Extraña condición médica - Campeonato de ordeño 2

Isabella y su familia llegan finalmente al recinto ferial, donde luego de completar los preparativos, conocerá a un personaje muy particular.

Extraña condición médica - El campeonato de ordeño 2

Para comprender este relato, es necesario leer las entregas anteriores o, cuando menos, la introducción.

El Futafest de este año definitivamente se estaba realizando en una finca muy hermosa. Campos verdes por doquier flanqueaban el recinto de la convención, y en el prado principal, se habían colocado una serie de cabinas (stands) para dar acogida a las diferentes diversiones y entretenimientos para los asistentes. Al fondo, se encontraban tres establos, dos de ellos perfectamente acondicionados para dar cobijo a las dos competencias principales. A un lado, se habían dispuesto unos toldos con gran cantidad de mesas y sillas al aire libre, donde el público podía descansar y degustar un refrigerio.

Nada más llegar, nos encontramos con gente conocida, entre las que estaban, por supuesto, la doctora Paloma y sus fieles enfermeras. Ellas nos indicaron donde podíamos pasar a inscribirnos y retirar los uniformes de competidoras. El ambiente era muy agradable, había muchísima gente, con predominancia claro está de mujeres de mediana edad, entre los 30 y 40 años. La población masculina era casi nula, y se limitaba a los esposos de algunas asistentes, los pocos que son de mente abierta y pueden soportar que su esposa tenga una polla más grande que la de ellos. Por supuesto, estaba prohibida la entrada a menores de edad, aunque habían muchas chicas de 18 años que estaban asistiendo por primera vez a este evento. Además de los pocos esposos, la población masculina también estaba conformada por una serie de ayudantes o "azafatos", unos 60 hombres contratados especialmente para la ocasión. Su labor, la explicaré luego. Por otro lado, había asistentes de todas partes del mundo, lo que refleja la gran diversidad de la familia futanari.

En uno de los laterales de la finca se encontraba un gran mesón, donde se formalizaba la inscripción y proporcionaban el atuendo a las participantes. Mamá y yo nos inscribimos, y quedamos más que enamoradas con las prendas que nos dieron:

Para las "Productoras": Liguero fabricado en tela semejando los colores de la piel de la vaca, es decir, blanco con grandes manchas negras. Plataformas transparentes de tacón altísimo, un cintillo imitando unas orejas y cuernos de vaca y un vergiere suelto (sin amarrar a la pierna) simulando también piel de vaca completaban el atuendo. Además mientras no estuviera en competencia, era requisito obligatorio también llevar puesto un gran plug anal, que terminaba en una imitación en una cola. El mango del plug estaba doblado hacia arriba, por lo que la cola quedaba siempre hacia arriba.

Para las recolectoras: Un corsé simulando cuero que dejaba las tetas al descubierto, unos "chaps" también simulando cuero (trozos largos de cuero que se atan a las piernas por sobre los pantalones, cuando se tienen), sombrero vaquero y botas vaqueras comprendían la indumentaria. Para las tetas descubiertas, proporcionaban unos piercing de presión que simulaban unas espuelas.

Luego de ayudar a mamá a cambiarse de ropa, decidimos junto con mis hermanas dar una vuelta. Me llamo la atención especialmente una asiática muy menudita, de 1,55m. cuando mucho de estatura, que se estaba inscribiendo el en concurso de recolectoras, por lo que iba a ser mi rival directa. Decidiendo que era mejor conocer de cerca al enemigo, espere a que terminara de inscribirse y dejando a mi familia la abordé.

  • ¡Hola! – exclamé, a lo que ella me miró un poco extrañada.
  • ¿Hola?
  • Vi que te estabas inscribiendo en el concurso de recolectoras, vamos a ser compañeras y rivales.
  • Vaya, pues así será – me respondió en un perfecto español, dedicándome una sonrisa.
  • ¿Cómo te llamas? – pregunté.
  • Keiko Futanariko, ¿y tú?
  • Yo soy Isabella, pero puedes llamarme Isa.

Estuve un buen rato conversando con ella, dado que resultó ser una persona muy agradable. Me contó que es descendiente de familia japonesa, pero que nació en el país. Su vestimenta era bastante sobria, con una blusa roja de botones con cuello tipo Mao y unos amplios pantalones negros de seda. Por su aspecto físico no aparentaba más de veinte años, pero conociendo la capacidad de los orientales de aparentar menos edad de la que tienen, le pregunté directamente.

  • ¿Puedo preguntarte cuántos años tienes, Keiko?
  • Claro que sí, tengo 28
  • ¡¿Qué?!, pero si no aparentas más de 20. Es más, pensé que tendrías la misma edad que yo. ¿Cómo haces para mantenerte así?
  • Secretos del oriente – respondió guiñando un ojo pícaramente.

En ese momento, un pensamiento asaltó mi mente. Al yo pensar que tenía entre 18 y 20 años, creí que su clítoris, igual que el mío, no tendría la "envergadura" suficiente para llamarse polla, y que por eso no se la notaba por ningún lado. Pero al descubrir su edad real, me extrañó el hecho de que no se notara ni el menor rastro de su polla.

  • Disculpa que te pregunté – inquirí un poco avergonzada – pero ¿qué le ha pasado a tu polla?.
  • ¿A qué te refieres? – respondió fingiendo extrañeza.
  • A que no se te nota por ningún lado. Mi hermana tiene casi tu edad y tiene una verga bastante "representativa".

Guiñándome un ojo, levanto un pie pulcramente enfundado en unas zapatillas negras, y remangó un poco el ruedo del pantalón. Mi cara de sorpresa era imposible de disimular, y ahogando un grito con mi mano, la miré con los ojos desorbitados.

Enfundada en un vergiere de seda negro, su polla corría paralela a su pierna, alcanzando su glande la altura de la pantorrilla.

  • ¡No puede ser! – exclamé.
  • ¿Qué no puede ser? – preguntó soltándose el pantalón.
  • ¿Cuánto mide?
  • La última vez, pasaba de los 40 cm. – respondió ahogando una pícara risita.
  • Pero no entiendo, si normalmente una verga crece máximo 2 cm. anuales, ¿cómo haces para que con 28 años la tengas tan larga.
  • ¡Misterios del oriente! – respondió guiñándome un ojo.

Bajé la vista y me toqué el clítoris, sintiendo una sincera envidia. No tenía palabras para describir lo que estaba sintiendo.

  • Ahora, Isa, si me disculpas, tengo que irme – y dándome un beso en la mejilla se marchó.

Me uní de nuevo a mi familia, que estaban paseando por todo el lugar, disfrutando de las atracciones extra que brindaba la feria. Al poco rato, por un altavoz se llamó a todas las participantes del concurso de producción a reunirse en el primer establo.