Extraña condición médica - La gran búsqueda 3

Luego de haber satisfecho su culo, Isa comienza una ardua investigación, que la llevará a descubrir secretos inimaginables.

Extraña condición médica - La gran búsqueda 3

Para comprender este relato, es necesario leer las entregas anteriores o, cuando menos, la introducción.

Antes de dirigirme a la dirección que Rebeca me había proporcionado decidí investigar un poco más por mi cuenta. No soy especialmente culta, prefiero desenvolverme más en el ámbito sexual que en el intelectual, pero si había escuchado que en la Biblioteca del Vaticano podría encontrar algunos libros interesantes.

Llegué temprano, antes de que los millones de visitantes comenzaran a invadir todos los santos edificios, y luego de utilizar mis encantos con uno de los bibliotecarios de guardia, logré que me permitiera acceso a una colección de libros raros que no suelen ser prestados al público en general.

Luego de revisar y revisar una gran cantidad de volúmenes antiguos, la mayoría medievales, di con uno que me llamó la atención: "Penis Mulierum Tractatione". Era un precioso manuscrito antiguo, escrito en latín e iluminado bellamente.

A pesar de que no sé leer latín, no fue muy difícil entender de que iba el texto: era un tratado acerca de las mujeres con pene. Vaya si había dado en el clavo. Estuve largo rato viendo sobre todo las imágenes, en las que se intentaba explicar de manera muy rudimentaria el hecho de que existieran mujeres con pene. Pero quedé impactada al llegar a un capítulo titulado simplemente "Poena". Las imágenes allí eran aterradoras, se veía la cantidad de castigos y torturas infringidos a las mujeres futanari en la época medieval, que iban desde la simple amputación hasta castigos tan dolorosos como el de amarrar un caballo a la verga para que tirando de ella y el de colgar a una mujer por la verga, en vez de por el cuello.

No pude seguir leyendo más. En ese instante descubrí porqué las mujeres futanari hemos tratado de ocultarnos de la sociedad lo más posible.

Devolví los antiguos volúmenes, horrorizada por mis descubrimientos y, siguiendo las indicaciones de Rebeca, me dirigí a la dirección que me había proporcionado. Me sorprendí bastante cuando comprobé que correspondía a uno de los Museos del Vaticano. Una vez adentro, y antes de solicitar hablar con la persona que Rebeca me había recomendado, decidí admirar un poco las muestras que actualmente se encontraban exhibidas. Por supuesto, me llamo especialmente la atención una dedicada a la escultura femenina, compuesta por diversas estatuas de mujeres realizadas en Grecia y Roma. Al observador poco adiestrado se le podía pasar por alto, pero a mí no, el hecho de que la mayoría de las estatuas tenían una pequeña muesca en el pubis, que se notaba había sido retocada y disfrazada con gran maestría. Definitivamente, estas estatuas de mujeres habían tenido un pene.

Estaba viendo más de cerca una de estas esculturas cuando de pronto sentí a alguien a mis espaldas.

¡Ejem! ¿Puedo ayudarla en algo, señorita? – exclamo una voz femenina.

¡Esteee...! Yo.... – respondí todavía asustada.

Me dijeron que solicitaba mi presencia.

¿Yo? Pero yo no...

Mi nombre es Lucía Futannetto, jefa de restauración del museo. Acompáñeme a mi oficina, por favor.

Era una mujer de mediana edad, de unos cincuenta años tal vez, con el pelo rubio recogido en una cola de caballo y unos lentes que cubrían sus intensos ojos azules. Iba vestida con un sobrio traje taller, de chaqueta y pantalón. Para su edad, conservaba un buen físico.

Tras salir del recinto principal del museo y atravesar un amplio galpón con gigantescas mesas, donde se apilaban por doquier esculturas de diversos tamaños y formas, llegamos a su oficina, un cubículo ubicado dentro del mismo taller de restauración.

Sé a qué vino, señorita.

¿Lo sabe? Pero si yo no la conozco.

Así es, pero ya Rebeca me puso sobre aviso. Ella es una mujer muy dócil. ¿Puedo ofrecerle algo? ¿Un poco de té?.

Ssssi, gracias...

De un pequeño termo que se encontraba sobre su escritorio, sirvió un poco de té en una pequeña taza de fina porcelana blanca adornada con flores multicolores.

Así que está en la búsqueda de un hombre futanari ¿no es así? - me preguntó.

En efecto ¿qué sabe usted sobre las futanari? – le devolví la pregunta.

¡Todo! – exclamó abriendo los ojos como platos - ¡Lo sé todo!

Ya estaba un poco nerviosa por el rumbo que estaba tomando la conversación, pero si había llegado tan lejos, tenía que continuar con mi misión. Mi culo lo valía.

A pesar de su extraña reacción, me sorprendió la confianza con la que me trataba esta mujer.

Ven conmigo, Isabella – dijo al tiempo que se levantaba. Me llamó la atención el hecho de que conociera mi nombre antes de yo decírselo.

¿No quiere escuchar antes los motivos que me han traído aquí y me han llevado a emprender esta búsqueda?

No es necesario, Isabella – me respondió, bajándose un poco los lentes y guiñándome un ojo – Lo sabemos todo sobre ti, sabemos quién eres y por qué has venido. La gran red de la familia Futanari conoce todo sobre todos sus miembros. Acompáñame, por favor.

Por lo que pude captar, nos dirigimos a uno de los sótanos del museo, previamente atravesando todos los depósitos. Oculta detrás de unas esculturas, se encontraba una pequeña puerta de madera. Sacó una antigua llave y abrió la puerta que, para mi sorpresa, no chirrió. Se notaba que era usada frecuentemente. La puerta se abría a un largo y estrecho túnel, con una escalera que descendía varios metros. En las paredes, varias antorchas adornaban el pasadizo. La doctora tomó una de ellas y usando su encendedor, la prendió. No pude contener mi asombro cuando descubrí que el mango de todas las antorchas tenía forma de pene. Eran grandes vergas talladas en las paredes lo que adornaba el descenso.

Recorrimos varios metros de escalera, calculo que como unos tres o cuatro pisos, cuando finalmente llegamos a nuestro destino. Una gigantesca caverna circular se extendía en todo su esplendor. La parte superior, compuesta por una gran cúpula excavada en la tierra, se levantaba a varios metros de altura, y el amplio piso era de mármol de diversos colores. Toda la pared de la sala estaba adornada por una gran cantidad de esculturas, todas de mujeres. Mayor fue mi sorpresa cuando comprobé que todas estas estatuas conservaban sus grandes penes erectos.

Bienvenida, Isabella, al sagrado recinto de la "Magna Penis Sororum" - escuché que decía una voz de la que no supe ubicar su procedencia.

Esto fue lo último que escuché, ya que inmediatamente el techo comenzó a dar vueltas sobre mi cabeza y perdí toda noción de donde me encontraba. No pude mantenerme en pie, y caí inconsciente sobre el duro piso de mármol. Luego comprendí que el brebaje que me había dado la doctora, había hecho su efecto.

Para cuando desperté, me encontraba completamente desnuda sobre un altar de mármol, con las piernas y brazos atados y abiertos a más no poder. A mi alrededor se encontraban catorce figuras, cubiertas por una túnica marrón que les ocultaba hasta el rostro. La figura número quince iba ataviada con una túnica similar pero de color rojo sangre, con gran cantidad de bordados en dorado. De su cuello colgaba una figura, atada por una gruesa cadena de oro: la imagen de un gran pene erecto.

La figura de rojo se acercó a mí, y al descorrer hacia atrás su capucha me dejó ver sus facciones: era la doctora Lucía.

¿Cómo te encuentras, Isa?

Bi...bi...bien – atiné a responder, todavía mareada.

No es nuestra intención hacerte daño, simplemente queremos someterte al ritual de iniciación por el que pasan todos nuestras hermanas. Créeme, los disfrutaras.

¡Pero yo no quiero pertenecer a nada! – le supliqué.

Tranquila Isa. Las hermanas de la sociedad del "Magna Penis" se protegen entre sí. Durante siglos hemos resguardado todo el saber del género futanari. Como te habrás dado cuenta, todas las estatuas que viste carecen de pene. Yo personalmente me encargo de removerlos, para preservar nuestro secreto – me explicó - Para saber lo que quieres, necesitas formar parte de la sociedad. Sólo las hermanas tienen acceso a ese conocimiento.

¡Pero Rebeca…! – intenté explicarme.

Rebeca fue una de nuestras hermanas que no supo sobrellevar la carga de ese conocimiento. Es una execrada. Ahora relájate y disfruta de la iniciación.

A una seña de Lucía, las catorce figuras se acercaron hasta el altar donde me encontraba, hasta que me rodearon totalmente. Luego Lucía levantó los brazos, y al bajarlos, todas las túnicas cayeron al piso, revelando un espectáculo increíble.

A mi alrededor, junto a Lucía, se encontraban catorce hermosísimas mujeres desnudas, con unos cuerpos que parecían esculpidos por los mismísimos artistas griegos. Unos pechos enormes, completamente redondos y tan levantados que parecían desafiar a las mismas leyes de la física; unos culos cuyas curvas parecían trazadas con las más finas herramientas de dibujo; los muslos, las piernas, los abdómenes; todo parecía más bien obra de un extraordinario escultor. Las facciones de sus rostros serían la envidia de cualquier modelo. Las había de todo tipo: morenas, rubias, pelirrojas, negras, blancas, asiáticas, indias, etc. Parecían haber sido escogidas como la mejor representante de sus características.

Pero todo esto quedaba opacad por una sola y gran razón: sus gigantescas vergas. Desde sus delicados y afeitados pubis partían en perpendicular las pollas más grandes y hermosas que jamás había visto. Completamente rojas e hinchadas y surcadas por gran cantidad de venas, algunas incluso superaban en grosor a los propios brazos de su dueña. Unos glandes enormes, a semejanza de un champiñón mutante, remataban la extensión de la verga, y de todos ellos ya comenzaba a chorrear líquido preseminal.

A pesar de su inhumana belleza, esas mujeres parecían carecer de cualquier tipo de emoción. En su rostro apenas se reflejaba algo de curiosidad por la tarea que iban a emprender, pero nada más.

Isa, te presento a la élite de la sociedad "Magna Penis" – dijo con orgullo Lucía – Todas ellas han sido escogidas concienzuda y minuciosamente de entre todas las futanari que habitan en el planeta. Estas frente a las mejores vergas futanari de todo el mundo.

Yo simplemente no podía articular palabra. No sabía si estar nerviosa o excitada, aunque ya a estas alturas mi culo comenzaba a abrirse y cerrarse instintivamente, consciente del banquete de verga que se iba a dar.

Han sido entrenadas duramente, con una única misión: abrir la mente de las jóvenes futanari que, como tú, desean poseer el conocimiento pleno de nuestro género.

"¿Abrir las mentes o abrir los culos?", pensé socarronamente, en uno de los pocos momentos de lucidez que había tenido desde que desperté.

Disfrútalo Isa, esto es una experiencia que muy pocas personas conocerán jamás en toda su vida. ¡Toda suya, muchachas! – dio una palmada y se retiró del círculo.

Con las vergas enhiestas, las catorce "esculturas vivientes" se acercaron a mí, sin poder ocultar la lujuria que se reflejaba en sus fríos rostros.