Extasis inicial
"...bajo mis pantalones de suave algodón casi hasta mis rodillas. Mis manos ya saben a donde dirigirse".
Me despierto a media noche. Mi entrepierna está bañada de deseo. A media luz estiro el elástico de mi pijama y echo una mirada a mi pubis. Mis vellos están adornados de pequeñas gotas como el rocío matutino cubre las flores. Miro a los lados, mi hermana duerme profundamente en su cama, junto a la mía, y sin quitarle la vista de encima bajo mis pantalones de suave algodón casi hasta mis rodillas. Mis manos ya saben a donde dirigirse. El índice de la izquierda choca contra mi clítoris y casi no puedo ahogar un quejido.
Mi dedo medio derecho pasea entre mis labios ya empapados. El vaivén de mi índice me lleva después de casi cuatro minutos al preludio del orgasmo, ese momento en que te palpita el cuerpo entero y las vibraciones crecen a lo largo del vientre. Mi otro dedo coquetea con la entrada de mi vagina, y casi introduzco la primer falange. Pienso en mis dedos entrando completamente en mí, hiriéndome el vientre, como me lo ha contado mi mejor amiga, Estela. Como lo ha hecho frente a mí. Dos dedos sin vacilar, hasta los nudillos, y después movimientos en círculo, mientras me pedía que le acariciara el clítoris. Aquel día pareció gozar mucho y fuimos mejores amigas. Si estuviera aquí en éste momento le pediría que me tocara.
Mi dedo aún se pasea de arriba a abajo por mis pequeños labios. Mi dedo medio casi se introduce al pasar mojado por mi vestíbulo y mi mano derecha se mueve en círculos contra aquel sensible capullo que es el clítoris. En un arranque de osadía miro de nuevo a mi hermana, dándome la espalda y en profundo soñar. Retiro de mis piernas completamente el pantalón, bajo del cual no uso nada, y abro mucho las piernas.
Humedezco con un poco de saliva la punta de mi dedo, aquel que antes se paseaba entre los labios, y lo froto por toda mi vulva, revolviendo mi saliva con mis jugos. Cierro los ojos, pienso en Estela e introduzco mi dedo hasta la mitad. Suspiro hondo, como si se me saliera el aire. Me toma un instante reconocer la sensación que me provoca, pero al mover un poco el dedo me doy cuenta de que me duele, y me duele mucho. Reacciono sacando completamente el dedo y apretando ambas manos contra aquella zona. El dolor no tarda en desaparecer, aunque no completamente, y a pesar de que mi curiosidad fue saciada no fue así con mi calor, de manera que humedeciendo aún más mi dedo lo coloco de nuevo en la entrada de mi rosado canal.
Sólo me toma una gota de valor y cuando me doy cuenta está de nuevo adentro. Solo que esta vez completamente, y la sensación de dolor me parece ahora menos insoportable y, gradualmente, placentera. Imitando a mi amiga comienzo un movimiento rotatorio dentro de mí. La sensación es indescriptible. Solo puedo acertar a respirar entrecortadamente, y siento mis mejillas y mis orejas calientes y rojas. Pronto, mi otra mano se mueve hacia el punto de encuentro de mis labios y el clítoris sale al encuentro con mis dedos. Ya no tardará mucho, pienso, y mis manos en completa armonía se mueven con frenesí, acelerando el compás de su ritmo. Aprieto los dientes, mirando hacia abajo solo puedo ver un remolino de vellos agitados por un ejército de dedos que sin pausa siguen afanosos su tarea.
Mi abdomen se tensa y me arqueo hacia adelante un instante, en posición fetal. Es la aproximación de mi orgasmo, pero esta vez no es igual que siempre. Esta vez lo siento crecer con muchísima más intensidad, abarcándome toda, sin límite. Mis dedos empapados, las gotas que caen sobre mis sábanas, el movimiento acelerado de mis caderas, todo aunado a un fin que no se hace esperar. Exploto, un remolino me envuelve y un grito sordo se me escapa; luego otro, y mi cuerpo entero es un tornado que se agita inevitablemente llenándome de un vértigo delicioso. Ah...ah... Mi cabeza se agita de un lado a otro y mi espalda se arquea ahora hacia atrás, de manera que quedo apoyada en mi cabeza y la punta de mis pies solamente.
Un gemido largo - aaaaaah... Ah...ah... - y lentamente mi cuerpo extendiéndose sobre la cama, extasiado, y no quepo en mi de satisfacción. Sin abrir los ojos estiro mi mano hacia el velador y con un pañuelo me limpio el exceso de néctar. Me pongo el pantalón. De reojo veo a mi hermana aún dormida y me acomodo de nuevo bajo las sábanas. Me siento feliz y no puedo esperar a platicarle a Estela. Platicarle que ya soy como ella.