toda la leche que salió de aquel culo. ¡Se lo había tragado todo! Aquel culo parecía entonces tan goloso como el mío, que casi nunca dejaba escapar la leche que atrapaba.

Le di una sonora nalgada al culo que había desvirgado a mi polla, mi primer culo, y me dispuse a darle placer al siguiente. Era una ardua tarea, aún tenía trece culos más por follarme. Era un “sacrificio” que realmente valía la pena.

Para lubricar un poco mi verga antes de la siguiente penetración, mamé un poco mi glande, apreciando el sabor salado a culo recién cogido que lo impregnaba. Delicioso, simplemente delicioso. No hay nada mejor que el sabor de una polla con olor a culo.

El siguiente culo era tan perfecto como el primero. De hecho, todos eran perfectos. La gran diferencia, era que este era de un blanco leche inmaculado, con un ano ligeramente enrojecido.

Su dueña, una deliciosa pelirroja, al sentir la proximidad de la penetración arqueó la espalda hacia abajo, parando el culo completamente en pompa y ofreciéndolo impúdicamente a la verga que lo iba a rellenar. En cuatro patas, y con el pandero así levantado, se asemejaba a un monumento dedicado al sexo anal.

Por supuesto, no lo hice esperar, y con mi delicada mano dirigí mi soberbia verga directo hacia aquel negro agujero. A pesar de que este ano opuso un poco más de resistencia que el primero, no tardó en ceder ante la arremetida de mi polla.

El romanticismo había quedado atrás, dentro del primer culo junto con mi primera carga de semen, y ahora sólo pensaba en sexo primitivo, en follarme tantos culos y tan salvajemente como pudiese. Ahora entendí porque dicen que los hombres piensan con la polla.

La tomé con ambas manos por la cintura y luego de unos cuantos minutos de arremetidas, mi segunda carga láctea se depositaba en las profundidades del culo de la segunda sacerdotisa.

Cuando terminé de correrme, retiré mi polla de inmediato, y mayor fue mi sorpresa cuando comprobé que aún seguía erecta, sin dar la más mínima señal de desfallecimiento.

Mi experiencia en cuanto a vergas me dice que estas no aguantan más de dos polvos sin ponerse flácidas. Pero la mía, después del segundo, aún permanecía intacta.

Además, al igual que había sucedido con el primer culo, este tampoco había derramado una sola gota de semen. ¡Habrase visto culos más tragones!

El tercer culito que me iba a follar estaba aún más apretado que el anterior, a pesar de que su dueña se abría las nalgas al máximo con sus delicadas manitos, a la vez que pegaba la cara al suelo de la tarima.

Acerqué mi glande al ceñido asterisco, pero al sentirlo, más bien se apretó más. Delicadamente, acerqué mi cara hasta el rotundo pandero y con mi lenguita comencé a darle unas tímidas lamiditas al rosado anito.

Siguiendo mi ejemplo, y viendo que su compañera estaba en un aprieto (literalmente), las dos sacerdotisas que ya me había follado se acercaron a nosotras, y colocándose una a cada lado, me acompañaron con sus lenguas en la deliciosa lamida anal.

Tres lenguas lamían arduamente el ano de la tercera diosa, y este no tardó en acusar tan erótica tarea, y poco a poco comenzó a abrirse para dar paso a las lenguas que pretendían invadir sus profundidades.

Cuando estuvo lo suficientemente dilatado, me incorporé, y tomando firmemente mi verga con ambas manos, me dispuse a ensartarla como a un pavo en navidad.

Pensé que las otras dos sacerdotisas retirarían sus lenguas al aproximarse mi mástil, pero nada más alejado de la realidad. Allí permanecieron, lamiendo al mismo tiempo el ano de su amiga y mi glande que por la fuerza intentaba ingresar en los intestinos de la sumisa.

Poco a poco mi verga fue ganando terreno, y más pronto que tarde, estaba completamente insertada hasta el fondo. Por supuesto, las dos “amigas” no tardaron en dedicar unas sabrosas lamidas a mi coño, que se encontraba en las proximidades.

Comencé con el mete y saca, ayudada por la lubricación brindada por ambas lenguas, quienes lamían todo mi tronco viril a medida que entraba y salía. Estaban degustando una rica penetración anal a un culo ajeno.

Lo apretado del ano de la sacerdotisa, aunado a las lenguas que me lamían toda la polla, no tardaron en hacer efecto en mí, por lo que le dediqué una buena corrida a aquel apretado agujerillo que tanto placer me había brindado. Lástima que este tercer culo fue tan goloso como el segundo, y las dos “lubricadoras” que quedaron con las ganas de degustar aunque fuese una gotita de mi semen que se escapara del ano de su amiga.

Allí, con el culo roto, dejé a la tercera sacerdotisa para encargarme de la cuarta. Además de esta, aún faltaban diez culos más, pero afortunadamente, mi verga seguía tan erecta como al principio, desafiando a todos aquellos culos cuya única misión era exprimirle hasta la última gota de leche.

El cuarto culo, a diferencia de los tres primeros, estaba profusamente adornado con unos delicados tatuajes. El ano como tal estaba tatuado como una hermosa rosa roja, que florecería con una buena penetración. De la rosa-ano se desprendía por toda la raja del culo el tallo de la flor, lleno de espinas y pintado en verde oscuro. Al llegar a la parte superior de las nalgas, el tallo se dividía en dos y, a semejanza de una enredadera, se simétricamente extendía por toda la cintura, hasta llegar a las tetas, que colgaban libres cual ubres, al encontrarse la diosa, como no podía ser de otra manera, a cuatro patas.

Deleitándome con aquel espectacular tatuaje, no pude evitar sentirme un poco “burda”, sabiendo que mi ano estaba adornado con un zafio “Depósito público de semen”. Pero qué podía hacer, aquel tatuaje no era más que el reflejo de mi propia personalidad: una puta sucia con un culo permanentemente hambriento de leche.

A estas alturas, las tres primeras sacerdotisas se habían sumado a mi labor folladora y ayudaban en lo que se pudiera necesitar: dos de ellas separaban el culo de la tatuada y le lamían el ano por turnos, mientras que la otra, se insertaba mi cipote hasta la garganta para lubricarlo muy bien.

Cuando mi verga y el culo de la tatuada estuvieron lo suficientemente lubricados, procedí a mi labor de “catadora de intestinos” insertando mi poronga por completo en el delicioso ano que se me ofrecía. Soltando un tímido gemidito, la tatuada arqueó la espalda y haciéndome un gesto con la mano, me indicó que no me moviera. Poco a poco, ella fue retirando su ano de alrededor de mi verga, y cuando solamente la cabeza permanecía insertada, empujó violentamente hacia atrás volviéndosela a meter completa. Primero lentamente y luego aumentando la velocidad, la tatuada comenzó a follarse mi verga ella sola. Yo permanecía inmóvil, disfrutando de su apretado agujero y de lo caliente de su recto.

Bruscamente en cuatro patas, se movía hacia adelante y hacia atrás, disfrutando de cada centímetro de mi polla. Sus ojos estaban completamente volteados, en blanco, encontrándose en un trance sexual que invadía todo su cuerpo.

Yo, por mi parte, me sentía como si me estuvieran masturbando: masturbándome con un culo.

Tan extrema penetración no puede durar mucho, así que a los cinco minutos, ya mi verga estaba dejando su respectiva carga lechera en el recto de la tatuada.

Como ya había ocurrido antes, ni mi verga perdió dureza ni su culo soltó una sola gota de semen. Ya estaba comenzando a acostumbrarme a tamaña antinaturalidad.

Dejando a la tatuada recuperar el aliento, me coloqué detrás del quinto culo.

Era un culo precioso, blanco como la leche y con unas juguetonas pecas que lo adornaban. Su dueña era una hermosa pelirroja, con los cachetes de su cara aún más pecosos que los de su culo. Me dirigió una pícara mirada con sus ojos verdes, la primera muestra de sentimientos que había tenido desde que había comenzado mi aventura folladora en la secta.

Curiosamente, su ano se encontraba ya bastante dilatado, y presentaba una abertura más que considerable, por lo que supuse que mi verga no tendría problema alguno en entrar completa desde el primer envión.

Confiada, dirigí mi gigantesco glande hacia su oscuro agujero, pero ni la mitad pudo entrar.

-          ¡Jijiji! – se rió la dueña del culo.

¿Qué broma de mal gusto era esta? ¿Por qué no podía meterle la polla por el culo si lo tenía más que abierto? Nuevamente, intenté meter mi herramienta, con el mismo resultado infructuoso.

-          ¡Jijiji! – se reía traviesamente la pelirroja, tapándose la boca con la palma de la mano.

Yo intentaba volver a meter mi cipote, pero ni un centímetro entraba. No entendía, el ano estaba lo suficientemente abierto como para permitir la entrada de mi brazo, pero mi verga se topaba con algo que no la dejaba entrar.

-          ¡Jijiji! – se volvió a reír.

Viendo mi frustración, las cuatro sacerdotisas a las que ya había roto el culo se acercaron a nosotras, y con sus cuatro delicadas lenguas comenzaron a juguetear con el ano de su pelirroja compañera.

Debieron haberlo excitado bastante, ya que este comenzó a estirarse y contraerse del placer. Poco a poco, y gracias a las contracciones derivadas del lameteo, comenzó a asomarse la razón de mi impotencia: una gran cabeza de verga, negra como el ébano, emergió de las profundidades anales de la sacerdotisa.

Al verla, las cuatro lamedoras no perdieron la oportunidad, y alternándose, comenzaron a mamar la verga artificial que brotaba del recto de su compañera. Como si de una polla verdadera se tratara, cada una se colocaba detrás del culo de la pelirroja, y aferrándose con ambas manos a sus nalgas, le dedicaban una mamada que hubiera dejado vacíos los cojones de cualquier hombre en unos pocos segundos.

Yo también quería participar del juego, y no se me ocurrió mejor forma de hacérselo saber a la mamadora de turno que darle unos golpecitos con mi verga en su cabeza.

Comprendió al instante, y llamando a sus tres amigas, comenzaron a extraer el dildo del níveo culo, sin utilizar más que sus bocas. Y no se detuvieron hasta que los más de treinta centímetros del consolador doble, casi tan grueso como mi verga, hubieron abandonado por completo los abismos anales de su amiga.

Tan excitada me encontraba luego de aquel lésbico espectáculo, que apenas a los pocos segundos de comenzar a taladrar el tan abierto culo, deje mi carga bien adentro. Apenas retiré mi verga el ano, que hacía pocos segundos presentaba un diámetro considerable, se cerró por completo, para que no escapara ni siquiera una gota.

-          ¡Jijiji! – rió otra vez la pelirroja, guiñándome uno de sus preciosos ojazos verdes.

La labor seguía, y un sexto culo esperaba impacientemente por mi siempre erecta verga.

El sexto culo, perteneciente a una rubia monumental, me llamó bastante la atención. A pesar de que era de morfología perfecta, estaba surcado por algunas estrías, lo que revelaba su edad. Viendo el cuerpo de la sacerdotisa, noté que estaba tan deliciosa como las otras trece, pero imaginé que tantos años de labor folladora habían pasado factura, y sus agujeros ya no estaban tan apretados como al principio. Supuse que entonces, ella sería la de mayor edad de todas.

Su ano estaba bastante abierto ya, aún más que el de la pelirroja anterior, y cuando inserté mi cipote sin ningún preámbulo, noté que la resistencia era bastante escasa. Comparado con los apretados culitos que minutos antes me había follado, este dejaba bastante que desear, y el escaso roce de sus paredes rectales en mi verga no producía la suficiente excitación como para que pudiera rellenarle el culo de rica leche,

Durante más de diez minutos estuve bombeando aquel túnel sin ningún resultado, y ya estaba comenzando a perder la paciencia.

Las ya folladas sacerdotisas se encontraban tumbadas en la tarima, tonteando juguetonamente con el consolador que tiempo atrás había rellenado los intestinos de la pelirroja. Parecían cinco cachorritas retozonas disfrutando de una bola de estambre. Sólo que a diferencia de las cachorritas, el “estambre” entraba y salía sin ningún pudor de coños, culos y bocas. Casualmente, la tatuada volteó a verme  notó que algo andaba mal. Apartándose del juguetón grupo, se acercó a mí con el consolador en la mano, para tristeza de los culos de sus amigas.

Delicadamente, me separó un poco del culo que estaba taladrando, y con gran sutileza, comenzó a meter el consolador por el ya previamente ocupado ano.

Por la gran abertura anal, y por cómo parecía disfrutarlo su dueña, deduje que este culo estaba bastante acostumbrado a tragarse pollas de a pares, y es por eso que una sola no lo rellenaba completo.

Poco a poco, la tatuada insertó casi todo el consolador en el recto de su compañera, dejando apenas el glande que remataba el final del juguete. Acto seguido, comenzó a bombearle el culo a la rubia, y yo, para no perder mi puesto, comencé también a darle verga a ese hambriento ano.

Ahora sí, con el consolador dentro del recto, el culo de la rubia se sentía bastante más acogedor, y ella debía sentirse bastante apretadita ahí adentro. A los pocos segundos, la tatuada y yo acompasamos nuestras penetraciones, y comenzamos una sucesión de embestidas que hacían el deleite de la rubia de culo ancho.

La presión que el consolador ejercía a lo largo del tronco de mi morcilla hizo que el placer durara poco y mi verga, por sexta vez en fila, derramo todo su lácteo contenido en las profundidades de la rubia.

Al igual que las otras veces, no derramé ni una sola gota, y aunque su culo estaba más abierto que los anteriores, tampoco dejó escapar nada de leche. Pero esta vez, el consolador si se trajo algo adherido, por lo que por primera vez pude degustar un poco de mi propio simiente.

Era delicioso, mucho más dulce que cualquier semen que hubiese probado anteriormente, y eso que se cuentan por centenas las vergas que han dejado su corrida en mi siempre golosa boquita.

Por supuesto, no podía ser egoísta con mi compañera de follada, así que le estampé un delicioso beso a la tatuada que tan amablemente me había ayudado a rellenar el culo de la rubia, compartiendo mi dulce leche con ella.

Mi verga no bajó ni un milímetro, y así de dispuesta pasé al siguiente culo.