Extraña condición médica – La gran búsqueda 1

La picazón rectal de Isa se ha vuelto insoportable, por lo que decidirá emprender la búsqueda de una cura que llevara a su culo a vivir aventuras inimaginables.

Extraña condición médica – La gran búsqueda 1

Para comprender este relato, es necesario leer las entregas anteriores o, cuando menos, la introducción.

Definitivamente, la picazón de la que era víctima mi recto estaba llegando a un punto de no retorno. La doctora Paloma Méndez, médico de cabecera de mi familia, me había recetado unos supositorios especiales, que tenía que colocarme diariamente. Estos supositorios tenían que ser insertados hasta el fondo de mi recto, y solamente se deshacían en contacto con el semen. Por lo que para cada toma, necesitaba que una buena verga me follara fuertemente por el culo y me dejara toda su lechada bien adentro. Además, el roce de la polla en las paredes de mi recto (sobre todo si era bastante gruesa) era una de las pocas cosas que me aliviaba el escozor.

Pero todo eso ya había quedado atrás. Ya ni siquiera los supositorios me aliviaban, y lo único que me daba un poco de tranquilidad era tener el culo relleno de carne de verga permanentemente.

Había llegado a tal extremo que un día en la mañana, aun habiéndome colocado el supositorio, utilizando la magistral verga de mi madre, salí corriendo de mi casa desnuda de la cintura para abajo. Totalmente fuera de mí, y en un estado de excitación que casi rozaba la locura, salí a la calle y me coloqué en cuatro patas en plena acera pública, con mi desnudo culo en pompa rogando y pidiendo a gritos unas buenas vergas que me follaran y que acabaran dentro de mí.

Por supuesto, más de un hombre se acercó, viendo una oportunidad única en la vida, y tal vez me hubieran dado una cogida única si no hubiese sido por mis hermanas Anna y Francis, quienes acudieron a mi rescate. Rodeándome con sus brazos pudieron llevarme a casa de nuevo, ante la mirada atónita del público que se había reunido a mi alrededor en los pocos segundos que duró el espectáculo.

Una vez en casa, no fue sino hasta que Anna y Francis me follaron simultáneamente por el culo que me calmé, al menos por un rato.

Tenía que hacer algo. Llamé a la doctora Méndez para concertar una cita de urgencia, y esa misma tarde estaba en su consultorio. El alivio producido por la cogida propinada por mis hermanas estaba cediendo, así que tuvieron que ser las dos enfermeras de la doctora quienes calmaran mis ímpetus, alternando sus bien entrenadas vergas en mi culo.

¿Cómo te sientes, Isa? – me preguntó la doctora.

Mal – le respondí, al tiempo que tomaba un poco de la leche que las enfermeras habían depositado en mi culo y me la llevaba a la boca.

Al parecer, los supositorios no están consiguiendo el efecto requerido, tu recto parece haberse inmunizado a sus componentes. Como te comenté en tu primera consulta, sólo hay una solución permanente a tu comezón anal.

Lo que sea, doctora, lo que sea.

Tienes que tener en cuenta que no es nada sencillo – dijo con cara circunspecta.

No importa doctora, haré lo que sea – supliqué.

Necesitas en tu recto el semen de un hombre futanari, es lo único que puede curarte.

¿La leche de un hombre futanari? Eso era imposible. Hasta donde tenía entendido, el gen del futanarismo sólo se transmitía entre las mujeres, y las mujeres "futas" sólo procreaban otras mujeres "futas". No existía noticia de que alguna mujer "futa" hubiese dado a luz un varón. Esa era una de las leyes genéticas de nuestra "raza". Además, si las mujeres futanari eran "mujeres con verga", un hombre futanari no tenía sentido, era una contradicción. ¿Un "hombre con verga"? ¿No tienen verga todos los hombres? ¿Cuál es la diferencia? Miles de interrogantes surcaban mi mente en ese momento y la doctora, consciente de mi confusión, procedió a explicarme mejor.

Existe una leyenda, Isa, que cada cierto tiempo, en la cuna de nuestra civilización futanari, una mujer futa da a luz a un hombre, cosa que desafía todas las leyes de la física y la genética futanari – me explicó diligentemente la doctora, como quien diera una clase.

¿Y dónde es eso?

En Italia, donde hace más de dos mil años se originó la familia Futtannaro que luego se extendió por todo el mundo.

¿Y cómo hago para encontrar a ese hombre, si ni siquiera es totalmente probable que exista?

Tienes que viajar allá y ponerte en contacto con las cabecillas de una sociedad secreta dedicada a la preservación y protección de todo el legado futanari. Sólo ellas pueden darte una respuesta.

¿Y eso es todo lo que usted puede hacer?

Sí, de momento sólo puedo proporcionarte una droga muy fuerte que aminore el escozor, pero no puedes tomarla por mucho tiempo, máximo dos semanas, por lo que te recomiendo que te pongas en camino cuanto antes.

Salí del consultorio con más preguntas que respuestas, aunque con el culo bastante agradecido y rebosante de la leche que las dos expertas enfermeras habían depositado allí luego de una soberana follada. Aún con el sabor a semen en mi boca fruto de la corrida que me había dedicado la doctora, luego de una buena mamada de agradecimiento por mi parte, me fui inmediatamente para mi casa, a explicarle a mamá todo lo sucedido.

Le expliqué todo a mamá con lujo de detalles mientras le comía la polla, y tratándose de la salud de mi culo, mamá no tuvo reparo alguno en que realizara el viaje. Saqué del banco el dinero que me quedaba del premio obtenido en el Futafest y de inmediato compré un boleto de avión y reservé en un hotel. Como no tenía idea de por dónde empezar, decidí que primero iba a ir a Roma. Llamé a Daniela, para explicarle que tenía que hacer un viaje de emergencia a Italia. No le hizo mucha gracia, no sé si porque iba a extrañarme a mí o a mi culo abierto y disponible las 24 horas del día.

Corrí a mi casa de vuelta a hacer las maletas y a prepararme para el largo viaje. A modo de despedida, mamá y mis hermanas me propinaron una cogida monumental, de esas que te dejan el culo escocido por días. Como el viaje iba a ser largo, necesitaba algo en qué entretenerme, así que en lugar de una verga plástica, decidí insertarme en mi culo un delicioso vibrador, que con varias velocidades controladas por un pequeño control remoto, haría delicias en mi inquieto culo durante todo el viaje.

Así que con todo listo, las maletas preparadas y el vibrador en mi culo, tomé un taxi y partí rumbo al aeropuerto. El taxista no me quitó los ojos de encima durante todo el trayecto, tal vez porque el zumbido proveniente de mi culo lo distraía bastante.

Al llegar, le entregué mis maletas al encargado para que fueran embarcadas, y me dirigí hacia la puerta de embarque. Coloqué mis pertenencias de mano en la bandeja apropiada para su inspección, y atravesé la máquina de rayos X.

Esta emitió un pitido.

Me quité todo lo de metal que traía puesto, aretes, pulseras, la hebilla del cinturón, etc., y volví a pasar.

La máquina volvió a emitir un pitido.

No tenía más nada de metal encima, por lo que me dirigí al guardia y le indiqué que su máquina estaba descompuesta.

No está descompuesta, señorita, por favor, vuelva a pasar – me indicó.

Se estaba haciendo una larga fila detrás de mí, y yo ya me estaba empezando a poner nerviosa. Volví a pasar por el marco de la máquina y, como era de esperarse, volvió a pitar.

Señorita, por favor, acompáñeme – me indicó el guardia de seguridad, al tiempo que, junto uno de sus compañeros, me tomaban cada uno por un brazo, rumbo a la oficina de vigilancia.

En ese momento se hizo la luz, comprendí todo de golpe: era el vibrador que tenía insertado en mi culo lo que hacía sonar a la máquina. Al ser eléctrico, tendría componentes de metal en su mecanismo interno, además de las baterías. Nada de esto hubiera pasado si me hubiese colocado un sencillo plug anal de goma. No podía sacármelo en ese momento para volver a pasar por la máquina, así que me resigné e ingresé con los guardias a la oficina.

Cerrando con llave la puerta tras de sí, me indicaron que me recostara de frente contra una pared, con los brazos levantados por encima de mi cabeza y las piernas completamente abiertas. En esta posición, uno de los guardias comenzó a recorrer cada centímetro de mi cuerpo con un detector de metales portátil. Como era obvio, al pasar por encima de la raja de mi culo este empezó a emitir un pitido.

Diego por favor, necesito tu ayuda aquí – le indicó al otro guardia – Creo que he encontrado algo. Levántale la falda para comprobarlo.

El otro guardia me levantó la falda al tiempo que el primero acercaba su cara a mi culo. Tremenda fue la sorpresa que se llevaron al encontrarse con que mi culo albergaba un vibrador.

No se mueva señorita – me indicó mientras, con delicadeza, extraía el aparatito de mi interior. Al parecer, mucha gente trafica con sustancias ilegales insertadas en culo.

Una vez que lo hubo retirado, mi culo quedó completamente abierto, acusando la falta de su eléctrico amiguito. Los guardias procedieron a examinar cuidadosamente el vibrador, y cuando no encontraron nada extraño, su expresión cambio completamente e intercambiaron unas miradas de complicidad.

Aparentemente no hay nada fuera de lo normal en el aparato, pero necesitamos hacer unas pruebas más de comprobación.

¿Qué más necesitan? – pregunté preocupada.

Lo siento, pero tenemos que llegar hasta lo más profundo para descartar cualquier indicio de tráfico de drogas o armas, y nuestras grandes vergas están perfectamente entrenadas para ello, así que por favor no oponga resistencia – exclamó, al tiempo que se abrían las braguetas y ante mí aparecían un par de buenas vergas.

Para nada, oficial, registre donde tenga que registrar – le indiqué al tiempo que me abría los cachetes del culo con las manos.

Esta vez me hicieron recostarme sobre un escritorio, y en esta posición fueron alternándose para follarme el culo.

No parece haber nada extraño con este culo, aparte de lo delicioso que es – dijo uno de ellos sin dejar de bombearme.

Déjame a mí, Rubén, a ver si puedo llegar a lo profundo del asunto.

Diego se salió de mi culo para darle paso a Rubén. Este, de un sólo envión, me insertó la verga hasta lo más profundo.

Revise más profundo, a lo mejor hay algo más adentro – le pedí mientras empujaba con el culo hacia su verga.

En eso estamos trabajando, señorita – exclamó mientras su vello púbico se pegaba a mi ano y sus bolas chocaban contra mi coño. Más profundo, y hasta las bolas hubieran entrado.

Luego de un rato sodomizándome y comprobando que no había nada extraño con mi culo, me dejaron ir, con una amplia sonrisa y un culo chorreante de leche. Afortunadamente no me confiscaron el vibrador, por lo que pude mantener satisfecho mi goloso culo durante todo el viaje.