Extraña condición médica - El cumpleaños de mamá 2

Finalmente, la invitada de honor al cumpleaños de mamá, la espectacular negra Futambo, llega a la casa. Pero no viene sola, y trae un delicioso regalo que hará las delicias del culo de mamá.

Extraña condición médica - El cumpleaños de mamá 2

Para comprender este relato, es necesario leer las entregas anteriores o, cuando menos, la introducción.

Había terminado de darle el regalo a mamá y me estaba acomodándome el vestido cuando sonó el timbre. Me dirigí a abrir la puerta. Era mi amiga Daniela, quien estaba sencillamente preciosa, enfundada en un corto y ceñido vestido negro sin mangas, unas medias negras y unos zapatos negros de tacón muy alto. Su largo pelo negro corría suelto por sobre sus hombros.

Dani, ¡estás hermosa! – le dije cuando finalmente despegamos nuestras bocas.

Tu también, Isa.

La hice pasar y llamé a mamá.

¡Mamá! Mi amiga Daniela está aquí y te quiere felicitar.

De su cuarto, donde se estaba terminando de maquillar, salió mamá, y saludó amablemente a Daniela.

Hola Danielita, que gustó que estés aquí.

Feliz cumpleaños, señora Giovanna. Esto es para usted – le dijo entregándole un paquete a mamá.

No tenías que haberte molestado, niña.

Mamá abrió el paquete, una caja cuadrada de tamaño mediano. En su interior, envueltas en seda negra, reposaban cuatro bolas metálicas de pulida superficie.

Muchas gracias, Daniela, están hermosas.

Por nada. Son vibratorias, funcionan a baterías. Usted las enciende, se las mete en el culo, y estas se lo masajean deliciosamente por dentro mientras usted reposa.

¡Que lindas! Más tarde me las pruebo, ahora tengo el culo ocupado por otro regalo – dijo guiñándome un ojo – Ahora, si me permiten, voy a terminar de arreglarme.

Mamá se retiró, dejándonos solas a Dani y a mí en el salón.

También te traje un regalo para tí, Isa – exclamó Daniela guiñándome un ojo – Para sellar nuestra amistad.

¡Qué dices, Daniela! No debiste, me siento apenada – le respondí ruborizándome un poco.

Daniela me acercó una caja de plástico negra, que con gran emoción abrí. No podía creerlo, el regalo de Daniela era simplemente hermoso. Al momento de verlos los reconocí, y una lágrima de emoción comenzó a correr por mi mejilla. Frente a mí estaba un set de dos consoladores, modelo strap-on , de esos que utilizan las lesbianas y que se amarran a la cintura. Pero no eran unos consoladores comunes, eran sus strap-ones favoritos, los que amorosamente guardaba en su gaveta. Con ellos habíamos compartido interminables horas de placer, tanto de ella dándome a mí por el culo, como yo dándole a ella.

El primero, consistía en una gran verga plástica, moldeada con una sinuosa forma similar a la de una "S". Se introduce primero en el culo de la folladora "activa", recorre por debajo toda la extensión del perineo y la vagina, para luego salir al frente y amarrarse con una serie de correas. La virtud de este "instrumento" es que cada embestida que proporciona la folladora "activa" es sentida en el interior de su culo con igual magnitud que la folladora pasiva.

El segundo strap-on es más tradicional, consistente en un calzón de cuero con una gran verga plástica atornillada en el frente a la altura del pubis. Su diferencia recae en que en la parte interna del calzón se encuentran también atornillados dos grandes penes de plástico, que se introducen en el culo y en la vagina de la folladora "activa". Por si fuera poco, en la parte frontal del calzón por encima de la verga plástica, se encuentran un par de broches donde es posible colocar una segunda verga plástica, para no dejar ningún agujero vacío en ninguna de las folladoras.

No podía dejar pasar esta oportunidad, y con la esperanza de que sobrara algo de tiempo antes de la comida, tome a Daniela de una mano y me la llevé casi arrastrando hasta mi cuarto. Quería estrenar mis nuevos regalos.

Recosté a Daniela en mi cama y le empecé a bajar el vestido por los hombros para dejar sus hermosas tetas libres. Estaba chupándole un pezón cuando sonó de nuevo el timbre. No le hice caso, concentrada en lo que estaba haciendo. Volvió a sonar el timbre, y a regañadientes deje lo que tenía en las manos (las tetas de Daniela) y fui a abrir la puerta. El espectáculo que allí me esperaba me dejó boquiabierta.

Frente a la puerta se encontraba la amiga de mamá, la famosa negra Futambo. Era sencillamente impactante. Su vestimenta constaba de un body de látex de color negro, abierto por el frente con un gran escote trenzado en forma de "V"que se iniciaba desde el pubis y llegaba hasta sus grandes tetas. Al ser trenzado en toda su extensión, el escote impedía que se escaparan las tetas. Un par de grandes botas negras de plataforma, con un tacón de 15 cm., le llegaba por encima de las rodillas, dejando a la vista sus generosos muslos. Su largo y liso pelo negro estaba sujeto por un moño en la parte alta de la cabeza, y luego le caía suelto por los hombros y la espalda. Un gran aro metálico en el cuello y dos guantes de látex negro en sus manos completaban su estridente atuendo. Pero como siempre, lo que más llamaba la atención era su gran verga. Asomando por una abertura del body y completamente erecta, estaba enfundada en látex negro brillante, dejando solamente expuesto el glande con un gran piercing en el meato.

Pero la negra no venía sola, detrás de ella se encontraban dos fornidos negros de al menos 2 metros de altura, completamente desnudos a excepción de los zapatos. Sus grandes vergas, aún en estado de flacidez, alcanzarían fácilmente los 25 cm., y estaban rematadas por un gran piercing en el meato urinario, similar al de la polla de la negra. A este piercing estaban unidas sendas cadenas que sujetaba la negra Futambo entre sus manos.

Hola niña, ¿está tu madre? – saludó la negra en español bastante forzado.

Yo no atinaba a responder, aún no salía de mi asombro. Hoy en día, todavía me preguntó cómo hicieron la negra y sus acompañantes para llegar hasta la puerta de mi casa sin despertar un alboroto producto de tan estrambótica estampa.

Sí... ya la busco – respondí recuperándome un poco de la impresión

Cuando mi madre la vio parada en el umbral de la puerta, corrió hacia ella, y ambas se abrazaron fuertemente y se fundieron en un profundo beso, al tiempo que sus vergas chocaban una con la otra, en un peculiar saludo.

¡Mwumba, llegaste! – exclamó mi madre llena de alegría - ¡Pasen y siéntense!

Gracias, Giovanna.

Una vez que nos hubimos sentado todos, excepto mis dos hermanas, en el salón de la casa, mi madre no pudo evitar inquirir acerca de la presencia de los dos gigantescos negros que la acompañaban.

En mi país, la sociedad es matriarcal –explicó la negra- por lo que es completamente normal que una mujer tenga varios esposos. Muchos de estos esposos son comprados, así que pueden calificarse más bien como esclavos que como esposos.

¡Que envidia! – exclamó mi madre.

Tu me conoces, Giovanna, sabes que soy insaciable y que necesito una buena verga erecta y llena de leche permanentemente, así que mi "harem" consta actualmente de 17 vergas, digo, esposos – dijo la negra guiñándole un ojo a mamá.

Y trajiste estos dos para que te hicieran compañía y no te faltara una buena verga a punto durante el viaje, ¿no?.

No. Como no sabía qué traerte de regalo, te traje a dos de mis mejores esclavos.

Mamá no salía de su asombro, y su boca y coño comenzaban a hacer agua, iba a ser dueña de dos sementales de ébano que satisficieran sus agujeros permanentemente.

Ven Giovanna, siéntate aquí y cátalos – dijo la negra.

La negra estaba sentada en el medio de un sofá, con sus dos esclavos uno a cada lado, y cedió su puesto a mamá para que se sentara entre ellos. La negra le entregó ambas cadenas, y mamá comenzó a pajear a ambos hombretones al mismo tiempo, alternando mamadas entre ambas vergas. Primero acabó el de su derecha, y mamá tragó concienzudamente hasta la última gota de semen. Pocos segundos después, repetía la operación con el de su izquierda. Sin soltar ambas vergas que comenzaban a perder su erección, le exclamó a la negra:

¡Son deliciosos! Su leche es el néctar de los dioses.

Daniela, que se había sentado a mi lado, y yo estábamos ensimismadas presenciando la escena, y no tardamos en comenzar a masturbarnos mutua y frenéticamente, cada una ocupándose del clítoris de la otra.

¡La cena está servida! – exclamó mi hermana Anna desde el comedor, despertándonos a todos del letargo sexual en el que nos habíamos sumido.