Extorsión a la profesora de Inglés
Por un incidente mi marido es enviado a la cárcel. Allí es chantajeado y como no tenemos dinero, tengo que aceptar el chantaje de un mafioso.
Desde hacía unos años, mi feliz vida, y la de mi familia, se había convertido en un infierno. Hasta entonces, me consideraba una mujer afortunada, con mi marido, Alberto, a quien adoraba, y una hija, Natalia, que ya estaba al borde de cumplir la mayoría de edad.
Mi nombre es Nuria y a Alberto, mi marido, le había conocido con tan sólo 17 años. Mi deseo en aquellos momentos era ser profesora de inglés, y por ello, me fui a estudiar y a trabajar a Inglaterra durante un par de años. Durante ese tiempo, nos veíamos con frecuencia, a pesar de la distancia. Para aquellos momentos, él ya trabajaba como conductor del taxi de su padre, que junto con mis ingresos, nos permitía reunirnos al menos dos fines de semana al mes.
Al volver, él ya disponía de su propio taxi que le había regalado su padre, y decidimos dar la entrada de un piso con lo que teníamos ahorrado y casarnos. Al mes siguiente ya estaba embarazada. Alberto traía el dinero a casa, mientras yo me encargaba de la niña y de continuar con mis estudios. Tres años después terminé la carrera y empecé a trabajar de inmediato.
Con los dos sueldos pagamos rápidamente el piso y vivíamos bien. Me gustaba escribir, incluso, aunque a nivel altruista, había publicado un par de libros, de los cuales había varios ejemplares en la biblioteca del colegio.. Alberto se empeñaba en trabajar más de lo necesario, lo que a veces me sacaba de mis casillas.
Y así fue como sucedió. Un día estábamos en el cumpleaños de nuestra hija, para lo cual, habíamos invitado a sus amigas del instituto y a familiares y amigos nuestros. Alberto no trabajó aquella tarde y se dedicó a beber y a disfrutar de la fiesta. Cuando se marcharon los invitados, le dije que había sido estupendo que no trabajase y que debería contratar a alguien y dedicar más tiempo a su familia.
A Alberto no le gustó la observación y poco a poco subió el tono de la conversación hasta que se convirtió en discusión Decía que necesitábamos el dinero, pero no era así, podíamos vivir con menos y que él estuviera más tiempo en casa.
Aquella absurda pelea hizo que saliese de casa y tomase el taxi para trabajar unas horas. Sin embargo, no fue un día más, ya que provocó un accidente en el que murió una persona y otra sufrió una invalidez.
Dado que el control de alcoholemia dio positivo, el seguro no se hizo cargo de nada. Gastamos una fortuna en abogados para defendernos de las millonarias reclamaciones. El juicio se demoró un par de años, pero al final, Alberto tuvo que indemnizar a los familiares, además, le acusaron de homicidio involuntario, siendo condenado a cuatro años de prisión.
El golpe fue tremendo a todos los efectos. Nos quedamos sin ahorros, tuvimos que vender el taxi e hipotecar nuestra casa. Además, él tendría que pasar al menos unos meses en la cárcel hasta que consiguiera el tercer grado.
Lo que había sido una cómoda vida para todos, se convirtió en un infierno. Fue brutal acompañar a mi marido a la entrada de la cárcel y después, el día a día, con todos los problemas, sobre todo financieros, que se iban acumulando exponencialmente.
Con mi sueldo de maestra, debíamos hacer frente a todos los gastos, incluido mantenernos mi hija y yo. Al poco tiempo sucedió algo que yo creía que sólo pasaba en las películas. A Alberto comenzaron a hacerle la vida imposible, para que pagase una protección a una de las bandas que dominaba las galerías de la cárcel. Intentó denunciarles, pero no consiguió respuesta alguna de los guardias y a los pocos días, recibió una fuerte paliza que le mantuvieron dos días en la enfermería.
El dinero no nos alcanzaba, por lo que puse varios anuncios para dar clases particulares. Mientras, iba realizando mi trabajo como profesora en el instituto.
Mi carácter es bastante rígido, y siempre he sido muy respetada por mis alumnos. Otros compañeros míos llegaban a tener cierta fobia a su profesión, debido a los altercados que sufrían a veces con algunos alumnos.
En una reunión de evaluación de alumnos, otros profesores se sorprendieron por haber suspendido a los hermanos Sánchez, ya que no solían traer hechos los ejercicios que les mandaba para casa. Dos chicos, Germán, un año mayor que Mario, y a quienes todos consideraban bastante peligrosos por los rumores que se cernían sobre su otro hermano de padre, que ejercía de tutor tras la muerte de sus progenitores, don Leonardo Sánchez, de quien se rumoreaba que manejaba un grupo mafioso y había pasado ya varias veces por la cárcel.
No di importancia en aquel momento a las insinuaciones de mis compañeros, pero pocos días después, recibí una llamada de don Leonardo. Me explicó el motivo era únicamente que diese unas clases particulares a sus hermanos para mejorar sus notas.
No me parecía ético dar clases particulares a unos chicos que eran alumnos míos en el instituto, y podía ayudarles en las tutorías, pero su hermano insistió en la necesidad que fuese yo misma quien les ayudara a realizar las tareas.
Me pareció un hombre muy serio, aunque amable y terminó por convencerme para que fuese a su casa por las tardes, después de salir de clase. Los chicos, que en algún momento habían realizado algún conato de levantamiento hacia mi persona, empezaron a ser dóciles y cumplidores.
Tres meses después las cosas en casa seguían igual, con Alberto en prisión y yo cerrando el curso escolar. Germán y Mario se habían ganado a pulso mi aprobado, y por lo que supe en la evaluación, también del resto de profesores, aunque por sus comentarios daban a entender que era más por no tener problemas, que por su rendimiento.
El día antes, había estado en su casa, pensando que sería la última clase que les daría, puesto que el curso había llegado a su fin. Sin embargo, su padre quiso que las extendiera unas semanas más, ya que pretendía enviarlos a estudiar al extranjero durante el verano.
Durante esos días, las clases se centraban principalmente en la conversación, por lo que los jóvenes me iban contando cosas privadas de su vida. Supe así que pronto iba a ser el cumpleaños de ambos, con tan sólo tres días de diferencia.
El fin de semana fui a ver a mi marido, a quien no agobiaba con mis problemas, aunque sabía que la situación económica era delicada, no le había contado que daba clases particulares. El siguiente martes por la tarde, volví a casa de los Sánchez. Durante la mañana había recibido una llamada de Alberto, en la cual me contaba, que le habían pedido 4000 euros y si no los entregaba, su vida corría serio peligro.
No tenía el dinero, ni tampoco posibilidad de conseguirlo tan a corto plazo, así que decidí llamar a don Leonardo y contarle la situación de Alberto. Siempre había sido atento conmigo, por lo que pensé que no tenía nada que perder. Me pidió tranquilidad y me respondió que por la tarde, hablaríamos más detenidamente de la situación.
Cuando llegué a su casa me recibió Germán. Me explicó que Celia, la empleada doméstica, había marchado a Ecuador, su país natal, de vacaciones. No le di importancia. Estaban tomando café en su piscina privada junto a una tarta para celebrar su cumpleaños. El de Mario había sido el pasado sábado. Yo estaba inquieta y deseando hablar con don Leonardo. Mientras tomaba el café, él notaba mi nerviosismo, por lo que me invitó a pasar dentro de la casa.
Nuria. Sé la situación que está viviendo su marido en la cárcel. Le han pedido una suma importante para dejarle tranquilo. Afortunadamente, mantengo ciertos contactos allí, por lo que creo que podría ayudarla a cambio de algo.
Usted dirá, don Leonardo. No tengo ese dinero y aceptaré lo que me pida.
Eso espero. Le contaré lo que quiero de usted. Estoy muy contento con mis hijos y para ellos una profesora atractiva como usted, tiene mucho morbo...........
Me sorprendió ese lenguaje pero le dejé hablar. Enseguida me dijo lo que pretendía. Debía estar aquella tarde como otro tipo de profesora, y hacer realidad todas las fantasías eróticas de los dos jóvenes. No daba crédito a lo que me pedía y quedé pálida y paralizada. Indignada me levanté, cogí mi bolso y la carpeta con los apuntes para salir de, la casa.
Ya de pie, vi como don Leonardo agarraba un teléfono, que debió estar conectado todo el tiempo de nuestra conversación y me lo cedió.
¿Si? ¿Dígame? – Pregunté, deseando terminar, para marcharme.
Un momento. Te paso con tu marido.
Quedé helada. Temí que Alberto hubiese oído la propuesta tan vergonzante que me acababa de hacer don Leonardo, pero al escucharle, supe que no había sido así.
Hola cariño¡¡ Me dicen si accedes a dar las clases particulares a los hijos de don Leonardo, , se olvidarán de la deuda. Por favor¡¡¡ Cielo¡¡¡ Hazlo, hazlo, te lo pido por favor. Necesito que me ayudes. – Noté como le quitaban el teléfono y volvió el otro interlocutor.
Cuando don Leonardo diga que está todo hecho, consideraremos pagada la protección – Me dijo el mafioso antes de colgar
Tiré inconscientemente el bolso y la carpeta con los apuntes que llevaba, que se esparcieron por el suelo. Quedé desarmada. Sin saberlo, Alberto me acabada de situar a los pies de los caballos. No se podía imaginar el tipo de clase particular que iba a tener que impartir. Estaba helada a pesar de estar en verano. No reaccionaba. No podía creer lo que estaba pasando.
Quiero que sea usted la profesora y el libro de texto en la vida y en el sexo. Ellos han tenido sus relaciones pero quiero que con usted sea distinto. Hará, explicará y enseñará todo de forma detallada.
Mi mente estaba ida. Observé de refilón que me reflejaba en un espejo al fondo del salón. A pesar de estar próxima a cumplir los cuarenta, me conservaba bien, pero odiaba haberme puesto aquella ropa, que si bien, antes de salir de casa no le había dado importancia, ahora me parecía un poco provocativa. Una camisa naranja y una falda estampada que ahora me parecía demasiado corta. Al girarme de nuevo, vi que los dos jóvenes estaban allí. me miraban fijamente, con lujuria, algo que tal vez hubieran hecho siempre sin yo saberlo
Chicos. Como os prometí, la he convencido y es vuestro regalo de cumpleaños. Nuria, hará todo lo que le pidáis.
Germán, Mario. Parad esto. Podría ser vuestra madre. – Dije intentando librarme de lo que me esperaba.
Si, podrías serlo, pero eres nuestra profesora y estás buenísima. Siembre le digo a Germán las piernas tan espectaculares que tienes. Vamos, empieza¡¡¡
¿Qué queréis de mi? ¿Qué queréis que empiece? – Pregunté intentando ganar tiempo.
Empiece a desnudarse despacio. Deberá hacer lo que le pidan si quiere que se olviden de su marido – Dijo don Leonardo.
Estaba de pie, muy nerviosa. Me coloqué junto a una silla e intenté hacerlo de espaldas a ellos, pero de inmediato me hicieron poner de frente.
Quedé mirándolos, esperando inútilmente que me dijeran que todo había sido una broma de mal gusto y podría irme para casa. Evidentemente era una ilusión, y de nuevo me indicaron lo que debía hacer para saldar el chantaje que le estaban haciendo a mi esposo.
Estaba tensa, pero sobre todo avergonzada por lo que me habían pedido y yo aceptado. Comencé a desabrochar la camisa, empezando por debajo hasta que terminé y la abrí, quedando a su vista mi sujetador.
Hicieron que me la quitara y la dejase sobre la silla. Volví a quedar parada y a pensar que estaba viviendo una pesadilla y me despertaría en cualquier instante, pero para mi desgracia ya lo estaba, y aquello era real.
Viste muy bien. Es muy estilosa. Me gusta¡¡¡ – Dijo el pequeño de los hermanos
No sabía como colocar los brazos. Esperaba la siguiente orden. Miraba hacia el suelo, pensando que debería quitarme la falda pero me pidieron que les entregase el sujetador.
Me sentía mareada, con una sensación de embriaguez que me apartaba de la realidad. Si en algún momento tenía alguna duda sobre lo que hacer, ellos me lo recordaban.
Despacio, eché mis brazos hacia atrás para soltar el broche que lo cerraba. Mis pechos son medios, ni muy grandes, ni demasiado pequeños, por lo que los cazos se quedaban enganchados a ellos. Me desprendí de él, sin hacer ademán de taparme, aunque casi inconscientemente les di la espalda.
Oía los comentarios soeces hacia mi cuerpo que hacían los hermanos peqeuños, mientras que el mayor se limitaba a observar, hasta que oí que me hablaba.
Antes de quitarse la falda, juegue un poco con ella, súbala, enseñe sus bragas.
Sin girarme, la subí por encima de mi trasero. Segundos después me dijeron que me la quitase. Al ser elástica sólo tuve que tirar hacia abajo de ella y salió por mis pies, quedando con mi pequeño tanga blanco.
Volvieron a indicarme que me pusiera de frente. Se les salían los ojos de las órbitas. En ese momento aproveché para apelar a su conciencia, decirles que era su profesora, que mi marido estaba en prisión y sobre todo que era una mujer decente.
Nuria. Llevamos deseando esto desde que te conocimos en el instituto y Leo nos prometió este regalo de cumpleaños si aprobábamos
Aquellos chicos, que me habían contado muchas de sus confidencias, hoy parecían unos pequeños extorsionadores , igual que su hermano, de quien ya creía ciertas todas aquellas historias que me habían contado sobre aquella familia.
Nuria. Juegue con su tanga, enséñenos lo que tiene debajo antes de quitárselas.
Las moví ligeramente, lo que imagino que dio lugar a que contemplasen mi sexo. Ya no me quedaba más que quitarme mi prenda más íntima, aunque se tomaron su tiempo y su morbo para disfrutar más de ello, haciendo que desplazase totalmente el triángulo de la braga primero y después colocándome de espaldas sobre el sofá para poco a poco ir deslizándola hasta que me desprendí de ella.
Quedé en frente de los dos muchachos y su tio. Estaba totalmente avergonzada y aterrada. No sabía lo que aquellos malnacidos tendrían en mente. Me sentía acongojada y a punto de llorar.
¿Habéis visto que guapa es? Tiene un cuerpo excelente y un coño depilado.
Si, eso hace que se vea bien la raja Se le nota perfectamente. Qué maravilla¡¡
No solía depilarme completamente, pero el fin de semana había tenido un bis a bis con Alberto, y sabía que tenía el deseo de vérmelo así.
Nuria. Es usted una mujer preciosa y me agrada que guste tanto a mis hermanos. Muévase un poco y tóquese, sólo voy a ver esto y después la dejaré a solas con ellos para que intimen.
Me sentía observada tal como una obra de arte. Volví a girarme y empecé a tocarme los pechos y mi sexo, aunque sin motivación. Ordenaron que me diera la vuelta. Fue en ese momento cuando me derrumbé y tapando mis pechos comencé a llorar implorando su compasión.
Aunque era igual de humillante que estuviera el cabeza de familia, prefería casi estar sólo con los chicos, pensando ilusamente, que los podría manejar y librarme.
Don Leonardo era hermano por parte de padre de Germán y Mario, aunque no lo parecía, ya que seguramente era como veinte años mayor que ellos, y parecía mantener con ellos, una relación paterno filial, aunque un padre no les habría regalado nunca a mi como regalo de cumpleaños.
Nuria. No se alarme usted. Sabe perfectamente lo que ha de hacer. Saldará el compromiso de su marido. Siga y haga todo lo que los chicos le pidan. Es usted su profesora.
Me veía haciendo movimientos obscenos para el disfrute de los jóvenes, y lo peor era que aquello sólo acababa de empezar. Después de tocar mi cuerpo, pensé que lo harían ellos, pero no fue así, y empezaron a preguntar a su hermano cosas sobre mi cuerpo, sobre el cuerpo femenino en general.
Leo, ¿Qué profundidad tiene el coño de una mujer?
En lugar de contestarle con una respuesta simple, me obligó a separar las piernas y mis labios vaginales, para mostrarles mi útero.
Con mis ojos vidriosos, observaba las miradas de los chicos y del hermano mayor, situado a su lado, que no apartaban su mirada de mi sexo, de mi vagina totalmente abierta, haciendo que me tocase de nuevo e introduciendo mis dedos.
Me hicieron colocarme sobre la mesa, la cama, abriendo mis piernas y siendo observada por los tres hermanos.
Sin haberme puesto aún la mano encima, estaba claro que era la prostituta de aquellos jóvenes, o como decía su tutor, el libro de texto para estudiar la asignatura sexual práctica ,que en ninguna clase se aprendía.
Hacían que jugase con mi vagina. Mis dedos se perdían en ella, la abría y los introducía dentro, hasta la mitad de las falanges. A veces, mi pensamiento se iba a mi marido, situación que hacía que justificase todo lo que hacía en aquellos momentos.
Acercaron sus ojos hacia mi sexo, intentando ver la profundidad de mi vagina, por lo que se acercaban hacían comentarios soeces y riendo volvían al sofá. Pero su objetivo era disfrutarme al máximo posible por lo que de inmediato volvieron a cambiar sus prioridades y tuve que ponerme en pie.
Los dos chicos se situaron a mi lado, pero sin juntarse. Primero uno, y después otro, comenzaron a tocarme el trasero, los pechos, los pezones............ Al final, Mario acercó su cara a mi sexo y resfregó su lengua sobre ella, dando fuertes lametones y besándola.
Mis manos se mantenían firmes o subían hacia mi cara para taparla y frotar mis lágrimas ante aquella dura prueba.
Poco a poco, los tocamientos fueron más obscenos y se dirigieron directamente a mi sexo. Hicieron que apoyase una de mis piernas en la cabecera del sofá para introducir el dedo en mi vagina. Todo iba aderezado con ciertos comentarios que aumentaban mi humillación.
Bueno chicos. Os dejo a solas con la maestra. Pasadlo bien.
Por favor¡¡¡ Parad ya¡¡¡ ¿No os dais cuenta que esto no está bien?
Dentro de lo incómodo y vergonzante que era todo, me sentí un poco más aliviada al decirnos adiós don Leonardo, pero los chicos, que estaban activos, felices y sobre todo, agradecidos a su tutor, le pidieron que se quedase. Respecto a mi petición, ni siquiera me contestaron.
Quédate, Leo, Será más divertido si estás tú aquí.
Don Leonardo, a parte de hacerme sentir aún peor que sus hermanos pequeños, me daba cierto miedo. Parecía el típico mafioso de las películas que tiene todos los movimientos controlados, y eso me incomodaba aún más, si aquello era posible.
Estando el padre, estaba claro quien era quien tenía la autoridad, así que aún sabiendo que no tenía nada que hacer, les volví a pedir piedad y que me dejaran marchar.
Nuria. Puede usted marcharse cuando quiera, pero ya ha oído a su marido y a mi contacto. Hasta que no haya terminado de dar esas “clases” que le hemos pedido, no llamaré a la prisión para decir que está saldada la deuda. Ahora díganos si sigue o se va.
Quedé muda. Las contundentes palabras del anfitrión me dejaron desarmada y aún más humillada. La vida de mi marido quedaba ligada a que fuera el juguete sexual de los dos chicos.
Nuria, por favor....... Pronúnciese. Diga si se queda o se va.
Después de un largo silencio, o al menos a mi me lo pareció, accedí a quedarme.
Me quedo. – Acepté cabizbaja
Chicos. Me ha costado mucho convencer a vuestra profesora para que esté a vuestra disposición al 100% y lo único que hacéis es acariciarla. Sabéis que esta tarde hará todo lo que le pidáis.
Los jóvenes se miraron sonriendo y don Leonardo me envió a una de las habitaciones. Los chicos me siguieron, quedando el hermano mayor en la puerta.
Ya en el dormitorio me tumbé tal y como me pidieron. Primero me contemplaron desnuda, con mis piernas siempre abiertas, como ellos pedían, y contínuamente, haciendo comentarios sobre mi cuerpo y sobre mis intimidades, supongo que todo lo que a las chicas de su edad no se atrevían a hacer. Su obsesión seguía siendo introducir sus dedos en mi vagina.
Fui obligada a abrir las piernas para que primero Germán y después Mario llevasen sus bocas a mi sexo. Era horrible lo que estaba obligada a hacer.
Seguro que queréis algo más de acción. – Nuria, hágales una buena madama. Seguro que es una experta.
Los jóvenes aplaudieron la decisión de su tío. Empezaron a quitarse la ropa, y fue entonces cuando don Leonardo me ordenó que ayudara a desnudarse a Germán.
Le miré fijamente y después a los chicos implorando su piedad, sabiendo que iban a obligarme a mantener una relación sexual en toda regla.
Soy vuestra profesora y estoy casada. ¿A dónde queréis llegar?
¿Te das cuenta del morbo que nos produces? No te imaginas lo que fardaremos con nuestros compañeros de clase cuando les cuente que hemos estado contigo.
Sabía que pretendían humillarme y no les di el gusto, ya que no les creí. Nadie tomaría en serio que dos mocosos habían mantenido relaciones con su profesora. Eso me alivió dentro de la gravedad que me producía lo que estaba sucediendo en aquellos momentos.
Vamos Nuria. Mi polla está lista. Empieza..........
Empecé y llevé su miembro a mi boca. Sólo lo había hecho con mi marido. Los dos tenían un miembro ligeramente más grande que el suyo.
No sabía si era mayor la vergüenza o el asco que sentía. Empecé lamiendo la punta y el tronco, pero de inmediato me agarró de la cabeza y tuve que meterla de golpe en la boca.
Notaba como Germán se iba excitando más y más por lo que escuchaba y por cómo iba aumentando de tamaño su miembro. Estaba preparada para cuando llegase al orgasmo retirar mi boca, pero ahí fue cuando habló el hermano mayor.
Profesora. No quiero que aparte la boca cuando Germán suelte su leche. Saque la lengua y recoja toda la leche que suelte.
La actividad me evadía por el momento. Estaba forzada a mantener sexo y el estar activa hacía que me olvidase por momentos de lo que me sucedía. Fue entonces cuando un grito de Germán me hizo volver a la realidad.
Mi boca se llenó de semen. Saqué la lengua y siguió cayendo líquido hasta que quedé pringada de su semen. Me levanté y me dirigí al baño, que ya sabía donde estaba, por mis anteriores visitas para dar clases a los alumnos que ahora estaban abusando de mi. Me limpié por todos lados, enjuagué mi boca y estuve haciendo tiempo hasta que de nuevo don Leonardo, me indicó que debía volver a la habitación donde se encontraban.
Sin mediar palabra, Mario tomó mi larga cabellera y me hizo agarrar su miembro y llevármelo a la boca. Estaba muy excitado, supongo que por haber visto el espectáculo en el que había intervenido su hermano.
Fue todo mucho más rápido que con Germán. Enseguida me di cuenta que iba a terminar. Fui consciente de ello, pero no podía apartar mi boca, tal y como me había dicho el hermano mayor.
Volví a repetir el recorrido hacia el baño. Sólo que ahora lloraba abundantemente y salí insultándolos, lo que sólo que aumentasen sus risas. Antes de llegar volví para recoger mi ropa pero don Leonardo me paró en seco.
Hijos de puta. Ya tenéis lo que queríais. Cabrones ¡¡¡ – Dije recogiendo mi ropa.
Deja la ropa donde está. Ve al baño y vuelve. Aún no hemos terminado.
Volví a lavarme. Era horrible lo que acababa de hacer y estaba segura que aún quedaba mucho más. Me senté en el inodoro, llorando, hasta que de nuevo escuché la voz de don Leonardo, que volvía a llamarme.
¿Te has lavado bien? Estos jóvenes quieren que le sigan dando clases particulares.
Por favor¡¡¡¡¡¡¡¡¡ – Supliqué esperando que me dieran las siguientes órdenes.
No me hablaban. Lo hacían entre ellos mientras me tocaban y acariciaban para volver a poner sus armas en disposición de volver a disfrutar de mi cuerpo.
Don Leonardo animaba a sus hermanos y les aconsejaba lo que hacer conmigo. Me daban golpecitos en el trasero con sus penes, me hacían sentarme para tocarme por todo el cuerpo, la la vez que se masturbaban.
¿Hasta cuando va a durar esto? – Pregunté esperando que fuese pronto.
Hasta que nosotros digamos. – Contestó el hermano mayor con acento antipático.
Quería que se desahogasen cuanto antes, así que mantenía una actitud sumisa, aunque no me terminaba de gustar que estuviese allí don Leonardo.
Muchachos, no le habéis tocado el culo y es fantástico. Podéis meterle el dedo en el ano. Es vuestra maestra y debéis aprenderlo todo.
Se lanzaron ávidos ante el consejo de su hermano y me hicieron dar la vuelta bruscamente. Sus dedos empezaron a tocar mi sexo y mi ano.
Don Leonardo se colocó detrás de los chichos y observaba con detalle lo que me hacían. Fue en ese momento cuando Mario introdujo su dedo índice hasta dentro, lo que hizo que gritase primero, y me desmoronase llorando a los pocos instantes.
Por favor¡¡¡ Parad ya¡¡ Habéis hecho conmigo lo que os dado la gana. Parad ya.
Deja su culo, anda. – Le indicó indulgente su hermano mayor.
De nuevo, ilusamente, pensé que todo había terminado. No tardé en volver a la realidad cuando siguió hablando
¿Por qué no la folláis?
No¡¡¡ – Respondí aterrada.
Claro, vamos a cepillárnosla. Para eso está aquí.
Según don Leonardo, los jóvenes estaban un poco “flojos”, por lo que les aconsejó que me tocasen un poco para volver a ponerse en forma y yo debía colaborar.
Me llevaron mis manos a sus penes, mientras ellos hacían lo propio con mi sexo. Me tocaron y besaron a lo que yo, obligada, les correspondí. Los comentarios eran fuertes, y palabras como “qué buena estás”, zorra, voy a follarte, te la meteré por el culo” eran habituales en sus conversaciones.
Sentía como me agarraban, tomando mis caderas y echándolas para atrás, lo que hacía que sintiese su miembro en mis nalgas, que intentaba colarse en mi sexo.
Se empeñaban a veces en que los besase mientras agarraba el pene de uno de ellos. Me sentía agobiada y les pedía por favor que parasen. Estaba sofocada y sabía que en cualquier momento, los torpes muchachos acertarían a penetrarme.
Don Leonardo empezó a reírse de sus hermanos ya que no atinaban a penetrarme. De inmediato me ordenó que me tumbase sobre la cama, mirando al techo.
Nuria, separe bien las piernas y deje al chico que haga lo que tenga que hacer.
Obedecí mientras me derrumbaba de nuevo y mis lágrimas volvían a rodar por mis mejillas. Ahora ya no falló. El joven empezó a tocar mi sexo y cogiendo su miembro lo introdujo en mi vagina, iniciando un suave bamboleo.
Era horrible, jamás en mi vida había sido penetrada por otro hombre que Alberto, y ahora estos chicos me estaban sometiendo a una humillación que jamás habría imaginado.
Realizó varias embestidas, pero Mario le dijo que nos colocásemos en el sofá, así podrían vernos su hermano y él. Fue decirlo y Germán me llevó en volandas hasta el sofá. Hizo que me pusiera de pie y me agachase poco a poco hasta que nuestros sexos se juntaron y volvió a penetrarme.
Su hermanos le decían como colocarse para que llegase más dentro, pero sólo provocaron que se levantara enfurruñado y fuese Mario quien empezara a jugar conmigo.
Volvió a llevarme a la cama, y mucho más diestro que Germán, a pesar de ser un año menor, me penetró a la primera, en una postura mucho más complicada ya que hizo que abriera las piernas y las situase por encima de las suyas, penetrándome por abajo.
Hazlo en el sofá, a ver si eres tan experto en la práctica como en la teoría. – Dijo Germán retándole.
Me cogió como una muñeca de trapo, haciendo el comentario que pesaba muy poco y podía manejarme muy bien. Era así, siempre había sido una mujer delgada, pero los disgustos habían hecho que perdiera varios kilos en los últimos meses.
¿Y por qué no os lo montáis los dos a la vez con ella? Un trio¡¡¡ – Aconsejó don Leonardo.
Los chicos, ávidos de aprender y probar cosas nuevas hicieron caso a su hermano mayor. Me tiraron como un saco en el sofá y empezaron a tocarme, besarme de nuevo.
De nuevo llevaron sus dedos a mi vagina, que parecía ser su obsesión. Estaban nerviosos y excitados y mientras Mario introducía su pene en mi sexo, yo succionaba el miembro de Germán.
Esto no lo olvidaremos nunca, Leo
Lo sé, y por eso es mi regalo. Es una mujer expectacular, con un coño y unas tetas magníficas y sobre todo es vuestra profesora, lo que aumenta el morbo. Hasta a mi, que he estado con mujeres espectaculares, me está gustando.
Yo tampoco lo iba a olvidar nunca. Estaba segura de ello. Siguieron penetrándome, mientras mi boca trabajaba. Ahora aguantaban mucho más ya que ya habían tenido ambos un primer orgasmo. Hundida y humillada por la orgía en la que estaba obligada a participar se veía incrementada por las conversaciones alusivas a mi y a mi actuación entre los hermanos.
Mario empezó a excitarse. Estaba a punto según él, por lo que apartó a su hermano brúscamente y siguió penetrándome. Sólo le pedía que parase, pero lejos de eso, sus movimientos eran más activos hasta que de forma rápida sacó su pene y vertió su semen en mi ombligo.
Ahora no me dejaron ir al baño. Tan sólo me dieron una toalla para que me limpiase y dar lugar a la sesión de Germán que rápidamente encontró mi cavidad más íntima, sin duda, dilatada por la pentración de su hermano.
Germán era bastante más torpe. Sus hermanos se reían. Sentía mi sexo dolorido y deseaba que terminase ya, aunque aún tuve que aguantar varios minutos.
Me colocó en diferentes posiciones hasta que en un acto de orgullo quiso que me situase delante de ellos, como al principio, situada en el sofá, encima de él. Quería demostrar a sus hermanos que podía hacerlo, y lo hizo. Tuvo un enorme orgasmo dentro de mi. Sacó su miembro para que pudieran ver que goteaba su semen. Pensé que todo había terminado y caí redonda al suelo, desarmada, hundida, desesperada, humillada, desolada y vencida.
Unos instantes después me levanté ante la mirada de los tres hermanos. Me dirigí a recoger mi ropa y hablé con don Leonardo.
Espero que hayan quedado satisfechos. Cumpla con lo prometido, por favor¡¡¡ – Dije entre sollozos.
¿Quién le ha dicho que hemos terminado? Me gustaría estar un rato con usted a solas.
Pero he de irme, mi hija me está esperando. Se preocupará.
Llámela por teléfono y dígala que llegará un poco más tarde. No hemos terminado.
Aún no había acabado mi martirio. De nada sirvieron mis nuevas súplicas así que me resigné y antes de llamar a Natalia para decirle que me retrasaría, me tomé unos segundos para evitar que supiera que mi voz era llorosa.
Chicos. Ahora iré con vuestra profesora al cuarto de Celia. A mi me gusta hacerlo a solas.
Pásalo bien, Leo – Respondieron casi a la vez los dos hermanos pequeños entre risas.
Celia vivía con ellos, pero se había marchado de vacaciones. En realidad , la habitación, era como una pequeña casa unida a la mansión en la que vivían los tres hermanos, lo que daba independencia a los Sánchez y a la mujer.
Hizo que saliese al jardín, bordeara la piscina, todo ello totalmente desnuda. Don Leonardo me iba siguiendo e indicando a donde dirigirme. Le miré y me daba un miedo brutal. Debía tener en torno a mi edad, y había nacido del primer matrimonio de su padre. Si hasta ese día me había parecido respetuoso, ahora le temía y veía en él a un hombre poderoso que me aterraba.
Entramos en la habitación de Celia. En realidad era una casa, con una habitación, salón y baño. Lo primero fue ordenarme que me duchara y sobre todo que lavara bien mi sexo. Supongo que no deseaba encontrarse con efluvios de sus hermanos.
Observó detenidamente como me lavaba y cuando consideró que había terminado me dio una toalla para que me secase.
Me indicó que me arrodillase en la cama, con las piernas separadas para contemplarme
Nuria. Voy a pedirle a usted mucho más de lo que ha dado a mis hermanos. – Dijo mientras se acercaba por detrás a mis pechos.
Por favor¡¡¡ – Respondí temblando.
Quiero que me bese efusivamente.
Intentaba decir no, pero cuando me di cuenta ya me había situado mi boca junto a la suya, mientras su mano se dirigía a mi sexo. Sentía su cuerpo desnudo pegado al mío. Ahora mis lágrimas rodaban en silencio, no hablaba, sólo esperaba que hiciera conmigo lo que quisiera y fuese rápido
Sólo voy a correrme una vez. Así que voy a probar todo de usted. Empiece por unas chupaditas a mi polla.
Me situé de rodillas en el suelo. Quería que terminase lo antes posible por lo que intenté esmerarme. Le acaricié los testículos y llevé el miembro a mi boca. Duró poco ya que de inmediato me mandó al sofá donde me penetró. Sin duda era un hombre con enorme experiencia en el terreno sexual y empezó a demostrarlo.
Apenas me hablaba, se limitaba a moverme a su antojo y volvió a colocarme frontalmente. Nunca lo había hecho así con mi marido, y como era algo forzado, tampoco lo valoraba. De nuevo, iba a haber algo peor que la penetración. Obligó a que nuestros labios se juntaran y nuestras lenguas se cruzaran. Le odiaba y le temía. Deseaba que eyaculase dentro de mi, pero una vez más, aquel hombre me tenía reservado algo aún peor.
Nuria. He de decirle que tiene usted un culo impresionante y voy a probarlo. Póngase en el suelo.
Por favor¡¡ Por ahí no¡¡ – Supliqué llorando y temblando.
No quería que me sodomizara, pero estaba aterrada y obedecí, situándome en el suelo, de rodillas para que pudiera iniciar la penetración, mientras que en voz baja, susurrando seguía suplicando. Grité cuando sentí su miembro en mi ano. Me dolía mucho, ahora más física, que moralmente.
Me llevó a la cama después, alegando que estarían más cómodas sus rodillas. Volvió a penetrarme. Afortunadamente, esta vez me dolió menos, pero seguía empeñado en probar posturas nuevas y me levantó para dejarme caer de nuevo sobre su miembro, sólo que ahora se clavó en mi ano.
Noté su semen en mi ano. Un chorro caliente que me alivió mentalmente, pensando que la sesión había terminado, y en parte, así era.
Me tiré sobre la cama, tapando mi cara contra el colchón y llorando desconsoladamente. Lo intentaba, pero no podía parar. Mientras, oí como don Leonardo, a través de un teléfono interno, llamaba a sus hermanos para pedirles que me trajesen la ropa y mis cosas.
Cuando entraron me tapé con un cojín, No quería que me viesen desnuda durante más tiempo. Fue entonces cuando don Leonardo encendió un viejo ordenador que había en el cuarto y le colocó un pendrive.
Nuria. Quiero que vea estas fotos antes de vestirse. Me gusta que las vea así, es más realista.
Quedé helada. Era yo, en situaciones extremas, con las piernas abiertas, con los chicos jugando con mi cuerpo, tocándome........... Era horrible.
Comencé a insultarles y volví a llorar de nuevo. No sólo había sido la prostituta de aquellos hermanos para salvar a mi marido, si no que además, habían grabado todo.
Hemos filmado todo lo que aquí ha pasado con varias cámaras. No se preocupe, por nuestra parte nadie se enterará, pero antes de irse y dar por cerrado el trato ha de hacer algo más.
¿Más? Hijos de puta ¡¡¡¡ – Respondí indignada.
Según los chicos, usted es una gran escritora. Pues bien.... Mañana por la mañana tendrá en su correo varias fotos de lo que ha pasado esta tarde aquí. Deberá escribir un relato con todo lo que ha pasado aquí esta tarde, con todo lujo de detalles, y por supuesto, colocará las fotos en el relato, según haya pasado todo.
Siguió contándome las premisas. Disponía de una semana, tiempo en el que de momento Alberto no tendría problemas en la cárcel. Si lo cumplía, no volverían a molestarle en prisión el resto de su condena.
Cuando llegué a casa dije a Nuria que me encontraba enferma y me marché a la cama. Al día siguiente tenía en mi correo casi 150 fotos para que realizara el relato.
Una semana después mandé el relato a don Leonardo. Me llamó para decirme que la deuda de mi marido estaba saldada y me dio la enhorabuena por haber reflejado tan fielmente todo lo que sucedió aquella tarde de junio.
Tal vez alguien relate lo mismo pero desde nuestro punto de vista, con las mismas fotos.
Sólo escuché la parte en la que me decía que la deuda estaba saldada. Había salvado a mi marido
Quien desee este relato con fotos puede pedírmelas al correo pedroescritor@hotmail.com