Extraña condición médica – La gran búsqueda 2

Isa llega finalmente a su destino, donde la investigación no supondrá un obstáculo para que su culo disfrute de una buena verga local.

Extraña condición médica - La gran búsqueda 2

Para comprender este relato, es necesario leer las entregas anteriores o, cuando menos, la introducción.

El viaje transcurrió sin ningún tipo de novedad, principalmente por la gran cantidad de baterías de repuesto que empaqué para mi vibrador, lo que lo mantuvo activo (y a mi culo contento) durante todo el viaje. No tuve ninguna dificultad en llegar al hotel que había reservado por internet, en gran parte gracias al italiano fluido que hablo debido a mi herencia italiana.

Dejé en el hotel mis pertenencias, y sin perder nada tiempo, decidí que tenía que empezar a recabar información. No tenía idea de dónde empezar, estaba en un país extraño sin conocer a nadie. Por algún lado tenía que comenzar, así que entré a un ciber café para buscar algo de información en internet. Lo primero que se me ocurrió fue contactar a alguna mujer futanari, pero no podía ir por allí tocándole la entrepierna a cuanta mujer viese, por más excitante que sonara la idea.

Tenía una vaga idea de lo que tenía que hacer, así que me dediqué entonces a revisar páginas de intercambio sexual, desde prostitutas de lujo hasta simples amateurs y amas de casa necesitadas de verga. Luego de haber revisado decenas y decenas de sitios webs de sexo (con la consiguiente calentura que eso conlleva) fui a dar a una donde se ofrecían los servicios sexuales de transexuales, llamados en inglés "she-males" o "dick-girls". Esta página en específico, correspondía a la ciudad de Roma. Como he explicado en otras ocasiones anteriores, las futanari somos mujeres al ciento por ciento, con la salvedad de que nuestro clítoris crece desproporcionadamente alcanzando en tamaño y proporción a una verga masculina. Pero en algunas ocasiones, alguna futanari caída en desgracia tiene que hacerse pasar por transexual y venderse como tal para ganarse el pan.

Afortunadamente, la página que estaba revisando tenía fotografías bastante explícitas, y luego de ver docenas y docenas de transexuales (desde simples hombres con peluca hasta verdaderas mujeres despampanantes) vi una que me llamo la atención, en especial su peculiar verga. Si hay algo que una mujer futanari sabe reconocer, es la verga de otra mujer futanari.

"Rebeca", se hacía llamar, y daba un número de teléfono móvil para contactarla. Por supuesto, no tarde ni un segundo más e inmediatamente corrí a llamarla. Me atendió una voz de mujer falsamente gruesa, imitando la de un hombre. Tenía muy bien estudiado su papel de transexual. En principio le sorprendió bastante que fuese una mujer quien solicitara sus servicios, y mucho más con una voz tan joven como la mía, pero haciendo acopio de su profesionalismo no tuvo ningún problema en aceptar que "contratara" sus servicios.

Concerté una cita con ella en mi habitación del hotel para dentro de un par de horas, y regresé a mi habitación bastante excitada, ya que nunca había solicitado los servicios de una "profesional" del sexo y esta situación me daba bastante morbo. Me sentía como uno de esos viejos cachondos que se escapan de su casa y de su monótona vida marital para conseguirse con prostitutas de segunda en sucias habitaciones de moteles de carretera.

Por supuesto que la intención era conseguirme con ella para ver si podía proporcionarme algo de información, pero no pensaba desaprovechar ninguna oportunidad de tener sexo con ella. Si le iba a pagar, por lo menos quería disfrutarlo. Además, el calentón del ciber café no había hecho más que acrecentarse, y mi siempre goloso culo pedía guerra a gritos.

Como todavía faltaba tiempo para que llegara, me di un baño y me aseé con tranquilidad. Me peiné, me perfumé y me vestí con un provocativo baby doll negro transparente, sin nada debajo. Me calzé en los pies unas plataformas de taco de aguja transparentes y en el culo una ristra de bolas anales de llamativos colores. Me recosté en una pose muy sugerente en la cama y encendí la televisión. En el respectivo canal pornográfico estaban dando una película de lesbianas, en la que dos mujeres con sus respectivos arneses strap-on penetraban por el culo a otras dos que se encontraban a cuatro patas. Muy acorde para la ocasión.

Estaba masajeando mi clítoris suavemente cuando, con llamativa puntualidad, llamaron a la puerta de la habitación.

¡Pasa!. Está abierta – la invité.

Rebeca era una mujer entrada en los treinta. Llevaba el pelo pintado de un amarillo muy artificial, casi blanco. En su semblante se adivinaba una mujer que había sido bastante atractiva, pero en el que tantos años de mala vida habían dejado una huella imborrable. Su tez ajada y las arrugas alrededor de los ojos eran la prueba de que no había tenido una vida fácil. Iba vestida con una minifalda roja, con un top del mismo color, una pequeña chaqueta de jean y unos zapatos de tacón dorados. Le sorprendió muchísimo encontrarse con una mujer como yo.

¿Eres Isa? – me preguntó – No pareces del tipo de persona que necesite los servicios de alguien como yo.

Acabo de llegar de afuera y necesito algo de compañía. No conozco a nadie por aquí y no estoy de ánimo para ir a un bar o una discoteca.

Eres hermosa, no creo que necesites de mucho para atraer compañía a donde vayas – me dijo amablemente.

Muchas gracias, tu tampoco estás nada mal – mentí.

Bueno, a lo que vine. Dame unos minutos para arreglarme – me dijo mientras entraba al baño de la habitación con su bolso.

Cuando salió del baño, se había cambiado de ropa. Sólo llevaba puesto un enterizo de malla negra y sus zapatos dorados. De una abertura en la entrepierna se proyectaba hacia adelante su gran verga erecta.

Supongo que esta es la razón por la que me has llamado – me preguntó mientras se acariciaba el glande.

Por toda respuesta me relamí los labios. Me pareció muy graciosa su insistencia en usar un tono más grave de voz, pero preferí no decirle nada aún y disfrutar primero de una buena sesión de sexo. Su verga era más grande que como aparecía en la fotografía. Tal vez el ángulo no le hacía justicia o tal vez la fotografía tenía ya tiempo y le había crecido más desde entonces. Un par de grandes bolas guindaban debajo de la base del pene. Extraño.

Me acosté en la cama y me desperecé sensualmente, invitándola a acostarse conmigo. Se colocó encima de mí y comenzamos a besarnos. Baje una mano hasta su entrepierna y comencé, primero a acariciarle la cabeza de la verga y luego a hacerle una paja en toda regla. Ella, por su parte, comenzó a acariciarme el clítoris. Varios minutos estuvimos así, magreándonos las tetas mutuamente y con nuestras lenguas jugueteando en la boca de la otra. Abrí completamente mis piernas, y ella se ubicó entre ellas, con su polla a la entrada de mi vagina. Con una mano, comenzó a moverla por sobre mis labios vaginales, y de vez en cuando chocaba con mi clítoris. Nuestros pezones erectos se rozaban intensamente, lo que me producía aún más excitación. Estaba ya lista para penetrarme vaginalmente en esta posición, cuando delicadamente la detuve y le indiqué que se levantara.

Acostada boca arriba como estaba, flexioné mis piernas llevando mis rodillas hasta los lados de mi cabeza y me tomé los tacones de mis plataformas, invitándola a que me bombeara el culo deliciosamente. Ella no se hizo de rogar y dirigiendo eficazmente su polla hacia mi negro asterisco, me rellenó las entrañas de carne de un sólo envión. Segundos más tarde, su gran verga entraba y salía de mi culo a tal velocidad que parecía un pistón. Con sus manos tomaba mis nalgas y las abría al máximo, y con su verga me penetraba hasta el fondo.

A los quince minutos de bombeo extremo, su polla comenzó a dar señales de que iba a correrse, al aumentar sus dimensiones dentro de mi recto. Una buena carga de leche caliente comenzó entonces a depositarse en mi recto que parecía contraerse al mismo ritmo para exprimir hasta la última gota del preciado líquido. Una vez que retiró la verga de mi culo, el semen comenzó a salirse a borbotones que iban a dar a la palma de mi mano, colocada muy apropiadamente en forma de cuenco. Me llevé el manjar a la boca para degustarlo, e invité a Rebeca a que se fundiera conmigo en un húmedo beso donde podría degustar su propio producto lácteo.

Ya mi culo había recibido el placer que le correspondía, así que tenía que enfocarme ahora en lo que realmente me importaba: obtener la mayor información posible de Rebeca, así como la verdad de su sexualidad.

Para agradecerle la cogida que me acababa de dar, me dediqué vigorosamente a mamarle la verga, para limpiarla de cualquier rastro de semen que allí quedase. Cuando ya estuvo lo suficientemente erecta de nuevo, me acosté boca abajo en la cama, con mi cuello al borde de la cama mi cabeza sobresaliendo de esta. Flexioné mis piernas hacia atrás y volví a tomarme de los tacones de los zapatos. Abriendo al máximo mi boca y sacando la lengua, la invité a que degustara de una buena garganta profunda. Me tomó entonces del cabello y comenzó a follarme la boca.

Con su verga insertada en mi boca hasta el fondo, a tal punto que el glande llegaba hasta mi laringe, me dediqué a lamerle las bolas con mi lengua. A las pocas lamidas comprobé lo que desde un principio sospechaba: sus bolas eran falsas. Era una especie de prótesis muy bien detallada, fabricada en látex y pintada del mismo color de su piel. Habiendo comprobado esto, me dedique a disfrutar de la mamada, ya que luego tendría tiempo de hablar con ella. Además, es muy difícil hablar con una verga atravesándote la garganta. Hilos e hilos de baba resbalaban por mi barbilla producto de la extrema mamada, y al poco tiempo, por segunda vez, su verga comenzó a disparar chorros de leche que esta vez, iban directo a mi estómago. No me desagradó en lo más mínimo, aunque siempre prefiero degustar y saborear la leche antes de tragarla.

Una vez que se hubo vaciado por completo en mi boca, nos acostamos juntas para descansar un poco, sobre todo para esperar que su verga estuviera de nuevo a punto. A los pocos minutos, ya estábamos de nuevo en la faena, esta vez colocadas en un delicioso sesenta y nueve. Yo estaba colocada encima de ella, y me dediqué a hacerle una delicada mamada mientras ella, con mi culo a la altura de su cara, me abría los cachetes con sus manos mientras jugueteaba traviesamente con su lengua en mi ano.

En esta posición pude detallar al máximo sus bolas postizas. Era un trabajo muy bien hecho, el látex coincidía a la perfección con el color de su piel y tapaba por completo su coño. Con su verga insertada hasta el fondo en mi boca, comencé a indagar con mis uñas, cosa que al parecer no le gustó.

¡Eh, deja eso!, ¡¿qué crees que estás haciendo?! – exclamó.

Pero con su polla en mi boca estaba a mi merced, así que no le hice caso y seguí indagando. Finalmente pude encontrar donde terminaba el látex y comencé a tirar para despegarlo.

¡¡Déjame, qué haces!! – exclamó cada vez más inquieta, al tiempo que me daba nalgadas para que la soltara.

Despegué completamente el látex y allí estaba: el borde inferior de su coño. Pero todavía las bolas tapaban el resto del coño. Tenía que encontrar la manera de despegarlas. Para que se calmara un poco y me dejara hacer, le introduje un dedo en el coño. Por casualidad, con el pulgar dí con algo metálico en su coño y allí encontré la respuesta. En la parte superior de los labios vaginales externos se había colocado, a modo de piercings, dos broches metálicos que sujetaban las bolas al coño, y gracias a la capa de látex, no eran visibles. Con la mano que tenía libre, abrí los broches y finalmente pude remover las bolas, para dejar al descubierto un terso y rosado coño. Por supuesto, no perdí tiempo y me saqué la polla de la boca para proceder a darle una soberbia comida de coño.

¡Uuuff! ¡Sí, sí, así! ¡Hace años que nadie me come el coño! – dijo finalmente dándose por vencida.

Estuvimos dándonos placer mutuamente lamiéndonos los coños por un buen rato, hasta que ella comenzó a correrse por el coño en mi boca. Por la cantidad de fluidos que soltó, y que yo golosamente degusté, comprobé que era cierto que hacía mucho tiempo que nadie le dedicaba un cariñito a su coño.

Cuando finalmente se hubieron calmado los ánimos, me recosté a su lado. Era el momento de comenzar con mi interrogatorio.

Así que también eres una hembra futanari – le dije sin más rodeos. - ¿Por qué te avergüenzas de ello? ¿Sabes a cuantas mujeres les gustaría tener un coño y una verga como los tuyos, empezando por mí?.

No es vergüenza, simplemente necesito ganarme la vida, y es más sencillo ser una prostituta transexual que un engendro hermafrodita como nosotras. La gente, en especial los hombres, lo aceptan más fácil.

¿No entiendo, tus clientes son más que todo hombres?

Sí, no sabes la cantidad de hombres, por muy machos que sean, que les encanta que una mujer les dé por el culo – me dijo guiñándome un ojo.

¡Jajajajaja! – reí de buena gana.

Pero ahora dime: parece que sabías de mi condición sexual desde un principio ¿estoy en lo cierto? – me preguntó asumiendo una seriedad repentina.

Sí, así es. Desde el principio lo supe, sólo que no quería que te asustaras y te fueras. Necesito la ayuda de alguien como tú

¿Ayuda de alguien como yo? ¿En qué puede ayudarte una prostituta hermafrodita venida a menos?

Primero, deja de decir que somos hermafroditas, sabes muy bien que eso no es cierto. Y segundo, necesito la ayuda de alguien de nuestro género que viva aquí.

Está muy bien, pero ¿para qué?

Le expliqué con pelos y señales todo lo que me ocurría, desde la insoportable picazón anal hasta todo lo que la doctora Paloma me había contado.

¿La leche de un hombre futanari? – exclamó abriendo los ojos como platos – Pero eso es imposible, no existe algo así.

Según la doctora sí, así que necesito toda la ayuda que pueda encontrar.

Pero yo no puedo ayudarte en eso.

Lo sé, lo único que necesito de ti es saber si conoces a alguien que tal vez si pueda.

Su cara asumió un rictus de seriedad, mezclado con algo que parecía temor. Al parecer, había dado en el clavo.

Dime lo que sabes, Rebeca, necesito ayuda de verdad.

Está bien Isa. Hay alguien que tal vez pueda ayudarte. Pero te lo advierto, es muy peligroso.

No importa. Por mi culo, hago lo que sea.

Tomó un papel y un bolígrafo de su cartera y escribió una dirección y un nombre.

Ten, eso es todo lo que sé.

Para demostrarle mi agradecimiento, le dediqué una nueva comida de coño. Luego de eso, estuvimos un rato más follando. La había contratado apenas por un par de horas, pero al final no me cobró, y en cambio pasamos la noche juntas, follando como dos amantes que se conocen de toda la vida. Creo que ella incluso lo disfrutó mucho más que yo.

A la mañana siguiente me desperté. Rebeca ya no estaba, se había marchado. Al incorporarme, noté que algo mojado se escurría por mi recto. Llevé la mano hacia mi ano y noté que de allí comenzaron a manar gruesos goterones de semen. Tomé con mi mano la mayor cantidad posible y la llevé a mi boca, para degustarla. Aún estaba tibia, lo que quería decir que no hacía mucho tiempo que Rebeca se había ido y me había dejado un erótico recuerdo. Extraje el resto de la leche de mi culo y la saboreé con una gran sonrisa en mis labios, recordando los momentos de amor vividos apenas minutos atrás.