Extraña condición médica - La gran búsqueda 4
El culo de Isa se prepara para darse un banquete de vergas como nunca antes se lo ha dado. Catorce pollas de futanari se disputarán el poder de rellenarla a mansalva.
Extraña condición médica - La gran búsqueda 4
Para comprender este relato, es necesario leer las entregas anteriores o, cuando menos, la introducción.
Estando amarrada todavía en el extraño altar, presencié como una por una de las sacerdotisas futanari se acercaban a mí, con sus vergas muy en alto.
Indefensa como estaba no podía hacer nada, pero tampoco era que quisiera hacer mucho. Como Lucía había dicho, esta era una experiencia única, y teniendo esas 14 majestuosas vergas a mi disposición, pues no podía hacer otra cosa más que disfrutarlo.
Una por una comenzaron a lamer todo mi cuerpo desnudo, catorce deliciosas lenguas que hacían maravillas alrededor de todo mi cuerpo. Dos se dedicaron a un erecto pezón, otras dos al otro pezón, dos se ocuparon de coño empapado, otras cuatro lamían mis muslos en toda su extensión, dos más lamían mi vientre y las dos últimas se acercaron a mi rostro para compartir un exquisito beso a tres bocas.
Era como ser sometida a una tortura de placer extremo, como si quisieran matarme del placer. Al tener mis manos amarradas, pugnaba por poder acariciar aunque fuera un poco aquellos cuerpos perfectos; masajear alguno de los turgentes pechos que se restregaban por mi cuerpo al ritmo de las lamidas; meter mis deditos en algún coño chorreante y lamer, aunque fuese una vez, alguno de sus rosados y apretados anitos.
Estaba ya en un paroxismo de placer, había perdido la cuenta de cuantas veces había acabado ya, pero sus lenguas no parecían querer ceder. De pronto Lucía, quien había estado presenciando la escena desde una distancia prudencial, dio una sonora palmada. A su orden, las catorce diosas dejaron de chuparme por todos los rincones y se accionó un mecanismo oculto que me liberó de mi prisión.
Disfruta Isa, disfruta
Cuatro de ellas me tomaron en volandas y me colocaron delicadamente en el piso. Con un delicado pero firme gesto, me ordenaron que me arrodillara. Inmediatamente, alrededor mío se formó un círculo, en el que todas las pollas apuntaban hacia el interior, donde yo me encontraba. No tuvieron que darme más explicaciones, ya sabía exactamente lo que tenía que hacer.
De inmediato engullí con verdadera hambre una de las vergas. Mamé profusamente, hasta que el glande me llegaba a la campanilla. Con mis manos pajeaba fuertemente otras dos vergas para luego de unos minutos, cambiar hacia un nuevo trío de pollas.
Tenía catorce a mi disposición, pero sólo una boca, y quería abarcar más. Me metí dos vergas de un solo envión, retando a que mi mandíbula se desencajase. No me importaba, sólo quería sentir más vergas.
Las colosales porongas no parecían aminorar su marcha, y mientras más las mamaba y las pajeaba, más grandes, rojas e hinchadas se ponían. Tenían muy buena resistencia, ninguna parecía tener que acabar pronto.
Los rostros de las diosas se contraían en muecas de placer, y entre ellas compartían eróticos besos mientras sus vergas reposaban en mis manos y boca. A más de una aproveche para meterle un par de deditos en el coño y en el culo mientras le mamaba el cipote. Sus coños chorraban divinos néctar que nunca se desperdiciaban, ya que siempre había una boca dispuesta para lamerlos. Sus culos bien apretaditos se intuían como un caliente y acogedor refugio para cualquier verga que osara irrumpir en sus profundidades.
Cuando todas las vergas hubieron pasado al menos un par de veces por mi boca, las sacerdotisas decidieron que ya era suficiente y que debíamos pasar a algo más reconfortante. Nunca hablaban, pero no era necesario, ya que sus gestos reflejaban a la perfección lo que querían decir. El sexo es el idioma universal, y yo me estaba convirtiendo en una experta intérprete, manejando con esmero el lenguaje de las vergas, los coños y los culos.
Una de ellas se acostó en el frío suelo de mármol, que pronto iba a ser calentado por nuestros cuerpos ardientes y por los tibios fluidos que lo iban a inundar. Obedientemente, me coloqué a horcajadas sobre ella dirigiendo su erecto mástil hacia mi coño. Una vez que hubo entrado bien profundo, otra de ellas se acercó a mi culo, y ayudado por dos sacerdotisas que tiraban hacia afuera de cada una de mis nalgas, introdujo su cipote hasta el fondo de mis entrañas. Otra más se colocó al frente, ofreciendo su salchichón a mi golosa boquita, y dos más colocaron sus pollas al alcance de mis manos. Cuando las seis estuvimos bien acopladas, comenzamos el frenético ritmo de penetración, rodeadas de las nueve restantes quienes se masturbaban mutuamente alrededor nuestro. Cada cierto tiempo cambiaban, para que mi culo pudiera disfrutar de la variedad de pollas que estaban a mi disposición. La única que permanecía siempre en su sitio era la de mi coño, que de vez en cuando aprovechaba para masajear mis tetas y darle traviesos mordisquitos a mis erectos pezones.
Luego de que mi culo hubo catado trece diferentes vergas, y de un par de sonoros orgasmos por mi parte, cambiamos de posición. Nunca llegaron a acabar, y ya estaba comenzando a angustiarme pensando que no iba a poder degustar el delicioso néctar que de tan exquisitas vergas debía manar.
Esta vez, se acostaron dos en el piso muy juntas, abrazadas boca arriba, hasta que sus vergas se juntaban en un gran monstruo bicéfalo. Ya me iba a colocar encima de ellas para meterme ambas vergas en mi coño, cuando me hicieron señas para que me diera vuelta. ¡Esto iba mejorando cada vez más!
Me coloqué en cuclillas sobre ellas, y ayudada por cuatro sacerdotisas, logré colocar ambas cabezas de verga en la entrada de mi abierto ano. Dos de ellas dirigían las vergas hacía mi interior, mientras que las otras dos abrían mi culo al máximo para permitir la penetración. Dos más se acercaron y comenzaron a lamer ambos glandes y mi culo al mismo tiempo. Cuando llegó el momento indicado, me tomaron de los hombros y me empujaron hacia abajo.
Sentía que mi culo se iba a romper cuando ambas vergas llegaron hasta el fondo, pero inmediatamente, dos bocas comenzaron a lamer mis pezones para mitigar el dolor y una verga entró en mi boca para evitar que gritara, bien fuera de dolor o de placer.
Con las dos vergas aparcadas en mis intestinos, me recosté hacia atrás, hasta quedar mi cabeza entre las de las dueñas de ambas vergas. Lamían mi cuello y mis orejas, al tiempo que comenzaban con el mete y saca anal.
Cuando las dos vergas dueñas de mi oscuro agujero se hubieron acoplado al ritmo, dos sacerdotisas tomaron mis piernas y las llevaron hacia atrás, casi hasta mi cabeza, cuidando siempre de que ni un solo centímetro de verga abandonara mi culo.
Otras dos sacerdotisas se acercaron a mí, y arrodilladas cada una debajo de mis piernas, guiaron sus mástiles horizontales hacia la entrada de mi coño. Presionando al mismo tiempo, poco a poco ambos glandes con forma de champiñón gigante se fueron abriendo espacio en mi femenil cueva. El coño es mucho más elástico que el culo, así que no tuve problemas en darle alberque a ambas. Una vez acostumbradas a tan difícil posición, las cuatro vergas de mis bajos comenzaron a bombear de a pares en mis agradecidos agujeros.
¡No podía creerlo! Tenía dos vergas en el culo y dos en el coño. Y no eran vergas cualquiera. El largo y el grosor de estos cipotes superaban en mucho al de cualquier negro que me hubiera follado antes. Las vergas de estas mujeres dejarían en ridículo a la de cualquier negro que hubiera pasado ya por mis agujeros.
Por supuesto, no podían olvidarse de mi boca, y a cada lado de mi cabeza se arrodillo una diosa ofreciéndome para que degustara su dura salchicha. Con esfuerzo, logré engullir ambos glandes. Dos más se acercaron, una a cada lado, para que las pajeara, y una más, aprovechándose de mi indefensión, se sentó en mi pecho y guió su verga por entre el canal que formaban mis tetas. Apretando con ambas manos mis pechos, comenzó a hacerse una deliciosa paja rusa.
Estaba en el paraíso: dos vergas en mi culo, dos en el coño, dos en la boca, una en cada una de mis manos y una más entre mis tetas. ¡Me estaba follando simultáneamente nueve vergas! ¿O las nueve vergas me estaban follando a mí? ¡Y todavía quedaban cinco más a la espera! No me importaba nada, definitivamente ¡este era mi nuevo récord!
Ya antes había contado con una buena cantidad de vergas que me hicieran el honor. Me había follado a casi 40 hombres en una noche, uno detrás de otro; y en la casa de la playa de mi novio, 5 negros me habían follado al mismo tiempo. Pero nunca había llegado a tener 6 pollas al mismo tiempo en mi interior.
Las seis vergas entraban y salían de mi ser a un ritmo frenético, al tiempo que mis manos no dejaban de pajear las otras dos y la de mis tetas arreaba con su deliciosa paja.
Así estuvimos un buen rato, hasta que mi voluntad cedió y decidí dejar de ser la que llevara el ritmo y convertirme en un simple trozo de carne violado a voluntad de 9 voluptuosas mujeres.
Esta era la cogida de mi vida, mi cerebro hacía tiempo que había dejado de pensar y simplemente era un ente que sólo servía para recibir placer. Placer, placer, placer, placer. Eso era todo lo que mi cuerpo sentía.
Las otras cinco diosas esperaban su turno, masturbándose frenéticamente las unas a las otras. Pero nunca ninguna acababa. Ya yo había perdido la cuenta de los orgasmos, se contarían por cientos, pero ellas, aún no habían sucumbido al placer.
Volví a la realidad cuando la que me follaba las tetas se levantó y las seis vergas de mi interior se detuvieron.
Las que me follaban el culo comenzaron a separarse un poco debajo de mí, pero nunca sin retirar sus vergas de mi agujero negro. Cuando hubieron dejado espacio suficiente como para una persona, una de las sacerdotisas que se estaba masturbando, se coló por debajo de nosotras, quedando directamente debajo de mí.
Diestramente, las que estaban libres guiaron su verga hacia mi doblemente ocupado trasero. Ambas vergas comenzaron a tirar hacia los lados, y entre ellas se coló un tercer ocupante. Mi culo había perdido toda resistencia, por lo que una tercera verga podía ser muy bien acogida. Empujando hacia arriba comenzó a penetrarme, y rápidamente alcanzó en profundidad a las otras dos. ¿Tres vergas en el culo? ¡Nuevo récord a la vista!
Pero no era suficiente. Al menos para ellas.
Haciéndose un poco a los lados, las dos que se encontraban arrodilladas encargándose de mi coño dieron la bienvenida a una tercera verga, que ubicándose entre ellas, penetró también sin dificultad alguna mi igualmente doble-penetrado coño. Si habían cabido tres en el culo, tres en el coño no debía ser problema alguno. Y no lo fue.
Seis pollas en mis agujeros inferiores. Increíble. Sencillamente increíble.
Por supuesto mi boca no podía ser menos, así que la que antes se estaba pajeando con mis tetas se colocó directamente encima de mi cabeza y guió su cipote hacia mi boca. Las dos que allí se encontraban previamente se alojaron cada una en cada uno de mis cachetes, para dejarle la boca libre a la nueva integrante. Nunca pensé que mi boca podría dar abrigo a tres gigantescos cipotes sin desencajarse mi mandíbula.
Faltaban tres. Una de ellas tomó el relevo de mis tetas, y sentándose como pudo en mi pecho, comenzó con su deliciosa pajar rusa. Las dos vergas restantes se acercaron a mis manos, pero como con ellas no podía abarcar el grosor conjunto de ambas vergas, decidí pajearlas una con los dedos índice y pulgar y la otra con los tres dedos restantes.
El círculo se había completado. Ahora entendía porque eran catorce, y no una más ni una menos. Si una mujer lograba aguantar el trote de catorce vergas follándosela a la vez, tenía ganado con orgullo propio el derecho de pertenecer a la secreta sociedad del "Magna Penis".
Si antes pensaba que nueve vergas era mi límite, ya con catorce no sabía ni qué pensar. Nunca pensé que las leyes de la física permitieran que una sola mujer pudiese ser follada al mismo tiempo por catorce vergas. Sencillamente era impensable. Impensable, más no imposible, como lo estábamos demostrando nosotras 15. Quince personas involucradas al mismo tiempo en el mismo acto sexual.
Las catorce vergas se movían a un ritmo endiablado. Las tres de mi culo entraban y salían al mismo tiempo que las tres de mi coño y que las tres de mi boca, así que había un segundo en el que me liberaba de las nueve, para al segundo siguiente ser invadida de un solo golpe por 9 ciclópeos mástiles.
Las sacerdotisas parecían estar increíblemente bien entrenadas, ya que nunca perdían el ritmo. Quién sabe cuántas veces habrían repetido este mismo acto con anterioridad.
Ya estaba a punto de caer inconsciente de tanto placer, cuando sentí que poco a poco las catorce vergas comenzaron a hincharse. Sentí que iba a explotar.
Casi al mismo tiempo, las catorce vergas comenzaron a correrse, unas en mi interior y otras por encima de mí.
Sentí un profundo chorro de leche caliente invadiendo mi interior, corriendo por todos mis intestinos, al mismo tiempo que en mi boca, tres vergas lanzaban sus cargas directamente hacía mi interior. Llegué a pensar que el semen de mi boca se juntaría con el de mi culo, tal era la presión con la que me estaban rellenando. Mi coño sufrió lo mismo, y sentí como me quemaba por dentro el caliente néctar que me llegaba directo hasta el útero.
Mi cuello se vio cubierto de grandes goterones disparados desde la que me follaba las tetas y las vergas de mis manos comenzaron a resbalarse debido a la gran cantidad de semen que de ellas manaba.
Tragué y tragué lo que pude, intentando también retener en el interior de mi coño y culo la mayor cantidad de leche posible. Pero mis agujeros estaban tan abiertos que era poco lo que podría retener.
Cuando hubieron soltado sus últimos chorros, las catorce se retiraron, dejándome allí tirada chorreando semen por todo mi cuerpo. Mi coño y mi culo se habían convertido en un manantial del que manaba leche sin parar.
No me había dado cuenta antes, pero el piso estaba un poco inclinado y a mis pies, un canal excavado en la piedra recogía en un singular río todo el semen que salía de mi interior. Al final de este canal, una oquedad en el piso contenía un recipiente en el que poco a poco se iba depositando todo el semen.
Luego de unos minutos, cuando ya la mayoría del semen se hubo depositado en el recipiente, Lucía, quien se había mantenido al margen de la orgía como una mera espectadora, lo tomó entre sus manos y con un gesto me hizo arrodillar.
Bebe Isa, bebe del auténtico maná, el manjar enviado por los dioses.
No necesitaba decírmelo dos veces, y tomando el cuenco con mis manos degusté hasta la última gota. El embriagador sabor del sagrado néctar de las catorce vergas me hizo perder el conocimiento y, borracha de placer, me fui sumiendo en un lujurioso sopor.